El Nobel para un Dylan mutilado
“Me marcho mañana, pero podría
irme hoy,
algún día, en algún lugar
carretera abajo,
la última cosa que quisiera hacer
es decir que yo también he tenido
un duro viaje.”
No
seré yo quien deje de alegrarse con la concesión del Premio Nobel de Literatura
a Bob Dylan, por mucho que con el tiempo me importen más los artistas que los
galardones que reciben, pues no por recibirlos les hacen más artistas. Muy al contrario.
Considero a Dylan uno de los grandes creadores del siglo XX, sea cual sea el
género artístico al que queramos referirnos. De los auténticamente grandes, de aquellos
que recogen todo lo que una forma de arte, la canción popular en este caso, ha
dado hasta que ellos llegan, lo asumen, lo elaboran y lo sacan a la luz
convertido en algo nuevo que transforma el arte correspondiente y lo abre al
futuro. Por consiguiente, que nadie dude de que considero a Dylan merecedor de
cualquier galardón con el que quiera reconocerse su talento creativo, incluido
este Nobel tan ditirámbico y polémico.
Lo
que no estoy tan seguro es si los académicos de Oslo han premiado en realidad a
Bob Dylan, el creador e intérprete de canciones, o sólo a una de sus partes, la
de letrista. Y no se trata, precisamente, de una parte literaria complementaria
de la musical, artísticamente autónomas una y otra, sino que juntas constituyen
un todo creativo único, la canción, en la que la fusión de ambos elementos,
literario y musical, no se da por simple superposición, sino que es integración
lo que, precisamente, le confiere a la canción su entidad creativa
independiente y lo que, en definitiva, llena de sentido la obra artística
resultante.
Una
letra de canción no es un poema, así como la melodía de una canción no es una
pieza instrumental, por mucho que un texto siempre pueda imprimirse en papel o
una música tocarse sin sus palabras. En cualquier caso, y por mucho valor que
tengan cada una de sus partes, estaremos leyendo o escuchando tan sólo media
canción, de la que únicamente llegaremos a entender su sentido completo, sus
matices más profundos, sus sentimientos verdaderos hasta escucharla completa,
y, a ser posible, cantada por el autor, que en esto de la canción la
interpretación es cuestión fundamental.
La
música de una canción no sólo acompaña, aligera o ilustra la historia que
cuenta la letra, de igual manera que un texto no sólo pone palabras a una melodía.
No son trajes que se quitan y se ponen sin afectar a la esencia de la persona. Si
la canción es buena, y las de Dylan son obras maestras, ambas partes irán
imbricadas íntimamente, como órganos esenciales de un ser vivo, que sólo se
pueden considerar por partes tras la disección. El corazón lo tiene jodido,
pero el hígado nos viene que ni de perlas, comenta el forense mientras trocea
el cadáver pensando en el lucrativo negocio de los trasplantes.
Dios
me libre de poner en cuestión la calidad estrictamente “literaria” de las
letras de las canciones de Dylan, ni su enraizamiento tanto en la tradición popular
como en la más moderna poesía “culta” del siglo, aunque pase de referirlo
porque ya hay estos días quienes lo están haciendo con acierto e incluso, a
veces, con exceso. Sólo dudo de que con este Nobel se esté premiando el talento
completo de Bob Dylan por el que realmente merece reconocimiento, que sólo está
plenamente en sus canciones contempladas como unidad estética. Al aislar y
premiar uno de los elementos del conjunto, por muy valioso que sea, el premio
cercena en realidad la integridad de la obra creativa de tan esencial cantautor
y su significación en la cultura del siglo pasado, que no es la de haber
conferido calidad, complejidad, madurez y belleza a las letras del rock, sino la
de haber contribuido en primera línea a transformar todo un género artístico
nuevo, el de la canción popular, que con él dejó de ser una forma de
“artesanía” más o menos noble para empezar a formar parte de un territorio
creativo plenamente “artístico”.
Como
no existen premios internacionales para tales cualidades, bienvenido sea el
Nobel, por muy mutilador que resulte. Como al otro París, siempre nos quedará
volver a escuchar aquellas canciones que tanto nos han hecho sentir y pensar
desde hace tanto tiempo.
SONG TO WOODY
Estoy aquí fuera, a mil millas de mi casa,
andando un camino en que otros hombres
han sucumbido.
Estoy viendo tu mundo de personas y cosas,
a tus pobres y labriegos, y príncipes
y reyes.
Eh, eh, Woody Guthrie,
te he escrito una canción,
sobre un divertido viejo mundo
que va dando vueltas,
que parece enfermo y está hambriento,
cansado y roto,
que parece como muriéndose
y apenas ha nacido.
Eh, Woody Guthrie, pero yo sé que tú sabes
todas las cosas que estoy diciendo,
y las que otras veces pueda decir;
te estoy cantando la canción,
pero no puedo cantarte lo suficiente,
porque no hay muchos hombres
que hayan hecho lo que tú.
Aquí está para Cisco y Sonny,
y también para Leadbelly,
y para toda esa buena gente que viajó contigo,
aquí está para los corazones
y las manos de los hombres
que vinieron con el polvo
y se fueron con el viento.
Me
marcho mañana, pero podría irme hoy,
algún
día, en algún lugar carretera abajo,
la
última cosa que quisiera hacer
es
decir que yo también he tenido un duro viaje.
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Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarToda la razón, Antonio. Incluso en una versión instrumental (y Dylan es tocado por muchos músicos de jazz), la letra tiene presencia subliminal, cuando no es "dicha" por el solista....
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