1975. El año en que estalló la música en España
Páginas
musicales de la revista POSIBLE
1975 fue el año
en que estalló en España la canción popular, cantautores y otros, rompiendo el
rígido corsé que hasta entonces la había constreñido. Un estallido provocado
por méritos propios, pero ayudado por las muy especiales circunstancias
políticas del momento.
La patética
muerte del dictador en noviembre, precedida en septiembre por el último acto
criminal del franquismo con los fusilamientos de cinco militantes de ETA y
FRAP, había provocado ya antes del deceso una profunda lucha interna de las
llamadas “familias” del régimen, distintas caras de la dictadura, para heredar
los restos del naufragio. Se multiplicaron los pronunciamientos de los partidos
de la oposición, incluido alguno que hasta ese momento había permanecido desde
los años cincuenta refugiado en sus cuarteles de invierno, y los actos de
protesta, huelgas, concentraciones y manifestaciones resultaban el pan nuestro
de cada día en facultades y fábricas de todo el país. Comisiones Obreras dirigía
con eficacia la lucha obrera; el mundo de la cultura se mostraba más
soliviantado que nunca; las asociaciones de vecinos y otras organizaciones
sectoriales funcionaban a toda máquina; una buena cantidad de curas habían
creado un potente movimiento cristiano de oposición; y, por si fuera poco,
hasta algunos militares se habían agrupado en la clandestina Unión Democrática
Militar, que en agosto de ese año sufriría su primera detención colectiva.
En ese caldo de
cultivo político y social, la canción, bien fuera la llamada “protesta” o la
considerada “underground” o “progresiva”, constituía la principal forma de
expresión y difusión de los posibles nuevos valores de una sociedad distinta
que ya se veía llegar, y con ella se identificaba una buena parte de la
juventud a un nivel mucho más profundo que el de los simples “fans”. La canción
reflejaba las inquietudes de la mayoría de los ciudadanos más inquietos,
jóvenes unos y otros no tanto, que se expresaban a través de ella. Y como la
población ya no estaba para soportar corsés dictatoriales y eran suficientes
para intentarlo, rompieron las ballestas opresoras y por los huecos que
quedaron comenzaron a entrar a raudales las canciones y los cantantes o músicos
que hasta entonces habían sido silenciados, censurados o prohibidos.
De todo ello
creo que tratan los textos que reproduzco, pero no desde la perspectiva
histórica de quien investiga y analiza un fenómeno en un momento de la
historia, sino desde la visión en presente de quien lo iba viviendo día a días,
a través de las crónicas, reseñas y comentarios que publiqué por aquellas
lejanas fechas en la revista madrileña Posible.
No sé cómo ni a
través de quien, a finales de 1974 me encontré metido en el proyecto de una
nueva revista que se estaba preparando para salir a la calle, cosa que
finalmente sucedió el 15 de noviembre de ese mismo año. Como se puede ver por
la mancheta que reproduzco al final, la dirigía Alfonso S. Palomares, que dos
años antes había creado “Ciudadano”, una publicación que se adelantaba a eso
tan terrible de las asociaciones de consumidores y usuarios, y que luego
seguiría una exitosa carrera periodística. En puesto relevantes andaban también
otros jóvenes periodistas que luego harían carrera, como Francisco Cerecedo, Felix
Bayón, María Antonia Iglesias, Miguel Ángel Aguilar, Francisco Gor, Enrique
(luego Enric) Sopena, Juan Cueto o Antonio Burgos. Era una buena representación
de lo que podríamos llamar el periodismo español disconforme post “Cuadernos
para el Diálogo” y “Triunfo”, que seguía la línea que Cambio 16, que todavía
dirigía su fundador Juan Tomás de Salas, aunque pudieran considerarla ya,
pienso yo, demasiado asentada y excesivamente dada a la información
sensacional. Entre los responsables de sección encuentro que el encargado de la
de arte era Ángel Aragonés, el pintor autor de la excelente portada de “A pesar
de todo, el primer LP de Hilario Camacho, que probablemente fue quien me
facilitó la colaboración. Desde luego, éramos los dos más rojos de una
publicación que políticamente se podría definir como liberal y democrática, y,
desde luego, nítidamente antifranquista. Por mi parte, la relación fue poca.
Llevaba mi artículo semanal (primero quincenal) y me marchaba. Nunca me
cortaron una línea ni me exigieron un tema.
Mirando hoy
aquellos artículos, y al margen de cualquier otra consideración (cómo comprobar
la importancia que una revista de información confería a la música popular),
pienso que leerlos puede ser como una crónica de lo que sucedió en el terreno
de la música no estrictamente comercial (aunque uno de los fenómenos a destacar
es que lo que no era rentable para la industria pasó a serlo) en aquel año
crucial de 1975. Hasta julio, que es hasta cuándo conservo los ejemplares de la
revista. Pienso que en ellos se reflejan los rasgos musicales fundamentales de
aquel año: El salto a la edición y difusión masiva de la canción de autor y la
música progresiva, la aparición de nuevas discográficas, la normalización de
los grandes recitales, la visita habitual de los grandes del rock, la irrupción
de la música sudamericana, y, en definitiva, el inició de un camino que llevó a
la música popular española a su equiparación con la del resto del mundo. O al
menos de una parte de él.
Como resultaba
imposible reproducir las 14 páginas que conservo de aquellas colaboraciones en
Posible, he seleccionado a vuelapluma algunos artículos que cuelgo aquí, aunque
si existe algún curioso que no pueda resistir la tentación de ir a por todo, he
preparado con la colección completa un PDF que se puede descargar aquí.
Además de los
grandes ídolos del rock, en aquel año del franquismo agónico comenzó a ser
frecuente la visita de cantantes sudamericanos, argentinos en primer lugar, a
un país en el que hasta entonces, pese a las afinidades de lengua y cultura,
tan sólo era conocido el nombre de Atahualpa Yupanqui y poco más. Por la significación
y el éxito que esta música alcanzaría en los años siguientes, este es, sin duda
uno de los rasgos más destacados de aquel 1975 musical, en el que tendría especial
importancia el comienzo de la edición de discos (con las correspondientes visitas)
de los movimientos de nueva canción que habían surgido en Cuba y Chile. En el
primer caso, no sólo eran los representantes de una revolución triunfante, sino
también los creadores de nuevos modelos musicales dentro de la canción en
castellano, que cuajarían en España con infinidad de discípulos posteriores. En
el segundo, con sus canciones de fuerte carga política y movilizadora,
constituían el recordatorio de las posibilidades, reprimidas salvajemente, de
un cambio profundo del sistema desde el respeto a las formas democráticas, algo
muy parecido a lo que se pretendía hacer en la España postfranquista que ya se
divisaba. El hecho de que tanto los artistas cubanos como los chilenos grabaran
en sendos sellos discográficos únicos (EGREM, un sello estatal, los primeros y DICAP,
dependiente del PC chileno, los segundos) facilitó que la música de los
integrantes de la Nueva Trova Cubana o de la Nueva Canción Chilena fueran
distribuidos en España por una sola discográfica, GONG, con lo que eso suponía
de difusión unitaria no sólo de los grandes nombres (Pablo, Silvio, Carlos,
Víctor, Quilapayún o Inti Illimani, por ejemplo), sino del conjunto de los
integrantes de cada movimiento.
Los golpes
militares en Argentina y Uruguay trajeron a aquella España predemocrática a una
buena cantidad de exiliados, algunos de los cuales eran músicos o cantantes en
los inicios de sus respectivas carreras, lo que quizás facilitó su integración
en la música española de manera natural. Eran Manuel Picón y Olga Manzano,
Claudina y Alberto Gambino, Indio Juan, Rafael Amor o el grupo Alpataco, como
nombres más destacados de una miríada de artistas de que instalaron en Madrid o
Barcelona, uniéndose a compatriotas que ya residían allí, como era el caso de
Carlos Montero o Quintín Cabrera. Sus canciones y los locales que se crearon
para sus actuaciones, a imitación de los que ya existían en los países de
origen, contribuyeron de manera fundamental a reafirmar el carácter testimonial
y de intervención de la música española. Además, de paso, dejaron alguna obra
maestra por el camino, como aquel “Fulgor y Muerte de Joaquín Murieta”, la obra
de Pablo Neruda a la que puso inspirada música el uruguayo Manuel Picón, que
ese mismo año la grabó con su compañera Olga Manzano, el grupo chileno Alpataco
y el argentino Víctor Velázquez, que en las actuaciones en directo, que
alcanzaron un extraordinario éxito, fue sustituido por Indio Juan.
Pese a que hacía
ya más de 10 años que la nova canço catalana era un fenómeno social y cultural
de especial importancia, no sería hasta alrededor de este 1975 de marras cuando
la mayor parte de los cantautores de esta nacionalidad comenzaron a actuar con
regularidad y normalidad en Madrid y otros lugares del Estado, propiciándose así
en toda España la difusión y e conocimiento de artistas que esos años ocuparían
un lugar preeminente en la música española.
También era
Catalunya, y en menor medida Euzkadi, el único territorio en el que existía una
industria discográfica propia, sólida y estable, alrededor de la cual se
agrupaban los respetivos movimiento de lo que entonces era “nueva canción”. La
creación en 1975 de sello GONG, que dirigió Gonzalo García Pelayo y en el que
no me voy a extender por la parte que me tocó, vino a significar la aparición
de una industria grabadora que desde Madrid llegaba a toda España. En él (y
posteriormente en Pauta, que dirigió José Manuel Caballero Bonald) tuvieron
cabida un buen número de cantautores, veteranos o noveles, que hasta entonces
no habían tenido posibilidades de grabar discos o los habían grabado en
condiciones deficientes, procedieran de Madrid o Andalucia, Aragón o Galicia,
Extremadura o Asturias, que compartieron catálogo con nuevos flamencos y
rockeros o con los artistas chilenos y cubanos.
Para acabar, no
se crea que, pese a las apariencias, las cosas fueron fáciles para este tipo de
música en 1975. El régimen agonizaba y en su agonía dio sus últimos coletazos
represivos, como el caimán que hacía tanto que se iba a ir que al final ya se marchaba, en un intento de evitar que la dictadura se fuera detrás de su
fundador al Valle de los Caídos a descansar debajo de una losa de mármol. Y
como no podía ser de otra manera sobre los cantantes críticos cayeron todo tipo
de censuras y prohibiciones.
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