domingo, 23 de marzo de 2014

Un copón de manifestantes y un montón de banderas tomaron Madrid en la Marcha por la Dignidad

Un copón de manifestantes y un montón de banderas tomaron Madrid en la Marcha por la Dignidad




  
Soy mal contabilizador de multitudes, por lo que no puedo dar cifra exacta del número de manifestantes que ayer tomaron Madrid en reivindicación de dignidad y justicia, aunque gente, lo que se dice gente, había un copón[1]. O dos.

No creo, no obstante, que haya que insistir en estas cuestiones numéricas, porque son intrascendentes y, desde luego, constituyen el hecho de menor significación política de manifestaciones como la de ayer. A partir de una cierta cantidad, no cabe duda de que más que el cuántos importan el quiénes, el por qué y el para qué.

Vi ayer muchas banderas hondear en la Castellana. Banderas de todo tipo y condición. Del PCE y de otras familias comunistas, de la CGT y demás variacones más o menos libertarias, de Equo y Podemos, de Catalunya (de los Països Catalans), Euzkadi y Galiza, constitucionales e independentistas, de Andalucía, Aragón, ambas castillas, Asturias y Canarias, por no decir de aquellas comunidades cuyos colores nacionales desconozco, que seguro que también.

Pero, sobre todo, lo que vieron estos ojos que se han de comer los gusanos, si no se los doy ya incinerados, fueron numerosísimas banderas republicanas. Una cantidad ingente de banderas tricolores, con escudo y sin él, industriales y caseras, pequeñas y enormes, individuales y de grupo que superaba con mucho las de cualquier otro sentido ideológico, nacional o político. Me parece significativo. Como me lo parece la práctica ausencia de enseñas sindicales de las organizaciones llamadas mayoritarias, pocas de Comisiones y prácticamente ninguna de UGT.

No sólo significativo, sino también doloroso me resulta que a lo largo de tres horas y en un doble recorrido completo de la manifestación, ascendente y descendente de Atocha a Colón y viceversa, no tropezara mi vista con ninguna enseña del PSOE. Doloroso, sobre todo, al pensar en aquello del buen vasallo si obiese buen señor, pues sin duda junto a mí se manifestaban numerosos discípulos de Pablo Iglesias o Juan Negrín cuyos jefes habían abandonado a su suerte, encerrados como están en los cuarteles de invierno.



No obstante, lo que se veía ante todo era gente, muchísima gente. Un copón de gente de toda edad, sexo y condición que coreaban o exhibían las más variadas y diversas consignas. No insistiré en la lista, pues tendría que ponerla completa y esto se eternizaría. Hasta una individual protesta había, con cartel manual incluido, contra las prospecciones petrolíferas en Canarias.

Sólo la imagen de un mosaico podría definir, a mi entender, la esencia de la Marcha de la Dignidad de ayer. Una variedad de piezas diversas, cada una expresión de su propia significación, unidas en un conjunto simple y directo que queda perfectamente explicado en la más simple de las consignas de la convocatoria: “Pan, trabajo y techo. No al pago de la deuda”.

La pregunta del millón que hoy me plateo, en esta resaca post-orgásmica en la que escribo, es si esa variedad de personas, ideologías, formas de vida y pensamiento, condición social o moral que ayer coincidimos en expresar un anhelo común por una sociedad distinta y mejor, seremos capaces de encontrar una manera unitaria y eficaz de conseguirlo.

Lo que temo es que al regresar a nuestras casas, a sus sedes aquellos que las tienen, a sus asambleas los asamblearios y a su centralismo democrático otros, volvamos de nuevo todos al cada oveja con su pareja que ha caracterizado la política de izquierdas de este país desde que tal cosa existe. Una política de reinos de taifas en la que siempre ha prevalecido, y aún prevalece de manera incompresible, lo que separa sobre lo que une, las insignificantes diferencias estratégicas e ideológicas sobre las abrumadoras coincidencias tácticas y de acción, el sectarismo sobre la razón.

A la derecha la unen sus intereses y a la izquierda la desunen las ideologías”, le escuché sentenciar a mi padre, fiel estalinista hasta que dejó de serlo, desde que tengo memoria. Romper esa dinámica perversa es condición ineludible para cualquier intento de alcanzar la mayoría social necesaria para poder cambiar el actual signo reaccionario de la historia a través de las mayorías parlamentarias. Único camino posible de transformación de la sociedad, a mi entender, una vez quedan descartadas las posibilidades de tomar el Palacio de Invierno o la Bastilla en una de estas.

Pensaba soltar algún improperio sobre el tema de los incidentes posteriores, que se han convertido en  el epílogo indeseable de toda manifestación; un epílogo con el que parecería que los guionistas de la historia nos quieren engañar con la ambigüedad del qué fue antes, si el huevo o la gallina, la piedra o la porra. Pero no voy a hacerlo. Esa es una trampa en la que no pienso caer, entre otras cosas porque no significa nada en la lectura política de la Marcha. Además, como bien sabemos los lectores de novelas de intriga, el principal sospechoso de todo crimen es el que sale beneficiado del asesinato. Sólo se trata de pensar a quiénes beneficia y a quiénes perjudican los alborotos, quiénes los utilizan para descalificar y quiénes tienen que defenderse de ellos.


Traducción de Antonio Resines:

Imaginad que no hay paraíso,
es fácil si lo intentáis,
ni infierno a nuestros pies.
En lo alto sólo el firmamento,
imaginad a todo el mundo viviendo el hoy.

Imaginad que no hay países,
no es difícil hacerlo,
nada por lo que matar o morir,
y tampoco religiones.
Imaginad a todo el mundo
viviendo su vida en paz

Diréis que soy un soñador,
pero no soy el único.
Quizá algún día os suméis a nosotros
y el mundo será de todos

Imaginad que no hay propiedades,
me pregunto si podréis hacerlo,
que no tiene por qué haber avaricia ni hambre,
una hemandad humana.
Imaginad que todos compartimos el mundo

Diréis que soy un soñador,
pero no soy el único.
Quizá algún día os suméis a nosotros
y el mundo será de todos.





[1] Copón. Medida de contabilización de manifestantes utilizada por la Conferencia Episcopal en la evaluación de asistentes a sus saraos contra el matrimonio gay, concentraciones anti-aborto o visitas papales, a las que siempre acuden, al menos, un millón de feligreses.

No hay comentarios:

Publicar un comentario