La realidad es tan tozuda que a veces hay que dar la
pata a torcer. ¿Pero puede un crítico criticarse, comentarse un comentarista,
un articulista articularse? Yo lo intente en esta nota de El País de 1985.Sin
duda éramos puros, pero también dogmáticos y sectarios.
La memoria feliz de Frank Sinatra
Los 'viejos ojos
azules' cumplen setenta años
EL PAÍS. DICIEMBRE 1985
Con los años,
los más acendrados odios se atemperan y los desprecios mejor conservados se truecan
en vergonzantes admiraciones. Frank Sinatra cumple 70 años, y con la
perspectiva del tiempo, el suyo y el nuestro, uno llega a olvidar, o al menos a
pasar al archivo histórico, el que haya podido ser un contumaz reaccionario, un
disfrazado fílomafioso y nunca haya cantado rock o folk, los géneros que nos
parecieron renovadores o revolucionarios en exclusividad, para apreciar cómo se
merece el reconocimiento de la obra bien hecha, de la profesionalidad entendida
como realización de un trabajo duradero y continuo y la calidad de una
personalidad que ha marcado a sangre y a fuego la música popular contemporánea.
Era bajito y
esmirriado, y su imagen cinematográfica, agarrado a la jeringuilla de El hombre del brazo de oro o guarecido
bajo el gorrito de marinero en Un día en
Nueva York, nos hundía en la contradicción de no encontrar asidero para la
descalificación. Igual sucedía con sus discos, con Louis Amstrong o sus
colaboraciones con Count Basie, pero nosotros seguíamos agarrados al dogma,
negándonos el disfrute de su voz cálida y sus maneras de crooner enamorador de
vírgenes quinceañeras y otoñales matronas.
Nació en
Hoboken, Estado de Nueva Jersey, el 12 de diciembre de 1915, y aunque su propio
pueblo natal le declarara persona indeseable por su inveterada afición a las
peleas y los puñetazos en lugares públicos, nos hemos quedado sin coartadas
justificatorias. Setenta años de vida y más de 40 de éxitos en cascada son
demasiados para seguir manteniendo, sin que asome el pudor por la ventana de la
conciencia, la desvergüenza de la inquina. Lo malo de los genios es que suelen
acabar teniendo razón, y el reconocimiento de nuestras propias limitaciones e
insuficiencias finalizaron por llevarnos al huerto de la admiración.
Quienes ahora en
España estamos entre los 35 y los 45 años somos una generación escindida y
limitada, y Frank Sinatra es una de las más descaradas muestras de nuestras
miserias críticas. Le denostamos por comercial y falto de compromiso; su música
nos parecía blanda y fácil, y su voz, estandarizada y convencional. No supimos
apreciar su capacidad de fascinación, su fuerza comunicativa y la perfección de
un trabajo que hoy, por encima de los prejuicios quizá justificados, aparece
comedido y exacto, capaz de derivar insumergible por los más tormentosos
canales del arte y reaparecer siempre, como en su último disco, L.A.
Is my lady, luminoso y eterno.
En todos estos
años de esplendores y opacidades, entre doctorados honorarios de sesudas
universidades y fiestas de cumpleaños de Ronald Reagan, Frank Sinatra se ha
enfrentado igual a la más convencional de las canciones comerciales y a las más
sofisticadas composiciones, misérrimas cabañas y lujosos palacios artísticos,
en todos los cuales ha dejado, como un tenorio triunfador, memoria feliz de él.
A su lado,
Antonio Carlos Jobim
viernes, 29 de marzo de 2013
Cantautores y política
Píldoras para una historia de los
cantautores en España
En 1987 ya había tiempo más que sobrado para hacer
balance el papel que habían jugado los cantautores del Estado Español en la
lucha antifranquista. Curiosamente, para esa fecha su contribución a la
resistencia contra la dictadura, que tan alto precio les había costado y que
tanto habían condicionado su trabajo creativo, no sólo no se valoraba con un
acto de singular valor cultural y político, sino que comenzaba a ser
despreciado por los nuevos ostentadores del poder, un PSOE que por boca de su
secretario general había dicho aquello de los colores del gato y la caza de ratones
o su preferencia a morir en el metro de Nueva York antes que en una calle de
Moscú. Nos habíamos hecho modernos y desmemoriados. No digamos ya los que ya
empezaban a llamarse “gestores cultuales”.
La ocasión para darle al tema me vino que ni pintada
cuando el Partido Comunista de España (Marxista-Leninista), ya legal tras haber
abandonado la aventura armada del FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y
Patriota) por la que tan alto precio habían pagado en años de cárceles, y aún
más cruel en los fusilamientos de 1975, me encargó para un cuádruple disco que
iban a publicar. Se titulaba elocuentemente “Homenaje a las víctimas del franquismo”, y participaban en él una
larga lista de cantautores y grupos que se pueden ver en la carátula que
reproduzco, y pensé que en mi texto podía apuntar hacia ese balance.
El cuádruple disco era la continuación del recital
que habían montado durante tres días el año anterior, del que publiqué el
correspondiente comentario en El País.
Copio ambos textos, y los aderezo con una serie de
canciones que ilustran bien el contenido de los escritos. Volviendo a escuchar
alguna, hasta me he emocionado. No digo más.
CANTAR EN TIEMPOS DE SILENCIO
Madrid,
julio 1987
Folleto
del cuádruple álbum
“Homenaje
a las víctimas del franquismo”
Resulta cuando
menos lamentable comprobar la ola de amnesia colectiva que en los últimos años
ha recorrido España como un fantasma reaccionario. Y sin embargo, resulta
comprensible. Es comprensible que la derecha, tanto la montaraz como la
civilizada —que aún no hace tanto tiempo era igualmente contumaz y levantisca—,
quiera olvidar y hacer olvidar su inmediato pasado. También tiene explicación
que el Partido Socialista, que según parece hubo un tiempo en que fue de
izquierdas y estuvo en la clandestinidad, no tenga demasiado interés en
recordar su vida vegetativa en el invernadero. En cuanto a la otra izquierda,
una izquierda marginada, desorientada, escindida e incapaz, poco se le puede
pedir. Los olmos no dan peras y en la izquierda española hay mucho alcornoque.
Claro está que todos se reclaman fieles rememoradores de la memoria histórica
del país, pero poco efectivas parecen esas rememoraciones frente a la amnesia
del sistema.
En medio de esa
realidad de olvidos, iniciativas como estos "homenajes a las víctimas del
franquismo" son, pese a todos los peros que se quieran y se puedan poner,
actos útiles y necesarios que indican el camino por donde nunca más se debe
transitar.
Para las cosas
de la cultura, y más en concreto de la canción, que es el tema que aquí nos
convoca, esa ola amnésica ha resultado arrasadora. A toque de corneta los
medios de comunicación y la industria discográfica decretaron que ya se habían
acabado los tiempos en que las canciones podían cantar cuanto pasara a su
alrededor; que los músicos y cantantes que desde su arte habían luchado por la
libertad y la democracia, tantas veces a costa de prohibiciones, multas y
cárceles, eran unos antiguos, reliquia del pasado, que debían ser relegados al
desván de los trastos inútiles, junto a la radio de galena, la vietnamita y los
falsos nombres clandestinos. Era llegada la hora de la efímera modernidad en la
que, con cresta de punki o faralaes
de bailaora, la canción debía diluirse en la vacuidad de las imitaciones y la
superficialidad de las movidas. Por fortuna no consiguieron su propósito del
todo, pero entre unos y otros lograron silenciar a muchos y dificultar al resto
la continuidad de su trabajo.
Es cierto que en
muchos casos hacer canciones "antifranquistas" fue una manera de
ocultar incapacidades y potenciar la buena voluntad por encima de cualidades
artísticas, y que hubo letras chabacanas, músicas ramplonas y cantantes
afónicos (más o menos como siempre), pero, entonces y ahora, su significación
fue irrelevante. Junto a ellos, nació una generación de cantautores españoles
(en el más amplio sentido del término) que intentó, y en buena medida
consiguió, crear un lenguaje musical de calidad estética y contenidos adultos, entre
los que la temática antifranquista fue importante —respondiendo a una actitud
personal igualmente comprometida que entonces y ahora es no sólo aceptable,
sino necesaria—, pero ni fue la única ni, en muchos casos, la más significativa
de sus obras respectivas.
Los cantantes
"antifranquistas" no fueron tan sólo voceros más o menos frustrados
de la revolución, fueron, sobre todo, creadores artísticos que quisieron
contribuir con sus canciones a una lucha por la libertad que se libraba
fundamentalmente desde las fábricas, las universidades, el campo y la calle,
pero también, ¿por qué no?, desde los discos y los escenarios.
Se pueden
encontrar canciones de contenido antifranquista desde el momento mismo en que
el generalito se hizo a sí mismo generalazo y degradó al resto del pueblo
español a clase de tropa desechable. La guerra civil fue un semillero de
canciones contra el fascismo, que sirvieron, en el frente y en la retaguardia,
como forma de unión para elevar la moral combatiente. En muchos casos canciones
anónimas, pero también canciones firmadas por grandes poetas: Alberti, Miguel
Hernández, Pedro Garfias, Herrera Petere o Emilio Prados, entre los españoles,
Bertold Brecht o Woody Guthrie entre los extranjeros, a los que ponían música
insignes compositores españoles o de otras nacionalidades: Shostakovich, Hans
Eiler, Paul Dessau, Halfter o Palacios.
El pueblo perdió
la guerra y el generalito que se nombró generalazo la ganó. Los campos se
llenaron de muertos, las cárceles de presos, el extranjero de exiliados y el
país de silencio. Las canciones cantaron las gracias del vencedor y las voces
del pueblo hubieron de callar.
En un momento de
arrebato y despecho, León Felipe escribió desde México: "Tuya es la casa,
el caballo y la pistola... pero yo me llevo la canción", aunque la
predicción no fue cierta del todo. Desde los años cincuenta, la cultura
española del interior volvió a reencontrar una voz crítica a través de jóvenes
poetas, novelistas, pintores, cineastas y autores teatrales. En la canción no
podía dejar de pasar algo parecido, aunque sucediera con un cierto retraso
debido a la juventud de quienes se metieron en la aventura y a lo novedoso que
resultaba el propio lenguaje de la canción como obra artística, no sólo en
España sino en casi todo el mundo.
CANCIONES DE CLANDESTINIDAD
En 1963 se editó
en la editorial italiana "Einaudi" un libro significativo: "Canti
de la nuova resistenza spagnola". Un musicólogo y compositor
italiano, Sergio Liberovici, visitó España por aquellas fechas con el propósito
de recopilar canciones antifranquistas contemporáneas. Encontró pocas. Las que
cantaban los resistentes españoles en las pocas ocasiones en qué tenían ocasión
de reunirse seguían siendo las viejas canciones de la guerra. No se arredró el
investigador, y reunido con un grupo de poetas españoles (parece ser que entre
ellos se encontraban Gabriel Celaya, José Hierro y Jesús López Pacheco),
decidieron que si no existían había que crearlas. Así surgieron canciones que
pronto serían conocidas y cantadas por militantes antifranquistas en reuniones,
excursiones, fiestas de fin de año y cuanto momento oportuno se presentara.
Algunos de sus
versos quedarán para siempre en la memoria de quienes alguna vez las cantaron:
"En la plaza de mi pueblo / dijo el
jornalero al amo: / nuestros hijos nacerán / con el puño bien cerrado",
con música de "Los mozos de Monleón"; "Voy a la cárcel de Burgos
I a ver a los comunistas, / que los ha metido presos / este gobierno fascista",
con música de "Dime dónde vas morena"; "Ya llegó el verano, / ya se
fue el invierno, / dentro de muy poco / caerá el gobierno", con la melodía
de "Ya se murió el burro" y tantas otras.
Pese a censuras
y represiones, la repercusión de las canciones, algunas de las cuales también
se grabaron en Italia, fue tal que el Ministerio de Información y Turismo se
vio obligado a editar un folleto arremetiendo contra la conspiración comunista
del que llamaban “libelo de Einaudi". El ministro era Don Manuel Fraga Iribarne,
una casualidad.
Un año después,
en Suecia, se editó otro disco histórico de la canción antifranquista
clandestina. En él se incluían canciones de actualidad y nítidamente políticas:
"Gallo rojo, gallo negro", "Dicen que la patria es",
"La paloma", "Canción de Grimau", "A la
huelga" y "Coplas del tiempo".
Composiciones originales en letra y música, atribuidas a un autor e intérprete
anónimo, que no era otro que Chicho
Sánchez Ferlosio, atípico cantautor de irregular carrera que todavía hoy
continúa, automarginado y anárquico, fustigando al sistema con acidas
canciones. Aquellos temas se hicieron todo lo populares que la represión del
momento permitía, y fueron interpretados dentro y fuera de España por otros
intérpretes: El grupo Canción del Pueblo
en Madrid. En Italia el Nuevo Cancionero,
Quilapayun e Inti Illimani en Chile, Soledad
Bravo en Venezuela, y hasta Finlandia llegaron en las voces del grupo Agi-Prop y otros cantantes.
ZONAS DE LIBERTAD
También desde
principios de los años sesenta comienza en Cataluña un movimiento de canciones
que se presentan ya como obra artística, con nombres y apellidos de los autores
e intérpretes, que se plantean la edición legal en España (que se inicia en
1962 con la aparición del sello Edigsa y la grabación del disco "Espinas
canta Brassens", de Josep
M. Espinas), y en las que no se intenta comunicar en primer lugar una
intencionalidad directamente política, pero que por el simple hecho de utilizar
el catalán, primero, y por la progresiva acentuación de sus contenidos críticos
después, se sitúan automáticamente frente al régimen.
En 1963 aparece
el primer disco de Raimon, el mismo
año que el vasco Mikel Laboa edita
sus primeras canciones en Euskadi norte, y un año antes de que Paco Ibáñez
grabe en Francia su primer trabajo. A ellos les seguirían Pi de la Serra, Serrat, Ovidi Montllor, María Albero, Lluis Llach o
María del Mar Bonet, entre tantos
otros catalanes; Lourdes Iriondo, Xavier
Lete, Benito Lertxundi y Oskorri,
en Euskadi; y Elisa Serna, Julia León,
Adolfo Celdrán, Luis Pastor, Aute o Pablo
Guerrero entre los que, siendo o no madrileños, cantan en Madrid.
Benedicto graba en gallego en 1968, y con él lo
hacen Xerardo Moscoso, Vicente Araguas,
Suso Vaamonde, Miro Casavella o Bibiano,
primero, y Milladoiro, Fuxan os Ventos o Na Lúa después. También en el 68 graba José Antonio Labordeta, al que seguirían en Aragón La Bullonera, Joaquín Carbonell o Tomás Bosque. En Canarias, Los Sabandeños abren en 1963 un camino
que seguirían, con diferentes estilos, Los
Gofiones, Chicaneiros, Mestisay, Taburiente
o Caco Senante, entre muchos otros. Al Tall libran su batalla desde Valencia
casi en solitario hasta hoy mismo.
El flamenco pone
su grito contra la represión en el espléndido "Romance de Juan García",
que canta José Menese, quien ya
había grabado su primer disco en 1965, y la queja del flamenco se convierte en
protesta en su voz y en las de otros cantaores como Enrique Morente, Manuel
Gerena, El Lebrijano o El Cabrero, También es andaluz el
"Manifiesto Canción del Sur"
que, bajo la tutela del poeta Juan de
Loxa, se pone en marcha en Granada en 1969 y del que en su momento formaron
parte Carlos Cano, Enrique Moratalla,
Antonio Mata o Raúl Alcover. Y aún quedan muchos más cuya cita haría esta relación
inacabable.
Fueron unos
años, hasta 1976, en que la canción española más madura y de mayor calidad se
debatió entre la represión y la lucha por hacerse oír. Años en los que se
prohibían canciones, se editaban discos cuya radiación se impedía, se suspendían
recitales y se multaban cantantes. Pero también años en los que se colaban
goles fenomenales en las zonas de libertad que se iban creando a duras penas en
las fábricas (en 1966 salen a la luz Comisiones Obreras), en las universidades
(en el curso 66/67 se creó el Sindicato Democrático de Estudiantes) y en los
barrios (a partir del 68 los clubs juveniles y las asociaciones de vecinos
comenzaron a surgir y a tener fuerza).
El régimen vivía
una cierta expansión económica y la necesidad de abrirse a Europa dejaba flecos
abiertos en la dictadura, aunque la represión siguiera siendo constante. En
1963 había sido asesinado Julián Grimau y todavía en septiembre del 75, con el
dictador en formol, asesinan a cinco militantes de ETA y FRAP, resumiendo una
lista de víctimas del franquismo tan larga que resulta irresumible. Las prohibiciones
de canciones y recitales fueron tan numerosas que no hay forma de contarlas.
PUNTO Y APARTE
1976 marca un
evidente punto y aparte en las canciones escritas como oposición al franquismo,
Franco ha muerto, y ese es un año epílogo y prólogo. Aún colean (y van a colear
por largo rato) las costumbres represivas, pero las cosas comienzan a ser
distintas. Ese mismo año son todavía prohibidos los tres últimos recitales de
la tanda de cuatro que Raimon ofrece en Madrid con la oposición a la dictadura
sentada en la fila cero, pero también en 1976 se celebra el Festival de los
Pueblos Ibéricos en la Universidad Autónoma de Madrid, en el que sesenta mil
personas escucharon cantar a los cantantes mil veces prohibidos. Ese festival
marcó el inicio de los grandes actos masivos, muchas veces motivados por causas
directamente políticas o campañas electorales, que iba a ser la tónica
dominante en los años sucesivos. Al mismo tiempo fue el punto de inflexión de
la canción considerada como un instrumento de cambio social y político, papel
que pasaron a desempeñar los partidos políticos, legalizados al poco.
La caja de los
truenos, silenciada hasta entonces, se abre y salen de ella angustias y esperanzas
reprimidas durante años. La censura desaparece, y aunque los cambios reales no
son tantos ni tan profundos como los esperados y ofrecidos, los cantantes
pueden actuar con regularidad y sin mayores problemas. Las canciones comienzan
a cambiar, los textos se transforman y las músicas varían.
Claro que se
hicieron canciones "antifranquistas” durante los años de la dictadura,
igual que poemas, novelas, obras de teatro, comics, películas o cuadros. Porque había que hacerlas y hubiera
sido una falta de responsabilidad moral ignorarlo. Canciones buenas y malas,
que de todo hubo y hay en estos discos, pero se cantaron las cosas que había
que cantar cuando era exigido hacerlo. Y se hizo como se pudo, casi siempre en
condiciones de absoluta precariedad, con la mínima infraestructura, sin medios
ni maestros, pero sin renunciar en los mejores casos a la preocupación estética
que convierte un panfleto en una obra de arte, por mínima y modesta que sea.
Permítaseme,
para acabar, dar algunas notas sobre las formas musicales que utilizaron
estos cantantes y sobre su significación
artística:
1. La
utilización de la guitarra como instrumento de acompañamiento fue un hecho,
generalizado. La facilidad para utilizarla con pocos conocimientos (la mayoría
de los cantantes eran autodidactas) y la movilidad que permite fueron las
razones fundamentales, además del ejemplo que los cantautores de otros países,
desde Francia a Estados Unidos daban. Ni que decir tiene que las facilidades
para salir corriendo que implicaba ir solo con una guitarra a recitales que
eran prohibidos y acababan con cargas policiales no era uno de los motivos
menores para esta simplicidad instrumental de los cantautores de aquel momento.
2. En un principio, el rechazo del folklore como
fórmula expresiva fue casi generalizado. Había en ello una indisimulada
oposición a la versión "nacionalista" y reaccionaria que de la música
folklórica daban los coros y danzas oficiales. Sólo en Euskadi y en Canarias
fue el folklore una fuente de inspiración desde el principio, en el resto del
Estado habría de pasar el tiempo para que las raíces populares tuvieran un
significado crítico en las nuevas canciones.
3. La musicalización de poemas se hizo práctica
habitual. En muchos casos fue un buen sustitutivo para letristas ineptos y
compositores cómodos, pero también una forma de popularizar la mejor poesía
española, desde los clásicos hasta la generación del 27 y, sobre todo, la
poesía social de los 50.
4. Siempre estuvo presente un cierto grado de
experimentalismo y vanguardia. Los casos son múltiples, baste con citar
algunos: la búsqueda de un sonido "mediterráneo" en las "Cançons
de la roda del temps" de Raimon
(1966), los intentos de música de fusión (árabe, flamenca, mediterránea…) de Elisa Serna en su disco "Quejido"
(1972), el acercamiento al rock y al jazz en el trabajo de Pi de la Serra en su conjunto, o la inclusión de elementos de la
música culta de vanguardia en los "lekeitios" de Mikel Laboa desde el principio, por
poner sólo ejemplos paradigmáticos de “cantautores clásicos”.
5. Aun con la precariedad de los medios
disponibles, la canción de autor española prestó creciente atención a los
arreglos musicales, rodeándose de un plantel de músicos que hoy se encuentran
entre los buenos de todos los estilos: Ricard
Miralles, Jordi Sabetés, Toti Soler, Luis Mendo, Miguel Ángel Chastang, Jorge
Pardo, Manolo Aguilar, etcétera.
6. La influencia de los cantautores es detectable
sin dudas en otras músicas de la época y posteriores, muy especialmente en lo
que se dio en llamar rock con raíces (quizás la música española que directa o
indirectamente se enfrentó al franquismo menos representada en esta antología).
Influencia directa en muchos de los contenidos de las canciones de estos
conjuntos e indirecta en el intento de crear un rock autóctono que rompiera el mimetismo
hacia la música del imperio.
Homenaje a las
víctimas del franquismo
Mitines y
recitales
EL PAÍS. 1 OCT. 1986
Homenaje a las
víctimas del franquismo. Joan Manuel Serrat, Carles Engix, Josep Lluís
Valdecabres, Brath, Na Lua, Caco Senante, Ramoncín, Elisa Serna, Labordeta, Al
Tall, Lluis Miquel i 4Z, Mariá Albero, Suso Valiamonde, Paco Muñoz, Música
Nostra, Mamen García, José Menese, El Cabrero, Amaia Casasola, Quintín Cabrera,
Pablo Guerrero, Rafael Amor, Urko, Javier Krahe. Templo de Debod. Madrid, 27,
28 y 29 de septiembre.
La mayor
concentración de cantantes convocados por un acto político, desde el ya lejano
Recital de los Pueblos Ibéricos, en la universidad Autónoma de Madrid en 1976,
se ha reunido en los terrenos del antiguo cuartel de la Montaña. El motivo, la
recuperación de una cierta memoria colectiva que significa el homenaje a las
víctimas del franquismo. Una organización casi perfecta, con la única salvedad
de unos prólogos oratorios farragosos y alguna que otra ausencia, justificada con
telegramas. Cantantes y canciones muy diversos de los que, por su número,
resulta casi imposible hacer un comentario crítico. Sí se presta la ocasión
para volver a plantearse las relaciones entre canción y política, entre recital
y mitin, tema que fue crucial en los años primeros de la transición y que ahora
vuelve la proliferación de actos de este tipo: festivales anti-OTAN,
solidaridad con los jornaleros, homenaje a Dolores Ibárruri y tantos otros.
Esa relación
mitin-recital llegó a convertirse en una constante en los últimos años de la
dictadura, cuando no había recital importante que no hubiera filas cero
ocupadas por los todavía clandestinos líderes de los partidos políticos, y en
los primeros de la democracia, cuando no había mitin o acto electoral en que
los cantantes no tuvieran un papel destacado. Siguieron unos años de
distanciamiento en los que muchos cantantes casi hubieron de hacerse perdonar
el haberse entregado en apoyo de causas con las que se sentían identificados,
mientras intentaban elaborar una obra que ya respondía a otra situación
histórica.
De un tiempo a
esta parte, quizá, como signo del renacer de una, conciencia política
callejera, o, como muestra de la insatisfacción, de cantantes defraudados por
la política socialista, la canción vuelve a estar presente en actos políticos.
Sin embargo, las motivaciones y la relación con el público son bien
diferentes.
El cantante
llegó a sustituir, pese a él mismo en muchos casos, al político, que no tenía
voz ni voto. Se establecía un proceso de dependencias mutuas en las que siempre
llevaba las de perder el cantante. Para muchos se creó una ilusión óptica:
miles de espectadores agrupados frente al escenario hicieron pensar que eran el
público natural de una canción que aparecía como una muestra de arte
comprometido.
Los cantantes
cumplían su parte de MIlitancia prestándose a ese juego engañoso que acabó
por romperse.
En los últimos
años las cosas han cambiado. Las entregas incondicionales parecen haberse
terminado; de hecho, en las campañas Electorales la militancia ya importa poco,
los cantantes que actúan en mítines y fiestas electorales lo hacen contratados
por un caché normal.
En los actos
apartidistas algunos cantantes han vuelto a encontrar su campo natural para
mostrar que, pese a todo, su actitud ante la sociedad sigue siendo consciente y
solidaria, aunque ahora se escriban menos canciones coyunturales y lo que el
cantante ofrezca no sea una sustitución del político, sino una actuación más o
menos normal.
Público
tranquilo
También el público
ha cambiado, en composición y actitud. Tranquilos, los miles de asistentes a
estos actos corean las consignas con más pudor que antaño, incluso ante las
motivaciones más pasionales. Junto a viejos luchadores y militantes, una buena
parte del público la componen jóvenes que poco tuvieron que ver con el pasado,
pero que acuden al reclamo de nombres conocidos y de: actitudes éticas
fácilmente compatibles. Si el desencanto está terminando, esta proliferación de
recitales puede ser un síntoma de normalización: el cantante ejerce su derecho
a opinar y solidarizarse y el público así lo entiende. Sin crispaciones ni
entregas incondicionales, como una actitud válida que permite equilibrar el
trabajo creativo con la conciencia crítica.
Cada uno en su
sitio, el político en la tribuna y el cantante en el escenario, es posible
recuperar el sentido festivo del recital y el carácter reivindicativo del
mitin.
jueves, 28 de marzo de 2013
Black Power: La lucha de los negros estadounidenses (1967)
Las cajas de cartón son las tumbas de las que
resucitamos en los papeles amarillentos que vomitan cuando las abrimos,
recordándonos vidas que ya habíamos olvidado. A lo largo de los años he venido
guardando, quizás como laboriosa hormiga que ya pensaba en este futuro
vampirizador de jubilado que me ha tocado, papeles y papeles, recortes y
recortes, míos o de otro, que he ido trasladando de casa en casa. Cada vez que
me he mudado he ido tirando las cajas que no había abierto desde que llegué a
la correspondiente vivienda. Consideraba que si durante ese tiempo no has había
necesitado es que lo que había dentro era ya un peso inútil. Ahora que he
decidido vivir del cuento y de las rentas me he puesto a abrir cajas, que me
han vomitado a la cara palabras en negro sobre blanco como para abarrotar una
caja de cerillas. Permitidme que comparta algunas, que esto viene a ser como un
placer masturbatorio, pero del coco.
En 1970 yo colaboraba en la revista quincenal MUNDO
SOCIAL (de la que como reproduciré más artículos tendré ocasión de hablar detalladamente,
porque creo que puede merecer la pena). En ella, con apenas 21 años, además de
ocuparme de la sección de música, publiqué varios artículos que leídos ahora me
sorprenden. Por mi osadía al escribirlos y por la de Carlos Giner y José María Puigjaner.,
responsables de la revista, por publicarlos.
Uno de mis temas de interés en aquellos años era el
de la lucha de liberación de los negros estadounidenses, el Black Power que se llamaba, y a ella dediqué algunos
escritos como el que más abajo reproduzco añadiéndole las fotos. No sé cómo llegué a ello, quizás
fuera a causa de la audición de discos los de Bessie Smith, Nina Simone,
Leadbelly o Sonny Terry que por entonces ya iba conociendo.
Podría parecer un tema antiguo, y lo es. Pero tal vez no esté mal recordar que hoy mismo, hace un rato, en este momento, en algún lugar de la ciudad, sea la que se sea, sigue ejerciendo su labor la hiena insaciable del racismo, la discriminación y la injusticia. El que llegué hasta el final tiene premio. pero no valen trampas de eso de saltarse los gusanitos negros que hay entre imagen e imagen.
TAL vez podamos
situar en el año 1510 la primera importación de negros africanos a América del
Norte. A partir de entonces se inicia la era del esclavismo moderno;
esclavismo, como señala Leroi Jones
en su libro “Blues People”, de unas
características muy particulares y que incluye como faceta importante la de la
consideración del hombre de color como una no-persona. El negro ha sido un
personaje intermedio entre el animal y el hombre, no asimilable a aquél por
tener algunas facultades humanas, como la de expresarse por medio de palabras,
pero, desde luego, imposible de incluir en la especie humana por numerosas
razones. La primera y principal era que, de considerarlos personas, tenían que
dejar de utilizarse los métodos de explotación normales, lo cual hacía
disminuir su extraordinario rendimiento económico. Además, el hecho de
reconocerles sus cualidades humanas contribuía a aumentar los remordimientos de
los moralistas representantes coloniales del Imperio Británico.
Esta
cosificación del hombre de color, subyacente todavía en la gran mayoría de
argumentos racistas, puede hacernos comprender casi todas las formas de
relación entre el hombre blanco y el de color en USA. Cosificación que persiste
aún en los casos en que el blanco toma una postura de total liberalismo y
decide conceder algunas mejoras al «infeliz» negro. Cuando en 1862, Abraham Lincoln decide proclamar la
emancipación de los esclavos, prevalecen en su decisión no las razones de tipo
humano, sino aquellas otras económicas y, principalmente, militares que colocan
al hombre de color en un plano de simple instrumento militar, capaz de hacer
cambiar el curso de la guerra, creando partidas guerrilleras, desorganización e
infinidad de deserciones en el ejército sudista.
No obstante, a
pesar de haber sido abolida la esclavitud en 1862, a pesar de la derrota
sudista en 1865, los negros no pasan a una situación de normalidad. Las razones
de esta inmovilización son principalmente económicas; los esclavos de las
plantaciones pasan a ser esclavos industrializados, ocupando el escalón más
bajo del proletariado en una sociedad que ha cambiado el algodón por el acero
como producto nacional.
Del fin de la
Guerra de Secesión a 1870 no pasaron más de cinco años sin que, de una forma u
otra, no se reafirmara por medio de tribunales esta abolición de la esclavitud.
Reafirmaciones que, naturalmente, no fueron más allá de la simple palabrería, y
que mantuvieron en el fondo el mismo sistema de esclavismo disimulado. Ni en
1905 (fecha en que el tribunal supremo proclama la inconstitucionalidad de los
White primarios), ni en 1957 (derecho de voto), ni en 1962 (integración de la
vivienda), ni en ninguno de los años intermedios en los que mil sentencias
personales confirmaron la condena de la segregación, se consiguió otra cosa que
seguir manteniendo un sistema de cosas cuyo único fin era la explotación.
Contra lo que
puede parecer, y contra lo que numerosos comentaristas (ninguno de color)
quieren hacernos creer, el esclavismo ha sido puesto en cuestión durante toda
su historia por los propios afroamericanos. Se han podido observar a lo largo
de los años, y no sólo en los quince últimos, incontables sublevaciones negras,
que toman todos los aspectos posibles: bajo la forma de retorno a África (1778:
Free American Society; 1921: Marcus
Garvey), revueltas armadas (1831: Nat Turner; 1840: John Brown; 1919:
luchas en Chicago), integración (1865: Clubs integrados, Unión Leangues; 1890:
Peoples Party) o huelgas (1909: en la Georgia Railroad).
Todas estas
acciones han planteado la revisión de la supuesta «novedad» de la revuelta
negra, aunque resulta evidente que, a pesar de ellas, es a partir de 1965
cuando la cuestión negra alcanza toda su magnitud, magnitud que se especifica
en dos sentidos: en el temporal, pues desde esa fecha, la protesta negra no ha
tenido un solo momento de retroceso o descanso, y en el político, ya que ahora
lo que se pone en cuestión no es el hecho externo del esclavismo, sino la
propia fundamentación del sistema político que lo sustenta.
Bajo el prisma
de estas dos causas enfocamos el estudio de estos quince años: su evolución,
las posturas enconadas que en ellos surgen, el traslado de objetivos que se
observa.
«El 1 de diciembre de 1955, una atractiva costurera
negra, la señora Rosa Parks, subió al autobús que recorre el distrito de
Cleveland Avenue. Volvía a casa después de su jornada habitual de trabajo en
Montgomery Fair, un importante establecimiento. Cansadas sus piernas a causa de
haber permanecido de pie largas horas, la señora Parks se sentó en el primer
asiento detrás del sector reservado a blancos» (1).
Este es el
comienzo de la lucha en Montgomery por la integración en los autobuses, y
también una nueva etapa en la lucha de los negros americanos. En ella se revelará
la personalidad de un líder indiscutible: Martin
Lutero King, que será, por una parte, receptor de las aspiraciones de una
gran masa de negros americanos pertenecientes a la pequeña y media burguesía y,
por otra, el creador de la nueva forma de lucha no-violenta, directamente
inspirada en las tesis de Gandhi y Walter Raushenbusch. El carácter de
este pacifismo está claramente explicado por el propio doctor King:
«Si nos enfrentamos a un hombre que ha venido
maltratándonos cruelmente y le decimos: «castíganos si quieres, no lo
merecemos, pero lo aceptaremos para que el mundo sepa que nosotros tenemos
razón y tú no, entonces estamos esgrimiendo un arma poderosa y justa” (2).
Precisamente
este tipo de pacifismo es el que durante años va a servir como arma, defensiva
más que ofensiva, en la consecución de numerosos objetivos a corto plazo:
integración en los autobuses (Montgomery 1955), lugares públicos (Freedom
Riders 1961), hoteles (Mississippi 1964), escuelas (Alabama 1966), etc. El
resultado es positivo en gran cantidad de casos; una a una los dirigentes de
las organizaciones negras van consiguiendo, con el método no-violento, ciertas
ventajas superestructurales.
El apoyo de las
otras organizaciones negras --Asociación Nacional pro Avance de la Gente de Color
(NAACP), Congreso de Igualdad Racial (CORE), Conferencia del Liderazgo Sureño
Cristiano (SCLC)--, es pronto incondicional, a pesar de que al principio
surgieren algunas protestas desde la derecha. Este apoyo resulta totalmente
natural. En primer lugar se trata de un método de lucha de cierta eficacia, y
al mismo tiempo no pone en cuestión ninguna de estas dos estructuras básicas:
el entramado político y económico blanco, y la seguridad del status social acomodado
de la burguesía negra que compone estas asociaciones.
La lucha del
negro americano, planteada en términos de Derechos Civiles, presenta una serie
de reivindicaciones, como hemos visto, fácilmente asimilables y mantenedoras de
la desahogada situación de los miembros militantes. Ahora bien, el problema de
los Derechos Civiles es sólo una de tantas declaraciones más que acaban
convirtiéndose en papel mojado. Los derechos civiles son problemas de
individuos que discuten de igual a igual. Pero la realidad demuestra que lo que
está todavía en cuestión es la esencia misma del hombre, su condición de ser
humano:
«Los derechos humanos los da Dios. Los derechos
civiles son obra del hombre... Nuestra vida debe orientarse al progreso de los
derechos humanos... Pedir esos derechos que son don de Dios equivale a trabajar
por el poder negro —el poder para fundar instituciones negras de espléndida
eficacia» (3).
Este dilema
fundamental (derechos civiles-derechos humanos), y un planteamiento real de las
bases económicas y políticas de la situación del negro americano, y no
simplemente idealistas como hasta hace poco, son el punto de partida del poder
negro. El cambio radical operado estriba en que los negros han dejado de
suplicar a los blancos para empezar a exigir desde un plano de igualdad real.
Estas
diferencias de objetivos y planteamientos las comprenderemos si observamos,
aunque sea superficialmente, el origen de las diferentes organizaciones.
Mientras los dirigentes y militantes de las organizaciones pro-Derechos
civiles, pertenecen a la alta y media burguesía negra: comerciantes,
profesiones liberales, clérigos, etc., en el origen del nacionalismo negro que
da lugar al Poder Negro, se encuentran elementos de las clases más bajas del
país. Malcom X, y como él la mayoría
de los militantes musulmanes negros que han evolucionado después hacia posturas
revolucionarias han pertenecido al lumpen-proletariado de las grandes ciudades
industriales. Los militantes del «Black Power» se encuentran en los ghettos de
Chicago, Wats, Nueva York, Detroit, etc., y también entre los elementos más
jóvenes de las Universidades.
El origen de
numerosos grupos del poder negro, especialmente el SNCC (Comité de Estudiantes
No-Violentos) parte de la no-violencia activa, pero la constatación de su
eficacia real en los sit-ins, los freedom, Riders, etc., y convicción de que
nada tienen que perder en el enfrentamiento directo los lleva hacia posturas
más radicales. Tal ha sido la evolución de Carmichael,
Julius W. Hobson, etc., e incluso la de los líderes procedentes de una
tendencia más nacionalista: Cleaver,
Malcom X, Rap Brown y otros.
El término de
poder negro fue utilizado por primera vez por Carmichael el 1966, durante una
manifestación en Greenville, Mississippi, y ha sido también Carmichael quien ha definido de una
forma más ciara su estructura, política y objetivos, en su libro en
colaboración con Charles V. Hamilton:
«La gente negra debe orientar y dirigir sus propias
organizaciones. Sólo gente negra puedo sustentar la idea revolucionaria —y es
una idea revolucionaria esa— de que la gente pueda hacer las cosas por sí
misma. Sólo ella puede contribuir a crear en la comunidad una conciencia negra
despierta y constante que proporcione la base para la fuerza política. En el
pasado, los aliados blancos reforzaron con frecuencia la supremacía blanca sin
que lo advirtieran ellos mismos o incluso sin querer hacerlo. La población
negra debe unirse y hacer las cosas por sí misma. Tiene que alcanzar la
auto-identidad y la auto-determinación para tener cubiertas las necesidades
diarias»
(4).
Conviene anotar,
con todo, que las directrices ideológicas del Poder negro ya habían sido
acuñadas bastante tiempo antes por
Malcom X, especialmente en los trabajos realizados entre su viaje a la Meca
y su muerte, época en que se alejó de los musulmanes negros para desarrollar
sus propias teorías sobre la revolución negra.
Como muestra de
las diferencias fundamentales entre los combatientes por los derechos civiles y
los partidarios del “Black Power”, es preciso analizar las posiciones de estos
últimos frentes a problemas que los primeros apenas si llegan a plantearse:
«El Comité Coordinador Estudiantil no-violento asume
su derecho de disentir con la política exterior de los Estados Unidos sobre
cualquier asunto, y declara su oposición a la intervención de ¡os Estados
Unidos en la guerra del Vietnam» (5).
Estas palabras
forman parte de una declaración sobre Vietnam del SNCC del 6 de enero de 1966,
y no son sino la enunciación de una postura que iba a ser desarrollada y
profundizada por todos los dirigentes del “Black Power”, y que iban a
extenderse no sólo al Vietnam, sino a todas aquellas ocasiones en que USA ha
intervenido en guerras imperialistas (Congo, Santo Domingo, Bolivia, etc...).
Este contacto real con las luchas del Tercer Mundo es una característica
fundamental del poder negro, que no se considera una circunstancia aislada y
particular de Estados Unidos, sino formando parte de un Tercer Mundo en lucha
revolucionaria. Esta tesis coincide con las de Guevara respecto a la creación
de uno, dos, tres... cien Vietnams. Sobre este punto del internacionalismo son
particularmente interesantes las declaraciones de Carmichael a la primera conferencia de la OLAS en La Habana en
1968:
«Los saludamos como camaradas porque cada día se
hace más evidente que compartimos con ustedes una lucha común; tenemos un
enemigo común: Nuestro enemigo es la sociedad occidental imperialista blanca...
Nuestra lucha es para derrocar este sistema que se nutre y expande por medio de
la explotación económica y cultural de los pueblos no blancos y no
occidentales: el Tercer Mundo» (6).
La principal
piedra de toque entre liberales y revolucionarios negros es, sin duda, el punto
referente a su postura frente a las estructuras capitalistas en general, y las
americanas en particular:
«Resulta imposible que el capitalismo sobreviva,
sobre todo si tenemos en cuenta que este sistema no puede subsistir sin
alimentarse de sangre. En otros tiempos semejaba un águila; ahora recuerda más
bien un vampiro. Antes tenía suficiente poder para tomar la sangre de
quienquiera que fuese, sin preocuparse de si su víctima era fuerte o no. Pero
hoy está más débil, como el vampiro, y tan sólo se atreve a chupar la sangre de
los indefensos. A medida que los pueblos del mundo se liberan, el capitalismo
se va quedando paulatinamente con menos víctimas a quienes poder chupar la
sangre, y desfallece por momentos. En mi opinión, su caída definitiva es tan sólo
una cuestión de tiempo» (7).
Estas palabras,
pronunciadas por Malcom X en enero
de 1965, son pieza fundamental en toda la política del Poder Negro y del
partido de los Panteras Negras. Si trasladamos sus consecuencias a los métodos
de lucha advertimos que, si en el primer episodio de los autobuses se podía
utilizar la resistencia pasiva, es evidente que ésta no sirve para cambiar las
estructuras del sistema.
Si para los
liberales y la burguesía negra en general, la alianza con los blancos alcanza
niveles muy eclécticos que llegan hasta un Robert
Kennedy o, incluso, un Johnson,
para los líderes del Poder Negro el tema de la alianza debe solucionarse en
función de la capacidad revolucionaria de los posibles aliados blancos:
«La primera cosa
que deseo saber, cuando un blanco se le acerca y le informa de los grandes
alcances de su liberalismo, es su filiación: si es un liberal no-violento o de
la otra clase. No me interesan los liberales blancos no-violentos. Si tú estás
conmigo y te interesa mi problema (cuando digo conmigo, quiero decir nosotros,
nuestra gente) entonces tendrás que actuar como el viejo John Brown. No hay
otro camino».
(8)
La participación
de los negros en los movimientos blancos, especialmente en las grandes
centrales sindícales, fue siempre muy activa, y los resultados obtenidos lo
suficientemente pobres como para no intentar nuevamente uniones que pudieran
resultar catastróficas. No obstante, saben que esta unión es vitalmente
necesaria para el cambio revolucionario que ellos plantean y necesitan. Veamos
en qué términos lo presentan:
«Los jóvenes blancos saben que el pueblo de color en
el mundo, incluyendo a los afroamericanos, no está buscando venganza para su
sufrimiento. Busca lo mismo que el rebelde blanco: el fin de la guerra, el fin
de la explotación. Negros y blancos, los jóvenes rebeldes son gentes libres,
libres en un sentido que los norteamericanos nunca asumieron en toda la
historia de su país».
(9)
Con la
particularidad de que ahora la colaboración se especifica en términos de
eficacia, y no se pide ayuda a los blancos para solucionar un problema negro,
sino que se les exige una postura revolucionaria en la solución de su propio
problema: el problema blanco.
Como se ve por
los planteamientos anteriores, los métodos tradicionales ya no son suficientes
para cubrir las necesidades de lucha de los negros norteamericanos. Para
integrarse en los autobuses, se podía uno sentar en medio de la calle y esperar
a que le expulsaran; para conseguir entrar en un hotel de blancos, se podía
practicar la resistencia pasiva, podían ir por la calle, blancos y negros
unidos, cogidos de la mano cantando «We
Shall Overcome». Pero todo eso tiene un límite. La situación real de los
negros no es como la pintan los liberales blancos; no se trata de la
posibilidad de adquisición de un despacho de abogado en un rascacielos, sino de
acceder al sueldo mínimo con el que sobrevivir en el ghetto; no se trata de la reserva de una habitación en un hotel de
lujo, sino de la elevada suma de negros muertos en Vietnam, ni de la
utilización del WC de blancos, sino de la práctica del poder en los centros de
mayoría de color. Y para la práctica del poder no es suficiente con los ruegos.
El mismo Luther King había puesto en cuarentena
su concepto de la no-violencia antes de morir asesinado, y afirmaba entre
atormentado y escéptico: «Es ineludible
reconocer que la táctica de la no-violencia no ha estado cumpliendo en los
últimos años su rol transformador», y aunque todavía no llegaba a
prescindir de la no-violencia, es posible que su comprensión del “Black Power” y
de sus métodos hubiera llegado a afectarle más de no haber sido asesinado.
El dilema en que
se debatió Luther King ha dejado de
serlo para la mayoría de los jóvenes dirigentes negros. Todos, o casi todos, lo
tienen ya resuelto. Ante la violencia reaccionaria han alzado ya la posibilidad
de la violencia revolucionaria como único método eficaz de cambio:
«(El capitalismo)... cuando se saca de encima a
Martin Luther King, no tiene ninguna razón que pueda justificarlo. Era el único
hombre de nuestra raza que trataba de inculcar a nuestra gente que tuviera
amor, compasión y perdón para los hombres blancos. Cuando la comunidad blanca
norteamericana asesinó al doctor King la otra noche, nos declaró la guerra. No
vamos a llorarlo ni a rendirle homenajes... Vamos a vengar la muerte de
nuestros dirigentes. El ajusticiamiento por esas muertes no se producirá en los
tribunales. Se producirá en las calles de Estados Unidos de Norteamérica» (10).
A dónde llevará
este planteamiento, no lo sabemos. Tampoco nos es muy necesario saberlo. Lo que
sí sabemos, y saben los negros norteamericanos, es a qué sitio lleva la
integración: al mantenimiento disimulado o no del racismo, a la explotación, a
la imposibilidad del cambio cualitativo. Hasta aquí hemos llegado. El mañana se
está haciendo ahora mismo.
NOTAS
(1) Martín
Lutero King. «El incidente decisivo», del libro «Textos sobre el poder negro».
Varios autores. HALCÓN, Madrid 1968,
pág. 7.
(2) Martín
Lutero King.. «Entrevista por Alex Haley»,
del libro «La nueva revolución norteamericana" . Varios autores. GALERNA, Buenos Aires, 1968,
pag. 118.
(3) Adam Clayton
Powell. Citado por Chuck Stone en «La conferencia Nacional del Poder Negro»,
del libro «La revuelta del Poder Negro»,
de Floyd B. Bourbon. ANAGRAMA. Madrid, 1969. Pág. 200.
(4) Stokely Carmichael
y Caries V. Hamilton. «Poder Negro”: SIGLO XXI. México, 1967. pág. 51.
(5) SNCC..
Declaración sobre Vietnam», del libro »La nueva revolución norteamericana».
Varios autores. GALERNA. Buenos Aires,
1968. pág. 205.
(6) Stokely
Carmichael.. «Nosotros y el tercer mundo», del libro «Textos sobre el Poder
Negro». Varios autores. HALCÓN, 1969, pág, 173.
(8) Malcon X.. En
el libro «La Protesta Negra». Varios autores. ERA. México DF, 1965. pág. 138.
(9) Edridge
C!eaver. «Represión, liderazgo y alianza con los blancos», del libro «La nueva revolución norteamericana».
GALERNA. Buenos Aires,
1968. pág. 344.
(10) Stokely
Carmichael.. «Después de la muerte de Lutero King”, del libro «La nueva
revolución norteamericana». GALERNA. Buenos aires, 1968, pág. 313.
Albert Pla. "Joaquín el necio".
En todas partes se siguen cociendo habas
miércoles, 27 de marzo de 2013
Poemas últimos. Testamonios y
zarandanzas
Desde mi
adolescencia más granujienta he venido escribiendo poemas con regularidad. Eso
sí, a la velocidad de un verso cada quince días (si pasa de endecasílabo, que
en ese caso tardo más. En los últimos tiempos, años, casi una década he venido
dándole vueltas a una colección de líneas cortas que he titulado “Testamonios y
Zarandanzas”, que ahora que voy a colgar alguno me doy cuenta que son poemas de
viejo. ¡Me cago en sus muertos!
Los dibujos
se los he cogido prestados a Cristino de Vera, que me parecen adecuados con el tono testamentario que encuentro en los textos. Él sí que es un artista.
TESTAMONIO 1
(Para
los que amo)
No
soy de los que dicen (permitid la licencia)
haced
lo que yo digo,
más
no hagáis lo que yo hago.
Al
contrario, seguid mi ejemplo:
vivid
lo que soñéis,
soñad
lo que vivís.
Romped
con el martillo las puntas de una estrella
y
olvidaros después
que
existe La Gotita.
Pero
sabed
que
al final siempre llega,
con
el PC en su maleta
y
en la cabeza su sombrero hongo,
la
negra sombra del recaudador de impuestos.
TESTAMONIO 3
Se
acerca la hora y la inquietud es cierta.
Certidumbre
del ser y del no ser.
Incógnita
del cómo.
Incógnita
del cuándo.
Y
después…
allá
me las den todas.
Yo
en la nada.
TESTAMONIO 5
El
puente de la vida es largo,
cruza
del no sé dónde al no sé qué.
Si
quieres llegar salvo a la otra orilla
no
desprecies el vértigo de los abismos.
ZARANDANZA 6
“Cuando eres joven tienes la tentación de
ser muchas personas diferentes, pero es algo que poco a poco desaparece, hasta
que descubres que el lugar más confortable es ser quien eres”