Venturas y desventuras de Raimon en
aquel Madrid franquista
“Qui perd els orígens
perd identitat”
“Jo vinc d'un silenci”
La
primera vez desde 1939 que en Madrid se pudo escuchar el catalán sobre un
escenario fue, casi con toda seguridad, el 1 de noviembre de 1965. Ahora, cuando
Raimon está cerrando su carrera musical en el Palau, bueno será que desde aquel
mismo Madrid, pero 52 años después, recordemos que quién primero nos hizo
escuchar a los madrileños la lengua de Ausias March o Salvador Espriu fue él. Y
de paso, comprobar lo poco que le gustaban a Franco sus cantos. En cualquier sitio
en general, pero en la capital del reino especialmente.
Es
un dato aceptado casi universalmente que el primer recital de Raimon en Madrid
tuvo lugar en la Facultad de Económicas de la Universidad de Madrid el 18 de
mayo de 1968, aquel que acabó como el rosario de la aurora y que dio lugar a
una inspiradísima canción. Sin embargo es una pista falsa, pues en realidad el
cantautor había actuado ya en Madrid dos años y medio antes, en un problemático
concierto organizado por el Club de Amigos de la Unesco de Madrid (CAUM), un
centro cultural progresista y antifranquista fundado en 1961, pionero de la gran
cantidad de centros similares que inmediatamente se abrieron por todo el
Estado, también en Barcelona.
La
idea era difundir “El Correo de la UNESCO”, la revista mensual en castellano de
la Organización de las Naciones Unidas
para la Educación, la Ciencia y la Cultura, que aunque apolítica y básicamente
antropológica y científica significaba en aquella España de la Dictadura un
soplo de libertad y conocimiento. Con aquel acto pretendían ofrecer una idea
exacta de lo que era la asociación, sus objetivos y sus principios. En la
primera parte estaba previsto proyectar un documental sobre la Unesco, seguido
de un recital sobre “La poesía y la Paz”,
con textos de Pedro Salinas, Miguel Hernández, Ángela Figueras, Ramón de
Garciasol y Nicolás Guillén que declamarían los actores del grupo teatral del
Club, y la escenificación de un cuadro de la obra “Historias para ser contadas”, del argentino Osvaldo Dragún,
entonces una promesa y luego una brillante realidad del nuevo teatro
latinoamericano.
Pero
el número fuerte, sin embargo, el que debía ser el principal atractivo de cara al
público joven y comprometido al que se quería llegar con el espectáculo, era la
presentación en Madrid del cantautor valenciano Raimon, que desde hacía un par
de años había descubierto, primero a los catalanes y luego al resto de los
españoles, que la canción no era sólo una forma de entretenerse o bailar, sino
también de sentir, de denunciar y de expresar en versos y música lo que muchos
pensaban en prosa. Así lo entendía desde luego el CAUM, que en su boletín, que
se prohibiría pocos meses después, publicó un artículo que dejaba clara la
identificación y el respeto por su obra apenas iniciada: “Faltaba una canción popular digna, sin concesiones ni memeces
epilépticas y entontecedoras, una canción que aportase creadoramente, que
hiciese de la poesía cantada un medio estimulante y renovador para la juventud,
que pusiese letra y música al servicio del progreso humano, mediante la
interpretación honesta de la realidad, con un sentido crítico, valiente y sano.
Raimon, el poeta que canta para el pueblo, se ha ganado la simpatía de la
juventud con sus canciones en catalán, convirtiéndose en ejemplo y guía de los
que medran con sones facilones”, explicaba el artículo, que acababa con una
selección, en el catalán original, de algunas estrofas de las canciones de Raimon,
encabezadas por un fragmento de “Al vent”,
que ya era todo un himno popular en los ámbitos políticos y culturales
antifranquistas, no sólo los catalanes.
El
CAUM estaba viviendo aquel año un proceso de rápida expansión, lo que, como era
de temer despertó el ojo del policía que el régimen siempre tenía abierto, y
decidieron celebrar un acto por todo lo alto. Ni cortos ni perezosos pidieron
las autorizaciones oportunas y alquilaron nada menos que el Teatro de La
Zarzuela, 1.200 localidades a 15 pesetas la butaca de patio. Desplegando todo
el entusiasmo de que eran capaces, y eran capaces de mucho, los socios llenaron
los muros de Madrid de enormes carteles anunciadores. Y Raimon como estrella.
Es
imposible entender los criterios censores de aquel Ministerio de Información y
Turismo, regido entonces por el ilustre superviviente profesional Don Manuel
Fraga Iribarne, pero es de suponer que tanta actividad de aquellos rojos del
CAUM y la mala fama que ya les merecía el valenciano debió romperles el colmo
de su paciencia. Aquel lunes uno de noviembre todo estaba preparado, el aforo
vendido por completo, Raimon en Madrid y el escenario con decorado propio, una
multitud de siluetas recortadas que había diseñado para la ocasión el pintor
Manuel Calvo, miembro de Estampa Popular y socio del Club. Un oficio de
Gobernación dio por la mañana la orden de suspensión del acto. Sólo un
descubierto legal --la posibilidad de cualquier asociación de convocar cualquier
tipo de actos en la sede propia (desliz que pronto sería reparado)-- permitió
que el recital finalmente se celebrara, aunque no ya en el teatro, sino en la
sede del CAUM en el siete de la Plaza de Tirso de Molina.
A
pesar de que hubo dificultades para comunicar el cambio de local, y de que al
nuevo recital sólo estaba permitida la entrada de los socios del CAUM, mucho
antes de la hora de comienzo el Club estaba ya hasta los topes. Todavía no se
había acabado de colocar la decoración cuando comenzaron a llegar los primeros
espectadores, que pronto llenaron el salón de actos y luego los pasillos hasta
acabar por ocupar las escaleras, salir a la calle y desparramarse por la plaza.
Fue preciso improvisar sobre la marcha unos altavoces que se colocaron en los
balcones para que todos pudieran escuchar el recital.
Se
cumplió el programa completo, aunque lo que sin duda se convirtió en un
recuerdo imborrable para quienes asistieron fue la actuación de Raimon. En las
imágenes que por fortuna quedaron de aquel momento casi se puede escuchar al
cantautor, tan joven que no cumpliría los 25 años hasta el mes siguiente, que
con el pie derecho subido en una silla de tijera y la guitarra apoyada en la
pierna interpretó ocho de sus canciones más populares, de entonces y de después:
“Ahir(Diguem no)”, “Al
vent”, “Som”, “La pedra”, “La nit”, “Canço de les mans”, “D’un
temps, d’un país”, y “Cantarem la
vida”.
Los asistentes aplaudieron hasta romperse las manos,
acompañaron con sus voces algunos de los temas y al final se arremolinaron ante
el cantante para que les firmara algunos de aquellos primeros discos que ya había
grabado. En la calle, escondidos a la vuelta de la esquina, una furgoneta de la
policía y varios agentes uniformados vigilaban que la cosa no se saliera de
madre. Habría que ver cuantos sociales de paisano circulaban entre la gente con
el oído atento y la pistola dispuesta. No hubieran hecho falta, pues nada pasó,
pero allí estaban. Por si acaso.
A
Fraga debió parecerle brillante aquella idea de prohibir el recital del Teatro
de la Zarzuela, pensando quizás que dejándolo en acto interno perdería su
mordiente, pero el tiro le salió por la culata. La voz de Raimon no se silenció
en Madrid por ello, sino que se amplificó en los años siguientes, y el CAUM,
por su parte, en lugar de reducir su presencia social, la aumento, pese a la
ola de prohibiciones y cierres que seguirían. Por dar sólo dato: aquel mismo
día, probablemente con la motivación principal de escuchar a Raimon, se
inscribieron en el Club 47 nuevos socios, condición indispensable para asistir
al acto. Entre ellos figuraban algunos cuyos nombres se harían populares con el
tiempo, como el autor de historietas dibujadas, escritor y profesor
universitario Iván Tubau, el sociólogo Vidal de Nicolás, el periodista y
novelista Javier Alfaya, Sabina de la Cruz, esposa del poeta Blas de Otero, o
José Luis Núñez, que con el sobrenombre de Patri
ocuparía un lugar destacado en la creación de los primeros despachos
laboralistas, en la organización de abogados del PCE y en su posterior Grupo
Parlamentario.
En la calle, la gente escucha por los altavoces de los balcones, a la vuelta de la esquina la policía vigila
La
verdad, hay que insistir en ello, es que al franquismo no le gustaba Raimon,
como sigue sin gustarles a sus continuadores. Ese es un galardón ganado a pulso
por el cantautor que nadie puede menospreciar. Ninguno de sus tres recitales
madrileños de aquellos años estuvo libre de problemas, represión y
prohibiciones. Los tres fueron, pese a ello, gritos de libertad que tuvieron
singular resonancia en la vida cultural y política de Madrid y alrededores.
Ya
hemos visto, quizás con demasiado detenimiento, aunque se lo merezca por lo
desconocido, lo sucedido aquel 1 de noviembre de 1965, pero no hay que echar en
saco roto el 18 de mayo de 1968 y la presencia de Raimon en la Facultad de Económicas. Lo había organizado el SDEUM (Sindicato Democrático de la Universidad
de Madrid) y los estudiantes, en un momento álgido de su lucha, asistieron en
masa, escucharon con fervor, cantaron con entusiasmo y luego se desparramaron
por el Campus exigiendo justicia y libertad. Quien mejor lo contó,
naturalmente, fue el propio cantautor.
O
seis años después, cuando recién muerto el dictador abarrotó el Palacio de
Deportes, y con toda la oposición política democrática en la primera fila, de
los todavía clandestinos comunistas a los ya semilegales democristianos,
desafió a los agonizantes continuadores del dictador que daban sus últimos pero
violentas dentelladas. Si dio, y por fortuna se grabó, el
primero de los cuatro recitales previstos, pero se prohibieron los otros tres
que estaban programados.
En
estos días de despedida de los escenarios, los madrileños --o algunos al menos,
como servidor-- debemos mostrar nuestro agradecimiento a Raimon. A más de por
la excelente calidad de su obra, que en un artista es siempre lo primero, por
haber estado siempre ahí. Antes, en los tiempos difíciles, poniendo Catalunya
ante nosotros, su cultura, su poesía, su idioma, su historia, sus gentes, su
propia existencia. Luego, en años no tan fáciles como deberían haber sido,
aparte de por haber seguido componiendo y cantado excelentes canciones, por
haber continuado ahí, sin perder los orígenes, sin perder la identidad.
Gracias, compañero, ya quedamos cualquier día en algún hogar del jubilado y nos echamos unos
cotilleos.
Fotografías: Manuel de CosBorbolla (Rábago, Cantabria, 1920). Socio fundador
del CAUM, soldado de la República, preso político, guerrillero y militante
clandestino, comunista, pre-ecologista y fotógrafo.
Por ese tiempo que Raimon cantaba en
Madrid, De Cos, comercial de profesión, había descubierto una verdadera vocación
por la fotografía, especialmente en el terreno de la documentación de la
actividad de los partidos y organizaciones de la izquierda española y de la
conservación de la naturaleza. Fruto de esa vocación es un monumental archivo de imágenes sobre ambos
temas, que llega hasta ahora mismo, con cientos de miles de fotografías y
decenas de miles de horas de grabación en vídeo, digital y super 8. Buena parte
de esa colección se conserva en la Biblioteca Nacional, la Fundación Botín y
Comisiones Obreras.
En la fotografía adjunta, se le puede ver, casi en la actualidad, cuando ha incorporado a su arsenal fotográfico todos los adelantos técnicos más modernos, utilizando todavía su vieja cámara soviética, que tenía ya en aquella época y con la que probablemente hizo las fotos del reportaje. (Ver declaración autobiográfica y de principios)
lunes, 8 de mayo de 2017
Guerrilleros
y clandestinos. Los otros republicanos españoles que liberaron París
La
semana pasada se ha rendido en Madrid un merecidísimo homenaje a los republicanos
españoles que participaron en la liberación de París en agosto de 1944 formando
parte de La Nueve, la 9ª Compañía de la 2.ª División Blindada de la Francia
Libre que comandaba el general Leclerc. Cualquier monumento, calle o jardín que
se dedique a recordar a aquel puñado de compatriotas que llevaron con honor su
condición de españoles y republicanos por la practica totalidad de la guerra, desde
El Chad y África del Norte hasta el Nido de Águila, el refugio bávaro de
Hitler, pasando por París, será siempre una honra para la ciudad o el país
donde se inaugure. Pero, sin embargo, me preocupa un tanto que bajo esos fastos
a los libertadores integrados en el ejército aliado se siga ocultando la
existencia de tantos y tantos republicanos españoles que lucharon y murieron en
la clandestinidad de la guerrilla por liberar París, y toda Francia, del
ocupante nazi. Esta es su historia.
“La Partida” (Antonio Resines)
Malasaña
Con
la ocupación de Catalunya por el ejército sublevado cerca de 500.000 españoles
pasaron a Francia. Maltratados y humillados por los gendarmes fronterizos, fueron
internados en campos de concentración, playas y castillos oreclutados a la fuerza en las Compañías de Trabajo o La Legión Extranjera. Tras que una parte de ellos
regresara a la España franquista, bien por propia decisión, engañados o
forzados, y otros se hubieran trasladado a Sudamérica o la Unión Soviética,
cuando las tropas nazis invadieron Francia en mayo de 1940 aún quedaban en
Francia alrededor de 140.000 republicanos españoles, 40.000 mujeres y niños y
100.000 hombres, la mayor parte de ellos experimentados soldados bregados en la
batalla. El Gobierno francés pretendió dispersarlos y neutralizarlos, pero
ellos se empeñaron en organizarse.
“Argeles Sur Mer” (Gómez/Resines)
Antonio Resines
Guitarra: Nacho Sáenz de Tejada
Sólo
en la zona de París se calculó en algún momento que fueron 4.000 los españoles
que participaron en la resistencia, incluso se habló de 7000, aunque
estudiosos actuales, como Secundino Serrano[1], la
reduzca a la más moderada cifra de 500. Muchos en todo caso. Muchos más de los
que, en cualquier caso, deberían haber estado allí entonces, de no ser porque habían
sido expulsados de su tierra por un fascismo igual al que apenas un año después
volvía a amenazarles. Demasiados. Especialmente si se tiene en consideración
que tanto el Gobierno colaboracionista de Vichy como las propias autoridades
nazis habían prohibido residir en el distrito de París a los republicanos
españoles, considerados desde el principio rojos peligrosos y levantiscos.,Y
por cierto que eran peligrosos, se trataba de personas bregadas en la batalla, de
firmes convicciones políticas y morales, y había que andarse con cuidado con
ellos. Aquellos hombres y mujeres (que las hubo en gran número jugándose la
vida cada día transportando armas, panfletos o consignas como enlaces y correos
de las guerrillas) consideraban que su derrota en España no era definitiva,
sino tan sólo una batalla perdida dentro de una lucha más amplia contra los
fascismos internacionales, un preludio de la guerra mundial que ya estaba allí,
y actuaron en consonancia. El total de guerrilleros españoles en toda Francia superaron
los 10.000.
“Dulce muchacha” (Gómez/Resines)
Pablo Guerrero
La
reacción de los exiliados españoles ante la ocupación de Francia fue
instantánea, a tenor de los datos que existen al respecto. De hecho, la primera
noticia de resistencia española que he encontrado tuvo lugar en el momento
mismo de la invasión, en la frontera franco-belga, cuando un grupo de españoles
de las Compañías de Trabajo tomaron las armas para enfrentarse a las tropas
alemanas. Se agruparon bajo una bandera republicana.
El
militante anarquista e historiador de la guerrilla Eduardo Pons Prades relataba
en su fundamental “Republicanos Españoles en la 2ª Guerra Mundial”[2] varios
ejemplos de estos resistentes iniciales que nos vienen al pelo para condensar
la historia y recordar en qué condiciones se desarrollaba aquella lucha. Podría
elegir otras fuentes, aunque no existan demasiadas, pero Pons Prades no sólo
escribió un texto pionero sobre el tema (con “Los Olvidados”[3], de
Antonio Vilanova, aunque éste no se publicó nunca en España) que hoy sigue
plenamente vigente, sino que no habla de oídas o leídas, sino de lo que conoció
directamente lo que cuenta, pues él mismo fue jefe guerrillero:
“Apenas
terminada la primera fase de la Segunda Guerra Mundial, con el armisticio de
junio de 1940, la policía emprendió la búsqueda de José Miret Musté, ex
dirigente del Partit Socialista Unificat de Catalunya, al que tenían como
responsable, y no sin fundamento, de una campaña de propaganda bajo el lema:
‘Derrota-Combate-Revolución’. Casi tres años tardaron franceses y alemanes en
localizarle y detenerle, deportándolo a Mauthausen. En uno de los ‘Komandos’
dependientes del campo de exterminio sería herido por un bombardeo aliado y
asesinado al acto por los SS. Su hermano Conrad fue detenido en París en 1943
por la Gestapo y fusilado poco después. El segundo militante español de cierto
relieve ejecutado por los alemanes será Buitrago, el cual, después de haber
viajado por los cuatro puntos cardinales de la zona ocupada he incluso por las
zonas prohibidas, donde la MOI (Mano de Obra Inmigrada, organización
básicamente comunista que enroló a los resistentes extranjeros) había comenzado
a organizar cadenas de evasión para recuperar escapados soviéticos y polacos de
los campos de concentración. Caerá en manos de la Gestapo, sufrirá
interrogatorio tras interrogatorio y torturas indecibles, siendo ejecutado a
fines de 1942. Un luchador catalán, llamado José Roig, y cuya ejecución fue
anunciada en carteles redactados en francés y en alemán había sido fusilado en
el verano de 1941. Se le acusaba de ser ‘un agente reclutador del ex general
Charles De Gaulle’”.
En
el otoño de 1942 tuvo lugar el primer contacto en París entre los españoles
procedentes del MOI, que se habían organizado por su cuenta en grupos de
resistencia, y el Comité Militar Nacional de los Franco Tiradores Partisanos
Franceses (FTPF), la organización comunista creada en 1941, que en la guerrilla
parisina acabaría uniéndose a los pro-gaullistas del Consejo Nacional de la
Resistencia y configurando juntos las Fuerzas Francesas del Interior (FFI), que
se pondrían en marcha ya en 1944, en el último tramo de la guerra. Resulta lógica
esa alineación de los españoles con sus afines. Aparte de la complicidad
ideológica entre los comunistas franceses y estos grupos españoles, también
había entre sus dirigentes y militantes relaciones y afinidades que se habían
forjado en la guerra civil, en la que muchos de las ahora dirigentes antinazis
franceses habían luchado en las Brigadas Internacionales.
Tal
era el caso del máximo responsable de las FTPF parisinas en aquellos momentos,
Joseph Epstein (Coronel Gilles), que
había luchado en España y acabó fusilado por la Gestapo. También el de Pierre
Georges (Coronel Fabien) uno de los
jefes militares de la sublevación del pueblo parisino previa a la liberación,
muerto poco después al intentar desactivar una mina en el campo de batalla, o
el del mítico Henri Rol-Tanguy, comisario en España de la XIV Brigada
Internacional y herido en la batalla del Ebro. El 25 de agosto de 1944 Rol-Tanguy
sería, junto a los jefes militares franceses y estadounidenses, uno de los
resistentes ante los que se rindió oficialmente el general Dietrich con
Choltitz, jefe alemán del Gran París. Por cierto, los primeros que le habían
detenido en su despacho, y ante los que no quiso rendirse por ser simples
soldados y suboficiales, habían sido los españoles de La Nueve Francisco
Sánchez, Antonio Navarro, Antonio Gutiérrez y Amado Granell.
Miguel
Ángel Sanz, jefe guerrillero de la región de Languedoc, recordó posteriormente[4] los
primeros atentados de los españoles, con granadas de mano, una vez integrados
en las FTPF mandadas por Epstein:
“El primero fue contra un destacamento SS en
plenos Campos Elíseos en julio de 1943. El segundo en un restaurante reservado
a la oficialidad alemana, situado en la Avenida de la Grande Armeé, el 14 del
mismo mes. Y el tercero contra una patrulla alemana, el 6 de octubre, en plena
plaza del Odeón”.
Como
se puede ver, fueron todas acciones realizadas en espacios públicos, con las
calles llenas de gente, rodeados de guardias franceses, patrullas nazis y de los
numerosos soldados alemanes que deambulaban por las calles parisinas no sólo
para desfilar por ellas con paso marcial, sino también para pasear,
emborracharse o irse de putas en su tiempo de asueto. No debía ser fácil tirar
una bomba en estas circunstancias y salir indemne. Cada acción requería una
buena información inicial, valor, disciplina y extremar las medidas de
seguridad que permitieran la escapada. En cada operación participaban 20
guerrilleros, organizados en tres líneas de combate. La primera, dos o tres
hombres, era la encargada de realizar materialmente el atentado. La segunda,
repartida por las inmediaciones, informaba a los atacantes si sucedía algún
imprevisto y los defendía en caso de necesidad. La tercera se encargaba de
preparar y garantizar la retirada. No se trataba de brutales ataques
indiscriminados contra víctimas inocentes ni la intención era crear
desconcierto y caos, se trataba de acciones guerreras que se libraban cara a
cara. No simples atentados de terroristas, sino verdaderas acciones militares
de un ejército clandestino.
Para
una mayor eficacia, la FTPF-MOI organizó comandos independientes que
denominaron “destacamentos especiales” que gozaban de autonomía a la hora de
planificar y realizar sus propias acciones, las más duras y directas, formados
especialmente por guerrilleros de diferentes nacionalidades. En el que
comandaba el obrero metalúrgico y poeta armenio Missak Manouchian, por ejemplo,
había ocho polacos, cinco italianos, tres franceses, dos rumanos, dos armenios
y dos húngaros. Además de un español. Todos fueron fusilados por los nazis.
Celestino Alfonso
Celestino
Alfonso Matos había nacido en 1916 en el pueblo salmantino de Azaba. Precisamente
un primero de mayo, fecha que bien pudo ser casualidad o ser predestinación,
como le cantó Quintín Cabrera a su hijo Dayman, nacido en la misma fecha.
El
hambre y las necesidades en que vivía la familia en el pueblo les obligaron a
emigrar a Francia cuando el muchacho tenía apenas catorce años. En su nueva
residencia, obligado como estaba a entenderse en un idioma que desconocía, el
joven Celestino se integró rápidamente en la sociedad francesa, comenzando a
trabajar como aprendiz de carpintero y muy pronto entro a formar parte de las
Juventudes Comunistas, de las que le nombraron responsable de su localidad,
Yvry-sur-Seine. Pero esta fácil integración no le hizo olvidar sus orígenes.
Cuando
en 1936 los militares comandados por Franco se sublevaron contra La República
poniendo en peligro su existencia, Celestino Alfonso volvió a cruzar la
frontera, esta vez en sentido inverso, para alistarse en las Brigadas
Internacionales, de las que fue sargento de ametralladoras, teniente, capitán y
comisario político, luchando durante toda la guerra. En 1938 había sido herido
en una mano, lo que le impedía manejar la ametralladora, por lo que fue
destinado a Intendencia, en la que estuvo hasta el final. Tras pasar de nuevo a
Francia como parte del exilio republicano en febrero de 1939, fue internado en
el campo de Saint-Cyprien, del que se evadió. Dio comienzo entonces una nueva
batalla en su vida.
Alfonso
regresó a París, donde se integró en la resistencia, en la que fue conocido con
el sobrenombre clandestino de Pierrot, siendo detenido y deportado a un campo
en Alemania. Volvió a escaparse de allí tras seis meses de internamiento. En
1942, otra vez en la capital, entro a formar parte del Destacamento Especial
comandado por Manussian.
La
razón alegada por los nazis para ejecutarle junto a sus compañeros fue que
Celestino Alfonso, calificado como “rojo
español” había participado en siete atentados. En realidad fueron más.
Nueve en concreto si nos atemos al diario de guerra del propio Destacamento
Especial. Y esos, actuando en primera línea, pues fueron muchos más en los que
estuvo en labores de vigilancia o retirada.
Fueron
acciones arriesgas, audaces y valientes en las que Alfonso estuvo siempre en
primera línea. Figuran entre ellas el ataque a un autocar lleno de marineros
nazis, la ejecución de un delator a sueldo de la policía alemana, el asalto a
la casa de una resistente detenida, custodiada por policías franceses y nazis,
para recuperar documentos y una importante cantidad de dinero que guardaba la camarada y que
consiguieron rescatar, o el atentado contra un comandante, el 19 de agosto en
el parque Monceau, que estuvo a punto de costarle la detención o la muerte
cuando tras la ejecución pública debió huir perseguido por un numeroso grupo de
policías que andaban por allí, de los que sólo pudo escapar gracias a la
bicicleta preparada por el grupo de protección.
El
29 de septiembre de 1942 Celestino Alfonso realizó personalmente una operación
de singular importancia política y militar que tuvo una enorme repercusión: la
primera ejecución pública en París de un alto cargo del ejército ocupante.
El
coronel de las SS Julius Ritter era el jefe del Servicio del Trabajo
Obligatorio en Francia, que para la fecha ya había deportado a Alemania como obreros
esclavos a 600.000 personas, y colaborador directo de Fritz Saukel, criminal de
guerra condenado en los juicios de Nuremberg y ahorcado en 1946. También Ritter
tuvo su juicio antes de la ejecución, aunque no fuera ante los tribunales
aliados ya acabada la guerra, sino en medio de la batalla y ante los jueces del
Comité Nacional Militar de los partisanos, que le juzgaron previamente y le condenaron
a muerte, eso sí, es de suponer que sin mucho entusiasmo de su defensor, si es
que lo tuvo. Las guerras son así.
Tras
la investigación llevada a cabo por el propio Manouchian para conocer sus
hábitos, costumbres e itinerarios se comprobó que todas las mañanas el coronel
pasaba con su coche por delante del Congreso de los Diputados justo a las nueve
menos cuarto. Se planificó el ataque y se encomendó su ejecución a tres
guerrilleros, el italiano Spartaco Fontano, el polaco Marcel Rayman y Celestino
Alfonso, encargado de disparar en primer lugar. En este punto hay que convenir
que los jerarcas nazis en París eran ciertamente descuidados con su seguridad.
Convencidos tal vez de ser dioses invencibles, circulaban por la ciudad en sus
automóviles descapotables sin apenas protección ni escolta. Eduardo Pons Prades
lo contó con la sequedad y tensión de una novela de José Giovanni:
“El alto jerarca alemán hacia el trayecto en
automóvil. Iba sentado entre el chófer y su perrito. El coche torció lentamente
hacia la calle Petrarque. Entonces Celestino Alfonso se acercó y disparó sobre
Ritter. Este trató de abrir la portezuela y salir del coche, pero Alfonso
siguió tirando sobre el jefe alemán hasta que lo vio caer muerte al lado del
chofer, muerto también. Luego, protegido por sus compañeros, Alfonso se replegó
por el itinerario previsto”.
La
ejecución pública de Ritter tuvo una enorme repercusión y provocó no sólo una
fuerte represión, con el asesinato de 50 rehenes franceses, sino que inquietó
seriamente a los jerarcas alemanes, que comprendieron tal vez que debían tener
cuidado con donde ponían el pie e implementaron nuevas medidas de seguridad
ordenadas desde Berlín, al parecer, directamente por Heinrich Himmler.
En
noviembre de 1943 la Gestapo realizó en Paris una serie de redadas sucesivas en
las que se detuvieron a más de doscientas personas, entre los que se
encontraban la totalidad de los 23 integrantes de la red Manousian. Después de
sufrir tres meses de interrogatorios y torturas, los 22 hombres fueron
fusilados el 21 de febrero de 1944. La única mujer del grupo, la rumana Olga
Bancic, aún hubo de sufrir un tratamiento de refinado y cruel sadismo, siendo
decapitada en Stuggart el 10 de mayo, la fecha exacta en que cumplía 32 años.
La construcción del mito
El
crimen no significó el fin de la historia de Alfonso, Manouchian y sus
camaradas. Los nazis pretendieron sacar partido propagandístico de la condena y
ejecución de los miembros del grupo Manouchian y atemorizar a la población
parisina. El día siguiente del fusilamiento las paredes y muros de la ciudad, y
de otras de Francia, amanecieron cubiertas por un insólito cartel. Imitando la
forma de un afiche cinematográfico, se reproducían en el las fotos, nombres y
cargos imputados de cada uno, como si fueran los protagonistas de una película,
junto a imágenes de distintos atentados que bien podían simulaban fotogramas
del film. Todo ello sobre fondo rojo y con una leyenda doble: Arriba “¿Los
libertadores?” y abajo “¡La liberación! Por EL EJÉRCITO DEL CRIMEN”. También
se repartió una octavilla, con el cartel por una cara y en la otra las razones
del crimen.
No
obstante, tal exceso propagandístico se volvió en contra de sus promotores, pues
acabó transformando la historia en leyenda haciéndola inmortal. Aquel cartel,
bautizado pronto como L’Afiche rouge, se convirtió en
símbolo no sólo de la gesta de Celestino Alfonso y sus camaradas, sino del
conjunto de la resistencia francesa frente al ocupante nazi. Destacando el
carácter extranjero de todos los fusilados, y el de judíos de buena parte de ellos,
los responsable de la propaganda nazi pretendían tal vez aprovecharse del
conocido chauvinismo francés y enfrentar a la población con la guerrilla; en
cambio, despertaron la identificación y la solidaridad popular que acabaron construyendo el mito.
La
hazaña y el terrible final del grupo Manouchian se han transmitido a lo largo
de los años y hasta hoy mismo no sólo a través de los estudios o artículos
históricos, sino de la literatura, el cine o la canción. Ya en 1955 Louis
Aragón publicó en L’Humanité, con motivo de la inauguración de una calle
dedicada a ellos en París, su famoso poema “Strophes por se souvenir”[5], en
el que les homenajeaba parafraseando la última carta del propio Manouchian a su
esposa. También Paul Eluard les dedicó su poema “Legión” y otros muchos
poetas menores escribieron sobre su gesta. Con el título de “L’affiche rouge” Leo Ferre musicalizó en 1959 el texto de Aragón, convirtiéndolo
en una canción de largo recorrido y numerosas versiones que hasta llegó a
grabar en catalán Lluis Ribalta.
Al
menos en dos ocasiones el cine ha abordado la historia del grupo Manouchian,
además de los documentales dedicados al tema. En 1967 Frank Cassenti dirigió “L’affiche rouge”, que obtuvo el prestigioso premio Jean Vigo y en la que
interpretaba a Celestino Alfonso el actor Roger (Rogelio) Ibáñez, hermano de
Paco Ibáñez. Cuarenta y dos años después, Robert Guédiguian retomó la historia
en “L’Armèe
du crime”.
“Celestino Alfonso”
Antonio Gómez / Antonio Resines
El día de la liberación
Llegamos
por fin a las 21.22 horas del 24 de agosto de 1944, el instante en que los
primeros blindados de La Nueve irrumpieron como avanzadilla en la Plaza del
Ayuntamiento de París, aunque para entender lo que estamos contando hay que
remontarnos a unos días antes.
Las
tropas aliadas habían desembarcado en Normandía el seis de junio, y los
parisinos esperaban ansiosos su liberación, al igual que ya había sucedido en
algunas importantes ciudades francesas, como Toulouse, liberada el 19 de aquel
mismo mes, por cierto con una importante participación de guerrilleros
españoles, que desfilaron por la localidad ese mismo día hondeando la bandera
republicana. Los planes estratégicos de los Aliados eran distintos. Les
preocupaba más llegar a Alemania antes del invierno que liberar las ciudades
cercanas, que retrasaban en el avance y que esperaban que se rindieran por sí
solas una vez cercadas. Naturalmente el pensamiento de los franceses era bien
distinto, y el de los parisinos aún más. La ciudad (¡nada menos que la capital
de Francia¡) llevaba cuatro años ocupada, cuatro años de penurias y miedo, de
deportados, encarcelados y muertos, y su liberación, era no sólo una cuestión
militar sino, sobre todo, un símbolo de gran importancia patriótica y política
que habría de condicionar lo que pudiera suceder cuando se estuviera ya en una
Francia libre.
Para
aquel entonces ya se habían unificado en el Comité Nacional de la Resistencia
los distintos grupos, desde los comunistas a los gaullistas pasando por otras
organizaciones menores. Si bien coincidían en el objetivo final: expulsar a los
nazis, discreparan en cambio en las tácticas a emplear para ello y, más aún, en
sus objetivos para el futuro, en el que todos pretendían ser hegemónicos. El
PCF y sus aliados, entre ellos los españoles del FTPF-MOI, que habían luchado
con las armas en la mano desde el principio, tenían especial importancia y
fuerza en el terreno guerrillero. Los gaullistas, en cambio, más partidarios de
la acción propagandística que de la directamente armada, que también
practicaron, contaban con la fuerza que tener de su lado al ejercito oficial de
la Francia Libre, organizado en Londres por De Gaulle, y el enorme prestigio que
le había dado al General sus llamamientos públicos a la lucha contra el
invasor. De quién liberara París primero dependería en buena medida el
equilibrio político posterior, que se preveía complicado. Unos pretendían que
los libertadores fueran los tanques franceses, otros querían que fuera el
propio pueblo parisino quién se liberara a sí mismo, o, al menos, que
participara activamente en la liberación.
Las
primeras movilizaciones previas a la liberación comenzaron el 13 de mayo con
una huelga de ferroviarios que rápidamente se extendió a otros gremios,
incluida la propia Policía francesa. El Comité Nacional de la Resistencia aprobó,
con el voto en contra de la fracción gaullista, hacer un llamamiento general a
la sublevación, que en forma de octavillas y pasquines llenó las calle de París
a las 11 de la mañana (tanta precisión hay en los libros) del día 18. El
coronel Rol Tanguy, que apenas contaba como jefe del aparato militar con 600
hombres armados, difundió ese mismo día un manifiesto de cinco puntos que daba
buena cuenta de los objetivos del alzamiento:
“1.- Todas las fuerzas FFI patrullarán por
París y la región a partir del día de hoy a las 12 horas.
2.- Todos los vehículos necesarios serán
requisados para asegurar la movilidad de las patrullas.
3.- Los itinerarios y sus frecuencias se
estableceran de forma que las patrullas puedan ayudarse mutuamente en caso de
necesidad.
4.- Los edificios públicos, las fabricas, los
almacenes generales, las centrales de cualquier tipo de comunicaciones
(correos, teléfonos, telégrafos, estaciones, etc.) serán ocupados militarmente
donde se disponga de fuerzas para ello.
5.- Las fuerzas FFI encuadran a todas las
fuerzas de orden público, a las que se proveerá de un brazalete FFI. Debe
tenerse presente que el éxito depende a menudo del número de fuerzas de que se
dispone, por lo que se procederá inmediatamente a un reclutamiento masivo.
Todos los hombres aptos deben ser incorporados a las FFI, cumpliendo así la
Orden de Movilización General adjunta, que deberá ser impresa y difundida por todos
los medios de la Región.
La misión de las FFI de la metrópoli es
abrir el camino de París a los ejércitos aliados victoriosos y acogerlos.”
La
ultima frase del llamamiento dejaba bien claro su objetivo político y militar,
en tanto no hablaba de liberar la ciudad por sí solos, algo que Tanguy y sus
compañeros sabían que era imposible por el equilibrio de fuerzas existente,
sino de iniciar la batalla para desviar a las tropas aliadas de la ruta directa
que tenían planeada y forzarlas a desviarse hacia París para liberarla.
Fuera
como fuera el llamamiento a la sublevación se cumplió a rajatabla. El mismo día
18 tuvieron lugar las primeras escaramuzas esporádicas contra las patrullas
nazis. El 20 se levantaron las primeras barricadas, esencialmente en los
barrios obreros del cinturón industrial, y se comenzó a impedir la circulación
de las patrullas alemanas atacándolas directamente. Los combates se intensificaron
a partir del 21. Lo sublevados ocuparon alcaldías como las Montreuil y otros
distritos, comisarías y dependencias oficiales y se hicieron fuertes en la
misma Prefectura Nacional de Policía, que se convirtió en el centro de la
lucha. En todas aquellas acciones participaron republicanos españoles,
mezclados con los franceses en una mutua comunidad de intereses. Se puede
rastrear su presencia en las batallas de la Plaza de la Concordia, de La Opera
y La República, en la Escuela Militar y en las barricadas de todos los distritos.
Incluso tuvieron sus muertos en combate, entre ellos José Barón Carreño (Robert), uno de los responsables del PCE
en París y guerrillero de primera hora, que cayó en la Plaza de la Concordia
bajos las balas alemanas. En 2004 se colocó en París una placa en su memoria.
A
las seis de la mañana del día 23 los blindados del general Leclerc se pusieron
en marcha directa hacia París, en la que entrarían finalmente al mediodía del
25 con los republicanos españoles de La Nueve en primera línea. Los
guerrilleros siguieron batallando junto a los soldados hasta la liberación
total de la ciudad. Lo primero que al parecer hicieron un numeroso grupo de
resistentes españoles encabezados con Alberto Fernández, que luego escribiría
un libro con sus recuerdos de la época[6], fue
presentarse ante la Embajada de la España franquista en París y colgar en sus
balcones la bandera tricolor. París estaba liberada. Quedaba España.
"La liberación de París"
Quintín Cabrera
Cien ciudades liberadas
Con
toda la importancia política y simbólica de la liberación de París, no conviene
olvidar el importante papel jugado por los resistentes españoles en la de toda
Francia, en especial en los departamentos pirenaicos y mediterráneos gobernados
por el gobierno colaboracionista de Vichy. Hasta cuatro divisiones propias
llegaron a constituir los guerrilleros republicanos, divisiones que no eran ya
pequeños grupos de acción directa sino auténticas aunque reducidas formaciones
militares, dependientes de un Estado Mayor igualmente independiente de los
franceses, aunque colaborador con ellos. Muchas fueron las grandes ciudades en
cuya liberación los españoles tuvieron un papel importante y un comportamiento
heroico: Lyon, Agen, Aix en Provence, Albi, Provence, Amèlia els Banys, Annecy,
Avignon, Grenoble Lyon, Marsell, Pau,
Perpinyà, Clermont-Ferrand, Ales, La Bastide, Foix, Ceret, Champagnac,
Grenoble, La Madeleine, Marsella, Montauban, Nantes, Nimes, Pau, Perpiñán, Poitiers,
La Rochelle, Saint-Cyprien, Saint Malo, Toulouse, Toulón y así hasta alrededor
de 100, incluidas Lourdes, la de la virgen milagrosa, y Vichy, la del agua con
agujeros y el gobierno colaboracionista de Petain.
Miguel
Ángel Sanz, basándose en los partes oficiales del Estado Mayor de las Fuerzas
Francesas del Interior, los guerrilleros españoles obtuvieron los siguientes
resultados en las acciones de guerra en que participaron.
·Puentes destruidos:
150
·Locomotoras
deterioradas: 80
·Líneas eléctricas
saboteadas: 600
·Ataques a
fábricas: 20
·Sabotajes
importantes en minas de carbón: 22
·Combates
librados: 512
·Prisioneros
enemigos: 9 800
·Muertos enemigos:
3000
Francia
había sido liberada del yugo nazi, España seguía bajo el yugo franquista.
“El regreso”
A. Resines/Malasaña
Vuelta a empezar
Durante
ocho días de octubre de 1944 las banderas republicanas hondearon en los
mástiles de una parte de España, pequeña pero significativa.
Ya
sabemos que para los republicanos españoles que combatieron en los diferentes
frentes de la guerra mundial, fueran guerrilleros o soldados regulares, la
lucha contra los nazis no era sino la segunda batalla de su personal guerra
contra el fascismo. Aún quedaba por librar la tercera y definitiva, la que
echaría a Franco del poder y acabaría con La Dictadura. Todos los partidos en
el exilio, de la derecha republicana a la izquierda comunista y anarquista,
coincidían en que los vencedores de la guerra les facilitaran la tarea, Al fin y
al cabo Franco no era sino un fascista más, que había apoyado con entusiasmo a
los ejércitos del Eje hasta que la guerra se volvió tan en su contra que no
tuvo más remedio que hacerse el despistado si quería sobrevivir. Sin duda que
todos hacia España, con similar cansancio y esperanza, deseando que llegara lo
que tanto habían deseado en esos años inclementes de exilio. Sin embargo, unos
y otros diferían en la forma de enfrentar la batalla final.
Crecidos
probablemente por los grandes y rápidos éxitos obtenidos en la liberación de
Francia, los comunistas consideraron que era el momento de atacar directamente.
La operación la organizó el PCE a través de su organización pretendidamente
unitaria que era la Unión Nacional Española (UNE), dirigida por Jesús Monzón,
Carmen de Pedro y Manuel Azcarate, máximos dirigentes del partido en Francia
durante toda la ocupación, y la llevó a cabo la
204ª División de Guerrilleros Españoles, integrada por doce brigadas con
sus correspondientes batallones y compañías. La intención era no sólo liberar
simbólicamente una parte del territorio español, sino, sobre todo, provocar con
ello una rebelión popular, a la manera de las que habían vivido en Francia en
los últimos meses, y forzar así la intervención aliada. Lo bautizaron como “Operación Reconquista de España”. Por
desgracia salió mal.
A
las seis de la mañana del 19 de octubre de 1944, entre cuatro y siete mil
soldados del nuevo Ejercito de La República entraron en España por el valle de
Aran. Iban pertrechados con una variada gama de armas: fusiles franceses,
checos y alemanes, subfusiles y metralletas estadounidenses, algunos morteros y
algún antiaéreo. Los tres primeros días el avance fue rápido, liberando varias
pequeñas poblaciones en las hicieron hondear la bandera republicana. Sin
embargo la batalla directa estaba perdida desde el primer momento, pues poco
podían luchar los siete mil republicanos frente a los alrededor de 50.000
soldados que inmediatamente mando Franco a la zona comandados por los generales
Yague y Moscardó, insignes héroes franquistas de la guerra civil. La llegada
desde Sudamérica de Santiago Carrillo como nuevo responsable del partido en
Francia, y la convicción de los jefes militares, Luis Fernández y Vicente López
Tobar, ambos guerrilleros hasta hacia unas semanas, de que la situación era
irresistible, llevó a la retirada definitiva el 27 del mismo mes.
Según
el historiador Ferrán Sánchez Agustí[7], el
intento de reconquista se saldo con 129 muertos, 241 heridos y 218 prisioneros
entre la tropa republicana y 32 muertos y 216 heridos entra las fuerzas
franquistas. Los supervivientes tomaron dos caminos opuestos para acabar
confluyendo en el mismo sitio: la guerrilla española. Aquellas personas
llevaban ocho años casi ininterumpidos con las armas en la mano, y cuando
hubieran podido descansar después de tanta guerra, volver con sus padres,
esposas o hijos, decidieron que aún quedaban batallas que librar y que ellos
debían estar allí. Regresaron clandestinamente a España.
Existe
una cumplida bibliografía sobre aquella etapa de las guerrillas en España, y a
través de ella se pueden conocer diferentes historias de sus protagonistas que
resultan dramáticas, heroicas, emocionantes, y siempre aleccionadoras. Resumiré
todas ellas en una sola.
Se
llamaba Cristino García Granda y había nacido en una pequeña población
asturiana en 1913. Como les sucedió a tantos otros jóvenes de aquella época tan
conflictiva, se concienció políticamente muy pronto, y con apenas 17 años
ingresó en las Juventudes Comunistas. En 1934 participó en la rebelión de
Asturias contra las políticas derechistas del gobierno de Gil Robles, motivo
por el que tuvo que dejar tierra natal y oficio. El 18 de julio de 1936 le
pilló en Sevilla, ejerciendo de fogonero a bordo del vapor Luis Adaro, y aprovechando
el descontrol provocado por la sublevación militar consiguió hacerse con buque
junto con sus compañeros marineros y conducirlo a Gijón, zona republicana. Ya
en el ejército republicano, cuando cayó Asturias pudo huir a Catalunya, donde
se enroló en el cuerpo de guerrilleros que actuaban detrás de las líneas
fascistas, en el que ascendió a comandante. Cruzó la frontera con destino al
exilio en febrero de 1939 y fue a parar directo a los campos de concentración
franceses, de los que salió para ejercer de nuevo como minero y, de paso,
organizar la resistencia contra los nazis.
Cristino
García Granda dirigió, con el grado de teniente coronel del ejercito francés,
la división de guerrilleros españoles instalados en los montes de Tarbes en los
Altos Pirineos, aunque su campo de acción era mucho mayor, llegando a
participar en operaciones en localidades a más de 300 kilómetros de su
base. Algunas de sus batallas fueron míticas y permanecen imborrables en la
historia de Francia.
La
noche del 4 de febrero de 1944, al frente de un comando de españoles y
franceses tomó por asalto la Prisión Central de Nimes, liberando a los
numerosos camaradas encerrados allí por la policía de Vichy.
El
13 de Agosto asaltó con un grupo de 19 compatriotas una caravana de tropas
alemanas formada por unos cincuenta camiones, a la que consiguió inmovilizar
causándoles más de 70 bajas antes de retirarse sin un solo herido.
Seis
días después, y seis antes de la liberación de París, el 19 de agosto, mandó
las tropas guerrilleras que liberaron la ciudad de Foix.
El
25 de agosto, el grupo de 31 españoles y cuatro franceses que comandaba García
Granda atacó cerca de la población de La Madelaine una columna de 1.550
alemanes que se dirigían a París para reforzar a las tropas nazis que estaban
perdiendo París. Hay algo de especialmente significativo en esta batalla. Al
rendirse incondicionalmente los alemanes tras varias horas de asedió, en las
que se añadieron a los españoles 70 guerrilleros franceses, el jefe de la
columna alemana, por nombre Konrad A. Nietzche, se suicidó, quizás humillado y
avergonzado por haber sido derrotado por unas fuerza tan manifiestamente
inferior, formada, además, por harapientos españoles. Ciertamente lo hizo de
una forma espectacular: se desnudó, se roció con gasolina, se prendió fuego,
confió la pistola y se voló la tapa de los sesos. La acción facilitó la
liberación de La Madelaine, que desde entonces tiene en su cementerio una placa
que celebra al valor y la solidaridad de Cristino y sus compañeros. Todos ellos
fueron condecorados en octubre de 1956 por el Gobierno Frances con la Cruz de
Guerra con Estrella de Plata.
El
Valle de Aran, Francia y otra vez España, para dirigir la guerrilla urbana en
Madrid sustituyendo a José Vitini, otro mando guerrillero en Francia que había
sido fusilado en abril de 1945. Ciertamente la situación en España era muy
diferente a la que él mismo había vivido, y en la que había luchado, en aquellos
meses de la liberación de Francia. Aunque existiera un profundo sentimiento de
rechazo al régimen entre los españoles que habían estado con la Republica, el
miedo, la represión y el empobrecimiento podían más que cualquier desafección
hacia Franco. Aunque hubiera casos heroicos de apoyo a la guerrilla, el pueblo
no estaba para sublevaciones, si bien en muchas casas se brindara en Nochevieja
por la muerte del Caudillo para el año que entraba. A diferencia de lo que
ocurrió en otras zonas del país, como en Asturias y León, Aragón y Valencia o
Extremadura, la guerrilla madrileña apenas pudo salir de sus primeros estadios
organizativos, y sus operaciones fueron siempre modestas: asaltos a centros
falangistas, colocación de bombas en transformadores y redes eléctricas,
atentados contra connotados fascistas y golpes económicos. También, y eso
resulta más doloroso y sólo comprensible en el ambiente profundamente
estalinista en el que todavía se movía el PCE, ejecuciones de antiguos
camaradas considerados ahora confidentes y traidores.
En
septiembre de 1945 Cristino recibió la orden de asesinar a los exdirigentes
comunistas madrileños caídos en desgracia Gabriel León Trilla y Alberto Pérez
Ayala. La orden emanaba directamente, al parecer, de Santiago Carrillo, que aún
no era secretario general pero que ya controlaba el PCE, sobre todo en Francia.
Al parecer, la respuesta del guerrillero fue tajante: “Yo soy un revolucionario, no un asesino”, negándose a los
asesinatos, que al final fueron ejecutados por miembros del grupo aunque sin su
participación personal. Según alguno de sus colaboradores supervivientes,
Cristino no se encontraba muy a gusto con aquella situación, llegando a
comentarles: “El trabajo que estamos
haciendo aquí en Madrid es bastante sucio y yo no sirvo para eso”. Es una
declaración apócrifa y no sabemos si cierta, el protagonista no tuvo tiempo de
confirmarla para la Historia.
Cristino
García Granda fue detenido en la Plaza Mayor en compañía de dos camaradas el 18
de octubre de 1945, torturado salvajemente y juzgado por un Tribunal Militar en
enero de 1946. Su actitud ante el tribunal no pudo ser más digna, coherente y
valiente. A la acusación del fiscar de ser “bandoleros”
respondió:
“El fiscal nos llama bandoleros. No, no lo
somos. Los bandoleros son quienes nos acusan, quienes martirizan y matan de
hambre al pueblo. Nosotros somos la vanguardia de la lucha del pueblo por la
libertad. Este juicio es una farsa en la que se nos acusa de delitos que no
hemos cometido. Pero tenéis prisa por deshaceros de nosotros. No queréis que el
mundo vea nuestros cuerpos martirizados. Queréis ensuciar con este juicio al
glorioso movimiento guerrillero. Podréis matarnos, porque para eso habéis
asaltado el poder. Ese es vuestro oficio. Pero desde este banquillo, que muy
pronto ocuparéis vosotros, yo, en nombre de mis compañeros, os digo: ¡Estamos
orgullosos de pertenecer al movimiento guerrillero!”
Su
defensor, otro militar de oficio que malditas las ganas que debía tener de
defender a un comunista, no encontró otro argumento que decir que los
guerrilleros habían venido “engañados”
a España. Cristino explicó a los jueces:
“Es falso lo que dice el abogado, que
nosotros somos gente engañada. Somos patriotas antifranquistas convencidos, que
no hemos abandonado la lucha contra los verdugos que oprimen a nuestro pueblo.
He sido herido cinco veces en la lucha contra los nazis y sus lacayos
falangistas. Sé bien lo que me espera, pero declaro con orgullo que cien vidas
que tuviera las pondría al servicio de la causa de mi pueblo y de mi patria.”
Ni
las numerosas protestas de organizaciones francesas y de todo el mundo, ni las presiones
periodísticas y ni la propia intercesión del gobierno de De Gaulle, que no
podían comprender que un héroe de Francia fuera a ser fusilado en España por
Franco, consiguieron aplacar la sed de sangre del Caudillo. Cristino García
Granda y 11 compañeros, varios de ellos también procedentes de las guerrillas
francesas, fueron fusilados finalmente el 21 de febrero de 1946.
Al
día siguiente al asesinato, la Asamblea Nacional Francesa aprobó por unanimidad
una moción conjunta de condena:
“La Asamblea Nacional Constituyente recibe,
con indignado dolor, la noticia de la ejecución de Cristino García y de sus
compañeros de lucha, fusilados por el odio a la libertad que poco ha habían
defendido en nuestra tierra. La Asamblea traduce la protesta de la conciencia
francesa ante esta nueva aplicación de métodos de represión condenados por el
mundo civilizado. La Asamblea invita al Gobierno francés a que prepare su
ruptura con el Gobierno de Franco. La libertad nace siempre de la sangre de los
mártires”
El
25 de octubre, el ejercito concedió a Cristino García Granda la máxima
condecoración militar francesa, la Cruz de Guerra con medalla de plata, a
título póstumo, que le sería entregada oficialmente a sus camaradas seis meses
después en un gran acto en el Velódromo de París, el lugar en el que durante la
ocupación se recluyó a los judíos hasta su traslado a los campos nazis, por los
ministros de Guerra y de Reconstrucción, François Billoux y Charles Tillón,
ambos recientes resistentes. Las razones eran sobradas:
“Cristino García, teniente Coronel.
Resistente desde la primera hora, dotado de
un alto espíritu de organización y de combate. Ha tenido bajo su mando las
brigadas españolas de los departamentos de Lozere, Ardeche y Gard. Por sus
repetidos ataques en la zona minera ha impedido el trabajo durante largos
meses. Organizado del asalto a la cárcel de Nimes que liberó a los presos
políticos. Bajo sus ordenes se ha liberado combate al enemigo en Gard, La
Madelaine y en Prescrimet, haciendo en conjunto, a pesar de la desproporción de
fuerzas y de material, 1.300 prisioneros a los alemanes y 600 muertos en el
curso de los combates ordenados y dirigidos por este jefe de élite.”
Durante
el proceso y tras la ejecución los periódicos franceses expresaron en sus
titulares toda su rabia contra el asesinato del héroe:
Le Patriote: “Los partisanos del Alto Garona exponen su indignación por el nuevo
asesinato que prepara Franco”
La Voix du Peuple, el 31 de enero: “Francia debe salvar a Cristino García
Granda, Francia debe intervenir inmediatamente”
L’Humanitè, 5 de febrero: “Los sindicatos piden la detención de todo
apoyo económico a Franco, el asesino”
Front National, mismo día: “¿Dejaremos asesinar fríamente por Franco
los mejores hijos de España? El gobierno de la República debe conceder a
Cristino la nacionalidad francesa”
France Nouvelle, 23 de febrero: “Liquidar a Franco, para nosotros los
franceses, significa ejecutar a un enemigo.”
Tele-Soir: “La ruptura con Franco no puede dilatarse más”.
Otros: “Ni relaciones comerciales ni diplomáticas”, “La CGT contra Franco”
Como
consecuencia de las numerosas protestas contra el asesinato de García Granda el
Gobierno francés cerró durante dos años las fronteras con España.
Un
último rasgo definitorio de Cristino: Antes de partir de Francia para atravesar
clandestinamente la frontera y regresar a España a seguir luchando, lo último
que hizo fue visitar en su residencia de Pau al músico Pau Casal, al que había
tratado durante la ocupación manteniendo una relación de admiración y respeto
mutuos devenidos en amistad. ¿De que pudieron hablar en aquella despedida el
guerrillero de 31 años, que prácticamente no había tenido en su vida otra cosa
en la mano que no fueran armas, y el culto, sensible y eximio violonchelista,
casi ya un anciano de 68 años?
Recuento al hilo de la memoria
Cuando
en 1969 Antonio Vilanova publicó en París su fundamental estudio sobre los
exiliados españoles en la Francia ocupada lo tituló, significativamente, “Los olvidados”. En estos momentos de
recordatorio y homenajes a los libertadores de París, el calificativo que se
podría dar a los guerrilleros republicanos españoles que participaron en
aquella gesta bien podría ser, como en una saga cinematográfica, “Los olvidados-2”. Pero no siempre fue así.
Por
seguir poniendo como ejemplo a Cristino García, si hoy se repasa el callejero
de varias ciudades francesas, Saint Denis o La Madelaine, por ejemplo, se
encontraran calles, placas y monolitos que llevan su nombre y recuerdan su
gesta. O en el distrito X de París, cerca de La Porte de Montreuil, junto a la
calle Émile Zona y la Avenida Jofree, donde se le dedicó una pequeña calle en
curva.
Es
casi un tópico considerar que los franceses ignoraron y ocultaron la importante
participación de los republicanos españoles en la lucha contra los nazis y en
las batallas de liberación. Es cierto a medias, y sólo sucedió posteriormente,
cuando en el contexto de la guerra fría la historiografía gaullista magnificó
la figura del general como El Gran Libertador y estableció que sólo los
franceses habían echado de Francia a los ocupantes. Era sin duda un ejemplo de
desmemoria histórica, porque sólo unos años antes, en el momento estelar del
paseo de la victoria en París, habían sido los españoles de La Nueve los encargados
de escoltar y proteger a De Gaulle durante el desfile. En el mismo sentido de
reconocimiento por su lucha, en septiembre de ese mismo año en Nancy impuso de
propia mano la Cruz de Guerra a tres de los españoles de la compañía, y Amadeo
Granell, uno de sus más destacados integrantes, llegó a recibir La Legión de
Honor.
Durante
los primeros años de la liberación se sucedieron los homenajes a los
guerrilleros republicanos españoles, aunque no tanto por parte de la Francia
oficial, como de la civil representada por los compañeros franceses que habían
compartido la lucha con ellos. Se erigieron monolitos en aquellas ciudades que
habían liberado, se inauguraron placas y se bautizaron con su nombre calles,
plazas o colegios que aún los llevan con orgullo. Todavía hace tan sólo unos
años pude encontrar en el Museo de la Resistencia de Carcassone sus nombres,
sus rostros y sus gestas. El olvido vino después, cuando los intereses
políticos recomendaron tergiversar la historia real.
A
ese olvido de la historiografía francesa es al que debía referirse Vilanova con
su título, porque si a España se hubiera referido no hubiera podido hablar de
olvidados, sino de ignorados. Durante el franquismo, los resistentes antinazis
españoles en Francia no sólo no fueron reconocidos como tales, sino que se les
consideró simplemente criminales y como a tales se les trató. No sólo olvidados
e ignorados, sino vilipendiados.
Es
de suponer que para muchos de ellos la muerte del Caudillo y la consiguiente
democratización del país supusieran no sólo la oportunidad de acabar su
largísimo exilio, sino también la de lograr la reivindicación de sus vidas y de
su permanente lucha por conquistar la libertad para su patria. Lo consiguieron,
una vez más, a medias y nunca apoyados por la España oficial, que tal vez
temerosa de remover el pasado volvió a olvidarlos e ignorarlos de nuevo. Consideremos,
por otro lado, la llegada al poder en 1982 de los socialistas de Felipe
González, que hubieran tenido la obligación moral de reivindicarles, sometidos
a una lógica oportunista y partidista reaccionaron como el mismísimo De Gaulle,
estableciendo el principio antihistórico de que sólo ellos había traído la
democracia a España, y que cualquier dato que alterara ese principio debía ser
directamente ignorado. ¿El resultado?: "Los olvidados- 2"
Y
sin embargo, los nuevos dirigentes de la España democrática tenían numerosa y
fidedigna información sobre aquellos compatriotas que con tal valentía había
defendido la dignidad de la patria republicano ante la barbarie nazi-franquista. En los últimos años 70 y
primeros 80 se multiplicaron las publicaciones sobre el tema, bien fuera en
libros que obtuvieron buena repercusión, de los cuales algunos van citados en
estas páginas, pero a los que podríamos añadir varios más, como las obras de
Teresa Pamies, Jose Gros, Monserrat Roig o Jorge Semprum, o en las numerosas
entrevistas, artículos y memorias que se les dedicaron en periódicos y revistas
de todo tipo. Los republicanos españoles exiliados en Francia y su gesta
estaban ahí, a la vista de todos sólo a cambio del esfuerzo de querer verlo. Si quienes bien podían haber corregido aquel
olvido los ignoraron de nuevo y pasaron por alto lo que sabían negándose a ver,
deberían contabilizar este comportamiento en el “debe” de su cuenta vital,
moral y política.
Por
eso hay que recibir con la mejor cara los recientes homenajes y recordatorios a
los héroes de La Nueve. Sabiendo, no obstante, que no fueron los únicos, que
también estuvieron allí, en la guerrilla, en la clandestinidad, en las redes de
evasión, en las organizaciones solidarias y de apoyo, miles de españoles que
también fueron héroes y que como tales merecen reconocimiento, homenaje y
recuerdo. No sólo por lo que hicieron, que también, sino quizás sobre todo
porque sus vidas ofrecen, en este mundo gobernado por el neocapitalismo
financiero y especulativo, un ejemplo de lucha, coherencia personal y política,
esfuerzo, altruismo y fidelidad a unos principios que, aún quizás con excesos
de dogmatismo, siguen constituyendo un modelo de las mejores cualidades del ser
humano. Si no se rindieron entonces ante Hitler y Franco, mal habrían de
someterse ahora aquellos viejos resistentes a las ventas a plazos de la
felicidad con que el sistema nos domestica.
NOTA DE JUSTICIA. Pese a que en el texto haga constante referencia a
la militancia comunista de los guerrilleros de la FTPF-MOI, no hago sino decir
una verdad, que, no obstante, debe ser matizada. De igual manera que la
ideología política mayoritaria entre los españoles de La Nueve era la
anarquista, es igualmente cierto que el grueso de la resistencia de los
republicanos en Francia fue comunista, aún participando en los mismos grupos
guerrilleros de otras ideologías. No fueron los únicos, pero sí los más
numerosos y mejor organizados. También los anarquistas montaron sus propios
grupos guerrilleros, que actuaron especialmente en la zona pirenaica, con gran
valor. Incluso el PNV montó su propio Batallón Vasco, que participó muy
activamente en la liberación de los departamentos de los pirineos atlánticos.
Todos ellos compartieron una gesta histórica que aún no ha sido reconocida como
merece.
NOTA DE JUSTICIA. Pese a que en el texto haga constante
referencia a la militancia comunista de los guerrilleros de la FTPF-MOI, no
hago sino decir una verdad, que, no obstante, debe ser matizada. De igual
manera que la ideología política mayoritaria entre los españoles de La Nueve
era la anarquista, es igualmente cierto que el grueso de la resistencia de los
republicanos en Francia fue comunista, aún participando en los mismos grupos
guerrilleros gentes de otras ideologías. No fueron los únicos, pero sí los más
numerosos y mejor organizados. También los anarquistas montaron sus propios
grupos guerrilleros, que actuaron especialmente en la zona pirenaica, con gran
valor. Incluso el PNV montó su propio Batallón Vasco, que participó muy
activamente en la liberación de los departamentos de los pirineos atlánticos.
Todos ellos compartieron una gesta histórica que aún no ha sido reconocida como
merece.
OTRA NOTA
Las canciones que van enlazadas
en el texto corresponden al disco “Canta del Exilio/ ¿Cuándo llegaremos a
Sevilla?” (Movieplay-Gong, 1978).
Antonio Resines. Músicas y voz.
Antonio Gómez: Letras y narrador.
También cantan en el disco También
cantaban en él disco Pablo Guerrero, Teresa Cano, Quintín Cabrera y Luis
Pastor.
Testimonios: Eduardo Pons Prades,
Mariano Constante, Teresa Pámies y Villar Gómez.
Arreglos e instrumentos: Malasaña
(Luis Mendo, Manuel Aguilar, Cutu, Miguel "Judas" Sanz, José
Vellisco).
Otros músicos: Luis
"Guti" Salamanca (dulzaina), Nacho Sáenz de Tejada (guitarra), Miguel
Ángel Chastang (contrabajo), Dario Riani (acordeón), Julián Llinas (flauta),
Diego Dóncel Galán (fiscornio), Alfredo Mahiques (Trombón), Miguel Borja
(oboe), Alberto Mateo (Trompeta).