Blasco Ibañez y el cine (5)
Andanzas cinematográficas de un literato valenciano en la corte de Hollywood
5.- Cuatro películas desaparecidas para estrellas que apagó el sonoro
La ayuda prestada por los personajes y
las historias de Blasco Ibáñez a la creación de los mitos representados por
Rodolfo Valentino y Greta Garbo constituye, a mi entender, la mayor aportación
al cine por parte del escritor valenciano. Pero no fue la última. Entre los dos
filmes de Valentino y los dos de Garbo, Blasco aportó cuatro nuevos argumentos
al cine de Hollywood, dos de ellos extraídos de sendas novelas previas (“Los
enemigos de la mujer”, 1923, y “Mare Nostrum”, 1926) y otros dos
escritos directamente para el cine y, que yo sepa, nunca publicados en libro (“Argentine
Love” y “Circe, the enchantress”, ambas de 1924). Excepto algunas bobinas incompletas de “Los
enemigos de la mujer”, que se conservan, parece ser, en la Biblioteca del Congreso
de los Estados Unidos, estas cuatro películas están desaparecidas, así que poco
se puede hacer con ellas, salvo imaginarlas, en la medida de lo posible, que es
poco.
Por el escaso rastro que han dejado se
puede colegir que no tuvieron demasiado éxito ni repercusión, pese a ser todas
ellas producciones lujosas de alto coste, estar protagonizadas por auténticas
estrellas del momento, aunque con el tiempo hayan caído en el olvido, y contar
con directores solventes e incluso brillantes. Por lo que se puede deducir
leyendo las sinopsis argumentales que he podido rastrear aquí y allá, estos
cuatro filmes insisten en las mismas características estructurales y
argumentales (un tanto desmelenadas, eso sí) que habían conducido al éxito de “Los
cuatro jinetes…” y “Sangre y arena”, y que
inmediatamente se lo darían a “Torrent” y “The Temptress”, aunque no
les sirvieron de mucho.
Según la ya citada carta a Martínez de la Riva de octubre de 1921, los
productores comenzaron a proponerle que
elaborara argumentos originales inmediatamente después del éxito estreno de “Los
cuatro jinetes...” y recién producida “Sangre y Arena”.
Blasco escribió, no sin una cierta petulancia de provinciano triunfador en la
capital del mundo:
"En este momento trabajo muchísimo..., pero es
escribiendo novelas cinematográficas para las dos casas más grandes y poderosas
de los Estados Unidos, y como es natural del mundo entero: la Metro y la Famous Pley (sic). Hasta ahora habían sacado films de mis
novelas. En el presente momento escribo novelas inéditas, directamente para el
cinematógrafo. El cinematógrafo llena el mundo, pero todavía no ha llegado
nadie a ser un novelista universal cinematográfico."
Tango
trágico para Bebe Daniels
Los primeros que produjeron un
argumento original de Blasco fueron los históricos pioneros de Hollywood Adolph
Zukor, austrohúngaro emigrado, y el californiano Jesse L. Lasky, fundadores de
las empresas Famous Players-Lasky, a la que incorrectamente se refería el escritor
en su carta, y Paramount Pictures. Ellos fueron los productores y
distribuidores de “Argentine Love”, que es el título USA de la película y que en
la versión hispana se tradujo por “Tango trágico”, que parece resumir
bastante bien la esencia de la cinta.
No he encontrado otro resumen
argumental que una breve reseña publicada en Nueva York a raíz del estreno en
diciembre de 1924. En ella, aparte de calificar a Blasco de “capitán del romance”, se adelanta que la
acción transcurre entre Argentina y Estados Unidos y que se cuenta la historia
de Consuelo, una joven “española”
(hay que suponer que quieren decir argentina)
amada por dos hombres, un terrateniente de la pampa y un ingeniero
estadounidense. La chica se escapa con el norteño a su país la víspera de su
boda con el pampero, pero pasa el tiempo y vuelven a encontrarse, lo que da
lugar a una marimorena que no he conseguido desentrañar pero que tiene toda la
pinta de ser tremenda.
Del papel de Consuelo, la mujer fatal
de turno, se encargó Bebe Daniels, actriz de largo recorrido que había empezado
como niña actriz y que para esos años ya llevaba una cincuentena de películas a
sus espaldas, a las que hay que sumar las otras tantas que aún le quedaban por
delante. Su mayor éxito, por el que debería ser recordada para siempre, lo
obtendría en 1933 como protagonista del musical de Busby Berkeley “La calle 42” . Entre tanto ajetreo aún tuvo tiempo para escribir
sus propios programas de radio, producir películas de otros e incluso ser
heroína de la II Guerra
Mundial, que pasó en el Londres bombardeado. Algo importante debió hacer porque
en 1948 el presidente Harry S. Truman la condecoró de propia mano con la Medalla de la Libertad. En 1963
Daniels sufrió una apoplejía que la retiró totalmente hasta su muerte por
hemorragia cerebral ocho años después, cuando ella tenía 70. Y es que hay
muchas películas en las películas.
Dwan, con gorra, en su traveling |
La
cinta que produjo el ciudadano Kane
Lo más destacado de “Enemies
of woman” (1923), la película que siguió inmediatamente a “Sangre
y arena” (1922), es la figura de su productor y la trágica historia de
la actriz que la protagonizó. Él era el magnate periodístico y cinematográfico
William Randolph Herarst (sí, el mismísimo Kane de Welles), que siguiendo su
gusto por la ostentación no ahorró un dólar en la producción, realizando todo
el rodaje en Montecarlo y sus casinos, donde transcurre una acción entre
personajes que Ramiro Reig define con un escueto “duques y condes de diversas nacionalidades”. No creo que hagan
falta más explicaciones sobre el ambiente de lujo de la película. Quien lo
desee puede leer directamente la novela original, “Los enemigos de la mujer”, que se había publicado en 1919 y que se
puede encontrar en internet. Comienza con un axioma categórico: “El príncipe repitió su afirmación: --La gran
sabiuría del hombre es no necesitar a la mujer”. A partir de ahí todo es
posible.
Según una de las versiones que circulan
sobre “Enemies of woman” bien podría ser que Hearts hubiera organizado
todo el tinglado para ayudar a la protagonista, Alma Rubens, de la que se había
convertido en protector, bien por haber tenido una historia amorosa con ella o
bien por ser la actriz íntima amiga de la fiel amante del magnate, Marion
Davis. O por las dos cosas a la vez, vaya usted a saber. Rubens, que tenía
entonces 27 años y llevaba 10 en el cine, había interpretado ya una cuarentena
de papeles en otras tantas películas de todo tipo de géneros y gozaba de un cierto
renombre, especialmente desde el éxito que había obtenido con “Humoresque” (Frank Borzage, 1920). Pese
a ello, un dolor vital le asomaba en los ojos.
El problema de Alma (premonitorio
nombre para una vida atormentada) era la heroína y las drogas en general, a las
que llevaba años enganchada y que la convirtieron en una persona inestable y
una actriz conflictiva. Se retiró derrotada en 1929 y sus dos últimos años de
vida debieron ser un infierno. Fue detenida y juzgada por tráfico de drogas, y
un resfriado convertido en neumonía la hizo caer en estado de coma y fallecer
el 22 de enero de 1931. Tenía 33 años y se llamaba Alma Genevieve Reubens.
Cuando cambió, o le cambiaron, el apellido por el más artístico de Rubens, el
Estudio la lanzó como descendiente, es de suponer que lejana, del pintor
flamenco.
Con todo el despliegue de medios que
realizó Hearst en la producción de “Enemies of woman”, quizás el mayor
lujo de la película fuera, no obstante, su protagonista, Lionel Barrymore, gran
señor de la escena y el cine norteamericanos que en aquel momento estaba en la
cumbre de la fama, en lo alto de un podio que sólo aspiraban a disputarle sus
propios hermanos, Ethel y John.
Como dato anecdótico, aunque gracioso,
señalar que en el reparto estuvieron, sin acreditar, dos actrices que darían
que hablar en el futuro: Clara Bow, ya conocida por sus escándalos y amoríos y
que cuatro años después protagonizaría “Alas”
(William A. Wellman, 1927), el primer Oscar de Hollywood a la mejor película,
que cuya ficha aparece como “chica
bailando sobre una mesa” y la insigne Margaret Dumont (“belleza francesa”), ya por entonces la
hilarante dama seria de los vodeviles de los Hermanos Marx, papel que
inmortalizaría luego en el cine.
La filmación de esta película es
probablemente la que más de cerca siguió el propio Blasco, que ya residía en su
lujosa residencia de la
Costa Azul , comprada con los dineros ganados en Hollywood, y
se trasladó durante buena parte del rodaje a Montecarlo, donde al parecer
asesoró al director, Alan Crosland, en distintos aspectos no especificados. Hay
testimonio directo de ello.
En el último relato de sus “Novelas
de la Costa Azul ”,
publicado en Valencia en 1924, un años después del estreno de la película,
contó la experiencia de un rodaje que, por primera vez había vivido tan de
cerca. Lo título “Cómo los americanos cinematografían una novela”, y le dio un
cierto tono de crónica novelada o de ficcionalización
de la realidad, como si presintiera que ahí estaban, en el horizonte, Truman
Capote o Tom Wolf para cambiar la novela y el periodismo. Nuestro escritor
tenía sin duda sentido dramático. Léase, como prueba, la primera página del
cuento-reportaje, que así reproducida tiene todo su sabor:
Los que irrumpen en la tranquilidad
franciscana del escritor, no constituyen, como dice haber temido en el primer
momento, “una invasión de fascistas que
hubiera atravesado la frontera” (recuérdese que Musolinni acababa de tomar
el poder y que Blasco era un antifascista prematuro), sino una troupe de
cómicos del cine con sus “caballeros
vestidos de smoking y damas elegantes y hermosas, escotadas, en traje de soirée”.
Uno de ellos se adelanta a los demás y le da la mano, campechano, mientras le
suelta sin más ni más:
“-Mister Ibáñez: venimos de Nueva York, enviados
por la Cosmopolitan
Productions para filmar su novela “Los enemigos de la mujer”…
Al saber que estaba usted en casa nos hemos dicho: ‘vamos a ver a míster
Ibáñez’. Y aquí nos tiene”.
Quien se muestra tan efusivo es el
actor Pedro de Córdoba, que interpreta un importante papel en la película y que
es el principal interlocutor del autor. Blasco se muestra exultante en el
relato, admirado y fascinado por el proceso de rodaje y todo lo que lo rodea.
Le asombra la incansable actividad de los yanquis, que desde las seis de la
mañana están en pie contratando figurantes o músicos y organizando las tomas
para acabar de madrugada jugándose los cuartos a la ruleta. “¡Qué disciplina y qué salud!”, escribe,
embobado y quién sabe si envidioso. Le fascina su facilidad para hacer posible
lo imposible. “Cuando hay dinero para
gastar, ¿sabe usted? Cuando hay plata abundante, nada es imposible”, le
aclara el susodicho actor cuando Blasco se sorprende porque el director anuncia
que se rueda a las seis de la madrugada de lo que ya es ese mismo día. Le
deslumbra, sobre todo, su capacidad, la de aquellos peliculeros y la del cine,
para transformar la realidad y el tiempo mediante los decorados, la
ambientación o los cientos de extras vestidos de otra época. Incluso cambiando
la hora del reloj de la torre. No obstante, Blasco es ya demasiado mayo y no
puede eludir su vieja preocupación por la realidad y la ficción:
“El orden de los años también parecía invertirlo,
lo mismo que el de las horas. Era la plaza del Casino tal como yo la había
visto durante la guerra. Oficiales convalecientes paseaban, formando grupos.
Varios inválidos con gorra de cuartel tomaban el sol en los bancos. Toda esta
muchedumbre era fingida, o dicho con grosera exactitud, era una muchedumbre
pagada”.
Pero lo que de verdad fascina a Blasco
en aquellos felices días del rodaje de exteriores en el principado monegasco
son los actores. En ellos, asegura, ve personificados los personajes que él
había imaginado. Su creación puesta en pie:
“Al aproximarme al Casino me fueron saliendo al
encuentro los principales personajes de “Los enemigos de la mujer”. Besé la
diestra de una gran señora que bajaba las gradas vestida lujosamente. Era la
duquesa Alicia representada por la hermosa artista californiana Alma Rubens. Un
gentleman puesto de frac se echó atrás las alas de su capa negra y banca para
saludarme. Sólo podía ser el príncipe Lubimoff. Y reconocí los ojos felinos y
misteriosos, el gesto de Hamlet del gran actor americano Lionel Barrymore,
héroe de los teatros de Nueva York”.
Deslumbrado y entregado, Blasco
reconoce:
“En estos días no escribí ni hice otra cosa que
seguir a Crosland, sirviéndole de intermediario, poniendo a su disposición
todos los conocimientos y experiencias que han podido proporcionarme varios
años de vida en la Costa
Azul.”
Adorando
a la encantadora Murray
En 1924 –o el anterior, porque esta es
la fecha de estreno-- la actriz Mae Murray y su marido, el director Robert Z.
Leonard, le pidieron a Blasco un argumento original para la próxima película
que pensaban realizar con Tiffany Productions, su propia productora. El
escritor decidió meterle mano a la mitología, un tema que, como la historia, le
apasionaba, y se sacó de la manga “Circe, the enchantress” (“Circe,
la hechicera”, aunque en España se tituló “La encantadora Circe”,
que más bien trastoca el sentido original del título).
Circe es un mito bien conocido. La hija
de Helios, el mismísimo Sol, y de Perseis, parida por el océano, cuyo poder
para convertir en animales a los enemigos y saciar de amor a los queridos tanto
juego había dado a Homero y tantos placeres y sufrimientos a su Ulises. ¿Cómo
tradujo Blasco esa mitología tan mediterránea al argumento contemporáneo de una
película de Hollywood? Resultaría interesante saberlo, pero no parece posible,
porque la película está desaparecida, o yo no la he encontrado, y no existe, o
yo no conozco, copia de aquel guión-escenario. Sólo pueden consultarse algunas
breves sinopsis que apenas sirven para hacerse una idea de por dónde va el
drama, que, por otra parte, parecen tener numerosos puntos en común con otras
historias de Blasco, especialmente en el prototipo de protagonista femenina que
presenta, una mujer inocente y buena que ante un hecho dramático de la vida se
da al libertinaje, para acabar comprendiendo demasiado tarde que ese camino
sólo la conduce a la infelicidad. Una y otra vez Blasco repitió en sus mujeres
fatales el proceso moral de transgresión, culpa, arrepentimiento y expiación,
todo muy judeocristiano pese al anticlericalismo feroz del escritor.
Circe se llama en la película Cecile
Brunner (¡cómo le gustaban a Blasco los nombres sonoros y centroeuropeos para
sus heroínas!) y es un jovencita virtuosa que tras la muerte de su madre se
convierte en una auténtica vampiresa. El libertinaje y el exceso son ya su
única norma y el placer su única moral, hasta el punto de ser incapaz de
reconocer al amor cuando se le presenta, rechazando la declaración amorosa del
doctor Wesley Van Martyn, que le reprocha su estilo de vida y le pide dejarla.
Cecile se sumerge más aún en su círculo desenfrenado, centrado al parecer en el
mundo alocado que rodeaba ese nuevo ritmo que estaba naciendo, el jazz, lo que
debería haber conferido al filme un interés documental especial. Cecile se
marcha lejos, donde sigue haciendo de las suyas hasta acabar hastiada de tanta
juerga y disipación. Se arrepiente, pero queda inválida al ser arrollada por un
coche en su intento de salvar a un niño del atropello. En su desgracia, es doctor
Wesley, que al parecer reaparece, quien la salva y cuida.
De interpretar a Cecile Brunner se
encargó Mae Murray. Era una actriz veterana,
ya con una buena cantidad de películas a sus espaldas, que se encontraba
en la cima de una exitosa carrera que llegaría a lo más alto al año siguiente con
su interpretación de “La viuda alegre”,
obra maestra de Eric von Stroheim que la introduciría en la historia del cine.
Sin embargo, y aunque ella no lo supiera, estaba dando sus últimos pasos
cinematográficos. El sonoro que llegaría un año después la devoraría como a
tantas otras estrellas del mudo, si bien parece que también contribuyó a ello
la violenta disputa que mantuvo con el superproductor Louis B. Mayer, quien la
incluyó en su particular lista negra y la impidió trabajar con cualquier otra
productora a partir de 1931. Según la crítica del New York Times de diciembre
de 1924, cuando se estrenó la película en cuestión, todo en Circe-Murray era “exótico, elegante, delicado y esbelto”.
No se tiene noticia del éxito de “Circe,
the enchantress”, pero alguno debió tenerlo, al menos en medida
moderada, ya que el filme se distribuyó por toda Europa, aunque tuvo problemas
con la censura en algunos países. En Italia, por ejemplo, sede de la central
católica del Vaticano y en la que Mussolini hacía dos años que había tomado el
poder, se suprimieron varias escenas de orgias y se prohibió para menores de 15
años. Un dato para anotar es la presencia en la ficha técnica, como
escenógrafo, de Cedric Gibbons, histórico director artístico de la Metro , que firmó los
decorados de alrededor de 1.500 película, por las que fue nominado al Oscar en
28 ocasiones y premiado en 11.
Una
de espías
De “Mare Nostrum”, la última
de estas películas desaparecidas de Blasco Ibáñez, o basadas en sus escritos,
se puede decir, así a botepronto, que quizás se trate de la primera película
específicamente de espías de la historia del cine, realizada nueve años antes
de que Hitchcock pusiera de moda el género con “Treinta y nueve escalones” (1935). Aunque quizás no sea del todo
cierto, francamente, tampoco es mentira del todo.
En 1918, tras el éxito que ya había
obtenido “Los cuatro jinetes del apocalipsis”, Blasco decidió dedicarle
dos novelas más a la Gran
Guerra que acababa de terminar. Las tres se llevaron al cine,
aunque ninguna de las dos últimas alcanzara, ni de lejos, la altura literaria o
cinematográfica de la primera. Una fue “Los enemigos de la mujer”, que ya ha
salido por aquí, y la otra “Mare Nostum”, que ahora entra. Pese
a lo declarado por el propio escritor sobre sus intenciones, ninguna de ellas
es, en realidad, una novela sobre la guerra y su horror, como sí lo era “Los
cuatro jinetes…”. En “Los enemigos de la mujer” el
enfrentamiento bélico no es sino un telón de fondo sobre el que transcurre la
trama amorosa que en la película apenas se notaba. En “Mare Nostrum” --que sí
tiene una importante trama de intriga política con la que Blasco muestra una
vez más sus simpatías por los aliados-- priman también los componentes
románticos sobre los históricos.
Blasco Ibáñez era un experto en buenos
inicios, intrigantes y rápidos, de golpe inmediato e impacto seguro. El de “Mare Nostrum” es espectacular. Como un brochazo adelantado de realismo mágico
o un eco de las mil y una noches:
“Sus primeros años fueron con una emperatriz. Él tenía diez años y la emperatriz seiscientos. Su
padre, don Esteban Ferragut –tercera cuota del Colegio de Notarios de
Valencia--, admiraba las cosas del pasado”.
Pero a partir de ahí, la única magia
del relato está en las constantes alusiones didácticas a la mitología y las
leyendas mediterráneas, farragosa costumbre de lo peor de la literatura de
Blasco que en esta ocasión resulta un tanto indigesta. En su biografía, Ramiro
Reig se muestra demoledor:
“A mi juicio, las disgresiones sobre mitología e
historia (Anfitrite, Tritón, los navegantes genoveses) revelan el gusto de un
decorador de salones del Segundo Imperio. Blasco, antes de tener gustos de
nuevo rico en la vida real los cultivó en la literatura, como si quisiera
demostrar que no era un novelista de la berza, sino un excelso parnasiano”.
Punto en boca. Pese a esos excesos
discursivos, que es de suponer se rebajarían en la película, la trama tenía
todos los ingredientes necesarios para arrebatar el gusto de los espectadores
de la época. O al menos el autor, las estrellas, el productor y el director así
debieron considerarlo. Había de todo: pasión y traición, intrigas
internacionales, drama, persecuciones, peligro, exotismo, batallas marinas,
efectos especiales, pulpos, un valenciano entre el amor y el deber y una espía
alemana modelo Mata-Hari. ¿Se puede pedir más?
El mismo Reig ha resumido la trama de
manera tan clara y sucinta que me alivia de ponerme a la labor:
“La trama amorosa, que sigue las pautas que ya nos
son conocidas, va unida a un argumento de novela de aventuras. Freya pertenece
a una organización secreta alemana que quiere destruir el mundo y trabaja a las
órdenes de un malísimo doctor, que es la viva estampa del doctor No en una
novela de James Bond, y de una doctora no menos perversa, que acumula en su
persona todos los tópicos sobre este tipo de mujer. Es sabia, fea, fanática y
varonil. (…) El papel de Freya es
seducir a Ulises, el marino más experto de todo el Mediterráneo, para que
realice la difícil misión de aprovisionar de combustible a los submarinos
alemanes. Arrastrado por la pasión, traiciona a sus ideales y, poco después, se
entera que el barco donde viajaba su hijo ha sido hundido por los submarinos a
los que ayudó. La organización secreta que, como está mandado en asuntos de
espías, no quiere tener testigos incómodos, entrega a Freya a los enemigos y
persigue a muerte a Ulises. El mejor Blasco reaparece aquí, cuando se trata de
describir escenas duras, trágicas. La del fusilamiento de Freya, inspirada en
la historia de Mata-Hari, es de una emocionante belleza. Ulises muere también a
lo griego. Sabiéndose condenado, decide afrontar la muerte cara a cara,
pilotando su barco y desafiando los torpedos enemigos, para que sea el mar
quien le acoja”.
“Mare Nostrum” no debió tener la
recepción que esperaban sus responsables, incluido el propio Blasco, quien
también asistió al rodaje, que tuvo lugar una vez más en la Costa Azul y en la
propia España. Aliviado de sus componentes más discursivos, algo que es de
suponer llevo a cabo el guionista Willis Goldbeck, la historia de amor y
espionaje ofrecía atractivos suficientes que bien podían garantizar el éxito,
como demostraría la posterior versión de la novela que daría lugar en 1948 a una producción
hispano-mexicana dirigida por Rafael Gil y protagonizada por María Félix y
Fernando Rey, de la que hablaremos cuando llegue el momento. Sin embargo, la
revista Variety, biblia de la industria cinematográfica yankee, la califico de
“unquestionably draggy”, algo así
como “definitivamente pesada” o “tonta”. Por algo debía ser, aunque a la
vista de los títulos de crédito parezca difícil entenderlo, porque el filme no
solo reunía amor, acción y aventura sino, sobre todo, una buena cantidad de
talento.
De la dirección y la producción, para la MGM , se ocupó Rex Ingram,
director, guionista y productor irlandés que cinco años antes había introducido
a Blasco en América con “Los cuatro Jinetes…” y gozaba de
gran prestigio. Erich von Stroheim, nada dado a las adulaciones le había
calificado como "el mejor director
del mundo”, y Dore Schary, el mítico productor le colocó el segundo en su
particular lista de los directores más creativos de Hollywood, después de D. W.
Griffith, e inmediatamente antes de Cecil B. DeMille, y Erich von Stroheim.
El sonoro acabó con la carrera de
Ingram, como acabó igualmente con la de la protagonista de “Mare
Nostrum”, Alice Terry, que también había participado en aquel debut
cinematográfico en América del valenciano. Terry e Ingram estaban casados, e
hicieron lo mejor de sus respectivas obras en colaboración, montando un tándem
actriz-director que funcionaría perfectamente en películas como “El prisionero de Zenda” (1922), “Scaramuche” (1923) o “The arab” (1924), en las que la actriz
emparejó con Ramón Novarro, y “The Garden
of Allah” (1927), cuya versión hablada de 1936 protagonizaría Marlene
Dietrich.
Desde unos años antes la pareja residía
en Europa, muy cerca de la villa del escritor, concretamente en Niza, donde
Ingram y Terry habían fundado una pequeña empresa, Victorine Studios, con la
que produjeron varios filmes para la Metro Goldwyn Mayer, entre ellos “The Garden of Allah” y la propia “Mare
Nostrum”. Terry parece ser que quedó muy satisfecha de su película con
Blasco, que algunos historiadores dicen que era la preferida entre todas las
que había hecho y sobre la que luego declaró a la prensa que había sido “La única que me dio la posibilidad de actuar”.
También era de campanillas el
protagonista masculino, el español Antonio Moreno, en su momento más alto de
apasionado amante latino, del que ya hemos visto que ese mismo año fue
partenaire de Greta Garbo en “The Temptress” (“La
tierra del todos”).
Todo ello no sirvió para nada a la hora
del éxito. La película terminó perdiéndose en algún almacén inadecuado de
celuloide rancio.
Balance
americano
Hasta aquí llega la presencia directa
de Vicente Blasco Ibáñez en el cine de Hollywood. Entre “Los cuatro jinetes…”
(1921) y “La tierra de todos” (1926) habían transcurrido únicamente cinco
años en los que se habían producido nada menos que ocho películas sobre textos
del valenciano, seis novelas y dos argumentos originales. Si no fuera porque no
he averiguado nada sobre el tema podría decir que ocho adaptaciones de un mismo
escritor en tan corto espacio de tiempo es un record cinematográfico mundial.
El balance de resultados fue, además, extraordinario. Es cierto que la mitad de
esas obras se han perdido prácticamente en el olvido, pero la otra mitad no
sólo consiguieron grandes éxitos en su momento, sino que con el tiempo han
acabado convertidas en hitos de la historia del cinematógrafo, mojones que
marcan significativos cambios cualitativos en la construcción del cine
considerado como lenguaje, cultura e industria a un tiempo.
Antonio Moreno, Rex Ingram, Blasco Ibáñez, Alice Terry. 1926 |
Cuatro películas con las que los
personajes y las historias concebidas por Blasco Ibáñez sirvieron para fijar (o
poner las primeras piedras) los dos primeros y más importantes mitos
cinematográficos de la historia, que han permanecido en el tiempo, incluso
hasta convertirse en tópico y lugar común de sendos modelos eróticos, masculino
y femenino. El Amante Latino y la Mujer Fatal a los que dieron Forma Valentino y
Garbo, y eso es lo que cuenta en esta historia, constituyen quizás los dos
primeros mitos contemporáneos que sólo el cine, y no otras formas artísticas,
podía crear en tan poco tiempo, gracias, sobre todo, a su inmenso poder de
penetración en el imaginario colectivo del siglo XX. Pues bien, en el momento
justo y el lugar adecuado estuvo nuestro protagonista, que en el año concreto
de 1926 en el que aún estamos, se encontraba en su momento de mayor popularidad
y éxito internacional, aunque bien es cierto que también en el declive de su carrera
literaria y, lo que es peor, recorriendo el último tramo de su vida.
“Mare nostrum” (fragmento)
Continuará…
Próxima
entrega:
Fundido a negro
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