“Diferente”, la película que visibilizó la homosexualidad en 1962 metiendo con vaselina un
gol por la escuadra a la censura franquista
No
todo ha de ser fiesta, borrachera y jolgorio en esta semana del orgullo gay.
También reivindicación, aún tan necesaria por mucho que nos pese, e incluso entretenimiento y reflexión, si es que la resaca deja sitio libre en el cerebro, que aún en los
momentos de mayor euforia siempre hay que abrir un hueco al pensamiento para
que respire. Es por eso que propongo aprovechar una tarde de estas para ver este “Diferente”
que enlazo al final, la película que en 1962 fue pionera en tratar el tema gay
en el cine español sin que los censores, duros y crueles pero tontos, se
percataran de que aquello era una bomba de relojería bajo sus camas. Los
tiempos han cambiado y con ellos la visibilización y el respeto hacia la
homosexualidad en sus diferentes y variadas formas. Pero no conviene olvidar lo que costó
llegar hasta aquí, ni, ¿por qué no admitirlo? el camino que queda por recorrer.
No
es “Diferente”
una obra maestra de la cinematografía hispana, ni siquiera una buena película,
sin embargo sí resulta una obra insólita y curiosa digna de verse y
apreciarse. Casi tanto por sus logros, que son variados, como por sus
insuficiencias, que ahora resultan tan kitsch e inocentes que hasta enternecen. Y no
sólo por el atrevimiento del tema que abordaba, valioso por sí mismo, sino
también por la ambición conceptual y estética del intento, que aunque a mi
entender resulta excesiva a todas luces tiene también el mérito de quienes no se conforman
con seguir los caminos trillados.
Aunque
habitualmente se atribuye la dirección de “Diferente” al español Luis María
Delgado, la verdad es que su papel no pasó de plasmar en el terreno técnico las
ideas del verdadero autor de la película (pues de un auténtico film de autor se
trata), el bailarín argentino Alfredo Alaria, que además de protagonizarla,
pensó la idea original, participó en el guión y sin duda indicó y marco al
español cada una de las tomas. Así lo declara el último de los créditos: “Un film de Alfredo Alaria”, y basta ver
la película y compararla con otras producciones de Delgado para comprobar que no miente.
Personaje
curioso en esta historia es este último, el realizador técnico del film, Luis
María Delgado, rutinario director español de filmografía tan larga como
prescindible, que curiosamente consiguió los mejores resultados de su carrera co-dirigiendo
(o firmando) las tres películas que realizó junto a los actores que las protagonizaban
y las habían ideado: “Manicomio”
(1954, con Fernando Fernán Gómez), “El maestro”
(1957, con el italiano Aldo Fabrizi) o este “Diferente” al que nos referimos.
Bailarín,
actor y coreógrafo, Alfredo Alaria había nacido en Buenos Aires y había
debutado en el cuerpo de baile de aquel Miguel de Molina en el exilio, que
dirigió en 1949. Para 1961 había trabajado ya en varios filmes argentinos,
siempre en papeles secundarios y habitualmente bailando, y tras haber triunfado
en su tierra comenzaba una carrera internacional en la coreografía y el baile. Tal
vez pensó, con 31 años cumplidos, que había llegado el momento de dar al arte
una obra personal que mostrará a la vez su talento y su más íntima
personalidad, forjada, al parecer, alrededor de dos motivos básicos: la
ambición creativa y la condición homosexual.
No era moco de pavo para los tiempos que corrían. Paradójico y revelador resulta que pese a la evidente salida del armario que suponía la película, ninguna de las reseñas biográficas, notas de prensa o entrevistas que he encontrado de Alaria, ni de aquel momento ni posteriores, refleja su condición homosexual, tan claramente declarada por él mismo. Parece una contradicción, pero no lo es, que los mismos que han considerado "Diferente" un icono primigenio del cine gay cubrieran con un manto de silencio la innombrable homosexualidad de su autor.
Aunque
para esas fechas la homosexualidad ya había sido aludida crípticamente en alguna
película estadounidense --piénsese en “La
gata sobre el tejado de zinc” (Richard Brooks, 1958) o “De repente el último verano” (Joseph L.
Mankiewicz, 1959), ambas basadas en obras teatrales del homosexual Tennessee
Williams, o las más metafóricas de la charla sobre ostras y caracoles de “Espartaco” (Stanley Kubrick, 1960) o el
desafío a flechazos de “Ben Hur” (William
Wyler, 1959)--, aunque todavía faltaba un par de años para que Hollywood
pusiera directamente cara al lesbianismo y sus consecuencias en una sociedad tan
moralista y homófona como también lo era la estadounidense de la época en “La calumnia” (William Wyler, con guión
de Lillian Hellman, 1962). Luego las cosas cambiaron, y la homosexualidad en
las películas hollywoodienses dejo de ser una alusión disimulada para
convertirse en un reclamo.
Y
si eso sucedía en el “país de la libertad”, qué decir de la España del franquismo,
aquella de cerrado y sacristía que había ganado la guerra y gobernaba con mano
de hierro la moral sexual de los españoles.
Aunque
hay quien se retrotrae a 1941 para detectar alusiones homoeróticas en los
brazos musculados de Alfredo Mayo en “Raza”,
en la que daba vida a José Churruca, trasunto del mismísimo Francisco Franco,
autor de la novela autobiográfica firmada con el seudónimo de Jaime de Andrade
en la que se basaba la película en una fidelísima traslación de las veleidades
heroicas del dictador. No creo que ese toque gay estuviera en la intención de
Saenz de Heredia, su director, y menos aún en la del dictador, autor y autentico
protagonista, pero merecería ser cierto, porque constituiría una paradoja
histórica insuperable[1].
Fuera como fuera, ninguna película española (ni americana, por cierto) habían
abordado hasta entonces el tema prohibido con la sinceridad, la pasión y la verdad
de “Diferente”.
¡Y mira que quedaban años hasta Almodóvar!
Viendo,
entonces o ahora, “Diferente” resulta explicita la intención de Alaria de
expresar sus propias ideas tanto sobre el arte como sobre el homoerotismo. Unas
autorreflexiones, especialmente las referidas a su condición sexual, que como
no podía ser de otra manera no se declaraban nunca explícitamente a través del
argumento o el diálogo, un tanto simples y deshilvanados, sino de las imágenes y las coreografías. En “Diferente”,
lo que se dice y lo que se cuenta es sólo una parte del discurso, que para
entenderse por completo debe relacionarse íntimamente con lo que se ve. Lo que
se habla con lo que se danza. El lenguaje explícito de la palabra con el
metafórico de la imagen. Sólo entonces el conjunto toma forma.
La
historia aparente que cuenta el argumento es bastante simple y poco original,
incluso para los sesenta. Un bailarín, que no por nada se llama Alfredo, se atormenta
por encontrar una forma personal de bailar que le consagre como artista y le
lleve al triunfo, para lo que resulta un permanente motivo de tormento y autoculpabilización
el enfrentamiento con el medio social del que proviene (la alta burguesía
de un país innominado) y su familia más cercana, que consideran a los artistas
seres raros, excéntricos, promiscuos, seres que se mueven en ambientes oscuros e
insanos y que bordean la perversión. Un melodrama inane. Es su línea estética, en
cambio, el contenido de los planos, relacionados mediante el montaje de las
imágenes, las sugerencias coreográficas y la exhibición permanente de la
imaginería homosexual masculina del momento lo que aportan a la película las
reflexiones sobre la identidad sexual de su autor y protagonista. Una línea visual
y metafórica, menos expresa que la argumental, pero igualmente evidente. La
confluencia de ambas, su interrelación, es lo que entiendo que da sentido total
a “Diferente”.
Hay
numerosas alusiones homosexuales en la película, especialmente en los muchos
números musicales, generalmente aislados de la trama argumental pero
implicados en ella como si de alegóricas notas a pie de página se tratara. Sin
embargo, Alaria colocó hacia la mitad del filme un momento en el que ambos elementos,
el argumental y el metafórico se juntan en una doble secuencia altamente significativa
del objetivo último del autor.
Alfredo
ha abandonado el baile presionado por su entorno para integrase en los negocios
inmobiliarios familiares. En un idílico recorrido marítimo en velero charla con
Sandra, una antigua compañera con la que ha tenido sus más y sus menos: Hablan
cargados de dobles sentidos:
SANDRA- Me parece que quieres engañarte
a ti mismo. Tarde o temprano volverás.
ALFREDO- A veces es preferible
engañarse.
S- ¿Con qué finalidad?
A- Con una sola: la de no sufrir.
S- Posiblemente, pero también se te puede escapar la felicidad.
A- Es mejor desconocer ciertos
sentimientos que nacen no se sabe cómo.
S- ¿De que hablas? ¿por qué dices eso?
(Se besan)
A- Creíste que mi reacción de aquella
noche era por mi amor propio herido. No, Sandra, fue porque sentí dentro de mí
algo que nunca había sentido. Creí que pasaría, pero sigue, y sigue y sé que es
imposible.
(Ella le abraza)
S- Otros se quieren, no hay nada
imposible.
A- Sandra, tú eres magnifica, pero no
la mujer que puede unirse a un hombre para siempre.
S- Te equivocas. Te quiero, te quise
siempre desde que te vi y me hablaste. Si supieras como me han atormentado los
celos desde que no te veo. Te quiero, Alfredo, te querré siempre.
(El sonríe
sarcásticamente y luego se carcajea)
A- La mujer que no creía en el amor ni
en nada. Pero Sandra ¿Cómo pudiste pensar que yo y contigo...?
(Se pelean)
A- Recuerda lo que te dije: cuando se
ríen de mí no lo olvido.
S- Te odio, te odio más que nadie puede
odiar. (Ella se separa de él y coge el
timón de la barca) Para mí todavía hay esperanza, tengo un futuro. Pero tú
no. Estarás siempre solo, como un leproso, como un monstruo, como un condenado.
Sólo, ¿me oyes? Solo.
(FUNDE A NEGRO)
La
charla, aún con sus meditadas ambigüedades, podría muy bien ser una simple discusión
de enamorados, heteros y artistas ambos, si no fuera porque tras el fundido
llega la secuencia más explícitamente homoerótica de la película. Alfredo va
con su padre y hermano a visitar una obra del negocio familiar. Mientras que
sus acompañantes se quedan fuera planificando, él entra en el edificio en construcción
y observa como un obrero musculoso y en camiseta de tirantes, sudoroso por el
esfuerzo, orada con un martillo neumático un bloque de granito. La mirada de
Alfredo, el sudoroso cuerpo del trabajador y la broca del martillo golpeando la
piedra se suceden en un rápido montaje alternativo de significado evidente. No
se podría resumir de forma más clara, aunque si tal vez más consistente, el
conflicto central de la película entre el profundo deseo y la cruel culpabilización,
irreprimible el uno e inevitable la otra en el contexto social de los años
sesenta.
Lo
más sorprendente y lo que convierte “Diferente” en una película insólita
es, no obstante, el hecho de que en una dictadura que contaba con instrumentos tan dañinos
para reprimir las “desviaciones y vicios” homosexuales como las leyes de Vagos
y Maleantes o la de Peligrosidad y Rehabilitación Social (cuyo verdadero
peligro quedaba ya explicito en sus propios nombres) la producción y
exhibición de la película de Alfredo Alaria se aceptara sin el menor problema ni
el más mínimo corte del guión o del producto final. Y es que la censura
franquista era brutal y castradora, sin duda, pero tan elemental y simplista
como para ser incapaz de desentrañar las sutilezas y las alusiones indirectas
de las obras que censuraban. La verdad es que Alfredo Alaria les metió un
golazo por toda la escuadra.
Sin
embargo, no sólo fue pionera la película en la temática que abordaba, sino
también en el modelo cinematográfico que proponía, inspirado en los grandes
musicales hollywoodienses y la danza contemporánea, un modelo totalmente enfrentado a las un
tanto casposas películas con canciones de las que abundaba el cine patrio. A mi
entender fue una intentona fallida y deficiente, pero en cualquier caso,
pionera e interesante. El talento de su creador e intérprete no parece que
estuviera a la altura de sus ambiciones formales y temáticas. Se ha escrito, y
viendo la película la referencia resulta evidente, que la principal fuente de
inspiración para “Diferente” fue “West Side Story”, que se había estrenado el
año anterior. Sólo cabe lamentar que Alfredo Alaria y Luis M. Delgado no fueran
Robert Wise y Jerome Robbins y que Adolfo Waitzman, el autor de la música y las
canciones estuviera a tanta distancia de Leonard Bernstein.
Pero
en fin, que la cosa no va de eso, sino de invitaros a ver “Diferente” película
insólita e imperfecta que fue pionera, hace 56 años ya, en la visibilización de
la homosexualidad y en la reivindicación del orgullo correspondiente. Estos
días son buenos para recordarlo.
[1] A propósito de esto de ver lo que a lo mejor
no existe. Volviendo a ver estos días “Diferente” encuentro hacia su final una
secuencia (1h30m) en la que el protagonista exorciza los males que le atenazan
en una especie de rito mágico afrocubano, en la que el bailarín se retuerce y
debate empujado por la salmodia rítmica de los asistentes. ¿Acaso es “Franco,
Franco” lo que repiten los celebrantes mientras los demonios parecen abandonar
a Alaria? ¿No me digáis que no hubiera sido un descaro admirable?
No hay comentarios:
Publicar un comentario