Lo que la
encuesta del CIS desvela sobre la unidad de la izquierda, su necesidad o su
inutilidad
En
esta democracia demoscópica en la que vivimos, todos los partidos políticos,
especialmente los que presienten un horizonte de triunfo a su alcance, juran y
perjuran que las encuestas electorales no tienen validad alguna, que la verdad
sólo saldrá de las urnas. Sin embargo, esos mismos que reniegan de los sondeos,
especialmente cuando les ofrecen datos que no les satisfacen, suelen guiar casi
en exclusividad su táctica política, precisamente, por esas cifras de las
encuestas que dicen abominar. Estos días lo estamos comprobando con sobrada
evidencia, así que no es cosa de insistir sobre ello.
Me
preocupa más, y eso es lo que provoca estas líneas, la interpretación que
muchos medios y los propios interesados hacen de esas fotos borrosas del
momento que son las encuestas. No digo yo que sean manipulaciones conscientes,
que nunca me atrevería a dudar de la imparcialidad de la noble profesión
periodística o de la inteligencia y honorabilidad de los aspirantes a próceres
de la Patria. Sólo digo que mienten, y que cada cual distinga si esa mentira es
fruto de la tergiversación interesada de los datos o de la incapacidad
profesional de quienes la realizan.
Un
buen ejemplo lo tenemos en esa reciente encuesta del CIS que tiene alterados a
los contertulios televisivos. No voy a referirme a la tendencia general que
apunta el sondeo porque resulta demasiado deprimente. Lo mires por donde lo
mires, todo confirma la verdad del famoso dicho que muchos atribuyen al torero
cordobés Rafael Guerra Bejarano pero que, al parecer, la escribió el Marqués de
Talleyrand, un gabacho ingenioso: “Lo que
no puede ser, no puede ser, y además es imposible”.
Como
interesado en esa cosa intangible de la unidad de la izquierda, me llama especialmente
la atención que al exponer los datos de la citada encuesta la mayor parte de
los medios que habitualmente repaso atribuyan (excepto eldiario.es, que ofrece
una información ajustada a la realidad) a un 15,7% de porcentaje de voto a Podemos,
correspondiente a 45/49 escaños. Avisan, tal vez para justificar su desidia o
su partidismo, que esas cifras incluyen los resultados de las otras marcas de Podemos,
las Mareas gallegas, En Comú Podem y Compromís-Podemos. Así lo dicen: “marcas”,
no plataformas, candidaturas unitarias o simplemente coaliciones de las que
forma parte Podemos. Y se quedan tan
anchos, satisfechos del deber cumplido. Por la misma regla de tres y con igual
injusticia se podrían atribuir a Izquierda Unida los 15 diputados de las candidaturas
catalanas y gallegas en las que también participan, lo que podría a Alberto
Garzón al frente de 18 parlamentarios, posibilidad que le haría dar palmas con
las orejas.
Sin
embargo, esa viciada práctica de atribuir a una sola parte los resultados de
todo el conjunto, aparte de ser un engaño que da a la ciudadanía una visión
sesgada de la realidad, impide analizar con rigor la situación actual de la
izquierda española y minimiza la profunda diferencia que para los resultados
finales hubiera podido suponer el hecho de que que los partidos y
organizaciones que la representan fueran a las elecciones unidos o separados.
No insistiré. Los simples datos no sólo hablan por sí solos sino que cantan a
capella.
Si
se mira este cuadro publicado en diario.es y se hacen cuentas se podrá
comprobar que en las 39 provincias en que Podemos se presenta en solitario
consigue no un 15,7% de los votos, sino un más reducido 9,1%, y el número de
diputados exclusivos no suman 45 o 49, sino que se quedan entre los 23 y los
25. Por su parte, Izquierda Unida, aún bajo el seudónimo de Unidad popular, no
llega más allá del 3,6% y 3 o 4 parlamentarios.
Los
resultados en las 11 provincias que forman las comunidades en las que ambos
partidos se presentan en coalición con otras fuerzas son bien distintos. Cierto
es, y pienso que es un dato a destacar, que dichas candidaturas unitarias están
participadas no sólo por los partidos citados u otros, sino además por
organizaciones ciudadanas de importante implantación y prestigio, y cuentan, por si fuera poco con
el apoyo de líderes tan populares como Ada Colau o Mónica Oltra y, en Galicia,
por los alcaldes de algunas de sus principales ciudades.
Pero
los números son los números, vamos a ellos. Dichas candidaturas obtendría un
total de 22/24 diputados y estarían entre el 20 y el 25 por ciento del
porcentaje de votos de sus respectivos territorios (20% y 10/11 diputados de En
Comú Podem, 21% y 7 escaños de Compromís-Podemos y los gallegos de En Marea
nada menos que alrededor del 26% y entre
5 y seis escaños).
Recordemos
lo que ya se ha indicado. Estos resultados corresponden a 11 provincias sobre
un total de 50 (y dos ciudades autónomas). IU se presenta en solitario en 42.
Podemos lo hace en 39, entre ellas algunas con tantos diputados y tanta
presencia del partido como Madrid, Zaragoza o el conjunto de Andalucía.
Sumen
y resten, que la aritmética ha sido siempre un juego emocionante. Ahora parece que las cartas están echadas y no es cuestión de ponerse a lamentar lo que pudo haber sido y no fue, pero es de suponer que
en enero habrá que plantearse de nuevo la pregunta de si la unidad suma o resta
y de si la izquierda de un tipo o de otro va a seguir dándole vueltas a los
pliegues insondables de sus ombligos o va a levantar la vista y mirar al
futuro.
De
momento, y como cierre de campaña, propongo a las izquierdas (patrias,
nacionalistas o autonómicas), que escuchen esta vieja Bamba mexicana que canta
Manolo García y pongan especial atención en esa copla que sentencia (permítanme
la paráfrasis):
“Para asaltar el cielo
se necesita
una escalera grande.
Una escalera grande
y otra chiquita”.