Canciones republicanas de tiempos de La República
Cuplés, chotis, villancicos, jotas, marchas y fandangos
nacidos a la luz del 14 de abril de 1931
La
proclamación de La República el 14 de abril de 1931, tras que la noche anterior
Alfonso XIII abandonara España camino del exilio tras haber perdido sus partidarios
las elecciones municipales un día antes, desató una ola de entusiasmo y de
esperanza en que las cosas podían cambiar, colocando a España entre los países
modernos del mundo. También fueron años de extremados conflictos sociales, en
una contradicción entre lo que nacía y lo que moría que ya había adelantado
casi 20 años antes Antonio Machado en aquel premonitorio poema que empezaba con
la cuarteta “Ya hay un español que
quiere/ vivir y a vivir empieza / entre una España que muere/ y una España que
bosteza…”.
Aquella
esperanza, que desde el principio tuvo enfrente a los terratenientes, la gran
burguesía y partes significativas del clero y el ejército, entusiasmó, en
cambio, a amplias bases populares, industriales y campesinas, intelectuales,
artistas, capas liberales de la burguesía y nacionalistas varios, impregnando
también a una buena parte de profesionales de la música popular del momento, que
se encontraba en un momento clave de su evolución artística e industrial.
Durante
las tres primeras décadas del siglo XX la canción española sufrió profundos
cambios que la transformaron. La creciente industrialización de la sociedad dio
lugar a la aparición del concepto de “masas”, sobre el que teorizarían Ortega y
otros filósofos, que agrupadas por ideologías o intereses políticos y
económicos propios darían lugar a las primeras organizaciones obreras,
sindicales y políticas, creando, en lo que al terreno musical se refiere, un público
masivo ansioso del entretenimiento que la canción significaba. Inventos como
las grabaciones fonográficas, la radio y el cine sonoro permitieron la difusión
mecánica de las canciones, rompiendo así los límites de la audición directa
característica del folklore o, incluso, de los espectáculos musicales
anteriores. Todo ello implicó la necesaria profesionalización e
industrialización de la música popular, tanto de las canciones y sus autores
como, especialmente, de sus intérpretes, que se convirtieron así en las
primeras “estrellas” del espectáculo en España. La enorme popularidad alcanzada
por La Goya, La Fornarina, Laura Pinillos o Raquel Meller, la más grande de la
época, por citar tan sólo cuatro nombres, sirven como ejemplo.
En
1931 ya había entrado en decadencia el cuplé, género imitativo de músicas
extranjeras que había roto la pana en las décadas precedentes, que había ido
rindiendo terreno a la copla, un intento por crear una canción netamente
española construida a partir de los ritmos folklóricos propios, especialmente
los andaluces, pero también otros. Los nuevos ídolos populares que surgieron a
partir de la proclamación de La República se fueron llamando Concha Piquer,
Angelillo, Miguel de Molina, Imperio Argentina o Estrellita Castro, nombres que
marcarían la música popular profesional de España hasta finales de los años
50.
Existe
gran confusión a la hora de hablar de la música y las canciones de La
República, tema que apenas ha sido estudiado. En la mayor parte de las recopilaciones
musicales que se han realizado sobre las composiciones consideradas
republicanas se ha prestado casi exclusivamente atención a las canciones que
posteriormente surgieron con motivo de la Guerra Civil, que han sido a menudo
mezcladas en un cóctel indiscriminado con temas compuestos y cantados
posteriormente, como los recogidos en 1962 en el llamado Cancionero de Einaudi o las escritas por esas mismas fechas por
Chicho Sánchez Ferlosio. Sin embargo, de las canciones republicanas interpretadas
por artistas profesionales, especialmente cupletistas y flamencos, apenas se ha
escrito nada, constituyendo todavía un capítulo desconocido de nuestra música
popular.
Buscando
ilustraciones musicales para uno de los capítulos de esos “Materiales para una historia de la música popular española”, que tan
lentamente voy transcribiendo, tropecé en youtube con algunas canciones que me
han llamado la atención y que dan pie a esta entrada. Son cuplés, chotis,
villancicos, fandangos y otros ritmos grabados por cantantes profesionales de
la época en los que se da la bienvenida a la República. Su audición, aparte del
gozo y el entretenimiento que pueda provocar, nos permite acercarnos a ese momento
de la música española que hasta ahora no he visto reunido en ningún sitio, sea
sobre papel o colgado en el ciberespacio.
Debo
dar las gracias al trabajo realizado por Xavier Quintero de León, que en su página de Youtube ha recopilado una extraordinaria cantidad de
grabaciones originales de aquellos años, de entre las que he sacado buena parte
de las que aquí incluyo.
"Viva La Republica" (escuchar)
La
triple cómica y cantante Enriqueta
Serrano recibió con la grabación que sigue el advenimiento de La República.
No se sabe, o no he encontrado, la fecha de nacimiento de la artista, aunque
debió ser en la primera década del siglo XX, pero cuando grabó la canción en
1931 ya había triunfado sobradamente en América, donde no solo formó parte de
la más importante compañía de revistas argentina sino que llegó incluso a
formalizar contrato con la Paramount, participando en las versiones en castellano
de las películas que la productora estadounidense rodaba en París.
Tampoco
he encontrado quien se debe este “Viva la República”, aunque bien
podría ser el afamado compositor de zarzuelas y operetas Pablo Sorozabal, reconocido
simpatizante republicano, con el que acabaría casada Enriqueta Serrano y al que
conoció en enero de aquel 1931 con motivo de su participación en el estreno en
el Teatro Victoria de Barcelona de la opereta “Katiuska”, compuesta por Sorozabal.
A
partir de ese momento, Enriqueta se convertiría en intérprete casi en exclusiva
de las obras de su marido (“La del manojo
de rosas”, 1934; “La tabernera del
puerto”, 1936; “Black el payaso”,
1942; entre muchas otras). Falleció en 1958. Su hijo, también llamado Pablo y
autor con Agustín García Calvo del nunca bien ponderado anti-himno de la
Comunidad Autónoma de Madrid, escribió de su madre: “Sus capacidades profesionales eran notables. Muy miope, en el escenario
no podía ver al director de orquesta, pero jamás, al cantar, cometió fallo
alguno de ritmo. Su voz era corta pero bien timbrada, con una impostación
natural. No era bailarina, pero bailaba con gracia y estilo adecuados a los
requerimientos de cada pieza.”
Entre
sus grabaciones, Enriqueta Serrano aún dejó una segunda muestra de sus
simpatías republicanas que no deja de contener rasgos satíricos:
"Es mi Manuel" (escuchar)
Ciertamente
debió ser famoso este chotis dedicado a Manuel Azaña --al que según parece le
gustaba mucho hasta el punto de ser escuchado tarareándolo en el Ateneo
madrileño--, porque aparte de grabarlo Enriqueta Serrano también lo hicieron
Carmen Flores, Rosita Fontanar y Goyita. En internet se puede encontrar la
versión de esta última, que enlazo más abajo.
De
verdadero nombre Pepita Ramos, Goyita
había nacido en 1890 en Barcelona, donde comenzó a cantar muy joven, alcanzando
pronto un enorme éxito que la llevó hasta el Moulin Rouge parisino. Tal fama
alcanzó que le salió incluso una imitadora sevillana, que le copió el nombre
artístico, hecho que molesto mucho a la cupletista original, quien la denunció
en una carta publicada en la prensa. Falleció, olvidada de todos, en el
barcelonés Hospital de San Pablo en 1970.
Sobre
el autor de este chotis a Manuel Azaña poca noticia cierta encuentro, aunque
hay quien asegura que el autor de la letra fue Joaquín Belda, periodista,
humorista y pionero de la novela erótica, e incluso policiaca, española,
géneros en los que publico obras de títulos tan sabrosos como “El sultán de Recoletos”, “La suegra de tarquino. Novela de malas
costumbres romanas”, “Las noches del
botánico”, “Las chicas de Tepsicore”,
“¿Quién disparó?”, “Una mancha de sangre” o, incluso, “La revolución del 69. Una novela comunista”.
Carmelita Aubert, a la que se
puede escuchar más abajo interpretando “Comunista”, un cuplé que bien se
podría definir como político-sicalíptico, había nacido en Barcelona en 1912,
hija de una bailarina de rumbas conocida como Guayabita. Se inició, como todas,
muy joven en su arte, actuando con éxito por toda España, sola o formando
pareja con cómicos de la categoría de Alady. Curiosamente, siendo catalana, se
especializó en la interpretación de tangos, llegando a competir con las pocas
voces femeninas, como las de las hermanas Tania y Libertad Lamarque, que desde
Argentina interpretaban el ritmo porteño en versión original.
Entre
los sucesos más destacados de la carrera de Carmelita figura la participación
en 1935 en “Abajo los hombres”, película considerada el primer
musical español en sentido estricto, no sólo un filme con canciones. Uno de los
temas de la película, de título “Clemencia”,
parece ser que fue censurado para su emisión radiofónica, debido a que se podía
entender como una petición de libertad para los encarcelados con motivo de la
sublevación asturiana de octubre del año anterior.
La
sublevación militar de julio del 36 la pilló de gira por Portugal, donde
decidió quedarse como vedette de revista. Regresó a España en 1944 con la idea
de rodar una película y grabar algunos discos, pero resultó una vuelta conflictiva.
Al llegar a Madrid fue detenida, y sólo las muchas protestas recibidas de los
artistas portugueses hicieron que la pusieran en libertad 20 días después,
devolviéndola al país vecino, donde la recibieron de manera apoteósica. No
regresaría a su patria sino como turista, falleciendo en Portugal en 1979.
El
autor de esta "Comunista" parece que fue el periodista Rafael Ortega Lissón.
Aunque
sin llegar al grado de solidaridad que desató la guerra civil española en todo
el mundo, la proclamación de La República el 14 de abril de 1931 también contó
con adhesiones internacionales que quedaron reflejadas en alguna canción hoy
recuperada en internet.
El
mexicano Augusto Alejandro Cárdenas Pinelo, más conocido por su nombre
artístico de Guty Cárdenas, murió de
una puñalada en una pelea tabernaria en abril de 1932, cuando tan sólo contaba
26 años de edad y ya había cosechado un notable éxito como autor y cantante de
boleros, rancheras y corridos. Según consideraron algunos en su momento,
versión que se ha venido repitiendo hasta hoy mismo, el motivo fue la canción a
favor de La República que había grabado el año anterior y que se puede escuchar
más abajo. La verdad es que no hay certeza de ello, pero la historia ofrece
atractivos suficientes como para recogerla.
Lo
que se sabe, es que el 5 de abril de aquel año Guty Cardenas se enredó en una
pelea en una cantina de Ciudad de México con dos hermanos de origen español,
uno de los cuales le mató de un tiro, y aunque no se conoce con certeza el
motivo exacto de la disputa, si fue ideológico o simplemente étilico, parece
ser que el asesino, tras cumplir una breve condena volvió a España para unirse
al ejército de Franco tras producirse la sublevación militar, lo que indica
serias discrepancias políticas entre el asesinado y su asesino. A la muerte del
cantante, el poeta cubano Nicolás
Guillén, que le había conocido en una visita reciente de Guty a La Habana, escribió: “Era un intérprete del alma popular de
México, que se le escapaba armoniosamente de su guitarra y de su voz”.
Guty
Cárdenas había nacido en Yucatán, departamente mexicano de rica tradición
musical, la trova yucateca, de la que el neófito aprendió las artes compositivas
e interpretativas, dedicándose desde muy joven a la canción, componiendo la
mayor parte de las músicas y algunas de las letras de los temas que interpretó.
Por lo que conozco de él, quizás se le podría considerar el primer cantautor de
México, cronológicamente hablando, y
unos de los primeros de América y el mundo. De acuerdo al relato de Guillén (de
quien por cierto Cárdenas musicalizó un poema del libro “Songoro cosongo” que permanecería sin grabar hasta 2010, el cantante
se movía en círculos de izquierda, algo que tampoco resulta extraño en una
América convulsionada por las luchas políticas, lo que le llevaría a escribir,
en colaboración con el compositor colombiano
Jorge Áñez, este “La República en
España”, quizás la más claramente republicana que se dedicaron al tema. No
es raro que el mexicano utilizara el modelo del corrido, en el que se había
compuesto y cantado desde finales del siglo XIX tantas crónicas de la
revolución y tantas alabanzas a sus líderes.
La
sublevación de Jaca del 12 de diciembre de 1930 y su pronunciamiento
republicano se convirtió para los españoles antimonárquicos en un referente
inmediato de su lucha, y los dos capitanes que la encabezaron, Fermín Galán
Rodríguez y Ángel García Hernández, que pagaron su valor con el fusilamiento,
en héroes venerados. En consonancia con ello, nada más proclamarse La República,
cuatro meses después de su muerte, sus nombres pasaran a formar parte de la
mitología popular. Sobre ellos escribió Antonio Machado en una copla infantil
rebosante de hermosura que pasó por popular “La primavera ha venido/ de brazos del capitán./ Niñas, cantad a corro:
/¡Viva Fermín Galán!/ La primavera ha venido/ y don Alfonso se va./ Muchos
duques le acompañan/ hasta cerca de la mar”, y aun los feligreses
zaragozanos entonaron “La Virgen del
Pilar dice/ que no le gusta la monarquía/ que quiere ser republicana/ como
Galán y García”. En su honor recitaron los ciegos romances y se levantaron
monumentos en los pueblos, Rafael Alberti les escribió una obra de teatro que
Margarita Xirgu estrenó con polémica al poco de proclamarse La República, e
incluso se les dedicó una película, “Fermín
Galán”, dirigida por Fernando Roldán y estrenada en el cine Royalty de
Madrid en el primer aniversario de la sublevación jacetana. La canción no podía
ser menos.
La
marcha “Héroes de Jaca” también es una obra temprana que se grabó con
una celeridad asombrosa. Según reza en el ABC del 2 de mayo de 1931, el disco
ya se podía comprar para esa fecha en la tienda de placas y gramófonos César
Vicente, sita en la calle Montera 22, en la que también estaban a disposición
del público sendas grabaciones de “La
Marsellesa”, interpretada por el tenor Lloret, y el “Himno de Riego”. Eso se llama una industria discográfica atenta a
los sucesos de actualidad.
Los
intérpretes de la marcha eran la Orquesta Demon’s Jazz y el coro de
la casa Radical del Pueblo de Barcelona, el centro social del Partido
Republicano Radical que lideraba Alejandro Lerroux, peculiar político
populista, conocido como “El Emperador del Paralelo” por su afición a la vida
alegre, que tres años después acabaría apoyando al gobierno reaccionario de la
CEDA durante el llamado bienio negro de La República.
Es
interesante resaltar la presencia en el disco de la Orquesta Demon’s Jazz, pionera
en cuanto a difundir el jazz en Barcelona, y España, se refiere, en compañía de
músicos y grupos míticos como Lluis Robira, Ramón Evaristo y la Orquesta
Plantación. Transcurrían los locos años 20 cuando en los bares y cabarets del
puerto barcelonés comenzó su carrera musical Lorenzo Torres Nin, que posteriormente
adoptaría el nombre de Maestro Demon y que formaría la orquesta que nos ocupa,
con la que practicó algo parecido al jazz, con frecuentes incursiones en los
ritmos populares españoles (oído aesta jota-fusión), pudiendo ser
considerados, incluso, precursores de la Nova Canço catalana, pues en catalán cantaron muchos de sus temas.
No
he encontrado autor para “Los héroes de Jaca”, aunque bien
pudiera ser del mismísimo Maestro Demón, autor de buena parte del repertorio de
la orquesta. Tampoco el nombre del vocalista, aunque no me desagradaría que
hubiera sido Antonio Palacios, que en uno de los videos enlazados canta la “Java de mitja nit”. Se trataba de un
popular barítono de zarzuela que había estrenado en 1923 el “Doña Francisquita” de Amadeo Vives y que
tras la guerra civil hubo de exiliarse, temeroso de la represión franquista que
pudiera tocarle por haber sido representante del Sindicato de Actores de la
UGT, organización a la que se afiliaron, como a la CNT, buena parte de los músicos
e intérpretes catalanes de la República.
Todas
las esperanzas populares despertadas por la llegada de La República quedaron
fielmente reflejadas en esta nueva marcha, “Ahí va eso”, grabada, no
sé si en 1931 o 1933, pues ambas fechas he encontrado, por la Banda Martín Domingo con la voz de Antonio Cuevas, tenor cómico, primer
actor y director que había descubierto su vocación al asistir en 1985 en Buenos
Aires, a donde había emigrado con 14 años desde el pueblo de Casas de Ves, en
Albacete, a una representación porteña de “La
verbena de La Paloma”.
Curioso
personaje era José María Martín Domingo (1887/1961)
que daba nombre a la banda y la dirigía. Además de dedicarse a amenizar bailes
y verbenas, a los 22 años fue nombrado primer cornetín de la Banda Municipal de
Madrid, que unos años después llegaría a dirigir. Aún España bajo la dictadura
de Primo de Rivera fue también músico militar destinado en Tenerife, donde
compuso su pasodoble “Icod”, actualmente
declarado himno oficial de la ciudad chicharrera del mismo nombre, famosa por
su drago y sus vinos, en el que, según dicen quienes lo han oído, incluye
fragmentos influidos por el tajaraste, ritmo folklórico canario. También
compuso, entre otras muchas obras, el famoso pasodoble dedicado al torero
Marcial Lalanda “Marcial, eres el más
grande”. A La República le dedicó esta marcha, titulada nada menos que "Ahí va eso":
Pocos
puedo decir sobre este “Chotis Republicano” que viene ahora porque
nada he encontrado sobre él, excepto que parece ser que lo interpretaba una Banda de Ciegos, es de suponer que de
Madrid, dirigida por un tal Lobanillo.
Merece la pena escucharlo.
Aunque
hoy no quede prácticamente otro recuerdo de él que el de su nombre en las
carteleras de los viejos periódicos, Francisco Gallego, más conocido sobre las
tablas como Paco Galleguito, fue un
actor cómico de éxito en los años 20 y 30 del siglo pasado. Había nacido en
1902 en Valencia y cuando en 1924 le entrevistaron en la revista “Muchas Gracias” (el periodista aseguraba
que en cierta ocasión había acabado en comisaría por lo mucho y fuerte que reía
en una de sus actuaciones), explicó que
ya había actuado en 27 países de Europa y América, donde aseguraba que le
habían tratado mejor, e incluso en Asia. Hombre de convicciones republicanas,
como demostraría durante la guerra civil, en la que permaneció en Madrid
actuando para la causa popular en numerosos festivales, aquellas mismas
navidades de 1931 recibió a la recién llegada república con este
sketch-villancico, quizás disparatado pero enormemente entusiasta.
Un
año después, en las navidades de 1932, Paco
Galleguito se había trabajado el asunto a conciencia y el villancico ya
estaba completo:
Al comenzar la
tercera década del siglo XX, de manera similar a lo que estaba sucediendo con
el flamenco, al que nos referiremos un poco más abajo, los intérpretes de
algunas formas de músicas españolas de origen folklórico estaban sufriendo un
importante proceso de profesionalización que les conduciría a gozar de gran
fama y repercusión en sus respectivos territorios, hasta convertirse en
artistas canónicos de sus respectivos géneros.
Un caso
paradigmático es el de la jota aragonesa, que ya por esos años contaba con
cultores popularísimos, que como Juanito Pardo, Cecilio Navarro, el Royo del
Rabal o Jesús García estaban sentando las bases de la jota contemporánea. El
más importante de ellos era, siempre en consideración de quienes saben del tema
más que yo, José Oto (1906/1961), que en su niñez había comenzado como tañedor
de guitarra y bandurria en una rondalla y grabó más de cincuenta discos que se
han convertido en piezas señeras del género.
Si la vida
artística de José Oto estuvo presidida por el éxito, que no sólo se
circunscribió a Aragón, aunque fuera en su tierra donde alcanzó mayor
repercusión, su vida privada estuvo marcada por el drama. El cantante se
enamoró profundamente de la también jotera Felisa Galé, seis años menor que él,
que le correspondió y con la que compartió arte en los escenarios y amor fuera
de ellos, siendo la suya una relación libre que según parece era de
conocimiento público y que no dejó de provocar escándalo en la sociedad
zaragozana de los años 30. Felisa enfermó gravemente en 1946 y falleció dos
años después, dejando a José en un profundo estado depresivo que le indujo a la
bebida, deteriorándose su carrera hasta que la abandonó hacia 1955. Los seis
últimos años de su vida los pasó sumergido en el anonimato, aunque su nombre no
se olvido, y según crónicas de la época acudieron a su entierro. Quienes saben
cuentan que fue el sepelio más multitudinario que nunca hubiera tenido ningún
aragones con la excepción de Joaquín Costa. Hoy habría que añadir, quizás, el
de José Antonio Laboreta.
A diferencia de
lo poco conocidas y estudiadas que están las relaciones mantenidas con La
República por los artistas comerciales de la época, cupletistas, compositores y
otros cantantes de éxito popular, todo lo relacionado con el mundo del flamenco
durante aquellos años ha recibido, por fortuna, aunque sin pasarse, mayor
atención historiadora. Ahí están, para quien quiera consultarlos, dos libros
que se pueden comprar en internet. Por un lado el muy recomendable “Historia social del flamenco”, escrito
por Alfredo Grimaldos y publicado por Península en 2010 (del que se pueden
descargar en pdf el prólogo
escrito por José Manuel Caballero Bonald, que se venía ocupando del tema desde
su excelente y totalmente recomendable antología de 1968 “Archivo del cante flamenco”, reeditada en cuatro CD,s . Un año
después se publico “Cantes y Cantos dela II República”, elaborado por
Manuel Cerrejón. Este último contiene una muy interesante recopilación de
cantes relacionados con el tema que también pueden bajarse en la red.
Por razones de
disponibilidad para estas notas he utilizado fundamentalmente el muy
recomendable y monumental “Una historia del flamenco”, que
José Manuel Gamboa publicó en Espasa en 2004.
La
profesionalización de los cantaores flamencos, o su semiprofesionalización al
menos, venía ya de antiguo en los primeros años del siglo XX. Silverio
Franconetti (1823/1884), creador según todos del flamenco contemporáneo y
hombre de vida aventurera que fue biografiado nada menos que por Demófilo
(Antonio Machado y Álvarez) y cantado por García Lorca, era un payo hijo de
italiano que frecuentó desde pequeño los ambientes gitanos, con los que se
identificó y de los que aprendió su arte. No sólo llegó a vivir de su cante,
sino que fue incluso empresario a través de los cafés cantantes que fundó, en
los que dio trabajo a las jóvenes promesas del momento, todos grandes, de
Antonio Chacón a La Mejorana, que se convirtieron en difusores de su maestría e
innovaciones.
Aunque en
aquellos ya lejanos años 10 y 20 el flamenco era todavía, y hasta hoy lo sigue siendo, un ingrediente
fundamental de la cultura gitana, que se expresaba de manera natural en las
fiestas, reuniones y ceremonias internas de la comunidad, el proceso de
profesionalización del cante era ya irreversible. Los primeros balbuceos de
esta profesionalización se habían producido, seguramente, con las juergas y
jaranas de señoritos, en las que los dueños del cortijo disfrutaban del arte de
cantaores, bailaoras, guitarristas y palmeros gitanos, y se habían extendido luego,
en una expansión natural, por ventas y colmaos, con actuaciones más o menos
improvisadas e irregulares. Los primeros cafés cantantes, que bien pudieron
representar ya un circuito laboral regular, aunque inseguro, habían servido
para empezar a singularizar a los cantaores, a darles popularidad y a
garantizar su profesionalización, creando, aún en la marginalidad y el poco
prestigio en los que se desarrollaba el género, una especie de star-system del
flamenco, entre el que Antonio Chacón y La Niña de los Peines, por traer a
colación solo un par de nombres, ocuparon la cumbre.
Un paso adelante
en ese proceso de profesionalización la constituyó la creación en 1924 de la
denominada Ópera Flamenca, cuyos orígenes se atribuyen a un célebre empresario
extremeño de nombre Carlos Hernández, Vedrines, que ideó la reunión de
cantaores, guitarristas y bailaores en compañías más o menos estables que
recorrían España actuando en teatros coliseos y plazas de toros y en las
también se mezclaban saltimbanquis, titiriteros, magos y hasta luchadores de
lucha greco romana. El invento supuso la incorporación de la orquesta al cante
flamenco, y aún a costa de trivializar la hondura intrínseca del género, el enorme
éxito alcanzado implicó la popularización del flamenco entre un público
variopinto, mayoritariamente de origen popular y situado ya fuera de los
límites originales de las comunidades estrictamente gitanas, sus ritos y sus
fiestas.
Apoyada ya en las
grabaciones discográficas y en la difusión a través de la radio, que se había
establecido en España en 1923, la Ópera Flamenca sirvió para cimentar la fama
de las primeras estrellas populares del género, comenzando por Antonio Chacón,
que la tocó muy marginalmente, Manuel Vallejo, La Niña de los Peines,
Angelillo, José Cepero o El Niño de Marchena, sus máximas figuras, pero también
de otros artistas que gozaron de gran fama en la época como Bernardo el de los
Lobitos, el jovencísimo Manolo Caracol, conocido todavía como Niño de Caracol,
Pepe Pinto, Guerrita, Niño Ricardo, El Chaqueta, Juanito Varea, Perla de
Triana, Chato de las Ventas, Corruco de Algeciras o, entre una lista
interminable, Los Chavalitos Sevillanos, que no eran otros que, todavía niños, Antonio
y Rosario, luego importantísimos bailaores.
Los nuevos
vientos que corrieron en España a raíz de la instauración de La República en
abril de 1931 contribuyeron a conjugar esa creciente profesionalización del
gremio con una nueva conciencia proletaria, dando lugar a la creación, en el
seno de la Unión General de Trabajadores de un Sindicato de artistas flamencos
que encabezaban el cantaor José Cepero y el guitarrista Luis Maravillas. “Pues sí –explicó el primero de ellos a
la periodista Josefina Carabias en un reportaje que sobre el tema se publicó en
la revista Ahora en septiembre de 1931--; a
nosotros nos hacía muchísima falta sindicarnos, porque es lo que yo decía:
todos los trabajadores, hasta los limpiabotas, unidos en sindicatos para
defenderse, como es natural. Y aquí los flamencos, que somos tan trabajadores
como los demás y tan proletarios como los demás, andando cada uno por nuestro
lado, sin fuerza para protestar de un atropello”.
En el mismo
reportaje, la periodista cuenta que José
Cepero, acompañado por Luisito Maravillas, le cantó una taranta, que ella
llama “de la plusvalía”, que muy
posteriormente sería incluida con alguna variante en la recopilación “Cancionero de la Nueva Resistencia Española.
1939/1961”, también conocida como “Cancionero
de Einaudi”, que los recopiladores, Michele L. Straniero y Sergio
Liberovici, atribuyeron a los mineros asturianos y que llegaría a ser grabada
por el grupo chileno Quilapayún, entre otros:
“Los capataces de las minas
van a hacer una romana,
para pesar el dinero
que roban a la semana
del trabajo del obrero”.
Durante muchos
años se habló del flamenco como una expresión exclusivamente individual de
vivencias y sentimientos personales e
íntimos; especialmente bajo el franquismo, que en su apropiación del flamenco y
la canción andaluza tenía buenos motivos para presentar el cante hondo
descontextualizado históricamente, alejado de todo compromiso social o
colectivo. Era un tópico, aunque como en todos los tópicos lata en esa
apreciación un fondo de verdad inalienable. Las coplas del cante gitano
expresan, fundamentalmente, un universo privado de sentimientos elementales: el
amor en toda su extensión, del materno al más pasional, la soledad, el abandono
por parte del ser amado y la añoranza por lo perdido. Pero los primeros
interpretes flamencos, por no hablar ya de los más profesionalizados de estos
años que estamos repasando, nunca fueron seres únicos aislados de la sociedad
en la que vivían, y entre sus experiencias vitales figuraban también las de su
relación con la sociedad que les rodeaba, máxime siendo un grupo érnico-social
marginado y perseguido secularmente. De esas experiencias estaban surgiendo ya
a comienzos del siglo XX percepciones de la realidad tan certeras y críticas
como estas que siguen, atribuidas al Bizco
Amate (1917/1948), peculiar y rebelde cantaor sevillano del que tantas
historias escuché al maestro Paco Almazán allá por los años 60/70. Coplas que
en su justeza expresiva y de pensamiento sobre los mecanismos del poder, religioso
y judicial, siguen teniendo una vigencia intemporal:
“A la audiencia van dos pleitos,
uno verdad y otro no;
la verdad perdió el juicio,
que el dinero lo mandó”
“En la puerta de una iglesia
hay escrito con carbón:
‘aquí se pide pa cristo,
y no se da ni pa Dios”.
“Me lo cogen y me lo prenden
al que roba pa
sus niños.
Y al que roba muchos miles
no lo encuentran ni los duendes
ni tampoco los civiles.”
En el contexto
de creciente profesionalización, y la consiguiente proletarización, del
flamenco, la llegada de La República supuso no sólo la sindicación de sus
intérpretes, sino también la toma de partido de buena parte de ellos en la
enconada lucha política que se libraba en España. Conocida es la simpatía hacia
La República de artistas flamencos o cercanos, tales como La Argentinita,
Angelillo, La Niña de los Peines, Guerrita, Paco el Americano, El Niño de la
Puebla, Miguel de Molina o el entonces jovencísimo Juanito Valderrama, que en
la guerra se alistó como voluntario en un batallón anarquista. Los hubo que
debieron pagar por sus simpatías ideológicas a la hora de la victoria de los
sublevados, como el letrista Ramón
Perelló (1903/1978) coautor de canciones anteriores y posteriores tan
conocidas como “Mi jaca”, “Soy minero”, "La bien pagá", "Falsa
monea", "Échale guindas al
pavo" o "Los piconeros",
cuya militancia libertaria le valió cinco años de cárcel tras el triunfo de los
sublevados. Entre sus creaciones de los años de guerra que publicó en la prensa
de combate dejó escrito:
"Tres, eran tres los hijos del fascio.
Tres, eran tres y los tres borrachos.
Borrachos de sangre, borrachos de crímenes.
La actitud del Trío de la Bencina, Alemania,
Portugal e Italia,
es la del beodo incorregible..."
Y aún esta copla
a la muerte de Durruti:
"Buenaventura tu nombre,
malaventura la tuya,
que una bala traicionera
te llevó a la sepultura..."
No he encontrado
material grabado referente al tema de muchos de ellos. Unos cuantos, en cambio,
dejaron patente su republicanismo en coplas que llegaron al disco de pizarra y
de ahí pasaron a internet.
Manuel Vallejo (1891/1960) fue, a la muerte de
Antonio Chacón en 1929, la figura más destacada de la ópera flamenca. Considerado
por muchos la voz más completa del flamenco de la época llegó a grabar más de un
centenar de discos, de los que se pueden encontrar buenas muestras en youtube.
En 1926 Manuel
Vallejo había ganado la Copa Pavón del cante, el mayor galardón flamenco de la
época, y al año siguiente le entregaron la segunda de las Llaves de Oro del cante,
que años después se convertirían en el premio flamenco más codiciado. Como a
Miguel de Molina, sus ideas republicanas y su homosexualidad le valieron el
ostracismo tras el final de la guerra, aunque siguió cantando. En 1931 había
grabado esta salutación a La República con un recuerdo emocionado a los
sublevados de Jaca.
El madrileño
Pedro Martín, que sería conocido con el sobrenombre de El Chato de las Ventas, había nacido en Madrid a finales del siglo
XIX y moriría en 1936, en la cárcel de Cáceres, donde le había pillado de gira
la sublevación, de un infarto que le sobrevino al conocer, tras su detención,
que le habían condenado a muerte por sus simpatías republicanas, cercanas,
según parece, al comunismo. Aunque sea salirse del tema, no puedo resistirme a
recomendar la audición de estos tanguillos, titulados nada menos que “El que viva en el año dos mil”, en los que a manera
de un Julio Verne flamenco imaginó, con mayor acierto que el francés y mucha
más ironía, todo sea dicho, un mundo futuro, similar al que podríamos seguir
imaginando hoy, cuya descripción comenzaba con estos versos premonitorios de
algunas aspiraciones contemporáneas:
“El que viva en el año dos mil
verá con asombro los tiempos cambiaos;
pues no hará falta ni un albañil
aunque haya goteras en algún tejao.
Las niñeras serán suprimidas
porque los chiquillos ya vendrán criaos,
y en los parques y en las avenidas
ya no las veremos con tantos soldaos.
Los políticos no tendrán vida
porque ya el congreso estará derribao,
y cualquiera que una cosa pida
en aquel momento lo tiene aprobao…”
Todo un
antecesor de los cantautores este Chato de las Ventas, especialista en el humor
satírico con el que consiguió hacerse un nombre desde mediados de los años 20
en los escenarios, convirtiéndose en figura imprescindible de cualquier opera o
espectáculo flamenco que se preciara, a la llegada de la República le entró con
ironía a la cosa de las autonomías, entonces y ahora tan actual, en estas
colombianas.
El Niño de la Huerta (1907/1964)
había sido bautizado como Francisco Montoya Egea cuando nació en el pueblo
sevillano de Lora del Río, tomando su nombre artístico de su inicial ocupación
como huertano. No fue un cantaor de primera fila, aunque hizo una carrera constante
y prolongada que quizás alcanzó su punto más alto cuando en 1934 formó pareja
con Angelillo, entonces un auténtico ídolo de multitudes. Siguió cantando tras
la guerra civil, compartiendo compañía en ocasiones con José Cepero y Manuel
Vallejo, que le han precedido en esta lista de flamencos republicanos. En 1931
grabó estos fandangos dedicados a Galán y García Hernández, la proclamación de
La República y las esperanzas que despertó.
Sobre la muerte
de Corruco de Algeciras (José Luis
Arroyo, 1910/1937 o 38) corren versiones contrapuestas, dramáticas todas y en
todos los casos como consecuencia directa de la guerra civil. Para unos, fue en
la batalla de Teruel, entre diciembre de 1937 y febrero de e 1938, para otros,
entre ellos Juanito Valderrama, que le conoció, en la del Ebro, que se libró
entre junio y noviembre de este último año. Algunos cuentan que, como era
natural por su ideología, se había alistado en el bando leal y cayendo preso de
los sublevados le fusilaron, aunque hay una versión aún más dramática. Según
ella, a Corruco de Algeciras, que tenía a la sazón 27 años y ya despuntaba en
el cante, la guerra le pilló en zona franquista, por lo que como a otros muchos
en la misma situación, les obligó a alistarse forzadamente en el ejercito
sublevado, muriendo en el campo de batalla a consecuencia de una bala disparada
por sus propios correligionarios.
Fuera como fuera
su muerte, que no estaría mal investigarla con mayor dedicación, de lo que no
cabe dudas es de la militancia republicana y progresista del cantaor, que entre
la treintena de cantes que llegó a grabar incluyó algunos tan inequívocos como
“Campanilleros a la santa igualdad”, en la que se adelantaba a la teoría de la
liberación con versos como estos dedicados a la Biblia: “la grandeza que
encierra ese libro/ que ha dejao Cristo a la Humaniá/ Con sus letras tan claras
y tan bellas/ predicando en ellas la santa igualdad”, o unas “Milongas a Gil
Robles” que ponían a caldo al líder derechista. Escuchémosle unos fandangos:
Tal vez convenga
concluir explicando, porque ayuda a entender el asunto, que la mayor parte de estos flamencos “comprometidos”,
valga la licencia, eran payos, desde Silverio y Chacón hasta la nómina que
venimos citando, que coincide por otro lado con la plana mayor y buena parte de
los artistas de reparto de la Ópera Flamenca y sus derivados posteriore. Tiene
toda la lógica del mundo. Los gitanos constituían todavía una etnia
despreciada, marginada e incluso perseguida, aún trashumante en buena medida, y
sus artistas, incluso los que triunfaban en los cafés cantantes o sobre el
escenario, seguían manteniendo una íntima relación con la comunidad a la que
pertenecían, cerrada sobre sí misma, poseedora de sus propias leyes, normas y
tradiciones internas, ajena al mundo exterior de la sociedad paya y sus lógicas
sociales e históricas. A diferencia de ellos, los cantaores, guitarristas o
bailaores payos, por mucha que fuera su identificación con el cante de los
gitanos y con sus formas de vida, procedían de un subproletariado, ya urbano o
aún rural, que precisamente en esos años estaba sufriendo una profunda
transformación social y política, una toma de conciencia que adquiriría todo su
sentido y madurez durante los seis escasos años de la II República, incluyendo
en la cuenta los dos de gobierno reaccionario que se conocerían bajo el nombre
del bienio negro. Ese origen y pertenecía social de cada grupo marca las
distintas opciones artísticas e ideológicas que adoptaron unos y otros, en un
dilema que alcanzaría su punto máximo de enfrentamiento tras la guerra. No hay
que diferir de ellos valoración artística alguna, pero por ahí anduvieron el
“puro” Mairena y el “comercial” Caracol, y sobre todo sus dogmaticos
seguidores, liados a bofetadas dialécticas durante casi tres décadas.
Curiosamente, ambos maestros eran gitanos. Sólo a partir de los años 60/70
parecerían diluirse las diferencias, aunque cabe constatar que los pioneros del
flamenco conscientemente comprometido de esos años, Menese, Morente o Gerena,
fueran payos.
muy bueno. Interesante. Y recopilatorio. ERan como tiempos frescos.
ResponderEliminarMi mas sinceras felicitaciones por su inmensa labor musicológica
ResponderEliminarTodo genial le felicito
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