domingo, 10 de mayo de 2015

80 AÑOS DE LA EXPOSICIÓN SURREALISTA DE TENERIFE (mayo 1935)





A María Teresa Mariz
y Carlos Gaviño de Franchy,
por lo mismo pero por distintos motivos




En mayo de 1935, hace ahora justo 80 años, Santa Cruz de Tenerife se convirtió en la capital mundial del arte de vanguardia del siglo XX. No es exageración patriotera ni cuestión opinable. Simplemente es un hecho. El 11 de aquel mes y año se inauguró en el Ateneo de la ciudad canaria la primera y única exposición del grupo surrealista de París que llegó a celebrarse en España antes de que los tiempos se tiñeran de sangre y todo surrealismo resultara un sarcasmo. No fue cualquier cosa, pues se trataba también de la segunda gran exposición surrealista organizada fuera de Francia (la primera había tenido lugar en Bruselas el año anterior) en la que participaron los grandes nombres del movimiento. Aquella exposición, aparte de su gran relevancia histórica y cultural, silenciada durante largos años por razón de la dictadura, también supuso una singular aventura humana y política que, aunque hoy haya salido de la oscuridad en la que reposó durante tanto tiempo, especialmente en Canarias, donde se han publicado ya numerosos textos sobre ella y lo que la rodeó, aún pienso que no goza del suficiente conocimiento, y reconocimiento, fuera del perímetro isleño.

Además, es una historia tan bonita, retrato de unos personajes singulares que viven una historia única en un momento irrepetible, que simplemente me apetecía escribirla. 



André Breton contemplando Tenerife
desde el balcón del hotel

Acompañando a los cuadros se trasladó desde París a Canarias el gran patriarca del surrealismo, André Breton, que guardaría la llama sagrada y subversiva del movimiento, y que tal vez con aquel viaje quería comprobar la magia exótica y lejana de las islas, de la que le había hablado su colega Óscar Domínguez, al que encontraremos más adelante, y que había añorado antes de conocerla en el poema que le acababa de dedicar en su último libro, “L’air de l’eau

“Se me dice que allá abajo las playas son negras
Por la lava que fue hacia el mar
Y se extienden al pie de un inmenso pico de humeante nieve
Bajo un segundo sol de canarios silvestres
Cuál es, pues, este país lejano
Que parece sacar toda su luz de tu vida
Y tiembla muy real en la punta de tus pestañas
Dulce a tu encarnación como un lienzo inmaterial
Recién salido de la maleta entreabierta de los tiempos
Detrás de ti
Lanzados sus últimos resplandores sombríos entre tus piernas
El suelo del paraíso perdido
Cristal de tinieblas espejo de amor
Y más abajo hacia tus brazos que se abren
Con la prueba de la primavera
DESPUES
La inexistencia del mal
Todo el manzanar en flor del mar”

Acompañaron a Bretón en el viaje a canarias su esposa, Jacqueline Lamba, cuyos vestidos a la moda parisién y su actitud desprejuiciada parece que encandilaron a los paisanos isleños, y Benjamin Pèret, también poeta y viejo compañero desde los tiempos dadaístas. Permanecieron en Tenerife hasta el 27 de mayo, aprovechando para dar diversas conferencias sobre arte y política. También llevaron con ellos en el barco una copia de la película de Luis Buñuel y Salvador DalíLa edad de oro”, que se quería proyectar para recaudar fondos con que pagar los gastos de la exposición, y cuya prohibición se convirtió en el mayor escándalo de la aventura, con una fuerte polémica que incluso llegó al Congreso de los Diputados de Madrid.




La exposición la había organizado la revista cultural de vanguardia “gaceta de arte” (así, con minúscula. Las mayúsculas no existían en sus páginas), que con los 38 números que editaron entre 1932 y julio de 1936 (el estallido de la guerra civil acabó con ella) se convirtió en una de las publicaciones de referencia en el campo de la vanguardia artística internacional de aquellos años. Al frente de ella estaba un grupo de jóvenes intelectuales y artistas canarios, encabezados por Eduardo Westerdahl, director de la publicación, y entre los que se encontraban Domingo Pérez Minik, Oscar Domínguez, Agustín Espinosa, Pedro García Cabrera, Domingo López Torres y Emeterio Gutiérrez Albelo. Tras la represión de la posguerra, que incluso condujo al asesinato del poeta López Torres, todos ellos acabarían por convertirse en nombres señeros de la cultura española en sus respectivos campos de actuación.

El resultado concreto del encuentro entre el grupo francés y el español fue la publicación del segundo Boletín Internacional del Surrealismo, que se editó en Tenerife y París entre otras ciudades, y que pasó a formar parte de la historia del movimiento surrealista.

Cabe preguntarse desde el presente de hoy, y más aún desde el tiempo mismo en que ocurrió, qué es lo que explica aquella exposición y aquel viaje de lo más moderno de la modernidad parisina a unas islas lejanas, tan lejanas que para llegar a ellas eran obligados varios días de travesía marítima. Intentaremos dar algunos datos que ayuden a comprenderlo; pero, antes de nada, debe tenerse en cuenta una consideración general sin la cual nada resulta explicable.




Las Islas Canarias, tierra de emigrantes que en diversos momentos de su historia debieron abandonarlas para buscarse la vida en otros lares, han sido también desde tiempos inmemoriales, como tales islas que son, punto de llegada o partida de descubridores, piratas o comerciantes, de huidos políticos y simples viajeros, de naturalistas, aventureros, poetas, frailes, artistas y pensadores. Punto de cruce de vidas, centro de fusión de culturas, lugar de descubrimiento para los curiosos, de temprano turismo para extranjeros, de luna de miel para los recién casados peninsulares. El mar, que aísla, también une.

De esa característica intrínseca con su propia condición insular nace, entiendo yo, la vocación cosmopolita del isleño, que a menudo ha conocido, asimilado y practicado las ideas y formas artísticas más avanzadas antes y con más profundidad que en otros lugares aparentemente más cercanos al “centro” cultural de cada época. Quizás el ejemplo más claro y de mayor repercusión de esta apertura a los vientos del mundo sea el de la exposición de la que hablamos y el del grupo de personas que la organizó.




En definitiva, aquel 11 de mayo se cumplía lo que ya había enunciado en 1930 en el diario tinerfeño “La Tarde”, el poeta Pedro García Cabrera, que estuvo de principio a fin en la aventura y que hubo de pagar precio por ello:

“a nosotros, por nuestra geografía y manera de sentir, nos es más asequible ir directamente a lo universal, sin la escala intermedia –cada vez más difícil—de la fusión nacional”.

O, como explicaría posteriormente de forma más precisa Domingo Pérez Minik en su libro “Facción española surrealista de Tenerife” (1975), del que pasaremos a hablar inmediatamente:

“Entre nosotros ha habido una poesía de tierra adentro y otra de puertos cosmopolitas. Los contactos con el extranjero fueron siempre constantes. El extranjero podía ser un pirata, un comerciante, un huido político. Pero cualquier aislamiento exige una comunicación permanente con el que llega de fuera, amigo o adversario, da lo mismo, se necesita del prójimo, nos urge la presencia del diálogo con el que nos va a enseñar otras maneras de hacer, vivir o cantar. No tiene nada de extraño que, en los años, treinta, Tenerife, la juventud que la habitaba después de los nacionalismos más o menos folklóricos de una dictadura política, que hasta la isla llegaba de un modo muy debilitado, se colocara frente al mar con los pies en el agua hasta abrir todo tráfico de ideas e in augurar una buena libre plática con toda clase de navíos”. 

En la exposición, que se inauguró el 11 de mayo de 1935, se colgaron un total de 76 obras, firmadas por los nombres más importantes del arte de vanguardia del momento, lo que es decir los más destacados del arte del siglo XX. Jean Arp, Giorgio di Chirico, Giacometti, Dalí, Óscar Domínguez, Max Ernst, René Magritte, Miró, Picasso, Man Ray, Marcel Duchamp o Yves Tanguy formaron parte de un total de 20 artistas que mostraron su obra. Pero mejor es reproducir el catálogo original, que contiene lista completa y, además, aún conserva el aire de la época.





Continuará, que he sido incapaz de acabarlo para la fecha del aniversario.




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