Labordeta en El
País (1984/1987)
Crónicas y reseñas
Entre 1984 y 1987, época en la
que escribí de música popular en El País, compruebo que se publicaron nada
menos que siete comentarios, crónicas y reseñas sobre recitales y discos de
José Antonio Labordeta, a más de una entrevista que ya he colgado en el blog.
Las dejo aquí a beneficio de inventario, en la idea de que de alguna manera dan
una visión bastante completa de su actividad durante aquel periodo singular de
su carrera, en el que abandonó el subir al escenario solo, o acompañado de uno
o dos músicos, modelo al que volvería después, para hacerse acompañar por un
grupo al completo.
EL PAÍS, 14 JULIO 1984
Agoreros,
catastrofistas y aficionados a enterradores decidieron con singular criterio
extender precitadamente el certificado de defunción de los cantautores,
asimilando a sus propias ideas preconcebidas lo que ellos consideraban que eran:
reliquias del pasado, cantantes con guitarra y silla, dinosaurios envejecidos
de épocas pre-democráticas. El problema surge cuando los cantautores rompen
esos esquemas preconcebidos y demuestran que siguen en la brecha,
evolucionando, probando que no sólo siguen vivos y coleando, sino haciendo discos
que dan la clave del grado de madurez en que se encuentran.
El último
trabajo de José Antonio Labordeta es ejemplar por muchos conceptos: porque sin
dejar de lado sus preocupaciones básicas, el hombre y su entorno y
circunstancias, se ha planteado dar un salto formal que, aunque en principio
podría resultar peligroso, resuelve perfectamente con sobriedad e inteligencia;
porque es un cambio de imagen que no implica ninguna forma de travestismo
cultural, sino una profundización y maduración de su estilo personal; porque la
incorporación de la orquesta, tan difícil de utilizar en un cantante tan
definido artísticamente como Labordeta, no sólo no frena, sino que potencia las
canciones del aragonés.
El disco se
plantea fundamentalmente como una mirada hacia atrás sin ira realizada desde la
madurez de una larga carrera musical y vital. Canciones como Qué queda de ti, qué queda de mí,
reflexión generacional; A veces me
pregunto, lúcida introspección sobre su profesión de enseñante de historia;
Viejo país, visión irónica y amarga
de la realidad del Aragón actual, o Aquí,
especie de testamento a la manera de la Súplica
para ser enterrado en la playa de Sete, de Brassens, al que también dedica
una canción que es un canto a la cultura inconformista, constituyen significativos
ejemplos, entre otros, de cómo enfrentar la música popular desde una actitud de
serenidad y seriedad, que se convierte en divertida virulencia corrosiva en los
temas que se acercan a problemas candentes de actualidad: Elegía al misil, con la inestimable colaboración de La Trinca, y Desobediencia civil.
Los arreglos,
debidos a Manuel Camp y Enric Colomer, dan una nueva dimensión a sus canciones.
Dentro de un concepto de clasicismo perfeccionista, su principal virtud es
hacer de Labordeta un cantante que, sin dejar de ser aragonés, toma una
dimensión menos localista, más universal, con una justeza expresiva que puede
resultar sorprendente, pero perfectamente adecuada.
Canta Labordeta,
además, en un tono más intimista, menos desgarrado que en otras ocasiones, lo
que contribuye también al tono de serena madurez que tiene todo el disco.
José Antonio
Labordeta tiene sobre el escenario aspecto de profesor, no sé si de historia o
de otra cosa, pero profesor al fin y al cabo. Claro, que profesor iconoclasta,
de humor cachazudo e irreverente, que hace del recital un espectáculo en el que
sus parlamentos entre canción y canción adquieren valor fundamental en la forma
de desarrollarlo. Un espectáculo con mucho de buñuelesco en ese navegar
constantemente en la frontera que constituye la irreverencia y el pudor, la
hondura y la crítica directa, descarnada. Así son también sus canciones, un
constante vaivén entre la reflexión en profundidad sobre la vida y la denuncia,
la mayoría de las veces en clave satírica, de las cosas que no le gustan: la
prepotencia, el belicismo, el cretinismo o la injusticia.
En este primer
recital de la tanda de siete que está celebrando en Madrid dio un largo
recorrido por las canciones de su reciente disco y por algunas de sus mejores
composiciones de otros trabajos: La vieja,
Carta a Lucimio, La albada, El poeta, Meditaciones de Severino el Sordo, Canto a la libertad y, cómo no, Aragón, que tuvo que interpretar para
cerrar los bises.
Un recital
medido, que muestra al cantante aragonés en su momento más maduro, espléndido
de voz y de recursos escénicos. Con un acompañamiento plenamente adecuado de la
Cooperativa Musical del Ebro, grupo que a la vista de los cuatro temas que,
interpretó como tal, sin Labordeta, evidenció estar situado en el camino de los
mejores grupos que en España se dedican a renovar el folclor desde una
perspectiva de modernidad sonora.
La solución a
algunos problemas iniciales de sonido y un crescendo en el desarrollo del
recital hicieron que fuera ganando en interés hasta desembocar en una segunda
parte plenamente conseguida de fuerza y comunicación.
EL PAÍS. 25 ABRIL 1986
En sus dos últimos discos, la obra de José Antonio Labordeta ha sufrido una significativa evolución. Progresivamente, ha ido abandonando los residuos ruralistas que le quedaban de sus trabajos iniciales, para irse sumergiendo en ambientes cada vez más urbanos, al tiempo que ha ido cambiando sutilmente también lo que cuenta en las canciones. Lo que se apuntaba claramente en Qué queda de ti, qué queda de mí, su anterior disco, aparece ya redondeado en este reciente Aguantando el temporal, aunque, quizá, todavía no completo. Aguantando el temporal es un disco totalmente eléctrico, lo que no es un simplista sinónimo de rockero, con unos buenos arreglos de Alberto Gambino, tal vez con la única excepción de Zarajota blues, un tanto fría y alambicada en el intento de mezclar con regularidad matemática los ritmos de blues y jota. El resultado sonoro es inédito en la obra del cantautor aragonés y marca, con el anterior, un importante punto de inflexión en su trabajo. Es un disco clave para el desarrollo de lo que ha de hacer a partir de ahora.
José Antonio
Labordeta ha dejado a un lado el grito, símbolo paradigmático de su obra
anterior, y se presenta con voz más matizada y madura. Sus nuevas canciones son
básicamente una reflexión sobre el tiempo, una reflexión hecha desde hoy, que
no mira hacia atrás con nostalgia, sino que se enfrenta al presente con
racionalidad desde esa mirada no exenta de cariño al pasado. Incluso sus
canciones más comprometidas, como la anti-OTAN En el nombre del Señor, las hace con un toque irónico y distanciado
que excluye el carácter colectivo que tenían anteriores temas del mismo punto.
EL PAÍS. 24 MAYO 1986
Pocos cantantes
hay tan coherentes como José Antonio Labordeta. En sus discos han ido
desarrollando, perfeccionando y profundizando unas preocupaciones fundamentales
que se han ido cargando de nuevas connotaciones conforme avanzaba en su obra.
Está hoy el cantautor en un momento clave, en el borde de un salto estilístico
marcado por el alejamiento del ruralismo que caracterizaba sus trabajos
anteriores y por la aparición del paisaje urbano como elemento dominante. En la
presentación de su reciente disco (Aguantando
el temporal) ese cambio de perspectiva cristaliza en el cambio de grupo,
que por primera vez en Labordeta es totalmente electrificado. Es arriesgado
porque el estilo del cantante está ya lo suficientemente marcado como para que
cada cambio sorprenda.
No ha caído en
la fácil tentación de acercarse gratuitamente al rock, algo que en él
resultaría desproporcionado. Lo que le da el nuevo grupo es variación en el
colorido de los temas y acentuación de la parte rítmica, con un resultado que
ofrece zonas de tanteo que se notan más en el tratamiento de las canciones
antiguas, más conseguido en las nuevas composiciones. Su capacidad
comunicativa, su sobria, cazurra y eficaz manera de relacionarse con el público
permanece intacta y sigue siendo parte importante de su éxito.
La colaboración
entre cantantes en disco o en directo es una sana costumbre que se practica
menos de lo que se debiera, pero los recitales estereotipados con la
participación de reales o supuestos amigos que rodean al cantante de turno se
han convertido en un trámite obligatorio para poder hacer un especial de
televisión y en un aliciente comercial que las casas de discos fuerzan para
grabar un disco en directo al que siempre auguran éxito, profecía que no
siempre se cumple. Excepto algunos pocos casos -el primero de Luis Eduardo
Aute, en su ya lejano Entre amigos, y
el reciente de Joaquín Sabina y Viceversa-, los discos resultantes y los
programas televisivos consiguientes terminan por ser poco más que un desfile de
vanidades en donde lo más importante, la personalidad del cantante
protagonista, resulta diluida e impostada. Lo peor de todo, además, es que los
mismos recitales suelen resultar improvisados, tediosos y deslavazados. Resulta
difícil evitar el convencionalismo que todo ello está contribuyendo a crear, y
cada uno lo intenta a su manera.
José Antonio
Labordeta, con ese fuerte componente anti-heroico que caracteriza su obra, se
ha lanzado a ello, rodeándose de una buena cantidad de antihéroes musicales:
Imanol, un vasco de fidelidades profundas y voz no menos profunda; Paco Ibáñez,
un vasco mítico, perdedor entrañable, que dedicó su estremecedora musicalización
de un poema de León Felipe, Ya no hay
locos, a la memoria de Yoyes; Puturrú de Fua, un trío de desaforados y
sanos provocadores; Javier Maestre, un antiguo y ya retirado compañero en los
inicios de la canción aragonesa; Ovidi Montllor y Toti Soler, dos irredentos
solitarios y solidarios; Javier Ruibal, un semidesconocido; Maite Yerro, totalmente desconocida, y, como
figura de la jornada, Joaquín Sabina, un veterano corredor de fondo que
comienza a llegar a la cresta de la ola. Una buena reunión de troncos, como los
definió el cantante, que resumían en esa noche toda una historia de fidelidad y
coherencia a una manera de entender la canción popular y la vida, dispar en sus
vías musicales, pero perfectamente afinada en su objetivo último.
Recitales de este
tipo requieren, cuando menos, tres características para no caer en la
trivialización y cumplir su objetivo de crear un espectáculo digno: las calidad
de los participantes -aunque su participación sea mínima y simbólica-, la
coherencia y el ritmo del recital. José Antonio Labordeta superó la prueba con
nota. La calidad y la coherencia quedan patentes en la lista de invitados; el
ritmo del recital fue impecable, sin baches ni lagunas.
EL PAÍS 14 MAR 1987
"En Aragón hay tres cosas / que no cambian de
chaqueta: / Buñuel, Francisco de Goya y la voz de Labordeta". Con
estos versos, añadidos para la ocasión por Joaquín Sabina a la canción Zarajota blues de José Antonio
Labordeta, define el jienense-madrileño al aragonés, y en esta época de cambios
de chaqueta --la de invierno por la de verano, el anorak por el jersei-- no
está mal iniciar con ellos esta nota para anunciar la emisión de un especial
del cantautor aragonés. Sin duda, la fidelidad, la honestidad y la coherencia
son virtudes que adornan la carrera musical de Labordeta, más importantes
cuando parece que corren tiempos en que estas virtudes apenas son otra cosa que
adornos pintorescos que de poco sirven a la hora de hacerse un hueco en el
cielo de los cantantes con éxito. Pero de menos serviría si, junto a ellas,
Labordeta no demostrara ser un excelente compositor de canciones y un cantante
tan anticonvencional como comunicativo.
El pasado 7 de
noviembre se presentaba Labordeta en el teatro Salamanca, de Madrid, para
grabar un doble álbum en directo (que ha salido a la venta hará un mes) y
preparar el programa televisivo que se va a emitir hoy. Siguiendo los
imperativos que Televisión impone, participan en el programa otros cantantes --es
ésta una costumbre que se está convirtiendo en ley--, y si el buen hacer del
cantautor aragonés nos va a permitir escuchar algunas de las mejores canciones
de toda su carrera, su resistencia a los cambios de chaqueta, esa fidelidad a
sí mismo y a los demás que le caracterizan, impedirán que los invitados se
conviertan en un relleno sin sentido, en una simple operación de marketing. Entre
los cantantes que acompañarán a Labordeta estarán Paco Ibáñez, Javier Ruibal,
Puturrú de Fuá y Javier Mestre, Imanol --una voz fuerte de Euskadi--, y Joaquín
Sabina, que pese a sus éxitos de este verano sabe estar siempre en el sitio
adecuado.
Tú y yo y los
demás
se emite esta noche, a las 0,15 horas, por TVE-1.
Labordeta 'mola'
EL PAÍS. 11 MAYO 1987
Recital de José
Antonio Labordeta. Plaza Mayor. Madrid, 9 de mayo.
Cuando estaba a
punto de finalizar el recital con el qué José Antonio Labordeta abría las
fiestas isidriles en la Plaza Mayor, un espectador -joven conocido de
acontecimientos similares- se acercó al cronista para adelantarle un juicio tan
breve como acertado: "Labordeta
mola, colega, a ver si lo dices mañana". Una vez cumplido el encargo,
queda en el aire una pregunta pertinente: ¿qué es lo que tiene este aragonés
cincuentón, cachazudo, de inequívoca coherencia estética y política, autor de
canciones tan fuera de la ortodoxia posmoderna, antidivo por principios, para
molar por igual a los miles de quinceañeros, veinteañeras y talludos veteranos
de otras guerras que abarrotaban la histórica plaza hasta el trabuco de Luis
Candelas? En primer lugar, sus canciones. Canciones que unen la simplicidad
-que no simpleza- formal a una temática que se ha ido ampliado con el tiempo
hasta abarcar el conjunto de circunstancias, sensaciones e ideas que
caracterizan a toda persona de hoy. Pero también, esa imagen que da de padre,
maestro y colega, capaz de abrir horizontes de comprensión sin dogmatismos con
la ligereza de quien cuenta un chascarrillo y la hondura de quien ve más allá
de las verdades como puños que canta.
Sabedor de la
ambigüedad que encierran las palabras, comenzó el recital con una canción a
ellas dedicada, y siguió narrando historias tiernas y terribles y reflexionando
con distanciamiento y rigor sobre los avatares del vivir. El entusiasmo del
público --que canto, bailó, se divirtió y acabó exigiendo cinco bises-- marcó
el éxito de un artista que, por ser de siempre, cada vez es más de ahora mismo.
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