viernes, 28 de marzo de 2014

PUERTO DE ALICANTE, 1939. La última resistencia.




En los confusos y crueles últimos días de la guerra civil española, el puerto de Alicante se convirtió en la última puerta de salida de España, aquella que podía permitir a los fieles a La República, soldados, funcionarios, políticos, sindicalistas, y muchos hombres y mujeres sin otra connotación que el miedo, escapar de la represión franquista que se acercaba. Este fin de semana se celebra en Alicante con diversos actos el 75 aniversario de aquellos acontecimientos.

Desde la caída de Cataluña en febrero de 1939, que motivó el exilio de cerca de medio millón de españoles a través de los Pirineos, el territorio que todavía se encontraba en manos del gobierno republicano se había ido reduciendo a pasos agigantados. El 28 de marzo las tropas rebeldes entraron en Madrid y en los días sucesivos fueron cayendo las pocas ciudades que aún quedaban: Ciudad Real, Jaén, Cuenca, Albacete y Almería. La huida de la flota republicana de Cartagena al puerto tunecino de Bizerta privó a los republicanos de unos medios de evacuación esenciales, por lo que a lo largo de aquellas últimas semanas numerosos fugitivos fueron acudiendo a Alicante con la esperanza de embarcarse en algún barco que les llevara a Orán o América.
A lo largo de ese mes diversas naves consiguieron salir del puerto alicantino con un buen número de exiliados: El Winnipep, el Marionga, el Ronwyn o el African Trader. Incluso desde puertos cercanos como El Campello, Vila Joiosa, Santa Pola o Torrevieja hubo quienes huyeron hacia el norte de África en simples y sobrecargadas barcas de pesca, antecedente histórico de las pateras que en la actualidad realizan el recorrido inverso.
El último barco que logró zarpar fue el Stanbrook, que salió de puerto el 28 de marzo con 2.638 pasajeros. Pocas horas después también partió el Maritime, aunque tan sólo con 32 refugiados a bordo, preferentemente autoridades.
En el puerto quedaron un número indeterminado de personas, que según varias fuentes pudieron rondar las 40.000, todavía con la esperanza de ver llegar un barco que les salvase. En lugar de ello, el 30 por la mañana, después de una noche de lluvia y confusión, vieron acercarse las naves que trasportaban a las tropas fascistas mandadas por el general Gamboa, que ocuparon la ciudad hasta que, al día siguiente, llegaron los batallones 121 y 122 del ejército sublevado, que sustituyeron a los soldados italianos que habían desembarcado inicialmente.
Más de 40 personas, según constató el propio general Gamboa, se suicidaron en el puerto de Alicante para no entregarse a los italianos y a los franquistas. La mayoría de los que quedaron fueron rodeados por los ocupantes y trasladados en primer lugar al llamado Campo de los Almendros, en la carretera de Valencia, y encerrados en prisiones improvisados como los castillos de Santa Bárbara y San Fernando, los dos cines de la ciudad o los campos de concentración de Albatera, Alcoy y Callosa de Ensarriá. Muchos comenzarían en ellos largos periodos de encarcelamiento en diversos penales por los que luego fueron repartidos.



Esta historia del puerto de Alicante la conozco bien, pues no en vano la escuché una y otra vez en mi infancia. E incluso ya metidito en años. Mi padre estuvo allí y era dado a contar su vida, especialmente los episodios de guerra y cárcel. Lo hacía francamente bien, narraba con coherencia y detalle, quizás por lo representado que lo tenía, gesticulaba, se levantaba e imitaba el volar de los aviones o el avance de los tanques, de una de cuyos batallones había sido Comisario Político. “¿Esto te lo he contado ya?”, preguntaba retórico en sus últimos años cuando se disponía a endilgarte por centésima vez cualquier aventura pasada. “Sí, padre, varias veces”. Se quedaba pensativo, soltaba un “bueno…” y seguía impertérrito con lo que andara contando. Una de las veces le puse delante un magnetofón. Lo que sigue es la transcripción de aquellas vivencias. Mi mejor herencia familiar.


 Cantan: Ricardo Solfa y Javier Batanero
Letra: Antonio Gómez
Música: Antonio Resines



Recuerdos del puerto de Alicante
Antonio Gómez Marín
De “COMUNISTAS. Memorias de lucha y clandestinidad


Los barcos llegaron después de comer. Al principio creíamos que eran franceses y que nos llevarían a Orán, pero me asomé a la orilla del muelle y vi que venían de Valencia. No jodas, decían algunos compañeros cuando les expliqué que eran fachas. Pero a la hora o así vimos que pasaban desfilando por delante de nosotros cantando una canción italiana.
Desembarcaron, se hicieron cargo del puerto de Alicante y nos obligaron a formar a todo el mundo. Nos pusieron en fila y un soldado nacional me pidió el maletín que había llevado durante toda la guerra; le contesté que si ellos eran también ladrones y me lo quedé. Todavía lo conservo. Desde allí nos llevaron al Campo de los Almendros, que le llamaban, cerca de la ciudad. Estuvimos en él dos o tres noches y luego nos trasladaron a la plaza de toros. Lo primero que vimos al entrar en ella fue al cura. Se me cayó el alma a los pies.
Un sargento con gafas, alto y delgado, que estaba acompañado por cuatro o cinco franquistas, se encargaba de hacer la selección. A mí me mandó al patio de caballos, que es donde parece ser que metían a los que creían que habían sido mandos del ejército republicano. Aunque no dije a nadie que había sido comisario, se debieron oler algo, porque era un poco mayor que los demás, ya tenía treinta años, y además vestía un traje de cuero y llevaba el maletín.
En aquel patio de caballos debíamos ser unos trescientos. Lo primero que hicieron fue registrarnos, y vi que a los compañeros de delante les quitaban todas las cosas de valor que pudiera llevar. Como no quería darles ese gusto, tiré al suelo el reloj y la pluma que llevaba desde el principio de la guerra y los pisoteé. En el maletín guardaba una manta, que nos serviría después para taparnos durante las noches, y el bote de perborato para lavarme los dientes, aunque no tenía cepillo y tampoco lo necesité mucho.
Aquel jamón nos vino muy bien y nos permitió comer durante unos días; a mí y a los dos compañeros con los que lo compartí, porque no podía repartirlo entre todos los que estábamos allí, ya que no hubiéramos tocado a nada. Eran un anarquista valenciano, Eliseo Martínez, y un capitán socialista extremeño, del que no me acuerdo el nombre. Nos hicimos con una lata y por las noches, escondidos debajo de la manta, cortábamos un trozo con el filo y nos lo comíamos.
Un día se corrió la voz de que nos querían sacar a todos, meternos en un barco y tirarnos al mar, pero no lo hicieron. A los pocos días nos trasladaron a la cárcel de Alicante, que es donde fusilaron a José Antonio, y allí nos tuvieron un mes entero dándonos de comer un chusco para cinco o seis y dos sardinas en lata. Eso para todo el día. Un par de días antes de trasladarnos al fuerte de San Fernando nos pusieron lentejas, que hacía un montón de tiempo que no catábamos, y a todos les entraron unas diarreas tremendas, que hasta se lo hacían allí, en medio de la nave. A mí no me hicieron daño, aunque después estuve cerca de quince días sin hacer de vientre. Por esas fechas un oficial viejo me quitó la manta en una formación.
En aquella cárcel estuvimos bastante tiempo. El militar que mandaba era un teniente coronel del Tercio, Pimentel creo que se llamaba. El día que le relevaron del mando nos echó un discurso: Cuando me hice cargo de vosotros creí que me hacía cargo del detritus de España y ahora me voy convencido de que aquí dejo lo mejor de España, nos dijo.
A los legionarios les relevó el regimiento de infantería de San Quintín, que nos trataron todavía peor y nos daban una comida aún más mala y escasa. Como no teníamos duchas ni nada nos llenamos de miseria. Dormíamos vestidos, porque a la intemperie no podíamos desnudarnos. Al ver que había tanta miseria trajeron una cisterna con una ducha y pudimos lavarnos un poco, pero sólo eso y con un frío del demonio.
Después de San Juan del año 39 nos trasladaron al castillo de Santa Bárbara, en el mismo Alicante, donde estábamos en tiendas de campaña y la familia podía ir a vernos. Escribí entonces a mi madre, que me mandó un mono, una camisa y un pantalón de pana, y con eso ya pude cambiarme de ropa. A mí no iba a visitarme nadie, porque mi madre estaba en Madrid y mis hermanas y hermanos no podían, pero a Eliseo Martínez, que era valenciano, le visitaba su mujer. El 23 de diciembre comunicó con nosotros y nos dijo que al día siguiente nos iba a traer un buen paquete, para que al menos la Nochebuena comiéramos bien. Pero el 24 al amanecer nos levantaron y nos llevaron a la estación, nos metieron en un vagón de ganado y nos tuvieron todo el día sin desayunar, sin comer y sin cenar. Allí todos hacíamos nuestras cosas en el vagón, por lo que aquello era un asco.
A las tres de la madrugada el tren empezó a moverse. Cuando se paró miramos por las rendijas y estábamos en la estación de Elche. Allí nos encerraron en una naves grandes, que lo único bueno que tenían era que el suelo era blando. Unos moros pusieron un puesto de dátiles y con cinco duros que me habían mandado de casa compré unos cuantos y nos los comimos entre los tres que andábamos siempre juntos. Es lo único que entró por nuestra boca aquel día tan señalado. Hasta que Eliseo no escribió a su mujer no supieron nuestras familias lo que nos había pasado, porque cuando llegaron a comunicar con el paquete les dijeron que no sabían dónde nos habían enviado y que se volvieran por donde había venido. Hay que ver que hijos de la gran chingada son, pensé en aquella ocasión, basta que sea nochebuena para que nos jodan más todavía. Desde entonces no me ha gustado nunca celebrar esa fiesta.








        

                  


miércoles, 26 de marzo de 2014

ARMANDO LÓPEZ SALINAS (1925/2014)

Armando
(31.12.1925 - 25.3.2014)





Haber compartido momentos de mi vida con gente como Armando es uno de los motivos, uno de los más importantes, por los que me siento orgulloso de haber militado en el Partido Comunista de España. Él, como Simón, como Marcelino, como Lobato, como Díaz Cardiel, como Sandoval o como tantos otros camaradas anónimos formaron parte de las personas que a lo largo de mi vida han ido dejando en mí un poso de enseñanzas que han configurado no sólo mi pensamiento político, sino, sobre todo, mi concepto moral de la vida. Su ejemplo de honestidad, de entrega a un ideal, de constancia en la lucha, de generosidad y de coherencia, más que sus discursos, ha constituido un modelo humano sobre el que he intentado irme construyendo hasta ser tal como soy, bueno o malo.

A Armando López Salinas le traté quizás más que a los otros, tal vez porque él era responsable en Madrid de lo que se denominaba comité de “arte y cultura” y yo un jovenzuelo metido en esa cosa tan moderna de la canción al que se le hacía el culo gasolina por compartir reuniones presididas por Armando, y normalmente en casa de Miguel Bilbatua, con intelectuales de la talla de Alfonso Sastre, José María Moreno Galván, Alfonso Grosso, Aurora de Albornoz o Juan Antonio Bardem. Posteriormente seguí manteniendo contacto casual, pero frecuente, con Armando. No ya militante, pero sí de profunda identidad política y simpatía personal creo que común, en manifestaciones o actos de todo tipo. La última me parece que fue en un cumpleaños de Elisa Serna y el encuentro fue tan afectuoso como siempre.

Cualquiera que en los últimos veinte años de dictadura se moviera en el terreno del antifranquismo de cualquier tendencia, o en el de la policía y los represores del régimen, sabía quién era Armando, no hacían falta apellidos para identificarle. No sólo por su obra como novelista, que en aquellos años tenía todavía una importante repercusión, sino porque fue quizás, con Simón, la primera persona de la que se sabía que era militante y dirigente de un PCE en la clandestinidad. No lo proclamaba, pero su intensa actividad pública lo hacía evidente.

Armando López Salinas suicidó su carrera literaria por la militancia política. Y cuando escribo suicidó no es una metáfora o un eufemismo exagerado, pues realmente abandonó la escritura obligado por las exigencias de la lucha clandestina. No debió ser una decisión fácil y no sé yo si no debió atormentarle en algún momento posterior de su vida. En cualquier caso no perdió la intención de escribir. Algún día, quizás, cuando las exigencias de la acción política se hubieran relajado.

Cuando a finales de los años noventa le entrevisté con la intención de escribir un libro que se iba a titular “Comunistas. Memorias de lucha y clandestinidad” (que finalmente ha acabado en este blog), hablamos sobre el tema. Fue una larga conversación en el pequeño despacho que se  había construido en la mínima terraza de su casa en la plaza Peñablanca, en los aledaños del metro de Quintana, que había acristalado en su momento y que siempre había estado tapizada de libros del suelo al techo. El mismo despacho en el que en otros años más difíciles nos habíamos reunido por urgencias más perentorias.

Le pregunté si había seguido escribiendo y me contó un proyecto que tenía en cabeza y que me fascino. Armando, que había escrito libros de viajes tan destacados como los que hizo por Las Hurdes (con Antonio Ferres), por Andalucía (con Alfonso Grosso), o por Galicia (con Javier Alfaya); relatos viajeros en los que daba un paso adelante sobre el modelo puesto de moda por Cela, indagando más allá de la belleza del paisaje y el tipismo de personajes y situaciones para adentrarse en la realidad más profunda de los pueblos que habitaban cada tierra, se estaba planteando escribir de un nuevo viaje. Y era viaje novedoso y absolutamente contemporáneo. Quería relatar un largo recorrido por las distintas líneas del Metro de Madrid, y a través de él contar Madrid, sus barrios y sus gentes, aquí y ahora, los problemas, anhelos y esperanzas de las personas que utilizan en sus desplazamientos el más modesto de los medios de transporte, el que corresponde a la humanidad a la que él siempre perteneció y a la que sirvió con dignidad ejemplar, la de los desheredados de la tierra.

No sé si continuó con el proyecto. En otras ocasiones le pregunté por él, pero siempre me vino a responder que así, así. Por fortuna, en estos últimos años de vida pudo ver la reedición de algunas de sus obras más significativas y el respeto que despertaban, su obra y su persona, entre las nuevas generaciones. En 2007, la editorial Adhara publicó “Crónica de un viaje y otros relatos”, con escritos de mediados de los sesenta, que está accesible y recomiendo. También me parece muy recomendable la novela “Año tras año”, aunque en este caso de más difícil acceso, pues en una desidia imperdonable no se ha reeditado en España desde que ganara en París el premio Antonio Machado y fuera publicada por Ruedo Ibérico en 1962.

Dado que la mejor manera de conocer y recordar a un escritor, y Armando lo era, es entrar en su obra, lo que pienso que no tiene excusa es no leer “La mina”, sin duda su mejor novela, finalista del premio Nadal en 1959, que ha sido reeditada en 2013 por Akal y está plenamente disponible. La mina”, admirada y aplaudida en su momento por unos, los más “comprometidos”, que la consideraban un relato estremecedor de la clase obrera en aquellos años, y maltratada por otros, los más “exquisitos”, que la tenían por un ejemplo paradigmático de aquella “literatura social” que detestaban, la novela de Armando López Salinas, que he releído hace tan sólo dos o tres años en un repaso a su trabajo, transciende con mucho el momento histórico en que fue escrita y sobre el que trata. Es, ante todo, un retrato estremecedor de una humanidad que aún sigue esperando, y luchando, por sus utopías, tan imposibles, aunque tan necesarias.

En recuerdo a Armando, y a Simón, Lobato, Marcelino y todos los anónimos, quiero dejar esta canción que Raimon escribió para y sobre Gregorio López Raimundo, otra persona de similar estatura moral.




Recuerdos de infancia
Armando López Salinas
De “Comunistas. Memorias de lucha y clandestinidad”


“Recuedo en aquellos días la llegada de las columnas fascistas a las puertas de Madrid, cuando surgió, y luego se hizo universal, el nombre de la quinta columna, de la que había hablado el general Mola, que eran los fascistas, los falangistas, la derecha que había quedado en Madrid y que se aprestaba desde el interior a ayudar a las cuatro columnas que presionaban sobre la capital para propiciar su caída.

“Eran días en los que, en mi barrio, como en otros de Madrid, se levantaban barricadas con los adoquines de las calles para dificultar e impedir la entrada de las tropas franquistas, que ya acosaban la Casa de Campo por el rio Manzanares y que habían llegado hasta la Ciudad Universitaria. Eran días de gran tensión, de mítines callejeros, mítines relámpago en las calles, días en los que algunos combatientes iban a las líneas de fuego, hacía Carabanchel y otras zonas, incluso montados en los tranvías que llegaban hasta la misma orilla del frente. Recuerdo los bombardeos de la aviación italiana, alemana, combates aéreos sobre el cielo de Madrid y a las gentes que salíamos a las calles a contemplarlos. El cielo por las noches se iluminaba y las gentes corrían hacia los refugios o hasta las estaciones de metro con colchones, con agua, para pernoctar en algunos andenes y así evitar ser las victimas que los bombardeos pudieran producir. Eran días en los que yo andaba en el instituto de bachillerato, en el que había empezado a estudiar por entonces, que estaba cerca de Alonso Martínez. Iba desde mi casa andando todos los días. Son recuerdos que tengo muy grabados, porque yo, con mis once años, andaba medio enamoriscado de la profesora de literatura que nos hacía leer el Platero y Yo de Juan Ramón Jiménez.

“Recuerdo aquellos días, las fogatas que hacíamos los chicos en medio de la calle, los juegos de guerra. Cuando bombardeaban desde el cerro de Garabitas y la Casa de Campo, o cuando llegaban los junkers alemanes o los caproni italianos a bombardear Madrid, en mi calle cayó alguna que otra bomba y se produjeron algunos muertos, también por las balas perdidas que llegaban desde la Ciudad Universitaria a través de las calles de Abascal o de otras cuyo nombre ahora mismo no recuerdo del todo. El carnicero del barrio, que era un hombre de Izquierda Republicana y presidente del comité de mi casa, aquellos comités que entonces se crearon, era aficionado al teatro, y cuando los vecinos nos refugiábamos en el sótano para huir de las bombas nos hacía representar algún acto de alguna obra teatral para entretenernos. En ese sentido recuerdo, y esto puede parecer una ficción literaria, pero a veces la realidad supera a las ficciones, que cuando el 7 de noviembre bombardeaban Madrid y parecía que la capital iba a caer y las gentes acudían armas en la mano, los que las tenían, a taponar las brechas que se habían abierto en los frentes, en el mismo sótano en el que nosotros representábamos un acto de Fuenteovejuna, los trabajadores carroceros de un garaje paredaño a nuestra finca, doscientos o trescientos, aprendían, enseñados creo que por un cabo, a manejar el fusil e inmediatamente salían hacía la Universitaria cargados con aquellos mosquetones viejos.

“Recuerdo aquel tiempo y más tarde los tiroteos de aquella quinta columna, los muertos en la calle, nuestros y de ellos, pues si se cogía a algún miembro de la quinta columna, cuando todavía no estaba organizado el ejército republicano y aún no funcionaban los tribunales de guerra, eran pasados por las armas inmediatamente, allí mismo, donde les cogían. En el campo de las Calaveras, un antiguo cementerio que estaba donde hoy creo que está situado el campo de deportes de Vallehermoso, a cuyos patios la chiquillería del barrio íbamos a jugar al fútbol, algunas mañanas aparecían los cadáveres de miembros de la quinta columna fusilados.

“Los chicos en la calle, la libertad de entonces, las lecturas. Recuerdo aquel tiempo a través de los pocos libros que había en casa, en aquel tiempo y antes: las Novelas del Sábado, que eran de editoriales anarquistas, en las que escribían Federico Urales, Eliseo Reclus y otros. Aquellas fueron mis primeras lecturas, antes que las de Marx, Lenin y otras, junto a los libros de Bill Barnes, el aventurero del aire; Doc Savage; el comic, creo que norteamericano, donde aparecía Merlín; el Hombre Halcón; Dal Arden, el Principe Valiente. Y también lecturas de Los tejedores, de Haupman, de las novelas de Vargas Vila y, cómo no, del Catecismo Revolucionario de Bakunin y otros libros de teóricos anarquistas que andaban por mi casa, leídos no sin muchas dificultades y con poca comprensión, pero que de todas maneras formaron parte de mis lecturas de niño y de muchacho.

“Recuerdo la muerte de Buenaventura Durruti1, la llegada de las Brigadas Internacionales a Madrid, su desfile. Es en aquel tiempo y en el anterior donde se fue conformando en mi, a partir de todo ello, con mi padre, sus amigos, las gentes de todo el barrio, una conciencia rebelde; quizás todavía no delimitada en tal o cual corriente política, pero en todo caso yo viví desde niño de una manera muy directa, muy inmediata, la conciencia de clase. Las huelgas, las manifestaciones, el no tener dinero en casa, el vivir de la solidaridad de los compañeros de mi padre en los momentos de huelga, todo eso fue formando en mi una conciencia que más tarde, años después, se transformó en el activismo político que me llevó a las filas del Partido Comunista.

“La guerra civil terminó en Madrid con la derrota de la República, pero yo diría que no sólo de la República, sino con la derrota de muchas formaciones políticas que pretendían y creían y deseaban que aquella república de los trabajadores, de la que hablaron en su día tantos y tantos escritores, fuera una realidad. Aquellos sectores obreros habían esperado de la República una mejora en sus condiciones de vida que se habían venido frustrando, y la derrota de la guerra civil, la derrota de la guerra nacional revolucionaria, llevó a España a una situación como la que vivieron millones de españoles, el pueblo de los vencidos, tras abril de 1939.”









martes, 25 de marzo de 2014

Amancio Prada. Sonetos del amor oscuro. Federico García Lorca. Entrevista y reseñas (1986)

Amancio Prada. Sonetos del amor oscuro. Federico García Lorca.
Entrevista y reseñas (1986)





Encuentro entre otros papeles el programa de mano con el que Amancio Prada presentó sus versiones de los “Sonetos del amor oscuro" de García Lorca en el Teatro María Guerrero de Madrid en abril de 1986. Me parece un buen motivo para reproducirlo, acompañado con los tres artículos que sobre este trabajo escribí en El País.

Folleto y artículos me parecen vistos hoy un día, un signo claro del paso del tiempo y de la muy diferente consideración que la música popular y la propia cultura tenían antes y ahora en los medios de comunicación.

Aunque sólo sea por la posibilidad de confrontar algunos de los hermosísimos sonetos originales con las canciones resultantes, pienso que merece la pena seguir hasta el final. O pasar directamente a él.






Amancio Prada pone música a los 'Sonetos del amor oscuro', de Lorca

EL PAÍS. 28 ENERO 1986

La musicalización de los Sonetos del amor oscuro, de Federico García Lorca, será el próximo trabajo del cantante y compositor Amancio Prada, que ayer presentó en Madrid el proyecto en compañía de Lluis Pasqual, director del Centro Dramático Nacional, organismo que coproducirá el espectáculo y que lo estrenará en la primera semana de abril. "Desde que acabé el trabajo sobre el Cántico espiritual, de san Juan de la Cruz, estaba buscando unos textos que me permitieran hacer un trabajo extenso, unitario, de largo aliento. Lo encontré cuando leí los Sonetos del amor oscuro, que son a la vez lo más clásico, lo más moderno y lo más actual que escribió el poeta. Para mí, están entre lo más entrañable de su poesía", declaró Prada.

Aunque algunos de estos sonetos habían sido ya traducidos y publicados en Francia, no fue hasta una edición pirata editada en Granada en 1984 cuando se dieron a conocer, después de una larga polémica sobre su existencia. Prada, que ya había musicalizado en su penúltimo disco dos poemas de Lorca, La guitarra y Danza da lua de Santiago, afirmó no haber tenido ningún problema con la familia de García Lorca, que siempre se ha mostrado escrupulosa en los trabajos realizados sobre la obra del poeta.

"No he tenido ningún problema; al contrario. Desde que tarareé las dos primeras musicalizaciones, a Manuel Fernández Montesinos le gustaron. Al tenerlos acabados, le he escrito y ya cuento con el permiso de la familia", indicó Prada, quien también aclaró algunos de los aspectos musicales de la obra: "Al principio, comencé a componer sobre una simple línea de piano; poco después, empecé a crear las canciones siguiendo sólo la línea melódica, sin instrumentos, porque creo que, si la melodía de una canción es buena, la canción se sostiene; es como el esqueleto de la canción, que ha de ser sólido desde el principio. La idea es montarlos con un pequeño grupo instrumental, piano, guitarra y percusión, al que añadiremos en directo algún instrumento más, pero no mucho".

Agustín Serrano, pianista que acompaña a Prada en los últimos años y que ha hecho también los arreglos de sus discos más recientes, será igualmente el responsable de los arreglos y la dirección musical del espectáculo, que contará con la dirección escénica del propio Lluis Pasqual.

"Quizá dirección sea mucho decir", afirmó el director teatral; "en realidad, se debería hablar de crear un clímax a partir de algunos mínimos elementos escénicos, como la luz o el movimiento sobre el escenario, todo ello al servicio de los poemas de Lorca y la música de Amancio".

El espectáculo será estrenado con motivo de los actos que alrededor del cincuentenario de la muerte del poeta organizará el Centro Dramático Nacional, que tendrán su punto culminante en el estreno de la obra El público.

Prada ha presentado este proyecto justamente cuando acaba de aparecer su último disco en el mercado, un trabajo que, con el título de Dulce vino de olvido, reúne canciones con texto del propio cantante y musicalizaciones de poemas de Carmen Martín Gaite, Isabel Escudero y José Agustín Goytisolo, además de una canción de Chico Buarque de Holanda adaptada por Francisco Umbral.



 



Soliloquio de pasión

EL PAÍS. 4 ABR 1986

Sonetos del amor oscuro. Amancio Prada sobre poemas de Lorca. Agustín Serrano (piano, arreglos y dirección musical), Pedro Iturralde (saxos), Bruno Vidal (guitarra bajo) y Carlos Carli (batería). Coordinación escénica: Lluís Pasqual. Teatro María Guerrero. Madrid, 2 de abril.

La musicalización de poemas ha sido uso y abuso habitual en la canción popular española durante años. Los poemas han servido como excusa, pretexto y coartada culturalista o didáctica, pero también como un rico soporte literario para canciones muchas veces mediocres y en algunas ocasiones, las mejores, parte indisoluble de buenas composiciones. Amancio Prada ha sabido siempre encontrar las músicas que, además de enmarcar y acentuar con rigor e inspiración el valor del poema, le aislaran de su autor original para integrarlo en una obra propia y personal del cantante de coherencia singular. En esta ocasión, con la transformación en canciones de los Sonetos del amor oscuro ha afrontado un desafío complejo y difícil que resuelve con brillantez.

La estructura cerrada del soneto obliga a un esfuerzo creativo para singularizar cada poema en una canción diferenciada. Amancio Prada ha resuelto de manera similar cada texto: tras la interpretación íntegra del soneto donde expone las líneas melódicas principales, ha añadido a manera de coda ligeras variaciones, repitiendo unas u otras estrofas hasta completar el desarrollo de cada tema, creando un clima y una tensión propias y diferentes entre sí, con resultados muy hermosos.

Amancio Prada ha venido haciendo siempre la misma música, pero dotándola de coloridos distintos según las diferentes formaciones instrumentales con que ha ido tocando. Los sutiles arreglos de Serrano, su interpretación al piano junto a la de Iturralde al saxo, ambas impecables, y una sección de ritmo en la que utiliza por primera vez la batería, crean un ambiente de reposada tensión interna, de pasión contenida, realzado a la perfección por el trabajo escenográfico de Pere Francesch y la coordinación escénica de Lluís Pasqual, apenas insinuada pero aportando matices que enriquecen el sentido final de las canciones.

Todo el recital encierra en sí la esencia del espectáculo teatral. Amancio Prada lo ha sabido siempre y en esta ocasión ha entrado a fondo en el tema, utilizando luces y sombras, situaciones y sutiles movimientos escénicos para completar un recital que se presenta como un largo soliloquio sobre la pasión amorosa, de desarrollo lineal y estructura cerrada, sin crestas ni altibajos, sin alardes ni espectacularidades gratuitas. En resumen, 45 minutos de canción sin fisuras. No podía ser de otra forma; la breve duración y la concentración expresiva eran condiciones indispensables para lograr el clima buscado. Hay, sin embargo, en toda la obra de Amancio Prada una cierta propensión al formalismo, que roza el riesgo del amaneramiento no sólo gestual sino también interpretativo en general. Ese formalismo puede conducir a una relativa frialdad en el espectador. En cualquier caso el trabajo del cantante, todo él en general y éste en particular, no se presta a la escucha bulliciosa y extravertida, sino a la recepción introspectiva de unas canciones de innegable belleza.



Amancio Prada canta a Lorca

 EL PAÍS. 8 NOV 1986
Agustín Serrano (piano), Pedro Iturralde (saxo), Bruno Vidal (bajo) y Carlos Carli (batería). Teatro María Guerrero. Madrid, 6 de noviembre.

Nueva presentación de los Sonetos del amor oscuro, de García Lorca, que Amancio Prada ha convertido en canciones y que ya interpretara en Madrid el pasado abril. Poco que añadir a lo entonces dicho: musicalizaciones complejas resueltas con brillantez y acierto, arreglos e instrumentación impecables basados en la sobrada calidad de los cuatro músicos participantes y un neto sentido del espectáculo, medido y cuidadoso, que con elementos mínimos crea un espacio escénico en el que se acentúa el carácter intimista de las canciones. Si acaso, un punto saturado de dramatización interpretativa que a veces subraya innecesariamente el texto de los poemas.

Para esta ocasión Amancio Prada ha añadido a los 11 sonetos ya musicalizados con anterioridad otras seis canciones nuevas compuestas sobre poemas de Federico García Lorca, tres propias y tres realizadas por Paco Ibáñez en su ya lejano primer disco de 1969.

Dos partes nítidamente diferenciadas que se diferencian con un entreacto y concebidas como un espectáculo cerrado, a cuyo desarrollo perfectamente guionizado contribuye la proyección sobre una pantalla de los títulos de los temas, evitando así las presentaciones habladas.

Posee Amancio Prada la inestimable cualidad de encontrar la musicalidad adecuada a cada poema con que se enfrenta, una musicalidad que sin dejar de estar en el poema pertenece totalmente al compositor y le otorga ese carácter diferencial que distingue a la canción del poema.

Una musicalidad que es un juego constante de matices, muchas veces mínimos, pero siempre significativos.




 Soneto gongorino en que el poeta manda a su amor una paloma


Noche del amor insomne


El amor duerme en el pecho del poeta




Soneto de la dulce queja




Soneto de la guirnalda de rosas






domingo, 23 de marzo de 2014

Un copón de manifestantes y un montón de banderas tomaron Madrid en la Marcha por la Dignidad

Un copón de manifestantes y un montón de banderas tomaron Madrid en la Marcha por la Dignidad




  
Soy mal contabilizador de multitudes, por lo que no puedo dar cifra exacta del número de manifestantes que ayer tomaron Madrid en reivindicación de dignidad y justicia, aunque gente, lo que se dice gente, había un copón[1]. O dos.

No creo, no obstante, que haya que insistir en estas cuestiones numéricas, porque son intrascendentes y, desde luego, constituyen el hecho de menor significación política de manifestaciones como la de ayer. A partir de una cierta cantidad, no cabe duda de que más que el cuántos importan el quiénes, el por qué y el para qué.

Vi ayer muchas banderas hondear en la Castellana. Banderas de todo tipo y condición. Del PCE y de otras familias comunistas, de la CGT y demás variacones más o menos libertarias, de Equo y Podemos, de Catalunya (de los Països Catalans), Euzkadi y Galiza, constitucionales e independentistas, de Andalucía, Aragón, ambas castillas, Asturias y Canarias, por no decir de aquellas comunidades cuyos colores nacionales desconozco, que seguro que también.

Pero, sobre todo, lo que vieron estos ojos que se han de comer los gusanos, si no se los doy ya incinerados, fueron numerosísimas banderas republicanas. Una cantidad ingente de banderas tricolores, con escudo y sin él, industriales y caseras, pequeñas y enormes, individuales y de grupo que superaba con mucho las de cualquier otro sentido ideológico, nacional o político. Me parece significativo. Como me lo parece la práctica ausencia de enseñas sindicales de las organizaciones llamadas mayoritarias, pocas de Comisiones y prácticamente ninguna de UGT.

No sólo significativo, sino también doloroso me resulta que a lo largo de tres horas y en un doble recorrido completo de la manifestación, ascendente y descendente de Atocha a Colón y viceversa, no tropezara mi vista con ninguna enseña del PSOE. Doloroso, sobre todo, al pensar en aquello del buen vasallo si obiese buen señor, pues sin duda junto a mí se manifestaban numerosos discípulos de Pablo Iglesias o Juan Negrín cuyos jefes habían abandonado a su suerte, encerrados como están en los cuarteles de invierno.



No obstante, lo que se veía ante todo era gente, muchísima gente. Un copón de gente de toda edad, sexo y condición que coreaban o exhibían las más variadas y diversas consignas. No insistiré en la lista, pues tendría que ponerla completa y esto se eternizaría. Hasta una individual protesta había, con cartel manual incluido, contra las prospecciones petrolíferas en Canarias.

Sólo la imagen de un mosaico podría definir, a mi entender, la esencia de la Marcha de la Dignidad de ayer. Una variedad de piezas diversas, cada una expresión de su propia significación, unidas en un conjunto simple y directo que queda perfectamente explicado en la más simple de las consignas de la convocatoria: “Pan, trabajo y techo. No al pago de la deuda”.

La pregunta del millón que hoy me plateo, en esta resaca post-orgásmica en la que escribo, es si esa variedad de personas, ideologías, formas de vida y pensamiento, condición social o moral que ayer coincidimos en expresar un anhelo común por una sociedad distinta y mejor, seremos capaces de encontrar una manera unitaria y eficaz de conseguirlo.

Lo que temo es que al regresar a nuestras casas, a sus sedes aquellos que las tienen, a sus asambleas los asamblearios y a su centralismo democrático otros, volvamos de nuevo todos al cada oveja con su pareja que ha caracterizado la política de izquierdas de este país desde que tal cosa existe. Una política de reinos de taifas en la que siempre ha prevalecido, y aún prevalece de manera incompresible, lo que separa sobre lo que une, las insignificantes diferencias estratégicas e ideológicas sobre las abrumadoras coincidencias tácticas y de acción, el sectarismo sobre la razón.

A la derecha la unen sus intereses y a la izquierda la desunen las ideologías”, le escuché sentenciar a mi padre, fiel estalinista hasta que dejó de serlo, desde que tengo memoria. Romper esa dinámica perversa es condición ineludible para cualquier intento de alcanzar la mayoría social necesaria para poder cambiar el actual signo reaccionario de la historia a través de las mayorías parlamentarias. Único camino posible de transformación de la sociedad, a mi entender, una vez quedan descartadas las posibilidades de tomar el Palacio de Invierno o la Bastilla en una de estas.

Pensaba soltar algún improperio sobre el tema de los incidentes posteriores, que se han convertido en  el epílogo indeseable de toda manifestación; un epílogo con el que parecería que los guionistas de la historia nos quieren engañar con la ambigüedad del qué fue antes, si el huevo o la gallina, la piedra o la porra. Pero no voy a hacerlo. Esa es una trampa en la que no pienso caer, entre otras cosas porque no significa nada en la lectura política de la Marcha. Además, como bien sabemos los lectores de novelas de intriga, el principal sospechoso de todo crimen es el que sale beneficiado del asesinato. Sólo se trata de pensar a quiénes beneficia y a quiénes perjudican los alborotos, quiénes los utilizan para descalificar y quiénes tienen que defenderse de ellos.


Traducción de Antonio Resines:

Imaginad que no hay paraíso,
es fácil si lo intentáis,
ni infierno a nuestros pies.
En lo alto sólo el firmamento,
imaginad a todo el mundo viviendo el hoy.

Imaginad que no hay países,
no es difícil hacerlo,
nada por lo que matar o morir,
y tampoco religiones.
Imaginad a todo el mundo
viviendo su vida en paz

Diréis que soy un soñador,
pero no soy el único.
Quizá algún día os suméis a nosotros
y el mundo será de todos

Imaginad que no hay propiedades,
me pregunto si podréis hacerlo,
que no tiene por qué haber avaricia ni hambre,
una hemandad humana.
Imaginad que todos compartimos el mundo

Diréis que soy un soñador,
pero no soy el único.
Quizá algún día os suméis a nosotros
y el mundo será de todos.





[1] Copón. Medida de contabilización de manifestantes utilizada por la Conferencia Episcopal en la evaluación de asistentes a sus saraos contra el matrimonio gay, concentraciones anti-aborto o visitas papales, a las que siempre acuden, al menos, un millón de feligreses.