¿Política sin
ideología?
Dibujos: Ángel Aragonés,
realizados en el transcurso de una reunión política
la noche de los asesinatos de los abogados de Atocha
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Al
final va a acabar teniendo razón el ínclito franquista Gonzalo Fernández de la
Mora que decretó en un libro de 1971 “el crepúsculo de las ideologías”, al modo
preclaro en que Franco había proclamado mucho antes y por decreto la caducidad
de la lucha de clases. El viejo ideólogo de la dictadura parecería, tal cual,
un prematuro filósofo postmoderno de acuciante actualidad.
Aquella
vieja teoría crepuscular parecería que hoy debiera ser de total aplicación en lo
que, para abreviar y sin identificar, llamaré la derecha, en la que supuestamente prima la
eficacia técnica y los resultados, frente a la igualdad, la justicia y la solidaridad teóricamente
preconizados por las ideologías de izquierdas. No es verdad. La derecha,
identificada con los grandes poderes económicos, actúa empujada por una
ideología clara y contundente. Una ideología, que permítaseme la paráfrasis
acrónica de un concepto del viejo don Vladimiro, podría titularse como “El
Capitalismo Especulativo fase superior del Imperialismo”.
Curiosamente,
donde resulta aplicable el concepto de González de la Mora es al nutrido campo
la izquierda, que a veces parece avergonzada de su ideología y otras convencida
de que es la sociedad quien repudia sus ideas.
Desde
que los partidos políticos modernos comenzaron a existir en el siglo XIX su
definición ideológica quedó patente en sus respectivos nombres, que anunciaban
ya desde su propio enunciado el sentido del programa político que aplicarían en
caso de acceder al poder. Liberales y Conservadores, Comunistas de distintas
facciones, Socialistas de grupos diferentes, Anarquistas de varias formaciones,
Demócrata Cristianos, Cristianos por el Socialismo, Juventudes Obreras
Católicas. Da igual los ejemplos que podamos buscar, que son infinidad. Todos
ellos llevaban retratado en el nombre su pedigrí y su utopía.
Es
esa una característica que ha desaparecido por completo de los nombres de los
nuevos partidos, grupos o colectivos políticos, unitarios o no, que han surgido
en los últimos años. Nombres ambiguos que parecen ideados por alguien que se encuentra
en alguna de estas tres posiciones: o se avergüenza de su ideología, pasada,
presente y futura, o le mueve tan sólo el tacticismo a corto plazo, sin pensar
en estrategias más allá de las electorales inmediatas, o, considera que el
descredito de las ideologías de izquierda que han funcionado hasta ahora es tan
grande, que mejor esconderlas para propiciar el éxito transversal en las urnas.
¿Qué
significa “podemos” aparte de la incierta posibilidad de alcanzar un objetivo
indeterminado? ¿Alguien va a dudar de que es un ciudadano y que junto a otros
como él forman un colectivo de “ciudadanos”, bien se trate de aficionados a los
coches antiguos o de miembros de la derecha civilizada? ¿Quién puede resistirse
a dejarse llevar por una “marea atlántica”, sobre todo si estamos en día
suavecito? ¿Qué otra cosa expresa “ahora en común” sino “en este momento juntos”.
A
partir de esas dudas surgen otras preguntas: ¿Quiénes y qué podemos? ¿Qué nos
une como ciudadanos y qué pretendemos al agruparnos? ¿Las mareas del Atlántico
son de pleamar o de bajamar? ¿Quiénes nos juntamos y hacia dónde vamos cuando
nos juntemos? No digo yo que no haya ideología, e incluso ideologías, en estas
variadas formaciones políticas recién nacidas, pero de lo que no cabe duda es
que, de tenerla, la enmascaran.
Y
hago estas preguntas desde la desde el convencimiento de que están plenamente
justificadas las reticencias actuales de la gente (¿los ciudadanos? ¿el
pueblo?) hacia las ideologías de izquierda que han llegado hasta nuestros días,
más a barrancas que a trancas.
A
mi parecer, la totalidad de corrientes de pensamiento, de acción y de
organización que compiten hoy por la hegemonía de la izquierda descienden
directamente, con las distintas derivas y actualizaciones que se quiera, de las
tres corrientes básicas y fundamentales de la izquierda organizada desde una
perspectiva de clase, que sin nos atenemos al orden cronológico de su aparición
serían el anarcosindicalismo, el socialismo y el comunismo. De ellas derivan
las múltiples variaciones que se pueden encontrar hoy en nuestro panorama
político, incluso las que hacen gala de antipartidismo, asamblearismo o
apoliticismo, que de todo hay. También podríamos incluir una cuarta variante de
modelo constructivo de la izquierda, que sería la que de manera bastante
confusa se denominó en un tiempo populismo (¡sí, el ominoso concepto existe!) y
que tanto éxito dio en el primer cuarto del siglo pasado, aquí en España, a organizaciones
como el Partido Republicano Federal de Pi y Margall, el Partido Republicano
Radical de Alejandro Lerroux o el movimiento “blasquista”, bautizado así en
consonancia con su líder e ideólogo, el escritor Vicente Blasco Ibáñez. Se
podría añadir, pero no creo que se trate de una corriente ideológica, por mucho
que haya pervivido hasta hoy mismo en diferentes momentos y países, en la
medida en que bajo su faldón se han inscrito movimientos de muy distinto signo
ideológico, de la derecha a la izquierda pasando por el centrocampismo
transversal.
Entiendo
el descrédito actual de esas ideológicas, teniendo en cuenta los resultados de
sus puestas en práctica, que solo llevaron a que unos no consiguieran ni
siquiera poner la suya en pie a no ser en las efímeras comunas anarquistas
aragonesas de la guerra civil, otros, en su socialdemocracia, sólo han logrado
ser la cara b del disco del sonsonete capitalista y neocapitalista, y los
terceros convertidos en consentidores colectivos de la traición estalisnista a
sus principios básicos, con la secuela de haber convertido los regímenes de
aquello que se llamó socialismo real en dictaduras en muchos casos sangrientas.
Si
a ello añadimos, aquí y ahora, los numerosos dislates cometidos en los últimos
30 años por los discípulos (más o menos cambiados, evolucionados actualizados y
etcétera) de unas u otras líneas ideológicas, es fácil deducir que el
descredito de unas y otras sea comprensible. Creo, además, que no se trata de
un descredito coyuntural y pasajero, sino plenamente justificado y firmemente
anclado en la realidad. Mi pregunta es: ¿la obsolescencia de las ideologías
realmente existentes hace automáticamente innecesaria la ideología? O dicho de
otra manera: ¿ya no se debe buscar una forma coherente de entender el mundo,
sus mecanismos sociales, políticos y económicos, para elaborar estrategias y
formas de cambiarlo a medio y largo plazo en pro de su mejoramiento, que a mi
entender solo se consigue con una profundización de la democracia?
Si
la confluencia de la izquierda que actualmente parece en marcha a lo único que
conduce, y ya es mucho conducir, es a conquistar “gobiernos de cambio”, cuyo
único horizonte ideológico esté en la solución de los problemas inmediatos y no
incluya la posibilidad de elaboraciones estratégicas (ideologías) elaboradas
desde parámetros diferentes a los utilizados hasta ahora, aunque aprovechen
cuanto de actual y valioso pueda haber en ellos, mal favor le habremos hecho a
la creación de una alternativa de izquierdas a más largo plazo y que pueda
garantizar cambios más en profundidad y más permanentes que los que permite cualquier
táctica electoral de aplicación inmediata. Ese es, si se admite mi punto de
vista, el principal reto al que se enfrenta la izquierda española y sus
aledaños en cualquier proceso de unidad o confluencia que se plantee. Las conquistas
tácticas son efímeras sin perspectivas estratégicas. No es trabajo de un día,
pero algún día habrá que empezar por algún sitio.
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