A María Teresa Mariz
y Carlos Gaviño de Franchy,
por lo mismo pero por distintos motivos
En
mayo de 1935, hace ahora justo 80 años, Santa Cruz de Tenerife se convirtió en la
capital mundial del arte de vanguardia del siglo XX. No es exageración
patriotera ni cuestión opinable. Simplemente es un hecho. El 11 de aquel mes y
año se inauguró en el Ateneo de la ciudad canaria la primera y única exposición
del grupo surrealista de París que llegó a celebrarse en España antes de que
los tiempos se tiñeran de sangre y todo surrealismo resultara un sarcasmo. No
fue cualquier cosa, pues se trataba también de la segunda gran exposición
surrealista organizada fuera de Francia (la primera había tenido lugar en
Bruselas el año anterior) en la que participaron los grandes nombres del
movimiento. Aquella exposición, aparte de su gran relevancia histórica y
cultural, silenciada durante largos años por razón de la dictadura, también
supuso una singular aventura humana y política que, aunque hoy haya salido de
la oscuridad en la que reposó durante tanto tiempo, especialmente en Canarias,
donde se han publicado ya numerosos textos sobre ella y lo que la rodeó, aún
pienso que no goza del suficiente conocimiento, y reconocimiento, fuera del
perímetro isleño.
Además,
es una historia tan bonita, retrato de unos personajes singulares que viven una
historia única en un momento irrepetible, que simplemente me apetecía
escribirla.
André Breton contemplando Tenerife desde el balcón del hotel |
Acompañando a los cuadros se trasladó desde París a Canarias el gran patriarca del surrealismo, André Breton, que guardaría la llama sagrada y subversiva del movimiento, y que tal vez con aquel viaje quería comprobar la magia exótica y lejana de las islas, de la que le había hablado su colega Óscar Domínguez, al que encontraremos más adelante, y que había añorado antes de conocerla en el poema que le acababa de dedicar en su último libro, “L’air de l’eau”
“Se me dice que
allá abajo las playas son negras
Por la lava que
fue hacia el mar
Y se extienden
al pie de un inmenso pico de humeante nieve
Bajo un segundo
sol de canarios silvestres
Cuál es, pues,
este país lejano
Que parece sacar
toda su luz de tu vida
Y tiembla muy
real en la punta de tus pestañas
Dulce a tu
encarnación como un lienzo inmaterial
Recién salido de
la maleta entreabierta de los tiempos
Detrás de ti
Lanzados sus
últimos resplandores sombríos entre tus piernas
El suelo del
paraíso perdido
Cristal de
tinieblas espejo de amor
Y más abajo
hacia tus brazos que se abren
Con la prueba de
la primavera
DESPUES
La inexistencia
del mal
Todo el manzanar
en flor del mar”
Acompañaron
a Bretón en el viaje a canarias su esposa, Jacqueline
Lamba, cuyos vestidos a la moda parisién y su actitud desprejuiciada parece
que encandilaron a los paisanos isleños, y Benjamin
Pèret, también poeta y viejo compañero desde los tiempos dadaístas. Permanecieron
en Tenerife hasta el 27 de mayo, aprovechando para dar diversas conferencias
sobre arte y política. También llevaron con ellos en el barco una copia de la
película de Luis Buñuel y Salvador Dalí “La edad de oro”, que se quería proyectar para recaudar fondos con
que pagar los gastos de la exposición, y cuya prohibición se convirtió en el
mayor escándalo de la aventura, con una fuerte polémica que incluso llegó al
Congreso de los Diputados de Madrid.
La
exposición la había organizado la revista cultural de vanguardia “gaceta de arte” (así, con minúscula. Las
mayúsculas no existían en sus páginas), que con los 38 números que editaron
entre 1932 y julio de 1936 (el estallido de la guerra civil acabó con ella) se
convirtió en una de las publicaciones de referencia en el campo de la
vanguardia artística internacional de aquellos años. Al frente de ella estaba
un grupo de jóvenes intelectuales y artistas canarios, encabezados por Eduardo Westerdahl, director de la
publicación, y entre los que se encontraban Domingo Pérez Minik, Oscar
Domínguez, Agustín Espinosa, Pedro García Cabrera, Domingo López Torres y Emeterio Gutiérrez Albelo. Tras la
represión de la posguerra, que incluso condujo al asesinato del poeta López Torres, todos ellos acabarían por
convertirse en nombres señeros de la cultura española en sus respectivos campos
de actuación.
El
resultado concreto del encuentro entre el grupo francés y el español fue la
publicación del segundo Boletín Internacional del Surrealismo, que se editó en
Tenerife y París entre otras ciudades, y que pasó a formar parte de la historia
del movimiento surrealista.
Cabe
preguntarse desde el presente de hoy, y más aún desde el tiempo mismo en que
ocurrió, qué es lo que explica aquella exposición y aquel viaje de lo más
moderno de la modernidad parisina a unas islas lejanas, tan lejanas que para
llegar a ellas eran obligados varios días de travesía marítima. Intentaremos
dar algunos datos que ayuden a comprenderlo; pero, antes de nada, debe tenerse
en cuenta una consideración general sin la cual nada resulta explicable.
Las
Islas Canarias, tierra de emigrantes que en diversos momentos de su historia
debieron abandonarlas para buscarse la vida en otros lares, han sido también
desde tiempos inmemoriales, como tales islas que son, punto de llegada o
partida de descubridores, piratas o comerciantes, de huidos políticos y simples
viajeros, de naturalistas, aventureros, poetas, frailes, artistas y pensadores.
Punto de cruce de vidas, centro de fusión de culturas, lugar de descubrimiento
para los curiosos, de temprano turismo para extranjeros, de luna de miel para
los recién casados peninsulares. El mar, que aísla, también une.
De
esa característica intrínseca con su propia condición insular nace, entiendo
yo, la vocación cosmopolita del isleño, que a menudo ha conocido, asimilado y
practicado las ideas y formas artísticas más avanzadas antes y con más
profundidad que en otros lugares aparentemente más cercanos al “centro”
cultural de cada época. Quizás el ejemplo más claro y de mayor repercusión de
esta apertura a los vientos del mundo sea el de la exposición de la que
hablamos y el del grupo de personas que la organizó.
En
definitiva, aquel 11 de mayo se cumplía lo que ya había enunciado en 1930
en el diario tinerfeño “La Tarde”, el poeta Pedro García
Cabrera, que estuvo de principio a fin en la aventura y que hubo de pagar
precio por ello:
“a nosotros, por nuestra geografía y manera de
sentir, nos es más asequible ir directamente a lo universal, sin la escala
intermedia –cada vez más difícil—de la fusión nacional”.
O,
como explicaría posteriormente de forma más precisa Domingo Pérez Minik en su
libro “Facción española surrealista de
Tenerife” (1975), del que pasaremos a hablar inmediatamente:
“Entre nosotros ha habido una poesía de tierra
adentro y otra de puertos cosmopolitas. Los contactos con el extranjero fueron
siempre constantes. El extranjero podía ser un pirata, un comerciante, un huido
político. Pero cualquier aislamiento exige una comunicación permanente con el
que llega de fuera, amigo o adversario, da lo mismo, se necesita del prójimo,
nos urge la presencia del diálogo con el que nos va a enseñar otras maneras de
hacer, vivir o cantar. No tiene nada de extraño que, en los años, treinta,
Tenerife, la juventud que la habitaba después de los nacionalismos más o menos
folklóricos de una dictadura política, que hasta la isla llegaba de un modo muy
debilitado, se colocara frente al mar con los pies en el agua hasta abrir todo
tráfico de ideas e in augurar una buena libre plática con toda clase de
navíos”.
En
la exposición, que se inauguró el 11 de mayo de 1935, se colgaron un total de
76 obras, firmadas por los nombres más importantes del arte de vanguardia del
momento, lo que es decir los más destacados del arte del siglo XX. Jean Arp, Giorgio di Chirico, Giacometti,
Dalí, Óscar Domínguez, Max Ernst,
René Magritte, Miró, Picasso, Man Ray, Marcel Duchamp o Yves Tanguy
formaron parte de un total de 20 artistas que mostraron su obra. Pero mejor es
reproducir el catálogo original, que contiene lista completa y, además, aún
conserva el aire de la época.
Continuará, que he sido incapaz de acabarlo para la
fecha del aniversario.
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