STRIP-TEASE. Página sabatina para corazones
solitarios 2. 1983
No deja de resultar curioso que cuando uno se
inventa un consultorio sexo-sentimental que está a cargo de un tal Doctor
Landrú, en el que las disparatadas cartas y las no menos extravagantes consejos son totalmente inventados, haya personas, oyentes o lectoras, que entran en el juego y mandan sus propias
misivas, igualmente descabelladas. Pero así sucedió en esos STREP-TEASEs que se
publicaron durante el verano de 1983 en EL DIARIO DE LAS PALMAS, como podrá
comprobar el sufrido lector si es capaz de resistir hasta ese momento.
Hoy voy a completar la entrega de ayer sobre el mismo tema, reproduciendo algunas de las secciones que quedaron. Pero en este
caso le vamos a poner primero una banda sonora que me parece que viene al pelo.
A través de una
vecina me he enterado de su maravilloso consultorio y no he dudado en
escribirle para explicarle a usted, que tan bien entiende el alma humana, mis
penas y rogarle dé alivio a esta «amante desesperada».
Tengo cincuenta
y dos años y un amante zaragozano que de vez en cuando viene hasta Canarias
para vender corsés y prendas de ropa íntima de señora y caballero. Todo ello
muy decente, no vaya usted a creer que son esas cosas modernas que da vergüenza
ponerse, porque yo soy muy decente y pese a mi juventud nunca hubiera
consentido en tener un asunto con alguien de mala catadura moral. Pero, sigamos
con lo que íbamos.
Mi «Hilarión» --que
así le llamo en la intimidad, por los bigotes que tiene, que recuerdan al personaje
aquel de la zarzuela que pusieron por televisión-- me ha dejado embarazada y
como está casado no puede hacer nada por mí. Yo no puedo en mi actual
situación, soy soltera, sacar una cosa así a la luz pública, sería un escándalo
que no me permitirá seguir con el negocio de estampitas que ahora regento. Le ruego
me dé una solución, doctor Landrú, sus palabras serán para mí bálsamo bendito.
Con impaciencia.
Amante
desesperada
RESPUESTA
Señora «amante
desesperada». Ante todo déjeme decirle que estas cosas pasan por lo que tienen
que pasar, porque la moral y la decencia están por los suelos, porque esta
civilización consumista que nos rodea y nos invade no tiene el pudor y la
vergüenza de no hacer las cosas que todos sabemos que no se deben hacer sino dentro
del sagrado cauce del matrimonio. Pero el cuerpo humano es débil, los hombres y
las mujeres de hoy no están hechos para aguantar pasivamente la dura carga de
la abstinencia. ¡Sagrada palabra la abstinencia, que purifica los cuerpos y
ensalza las almas! Pero en fin, a lo hecho, pecho, señora mía, «amante
desesperada». ¡Y cómo no va a estar desesperada! Pero, ¿le parece bien lo que
ha hecho? liarse con un vendedor de fajas maño. En fin, usted sabrá lo que
hace.
Con respecto a
su problema concreto, un tema que no admite dilación, pues cada día se hace más
grande, me gustaría consolarla, poderle decir que no se preocupe. Lo siento, no
es ése mi parecer y no puedo ir contra mis principios. Ya sé que ahora dicen
que se ha aprobado una ley tan antinatural como obscena, pero también me he
enterado que no sirve para mucho. Un amante zaragozano vendedor de fajas no
entra entre los justificantes del aborto, por muy aborto que sea el vendedor de
fajas.
De todas formas
por correo le envío una dirección de Londres, querida «amante desconsolada»,
estimada amiga. Antes de despedirme una recomendación. Si saca los billetes
para el vuelo en «Viajes No hay derecho» diga que va de mi parte, me dan
comisión. Gracias amiga del alma, espero que nunca más mis servicios le sean
necesarios.
Apreciado Doctor Landrú
Quizás le
sorprenda recibir una carta en su consultorio de un hombre como yo, pues no
tengo que decirle que soy una persona poco acostumbrado a escribir a
consultorios de periódico, concursos de sopicaldos y preguntas millonarias,
pero, a pesar de todo, he observado que sus respuestas denotan el talante de
una persona que conoce la vida y sus problemas, y por eso me he decidido a consultarle.
Le ruego que
silencie mi nombre, pero en cambio diré que soy un hombre maduro, de formación
intelectual normal tirando a elevada y que vivo de una pequeña pensión que
heredé de un familiar que en su juventud se fue a Cuba con una mulata ninfómana
que pasó por la ciudad en los años veinte con una compañía catalana de
revistas. Soy una persona de gustos ordenados y de una minuciosa manía por los
pequeños detalles. Todas los anocheceres salgo pasear un rato por el paseo
marítimo y a tomar una horchata en la calle Venegas, y el caso es que estos
últimos días me cruzo a menudo en mis paseos de atardecer con un joven de no
más de dieciocho años, por el que empiezo a sentir una especie de rara
atracción e incluso hace unos días le invité tomar un helado, lo que hizo con
evidente placer y malicia.
Nunca he tenido
gustos extraños en mis relaciones íntimas; es más, podría decir que no he
tenido gusto extraños. Ni normales, si a eso vamos, porque mis relaciones
íntimas sido más bien escasas, pero ese extraño
atractivo muchacho me preocupa, ¿qué cree que debo hacer?
Suyo atentamente
Adulto
sorprendido
CONTESTACIÓN
Estimado «Adulto
sorprendido», en primer lugar, permítame decirle que usted ha visto muchas
películas. No puedo afirmar que su problema me sorprenda, porque es mucho
más..frecuente de lo que parece, incluso a mí mismo en una ocasión… pero, en
fin, esa es otra historia que no tiene que ver con el caso presente. No le voy
a decir que sea del agrado de mí conocida rectitud moral que sucedan cosas de
éstas, incluso que puedan pensarse situaciones tan anormales como las que usted
insinúa. Pero puesto que esas cosas suceden y se piensan ¿qué quiere que le
diga? Desde luego, invitándole a helados no va usted a ninguna parte. El es
mayor de edad, por lo que me dice, y usted, según parece, ya es también adulto,
aunque no demasiado, déjese de tonterías y decídase de una vez, al menos saldrá
de dudas.
Querido Doctor
Landrú:
Aunque tengo
miedo de que, como tantos amigos míos, me llame un fantasma cuando le cuente mi
caso, me atrevo a hacerlo con la esperanza de que sabrá comprenderme y darme un
consejo adecuado. El caso es que soy marino, y trabajo de camarero en un barco
que hace cruceros por el Caribe con viajeros europeos. Un viaje delicioso,
sobre todo para los turistas, que no tanto para nosotros. En un viaje pasado me
enteré de que viajaba en el barco Miss Mundo, una rubia que hace unos años
consiguió tal título y que traía alborotado a todo el pasaje. Como sea que soy
un nombre no demasiado feo, mis compañeros me comisionaron para intentar
trabajarme a la tal Miss Mundo, con la esperanza de que un largo viaje por mar
abriría su apetito sexual y allí estaba yo para salvar el honor de la tripulación,
desde el capitán hasta el último pinche.
Con esa gran
responsabilidad sobre mis espaldas, o, mejor dicho, sobre otra parte de mi
cuerpo de infinita menor resistencia, me las ingenié una noche para servir a
Miss Mundo en su camarote. Llegué mientras estaba en el baño, me dijo que le
pasara la cena hasta allí, lo hice. Estaba duchándose sin correr la cortina, vi
su cuerpo todo cubierto de gotas de agua salada que se entretenían, golosas,
entre sus pliegues... No quiero contarle lo que pasó, señor Doctor Landrú, pero
puede creerme si le afirmó que el honor de la tripulación del barco quedó a
salvo y no sólo a salvo, sino en una altísima cuota de responsabilidad.
En fin, señor
Landrú, esta historia es verídica, pero nadie la cree. ¿Qué puedo hacer para
que mi masculinidad brille con el resplandor que merece?
Atentamente
espera su respuesta:
El figuras del
Atlántico
CONTESTACIÓN
Querido «Figuras
del Atlántico»:
Francamente,
como no la frote con Netol, no sé qué puede hacer para que brille su
masculinidad, porque, sin mentir, entre usted y yo ¿De verdad le extraña que
haya quien no se crea esa historia? Ya sé que las Miss Mundo son mujeres sin
corazón y sin alma, que viven de enseñar impúdicamente el cuerpo a masas de
turistas horteras y presidentes de multinacionales no menos cutres. Pero entre
eso y pensar que tuvo usted con ella un afaire, si no lo creen sus compañeros,
no sé por qué tendría que creerlo yo.
Pero a pesar de
eso le creo, hijo mío, le creo. Creo todo lo que me cuenta, lo que no sé es
cómo puede demostrarlo. ¿Se ha quedado embarazado de ella? De ser así, siempre
podría dar a luz un niño rubicundo y tetuda que todo el mundo diría: «míralo,
igualito que su madre», Pero me temo que no sea ése el caso. ¿Hizo fotos en
plena faena? Si se hubiera acordado de ese detalle, ahora no sólo tendría una
prueba palpable, sino que además, podría vender las fotos a Intreviú por un par
de kilos al menos. Le contagió algún tipo de enfermedad venérea: sífilis,
blenorragia, gonorrea...? Si así hubiera sucedido, aunque bien fastidiado, al
menos tendría una secuela física que mostrar a sus incrédulos compañeros.
En cualquier
caso, querido «Figuras del Atlántico», no desespere. Si no consigue hacer creer
que ha estado con Miss Mundo en íntima efusión, siempre puede contarles aquella
aventura que tuvo con un contramaestre en un viaje a las Bermudas, seguro que
ésa sí se la creen.
LA AMISTAD ENTRE
LA GENTE JOVEN
Tenemos ideas
distintas a las de nuestros abuelos de la amistad entre jóvenes de ambos sexos.
Las circunstancias externas cambiadas por dos guerras, la educación en común,
los deportes y el trabajo hacen que estas amistades estén a la orden del día. Y
siempre serían dignas de aprobación si no fuera por la flaqueza humana, la
frivolidad, la inexperiencia y otros motivos que bastantes veces los desvían
por el mal camino.
Cuando se
pregunta dónde está la brújula que indica a los jóvenes el camino recto, sólo
se puede contestar que en ellos mismos. Pues es la conciencia, con nuestra
educación moral, la que nos dice hacia donde debemos ir. No queremos con eso
matar la alegría que la gente pueda encontrar, siempre con la compañía del «Rey
de la creación». ¡Cuán alegre y contento debe estar el hombre, cuántas
conversaciones se pueden tener, cuento placer se puede sacar de un concierto
oído en buena" compañía! ¡Cuánto gozo puede proporcionarnos una excursión
por el campo o un deporte practicado con nuestros amigos! Ninguna persona
razonable puede hacer reproches a la juventud que de ese modo inicia una
amistad o un simple amorío.
Hasta aquí todo
va bien, no así cuando se pasa la frontera de lo lícito, puesto que no es nada
recomendable --ni útil para ella misma-- que una joven «lo sepa todo y lo
conozca todo». También es seguro que un muchacho caballeroso respetará mucho
más a la joven retraída y modesta que a la emprendedora y exuberante. Entre los
hombres aún se oye esta frase tan atigua: «Para divertirse es estupenda, mas
para casarse... ¡jamás!».
Es, pues, un
arma de dos filos el que una muchacha alterne con jóvenes con entera libertad.
Lo que ante todo necesitan saber las jóvenes es que no deben dejarse amargar la
alegría de estar con sus amigos; sería una lástima que fueran hurañas y se
convirtieran en unas solteronas gazmoñas. Sed siempre juiciosas y romped una
amistad que salga del camino recto antes de que sea demasiado tarde, aunque el
hacerlo os cueste un par de lágrimas amargas. Es mejor llorar antes que
después. Pensad que tenéis toda la vida por delante y que ninguna «experiencia»
podrá devolveros lo que hayáis perdido en un momento de irreflexión.
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