Gato Pérez. Flaires de Barcelunya (1983)
En 1983 Gato Pérez publicó “Flaires de Barcelunya”, quizás el trabajo
menos conocido de su discografía, tal vez por estar totalmente cantado en catalán;
motivo que aproveché para dedicarle un largo artículo contando su vida y milagros
en El Diario de Las Palmas.
Me llama poderosamente la atención, que
existiera una época, hoy sólo recuerdo, en la que un periódico diario, en este
caso de Las Palmas de Gran Canaria, dedicara nada menos que una página entera
al disco más marginal de un músico y cantante que, pese a que sus dos discos
anteriores, “Atalaya” y “Prohibido maltratar a los gatos” había
sido editados por la multinacional EMI y hubieran conseguido una considerable
repercusión, no era un ídolo de multitudes.
Prueba de la marginalidad de “Flaires de Barcelunya” es que ninguna
de sus composiciones estén en youtube, prueba del algodón de la popularidad
musical, por lo que las ilustraciones musicales pertenecen a otros discos. Lo
que sí está accesible son algunas de las canciones, que enlazo en cada ocasión.
DIARIO DE LAS PALMAS. 8 MARZO 1983
Javier Patricio «Gato» Pérez es, con seguridad,
uno de los más importantes compositores de canciones y cantantes de España.
Esta es una afirmación fuerte, lo sé, pero es algo que debe quedar claro desde
el principio para que no haya que insistir en ello. Los discos son las pruebas,
Gato Pérez tiene eso tan raro que se llama «estilo»: «el carácter propio que da a sus obras el artista, por virtud de sus
facultades y es como un sello de su personalidad», según el diccionario. En
este caso concreto, el «estilo» podría definirse como la facultad de ser
siempre fiel a sí mismo, sin dejar de ser diverso en cada caso, manteniendo
unas constantes creativas que perviven por encima de las transformaciones
formales que toda evolución artística conlleva. Su obra es variada, rica y
diversa, y subsisten en ella unas características formales y de contenido que
muestran toda una manera coherente y articulada de entender el arte y la vida.
Desde esta
perspectiva, parece lógico suponer que hay distintas maneras de enfrentar la
aparición de su último álbum, «Flaires de Barcelunya»
(EMI-Odeon/1983), cantado totalmente en catalán. Hemos elegido la de considerar
este disco como la culminación de una historia de amor e integración, la de un
joven argentino que llegó a Barcelona con quince años, se hizo cantante, y cuando
a alcanzado los treinta y uno le ha escrito un álbum de canciones en las que queda patente
la inmersión de una persona en una tierra.
Javier Patricio
Pérez llegó a Barcelona en 1966, en el momento en que se iniciaba un renacer
cultural, musical y político, que también habría de influir en el movimiento de
rock que inició su andadura pocos años después, al comienzo de los setenta. Sus
primeras aventuras musicales las corrió en grupos de rock más o menos
tradicionales y miméticos de lo que se hacía en los Estados Unidos, por mucho
que en uno de ellos, Slo-Blo, se
cantasen canciones de Bob Dylan en inglés (Gato Pérez) y en catalán (Albert
Batiste). Hacían música excelente, fresca, fuerte y alegre, pero era un marco
que le quedaba estrecho a la mayoría de los integrantes del conjunto, y
disolvieron el invento buscando nuevos caminos. El de Gato Pérez pasó por un
magnífico grupo que se llamó «Secta
Sónica» y en el que empieza de manera definitiva su carrera.
SECTA SÓNICA, EL PRIMER PASO
En el 76 y 77
graba Gato Pérez dos discos con «Secta Sónica», dos discos que se
encuentran entre lo más innovador e inspirado del rock español, y constituyen,
además, un avance de todo lo que va a ser la «salsa» posterior.
Desde la misma
formación del grupo, constituida por un bajo, un batería y percusionista y tres
guitarras solistas, aquel grupo ofrecía cosas nuevas. Un claro sentido de los
ritmos calientes y salseros, un cierto regusto jazzístico en las composiciones,
y un envidiable juego de las tres guitarras, convierten aquellos discos en
piezas indispensables para toda discoteca de buen degustador. Además, en estos
discos se hacen públicas las amorosas relaciones entre Gato Pérez y Cataluña,
Aunque aquellos discos
fueran totalmente instrumentales, y sus influencias rockeras, jazzísticas y
salseras, fundamentalmente, en algunos de los títulos se escapaban ya rastros
indicativos de por dónde iban a discurrir las futuras creaciones del Gato.
Cuando titulaba sus temas bajo rótulos en catalán, como «Malambo de Rafel Barrea»,
«Violentos los correas» o, sobre todo, «Al bar petxina la basca cuina un ritme que es cosa fina», se
dejaba ver ya el alerón de ese amor doble, a Cataluña y a la música caliente,
que habría de fundirse en una sola cosa: la rumba catalana.
LA RUMBA PARA TODOS
Porque en Gato
Pérez, el descubrimiento de la rumba catalana y lo que hace con ella significa,
a mi entender, el punto central de su obra. La rumba catalana es la
representación de la Cataluña que ama Gato Pérez, no la Cataluña del «seny» y «Banca
Catalana», sino el amor a una Cataluña mestiza de gitanos, emigrantes, pageses,
trabajadores, noctámbulos, camioneros, marginados, gente de la farándula,
travestis, rumberas, prostitutas, descargadores de muelle, pequeños maleantes.
Esa ciudad que también describe Josep María Carandell en su «Nueva Guía Secreta de Barcelona», la de
los Siete Barrios y la del barrio Chino, Una Barcelona variopinta, con unos
habitantes que luchan por la vida y por integrarse en la sociedad en que viven.
La rumba, género
mestizo por excelencia, es la sangre que corre por las venas de la música de
Gato Pérez, y podría preguntarse -quizás haya quien lo diga, porque hay gente
que dice cualquier cosa- que ¿cómo se puede ser artista de verdad, de los que
merecen la pena, cantando rumbas? El mismo se encarga de dar respuesta a la pregunta.
La rumba es una música con genealogía:
«Mercachifles y marineros/ trajeron de Caribe
y del Ecuador./ Juntaron rumba y flamenco/ y le dieron nuevo/ sabor al ritmo de
los gitanos/ de Somorrostro hasta Mataró».
(«El
ventilador»)
Para Gato Pérez
la rumba es una música que le deslumbra originalmente, pero que luego asimila e
incorpora a cuanto había antes en su acervo musical y a cuanto llegará después,
para dar luz a un género indefinido, de ricos matices y de fuerte impacto:
«Los últimos veinte años de rock y música
tropical/ se funden en el instante más divertido de la reunión».
(«Tiene
sabor»)
«Es la rumba y es el tango,/ son el jazz y el
rock and roll/ un volcán de sentimientos/ por donde habla el corazón. /Así se
gasta adrenalina/ y se bebe mucho alcohol/ para afinar las emociones/ y
acordarse del dolor».
(«Se
fuerza la máquina»)
«Aquesta rumba misteriosa/ es rockabilly si
convé/ ha aparcat davant d'un juke box/ i ha mamat de moites llets./ Aquesta
rumba misteriosa/ es funky music al momento/ ha interceptat les emisores de la
flota USA»
(«Rumba
Laietana»).
En esa mezcla de
estilos, en ese difícil pero logrado equilibrio entre influencias rockeras y
salseras, reminiscencias argentinas y descubrimientos gitanos y catalanes, es
en lo que se basa el estilo musical de Gato Pérez, y como es lógico, es todo
ello lo que da vida a un mundo de personajes claramente identificables con esa
Cataluña que hemos señalado que ama el cantante.
PERSONAJES Y OFICIOS
La gama de
personajes que pasan por las canciones de Gato Pérez es una buena demostración
del mundo que le interesa y de la Barcelona (Cataluña en general) a la que
expresa su amor a través de sus textos y músicas.
En las composiciones
de Gato Pérez, no solo en estas, hay una fuerte carga autobiográfica, que
mezcla con el mundo exterior de sus personajes y con afiladas observaciones sobre
la profesión de cantante, ingredientes que a veces adquieren un cierto carácter
moral, en la medida en que a través de ellos el cantautor propone modelos personales,
sociales y de vida, éticos, difícilmente asimilables por la moral oficial.
Desde el
parlanchín, posible cuentista de taberna, que con ternura describe en «Los
reyes de la fiesta», hasta los «Morenus d'en Martínez» de este disco, trabajadores
inmigrantes negros que dejan su vida por cuatro cuartos en los oficios más
duros pero que toman auténtica dignidad para el cantante, sus canciones están
pobladas desde el principio de personajes de ese submundo popular y noctámbulo: traficantes («Veneno
Blanco»), trasnochador injustamente detenido por borracho («Todos
los gatos son pardos»), rumberas del paralelo («Granito de sal»), gitanos
(«El
chocolate de Marcelino»). Son personajes identificables que se
reúnen en el bar que describe en «Ebrios de soledad» y bailan a los
acordes de la «Orquesta de Plata y Oro» (la Orquesta Platería, de la que fue
fundador junto a Sisa y Alber Batiste, entre otros).
A través de esta
galería de personajes se realiza el proceso de amor e integración que constituyen
estas canciones de Gato Pérez. Una integración que ha ido en ascenso (al menos
si seguimos sus discos), y que culmina con este trabajo totalmente en catalán.
BARCELONA SEMPRE ES BONA
En el mundo de
la música, donde el éxito parece ser el baremo con el que todo se mide, puede
resultar extraño que un cantante que ha conseguido con sus dos últimos discos situarse
en la popularidad, después de haber luchado durante años en círculos más
minoritarios, se decida a grabar un álbum totalmente en catalán, cerrándose a
priori el mercado del resto de España. Esto no quiere decir, supongo, que no
vaya a volver al idioma castellano en sus discos posteriores, pero sí indica
que este trabajo en concreto no se podía hacer de otra manera.
Desde la primera
a la última canción este «Flaires de Barcelunya» es un canto
de amor a la tierra en la que ha decidido vivir y, especialmente a sus gentes
menos tópicas. Los personajes son más o menos los mismos que en otros trabajos;
se suceden, de nuevo, gitanos, rumbistas, tenderos (excelente el «Senyor botiguer», de Jaume Sisa), pageses, noctámbulos impertérritos, músicos marginales,
excursionistas, señoritos derrochadores y decadentes, creando un mundo propio
habitado por las sombras de sí mismo. La música es también la misma, la rumba
como base y la personalidad del compositor para convertirla en algo nuevo y
distinto. Pero el efecto de ser canciones hechas «desde dentro» que Gato Pérez
parece querer dar a entender que estas canciones sólo se podían conseguir expresándose
en catalán, idioma en el que ya había cantado antes, pero nunca en todo un
álbum.
El tierno retrato
que de los barrios portuarios hace en “Mariner de Rivera” , la mirada observadora, tranquila y no exenta de ironía que sobre el paisaje
echa en «Passejant por Valles» o la imagen entre crítica y emocionada
que da de Barcelona en «BNC, BNC», en la que muestra su
cariño por esa ciudad que «tiene un
pianista ciego (Tete Montoliu),
treinta mil atletas y un cantante al viento (Raimon) y un bolerista excelso de mama africana y padre gallego (Antonio
Machín)», sólo pueden ser escritas
bajo el efecto de un gran amor, de un amor en el que el cantante ha volcado sus
mejores condiciones de compositor y músico.
El resultado es
un disco apasionante por muchos conceptos; porque es divertido y llena el
cuerpo de ritmo, sabor y alegría y porque cuando se ha escuchado una vez se
puede volver a oír cuantas se necesite hasta acabar introduciéndonos en ese
mundo particular que Gato Pérez nos ofrece.
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