Benito Lertxundi. Crítica y reacción en Eguin (1984)
Ya he colgado por aquí, en el más exacto
sentido del término, un par de reseñas de Raphaely la Orquesta Mondragón que
merecieron sus correspondientes réplicas, en el primer caso de Emilio Romero y
en el segundo del propio Gurruchaga. No es por echarme laureles, pero no
siempre ha sido así. En 1984 un comentario en EL PAÍS sobre Benito Lertxundi,
un cantautor por el que siempre he sentido una profunda fascinación a más de un
indisimilado respeto, motivó un comentario en euskera que se publicó en el
diario EGIN y que no era del todo desaprobatorio. Se titulaba “Kritico bat”
(“Un crítico”) y lo reproduzco más abajo, tras la crítica a que se refiere.
Sobre Benito Lertxundi me gustaría
contar una anécdota que me parece significativa de la manera en que este
cantautor vasco entiende su trabajo y lo que ello conlleva (o lo entendía en
aquel momento, que ha pasado mucho tiempo). Debió ser alrededor de 1987. Benito
nos había invitado a Álvaro Feito y a mí, junto a nuestras respectivas, a un
recital en no recuerdo ahora qué pueblo vasco. Fuimos, y tras la actuación, que
naturalmente fue excelente, aunque no recuerdo en qué pueblo vasco tuvo lugar,
con llevaron a comer a una sociedad gastronómica; mixta, claro.
Después de cenar opíparamente nos
juntamos en un rincón y le propuse que hiciera uno de los espacio de La Buena Música con los que
entonces andábamos a vueltas Resines y yo. Podía ser como él quisiera, cantar
lo que considerara más conveniente, ilustrarlo como le apeteciera y, por
supuesto, con la posibilidad de que todo el programa fuera en euskera, como ya
habíamos hecho en los que habíamos dedicado a Mikel Laboa y a Oskorri.
Le pareció estupendo, tenía plena
confianza en nosotros, podía quedar, efectivamente algo bonito…, pero no. Y me
dio dos argumentos: Él no tenía demasiado interés en salir en televisión;
cantaba para su gente y ya conseguía llegar a ellos en los recitales; por otra
parte, ser conocido fuera de Euskadi no le llamaba demasiado la atención. No es
que lo rechazara, pero vamos, tampoco hacía mucho para conseguirlo. Sobre todo,
vino a decir, si era a costa de dejar unas canciones grabadas en manos de
televisiones que las podían usar posteriormente, trocearlas, emitirlas en medio
de otras cosas, incluso, y eso parece ser que le aterrorizaba, incluirlas en algún
anuncio electoral de cualquier partido.
EL PAÍS. 4 MAR 1984
Ante un público
entregado y convencido, que casi llenaba el Alcalá Palace de Madrid, en una
convocatoria que se puede suponer a golpe de teléfono por la falta de
publicidad observada, el cantante vasco Benito Lertxundi dio uno de los recitales
con mayor carga mágica que se han celebrado en los últimos meses en Madrid,
demostrando que, pese a ser prácticamente desconocida, la canción vasca se ha
venido desarrollando a lo largo de los años en la búsqueda de unas formas de
expresión propias de las que Lertxundi es uno de los más brillantes y veteranos
practicantes.
Entender desde
Madrid el fenómeno de la canción en euskera es difícil y complejo. Se trata de
una música y unos músicos que se mueven casi exclusivamente en su mundo. A
primera oída el resultado musical e idiomático del recital puede resultar duro,
pero la calidad de Benito Lertxundi, su capacidad para crear ambientes, sus
arreglos cuidadosos y medidos, plenamente inspirados, sus líneas melódicas
cargadas de belleza nostálgica y su voz espléndida, que utiliza con absoluta
modernidad, envuelven al oyente, incluso al que no entiende el euskera, en una
atmósfera de sutileza mágica que lo engancha y lo va llevando de un lado para
otro de ese universo desconocido y austero que es la realidad de la cultura y
la historia vasca.
Tanto cuando
canta con una melodía de Donovan unos versos del padre de la canción vasca
contemporánea, Michel Laberguerie, como cuando interpreta su particular versión
de dos pavanas del renacimiento o cuando se introduce a través de melodías de
bellísima construcción y reposada reflexión en los caminos de la historia para
contarnos los sucesos de la fábrica de Orbaizeta o la batalla de Roncal, hay en
las canciones de Benito Lertxundi una clara intención de evitar el himno y la
proclama para centrarse en una reflexión sobre la esencia misma del pueblo
vasco, sus tradiciones, sus luchas, sus alegrías y sus derrotas, todo ello con
un lenguaje musical que sin dejar de ser clásico -en los arreglos, la
instrumentación- no es nunca ortodoxo.
Mezcla Lertxundi
en sus composiciones muy diversas influencias, desde la anglosajona del foIk,
que podría venir tanto de Donovan como de Dylan o Leonard Cohen, hasta la rica
tradición de los bersolaris, pasando por el inagotable caudal de los ritmos
celtas, como en esa larga suite
instrumental en la que nos sumerge en el viaje de los primeros druidas que, desde
el golfo de Vizcaya, viajaron a las costas irlandesas.
KRITIKO BAT- UN CRÍTICO
EGUIN, 11 de marzo de 1984
A los
euskaldunes el periódico El País no nos ha hecho nunca un gran favor. Desde
siempre hemos podido ver la contramanifestación que tiene el sabor vasco y se
evidencia que esa agresión se ha intensificado en los últimos meses. Hace
varias semanas, en cambio, despidieron al crítico musical (Costa) y en su lugar
pusieron a Antonio Gómez. El cambio que ha acontecido se puede decir, hasta
ahora, completamente provechoso, y para esto no hay sino que leer esta
referencia que hizo en la crítica de Benito Lertxundi. Antonio Gómez no ha
hecho nada del otro mundo, ha hecho su trabajo y ese es la información y la
crítica. Pero los temas vascos, cuando se dejan en manos de extranjeros, no
suelen tener esa suerte.
Los críticos no
tienen la mínima información y todos nuestros esfuerzos se deforman, también en
esa tarea, como si quisieran demostrar que estamos retrasados.
De todas maneras
la referencia de este crítico nos hace pensar que podemos tener un poco
esperanza. ¿Por qué? Mira:
--El apellido de
Lertxundi no lo ha escrito con ch.
--Se ha
escuchado los discos de Benito.
--No hace
valoración y comparación general acerca de “euskal kantagintza” (¿cantante
vasco?).
--Cita los
valores que tienen los idiomas.
--Conoce la
existencia y el nombre de Labeguerie.
--Ha escrito
“orbaizeta” con zeta, aunque no sabe la palabra para denominar al “Roncal”.
--No ha
descalificado el trabajo de Lertxundi llamanadóle “muermo folki” ni términos
similares.
Sería demasiado
felicitarle, pero le diríamos a Antonio Gómez que siga así, si parece que sabe
sobre el trabajo de Lertsundi tanto como acerca de un grupo de Nueva York, y
eso no es tan fácil en los críticos de fuera, algunas veces ni tampoco en los
de aquí.
No es mucho lo
que ha hecho Gómez, ni poco, es una crítica.
Las razones por las que pareció haberle gustado mi trabajo fueron peculiares, pero me satisfizo la razón última del comentario. "No ha hecho nada del otro mundo, ha hecho su trabajo", escribió, y me parece suficiente, pues creo que la mayor aspiración de cualquiera en el terreno profesional es, precisamente, hacer su trabajo con seriea y responsabilidad. No se nos olvide nunca lo que cantaba La Bullonera: "venimos simplemente a trabajar, a arrimar como uno más el hombro al tajo".
Pero ado que hoy vamos de medallas propias, he de
reconocer que la canción vasca me ha dado algunas alegrías aparte de
escucharla. A raíz de la emisión en TVE del programa que hicimos con Mikel
Laboa (que lamento no conservar, porque no quedó mal y porque, como dice Javier
Martín más abajo fue el primer programa de TVE íntegramente en euskera,
declaraciones de Mikel incluidas) se publicó el siguiente comentario en EL
PAÍS:
CRÍTICA:'LA BUENA
MÚSICA'
Increíble, un cantante vasco en TVE
Veinticinco
años después de la llegada de la televisión a Madrid, TVE tuvo a bien dedicar
50 minutos al santón de la canción vasca: Mikel Laboa. El accidente ocurrió a
las once de la noche del martes, en el programa de la segunda cadena La buena música. Apenas hay testigos.La atención a la canción vasca en TVE es
inversamente proporcional al espacio que ocupa la actualidad de Euskadi. El
otro extremo es Andalucía: las escasas noticias sobre ella se compensan con la
abundante presencia del flamenco en televisión. O sea, que de los vascos nos
tenemos muy sabidos a Garaikoetxea, Arzalluz, Idígoras,Artapalo..., y de los andaluces, a Lebrijano, Habichuela o Camarón.
Quien
apareció en la noche del martes era un apacible médico cincuentón, donostiarra
de nacimiento, que a los veintitantos años se quedó impresionado con un disco
de Atahualpa Yupanqui. Armado con una guitarra, Laboa desgranó, con singular
encanto, un tango en vasco y melancólicas melodías de amor y de muerte; también
se introdujo en la imitación fonética de otras lenguas, algo ya clásico en su
repertorio.
La cámara
recorrió los escenarios de su vida mientras Laboa, siempre en vasco, recordaba
su biografía, Prohibido durante cinco años, cuando ya pudo volver a un
escenario Laboa se retiró otro lustro, Porque los recitales se convertían en
manifestaciones políticas. En ese tiempo grabó un disco doble que ha hecho
historia.
Un
cuidado programa
El
programa tuvo el acierto de ofrecer unas cuidadas imágenes y una exposición lo
más amena posible de un programa íntegramente en vasco, a lo que el
telespectador no está nada habituado. Sólo cabe, pues, felicitar a TVE por la
osadía del martes y desear que en los próximos 25 años tenga otro hueco para la
canción vasca.
El resto
del tiempo puede seguir dedicándose al flamenco, la zarzuela, la ópera, la
danza, los aniversarios de la nova
cançó, la
prehistoria del pop español y
a películas extranjeras. Por ello, el subtítulo del programa de Mikel Laboa fue
lo mejor: Más o
menos nuestro.
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