domingo, 31 de marzo de 2013


FRANK SINATRA


La realidad es tan tozuda que a veces hay que dar la pata a torcer. ¿Pero puede un crítico criticarse, comentarse un comentarista, un articulista articularse? Yo lo intente en esta nota de El País de 1985.Sin duda éramos puros, pero también dogmáticos y sectarios.



La memoria feliz de Frank Sinatra
Los 'viejos ojos azules' cumplen setenta años
EL PAÍS. DICIEMBRE 1985

Con los años, los más acendrados odios se atemperan y los desprecios mejor conservados se truecan en vergonzantes admiraciones. Frank Sinatra cumple 70 años, y con la perspectiva del tiempo, el suyo y el nuestro, uno llega a olvidar, o al menos a pasar al archivo histórico, el que haya podido ser un contumaz reaccionario, un disfrazado fílomafioso y nunca haya cantado rock o folk, los géneros que nos parecieron renovadores o revolucionarios en exclusividad, para apreciar cómo se merece el reconocimiento de la obra bien hecha, de la profesionalidad entendida como realización de un trabajo duradero y continuo y la calidad de una personalidad que ha marcado a sangre y a fuego la música popular contemporánea.
Era bajito y esmirriado, y su imagen cinematográfica, agarrado a la jeringuilla de El hombre del brazo de oro o guarecido bajo el gorrito de marinero en Un día en Nueva York, nos hundía en la contradicción de no encontrar asidero para la descalificación. Igual sucedía con sus discos, con Louis Amstrong o sus colaboraciones con Count Basie, pero nosotros seguíamos agarrados al dogma, negándonos el disfrute de su voz cálida y sus maneras de crooner enamorador de vírgenes quinceañeras y otoñales matronas.
Nació en Hoboken, Estado de Nueva Jersey, el 12 de diciembre de 1915, y aunque su propio pueblo natal le declarara persona indeseable por su inveterada afición a las peleas y los puñetazos en lugares públicos, nos hemos quedado sin coartadas justificatorias. Setenta años de vida y más de 40 de éxitos en cascada son demasiados para seguir manteniendo, sin que asome el pudor por la ventana de la conciencia, la desvergüenza de la inquina. Lo malo de los genios es que suelen acabar teniendo razón, y el reconocimiento de nuestras propias limitaciones e insuficiencias finalizaron por llevarnos al huerto de la admiración.
Quienes ahora en España estamos entre los 35 y los 45 años somos una generación escindida y limitada, y Frank Sinatra es una de las más descaradas muestras de nuestras miserias críticas. Le denostamos por comercial y falto de compromiso; su música nos parecía blanda y fácil, y su voz, estandarizada y convencional. No supimos apreciar su capacidad de fascinación, su fuerza comunicativa y la perfección de un trabajo que hoy, por encima de los prejuicios quizá justificados, aparece comedido y exacto, capaz de derivar insumergible por los más tormentosos canales del arte y reaparecer siempre, como en su último disco, L.A. Is my lady, luminoso y eterno.
En todos estos años de esplendores y opacidades, entre doctorados honorarios de sesudas universidades y fiestas de cumpleaños de Ronald Reagan, Frank Sinatra se ha enfrentado igual a la más convencional de las canciones comerciales y a las más sofisticadas composiciones, misérrimas cabañas y lujosos palacios artísticos, en todos los cuales ha dejado, como un tenorio triunfador, memoria feliz de él.

A su lado, Antonio Carlos Jobim




viernes, 29 de marzo de 2013


Cantautores y política
Píldoras para una historia de los cantautores en España




En 1987 ya había tiempo más que sobrado para hacer balance el papel que habían jugado los cantautores del Estado Español en la lucha antifranquista. Curiosamente, para esa fecha su contribución a la resistencia contra la dictadura, que tan alto precio les había costado y que tanto habían condicionado su trabajo creativo, no sólo no se valoraba con un acto de singular valor cultural y político, sino que comenzaba a ser despreciado por los nuevos ostentadores del poder, un PSOE que por boca de su secretario general había dicho aquello de los colores del gato y la caza de ratones o su preferencia a morir en el metro de Nueva York antes que en una calle de Moscú. Nos habíamos hecho modernos y desmemoriados. No digamos ya los que ya empezaban a llamarse “gestores cultuales”.
La ocasión para darle al tema me vino que ni pintada cuando el Partido Comunista de España (Marxista-Leninista), ya legal tras haber abandonado la aventura armada del FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota) por la que tan alto precio habían pagado en años de cárceles, y aún más cruel en los fusilamientos de 1975, me encargó para un cuádruple disco que iban a publicar. Se titulaba elocuentemente “Homenaje a las víctimas del franquismo”, y participaban en él una larga lista de cantautores y grupos que se pueden ver en la carátula que reproduzco, y pensé que en mi texto podía apuntar hacia ese balance.
El cuádruple disco era la continuación del recital que habían montado durante tres días el año anterior, del que publiqué el correspondiente comentario en El País.
Copio ambos textos, y los aderezo con una serie de canciones que ilustran bien el contenido de los escritos. Volviendo a escuchar alguna, hasta me he emocionado. No digo más. 




CANTAR EN TIEMPOS DE SILENCIO
Madrid, julio 1987
Folleto del cuádruple álbum
“Homenaje a las víctimas del franquismo”


Resulta cuando menos lamentable comprobar la ola de amnesia colectiva que en los últimos años ha recorrido España como un fantasma reaccionario. Y sin embargo, resulta comprensible. Es comprensible que la derecha, tanto la montaraz como la civilizada —que aún no hace tanto tiempo era igualmente contumaz y levantisca—, quiera olvidar y hacer olvidar su inmediato pasado. También tiene explicación que el Partido Socialista, que según parece hubo un tiempo en que fue de izquierdas y estuvo en la clandestinidad, no tenga demasiado interés en recordar su vida vegetativa en el invernadero. En cuanto a la otra izquierda, una izquierda marginada, desorientada, escindida e incapaz, poco se le puede pedir. Los olmos no dan peras y en la izquierda española hay mucho alcornoque. Claro está que todos se reclaman fieles rememoradores de la memoria histórica del país, pero poco efectivas parecen esas rememoraciones frente a la amnesia del sistema.
En medio de esa realidad de olvidos, iniciativas como estos "homenajes a las víctimas del franquismo" son, pese a todos los peros que se quieran y se puedan poner, actos útiles y necesarios que indican el camino por donde nunca más se debe transitar.
Para las cosas de la cultura, y más en concreto de la canción, que es el tema que aquí nos convoca, esa ola amnésica ha resultado arrasadora. A toque de corneta los medios de comunicación y la industria discográfica decretaron que ya se habían acabado los tiempos en que las canciones podían cantar cuanto pasara a su alrededor; que los músicos y cantantes que desde su arte habían luchado por la libertad y la democracia, tantas veces a costa de prohibiciones, multas y cárceles, eran unos antiguos, reliquia del pasado, que debían ser relegados al desván de los trastos inútiles, junto a la radio de galena, la vietnamita y los falsos nombres clandestinos. Era llegada la hora de la efímera modernidad en la que, con cresta de punki o faralaes de bailaora, la canción debía diluirse en la vacuidad de las imitaciones y la superficialidad de las movidas. Por fortuna no consiguieron su propósito del todo, pero entre unos y otros lograron silenciar a muchos y dificultar al resto la continuidad de su trabajo.
Es cierto que en muchos casos hacer canciones "antifranquistas" fue una manera de ocultar incapacidades y potenciar la buena voluntad por encima de cualidades artísticas, y que hubo letras chabacanas, músicas ramplonas y cantantes afónicos (más o menos como siempre), pero, entonces y ahora, su significación fue irrelevante. Junto a ellos, nació una generación de cantautores españoles (en el más amplio sentido del término) que intentó, y en buena medida consiguió, crear un lenguaje musical de calidad estética y contenidos adultos, entre los que la temática antifranquista fue importante —respondiendo a una actitud personal igualmente comprometida que entonces y ahora es no sólo aceptable, sino necesaria—, pero ni fue la única ni, en muchos casos, la más significativa de sus obras respectivas.
Los cantantes "antifranquistas" no fueron tan sólo voceros más o menos frustrados de la revolución, fueron, sobre todo, creadores artísticos que quisieron contribuir con sus canciones a una lucha por la libertad que se libraba fundamentalmente desde las fábricas, las universidades, el campo y la calle, pero también, ¿por qué no?, desde los discos y los escenarios.
Se pueden encontrar canciones de contenido antifranquista desde el momento mismo en que el generalito se hizo a sí mismo generalazo y degradó al resto del pueblo español a clase de tropa desechable. La guerra civil fue un semillero de canciones contra el fascismo, que sirvieron, en el frente y en la retaguardia, como forma de unión para elevar la moral combatiente. En muchos casos canciones anónimas, pero también canciones firmadas por grandes poetas: Alberti, Miguel Hernández, Pedro Garfias, Herrera Petere o Emilio Prados, entre los españoles, Bertold Brecht o Woody Guthrie entre los extranjeros, a los que ponían música insignes compositores españoles o de otras nacionalidades: Shostakovich, Hans Eiler, Paul Dessau, Halfter o Palacios.
El pueblo perdió la guerra y el generalito que se nombró generalazo la ganó. Los campos se llenaron de muertos, las cárceles de presos, el extranjero de exiliados y el país de silencio. Las canciones cantaron las gracias del vencedor y las voces del pueblo hubieron de callar.
En un momento de arrebato y despecho, León Felipe escribió desde México: "Tuya es la casa, el caballo y la pistola... pero yo me llevo la canción", aunque la predicción no fue cierta del todo. Desde los años cincuenta, la cultura española del interior volvió a reencontrar una voz crítica a través de jóvenes poetas, novelistas, pintores, cineastas y autores teatrales. En la canción no podía dejar de pasar algo parecido, aunque sucediera con un cierto retraso debido a la juventud de quienes se metieron en la aventura y a lo novedoso que resultaba el propio lenguaje de la canción como obra artística, no sólo en España sino en casi todo el mundo.


CANCIONES DE CLANDESTINIDAD
En 1963 se editó en la editorial italiana "Einaudi" un libro significativo: "Canti de la nuova resistenza spagnola". Un musicólogo y compositor italiano, Sergio Liberovici, visitó España por aquellas fechas con el propósito de recopilar canciones antifranquistas contemporáneas. Encontró pocas. Las que cantaban los resistentes españoles en las pocas ocasiones en qué tenían ocasión de reunirse seguían siendo las viejas canciones de la guerra. No se arredró el investigador, y reunido con un grupo de poetas españoles (parece ser que entre ellos se encontraban Gabriel Celaya, José Hierro y Jesús López Pacheco), decidieron que si no existían había que crearlas. Así surgieron canciones que pronto serían conocidas y cantadas por militantes antifranquistas en reuniones, excursiones, fiestas de fin de año y cuanto momento oportuno se presentara.
Algunos de sus versos quedarán para siempre en la memoria de quienes alguna vez las cantaron: "En la plaza de mi pueblo / dijo el jornalero al amo: / nuestros hijos nacerán / con el puño bien cerrado", con música de "Los mozos de Monleón"; "Voy a la cárcel de Burgos I a ver a los comunistas, / que los ha metido presos / este gobierno fascista", con música de "Dime dónde vas morena"; "Ya llegó el verano, / ya se fue el invierno, / dentro de muy poco / caerá el gobierno", con la melodía de "Ya se murió el burro" y tantas otras.
Pese a censuras y represiones, la repercusión de las canciones, algunas de las cuales también se grabaron en Italia, fue tal que el Ministerio de Información y Turismo se vio obligado a editar un folleto arremetiendo contra la conspiración comunista del que llamaban “libelo de Einaudi". El ministro era Don Manuel Fraga Iribarne, una casualidad.
Un año después, en Suecia, se editó otro disco histórico de la canción antifranquista clandestina. En él se incluían canciones de actualidad y nítidamente políticas: "Gallo rojo, gallo negro", "Dicen que la patria es", "La paloma", "Canción de Grimau", "A la huelga" y "Coplas del tiempo". Composiciones originales en letra y música, atribuidas a un autor e intérprete anónimo, que no era otro que Chicho Sánchez Ferlosio, atípico cantautor de irregular carrera que todavía hoy continúa, automarginado y anárquico, fustigando al sistema con acidas canciones. Aquellos temas se hicieron todo lo populares que la represión del momento permitía, y fueron interpretados dentro y fuera de España por otros intérpretes: El grupo Canción del Pueblo en Madrid. En Italia el Nuevo Cancionero, Quilapayun e Inti Illimani en Chile, Soledad Bravo en Venezuela, y hasta Finlandia llegaron en las voces del grupo Agi-Prop y otros cantantes.


ZONAS DE LIBERTAD
También desde principios de los años sesenta comienza en Cataluña un movimiento de canciones que se presentan ya como obra artística, con nombres y apellidos de los autores e intérpretes, que se plantean la edición legal en España (que se inicia en 1962 con la aparición del sello Edigsa y la grabación del disco "Espinas canta Brassens", de Josep M. Espinas), y en las que no se intenta comunicar en primer lugar una intencionalidad directamente política, pero que por el simple hecho de utilizar el catalán, primero, y por la progresiva acentuación de sus contenidos críticos después, se sitúan automáticamente frente al régimen.
En 1963 aparece el primer disco de Raimon, el mismo año que el vasco Mikel Laboa edita sus primeras canciones en Euskadi norte, y un año antes de que Paco Ibáñez grabe en Francia su primer trabajo. A ellos les seguirían Pi de la Serra, Serrat, Ovidi Montllor, María Albero, Lluis Llach o María del Mar Bonet, entre tantos otros catalanes; Lourdes Iriondo, Xavier Lete, Benito Lertxundi y Oskorri, en Euskadi; y Elisa Serna, Julia León, Adolfo Celdrán, Luis Pastor, Aute o Pablo Guerrero entre los que, siendo o no madrileños, cantan en Madrid.
Benedicto graba en gallego en 1968, y con él lo hacen Xerardo Moscoso, Vicente Araguas, Suso Vaamonde, Miro Casavella o Bibiano, primero, y Milladoiro, Fuxan os Ventos o Na Lúa después. También en el 68 graba José Antonio Labordeta, al que seguirían en Aragón La Bullonera, Joaquín Carbonell o Tomás Bosque. En Canarias, Los Sabandeños abren en 1963 un camino que seguirían, con diferentes estilos, Los Gofiones, Chicaneiros, Mestisay, Taburiente o Caco Senante, entre muchos otros. Al Tall libran su batalla desde Valencia casi en solitario hasta hoy mismo.
El flamenco pone su grito contra la represión en el espléndido "Romance de Juan García", que canta José Menese, quien ya había grabado su primer disco en 1965, y la queja del flamenco se convierte en protesta en su voz y en las de otros cantaores como Enrique Morente, Manuel Gerena, El Lebrijano o El Cabrero, También es andaluz el "Manifiesto Canción del Sur" que, bajo la tutela del poeta Juan de Loxa, se pone en marcha en Granada en 1969 y del que en su momento formaron parte Carlos Cano, Enrique Moratalla, Antonio Mata o Raúl Alcover. Y aún quedan muchos más cuya cita haría esta relación inacabable.
Fueron unos años, hasta 1976, en que la canción española más madura y de mayor calidad se debatió entre la represión y la lucha por hacerse oír. Años en los que se prohibían canciones, se editaban discos cuya radiación se impedía, se suspendían recitales y se multaban cantantes. Pero también años en los que se colaban goles fenomenales en las zonas de libertad que se iban creando a duras penas en las fábricas (en 1966 salen a la luz Comisiones Obreras), en las universidades (en el curso 66/67 se creó el Sindicato Democrático de Estudiantes) y en los barrios (a partir del 68 los clubs juveniles y las asociaciones de vecinos comenzaron a surgir y a tener fuerza).
El régimen vivía una cierta expansión económica y la necesidad de abrirse a Europa dejaba flecos abiertos en la dictadura, aunque la represión siguiera siendo constante. En 1963 había sido asesinado Julián Grimau y todavía en septiembre del 75, con el dictador en formol, asesinan a cinco militantes de ETA y FRAP, resumiendo una lista de víctimas del franquismo tan larga que resulta irresumible. Las prohibiciones de canciones y recitales fueron tan numerosas que no hay forma de contarlas.



PUNTO Y APARTE
1976 marca un evidente punto y aparte en las canciones escritas como oposición al franquismo, Franco ha muerto, y ese es un año epílogo y prólogo. Aún colean (y van a colear por largo rato) las costumbres represivas, pero las cosas comienzan a ser distintas. Ese mismo año son todavía prohibidos los tres últimos recitales de la tanda de cuatro que Raimon ofrece en Madrid con la oposición a la dictadura sentada en la fila cero, pero también en 1976 se celebra el Festival de los Pueblos Ibéricos en la Universidad Autónoma de Madrid, en el que sesenta mil personas escucharon cantar a los cantantes mil veces prohibidos. Ese festival marcó el inicio de los grandes actos masivos, muchas veces motivados por causas directamente políticas o campañas electorales, que iba a ser la tónica dominante en los años sucesivos. Al mismo tiempo fue el punto de inflexión de la canción considerada como un instrumento de cambio social y político, papel que pasaron a desempeñar los partidos políticos, legalizados al poco.
La caja de los truenos, silenciada hasta entonces, se abre y salen de ella angustias y esperanzas reprimidas durante años. La censura desaparece, y aunque los cambios reales no son tantos ni tan profundos como los esperados y ofrecidos, los cantantes pueden actuar con regularidad y sin mayores problemas. Las canciones comienzan a cambiar, los textos se transforman y las músicas varían.
Claro que se hicieron canciones "antifranquistas” durante los años de la dictadura, igual que poemas, novelas, obras de teatro, comics, películas  o cuadros. Porque había que hacerlas y hubiera sido una falta de responsabilidad moral ignorarlo. Canciones buenas y malas, que de todo hubo y hay en estos discos, pero se cantaron las cosas que había que cantar cuando era exigido hacerlo. Y se hizo como se pudo, casi siempre en condiciones de absoluta precariedad, con la mínima infraestructura, sin medios ni maestros, pero sin renunciar en los mejores casos a la preocupación estética que convierte un panfleto en una obra de arte, por mínima y modesta que sea.


Permítaseme, para acabar, dar algunas notas sobre las formas musicales que utilizaron estos  cantantes y sobre su significación artística:
1. La utilización de la guitarra como instrumento de acompañamiento fue un hecho, generalizado. La facilidad para utilizarla con pocos conocimientos (la mayoría de los cantantes eran autodidactas) y la movilidad que permite fueron las razones fundamentales, además del ejemplo que los cantautores de otros países, desde Francia a Estados Unidos daban. Ni que decir tiene que las facilidades para salir corriendo que implicaba ir solo con una guitarra a recitales que eran prohibidos y acababan con cargas policiales no era uno de los motivos menores para esta simplicidad instrumental de los cantautores de aquel momento.
2.  En un principio, el rechazo del folklore como fórmula expresiva fue casi generalizado. Había en ello una indisimulada oposición a la versión "nacionalista" y reaccionaria que de la música folklórica daban los coros y danzas oficiales. Sólo en Euskadi y en Canarias fue el folklore una fuente de inspiración desde el principio, en el resto del Estado habría de pasar el tiempo para que las raíces populares tuvieran un significado crítico en las nuevas canciones.
3.  La musicalización de poemas se hizo práctica habitual. En muchos casos fue un buen sustitutivo para letristas ineptos y compositores cómodos, pero también una forma de popularizar la mejor poesía española, desde los clásicos hasta la generación del 27 y, sobre todo, la poesía social de los 50.
4.  Siempre estuvo presente un cierto grado de experimentalismo y vanguardia. Los casos son múltiples, baste con citar algunos: la búsqueda de un sonido "mediterráneo" en las "Cançons de la roda del temps" de Raimon (1966), los intentos de música de fusión (árabe, flamenca, mediterránea…) de Elisa Serna en su disco "Quejido" (1972), el acercamiento al rock y al jazz en el trabajo de Pi de la Serra en su conjunto, o la inclusión de elementos de la música culta de vanguardia en los "lekeitios" de Mikel Laboa desde el principio, por poner sólo ejemplos paradigmáticos de “cantautores clásicos”.
5.  Aun con la precariedad de los medios disponibles, la canción de autor española prestó creciente atención a los arreglos musicales, rodeándose de un plantel de músicos que hoy se encuentran entre los buenos de todos los estilos: Ricard Miralles, Jordi Sabetés, Toti Soler, Luis Mendo, Miguel Ángel Chastang, Jorge Pardo, Manolo Aguilar, etcétera.
6.  La influencia de los cantautores es detectable sin dudas en otras músicas de la época y posteriores, muy especialmente en lo que se dio en llamar rock con raíces (quizás la música española que directa o indirectamente se enfrentó al franquismo menos representada en esta antología). Influencia directa en muchos de los contenidos de las canciones de estos conjuntos e indirecta en el intento de crear un rock autóctono que rompiera el mimetismo hacia la música del imperio.



Homenaje a las víctimas del franquismo

Mitines y recitales

EL PAÍS. 1 OCT. 1986

Homenaje a las víctimas del franquismo. Joan Manuel Serrat, Carles Engix, Josep Lluís Valdecabres, Brath, Na Lua, Caco Senante, Ramoncín, Elisa Serna, Labordeta, Al Tall, Lluis Miquel i 4Z, Mariá Albero, Suso Valiamonde, Paco Muñoz, Música Nostra, Mamen García, José Menese, El Cabrero, Amaia Casasola, Quintín Cabrera, Pablo Guerrero, Rafael Amor, Urko, Javier Krahe. Templo de Debod. Madrid, 27, 28 y 29 de septiembre.


La mayor concentración de cantantes convocados por un acto político, desde el ya lejano Recital de los Pueblos Ibéricos, en la universidad Autónoma de Madrid en 1976, se ha reunido en los terrenos del antiguo cuartel de la Montaña. El motivo, la recuperación de una cierta memoria colectiva que significa el homenaje a las víctimas del franquismo. Una organización casi perfecta, con la única salvedad de unos prólogos oratorios farragosos y alguna que otra ausencia, justificada con telegramas. Cantantes y canciones muy diversos de los que, por su número, resulta casi imposible hacer un comentario crítico. Sí se presta la ocasión para volver a plantearse las relaciones entre canción y política, entre recital y mitin, tema que fue crucial en los años primeros de la transición y que ahora vuelve la proliferación de actos de este tipo: festivales anti-OTAN, solidaridad con los jornaleros, homenaje a Dolores Ibárruri y tantos otros.
Esa relación mitin-recital llegó a convertirse en una constante en los últimos años de la dictadura, cuando no había recital importante que no hubiera filas cero ocupadas por los todavía clandestinos líderes de los partidos políticos, y en los primeros de la democracia, cuando no había mitin o acto electoral en que los cantantes no tuvieran un papel destacado. Siguieron unos años de distanciamiento en los que muchos cantantes casi hubieron de hacerse perdonar el haberse entregado en apoyo de causas con las que se sentían identificados, mientras intentaban elaborar una obra que ya respondía a otra situación histórica.
De un tiempo a esta parte, quizá, como signo del renacer de una, conciencia política callejera, o, como muestra de la insatisfacción, de cantantes defraudados por la política socialista, la canción vuelve a estar presente en actos políticos. Sin embargo, las motivaciones y la relación con el público son bien diferentes.
El cantante llegó a sustituir, pese a él mismo en muchos casos, al político, que no tenía voz ni voto. Se establecía un proceso de dependencias mutuas en las que siempre llevaba las de perder el cantante. Para muchos se creó una ilusión óptica: miles de espectadores agrupados frente al escenario hicieron pensar que eran el público natural de una canción que aparecía como una muestra de arte comprometido.
Los cantantes cumplían su parte de MIlitancia prestándose a ese juego engañoso que acabó por romperse.
En los últimos años las cosas han cambiado. Las entregas incondicionales parecen haberse terminado; de hecho, en las campañas Electorales la militancia ya importa poco, los cantantes que actúan en mítines y fiestas electorales lo hacen contratados por un caché normal.
En los actos apartidistas algunos cantantes han vuelto a encontrar su campo natural para mostrar que, pese a todo, su actitud ante la sociedad sigue siendo consciente y solidaria, aunque ahora se escriban menos canciones coyunturales y lo que el cantante ofrezca no sea una sustitución del político, sino una actuación más o menos normal.
Público tranquilo
También el público ha cambiado, en composición y actitud. Tranquilos, los miles de asistentes a estos actos corean las consignas con más pudor que antaño, incluso ante las motivaciones más pasionales. Junto a viejos luchadores y militantes, una buena parte del público la componen jóvenes que poco tuvieron que ver con el pasado, pero que acuden al reclamo de nombres conocidos y de: actitudes éticas fácilmente compatibles. Si el desencanto está terminando, esta proliferación de recitales puede ser un síntoma de normalización: el cantante ejerce su derecho a opinar y solidarizarse y el público así lo entiende. Sin crispaciones ni entregas incondicionales, como una actitud válida que permite equilibrar el trabajo creativo con la conciencia crítica.
Cada uno en su sitio, el político en la tribuna y el cantante en el escenario, es posible recuperar el sentido festivo del recital y el carácter reivindicativo del mitin.




jueves, 28 de marzo de 2013


Black Power: La lucha de los negros estadounidenses (1967)




Las cajas de cartón son las tumbas de las que resucitamos en los papeles amarillentos que vomitan cuando las abrimos, recordándonos vidas que ya habíamos olvidado. A lo largo de los años he venido guardando, quizás como laboriosa hormiga que ya pensaba en este futuro vampirizador de jubilado que me ha tocado, papeles y papeles, recortes y recortes, míos o de otro, que he ido trasladando de casa en casa. Cada vez que me he mudado he ido tirando las cajas que no había abierto desde que llegué a la correspondiente vivienda. Consideraba que si durante ese tiempo no has había necesitado es que lo que había dentro era ya un peso inútil. Ahora que he decidido vivir del cuento y de las rentas me he puesto a abrir cajas, que me han vomitado a la cara palabras en negro sobre blanco como para abarrotar una caja de cerillas. Permitidme que comparta algunas, que esto viene a ser como un placer masturbatorio, pero del coco.
En 1970 yo colaboraba en la revista quincenal MUNDO SOCIAL (de la que como reproduciré más artículos tendré ocasión de hablar detalladamente, porque creo que puede merecer la pena). En ella, con apenas 21 años, además de ocuparme de la sección de música, publiqué varios artículos que leídos ahora me sorprenden. Por mi osadía al escribirlos y por la de Carlos Giner y José María Puigjaner., responsables de la revista, por publicarlos.
Uno de mis temas de interés en aquellos años era el de la lucha de liberación de los negros estadounidenses, el Black Power que se llamaba, y a ella dediqué algunos escritos como el que más abajo reproduzco añadiéndole las fotos. No sé cómo llegué a ello, quizás fuera a causa de la audición de discos los de Bessie Smith, Nina Simone, Leadbelly o Sonny Terry que por entonces ya iba conociendo.
Podría parecer un tema antiguo, y lo es. Pero tal vez no esté mal recordar que hoy mismo, hace un rato, en este momento, en algún lugar de la ciudad, sea la que se sea, sigue ejerciendo su labor la hiena insaciable del racismo, la discriminación y la injusticia. El que llegué hasta el final tiene premio. pero no valen trampas de eso de saltarse los gusanitos negros que hay entre imagen e imagen.






TAL vez podamos situar en el año 1510 la primera importación de negros africanos a América del Norte. A partir de entonces se inicia la era del esclavismo moderno; esclavismo, como señala Leroi Jones en su libro “Blues People”, de unas características muy particulares y que incluye como faceta importante la de la consideración del hombre de color como una no-persona. El negro ha sido un personaje intermedio entre el animal y el hombre, no asimilable a aquél por tener algunas facultades humanas, como la de expresarse por medio de palabras, pero, desde luego, imposible de incluir en la especie humana por numerosas razones. La primera y principal era que, de considerarlos personas, tenían que dejar de utilizarse los métodos de explotación normales, lo cual hacía disminuir su extraordinario rendimiento económico. Además, el hecho de reconocerles sus cualidades humanas contribuía a aumentar los remordimientos de los moralistas representantes coloniales del Imperio Británico.
Esta cosificación del hombre de color, subyacente todavía en la gran mayoría de argumentos racistas, puede hacernos comprender casi todas las formas de relación entre el hombre blanco y el de color en USA. Cosificación que persiste aún en los casos en que el blanco toma una postura de total liberalismo y decide conceder algunas mejoras al «infeliz» negro. Cuando en 1862, Abraham Lincoln decide proclamar la emancipación de los esclavos, prevalecen en su decisión no las razones de tipo humano, sino aquellas otras económicas y, principalmente, militares que colocan al hombre de color en un plano de simple instrumento militar, capaz de hacer cambiar el curso de la guerra, creando partidas guerrilleras, desorganización e infinidad de deserciones en el ejército sudista.
No obstante, a pesar de haber sido abolida la esclavitud en 1862, a pesar de la derrota sudista en 1865, los negros no pasan a una situación de normalidad. Las razones de esta inmovilización son principalmente económicas; los esclavos de las plantaciones pasan a ser esclavos industrializados, ocupando el escalón más bajo del proletariado en una sociedad que ha cambiado el algodón por el acero como producto nacional.
Del fin de la Guerra de Secesión a 1870 no pasaron más de cinco años sin que, de una forma u otra, no se reafirmara por medio de tribunales esta abolición de la esclavitud. Reafirmaciones que, naturalmente, no fueron más allá de la simple palabrería, y que mantuvieron en el fondo el mismo sistema de esclavismo disimulado. Ni en 1905 (fecha en que el tribunal supremo proclama la inconstitucionalidad de los White primarios), ni en 1957 (derecho de voto), ni en 1962 (integración de la vivienda), ni en ninguno de los años intermedios en los que mil sentencias personales confirmaron la condena de la segregación, se consiguió otra cosa que seguir manteniendo un sistema de cosas cuyo único fin era la explotación.
Contra lo que puede parecer, y contra lo que numerosos comentaristas (ninguno de color) quieren hacernos creer, el esclavismo ha sido puesto en cuestión durante toda su historia por los propios afroamericanos. Se han podido observar a lo largo de los años, y no sólo en los quince últimos, incontables sublevaciones negras, que toman todos los aspectos posibles: bajo la forma de retorno a África (1778: Free American Society; 1921: Marcus Garvey), revueltas armadas (1831: Nat Turner; 1840: John Brown; 1919: luchas en Chicago), integración (1865: Clubs integrados, Unión Leangues; 1890: Peoples Party) o huelgas (1909: en la Georgia Railroad).
Todas estas acciones han planteado la revisión de la supuesta «novedad» de la revuelta negra, aunque resulta evidente que, a pesar de ellas, es a partir de 1965 cuando la cuestión negra alcanza toda su magnitud, magnitud que se especifica en dos sentidos: en el temporal, pues desde esa fecha, la protesta negra no ha tenido un solo momento de retroceso o descanso, y en el político, ya que ahora lo que se pone en cuestión no es el hecho externo del esclavismo, sino la propia fundamentación del sistema político que lo sustenta.


Bajo el prisma de estas dos causas enfocamos el estudio de estos quince años: su evolución, las posturas enconadas que en ellos surgen, el traslado de objetivos que se observa.
«El 1 de diciembre de 1955, una atractiva costurera negra, la señora Rosa Parks, subió al autobús que recorre el distrito de Cleveland Avenue. Volvía a casa después de su jornada habitual de trabajo en Montgomery Fair, un importante establecimiento. Cansadas sus piernas a causa de haber permanecido de pie largas horas, la señora Parks se sentó en el primer asiento detrás del sector reservado a blancos» (1).
Este es el comienzo de la lucha en Montgomery por la integración en los autobuses, y también una nueva etapa en la lucha de los negros americanos. En ella se revelará la personalidad de un líder indiscutible: Martin Lutero King, que será, por una parte, receptor de las aspiraciones de una gran masa de negros americanos pertenecientes a la pequeña y media burguesía y, por otra, el creador de la nueva forma de lucha no-violenta, directamente inspirada en las tesis de Gandhi y Walter Raushenbusch. El carácter de este pacifismo está claramente explicado por el propio doctor King:
«Si nos enfrentamos a un hombre que ha venido maltratándonos cruelmente y le decimos: «castíganos si quieres, no lo merecemos, pero lo aceptaremos para que el mundo sepa que nosotros tenemos razón y tú no, entonces estamos esgrimiendo un arma poderosa y justa” (2).

Precisamente este tipo de pacifismo es el que durante años va a servir como arma, defensiva más que ofensiva, en la consecución de numerosos objetivos a corto plazo: integración en los autobuses (Montgomery 1955), lugares públicos (Freedom Riders 1961), hoteles (Mississippi 1964), escuelas (Alabama 1966), etc. El resultado es positivo en gran cantidad de casos; una a una los dirigentes de las organizaciones negras van consiguiendo, con el método no-violento, ciertas ventajas superestructurales.
El apoyo de las otras organizaciones negras --Asociación Nacional pro Avance de la Gente de Color (NAACP), Congreso de Igualdad Racial (CORE), Conferencia del Liderazgo Sureño Cristiano (SCLC)--, es pronto incondicional, a pesar de que al principio surgieren algunas protestas desde la derecha. Este apoyo resulta totalmente natural. En primer lugar se trata de un método de lucha de cierta eficacia, y al mismo tiempo no pone en cuestión ninguna de estas dos estructuras básicas: el entramado político y económico blanco, y la seguridad del status social acomodado de la burguesía negra que compone estas asociaciones.
La lucha del negro americano, planteada en términos de Derechos Civiles, presenta una serie de reivindicaciones, como hemos visto, fácilmente asimilables y mantenedoras de la desahogada situación de los miembros militantes. Ahora bien, el problema de los Derechos Civiles es sólo una de tantas declaraciones más que acaban convirtiéndose en papel mojado. Los derechos civiles son problemas de individuos que discuten de igual a igual. Pero la realidad demuestra que lo que está todavía en cuestión es la esencia misma del hombre, su condición de ser humano:
«Los derechos humanos los da Dios. Los derechos civiles son obra del hombre... Nuestra vida debe orientarse al progreso de los derechos humanos... Pedir esos derechos que son don de Dios equivale a trabajar por el poder negro —el poder para fundar instituciones negras de espléndida eficacia» (3).






Este dilema fundamental (derechos civiles-derechos humanos), y un planteamiento real de las bases económicas y políticas de la situación del negro americano, y no simplemente idealistas como hasta hace poco, son el punto de partida del poder negro. El cambio radical operado estriba en que los negros han dejado de suplicar a los blancos para empezar a exigir desde un plano de igualdad real.
Estas diferencias de objetivos y planteamientos las comprenderemos si observamos, aunque sea superficialmente, el origen de las diferentes organizaciones. Mientras los dirigentes y militantes de las organizaciones pro-Derechos civiles, pertenecen a la alta y media burguesía negra: comerciantes, profesiones liberales, clérigos, etc., en el origen del nacionalismo negro que da lugar al Poder Negro, se encuentran elementos de las clases más bajas del país. Malcom X, y como él la mayoría de los militantes musulmanes negros que han evolucionado después hacia posturas revolucionarias han pertenecido al lumpen-proletariado de las grandes ciudades industriales. Los militantes del «Black Power» se encuentran en los ghettos de Chicago, Wats, Nueva York, Detroit, etc., y también entre los elementos más jóvenes de las Universidades.
El origen de numerosos grupos del poder negro, especialmente el SNCC (Comité de Estudiantes No-Violentos) parte de la no-violencia activa, pero la constatación de su eficacia real en los sit-ins, los freedom, Riders, etc., y convicción de que nada tienen que perder en el enfrentamiento directo los lleva hacia posturas más radicales. Tal ha sido la evolución de Carmichael, Julius W. Hobson, etc., e incluso la de los líderes procedentes de una tendencia más nacionalista: Cleaver, Malcom X, Rap Brown y otros.
El término de poder negro fue utilizado por primera vez por Carmichael el 1966, durante una manifestación en Greenville, Mississippi, y ha sido también Carmichael quien ha definido de una forma más ciara su estructura, política y objetivos, en su libro en colaboración con Charles V. Hamilton:
«La gente negra debe orientar y dirigir sus propias organizaciones. Sólo gente negra puedo sustentar la idea revolucionaria —y es una idea revolucionaria esa— de que la gente pueda hacer las cosas por sí misma. Sólo ella puede contribuir a crear en la comunidad una conciencia negra despierta y constante que proporcione la base para la fuerza política. En el pasado, los aliados blancos reforzaron con frecuencia la supremacía blanca sin que lo advirtieran ellos mismos o incluso sin querer hacerlo. La población negra debe unirse y hacer las cosas por sí misma. Tiene que alcanzar la auto-identidad y la auto-determinación para tener cubiertas las necesidades diarias» (4).
Conviene anotar, con todo, que las directrices ideológicas del Poder negro ya habían sido acuñadas bastante tiempo antes por Malcom X, especialmente en los trabajos realizados entre su viaje a la Meca y su muerte, época en que se alejó de los musulmanes negros para desarrollar sus propias teorías sobre la revolución negra.
Como muestra de las diferencias fundamentales entre los combatientes por los derechos civiles y los partidarios del “Black Power”, es preciso analizar las posiciones de estos últimos frentes a problemas que los primeros apenas si llegan a plantearse:


«El Comité Coordinador Estudiantil no-violento asume su derecho de disentir con la política exterior de los Estados Unidos sobre cualquier asunto, y declara su oposición a la intervención de ¡os Estados Unidos en la guerra del Vietnam» (5).
Estas palabras forman parte de una declaración sobre Vietnam del SNCC del 6 de enero de 1966, y no son sino la enunciación de una postura que iba a ser desarrollada y profundizada por todos los dirigentes del “Black Power”, y que iban a extenderse no sólo al Vietnam, sino a todas aquellas ocasiones en que USA ha intervenido en guerras imperialistas (Congo, Santo Domingo, Bolivia, etc...). Este contacto real con las luchas del Tercer Mundo es una característica fundamental del poder negro, que no se considera una circunstancia aislada y particular de Estados Unidos, sino formando parte de un Tercer Mundo en lucha revolucionaria. Esta tesis coincide con las de Guevara respecto a la creación de uno, dos, tres... cien Vietnams. Sobre este punto del internacionalismo son particularmente interesantes las declaraciones de Carmichael a la primera conferencia de la OLAS en La Habana en 1968:
«Los saludamos como camaradas porque cada día se hace más evidente que compartimos con ustedes una lucha común; tenemos un enemigo común: Nuestro enemigo es la sociedad occidental imperialista blanca... Nuestra lucha es para derrocar este sistema que se nutre y expande por medio de la explotación económica y cultural de los pueblos no blancos y no occidentales: el Tercer Mundo» (6).
La principal piedra de toque entre liberales y revolucionarios negros es, sin duda, el punto referente a su postura frente a las estructuras capitalistas en general, y las americanas en particular:
«Resulta imposible que el capitalismo sobreviva, sobre todo si tenemos en cuenta que este sistema no puede subsistir sin alimentarse de sangre. En otros tiempos semejaba un águila; ahora recuerda más bien un vampiro. Antes tenía suficiente poder para tomar la sangre de quienquiera que fuese, sin preocuparse de si su víctima era fuerte o no. Pero hoy está más débil, como el vampiro, y tan sólo se atreve a chupar la sangre de los indefensos. A medida que los pueblos del mundo se liberan, el capitalismo se va quedando paulatinamente con menos víctimas a quienes poder chupar la sangre, y desfallece por momentos. En mi opinión, su caída definitiva es tan sólo una cuestión de tiempo» (7).
Estas palabras, pronunciadas por Malcom X en enero de 1965, son pieza fundamental en toda la política del Poder Negro y del partido de los Panteras Negras. Si trasladamos sus consecuencias a los métodos de lucha advertimos que, si en el primer episodio de los autobuses se podía utilizar la resistencia pasiva, es evidente que ésta no sirve para cambiar las estructuras del sistema.
Si para los liberales y la burguesía negra en general, la alianza con los blancos alcanza niveles muy eclécticos que llegan hasta un Robert Kennedy o, incluso, un Johnson, para los líderes del Poder Negro el tema de la alianza debe solucionarse en función de la capacidad revolucionaria de los posibles aliados blancos:

«La primera cosa que deseo saber, cuando un blanco se le acerca y le informa de los grandes alcances de su liberalismo, es su filiación: si es un liberal no-violento o de la otra clase. No me interesan los liberales blancos no-violentos. Si tú estás conmigo y te interesa mi problema (cuando digo conmigo, quiero decir nosotros, nuestra gente) entonces tendrás que actuar como el viejo John Brown. No hay otro camino». (8)
La participación de los negros en los movimientos blancos, especialmente en las grandes centrales sindícales, fue siempre muy activa, y los resultados obtenidos lo suficientemente pobres como para no intentar nuevamente uniones que pudieran resultar catastróficas. No obstante, saben que esta unión es vitalmente necesaria para el cambio revolucionario que ellos plantean y necesitan. Veamos en qué términos lo presentan:
«Los jóvenes blancos saben que el pueblo de color en el mundo, incluyendo a los afroamericanos, no está buscando venganza para su sufrimiento. Busca lo mismo que el rebelde blanco: el fin de la guerra, el fin de la explotación. Negros y blancos, los jóvenes rebeldes son gentes libres, libres en un sentido que los norteamericanos nunca asumieron en toda la historia de su país». (9)
Con la particularidad de que ahora la colaboración se especifica en términos de eficacia, y no se pide ayuda a los blancos para solucionar un problema negro, sino que se les exige una postura revolucionaria en la solución de su propio problema: el problema blanco.

Como se ve por los planteamientos anteriores, los métodos tradicionales ya no son suficientes para cubrir las necesidades de lucha de los negros norteamericanos. Para integrarse en los autobuses, se podía uno sentar en medio de la calle y esperar a que le expulsaran; para conseguir entrar en un hotel de blancos, se podía practicar la resistencia pasiva, podían ir por la calle, blancos y negros unidos, cogidos de la mano cantando «We Shall Overcome». Pero todo eso tiene un límite. La situación real de los negros no es como la pintan los liberales blancos; no se trata de la posibilidad de adquisición de un despacho de abogado en un rascacielos, sino de acceder al sueldo mínimo con el que sobrevivir en el ghetto; no se trata de la reserva de una habitación en un hotel de lujo, sino de la elevada suma de negros muertos en Vietnam, ni de la utilización del WC de blancos, sino de la práctica del poder en los centros de mayoría de color. Y para la práctica del poder no es suficiente con los ruegos.
El mismo Luther King había puesto en cuarentena su concepto de la no-violencia antes de morir asesinado, y afirmaba entre atormentado y escéptico: «Es ineludible reconocer que la táctica de la no-violencia no ha estado cumpliendo en los últimos años su rol transformador», y aunque todavía no llegaba a prescindir de la no-violencia, es posible que su comprensión del “Black Power” y de sus métodos hubiera llegado a afectarle más de no haber sido asesinado.
El dilema en que se debatió Luther King ha dejado de serlo para la mayoría de los jóvenes dirigentes negros. Todos, o casi todos, lo tienen ya resuelto. Ante la violencia reaccionaria han alzado ya la posibilidad de la violencia revolucionaria como único método eficaz de cambio:
«(El capitalismo)... cuando se saca de encima a Martin Luther King, no tiene ninguna razón que pueda justificarlo. Era el único hombre de nuestra raza que trataba de inculcar a nuestra gente que tuviera amor, compasión y perdón para los hombres blancos. Cuando la comunidad blanca norteamericana asesinó al doctor King la otra noche, nos declaró la guerra. No vamos a llorarlo ni a rendirle homenajes... Vamos a vengar la muerte de nuestros dirigentes. El ajusticiamiento por esas muertes no se producirá en los tribunales. Se producirá en las calles de Estados Unidos de Norteamérica» (10).
A dónde llevará este planteamiento, no lo sabemos. Tampoco nos es muy necesario saberlo. Lo que sí sabemos, y saben los negros norteamericanos, es a qué sitio lleva la integración: al mantenimiento disimulado o no del racismo, a la explotación, a la imposibilidad del cambio cualitativo. Hasta aquí hemos llegado. El mañana se está haciendo ahora mismo.

NOTAS
(1) Martín Lutero King. «El incidente decisivo», del libro «Textos sobre el poder negro». Varios autores.   HALCÓN, Madrid  1968,  pág.  7.
(2) Martín Lutero King.. «Entrevista por Alex Haley»,  del libro «La nueva revolución norteamericana" . Varios   autores. GALERNA, Buenos  Aires, 1968,  pag. 118.
(3) Adam Clayton Powell. Citado por Chuck Stone en «La conferencia Nacional del Poder Negro», del libro «La revuelta del Poder  Negro», de Floyd B. Bourbon. ANAGRAMA. Madrid, 1969. Pág. 200.
(4) Stokely Carmichael y Caries V. Hamilton. «Poder Negro”: SIGLO XXI. México, 1967. pág. 51.
(5) SNCC.. Declaración sobre Vietnam», del libro »La nueva revolución norteamericana». Varios autores. GALERNA.  Buenos Aires, 1968. pág. 205.
(6) Stokely Carmichael.. «Nosotros y el tercer mundo», del libro «Textos sobre el Poder Negro». Varios autores. HALCÓN, 1969, pág, 173.
(7) Malcom X.. «Autobiografía». EDIMA. Barcelona, 1967. pág. 283.
(8) Malcon X.. En el libro «La Protesta Negra». Varios autores. ERA. México DF, 1965. pág. 138.
(9) Edridge C!eaver. «Represión, liderazgo y alianza con los blancos», del  libro «La nueva revolución norteamericana». GALERNA.   Buenos  Aires,   1968.  pág.  344.
(10) Stokely Carmichael.. «Después de la muerte de Lutero King”, del libro «La nueva revolución norteamericana». GALERNA. Buenos aires, 1968, pág. 313.
Albert Pla. "Joaquín el necio".
En todas partes se siguen cociendo habas




miércoles, 27 de marzo de 2013


Poemas últimos. Testamonios y zarandanzas



Desde mi adolescencia más granujienta he venido escribiendo poemas con regularidad. Eso sí, a la velocidad de un verso cada quince días (si pasa de endecasílabo, que en ese caso tardo más. En los últimos tiempos, años, casi una década he venido dándole vueltas a una colección de líneas cortas que he titulado “Testamonios y Zarandanzas”, que ahora que voy a colgar alguno me doy cuenta que son poemas de viejo. ¡Me cago en sus muertos!

Los dibujos se los he cogido prestados a Cristino de Vera, que me parecen adecuados con el tono testamentario que encuentro en los textos. Él sí que es un artista.






TESTAMONIO 1
(Para los que amo)


No soy de los que dicen (permitid la licencia)
haced lo que yo digo,
más no hagáis lo que yo hago.
Al contrario, seguid mi ejemplo:
vivid lo que soñéis,
soñad lo que vivís.
Romped con el martillo las puntas de una estrella
y olvidaros después
que existe La Gotita.

Pero sabed
que al final siempre llega,
con el PC en su maleta
y en la cabeza su sombrero hongo,
la negra sombra del recaudador de impuestos.




TESTAMONIO 3

Se acerca la hora y la inquietud es cierta.
Certidumbre del ser y del no ser.
Incógnita del cómo.
Incógnita del cuándo.

Y después…
allá me las den todas.
Yo en la nada.





TESTAMONIO 5

El puente de la vida es largo,
cruza del no sé dónde al no sé qué.
Si quieres llegar salvo a la otra orilla
no desprecies el vértigo de los abismos.




ZARANDANZA 6

“Cuando eres joven tienes la tentación de ser muchas personas diferentes, pero es algo que poco a poco desaparece, hasta que descubres que el lugar más confortable es ser quien eres”
Liv Ullmann
“El País”, 29-09-07


Guardo en un cajón
caretas varias:
de clown, de saltimbanqui,
de señor enojado,
de bueno,
de poeta,
de viva Cristo Rey, que si muere resucita.

Incluso tengo una, de rictus agotado,
que me pongo los días de infinito cansancio.

Las guardo en el cajón de una cómoda vieja
y muy de vez en cuando
con un plumero rojo les voy quitando el polvo.

A veces en la calle
veo desconocidos
que han comprado sus rostros
en esa tienda oscura donde yo mismo los compro.





TESTAMONIO 6
(Para el Resi, que nos salió poeta)

Que quede escrito:
Odio la pulcritud del jardinero
que ordena en implacables filas sus parterres.

Odio la rectitud de sus líneas,
la claridad de sus perfiles,
la inútil profundidad de sus perspectivas,
que a lo lejos confunden
la última luz del día
que se oculta en la noche.

Pero puestos a odiar, lo que más odio,
aquello que en verdad me encorajina y enrabieta,
lo que, vaya por dios, más me cabrea,
son esas flores temerosas y opacas
que esconden la cabeza del tirano
y no se atreven
a desafiar el filo homicida de las tijeras.