La travesía del Sinaia
1599
republicanos españoles rumbo a México
SINAIA
A tantos, y
entre ellos, a José Herrera Petere y a Pedro Garfias
Un día,
lentamente,
zarpaste de
aquel puerto.
Te llevabas
un largo
cargamento
de sueños y
esperanzas,
de hombres
curtidos,
de poetas.
Que abra el
Atlántico su pecho y os acune.
En esa mala hora
aquí quedamos
los presos y los
muertos, los no nacidos…
Y en las sierras
un murmullo inconcreto.
Al segundo día
hacéis una
revista,
que como
vuestros ojos,
habla también de
España.
Ahora nos
encontramos
después de
tantos años.
Un niño, sólo un
niño,
me gustaría
volverme
para saberos cerca.
AG. 1971
Hay
temas, historias, obsesiones que te persiguen toda la vida, que a veces se
agazapan en la memoria pero que siempre acaban por reaparecer. Por razones del
sitio donde caes al nacer, mi infancia transcurrió en el mundo de los perdedores
de la guerra civil española en el que el exilio de familiares, amigos o
camaradas era un tema recurrente hondamente vivido, poblado de nombres e
historias dolorosas y apasionantes que me fascinaban y que fueron construyendo
lo que después he sido. Una de esas historias que vienen de los relatos
paternos alrededor de la radio en la que la familia bien podía haber acabado de
escuchar unida Radio España Independiente, estación Pirenaica, es la del barco
SINAIA, el primero que en mayo/junio de 1939 llevó un importante contingente de
exiliados republicanos españoles de Francia a México. Es una historia dramática
y esperanzada con final agridulce, pues el viaje tiene un final feliz pero aún
les queda a los protagonistas mucho camino por recorrer.
Hace
un montón de años (tantos que a tenor de la carpeta en la que lo he encontrado
lo he fichado en los comienzos de la década de los setenta, cuando me encontraba
sirviendo a la Patria en un cuartel de Ingenieros) escribí el poema que
encabeza estas líneas. Es un texto un tanto primario que incluso contiene un
error de bulto, pues la dedicatoria al poeta José Herrera Petere debería ir en
realidad destinada a Juan Rejano, que es el poeta que, junto a Pedro Garfias,
iba en aquel barco. Lo recupero, no obstante, ahora que he decidido recuperar
la historia entera, para intentar recuperar la emoción que siempre me ha
provocado aquella aventura y los hombres, mujeres y niños que la
protagonizaron.
El
casi medio millón de españoles que hubieron de salir de su patria en 1939
impelidos por las bayonetas y la represión, no sólo llevaron en su equipaje las
pobres pertenencias que habían podido salvar en la derrota, sino también, y
quizás sobre todo, las esencias y los principios de aquella República por la
que habían luchado y a la que representaban. Esencias y principios que
configuraron no sólo sus vidas personales o sus ideologías políticas, sino muy
especialmente sus actividades intelectuales y artísticas, en el caso de que
fuera ese el ámbito profesional que les correspondía. Esencias y principios que
bien merecerían ocupar un espacio moral y político muy superior al que parecen
ocupar en sociedad actual.
La España
peregrina
En
este comienzo de la historia, retomo la lectura de un viejo libro, unos de esos
que llevan muchos años reposando en las estanterías y que ya es momento de que
vuelva a servir para algo. Se trata de la monumental obra en seis volúmenes “El exilio español de 1939”, que bajo la
dirección de José Luis Abellán y con la participación de una importante nómina
de expertos publicó la editorial Taurus en 1976, apenas unos meses después de
la muerte del Caudillo por la gracia de Dios. Todavía hoy, y pese a lo mucho
que se ha escrito posteriormente de los transterrados de la guerra civil es la
obra más completa sobre el tema, cuya consulta recomiendo vivamente a los interesados en el tema.
Pese
al tiempo transcurrido, o quizás a causa de él, sigue produciendo asombro y
emoción sumergirse en los pormenores de aquella obligada aventura que hubieron
de vivir una buena cantidad de españoles de toda condición, sexo, origen
social, edad, profesión o, incluso, ideología, que se desparramaron por el
mundo con la dignidad de quien, habiendo perdido, no ha sido derrotado. Ellos
constituyeron una auténtica España fuera de España. Una España en la diáspora siempre
progresista, en buena medida con ansia de revolución, que constituyó una patria
alternativa a la España negra de la dictadura.
Tan
vez convenga, para entenderlo, echar una mirada atrás, aunque sea a vuelo de
pájaro, sobre quienes componían aquella España peregrina y sobre las
vicisitudes que hubieron de pasar. Entre ellos estuvieron los que participaron
desde el primer día en las guerrillas francesas o soviéticas, los que se
enrolaron en el ejército francés tras su paso por los campos argelinos y desde
el cuerno de África lucharon en Montecassino, liberaron París y tomaron el Nido
del Águila de Hitler, los que sufrieron los campos nazis, y los que, en fin,
acabaron encontrando refugio al otro lado del mar. Estremece hacer el
recorrido.
En
total fueron unos 500.000 los españoles que se exiliaron por los pasos
fronterizos catalanes en los primeros días de febrero de 1939, tras que las
tropas sublevadas tomaran Barcelona y no quedara ninguna posibilidad de
defender Catalunya. “Nunca en la historia
de España se había producido un éxodo de tales proporciones ni de tal naturaleza”, concluye el historiador
Vicente Llorens en su artículo incluido en el trabajo citado. La mayoría eran
militantes políticos o sindicales, funcionarios del gobierno y militares o que
habían ejercido como tales durante la guerra, candidatos directos al paredón o
la cárcel, pese a que en la mayor parte de los casos las responsabilidades
políticas que habían ejercido fueran insignificantes, y no faltaban, no
obstante, los que simplemente huían del terror que las tropas vencedoras iban
sembrando a su paso triunfal por las ciudades y pueblos que ocupaban.
Un
dato significativo sobre la composición de aquel exilio lo constituye el altísimo
componente porcentual de intelectuales, científicos, profesores, artistas y, en
general, gente del pensamiento y la cultura, que lo configuraba. Personas cuyas
simples ideas hubieran constituido en sí mismas una buena excusa para la
represión franquista. Las cifras sobre este tipo de exilio intelectual
desveladas en el trabajo citado resultan clarificadoras. Sólo de entre los
alrededor de 50.000 exiliados a América se contaban:
“2 premios Nobel; 891 funcionarios públicos
(dedicados a la industria, la técnica, la enseñanza, seguros, Banca, etc.); 501
maestros de Primaria; 462 profesores de Universidad, Liceos, Institutos,
Normales y Escuelas Especiales; 434 abogados, magistrados, jueces, notarios,
etc…; 375 médicos, farmacéuticos y veterinarios; 361 técnicos y peritos en sus
diversas especialidades: agrícolas, textiles, electrónicas, marítimas, papel,
petróleo, construcción, etc…; 284 militares y profesionales de todas las armas
(dedicados en América a la industria, la técnica, la enseñanza, seguros, etc...);
214 ingenieros en sus diversos grupos; 208 catedráticos; 146 ejecutivos
bancarios, de finanzas, economistas, administradores, etc…; 109 escritores y
periodistas; 28 arquitectos. Dentro del conjunto de la emigración, se calcula
en cinco mil el número de intelectuales que salieron, entendiendo por tales
todos aquellos que tuvieran una cierta notoriedad en profesiones liberales,
artísticas, literarias o docentes”.
¿Se
puede imaginar lo que esa sangría significó para la educación, la cultura, la
ciencia y la industria española? ¿Cómo se valora lo que esa avalancha aportó en
sus respectivas disciplinas a los países que los acogieron? En un acercamiento
del foco a México, plano general de esta elucubración, volvemos al libro para
aportar algunos datos altamente significativos:
“En determinados momentos, la Universidad Nacional
Autónoma de México tuvo un 60 por 100 de profesores españoles o de origen
español. Y en una Feria del Libro celebrada en la ciudad de México en 1960, los
exiliados españoles participaron con una sección propia; según el catálogo que
se repartía en dicha sección, existía una representación de 970 autores con
2.034 obras. Ello constituía la presencia física española en aquella Feria del
Libro, pero además se daba cuenta de un fichero con 12.000 folletos, ensayos,
artículos y traducciones de los que eran autores españoles residentes en
América”.
De 1939 a 1942,
entre veinte y treinta mil republicanos españoles llegaron a México en barcos
que se llamaban Ipanema, Mexique, Nyasa, Flandra o Champlain, fletados para la
ocasión por las organizaciones españolas de ayuda a los exiliados y la
colaboración del gobierno mexicano.
O el Sinaia, que fue el primero, y cuyo
recuerdo bien puede servir para entender quiénes y cómo eran aquellos
exiliados, que ánimo mantenían en aquel momento de la derrota y cómo se
planteaban la diáspora. Por fortuna ha quedado una prolija y significativa
documentación sobre aquel viaje que nos viene al pelo para este propósito.
El Sinaia era un
barco con su propia historia. Construido en Glasgow (Gran Bretaña) a comienzos
de los años 20 lo había botado la Reina consorte de Rumanía, que le bautizó con
ese nombre en recuerdo de la ciudad rumana en la que se encontraba la
residencia real del país. En sus primeros años transportó regularmente
emigrantes y otros pasajeros entre Marsella y Nueva York, especializándose
luego en lo que hoy podríamos llamar cruceros por el Mediterráneo, aunque se
tratara, ciertamente de cruceros muy particulares, pues entre los viajes que
realizó fueron muchos los dedicados a transportar emigrados armenios de vuelta
a su patria tras las guerras que el país había sufrido en las primeras dos
décadas del siglo a manos de turcos y soviéticos, llevar peregrinos a la Meca y
soldados a Etiopía, o, y en este caso sí ejercieron de crucero vacacional, albergar
a un grupo de esperantistas que realizaban un viaje de confraternización por
las playas nudistas mediterráneas. Una historia aventurera que acabó en
tragedia. En 1942 el Sinaia fue requisado por la Alemania nazi, que lo usó como
barco hospital, siendo hundido en 1944. En 1946 lo reflotaron y acabó
definitivamente desguazado y vendido por piezas.
Pasajeros a bordo
Aproximadamente
a la una de la tarde del 23 de mayo de 1939 el Sinaia partió del puerto de
Setè, la localidad francesa del Mediterráneo en la que dieciocho años antes
había nacido Georges Brassens. Iban a bordo un total de 1.599 refugiados, más
del doble de los que permitía el barco, cuyo pasaje total estaba calculado en
654 personas. Todos ellos habían llegado al barco directamente desde los campos
de concentración y otros centros de internamiento en los que el gobierno
francés los había hacinado a comienzos de febrero conforme fueron saliendo de
España por las fronteras catalanas.
En la página web
de la Fundación Pablo Iglesias se encuentra un
listado de los viajeros del Sinaia, bien que incompleto, pues no incluye
mujeres ni menores. No obstante, echarle un vistazo, aunque sea picoteando aquí
y allá, permite comprobar la variedad de ideologías, oficios, edades y
condición social e intelectual de aquello españoles. En la lista figuran, por
ejemplo, el jurista Gabriel Bonilla Marín, de Izquierda Republicana, que había
sido Catedrático de Derecho Penal y Procesal antes de la guerra, y que durante
la contienda había ocupado el cago de Presidente y Consejero del Consejo de
Estado de La República. O Francisco Bosch Llopis, un valenciano de 31 años,
comunista, que en tiempos de paz ejercía de Vocal del Jurado Misto de
Espectáculos de Valencia y luego fue Comisario Ayudante de Brigada. O Luis
Belmonte Calabria, extremeño de 20 años, que había militado en la Juventud Socialista
Unificada y luchado en el frente como cabo. O Josefa Barco Hernández, 27 años,
viuda, socialista e internada en el campo de Harrás, que durante la guerra había sido enteladora de Aviación. Y así
hasta 1599.
La mayor parte
de los viajeros del Sinaia eran hombres mayores de 15 años (953), pero no
faltaron mujeres (393), ni niños (253), uno de los cuales, una niña bautizada Susana
Sinaia Caparrós, nació durante la
travesía. No fue un nada extraño, teniendo en cuenta que 17 de las pasajeras
viajaban embarazadas y que más de una debía estar, dados los meses que habían
permanecido separadas de sus maridos, en estado de un día de estos. Tampoco faltaban
ancianos, como el escritor Antonio Zozaya, fundador de Izquierda Republicana,
que cumplió los 80 años durante la travesía. O Ignacio Bolivar, que ya había
sobrepasado los noventa y que, según contó en el diario de a bordo, había
abandonado España, pese a su edad, para “morir
con dignidad”.
594 de los pasajeros
viajaban solos, pero el resto (1005) formaban parte de familias que se habían
exiliado juntas. Las había de todo tipo y tamaño, desde simples matrimonios
hasta una que reunía nada menos que a once miembros de tres generaciones. Una
de las niñas que iban a bordo se llamaba Isabel Rosique, tenía 12 años y
realizaba el viaje en compañía de sus padres y tres hermanos más pequeños.
Muchos años después, en una entrevista realizada por la agencia EFE en México,
pedía que tras su muerte se echaran sus cenizas en el mar de Veracruz, el
puerto en el que había pisado tierra mexicana por primera vez. “Tienen que echarlas al agua y a ver si
llegan allá”, dijo. Tenía entonces 88 años y hacía 75 que estaba en México.
De acuerdo a las estadísticas realizadas por quienes se han esforzado en hacerlas la mayor parte de aquellos exiliados eran comunistas (92, si sumamos a los que
se declaraban militantes del PCE los que pertenecían al PSUC (Partido
Socialista Unificado de Cataluña) y la JSU (Juventudes Socialistas Unificadas),
que compartían ideología y disciplina), seguidos por los socialistas (87) e
Izquierda Republicana (49), aunque no faltaban miembros de otros partidos del
arco republicano (Esquerra Catalana, Unión Republicana, Partido Nacionalista
Vasco, Acción Catalana y Partido Radical Socialista). Sin embargo, y no es dato
que convenga echar en saco roto a la hora de trazar un perfil ideológico de los
viajeros del Sinaia, el sector mayoritario, 178 exiliados, afirmaban no tener
militancia política alguna. Entre ellos, sin duda, se encontrarían los 25
anarquistas afiliados a la CNT pero sin ninguna relación con ningún partido
político. Evitar que el viaje se convirtiera en una jaula de guillos, con
tantas y tan diversas adscripciones ideológicas a bordo --en muchos casos tan
enfrentadas entonces como desgraciadamente lo habían estado durante la guerra y
lo seguirían estando después--, debió obligar a verdaderos ejercicios de
equilibrismo ideológico y de sensatez personal. Y de organización.
Sobre la
composición profesional de los refugiados, existe un informe dirigido a Lázaro
Cárdenas, Presidente de México, por Ignacio García Tellez, secretario del
Comité de Ayuda al Refugiado que el Gobierno mexicano había creado al efecto,
en el que le informaba que entre los viajeros se incluían: “
“Profesores 85,
periodistas 25, músicos 25, abogados 20, estudiantes 17, médicos 20, escritores
13, actores 4, artistas pintores 4, arquitectos 8, ingenieros 7, químicos 5", y antes le
había informado también acerca de la presencia de “29 contadores, 34 oficinistas, 6 dependientes, 5 comerciantes, 8
peritos, 14 militares, 4 agentes viajeros, 3 ingenieros militares y siete
variedades hasta completar 110, (…) los agricultores sólo son 131, más algunos
vaqueros, horticultores, peritos agrícolas e ingenieros agrónomos.”
No eran sin duda las profesiones que el
gobierno mexicano hubiera preferido, pues necesitaba perentoriamente labradores
para sus inmensas tierras baldías, que tenía en plena reforma agraria, y no
tanto intelectuales, profesionales liberales o artistas. No obstante, la
solidaridad con ellos se mantuvo invariable, y muchos de aquellos intelectuales
y artistas acabarían por dejar una huella imborrable en la cultura mexicana. Lo
sabemos porque varios de ellos viajaban en nuestro barco.
Pese a ciertos desequilibrios
sociológicos entre los viajeros, tanto en su adscripción partidaria como en la
profesional, bien se podría considerar que el Sinaia y sus pasajeros, como sucedería
en otros buques similares posteriores, constituían un verdadero microcosmos de
la España republicana en el exilio. No tanto, quizás, de la que quedaría en
Europa enfrentándose a la guerra que estaba a punto de comenzar, como de la que
encontró refugio en América antes del estallido del conflicto. En general, se
enfrentaban a una contradicción que debió formar parte de sus pesadillas más
profundas.
Por una parte, todo parecía haber acabado, el miedo, el hambre, el
frío, la separación de la familia y hasta la posibilidad de la muerte inmediata
habían quedado atrás quizás para siempre. Era algo, que quiérase o no, debía
producirles una buena tranquilidad interior, una sensación de descanso tras la
batalla espoleada por la incertidumbre y la esperanza de un futuro por
construir. Por otra, cada vuelta de hélice del buque les alejaba de la Patria,
que añoraban y cuya libertad anhelaban sinceramente. La seguridad obligaba al
desarraigo. Resultaba una contradicción de la que, de acuerdo a cómo
transcurrió la travesía y al testimonio escrito que quedó de ella, eran muy
conscientes los viajeros y sus responsables, que haberlos debía haberlos, dada la existencia a
bordo de partidos políticos organizados, tan dados siempre a las jerarquías,
las estructuras y las reuniones.
Durante la
travesía, los pasajeros no dejaron de hacer cosas. Había que estar ocupados
porque la ociosidad fomenta el desaliento. Todos los días se celebraban las actividades
más diversas. Aunque primaron las educativas, con gran cantidad de
conferencias, debates, clases, lecturas poéticas y otros actos culturales, no
faltaron las lúdicas y participativas, como un concurso de caricaturas y otro
de poesías (“festivas”, se aclaraba
en la convocatoria). Tampoco estaba ausente la música, de la que se encargó la
que llamaron Agrupación Musical Española, compuesta por músicos que en su mayor
parte habían pertenecido a la Banda Madrid, la banda musical del Quinto
Regimiento, dirigida, en la guerra y en el viaje, por el músico y compositor
madrileño Rafael Oropesa[1].
Incluso se celebró, el 31 de mayo, el octavo día de la travesía, una auténtica
verbena madrileña, sin mantones de manila ni organillo, pero con sobrados
pasodobles y chotis en directo que prolongaron el baile hasta altas horas de
la noche.
Tanta actividad,
en la que sobresalía la cultural y pedagógica, no respondía a la casualidad, el
aburrimiento, las características particulares de los viajeros, entre los que
había un grupo importante de intelectuales, o la simple necesidad de mantener
la moral de los viajeros. Cumplía todas esas funciones, cierto, pero además, y
es quizás lo más significativo de la cuestión, aquella amplia programación
pedagógica y cultural no era sino la continuación de una tradición de respeto a
la cultura y al pensamiento netamente republicana. La España machadiana de la
rabia y de la idea había perdido la guerra, pero una parte de ella viajaba por
el océano camino a México llevando consigo “la canción”, en feliz verso de León
Felipe que con el tiempo quedaría obsoleto pero que en aquellos momentos
resultaba real y metafóricamente cierto.
La actividad de
los pasajeros del Sinaia era la constatación de una veneración por el
conocimiento y la cultura que, además, no era nueva ni única. Había nacido en
los ateneos, las casas del pueblo o las universidades populares pre
republicanas y había llegado a todo el país con las Misiones Pedagógicas o La
Barraca. Durante la guerra había estado presente en el seno mismo del ejército
fiel, en el que eran habituales, incluso al borde del frente de batalla, las
clases, las charlas, los espectáculos y los periódicos, murales o impresos. En aquellos
mismos momentos en que el buque realizaba la travesía, algo similar se estaba
produciendo en el interior de las cárceles franquistas, en la medida de lo
posible, en las que el sabio enseñaba a los analfabetos las primeras letras.
También se estaba dando, en circunstancias aún más dramáticas, en los campos de
concentración nazis, en los que los presos españoles descubrieron pronto que realizar
cualquier actividad que no mandaban las ordenanzas era una forma de sobrevivir
con dignidad. Por eso montaron bibliotecas, escondieron las fotos de los
crímenes nazis o montaron partidos de fútbol. Mariano Constante, que había
estado en Matahusen, donde fue uno de los responsables de la resistencia
interior, que comenzaron a organizar los españoles y a la que luego se unieron
deportados de otras nacionalidades, me explicaba en entrevista personal en los
años setenta, a propósito de los partidos de fútbol que los españoles habían
organizado con pelotas de papel y trapos nada más entrar en el campo, que se
trataba de demostrar “que éramos hombres
todavía. Que seguíamos siendo hombres”.
El periódico del Sinaia
Una nota
fundamental del viaje del Sinaia es que durante la travesía se publicó un
boletín que constituye un documento de singular relevancia. No para saber de
las interioridades de la Política con mayúsculas, de las diferencias y
enfrentamientos que se estaban produciendo en esos momentos entre las cúpulas
partidarias, sino, y eso es más importante, al menos al objeto de estas líneas,
para conocer el día a día del viaje y el carácter, las preocupaciones, los
dolores y las esperanzas de los viajeros a lo largo de 18 días de travesía por
6.304 millas marítimas, unos 10.145 kilómetros terrestres.
Lo titularon “SINAIA. DIARIO DE LA PRIMERA EXPEDICIÓN DE REPUBLICANOS ESPAÑOLES A MÉXICO”, y
se publicó cada día durante toda la travesía. 18 números en total que, pese a
haberse imprimido por el elemental sistema de la mimeografía (primitiva
multicopista también conocida como ciclostil), más que un boletín constituyen
un auténtico periódico diario. En él, se daba noticia de la vida cotidiana a
bordo y se ofrecían indicaciones y consejos sobre cómo mejorar la convivencia,
se contaba lo que estaba sucediendo en el mundo y se informaba sobre la tierra
de acogida. La regularidad de su publicación y la variedad de su contenido, la
pulcritud del lenguaje utilizado y la mezcla de nostalgia, ironía y esperanza
que caracterizan sus artículos y notas sólo se explica teniendo en cuenta la
capacidad intelectual, profesional y política de quienes fueron responsables de
su publicación.
Lo dirigía el
historiador y pedagogo Ramón Iglesia, que llegaría a ser profesor en varias
universidades estadounidenses antes de suicidarse en 1948, formando parte de
una terna con el novelista Manuel Andujar, que había sido periodista y que
dejaría novelas tan necesarias para la literatura española como “Cristal herido” (1945), “El destino de Lázaro” (1959) o “Historias de una historia” (1973), y Juan
Varea, del que no he encontrado noticia y que se encargaba de la maquetación y
el diseño. Los tres trabajaron en íntima colaboración con la mexicana Susana
Gamboa, responsabilizada de la expedición por el Gobierno de México, que
desarrolló una intensísima actividad a bordo.
La nómina de
colaboradores era numerosa, y en ella figuraban los novelistas Benjamín Jarnés
y Antonio Zozalla, los poetas Juan Rejano y Pedro Garfías, el luego filósofo
Adolfo Sánchez Vázquez, el pedagogo Pedro Moles, que había dirigido el
Instituto-Escuela de Madrid y que seguía impartiendo sus clases en el barco, el
científico Isidoro Enríquez Calleja, que andando el tiempo fundaría el
laboratorio psicobiológico del Colegio
Militar de México, o del periodista Jesús Izacaray, que había destacado como
cronista de guerra para Mundo Obrero, órgano comunista del que posteriormente
llegaría a ser director y que en exilio se convertiría en un apreciable
novelista, aunque de obra breve. No era una mala redacción, a la que se deben
añadir como ilustradores a profesionales del medio tan destacados como José
Bardasano o Ramón Gaya, que compartían trabajo con los menos conocidos Ramón
Tamayo, Germán Horacio y Ramón Peinador.
Incluso hubieran
podido, si el primitivo sistema de impresión lo hubiera permitido, imprimir
fotografías, pues en el barco viajaba el fotógrafo de origen polaco David
Seymour, nacido David Robert Szumin y más conocido en aquellos años por el seudónimo de Chim.
Las fotografías que había hecho de la guerra civil le habían dado ya fama
universal y poco después fundaría junto a Robert Capa, Henri Cartier-Bresson,
María Eisner y otros fotoperiodistas la mítica agencia Magnum. En el Sinaia, de
acuerdo al reportaje que le dedicó el periódico de a bordo, parece ser que,
aparte de compartir las penurias y esperanzas del resto de os pasajeros, jugó
mucho al ajedrez y sorprendió al personal bailando el chotis en las verbenas
como un auténtico chulapón con clavel en la solapa incluido. Cabe preguntarse
si algunas de las instantáneas que existen de aquel viaje, no tanto de la
travesía sino las tomadas desde el buque de la llegada, no podría haberlas
hecho él.
La profesionalidad
de los redactores fue impecable, publicando las rectificaciones
correspondientes cuando el trabajo se había hecho mal o se habían equivocado.
Incluso llegaron a contar con un local de redacción propio, instalado al aire
libre en el puente de estribor del buque y abierta de 9 a 11 de la mañana,
horario en el que es de suponer que acabarían de escribir, maquetar e imprimir
el periódico, y de una hora indeterminada de la tarde hasta las 10,30 de la
noche, periodo en el que, ya el diario en manos de los lectores, ellos bien
podían dedicarse, comida y quizás siesta por medio, a merodear por el barco,
escuchar, buscar, decidir y escribir lo que iba a publicarse el día siguiente.
Un periódico, vamos.
Como no podía
ser de otra manera, el diario contaba con las secciones habituales en la prensa
convencional, adaptadas a las necesidades y limitaciones que imponía el hecho
de publicarse en un barco en medio del océano. Había, pues, una sección de “nacional”, en la que se daba cuenta de
la vida interior del barco, cuyos pasajeros constituían una verdadera comunidad
social encerrada en los límites geográficos del buque, y otra “internacional”, que informaba de lo que
sucedía en el Mundo a través de las noticias que los redactores conseguía
escuchar en la radio del barco, que transcribían y adaptaban. Se ofrecía
información meteorológica y se indicaba diariamente la posición del vapor y las
peculiaridades de los lugares, marítimos o terrestres, por los que iban pasando.
Se publicaban las convocatorias a los actos y reuniones de cada día y se
incluían artículos de opinión, entrevistas, análisis, dibujos, chistes, viñetas
y hasta una encuesta entre los lectores.
Una parte importante
del diario del Sinaia era la dedicada a los reportajes informativos sobre la
tierra que les daría acogida al finalizar el viaje, en los que, además de
aclarar las políticas del presidente Lázaro Cárdenas, se informaba de muchas
otras cosas sobre México, de forma que se facilitara la integración en el país
de los exiliados desde el mismo momento de su llegada. Los títulos de algunos
de aquellos artículos-reportajes pueden dar prueba de esa variedad: “Las ideas del presidente Cárdenas”, “¿Cómo es la tierra de México? ¡A mí que me
den un azadón”, “Geografía general de
México”, “Las razas indígenas”, “Las petroleras mexicanas” o, incluso “Los corridos de la Revolución”, de los
que se reproducía como muestra “La toma
de Ciudad Juárez”, que se cerraba con cuatro versos que bien podían hacer
suyos los viajeros, tal vez pensando en un futuro que estaban seguros que no
iba a tardar 30 años en llegar, como pasaba en la canción:
“Aquí termina esta corta y mala narración
de la batalla mayor que hubo en la guerra,
que obligó a caer a un gobierno de 30 años
Y de ejemplo
servirá a los tiranos de la tierra”
Sin embargo, y
con todo lo que ilustra leer estos reportajes didácticos, lo que tal vez hoy
resulte más apasionante del diario del Sinaia sea la sección “Lo que pasa a bordo”. En sus breves
notas --de contenido muy variado y escritas con un toque de ironía y humor que
las aleja de la sensiblería o el dogmatismo y delata la buena pluma de sus
autores-- se da cuenta del día a día cotidiano de la travesía, de los pequeños
hechos, insignificantes a veces, que no se cuentan en la Historia con
mayúscula, pero que sirven para conocer las personalidades, las acciones y los
sentimientos de quienes la vivieron o la padecieron. En sus escuetas líneas, o,
mejor aún, debajo de ellas, mirando por los resquicios de lo que no cuentan
pero se destila de lo contado, palpita la vida de aquellos hombres y mujeres
como si te la estuvieran contando ellos mismos.
La vida a bordo
Recapitulemos.
Aproximadamente a la una del mediodía del 23 de mayo de 1939 el buque Sinaia
zarpaba del puerto de Sète con 1599 pasajeros a bordo. Son hombres y mujeres
que hasta ese momento habían permanecido internados en campos de concentración,
urbanizaciones de frágiles tiendas de campaña sobre la arena de la playa, en
donde han pasado hambre y frío, incertidumbre y miedo, vigilados siempre por
los ojos de los gendarmes. Han perdido una guerra. Van al exilio. Suben al
barco.
“LOS PRIMEROS
MOMENTOS. Miradas al horizonte en busca de las baleares y de las costas
catanas. Aseo personal detenido al ponerse en contacto con baños y duchas.
Sustitución de uniformes y arbitrarios indumentos de los campos de concentración
con lo mejorcito que guardaban las maletas. Y rápidamente, a reunirse con los
compañeros que habían dormido en camarotes aparte, y a reanudar el coloquio
iniciado el día anterior después de tres o más meses de forzosa separación.
La alegría se
desbordaba. Menudeaban los idilios entre los mayores, mientras sus hijos, que
aún no habían tenido tiempo de hacer amistades a bordo, se conformaban con
apartarse un poco de sus progenitores que habían vuelto a sentirse jóvenes.”
La primera parte
de la travesía transcurre en el Mediterráneo, y ya aquellas personas querían
ver desde Séte las Baleares, un trozo de la tierra perdida. Tal vez en esos
primeros momentos los viajeros empiezan a hacerse a la idea de que al fin todo
ha acabado. Mal, pero acabado. Ahora sí que parece que lo sufrido queda atrás y
que hay por delante un después aún no explorado.
“La gente toma
el sol en cubierta. Este comienza a ser el sol de la libertad. La falta de
alambradas hace que la imaginación crezca y cada uno forme panes sobre el
porvenir. El sol distiende los músculos y concentra el pensamiento.”
Qué frase tan
bonita: formar panes sobre el porvenir.
¿Será un dicho popular o a quién se le ocurriría? Bonita y significativa,
porque esa esperanza en lo que les deparara el futuro que denota pienso que es
la clave fundamental de aquel viaje del Sinaia y, en general, la de todo el
exilio. El americano al menos, ya hemos dicho que en Europa las cosas
transcurrieron por otros caminos. En las cuatro líneas del suelto prima, como
en general en todo el diario, la esperanza en el futuro sobre los sinsabores
del pasado, por mucho que uno y otro no dejen de estar íntimamente
relacionados.
Fuera como fuera,
aquellos españoles no dejaban de ser españoles, y aunque la curiosidad sea
condición humana, hay gentes que la tienen más desarrollada que otras. Además
acababan de dejar atrás la inmovilidad de los campos. Además tenían que marcar
su territorio.
“LA GENTE
CORRETEA. Un barco. La gente corretea incansable en los dos primeros días de
navegación. Sube y baja escalerillas, mete la cabeza en todos los lugares,
comprueba hasta la saciedad los detalles más íntimos”.
En varios
momentos de los dos primeros días de la travesía los viajeros han tenido a la
vista, tal vez con dificultad, las siluetas de las costas españolas. Era la
distancia, pero aún no la despedida, que no llegó hasta el tercer día al
atravesar el estrecho y adentrarse en el océano. Justo al doblar el peón,
mientras la última sombra de Gibraltar se perdía en la lejanía, el octogenario
escritor Antonio Zozaya, fundador de Izquierda Republicana, Académico de
Ciencias Morales y Políticas, pronunció el adiós en nombre de sus compañeros.
Unas simples cuartillas en las que se juntan, una vez más, la pérdida y la
esperanza:
“Mirad a lo lejos
aquella quebrada línea obscura que se alza sobre el mar. Al contemplarla desde
la cubierta del buque que nos lleva a otras tierras hospitalarias, al luminoso
México que generosamente nos dispensa un acogimiento fraternal, al Nuevo Mundo,
a donde llevamos el peso de tantas amarguras, se nos oprime el corazón. Es la
patria amada que se aleja, que pronto se disipará entre las brumas oceánicas y
que, hoy, sepultada en negras cenizas humeantes, solloza bajo el yugo opresor
de los conculcadores de todas las leyes divinas y humanas, de los opresores de
los pueblos, de los verdugos de las mujeres y de los niños y pulverizadores de
todos los centros de cultura y de todas las conquistas de la civilización
gloriosa ibérica en el transcurso de los siglos.
¡Qué pena tan
honda! ¡Cuántos de nosotros volveremos a pisar su suelo sagrado! ¿Quiénes
tornarán a sus valles risueños, a sus enhiestas montañas heroicas, a sus selvas
geórgicas, a las riberas de sus fecundadores y plácidos ríos? ¿Cuántos podrán
encontrarla redenta, emancipada, gozando de las venturas de una verdadera
Democracia, en que todos los hombres sean hermanos y en que todos comulguen en
las ideas de paz, de progreso y de libertad?
Tú, España, resurgirás,
más deslumbrante y poderosa que nunca. A ti volverán, con el cuerpo o con el
pensamiento, los desterrados en este mar que nos parece de lágrimas. Tú serán
la España inmortal, y cuando todos los despotismo se hayan derrumbado y
sepultado, que se sepultarán, en el polvo, tu brillarás como las más fulgente
constelación de los cielos y tu fe de hoy servirá de guía, como la antorcha de
los cursores, a las generaciones de mañana, que cogerán palmas y entonarán el
cántico del porvenir.
¡Adios, Patria
que te alejas, adiós!”
Seguro que
lloraron. Las líneas y las palabras del anciano aún destilan el llanto que
formaba ese “mar de lágrimas” del que
hablaba.
Emociones
aparte, que debió haber muchas y muy profundas, la vida a bordo transcurría, o
se intentaba que transcurriera, lo más cercano posible a lo que habían sido sus
vidas civiles en tiempos ya pretéritos. Los niños acudían a clase cada día y se
les organizaban tablas de gimnasia y juegos colectivos y los adultos mantenían un apretado programa
de actividades, desde la limpieza y mantenimiento de las salas comunes o las
cubiertas del buque a la asistencia las conferencias, recitales y conciertos o
a las numerosas reuniones que se celebraban. Un día se les convocaba por
sectores profesionales, ingenieros a una hora, arquitectos o campesinos luego;
en otras ocasiones se reunían agrupados por lugar de nacimiento, aragoneses,
castellanos, vascos, catalanes y así hasta recorrer toda la geografía española.
También debía haber, aunque de ello no haya noticia en el diario, reuniones
partidistas. Conociendo la pertenecía de la mayor parte de los pasajeros a
diversas organizaciones políticas y sindicales, y sabiendo la querencia de
estas por las reuniones, a ser posible interminables, no puede sino deducirse
que esas reuniones de partido se celebraban con regularidad. Hombres y mujeres
participaban de tanto ajetreo organizado, pero estas últimas, además, y
siguiendo las costumbres de la época, cuidaban de los niños o remendaban,
lavaban y planchaban la ropa de los camaradas solteros, que la revolución había
estado en la punta de los dedos pero aún quedaban territorios a los que ni
siquiera se había acercado.
La actividad a
bordo del Sinaia era pues considerable, pero el día dura 24 horas y quedaban
muchas libres para la holganza. Si los tópicos tienen una parte de verdad,
aquel que dice que los españoles son indisciplinados y desordenados encuentra
justificación en el comportamiento privado de muchos de aquellos navegantes
hacia el exilio. Y eso que eran hombres y mujeres acostumbrados a la férrea
disciplina que al final se había establecido en la República durante la guerra
en el seno del ejército o de los propios partidos. Pero como si nada. De
acuerdo a las recriminaciones que se les hacían y los consejos que se les daban
no pararon de hacer trastadas en toda la travesía.
Según lo
consignado en el diario, parece ser, por ejemplo, que se convirtió en costumbre
sacar los vasos del comedor y llevarlos a los camarotes, donde quedaban sin
devolver en algún rincón. “Amnesia de
fácil corrección”, ironizaba el anónimo redactor, que apostillaba “¡Es un cuidado tan pequeño!”. También
debió resultar frecuente, pues se advierte de ello, que los viajeros no eran
demasiado cuidadosos con las zonas comunes, y tiraban al suelo del puente las
cascaras de las frutas que comían, lo cual podía ocasionar “una caída con remojón casi seguros”. O
utilizaban para tomar el sol las lonas de las lanchas de salvamento, donde sin
duda se estaba muy a gusto, pero, les recordaba el periódico, “no precisamos de argumentos para persuadir
que su resistencia es limitada”. Estaban, y más de uno debieron ser para
merecer la atención del redactor, los que se apalancaban día tras días en los
mejores sitios sombreados de la cubierta, “y
no pierden su libre propiedad aunque haya alarma”. Lo más chusco es que,
adelantándose en muchos años a los domingueros de Benidorm, dejaban la manta extendida
en el suelo para guardar el sitio mientras ellos daban una vuelta por cubierta
o se enzarzaban en una discusión con los amigos. Uno, sin duda elegante, se
hizo famoso por sus paseos nocturnos por el puente, siempre en pijama. Otro,
amante del aire libre, se construyó una especie de chabola en el puente para
huir de las apreturas de los camarotes.
Lo que tampoco
les faltó a aquellos refugiados fue la chunga. Ya lo habían hecho en algunos de
los campos franceses, en el de Argeles, por ejemplo, donde habían bautizado las
tiendas de campaña con nombres de las calles y plazas de las ciudades que se
habían visto a abandonar, y lo repitieron en el Sinaia, con nostalgia, sin
duda, pero también con humor y buen ojo clínico. Así, el puente en el que solía
dar sus conciertos la banda del maestro Oropesa la bautizaron como “Paseo de Rosales”, las cubiertas
paralelas y de babor y estribor fueron “La Gran Vía” y la “Calle Alcalá”, de
igual manera que el puente de proa era, se puede suponer por qué, la “Avenida de
los Suspiros”, el puente de popa, en el que se jugaba el mus y jugueteaban los
chavales, era la “Plaza del Avapies”, y el de popa el “Paseo de Benavente”.
Resultaba un callejero ingenioso y bien diseñado de acuerdo a su uso que,
además, no dejaba de apuntar una insinuación sutil pero inequívoca sobre la
composición social, de clase, del pasaje. A los camarotes y salones de primera,
los más amplios, cómodos y luminosos, se los consideraba el “Barrio de
Salamanca”, mientras que los dormitorios del piso bajo estaban en “Cuatro
Caminos”, “Ventas” y “Tetuán”.
En medio de todo
el desbarajuste, que no debía ser tanto, pues las incorrecciones de los
pasajeros eran nimias, también surgen detalles conmovedores. En el barco
viajaban parejas que se acababan de reencontrar después de meses de
separación. Reencuentros felices y emotivos que, sin embargo, dadas las
condiciones de la navegación, a veces ubicados en camarotes distintos y
colectivos, encontraban problemas para consumarse. Es fácil imaginar los
encuentros clandestinos en los rincones más inesperados. “Amor, amor. Tres meses de ausencia”, concluía el diario al
referirse sutilmente a ello. En otro lugar incluía una breve nota que se podría
considerar una auténtica sección de “contactos”.
Una mujer anónima le decía a su posible amante esquivo o enamorado reticente:
“HACE DOS O TRES
DÍAS QUE NO TE VEO. ¡CHICO! ES EXTRAÑO. YO NO SALGO DEL BARCO.”
Las comidas
debieron ser un problema organizativo desde el principio, no por la comida en
sí misma, que parece ser que era abundante y de calidad, sino por la
insuficiencia de los comedores del buque para atender a un pasaje que duplicaba
con mucho el número de pasajeros para los que estaba habilitado. Los viajeros
eran demasiados y todos querían comer los primeros, así que se formaban
enormes, molestas y bulliciosas colas. Para organizar el desorden y acabar con
ellas, se decidió elaborar turnos de comida a los que había que apuntarse
previamente. Nada de nada. Las colas volvieron a formarse, esta vez para
apuntarse a los turnos. “¡Se hace cola
para el turno!, se asombraba el anónimo gacetillero, que remachaba, no sin
guasa, “Acabaremos ‘pegándonos’ con tanta ‘cola’”.
Todo parece indicar
que aquellos exiliados, disciplinados y conscientes como eran, hacían poco caso
a las indicaciones y normas de convivencia, pese a que se les conminara a ello
con regularidad: “debemos evitar que los
letreros prohibitorios sean letra muerta”.
Mirando al futuro
Llama la
atención las pocas referencias que sobre la reciente guerra y su fin desastroso
se encuentran en el diario. Las hay, a la política de lucha contra el
franquismo, a las esperanzas en la vuelta a una España democrática, pero la
guerra que acababan de perder apenas se nombra. Cuando aparece el tema,
especialmente en los últimos números, es para insistir, sobre todo, en la
continuación de la lucha para recuperar la República en España:
“¡Que los
españoles que van a México no olviden nunca que en España quedan centenas de
millares de hermanos en las cárceles, millones de españoles oprimidos y una
patria entera que reconquistar!”
Existe un texto
en el diario que resulta claramente revelador de las actitudes que parecía
conveniente debían mantenerse en aquel momento. Contrariamente a la mayor parte
de lo publicado en el periódico del barco, el artículo estaba firmado por el
aragonés Benjamín Jarnés, un notable novelista, ensayista, biógrafo y autor
teatral que con sus 50 años a cuestas contaba ya con un importante respeto en
la España republicana. Debía tener sus motivos para titularlo “Contra la nostalgia”.
“Circulan unas
píldoras contra el mareo, también debieran circular píldoras contra la
nostalgia, Para extirparla radicalmente, porque no es este el momento de
entregarnos al tiempo perdido sino de hincar nuestra voluntad en el futuro. Ni
las contradicciones sufridas deben ser ya motivo para continuarlas
imaginativamente sufriendo, ni todo aquello que debimos abandonar debe mantenerse
–lacrimoso-- entre nosotros para entorpecer nuestra marcha.
(…) De la vida
anterior sólo debemos conservar lo que verdaderamente sea germen, levadura, en
la segunda vida. No, no es tiempo de brumosas nostalgias sin de claros propósitos.
No de desfallecimientos sino de ímpetus. La pérdida de bienes materias y de
otro orden, de seguro lo hemos ganado en experiencia, en madurez, en hombría.
En grandeza de alma. Y ésta la debemos reflejar en el tono general --exterior e
interior--de nuestra vida. Que ya no podrá ser frívola, puesto que por ella ha
pasado la más honda tragedia de la historia Española. (…) El mundo debe conocer
nuestra sencilla grandeza: hay que elevar, pues, el tono de nuestra vida en
tierra firme, puesto que estamos sirviendo de espectáculo. Estamos
representado a España (subrayado en el original mecanografiado)
Debemos salir
airosos de la prueba. Nuestro papel es difícil: es el papel de España. No el
del emigrante que sobra en su pueblo, sino el del ciudadano que lleva consigo a
su pueblo. Los que sobran son los otros. Aquellos son los traidores (…) No
somos un lastre, somos solución. Por eso no debemos reclinar la cabeza sobre el
cojín de los recuerdos sino alzarla gallardamente para salir al encuentro del
pueblo fraternal que nos aguarda”.
Parece evidente
que si lo que Jarnés consideraba que se debía conservar del pasado reciente era
lo que constituía “germen, levadura”,
es que antes había existido algo que fuera rémora y podredumbre, un lastre para
el futuro. Aunque la sutiliza del autor sea considerable, esa y otras frases de
su escrito no pueden referirse sino al principal conflicto que en ese momento
vivían los exiliados del Sinaia, y con ellos, en otras latitudes y situaciones,
el conjunto del exilio español, esta vez sin distinciones geográficas.
La guerra se
había perdido como se había perdido, y cada cual tenía su propia interpretación
de los porqués de la derrota. Fuesen cuales fuesen otras posibles causas, todos
coincidían esencialmente en que uno de los principales motivos había sido la
profunda división existente entre los propios partidos republicanos, incluso a
veces en el seno de una misma organización. Divisiones mucho más que
ideológicas que habían concluido dramáticamente en un enfrentamiento final,
sangriento y doloroso, que dividió a la República en dos mitades. Por un lado,
quienes encabezados por el socialista Julián Besteiro, el cenetista Cipriano
Mera y el coronel Segismundo Casado se sublevaron contra el mismo Gobierno de
la República, al que habían servido hasta entonces, para intentan rendirse con
honor a los sublevados, confiando tal vez si no en su justicia, sí al menos en
su misericordia. Por otro, aquellos que con el legítimo Jefe de Gobierno Juan
Negrín, al frente, habían decidido, con el apoyo de una facción del PSOE y los
comunistas principalmente, continuar la resistencia, a la espera que estallara
la que parecía inminente guerra en Europa, que permitiera a las democracias, a
la vez que acabar con Hitler y Mussolini, terminar con Franco. La guerra
europea, luego mundial, tardó poco en estallar, apenas seis meses, pero para
entonces los exiliados del Sinaia estaban ya en México.
En esas horas de
ocio que hemos dicho abundaban en el barco, cuenta el periódico, el Sinaia
tenía problemas de circulación: no sanguínea, que no se sabe de infartos entre
ellos, sino de atascos de tráfico:
“El Sinaia es,
en varios aspectos, una ciudad. Sin ir más lejos, el complejo problema de la
circulación. En los pasillos suelen formarse grupos dialogantes, ‘turnistas’
desplazados, etc. La dificultad se acrecienta cuando empieza el vaivén.
Para subsanar la
deficiencia basta con un sentido elemental de la línea recta, del décimo tercer
mandamiento ‘no estorbar’ y de que las tertulias se desarrollen a su hora y en
su lugar. ¿Probamos?”
Con toda la
ironía del mundo, la nota parece denunciar un problema que no es sólo que no se
pudiera transitar por los pasillos, sino que los pasajeros eran dados a
reunirse donde no debían, fuera de los cauces organizados en el barco. La duda
se convierte en certeza cuando unos días después una “máxima” de la redacción insistía:
“¡No discutir!
Razonar. ¡No vociferar! Aconsejar.”
¿De qué podían discutir
acaloradamente aquellos españoles en aquel preciso momento? Tal vez de fútbol y
de toros, o de Piquer, Angelillo y La Yanqui, a lo mejor, que ya sentenciarían
Vainica Doble décadas después que “dos
españoles, tres opiniones”. Una norma aplicable a todos los temas, pero
especialmente a la política, que aún hoy permanece. Fueran cuales fueran los
temas de aquellas acaloradas controversias publicas y vociferantes, lo que no
es posible es pensar que trascurrieran dejando fuera del orden del día única
cuestión en la que todos estaba implicados y que a todos unía y desunía al
mismo tiempo: la guerra que acababan de perder, las causas que habían llevado a
la derrota y el horizonte, político y vital, que ahora se abría ante ellos.
Personalmente me
tocó ser testigo infantil, ya a mediados de los cincuenta, de discusiones
similares. En cada reunión familiar, mi padre, comunista, y mi tío, anarquista,
le daban vueltas y vueltas a las dos cuestiones fundamentales que les
separaban. ¿Qué debiera haber sido prioritario, hacer la revolución o ganar la
guerra? y ¿había que rendirse porque ya no se aguantaba más, o era posible
seguir resistiendo hasta el estallido de la guerra mundial? La sangre nunca
llegó al río, entre otras cosas porque eran excelentes amigos y compartían un
acendrado odio al dictador y cuanto representaba, pero palabras más fuertes que
otras sí que debieron sonar.
No hay motivo
para dudar que aquellas personas en camino marítimo a México discutían a menudo
de aquellos mismos temas que yo escuché de niño y que lo debían hacer con similar
apasionamiento. Lo delata uno de los pocos artículos del periódico que
abordaron directamente el problema y el dramático llamamiento a la unidad que
contiene:
“¡Que los
españoles que van a México no olviden nunca que en España quedan centenas de
millares de hermanos en las cárceles, millones de españoles oprimidos y una
patria entera que reconquistar! (…) No podemos de ninguna manera llevar a
México nuestras antiguas luchas políticas o sindicales. Lo que haya quedado sin
aclarar lo esclareceremos en España en el momento oportuno. En la república
hermana, no. Allí todos somos de una sola condición: antifascistas.”
Poco más se dejó
sobre el papel del posible enfrentamiento político interno de los viajeros, muy
por el contrario, parece que se intentó minimizarlo lo más posible. Entiendo
que fue una decisión acertada, otra cosa hubiera sido suicida, pues los
exiliados habrían desembarcado desunidos a cara de perro y con la moral por los
suelos. Fue una actitud inteligente y justa, aunque por desgracia sólo durara
lo que la travesía, pues una vez puesto el pie en tierra volvieron las viejas
diferencias, esta vez no individuales, sino orgánicas, que se mantuvieron hasta
el fin del exilio y que aún hoy siguen vigentes en la valoración de aquel
momento de la historia según sea la ideología, los prejuicios o las simpatía de
quienes lo abordan.
De hecho, el
propio barco en el que viajaban era un buen símbolo de aquella división. El
Sinaia lo había fletado el SERE (Servicio de Evacuación de Refugiados
Españoles, una de las dos organizaciones creadas para ayudar a los exiliados
republicanos. La dirigía Juan Negrín, todavía legalmente Jefe de Gobierno de La
República, con cuyo dinero se financiaban los viajes y otras actividades,
apoyado por comunistas y facciones de diversos partidos. La otra era la JARE
(Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles), que obedecía la disciplina de
Indalecio Prieto, también socialista, pero enemigo declarado de Negrín y
anticomunista convencido, que tenía más o menos a su lado a buena parte del
PSOE y la CNT. Que yo sepa nunca llegaron a colaborar pese a compartir el mismo
objetivo. Por fortuna, Lázaro Cárdenas y el Gobierno mexicano apoyaron a ambas.
Tierra a la vista
Pero no nos
pongamos dramáticos en exceso, que también hubo en la travesía de aquellos
hombres, mujeres y niños momentos emotivos. Algunos terribles y dolorosos, como
el adiós a Gibraltar del que ya se ha hablado, pero otros felices y alegres,
como el nacimiento de la niña Susana Sinaia Caparrós Cruz. Ahí sí que las
calles, las plazas y los parques debieron convertirse en un jolgorio de
brindis. Ocurrió el 31 de mayo en medio del océano, aproximadamente a 27º de
latitud norte y 38º de longitud, con viento moderado y una temperatura de 23, a
poco de entrar en el mar de los Sargazos.
Especialmente
emotivas y significativas debieron ser las dos escalas que realizó el vapor, en
las que los pasajeros pisaron por primera vez tierra firme, y libre, y pudieron
apreciar las diferencias con la acogida que habían tenido en Francia sólo
cuatro meses antes. El 28 de mayo llegaron a Madeira.
“¿Qué nos
espera? ¿Qué podemos esperar nosotros, refugiados políticos españoles,
combatientes del antifascismo en esta isla maravillosa, sometida a un aire de
asfixia política desde hace trece años? ¿Silencio? ¿Frialdad?
Y cuando todos
estos temores bajan y suben en nuestros pensamientos, el SINAIA, ya clavado
sobre el agua, está frente al puerto de Funchal.
Enseguida se
acerca un enjambre de vendedores de plátanos, cestas, etc.
-¿Españoles?
–Pregunta un vendedor desde su barquilla.
¡Con qué alegría
suena nuestra respuesta en su oído! El portugués mira con alegría a sus
compañeros. Enseguida, con la rapidez de un relámpago, las barquillas se llenan
de puños cerrados.
-¡Estamos con
vosotros! –Nos gritan.
Las muestras de
solidaridad surgen por segundos. Inesperadamente cae un número de nuestro diario en una barcaza. Los
obreros se abalanzan sobre él. Lo cogen con entusiasmo. Lo leen con emoción. Y,
al final, uno de ellos lo gurda como una reliquia.
DESPEDIDA
Ya anochecido,
abandonamos las islas. Atrás queda Funchal. Como una constelación de estrellas
sobre el cielo brilla su red de luces sobre la montaña y el mar.
El SINAIA lea
anclas. Todos partimos emocionados y, por qué negarlo, un poco sorprendidos. En
pleno Océano queda un pedazo de tierra que late igual que nosotros”.
La sublimación
del momento que destila la crónica no puede ocultar la magnífica acogida que
tuvieron en su primera escala. El periodista puede engañar con su narración,
deprimir o entusiasmar, al querido lector, pero no a los protagonistas de lo
que narra. Así pues, los refugiados salieron de Funchal cargados de moral,
convencidos de que volvían a formar parte de la humanidad, de la que hasta ese
momento parecían haber sido excluidos. Y eso, que como se indica en la nota,
Madeira era una colonia sometida a la dictadura de Antonio de Oliveira Salazar,
compinche portugués de Franco desde los primeros momentos de la sublevación
hasta su muerte en 1970. Y si esa solidaridad la encontraron en la primera
escala, en la segunda todo debió de resultarles aún más emotivo y fortalecedor.
El Sinaia amarró
en el muelle de San Juan de Puerto Rico el 6 de junio. La isla, que aún era
colonia del Estados Unidos y no el Estado Libre Asociado que sería
posteriormente, no vivía, no obstante, bajo una dictadura, como Madeira, sino
que contaba con las libertades de las democracias del momento, podían organizarse
en partidos y sindicatos, había libertad de presa y opinión, y podían
manifestarse libremente, siempre, eso sí, dentro de los límites establecidos
por la seguridad y la conveniencia de la metrópoli yankee. Incluso existía una
representación del Frente Popular Español, que un día antes de su llegada había
enviado por radio un mensaje de bienvenida a los viajeros. Las organizaciones
sindicales y políticas de la ciudad habían sido avisadas de la llegada de los
refugiados y las multitudes, negros, mulatos y blancos les estaban esperando
entonando canciones y con las banderas en alto, encabezados por los principales
líderes de la izquierda puertorriqueña. Hubo discursos, en los que los viajeros
fueron considerados “representantes de la
defensa antifascista”, abrazos, brindis y fiesta popular con orquesta,
música y baile.
Tras partir de
Puerto Rico enviaron un telegrama a Lázaro Cárdenas, firmado por los “republicanos españoles del Sinaia”, en
el que le decían:
“Al aproximarnos
gran democracia mexicana, saludamos a su más alto representante, agradecemos
generosa hospitalidad y prometemos colaborar entusiasmo su formidable obra de
progreso, justicia social y libertad mediante nuestra propia unidad con
voluntad de reconquista de España.”
También le
enviaron otro al doctor Negrín:
“Primera
expedición republicanos españoles saludan en usted auténtica representación
España republicana y voluntad reconquista patria liberándola invasores
extranjeros, comprometiéndonos reforzar nuestra unidad para ayudar a esa gran
empresa patriótica.”
Se encontraban a
tan sólo cinco días de la tierra prometida.
Frente a México
El último
boletín del Sinaia está fechado el 12 de junio de 1939 y constituyó una
verdadera edición especial con 21 páginas, frente a las 6-7 que había mantenido
a diario. Los artículos, a diferencia de lo habitual, aparecían firmados, lo
que acentuaba el argumento de autoridad de lo que decían. En su conjunto,
resultaban una completa guía informativa sobre lo que iban a encontrar a la
mañana siguiente cuando desembarcaran, e igual les daban cuenta sobre la
implicación del pueblo mexicano en la revolución que les explicaban las
características de la Constitución del país, les contaban de sus pintores e
intelectuales o les avisaban de sesgo ideológico que encontrarían en los
periódicos que podría comprar desde entonces. También se anunciaba en él que
aproximada la media noche se podrían ver en la lejanía las luces del faro de
Valparaíso. Hacía calor y el termómetro de a bordo marcaba 34 grados. Pedro
Garfias había compuesto un romance para la ocasión. No es cualquier cosa, pues
se trata de la primera creación literaria escrita y publicada por un poeta
español en el exilio. Lo tituló “Entre
España y México”:
“Qué hilo tan fino, que delgado junco
--de acero fiel-- nos une y nos separa,
con España presente en el recuerdo,
con México presente en la esperanza.
Repite el mar sus cóncavos azules,
repite el cielo sus tranquilas aguas,
y entre el cielo y el mar ensayan vuelos
de análoga ambición nuestras miradas.
España que perdimos, no nos pierdas;
guárdanos en tu frente derrumbada,
conserva a tu costado el hueco vivo
de nuestra ausencia amarga
que un día volveremos, más veloces,
sobre la densa y poderosa espalda
de este mar, con los brazos ondeantes
y el latido del mar en la garganta.
Y tú, México libre, pueblo abierto
al ágil viento y a la luz del alba,
indios de clara estirpe, campesinos
con tierras, con simientes y con máquinas,
proletarios gigantes de anchas manos
que forjan el destino de la Patria;
pueblo libre de México:
como otro tiempo por la mar salada
te va un río español de sangre roja,
de generosa sangre desbordada.
Pero eres tú esta vez quien nos conquistas,
y para siempre, ¡oh vieja y nueva España!”
Final del viaje, principio del camino
El día era 13
martes y lo había declarado feriado durante la mañana para que los trabajadores
pudieran ir a recibir a los refugiados españoles. Alrededor de las seis el
Sinaia llegó a puerto. Subieron a bordo los médicos y funcionarios encargados
de formalizar la llegada, trámites en los que contaron con la colaboración de
los propios exiliados. A las once y veinte puso pie en tierra la primera
familia de españoles. Adolfo Sánchez Vázquez, en aquel momento un refugiado
más, aunque con el tiempo acabaría su vida como catedrático emérito de la
Universidad de México, en la que daría clases durante muchos años, recordó
aquel momento en el prólogo a la edición facsímil del diario de a bordo:
"Mi memoria
registra vívidamente el tórrido mediodía del 13 de junio en que empezamos a
desembarcar en este puerto. Y registra no sólo la cauda incontenible de
impresiones sonoras y visuales y el río jubiloso que se desbordaba en nosotros
al pisar al fin tierra libre, sino la intensa emoción que nos sacude todo el
cuerpo ante los veinte mil obreros que nos saludan en el muelle agitando sus
brazos, alzando sus estandartes y pancartas entusiastas y lanzando sus
entusiastas vítores. Un espectáculo inolvidable ante el que se acrecienta
nuestra emoción con las palabras cálidas, alentadoras de los altos
representantes del gobierno y del pueblo mexicanos”
También otro
viajero, el salmantino de 35 años Emilio Rodríguez Mata, afiliado a la UGT que
durante la guerra había ostentado el importante cargo político de jefe de “proyectores y fonos” de la zona de
Gerona, lo que había llevado hasta allí tras pasar por el campo francés de
Roisy et Brie, mantendría aquel momento en la cabeza durante toda su vida:
“Al llegar a
Veracruz yo me sentí liberado. Fue la impresión de que llegábamos a un país que
nos acogía con los brazos abiertos, que podíamos rehacer fácilmente nuestra
vida, que tendríamos toda clase de facilidades para ello, que estábamos en un
país que hablaba nuestro idioma; bueno, había unas variantes que nos eran
incomprensibles en un principio, pero que nos encontrábamos prácticamente en
nuestra casa y con la posibilidad de rehacer nuestra vida.”
Tal vez alguien
piensé que son testimonios tamizados por el paso del tiempo y, por ellos,
inconcretos y parciales, por lo que quizás lo mejor será acudir al artículo
periodístico que al día siguiente publicó el diario veracruzano El Dictamen,
decano de la presa mexicana cuya andadura continúa hoy en día:
“Un sol
abrasador bañaba la amplia explanada del malecón, pero el público permanecía
ahí, saludando copiosamente, en espera de que los republicanos españoles
saltaran a tierra. Todo estaba adornado con palmas y banderas mexicanas y
españolas, un arco y en la parte superior se leía «CTM. Bienvenidos los
camaradas españoles». Además de las banderas rojinegras también se vio ondear
en los malecones la bandera comunista que era llevada por una representación de
dicho partido. La gente desde los malecones contemplaba el barco francés
Sinaia, anclado a corta distancia con grandes banderas de la República Española
y los centenares de hombres, mujeres y niños en cubierta y hasta en las barcas
de salvamento; también se veía la banda de música hispana con sus relucientes
instrumentos, la cual estuvo tocando el Himno Mexicano y La Internacional,
además de varias piezas netamente españolas y otras mexicanas, entre ellas «La
cucaracha».
«Negrín tenía
razón», era el letrero que con mayores caracteres estaba cubriendo el lado de
uno de los puentes. En otro se leía: «Mexicanos, venimos a trabajar con ustedes
por la Revolución Mexicana y por la reconquista de España», y otro más decía:
«La juventud española saluda a México».
Las leyendas que
llevaban los manifestantes mexicanos decían: «Víctimas del fascismo, el pueblo
mexicano os saluda», «Bienvenidos seais españoles», «Trabajadores españoles y
mexicanos unidos ante los traidores franquistas CTM».
En una lancha
que partió del malecón del paseo y cerca de las diez de la mañana se dirigieron
al Sinaia el secretario de Gobernación licenciado García Téllez; el alcalde del
puerto, licenciado Eduardo Sánchez Torres, don Juan Negrín y otras personas más
que fueron recibidas con aclamaciones. Poco después el barco empezó su
movimiento de atraque para colocarse al borde del muelle de la terminal,
descendieron sus dos escaleras, por las cuales, poco a poco empezaron a bajar
los españoles republicanos, tostados por el sol, viéndose al fin libres del
apeñuscamiento en que hicieron su largo viaje.”
Sigue con la
crónica El Nacional:
“Apoteósica fue
la recepción que el proletariado de México, por conducto de los trabajadores
veracruzanos, prodigó a los mil seiscientos refugiados iberos que arribaron hoy
a tierras mexicanas a bordo del vapor Sinaia. El acto de recepción fue
magnífico. Veinte mil obreros, pletóricos de un gran entusiasmo, formaron una
masa humana compacta que se agitaba frente a los muelles alzando los brazos y
lanzando vítores a los refugiados que emocionados contemplaban desde la
cubierta del Sinaia la grandiosa y elocuente manifestación.
En punto de las
cinco horas (hora de Veracruz) hizo su entrada a la bahía el vapor francés
Sinaia, luciendo en sus mástiles las banderas de todos los países democráticos.
En la cubierta
se veían grandes carteles en los que los refugiados transmitían el saludo del
pueblo español al de México. El muelle ofrecía un espectáculo inusitado, pues
desde temprana hora los trabajadores se congregaron allí, apiñándose hasta la
orilla del mar para saludar desde lejos, con los puños en alto, a los
refugiados españoles. Esto acontecía antes de que hubiese amanecido por
completo.
Al despuntar el
día, innúmeras lanchas, llevando a bordo comisiones de trabajadores y
oficiales, se acercaron hasta el barco para saludar a los emigrados. La
cubierta del Sinaia se cubrió de refugiados -hombres, mujeres, niños- que
emocionados contemplaban aquel recibimiento magnífico del proletariado
mexicano. Millares de gargantas dejaron escapar jubilosas aclamaciones y
vítores al pueblo de México, al general Cárdenas.”
En el muelle también
estaba Juana Durá, una española que había llegado a México poco antes de la
finalización de la guerra a bordo del Arnús, barco que desde Cuba había
trasladado a un pequeño grupo de exiliados y que, permaneciendo atracado en el
puerto, serviría durante los siguientes días de albergue de una parte de los
refugiados del Sinaia:
“El 13 de junio,
yo estaba desde las seis de la mañana, que me levanté muy temprano, pues
estábamos todos en la última cubierta, por ver si veíamos llegar el barco.
Efectivamente, lo vimos llegar y a los diez minutos estábamos viendo el barco,
los muelles estaban desde las siete de la mañana o seis y media, llenos de
gente de sindicatos, con pancartas... de saludos de obreros; todas las sirenas
de los barcos que entonces estaban, en cuanto el barco tocó el agua territorial
de México, que entonces eran menos millas, empezaron a sonar y estuvieron sonando, bueno, una cosa que
emocionaba muchísimo, porque estabas viendo pues que aquella gente iba a tener
un recibimiento que no se lo esperaba, ni nos lo esperábamos nadie. Yo no me
figuraba que iba a ser una cosa así. Entonces pues el barco llegó muy rápido,
no tuvieron que hacer todos esos trámites de que el capitán vire, con los
silbatos, que vayan los prácticos, los prácticos estaban dispuestísimos, y
antes de que el barco pidiera entrada al puerto, ya estaban por él. Entonces lo
llevaron, lo remolcaron, lo dejaron en... en otro muelle encarado en donde
nosotros estábamos, o sea que ellos bajaban, hacían así como una U, y entraban
en el Arnús...
Pues aquello fue el acabose, el acabose... porque además cuando
entró el barco, en el puerto, se puede decir ya dentro del puerto en Veracruz,
pues la Banda Madrid que iba a bordo iba tocando canciones de la guerra y la
gente lloraba... y bueno aquello fue muy emocionante. Los del Arnús nos
amontonamos junto a la pasarela por donde iban entrando para ver a la gente, a
ver a la gente, a ver si nos pedían algo, esperando a ver si podíamos servir de
algo. Entonces pues claro, naturalmente que había algunos pasajeros que por su edad
y por su condición política y por su condición revolucionaria y por todo lo que
habían hecho, pues eran... podríamos decir los pasajeros de honor del barco,
esos llegaron los primeros. Estaban todos los de la Marina, formados en las
cubiertas de los barcos que estaban cerca, bueno fue un recibimiento... una
cosa apoteósica de verdad. Y pues mientras, sonar sirenas, llorar la gente...
porque todos llorábamos los que estábamos aquí y los que llegaban, los que
llegaban figúrate con qué emoción...”
Los viajeros del
Sinaia, acompañados por la multitud que les estaba esperando, desfilaron al
ritmo de la Banda hasta el Ayuntamiento de la ciudad, desde cuyo balcón les
dieron la bienvenida oficial las autoridades españolas, con Juan Negrín en
cabeza, y mexicanas que les habían recibido. El Ministro de Gobernación de
México, licenciado Ignacio García Tellez:
“No os recibimos
como náufragos de la persecución dictatorial a quienes misericordiosamente se
arroja una tabla de salvación, sino como a defensores aguerridos de la
democracia republicana y de la soberanía territorial, que lucharon contra la
maquinaria opresora al servicio de la conspiración totalitaria universal. El
Gobierno y pueblo de México os reciben como a exponentes de la causa
imperecedera de las libertades del hombre. Vuestras madres, esposas e hijos,
encontrarán en nuestro suelo un regazo cariñoso y hospitalario.
(…) Al recibiros
hoy el pueblo de Veracruz con júbilo, expresa el progresista sentimiento del
país y escribe una página más en su glorioso historial y ella es la de la
solidaridad entre los ciudadanos trabajadores de las democracias del mundo,
entre los republicanos de la América y de España.
(…) Os recibimos
con fraternal saludo porque venís a disfrutar del derecho a la vida, al trabajo
honesto, a la tranquilidad doméstica y a un ambiente de dignidad social,
garantías éstas que han sido negadas por los absolutistas conservadores,
efímeros ante la marcha incontenible del progreso social. Entráis al hogar que
formaron vuestros ancestros para entendernos en el mismo idioma, mezclar
nuestra sangre, hacer fructificar los campos y acrecentar la industria,
aportando recursos económicos, capacidad técnica y fuerza de trabajo. Los altos
valores que representáis en las ciencias y en las letras contribuirán al brillo
de la cultura nacional y recogeremos a la vez el ejemplo de la superación de la
intelectualidad española que puso su patrimonio espiritual al servicio de la
República”.
Sin embargo, no
todos los mexicanos ofrecieron a los refugiados la misma bienvenida que les
habían dado los reunidos en el muelle de Veracruz. Los partidos y
organizaciones de la derecha montaron inmediatamente una campaña de rechazo que
llegó al Parlamento y a los periódicos, quizás aprovechando la cercanía en el
calendario de las elecciones. Una campaña teñida de xenofobia e intolerancia
política, como delata la desconocida redactora de la carta publicada en el
diario La Prensa el 4 de julio.
“Soy enteramente
contraria a la inmigración roja de España. He auscultado la opinión pública y
tomado de todas partes impresiones, el 80% de los mexicanos están en contra de
esa invasión de los españoles, que huyen de los campos de reconcentración donde
ni los franceses los quieren a pesar de que respaldaron su presencia con
algunos millones de dinero, oro extraído de las arcas españolas.
(…) El gesto
siempre noble y generoso del general Cárdenas no será justipreciado por estos
iberos que no olvidan, pero ni en las tristes circunstancias en que están, su
gesto de suficiencia y valor sobre esos INDIOS PIOJOSOS Y HOLGAZANES...
No censuramos el
gesto bello de nuestro Primer Magistrado, todo corazón y buenos sentimientos;
rechazamos, como todos los mexicanos rechazan, esa invasión de elementos que
con el tiempo serán nocivos, peligrosos para México, y que ya empiezan a serlo.”
En su informe al
Gobierno del 1 de septiembre de aquel mismo año, Lázaro Cárdenas les respondió:
“Ante el
cumplimiento de deberes universales y de hospitalidad y frente a las desgracias
colectivas de España, se abrieron las puertas de México a los elementos
republicanos que no pueden estar en su patria sin peligro de sus vidas y por
considerar, además, que se trata de una aportación de fuerza humana y de raza
afín a la nuestra en espíritu y en sangre, que fundida con los aborígenes
contribuyó a la formación de nuestra nacionalidad. Espera el Gobierno Federal
que pasada la etapa de la agitación pre-electoral, que ha esgrimido tal actitud
como arma política de oposición, se llegarán a estimar en todo el país los
beneficios que recibe México con la aportación de esas energías humanas que
vienen a contribuir con su capacidad y esfuerzo al desarrollo y progreso de la
nación.”
A su llegada a
Veracruz, aparte de los alojamientos en los locales habilitados específicamente
para ellos, como el propio barco Arnús, la Escuela Naval o el Hospital Militar,
en el que se internó a los viajeros enfermos, consta que los exiliados
encontraron a su disposición:
Camisas de manta, hombre ____________________________415
Camisas de manta, niño _______________________________ 96
Calzoncillos de manta, hombre __________________________470
Calzoncillos de manta, niño ______________________________ 96
Camisetas de
hilo, niña ______________________________108
Calzoncitos de hilo, niña _____________________________135
Combinaciones de jersey, señora _______________________177
Calzones de jersey, señora ____________________________177
Overoles para hombre _______________________________420
Overoles para niño _______________________________60
Sacos de ración de lona ______________________________505
Vestidos para mujer _______________________________175
Vestidos para niña _______________________________90
Zapatos para hombres, pares __________________________501
Zapatos para mujer, pares ____________________________170
Zapatos para niño, pares _____________________________92
Zapatos para niña, pares ______________________________103
[1] Buscando información sobre
Rafael Oropesa encuentro una noticia periodística que apunta la posibilidad de
que el español fuera el verdadero autor del conocidísimo chotis “Madrid”, que habría escrito durante el
viaje y que a su llegada a México pudo haber vendido a Agustín Lara, su autor
oficial. No parece que haya muchos datos y bien pudiera ser una fantasía, pero,
en cualquier caso, la profunda intensidad de la nostalgia por la tierra perdida
que muestra la canción aporta verosimilitud la historia. Un verso aumenta esa
sensación: “Madrid, Madrid, Madrid,
pedazo de la tierra en la que nací”. Agustín Lara había nacido en Tlacotalpán,
México, una histórica villa colonial cercana a Veracruz.