miércoles, 15 de enero de 2014

A propósito del derecho de las mujeres a decidir sobre su maternidad

A propósito del derecho de las mujeres a decidir sobre su maternidad





Hasta Trento, la santa iglesia católica dudó de que las mujeres tuvieran alma. Hoy, 450 años después, parece ser que lo que dudan es que tengan entendimiento. Y sensibilidad.

Esta afirmación tan rotunda podría ser sólo una boutade para captar la atención del lector, pero por desgracia no es así. Al menos si nos atenemos a la ideología que subyace en el proyecto de contrarreforma de la ley del aborto presentado por el Gobierno, brazo político y legislativo de la Conferencia Episcopal en este caso, como lo es en otros de la oligarquía financiera. ¿Qué otra cosa revelan las condiciones que se quieren imponer?, los dos médicos que deben autorizar, el asistente que social que ha de hacer recapacitar, los ridículos e insultantes siete días de obligada meditación.

No es sólo que se limiten o cercenen derechos de las mujeres que deseen abortar, es que lo que se está poniendo en cuestión es la propia capacidad para decidir en tema tan importante y personal. Como ellas no tienen las luces necesarias para tomar decisiones sobre su maternidad, aquí estamos nosotros para decidir por ellas, viene a decirnos, quizás entre líneas, pero de manera rotunda. Parecería que piensan que las mujeres, inconscientes y casquivanas como son, salieran dispuestas un fin de semana sí y otro también a quedarse embarazadas para poder abortar dos meses después y pasárselo pipa. ¿Pero quienes se han creído que son? Dios y sus creencias les prestan la luz que ilumina los caminos de sus vidas, y no seré yo quien les niegue el derecho a caminar siguiéndola. Pero que no intenten que sus personales linternas nos desorienten a los demás en nuestro propio camino, ni quieran deslumbrarnos con ellas para alejarnos de nuestra propia moral y principios.

Por años y por vida conozco a unas cuantas mujeres que han abortado, en el lejano Londres o en clínicas más cercanas y seguras que la clandestinidad, que también he conocido, y no sé de ninguna que lo haya hecho a la ligera o de manera frívola, por capricho o, mucho menos, por maldad. Tampoco he sentido que les produjera, creo que hay que decirlo, esos horribles traumas psíquicos que auguran los voceros del infierno. Afirmar o sugerir otra cosa es una infamia, y legislar como si así fuera nos retrotrae al pozo más lóbrego del pensamiento humano. El que negaba el alma a las mujeres. El que ahora quiere negarles el derecho a decidir y la capacidad para ejercerlo.

Acostumbrados a la estrategia del policía bueno y el policía malo, el gobierno parece haber comenzado el juego de dar y quitar, de amenazar y regalar cigarrillos. No resultaría extraño que al hilo de sus particulares intereses electorales al final de la tramitación nos encontraron que han ampliado alguno de los supuestos del aborto que ahora se prohíben, como en el caso de la malformación del feto, excesivo hasta para sus propias filas. No conviene engañarse. Aunque así fuera, el fondo despreciativo, injusto y discriminatorio de la contrarreforma seguiría siendo su fundamento ideológico. Y es con eso, precisamente, con lo que hay que acabar. El derecho a decidir es la madre del cordero si no queremos que el espíritu de Trento dirija nuestras vidas.



Resulta penoso tener que cerrar con esta canción de Luis Pastor
que escribimos hace 30 años, en 1984.
Es como un permanente volver a empezar una pelea que se creía superada
pero que no termina nunca.
No pretendimos lanzar una proclama,
sólo contar una historia ante la que pensar.
Me gustaría que en esta “Cristina” hubiera quedado reflejado
algo de lo aquí escrito.








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