Hay una
característica del cine de Gonzalo García Pelayo que me viene inmediatamente a
la cabeza al ver “Niñas”, su obra más reciente: cada nueva película que hace es
una película nueva. Y no se trata de una perogrullada ni de un malabarismo
fonético, sino de una constatación que no conviene echar a humo de pajas en
estos tiempos en los que el autoplagio parece condición indispensable para el
triunfo de la mercadotecnia artística que asfixia el arte.
No se trata, claro está, de que una vez
acabado un thriller futurista prepare una comedia romántica entre sexagenarios,
para seguir luego con un western contemporáneo que transcurre en los desiertos
de Siria, a la manera del último videojuego de éxito. ¡Hasta ahí podíamos
llegar! Cada nueva película de Gonzalo (me van a permitir que le tutee, que nos
conocemos desde hace mucho y con él no es aplicable aquel verso de las 24
canciones breves de Aute que rezaba: “le
he perdido el respeto y por eso le llamo de usted”); es nueva, quizás con
la excepción de “Alegrías de Cádiz” con respecto a “Vivir en Sevilla”, en el
sentido de que nunca la había hecho antes, afrontando con cada trabajo el
riesgo que tienen los caminos desconocidos.
Curiosamente, y
a diferencia de otros artistas que hacen de sus obras un permanente
descubrimiento de nuevos lenguajes, cada nueva película nueva de Gonzalo no
supone una negación o una ruptura con la anterior, no hay ningún matar al padre
ni renegar de él (exceptuando, tal vez, “Vivir en Sevilla” con respecto a “Manuela”),
sino que se detecta en su obra, dándole coherencia, una especie de cordón
umbilical que recorre todos sus trabajos, aún separados por casi 30 años de
distancia, y que resume tanto sus preocupaciones estéticas como sus inquietudes
intelectuales e ideológicas. De acuerdo a ello, entiendo que la novedad de cada
trabajo que afronta no está en el tema y las obligadas variaciones formales que
precisa cada asunto o género abordado, sino en la intencionalidad más profunda del
artista, en aquello que verdaderamente quiere comunicar al espectador y, como
consecuencia, en el lenguaje que considera necesario utilizar en cada trabajo para lograrlo.
Para
entendernos, no se pueden contar con las mismas palabras-signos-imágenes una
película-ensayo como “Frente al mar” que una
película-relato como “Corridas de alegría”, por no
referirme ya a “Vivir en Sevilla”, cuya definición de género se escapa entre
los dedos como una bicha de agua. En este sentido, entiendo que “Niñas”
es ante todo una película esencialmente lírica, pensada desde un lirismo
conceptual que no puede expresarse en toda su intensidad sino a través de unas
imágenes con la fuerza poética que tienen las que Gonzalo ha creado,
encadenadas de la manera en que lo ha hecho y acompañadas de las músicas que
les ha puesto. Y este es el mejor momento, creo, de reconocer la excelencia del
trabajo de José Enrique Izquierdo,
director de fotografía de la mayor parte de las películas de Gonzalo, en las
que han quedado bien visibles las muestras de su buen hacer.
Por supuesto que
hay en el resto de películas de Gonzalo momentos que, aunque de muy distinta
manera, contienen una explícita intensidad poética, lírica u otra, que concitan
en el espectador profundas sensaciones íntimas. Charo López con el niño en
brazos mientras cantan Lole y Manuel en “Manuela”. El cante de Chano Lobato
(¿o es Pericón?) dando profundidad a las panorámicas de la ciudad en “Alegrías
de Cádiz”. El recorrido nocturno de la cámara por la casa de “Frente
al mar”. El rezo colectivo ante el Palmar de Trolla en “Vivir
en Sevilla”. La conversación nocturna, acompañada en la lejanía por las
sevillanas, de los adolescentes en “Rocío y José”, quizás la más
explícitamente “poética” de la anterior producción de Gonzalo; en la que también
se apunta a la poesía épica; en el cruce del río, sin ir más lejos ni pensar más.
En el
retorcimiento intelectual que Gonzalo no aparenta, pero que tiene, incluso hay
secuencias en las que la hondura poética se consigue, precisamente, mediante la
contravención de todas las convenciones poéticas cinematográficas o escénicas, poniendo en duda el recurso mismo de la representación.
Ofrezco comprobarlo viendo esta secuencia que enlazo. Miguel Ángel Iglesias no
conseguía aprenderse el largo texto que debía recitar, por lo que el señor
director decidió que lo leyera directamente del guión. Así, lo que era una
casualidad obligada se convirtió en una inspiración momentánea, que convirtió en
conmovedora una declaración de amor que, aún expresada en hermosas palabras, no
dejaba de ser convencional. Y la poesía se hizo.
Hay pues poesía,
y mucha, en la obra cinematográfica de Gonzalo. La diferencia entre lo anterior
y “Niñas”
consiste en que aquí la poesía no es un componente más de la película, sino su
esencia. Y no cualquier poesía, específicamente la lírica, esa parte de la poética
esencialmente íntima y profunda que apunta a lo más hondo de los sentimientos
humanos, a las cuestiones más elementales y esenciales. Y ya se sabe, aún
más que otros géneros artísticos, la poesía es esencialmente la palabra, la
forma, el propio lenguaje. Traten de lo que traten o tengan la intención que
tengan, sean épicos, líricos, costumbristas o sociales, los poemas solo
cumplirán su función de golpear al lector en el plexo solar mediante la “forma”
que se les sepa dar y el lenguaje que se utilice. De ahí que resulte tan
difícil separar ambos componentes del hecho poético, fondo y forma.
En “Niñas”
pasan pocas cosas, y prácticamente ninguna de ellas tiene gran significado
dramático, argumental. No hay en ella tragedia ni conflicto alguno, ni
melodrama ni ternurismo, no existen escenas cumbres ni hay diálogos brillantes
e ingeniosos creados por un guionista competente, ni suspense o intriga, ni
otra tensión en pantalla que la creativa que marcan las formas. Es una película
de momentos, muchos de ellos vacíos y aparentemente intrascendentes, enhebrados
en un fino hilo de historia, la expectativa ante
la incorporación de nuevos niños a la familia, que constituye fundamentalmente
un avance preparatorio de la eclosión de la secuencia final, esta vez sí,
continuidad y máxima expresión, pienso, de una de las constantes del cine de
Gonzalo: la maravilla ante la nueva vida que llega, que garantiza la
continuidad, no ya de la especie, tema que no se plantea, sino de algo igual de
importante, sin lo cual la especie no existiría: la tradición, la sabiduría,
los valores, en fin, enraizados en las generaciones anteriores y renovados con
las recién llegadas.
Esta última
característica, tan presente en el cine de Gonzalo que una mínima enumeración
de momentos en los que incide en ello daría para un tratado, es remachada en la
película por la presencia de los personajes adultos, madres, abuelas y tías,
como bien queda patente en las tres secuencias, creo que son tres, en las que
intervienen: una charla entre ellas anunciando la llegada de los nuevos niños (que
contiene una abradabrante narración sobre la conveniencia de elegir bien a los
compañeros de piso, en esa línea descontextualizada a la que tato le gusta
acudir al director), el baile de las sevillanas, con las tres generaciones en
danza, y la representación final de la breve obra de teatro, que acaba destilándose
en el significativo baile de libertad de Vanessa. Son los únicos momentos en
los que la película traslada su punto de vista de las niñas a las adultas,
estableciendo así la posibilidad de que los espectadores sonsaquemos el sentido
de las relaciones entre unas y otras generaciones.
Curiosamente, la
vieja idea de intercalar un corto ajeno e independiente en una obra propia, que
aquí cumple, acentúa este aspecto de la película. El trabajo elegido[1],
rodado con anterioridad, no sólo tiene algunas coincidencias formales con el
filme en que se inserta, sino que viene a dar una vuelta de tuerca al universo
femenino de “Niñas”, esta vez con la presencia de una generación intermedia
de mujeres, ya no adolescentes, aún no madres, que hablan de las relaciones con los hombres, un aspecto que no
aparece ni sugerido en el resto de la película.
Lo demás son las
niñas, verdaderas protagonistas de la película que definen su universo poético.
Niñas que juegan al escondite o se columpian, que se cuentan sus breves vidas a
la luz de una linterna, que hablan por el ordenador, que se miran pícaras,
inocentes o curiosas, que reaccionan con gestos mínimos a la voz de las primas,
que dibujan o que recitan los nombres de los ríos que conocen, moviéndose en
todo momento por el marco fijo de la pantalla como algo que no admite ser
encerrado en los simples márgenes del encuadre.
Rodada
totalmente en planos fijos; cortos, medios o generales, pero fijos, en esta
película de Gonzalo, en realidad en casi todas, la cámara no es un ojo que persigue
al personaje hasta su más recóndito interior, incluso sicológico, sino una
ventana inmóvil y abierta al exterior a través de la cual el espectador observa
la vida. Las niñas se mueven no en el interior del plano, sino en su exterior,
aparecen y desaparecen por los márgenes del encuadre no como un final del
momento que retratan, sino como un recordatorio de que ese momento de vida continúa
fuera de nuestra vista, creando así un signo poético de singular impacto.
Cada plano de “Niñas”
está resuelto con un encuadre cuidadoso, medido y exacto, que le confiere a las
imágenes de la película una aparente frialdad casi objetivista. Pero es
mentira. Muy por el contrario, “Niñas” es una obra de evidente
subjetividad, de un esencial calor íntimo y de una cercanía emocional que se
transmite al espectador, precisamente, mediante el contraste entre ese extrañamiento
y frialdad del plano fijo y la interiorización, el calor, que provoca la manera
en que están montados y la música con que se acompañan, creando así una tensión
estética que da forma al sentido poético de la película. Una tensión creativa
que convierte lo que podía haber sido un documental objetivo y simpático sobre unas niñas encantadoras en una
personalísima inmersión de fuertes connotaciones líricas en el universo
infantil femenino.
Un último apunte
sobre una cuestión siempre destacada y original en el cine de Gonzalo: la
música. El tema daría ocasión, de hecho lo ha dado, para más de un ensayo, por
lo que voy a intentar, si consigo reprimirme, ser concreto. A lo largo de toda
su obra Gonzalo ha venido a contradecir esa especie de principio
cinematográfico que asegura que la música de una película es buena cuando no se
oye. En las películas de Gonzalo la música, esencialmente canciones, se oyen, y
bien. Cumplen un papel fundamental tanto en la estructura de la narración como
en su significación poética y dramática. En esta “Niñas”, sin embargo, algo
ha cambiado. En primer lugar, tan sólo hay un tema cantado, las sevillanas que
bailan las tres generaciones, lo demás son instrumentales, en los que se combinan
la música clásica, en la que también hay canto, la contemporánea de vanguardia
y la popular de Bali, nada menos. Las canciones, con sus letras e intérpretes,
explicitaban esos momentos poéticos de las películas anteriores, de hecho constituían sus principales eclosiones de la poesía en cada filme. Estos
instrumentales de “Niñas”, en cambio, aunque también profundizan el sentido poético del filme,
tienen un significado más abstracto y abierto que en casos anteriores; como,
por otra parte, corresponde al carácter lírico de la película.
Entiendo, para
finalizar, que este último trabajo de Gonzalo no es únicamente un tierno,
sensible y detallista retrato del universo femenino, realizado desde la naturalidad
y la verdad que desprenden las niñas que lo protagonizan, aunque también lo
sea. Ante todo, pienso que “Niñas” aporta a su cinematografía una
profunda expresión poética, lírica, de sus anhelos más profundos e íntimos,
aquellos que le hacen maravillarse y rendirse fascinado ante la inocencia y la
pureza profundas que rebosan estas niñas, abiertas a todas las sorpresas y
ajenas a todos los prejuicios. Esa misma “gracia”,
en definitiva, que los personajes de Gonzalo han perseguido, o han ido encontrando,
en cada una de sus películas, y que aquí parece haberse refugiado en el paraíso
perdido de la infancia, que bien puede anhelarse desde el desazonador resultado
de la experiencia y la vida.
Aunque no acabe
así,
Así podría
acabar
“Niñas”
[1] “El
círculo”. Guión: Candela Jiménez y Cristina García Pelayo. Dirección: Candela
Jiménez.