El 23-F de Jordi Évole. Falsear la realidad para
contar una verdad
Menuda la que ha
montado Jordi Évole con su falso documental sobre el intento de golpe del 23 F.
Ese chaval es más listo que las pesetas y tiene más peligro que un nublao, que
diría mi madre. Anoche, cuando el falso documental acababa, y antes del
coloquio, no pude evitar en un arrebato aceptar el guante del periodista y,
dentro de juego de espejos que nos proponía, comenté en un breve mensaje de
facebook lo ya visto, calificándolo de algo así como “excelente y clarificador
reportaje de investigación”. Me reafirmo en ello una vez bien dormido e
intentaré explicarlo.
Por supuesto que
no era la primera vez que se utilizaba la idea de falso documental como forma
de creación artística o periodística. El trabajo sobre la luna del que ha hablado
el propio Évole o la más clásica “Guerra de los Mundos” de aquel mixtificador que
fue Orson Welles, que repitió la fórmula en el falso noticiero cinematográfico
del inicio de Kane y profundizo en el tema en “F for Fake”, no son sino
antecedentes ilustres, especialmente el primero, faltaría más. En este capítulo
de antecedentes conviene recordar que a finales de los años 90, TVE emitió la
serie de falsos documentales “Páginas ocultas de la historia” en la que los
novelistas Fernando Marías y Juan Bas contaron más de una docena de
apasionantes ficciones con apariencia de realidad, algunas tan delirantes y
creíbles como la de una sociedad secreta a la que a lo largo de los siglos
habrían pertenecido Miguel Ángel, Dostoievski o el mismísimo Welles, o la de cómo
Lorca no habría muerto en el barranco de Viznar sino que habría sobrevivido
amnésico y recogido por unas monjas. Pero dejo de divagar, aunque ganas no me
falten.
En todos estos
falsos documentales, y en el propio género, lo que subyace es --aparte de una
indagación sobre los límites y la ambigüedad de aquella vieja relación fordiana entre la realidad y la
leyenda-- el cuestionamiento de la supuesta objetividad de la realidad, de las
posibles manipulaciones a que se presta lo real pasado por el visor de una
cámara y de la credulidad colectiva, que lleva a creer con la fe del carbonero lo que
se dice desde los medios o a seguir con los ojos cerrados a quienes consideran sus
líderes, por más que lo que digan o anuncien carezca de cualquier viso de
verosimilitud comprobable.
Todo eso estaba
en “Operación Palace”, pero, además, pienso que en el trabajo de Jordi Évole
había un aspecto, que me parece central para haberlo calificado de “documental
de investigación”, que le confiere una destacable singularidad. Mi refiero a
cómo una falsificación de los hechos reales puede conducir a la revelación de
una verdad. Un juego del que también participa, por ejemplo, el “ya han
terminado las noticias, ahora empieza la verdad”, o algo así, de Wyoming.
Con la
complicidad de un grupo de protagonistas reales, y de total credibilidad, de los
sucesos de aquel día, “Operación Palace” nos contó una falsa conspiración de
todos los partidos políticos parlamentarios del momento para organizar una
ocupación militar del Congreso de los Diputados de la que, paradójica e
inteligentemente, el único que no sabe que es una farsa es Tejero, su ejecutor.
El motivo de tan rocambolesca historia sería, nada más ni nada menos, que
sacralizar la figura del Rey, estableciendo una relación directa causa-efecto que
uniera indisolublemente la monarquía con la democracia. El Rey ha salvado la
democracia, luego no puede haber democracia sin rey.
La falsificación
está en la mentira de la anécdota, la verdad en la conclusión de la falsedad
imaginada. Porque si hubo una consecuencia política evidente y directa de aquel
intento de golpe fue el encumbramiento de la figura real a la altura de
personaje intocable y reverenciado, sacralizado, “que salvó España y la
democracia”. También es cierto que, aún sin la falsa conspiración, los partidos
políticos parlamentarios del momento y sus líderes, de Suárez y Fraga a Roca,
González o Carrillo, hacía tiempo que fomentaban --por convencimiento, miedo,
prevención u oportunismo-- la estrategia de que la seguridad, la estabilidad y
la modernización de España pasaba necesariamente por esa identificación de Juan
Carlos de Borbón como adalid de la nueva España y garante de la democracia. No
es cuestión baladí la reflexión cierta sobre ese cuento falso que ayer nos
contó Jordi Évole, sobre todo cuando, precisamente, comienza a cuestionarse con
firmeza el modelo político que entonces se consolidó y que ha venido dirigiendo
el Estado desde entonces.
Tenemos muy
reciente un ejemplo de cómo imágenes reales pueden servir para falsificar la
realidad, engañar y mentir. Ahí está para quien quiera verlo el primer montaje
de vídeo ofrecido por la Guardia Civil y el Gobierno sobre los terribles
sucesos de la playa del Tarajal, en el que mediante la simple alteración del
orden cronológico de los planos se intentaba demostrar que la violencia oficial
había sido la respuesta al apedreamiento de los subsaharianos y no a la
inversa. En estas circunstancias ¿no es de agradecer que alguien haga lo
contrario, que extraiga de lo falso la verdad?
Digo, Antonio, ea, arsa... En defensa de la inteligencia, siempre. El juego de intenciones de Jordi Évole es más que evidente. Pedro Calvo
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