Preguntas sobre
una pregunta. El referéndum de Podemos
El
partido de Pablo Iglesias ha venido diciendo cada día cosas distintas respeto a
una posible confluencia de fuerzas de izquierda y populares de cara a las
próximas elecciones. Me parece una buena noticia que la última propuesta hable
de consultar sobre el tema a eso que toda la vida se ha llamado las bases. Es
lo lógico y congruente. Sin embargo, dada la formulación concreta de la
pregunta me parece que algunos militantes, afiliados o simpatizantes de Podemos
lo van a tener complicado, si no imposible, para contestarla de manera que
refleje realmente su opinión sobre el tema, y con ella la opinión colectiva de Podemos.
Veamos
la pregunta tal y cómo la ha reproducido la prensa:
“¿Aceptas que el
Consejo Ciudadano de Podemos, en aras de seguir avanzando en la construcción de
una candidatura popular y ciudadana, establezca acuerdos con distintos actores
políticos y de la sociedad civil siempre que 1) los acuerdos se establezcan a escala
territorial (nunca superior a la autonómica) 2) se mantengan siempre el
logotipo y el nombre de Podemos en el primer lugar de la papeleta electoral
incluso si eso implica concurrir a las elecciones generales en algunos
territorios con fórmulas de alianza (Podemos-X)?".
Supongamos
ahora que uno cualquiera de entre los muchos que van a votar en ese referéndum está
de acuerdo con avanzar en el proceso unitario, pero no con que la
circunscripción sea autonómica o provincial ni con que haya que mantener el
logotipo en primer lugar en la papeleta electoral. ¿Qué vota en este referéndum?
¿No? ¿Sí? ¿Tal vez? ¿Sí al primer enunciado pero no a las dos condiciones?
Otra
duda del votante puede surgir si está, por ejemplo, de acuerdo con mantener el
logo, pero a favor de que el alcance de los posibles acuerdos sea
estatal, y no autonómico o provincial. Y si las preferencias son a la inversa, tres
cuartos de lo mismo.
Sea
cual sea la respuesta final por la que opte el tal votante anónimo, y quizás
inexistente, no parece que pueda servir para expresar completo su pensamiento
sobre la cuestión. En caso de ganar un sí la cosa estaría más o menos clara,
¿pero qué significado tiene votar no? El más evidente parece ser que el votante
está en contra de la confluencia, lo que con toda probabilidad sería una apreciación falsa.
¿No
sería más adecuado y comprensible preguntar?:
1.- “¿Aceptas
que el Consejo Ciudadano de Podemos, en aras de seguir avanzando en la
construcción de una candidatura popular y ciudadana, establezca acuerdos con
distintos actores políticos y de la sociedad civil?
A.- Si
B.- No
2.- ¿Cual crees
que debe ser el ámbito en que se desarrollen estos acuerdos?
A.- Provincial
B.- Autonómico
C.- Estatal
3.- ¿Consideras
que es condición indispensable para alcanzar esos pactos que el logotipo de
Podemos aparezca en primer lugar en las posibles papeletas electorales?
A.- Sí
B.- No.
No
acabo de desentrañar las razones que han podido llevar a la cúpula directiva de
Podemos a establecer la pregunta en los términos en que parece que lo han
hecho o lo van a hacer, y no quiero especular sobre ello, aunque haya motivos
para la especulación. Ya somos mayorcitos y que cada cual especule por su
cuenta. Solo pretendo destacar la incongruencia y el dirigismo de la pregunta,
que difícilmente servirá ni para acabar con la polémica ni, y eso es lo fundamental, para
conocer con certeza las opiniones de las bases del partido.
realizados en el transcurso de una reunión política
la noche de los asesinatos de los abogados de Atocha
Al
final va a acabar teniendo razón el ínclito franquista Gonzalo Fernández de la
Mora que decretó en un libro de 1971 “el crepúsculo de las ideologías”, al modo
preclaro en que Franco había proclamado mucho antes y por decreto la caducidad
de la lucha de clases. El viejo ideólogo de la dictadura parecería, tal cual,
un prematuro filósofo postmoderno de acuciante actualidad.
Aquella
vieja teoría crepuscular parecería que hoy debiera ser de total aplicación en lo
que, para abreviar y sin identificar, llamaré la derecha, en la que supuestamente prima la
eficacia técnica y los resultados, frente a la igualdad, la justicia y la solidaridad teóricamente
preconizados por las ideologías de izquierdas. No es verdad. La derecha,
identificada con los grandes poderes económicos, actúa empujada por una
ideología clara y contundente. Una ideología, que permítaseme la paráfrasis
acrónica de un concepto del viejo don Vladimiro, podría titularse como “El
Capitalismo Especulativo fase superior del Imperialismo”.
Curiosamente,
donde resulta aplicable el concepto de González de la Mora es al nutrido campo
la izquierda, que a veces parece avergonzada de su ideología y otras convencida
de que es la sociedad quien repudia sus ideas.
Desde
que los partidos políticos modernos comenzaron a existir en el siglo XIX su
definición ideológica quedó patente en sus respectivos nombres, que anunciaban
ya desde su propio enunciado el sentido del programa político que aplicarían en
caso de acceder al poder. Liberales y Conservadores, Comunistas de distintas
facciones, Socialistas de grupos diferentes, Anarquistas de varias formaciones,
Demócrata Cristianos, Cristianos por el Socialismo, Juventudes Obreras
Católicas. Da igual los ejemplos que podamos buscar, que son infinidad. Todos
ellos llevaban retratado en el nombre su pedigrí y su utopía.
Es
esa una característica que ha desaparecido por completo de los nombres de los
nuevos partidos, grupos o colectivos políticos, unitarios o no, que han surgido
en los últimos años. Nombres ambiguos que parecen ideados por alguien que se encuentra
en alguna de estas tres posiciones: o se avergüenza de su ideología, pasada,
presente y futura, o le mueve tan sólo el tacticismo a corto plazo, sin pensar
en estrategias más allá de las electorales inmediatas, o, considera que el
descredito de las ideologías de izquierda que han funcionado hasta ahora es tan
grande, que mejor esconderlas para propiciar el éxito transversal en las urnas.
¿Qué
significa “podemos” aparte de la incierta posibilidad de alcanzar un objetivo
indeterminado? ¿Alguien va a dudar de que es un ciudadano y que junto a otros
como él forman un colectivo de “ciudadanos”, bien se trate de aficionados a los
coches antiguos o de miembros de la derecha civilizada? ¿Quién puede resistirse
a dejarse llevar por una “marea atlántica”, sobre todo si estamos en día
suavecito? ¿Qué otra cosa expresa “ahora en común” sino “en este momento juntos”.
A
partir de esas dudas surgen otras preguntas: ¿Quiénes y qué podemos? ¿Qué nos
une como ciudadanos y qué pretendemos al agruparnos? ¿Las mareas del Atlántico
son de pleamar o de bajamar? ¿Quiénes nos juntamos y hacia dónde vamos cuando
nos juntemos? No digo yo que no haya ideología, e incluso ideologías, en estas
variadas formaciones políticas recién nacidas, pero de lo que no cabe duda es
que, de tenerla, la enmascaran.
Y
hago estas preguntas desde la desde el convencimiento de que están plenamente
justificadas las reticencias actuales de la gente (¿los ciudadanos? ¿el
pueblo?) hacia las ideologías de izquierda que han llegado hasta nuestros días,
más a barrancas que a trancas.
A
mi parecer, la totalidad de corrientes de pensamiento, de acción y de
organización que compiten hoy por la hegemonía de la izquierda descienden
directamente, con las distintas derivas y actualizaciones que se quiera, de las
tres corrientes básicas y fundamentales de la izquierda organizada desde una
perspectiva de clase, que sin nos atenemos al orden cronológico de su aparición
serían el anarcosindicalismo, el socialismo y el comunismo. De ellas derivan
las múltiples variaciones que se pueden encontrar hoy en nuestro panorama
político, incluso las que hacen gala de antipartidismo, asamblearismo o
apoliticismo, que de todo hay. También podríamos incluir una cuarta variante de
modelo constructivo de la izquierda, que sería la que de manera bastante
confusa se denominó en un tiempo populismo (¡sí, el ominoso concepto existe!) y
que tanto éxito dio en el primer cuarto del siglo pasado, aquí en España, a organizaciones
como el Partido Republicano Federal de Pi y Margall, el Partido Republicano
Radical de Alejandro Lerroux o el movimiento “blasquista”, bautizado así en
consonancia con su líder e ideólogo, el escritor Vicente Blasco Ibáñez. Se
podría añadir, pero no creo que se trate de una corriente ideológica, por mucho
que haya pervivido hasta hoy mismo en diferentes momentos y países, en la
medida en que bajo su faldón se han inscrito movimientos de muy distinto signo
ideológico, de la derecha a la izquierda pasando por el centrocampismo
transversal.
Entiendo
el descrédito actual de esas ideológicas, teniendo en cuenta los resultados de
sus puestas en práctica, que solo llevaron a que unos no consiguieran ni
siquiera poner la suya en pie a no ser en las efímeras comunas anarquistas
aragonesas de la guerra civil, otros, en su socialdemocracia, sólo han logrado
ser la cara b del disco del sonsonete capitalista y neocapitalista, y los
terceros convertidos en consentidores colectivos de la traición estalisnista a
sus principios básicos, con la secuela de haber convertido los regímenes de
aquello que se llamó socialismo real en dictaduras en muchos casos sangrientas.
Si
a ello añadimos, aquí y ahora, los numerosos dislates cometidos en los últimos
30 años por los discípulos (más o menos cambiados, evolucionados actualizados y
etcétera) de unas u otras líneas ideológicas, es fácil deducir que el
descredito de unas y otras sea comprensible. Creo, además, que no se trata de
un descredito coyuntural y pasajero, sino plenamente justificado y firmemente
anclado en la realidad. Mi pregunta es: ¿la obsolescencia de las ideologías
realmente existentes hace automáticamente innecesaria la ideología? O dicho de
otra manera: ¿ya no se debe buscar una forma coherente de entender el mundo,
sus mecanismos sociales, políticos y económicos, para elaborar estrategias y
formas de cambiarlo a medio y largo plazo en pro de su mejoramiento, que a mi
entender solo se consigue con una profundización de la democracia?
Si
la confluencia de la izquierda que actualmente parece en marcha a lo único que
conduce, y ya es mucho conducir, es a conquistar “gobiernos de cambio”, cuyo
único horizonte ideológico esté en la solución de los problemas inmediatos y no
incluya la posibilidad de elaboraciones estratégicas (ideologías) elaboradas
desde parámetros diferentes a los utilizados hasta ahora, aunque aprovechen
cuanto de actual y valioso pueda haber en ellos, mal favor le habremos hecho a
la creación de una alternativa de izquierdas a más largo plazo y que pueda
garantizar cambios más en profundidad y más permanentes que los que permite cualquier
táctica electoral de aplicación inmediata. Ese es, si se admite mi punto de
vista, el principal reto al que se enfrenta la izquierda española y sus
aledaños en cualquier proceso de unidad o confluencia que se plantee. Las conquistas
tácticas son efímeras sin perspectivas estratégicas. No es trabajo de un día,
pero algún día habrá que empezar por algún sitio.
Contra la hegemonía en la construcción de la unidad
popular
“A las izquierdas las separan las ideologías
y a las derechas las unen los intereses”. Es una frase que llevo en la
cabeza, como un tambor de recuerdos, desde que era un niño. Mi padre la sacaba
a colación con cualquier excusa, especialmente cuando daba su versión del
porqué del resultado final de la guerra civil, que personalmente le había
costado derrota y cárcel. No sabía el viejo, que aún rojo de toda la vida nunca
había tenido acceso a los círculos en los que se jugaban tales cuestiones, que
en eso de la unidad también contaban las ambiciones personales, las inquinas
mutuas y, sobre todo, un perverso concepto “hegemónico” de la unidad. Ni que
decir tiene que estamos hablando de ahora mismo.
Hegemonía.
Otra palabra que me llega de lejos como un eco del pasado que me gustaría ahuyentar.
La primera vez que se me apareció, cual paloma mensajera de la verdad divina,
debió ser en un verano de finales de los sesenta o principios de los setenta
del siglo pasado. Perdonad que mezcle el ayer y el hoy, pero es que voy para
viejo y soy de ascendencia Cebolleta. En una finca rural de Guadalajara, entre
huertos y frutales, nos instalamos en tiendas de campaña un grupo numeroso de
militantes de la Unión de Juventudes Comunistas (los alevines de Santiago
Carrillo, si lo miras desde otro lado de la pantalla), para debatir nada más y nada
menos que un extenso programa bajo el nombre de “El pluripartidismo en la vía pacífica al socialismo”. No es moco de
pavo ni teta de novicia. Por el contrario, se trata de una vieja cuestión que,
con los debidos cambios semánticos sigue estando de total actualidad,
precisamente ahora, cuando se vislumbra que las cosas, al fin, pueden ser algo
diferentes, por lo menos.
La
conclusión que saqué muy a posteriori sobre lo debatido en aquel picnic de
Guadalajara es que aquello de la unidad consistía, más o menos, en un “todos
unidos en un frente común, pero los que mandamos somos nosotros, que no por
nada somos el partido hegemónico, la vanguardia del proletariado”. Toma
castaña: todos juntos bajo el paraguas del PCE camino de la revolución en un
pluripartidismo perfecto. Así nos fue. Y no se olvide que en aquellos momentos
el PCE era el partido más numeroso, con mayor y mejor organización y con mayor
currículum en la lucha por la democracia de toda la izquierda española. Tampoco
conviene echar en saco roto que en aquellos años todo el amplísimo arco de
partidos, organizaciones y grupos de izquierda, del maoísmo al troskismo, el
castrismo, el pro-sovietismo, el cristianismo de base o el asamblearismo, tanto
da que da lo mismo, tenían la hegemonía en el primer punto de sus tácticas
unitarias. El que se salve que tire la piedra al río.
No
es una historia nueva. Esa misma concepción hegemónica de la revolución (del
cambio, traduciría ahora, para ser más preciso) es la que llevó a los jacobinos
a masacrar a los girondinos en la Revolución Francesa o a los bolcheviques a
expulsar al vacio exterior a los mencheviques. No hace falta pensar mucho para
ver en lo que desembocaron. Aquella vieja batalla por quién y cómo se conduce y
orienta el proceso de unidad y de cambio vuelva a reaparecer ahora de manera
aguda. No me preocupa que surja el problema, cuya reaparición es lógica en
momentos como este. Me preocupa que no se le encuentre solución. O que la
solución consista en una repetición de los viejos errores.
La
importancia de la aparición en las municipales de plataformas unitarias como
Ahora Madrid, Barcelona y Zaragoza en Común o las Mareas gallegas, no está sólo
en su éxito electoral, sino, sobre todo, en que plantean un proceso de
construcción de la unidad de la izquierda del que quedan excluida, por la propia
constitución de estos grupos, cualquier tentación hegemónica partidista. Ahí
está su mayor virtud. Ese, pienso yo, debería ser el germen de una política no
solo de tacticismo electoral, sino de estrategia futura.
A
mi entender, a día de hoy existen sobre el tapete dos propuestas, diferentes,
aunque no excluyentes, de proceso de unidad (popular o de izquierdas, tanto
monta, monta tanto) de cara a conseguir un peso político determinante en las
próximas elecciones generales. Aún no veo debates estratégicos, pero quizás son
prematuros. Ya llegarán si el proceso acaba solidificándose en algo distinto a
lo existente hasta ahora.
El
una, propugnada por Pablo Iglesias como líder del sector mayoritario de
Podemos, el partido se ofrece como el lugar ideal para albergar bajo sus siglas
--o compartiéndolas en alguna autonomía en la que el partido tiene menos fuerza-- a cuantos estén por eso que andamos llamando,
con cierta ambigüedad, el cambio. No importa el pedigrí. Da igual que sea tirio
o troyano, o incluso candidato de unos u otros, lo que cuenta es que sean
capaces de aportar votos y que acepten el papel hegemónico, en forma de
paraguas, del partido más poderoso. Ironizo, pero es así.
El
otro, auspiciado por integrantes de movimientos y candidaturas de unidad en
distintas partes del Estado y militantes y cargos medios de (según su
porcentaje de participación en el manifiesto inicial) el propio Podemos, EQUO,
IU, Partido Humanista y Compromis. Su propuesta pasa por la confluencia de las
distintas fuerzas, movimientos y partidos, en la constitución de una plataforma
bajo el nombre de Ahora en Común, nacida
fuera de la lógica del equilibrio y la hegemonía partidista, pero en la que también
participen los partidos, aportando ideas y propuestas, por supuesto, así como
capacidad organización, difusión y, faltaría más, candidatos.
Me
parece que se me ve el plumero ¿no? Pues sí, para qué negarlo. La vía anunciada
por Pablo Iglesias me parece la puesta en práctica contemporánea del viejo
concepto, a mi parecer tan pernicioso, del hegemonismo político. Un concepto
que aparece necesariamente ligado a la convicción de ser los únicos en conocer
la verdad y sus caminos. “Solo conmigo asaltarás los cielos”, viene a decir el
mensaje, “sin mí, caerás en el abismo de los infiernos”. “Yo soy el único
camino”, se podría apostrofar, recuperando el título de las memorias de Dolores
Ibárruri (“El único camino”), a la
manera en que Podemos ha recuperado del pasado su más utópica consigna.
Me
gustaría (a día de hoy debo condicionar mi gusto, soy demasiado escéptico para
dejarme vencer por la fe) que la propuesta de Ahora Madrid representara la
comprensión de la política como una relación no hegemónica, sino igualitaria,
entre partidos, organizaciones y el conjunto del común, que finalmente son
quienes han de decidir. Este paso del hegemonismo al, llamémosle, igualitarismo
entre fuerzas de distinto tipo me parece sustancial para establecer
perspectivas de futuro en la unidad de la izquierda. Máxime cuando lo que
caracteriza a la izquierda actual es, precisamente, la falta objetiva de
caminos ciertos Una izquierda en la que todo son tanteos, jugadas a corto
plazo, en las que la única perspectiva es la de la esquina siguiente. Y que
sigan.
Leo
y escucho, como crítica, que detrás de Ahora en Común están Alberto Garzón y
sus secuaces de Izquierda Unida. Vade Retro. ¡Como si fuera pecado castigado
con el ostracismo llamarse Alberto o ser de IU! No sé si ha sido realmente así.
Algunos de los promotores iniciales de la plataforma lo desmienten, pero si no
fue, bien pudo haber sido, pues la propuesta de Ahora Madrid está en total
consonancia con el modelo de confluencia defendido por Garzón desde hace
tiempo. Tonto sería que tras el desplante de Pablo Iglesias IU se hubiera
encerrado en esas cuevas en las que dicen que está a relamerse las heridas y
dejarse morir dulcemente. Mal hubieran hecho si desde ese mismo momento no
hubieran intentado acercar a su idea de confluencia al resto de partidos y movimientos
que, por otra parte parece que le han ido dando calabazas a las propuestas de
matrimonio de Pablo Iglesias. Y si en algún momento surge una marcha en
colectivo que circula en la misma dirección, ¿Cómo no apoyarla e integrase en
ella? Otra cosa no sólo sería una nueva equivocación política, sino una
traición a la propia esencia actual que proclaman.
Que
en este contexto IU acepte que no debe intentar ser la fuerza hegemónica del
proceso unitario y colectivo de cambio, sino una igual entre iguales,
participantes todas de un debate sobre las vías aún desconocidas para la
profunda transformación social, económica y política, no es solo una muestra de
realismo político, que lo es, sino ante todo un cambio sustancial, en
profundidad, en las estrategias políticas de IU y, en visto históricamente, de las
izquierdas españolas. Esperemos que vayan por ahí los tiros, aunque mi confianza
sea limitada.
Pero
estamos ante unas elecciones, y parece claro que la presentación de dos listas
de izquierdas, o similar, supondría un quebranto para ambas y un error político
de singulares proporciones en este preciso momento. Personalmente me gustaría
--es de dos y dos son cuatro-- que Podemos renunciara a su concepción
hegemonista de la unidad. Es evidente, por lo demás, que integrarse en una
plataforma colectiva e igualitaria como Ahora Madrid (o llamémosla con el nombre
que mejor nos venga en gana) no supondría ninguna merma de su capacidad de
actuación, influencia ideológica, movilización, poder y representatividad
política en las instituciones. Ni siquiera peligraría la detentación de la
candidatura a Presidente del Gobierno. O a Jefe de la Oposición, no seamos
triunfalistas y admitamos otras posibilidades. ¿Alguien duda de que en estos
momentos ese puesto le correspondería en cualquier negociación o votación
popular actual a Pablo Iglesias Turrión?
Y
en esas ando, esperando que Camilo de Lelis, presbítero y militar que tras
arrepentirse de una vida disipada y disoluta consiguió terminar como el santo
del día de hoy, 14 de julio, cante el Grándola con nosotros. O povo é quem mais
ordena.
¿De
verdad alguien en su sano juicio puede pensar que Podemos, con el 13% de votos
que le augura la encuesta de hoy puede aspirar, como aspiran Pablo Iglesias y
su cúpula dirigente, a ser la única fuerza capaz de dar la vuelta a la tortilla
en solitario? ¿Solos? ¿Sin nadie más en común? ¿No es el suyo un paraguas
demasiado pequeño para que se cobijen bajo él las fuerzas del cambio? ¿No sería
bueno, aventuro, que alguien más aportara sus propios paraguas para que así, paraguas con
paraguas, juntemos los metros de lona suficientes para enfrentar del aguacero que nos
amenaza?
Sí,
ya sé. Las encuestas están manipuladas. Sobre todo cuando los sondeos se nos
ponen de cara y no nos dan los resultados que nos gustaría obtener. Lo he leído
en numerosos comentarios, sobre todo de fieles seguidores del solos Podemos.
“¿Pero cómo es posible que no vayamos a Poder, si somos los únicos que Podemos,
los destinados a Poder? Alguien tiene que tener la culpa. Faltaría más que
ahora nos convirtiéramos nosotros en perdedores desnortados y caducos que no
saben leer el lenguaje de las masas? Las
encuestas están manipuladas”.
De
acuerdo, las encuestas están manipuladas. Los malvados estadísticos y el
perverso Diario.es, tan socialista él, tan favorable a Ahora en Común, tan
acérrimo enemigo de Podemos, les han quitado puntos para ponérselos en las cuentas
de ¿PP? ¿PSOE? ¿Ciudadanos? Desde luego a Ahora en Común no le han regalado ni
una brizna de porcentaje, porque aún no han computado. Espero que hasta aquí
podamos estar de acuerdo. La casta ha llamado a Juan Tamariz y han escamoteado
votos a uno y se lo han dado a los otros. Pero las preguntas siguen siendo
inquietantes. ¿Han trasvasado un 5% de los votos? ¿Acaso un 7%, un 8%, un 9%,
un 10%? Mucho más deben haber cambalacheado la encuesta, porque hay 14 puntos
porcentuales de distancia con el PSOE y 17 con el PP. Saca la bota, María, que
me voy a emborrar, que esta noche me emborracho yo, me mamo bien mamao, pa no
pensar.
Pongámonos
serios, por favor, que la cosa no es de broma. Ese dato del 13,1% que le augura
la encuesta a Podemos está en absoluta consonancia con los resultados que
obtuvieron en las autonómicas, que como media en las comunidades en que se
celebraron fue del 13,14%. Y eso no son encuestas, sino datos reales. Es verdad
que algunos, con un centralismo mental preocupante, se fijan en el 18,59% de
Madrid, o, si son de miras más amplias, en el 20,51 de Aragón o el 19,02 de
Asturias, poco en cualquier caso, pero se olvidan de que también existen
Valencia (11,23). Cantabria (8,83), Castilla la Mancha (9,73) o Extremadura
(7,99). O, incluso, el 14,84 de Andalucía. También es consecuente con la
evolución de las expectativas de votos que las distintas encuestas le vienen
dando a Podemos. Como la del CIS, en la que desde enero, fecha del máximo
acercamiento a su objetivo celeste, se puede observar una bajada permanente de
más de siete puntos porcentuales. Ya, ya sé que las encuestas, además de
manipulables, no son un dato real y no deben adorarse a pies juntillas sino ser
ante ellas saludablemente escépticos. Lo pienso sin ironía alguna. Los sondeos
no constituyen una realidad, pero indican tendencias que, por lo general,
suelen ser bastante aproximativas y se deben tomar en cuenta.
Seamos
serios y responsables. Nos jugamos muchos en el envite y, a ser posible, me
gustaría no tener que volver a cantar otra vez el perdimos, perdimos, perdimos
otra vez de Les Luthiers.
Basta
ya de escaramuzas, paraguas y chascarrillos de pico de oro y pongámonos a tomar
impulso todos juntos, a ver si la fuerza reunida nos alcanza, no digo ya para
asaltar los cielos, pero, por lo menos, para llegar al purgatorio.