lunes, 24 de febrero de 2014

23F de 1981. Tejero y el carnaval

23 de febrero de 1981. Día de Tejero y Carnaval







Tal mañana como la de hoy de hace 33 años los españoles se despertaron, los que habían dormido, con resaca de pesadilla; y no precisamente soñada, sino bien real. La tarde anterior, un grupo de guardias civiles comandados por un tal Tejero habían ocupado a tiros el Congreso de los Diputados y la sombra alargada de los tricornios acharolados y los conmilitones golpistas había secuestrado durante una noche la democracia titubeante y dudosa que apenas comenzaba a andar. Una noche de miedos que nos retrotraía a los aún recientes terrores nocturnos de la dictadura.

No es ocioso recordarlo ahora, cuando todo parece tan diferente y ningún rumor de fusiles llega de los cuarteles. Hace unos días, en un concurso televisivo, una persona que debía rondar los treinta años fue incapaz de identificar aquellos hechos; “esas cosas no las enseñan en el colegio”, vino a decir el concursante; y un servidor, perplejo espectador, no pudo evitar que se le cayeran los palos del sombrajo. ¿Qué tipo de sociedad estamos creando, que no enseña a sus jóvenes no ya la Historia, sino especialmente aquellos hechos que han contribuido de manera decisiva a que la España de hoy sea lo que es? También resulta deprimente que existan esos niveles de ignorancia social sobre el tema, cuanto tantos artículos, libros, informes, documentales e incluso series televisivas se han dedicado a paliarlos. ¿De tan poco sirven esas gotas de conocimiento en un mar de desinformación?

Han transcurrido 33 años, y si el fracaso de aquella asonada vino a certificar el final de una etapa histórica, marcada por la permanente vigilancia sobre la sociedad civil de los poderes militares, autonombrados garantes de la paz y el orden, ahora nos encontramos ante nuevas formas de secuestrar la voluntad popular. A la luz de la situación actual deberíamos comprender que los caballos de Pavía son ya una antigualla innecesaria que ha cedido su lugar a ese entramado simbiótico que representa la connivencia de los poderes políticos y económicos, en cuyo beneficio e intereses se eliminan o reducen derechos, se agudiza la explotación, se fomenta la inseguridad y, en definitiva, se fuerza un salto atrás que nos devuelva a lo más negro de la historia de España.

El 23 de febrero de 1981 había amanecido soleado en toda España. También en Canarias, donde yo vivía entonces, quizás como un buen augur de los carnavales que debían empezar en fecha próxima. Las comparsas habían ensayado ya todos sus bailes, las mascaritas llevaban semanas con el disfraz acabado y los más rezagados aún daban las últimas pintadas a su traje de dama del siglo XVI.

Desde hacía unos meses yo estaba al frente de “El Puntal. Revista de Canarias”, un semanario de información general que suponía el último intento de crear una publicación netamente de izquierdas, unitaria y apartidista, de distribución regular en los circuitos comerciales de prensa. Era lunes y habíamos cerrado el número que al día siguiente debíamos mandar a la imprenta, totalmente satisfechos, incluso exultantes, con la portada que habíamos encontrado. En ella, un cuarentón gordo, gordísimo, se levantaba sin ninguna inhibición sobre las puntas de los pies con las manos en alto, pillado en el grácil giro coreográfico que exigía su traje de bailarina con tutú. Lástima que se perdiera.

Ya lo teníamos todo cerrado cuando a través de una amiga nos enteramos a media tarde de que unos guardias civiles habían tomado a tiros el Congreso de los Diputados. Las numerosas llamadas telefónicas a amigos, conocidos y familiares de Madrid no acaraban nada, así que con el miedo metido en el cuerpo (no podíamos dejar de pensar que, como ya había sucedido antes, la salida de la isla era prácticamente imposible) nos pusimos a levantar lo que habíamos hecho, preparar una nueva portada, escribir un editorial (en el que la protocolaria hora menos canaria nos permitió adelantar el fracaso de la intentona), y guardar un par de páginas para añadir información cuando la tuviéramos.

Al día siguiente metimos los primeros comunicados que recibimos en las dos páginas que habíamos reservado y mandamos los fotolitos a Tenerife, donde se imprimía. Dos días después pudimos venderla en la manifestación contra el golpe que, como en toda España, también se organizó en Las Palmas. Nos quedaba la alegría de haber sido los primeros en poner a Tejero entre rejas.











Pero el tema de aquel número de “El Puntal” eran los carnavales, no se olvide, que la Historia con mayúscula no nos impida atender a las historias con minúscula. La foto del insólito bailarín también fue secuestrada por Tejero, pero quedó el artículo sobre los carnavales que, con cierta premura, como el mismo indica, le habíamos encargado a Elfidio Alonso, en aquellos tiempos subdirector del diario tinerfeño “El Día”, fiel carnavalero y director de los Sabandeños, colaborador fijo de la revista, en la que publicada una página semanal de opinión. Ahí va.




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