Elogio de la
vagancia. Manual de
instrucciones.
Chicho Sánchez
Ferlosio[i].
“Hoy no me levanto yo”
Palop[ii].
“Bartolo, as de los vagos”
“Una extraña
locura se ha apoderado de las clases obreras de las naciones donde domina la
civilización capitalista. Esta locura trae como resultado las miserias
individuales y sociales que, desde hace siglos, torturan a la triste humanidad.
Esta locura es el amor al trabajo, la pasión moribunda por el trabajo, llevada
hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y de sus hijos. En
vez de reaccionar contra esta aberración mental, los curas, los economistas y
los moralistas han sacralizado el trabajo. Hombres ciegos y de escaso talento,
quisieron ser más sabios que su dios; hombres débiles y despreciables,
quisieron rehabilitar lo que su dios había maldecido. Yo, que no me declaro
cristiano, economista ni moralista, planteo frente a su juicio, el de su Dios,
frente a las predicaciones de su moral económica y libre pensadora, las
espantosas consecuencias del trabajo en la sociedad capitalista”.
Paul Lafargue. “El derecho a la pereza”[iii]
“Seamos
perezosos en todas las cosas, excepto al amar y al beber, excepto al ser
perezosos”
Gotthold Ephraim Lessing[iv] (Poeta y filósofo alemán, 1729/1781)
En estos tiempos
que corren, que el que tiene un trabajo tiene un tesoro --bien es verdad que
cada vez más mermado de monedas--, parecería que elogiar la vagancia fuera un
sarcasmo extravagante. Sin embargo, a veces es necesario tumbar el cerebro en
una hamaca y hacerle descansar de tantos agobios cotidianos, dejándole volar tras
la utopía inalcanzable.
La vagancia es
un arte vocacional, como la pintura, la literatura o la pesca de la trucha con
caña. Eso quiere decir que suele ser difícil vivir de ella, aparte de la
contradicción que significa que si ganáramos dinero practicándola, no sería
vagancia, sino profesión, conceptos que se excluyen y que sólo gentes
privilegiadas, como los monarcas o los frailes contemplativos pueden
compaginar. Igual que el arte, que si no se hace por el mismo arte ya no es
arte, sino mercadeo, la inanidad, si es obligatoria, no es vagancia, es una
cabronada.
La vagancia es un arte vocacional |
Personalmente he
vagueado mucho a lo largo de mi vida, todo lo que he podido, como se puede
comprobar en el reportaje fotográfico que ilustra estas divagaciones. Pero
siempre ha sido de manera intermitente y, por consiguiente, incompleta,
insatisfactoria. Vagancias no obstante necesarias para mi equilibrio mental,
para las que he aprovechado esos momentos vacacionales, siempre amenazados por
el calendario, o le he hurtado tiempo a obligaciones perentorias. A nadie
recomiendo esta última alternativa, pues siempre acaba con sentimientos de
culpa que arruinan cualquier placer que se haya podido obtener en el vagueo.
No es de
extrañar, pues, que haya recibido la bicoca de la jubilación como si se tratara
de un autentico nirvana, en el que la vida horizontal no es sólo una
posibilidad, sino una llamada de la selva, mientras se dejan correr las horas y
se descubre el turbio atractivo de la molicie. Circunstancia propicia para la
relajación de los esfínteres mentales, que ha generado la idea de recuperar
este ELOGIO DE LA VAGANCIA (que,
variado, recoge el inicialmente publicado en 2008 en el blog EL MUNDANO), y que
ahora, ya liberado del esclavismo laboral, os entrego para recapacitación
general sobre el sentido de la vida y el provecho que finalmente saca cada cual
a sus afanes.
Vaya por delante
que cuando hablo de vagancia, de no hacer nada, de dejar que el tiempo pase sin
nuestra ayuda, no me refiero, ¡por favor! a esa vulgaridad del “lo dejo para mañana”, que está al alcance
de cualquier enfermo de horas extraordinarias. Eso es como la socialdemocracia
de la vagancia, que pone parches al sistema pero no lo cambia. No, lo mío es
más profundo, más serio. Es una condición mental que cuestiona el elemento
fundamental de la civilización cristiano-socialista: la ética del esfuerzo, la
moral del sufrimiento. Una memez: todo esfuerzo cansa, el cansancio agota y el
agotamiento nos hacer ver Gran hermano
como un experimento sociológico. Una rueda de despropósitos que se reinicia cada
mañana en la oficina o el tajo.
En estado de vagancia el tiempo pasa muy deprisa |
Enumerar
las múltiples bondades de la vagancia es un trabajo extravagante por inútil,
pues en el fondo de todos nosotros hay un poso de racionalidad última que nos
hace comprenderlas a poco que estemos 10 minutos mirando al techo, buscando
plácidamente los elefantes, jirafas y payasos de circo que dibujan en el yeso
las sombras que proyecta la lámpara de la mesilla.
En
ese limbo del no hacer se evaporan en el aire los malos pensamientos (y los
buenos, pero estos son tan pocos que no merece la pena contarlos). La sangre,
estancada en la horizontalidad del cuerpo, deja de preocuparse por si un trompo
obstruye la arteria femoral. Los niños, aburridos de tu inmovilidad, acaban por
marcharse a jugar con la pelota. Los monstruos externos que arañan los
cristales de las ventanas se evaporan con los últimos efluvios del cerebro
inactivo. Y, por último, pero no por ello menos insensato, la auténtica
holganza conduce a una insensibilidad física y mental que impide escuchar las
llamadas al timbre del Cobrador del Frac.
La
vagancia, eso sí, como todo avance del género humano, no se regala, se
conquista, y la lucha por ella puede ser ardua y prolongada. Antes de
enfrentarse con esta batalla vital hay que cargarse de paciencia y saber que no
hacer nada lleva mucho tiempo. Se trata, prácticamente, de una ocupación a
jornada completa, que no admite despistes ni renuncias, porque una vez que
haces algo, cualquier cosa que requiera un esfuerzo, tienes que empezar de
nuevo desde cero.
Como
contrapartida, en el estado de vagancia el tiempo pasa muy deprisa. Te tiras 10
horas haraganeando y cuando quieres darte cuenta ya es de noche. Entonces te
preguntas “¿Qué he hecho yo hoy durante
todo el día?”. “Nada” contesta
malhumorada tu conciencia. Y uno ya sabe que puede darse la vuelta en la cama,
con el culo vuelto hacia el ventilador o la calefacción, según recomiende la
siempre variable climatología, y dormir a pierna suelta con la tranquilidad
espiritual que dan la conciencia satisfecha y el deber cumplido.
MANUAL DE INSTRUCCIONES
Hay
varias etapas que se deben atravesar para llegar a un estado mental que permita
disfrutar en toda su extensión del placer del no hacer nada. Como el dolce far niente de los italianos, pero
con menos poesía. Me permito enumerarlas sucintamente para que quien decida
tomar este camino de perfección sepa dónde se adentra:
1.- Conflicto: Es el momento más duro. El
aspirante deberá enfrentarte en él a una dura batalla interna con todo aquello
de “ganarás el pan con el sudor de tu
frente”, que además de una maldición bíblica es una mamonada. Es entonces
cuando tienes que romper los prejuicios establecidos del miedo a “perder el tiempo”, del temor a que “con la holganza se echa panza”, del
respeto a la malévola sabiduría popular del “a quien madruga dios le ayuda” o del acatamiento del lema “el trabajo libera”, leyenda que, como se
sabe, daba la bienvenida a los condenados desde los frontispicios de los campos
nazis.
"Ganaras el pan con el sudor de tu frente", además de unamaldición bíblica, es una cabronada |
Pero
borrar de la mente las consignas acuñadas con hierro candente en nuestros
cerebros por los pregoneros de la filosofía de la infelicidad es tarea
complicada. Aunque parezca contradictorio, que lo es, aquí habría que aplicar
aquella máxima que a menudo citaba mi padre de “el que algo quiere, algo le cuesta”, porque el completo disfrute de
la vagancia conlleva también un esfuerzo inicial, que sólo acaba justificado
por la felicidad consecuente a la fase final del proceso iniciático.
2.- Asunción: Superado el conflicto moral
entre el hacer y el no hacer, llega a la mente la exacta magnitud del objetivo
que nos hemos planteado: la vagancia. Para mantenerse satisfactoriamente en
este estado deben conectarse las alarmas de todos los peligros y tentaciones. Resulta
que uno cumple fielmente las normas y se tiende a la sombra para disfrutar del
no hacer nada, cuando, de repente, tiene hambre y se levanta a la cocina para
coger unas almendras y hacerse un tinto de verano, o se aburre y debe acudir a
la biblioteca a por la última novedad de Barbara Cartlan, o le pica la pierna
derecha y tiene que incorporarse en la hamaca para rascarse. Son momentos
críticos en los que el aspirante a vago debe resistir heroicamente. Si lo
consigue ya está preparado para atravesar las puertas del paraíso.
3.- Nirvana: Llamase al estado de felicidad
ensimismada que conduce a grados de inocencia espiritual tan extremos como que
al contemplar en el cielo el plácido vuelo de las avecillas que dios alimenta
ni siquiera se sientan ganas de levantarse para buscar la escopeta de
perdigones.
No
obstante, alcanzar con éxito el objetivo último de la vagancia absoluta obliga
a seleccionar con esmero las acciones, obligatorias o gozosas, que podemos y no
podemos realizar durante el proceso. Quien quiera iniciar el camino, que tome
nota:
ACCIONES
DESACONSEJADAS
A.- En vacaciones,
periodo propicio para la iniciación, huir de la incansable actividad física
vacacional que suelen desarrollar esposas y maridos, padres, hijos, sobrinos,
primos, nueras, abuelitas, amigos de urbanización, plastas de taberna y
operadoras de Vodafone. Para lograrlo, se puede alegar (excepto en el último
caso, que con desconectar es suficiente) el padecimiento de lepra pegajosa y la
recomendación médica de aislamiento.
B.- Evitar el sexo.
Nos obliga a promesas gratuitas, como “mañana
te preparo el desayuno y luego subimos al Teide”, que no se pueden cumplir
sin retroceder al anterior estado de conflicto. En caso de imposible resistencia,
utilizar modo pasivo-desconectado o practicar un sucedáneo retributivo.
Desde la foto de la pared me vigila mi padre, siempre tan hacendoso |
C.- Esconder los
libros que obliguen a pensar (Javier Marías, Iker Jiménez o la guía
telefónica), los discos excitantes (La Oreja de Van Gogh, Julio Iglesias o la
música para aeropuertos de Brian Ferry) y las películas de guerra o del oeste,
pues los disparos distorsionan el placer de las dormidas en el sofá. Entre las
varias escuelas de pensamiento que se aglutinan alrededor de la Vagancia Universal
Compensatoria (VUC) existen diversas opiniones sobre la actividad mental en el proceso
de nirvanización. Los Radicales Indispensables
la condenan radicalmente. Los Inconsecuentes Reformados de los Siete Días,
entre los que me inscribo, defendemos, en cambio, que dado que el pensamiento
forma parte de la naturaleza del ser humano, y que la práctica nos enseña que
no se puede ir contra la naturaleza, de vez en cuando hay que soltar gas por la
espita del intelecto. Recomendamos, eso sí, que no se traspasen los límites
conceptuales que quedan establecidos en El Libro Gordo de Petete.
ACCIONES RECOMENDADAS
A.-
Tirar al sumidero las llaves del coche y convencer a la familia de que la mejor
forma de ir al Safari Park es andando. Imprescindible disloque de tobillo para
escaquearse de la caminata.
B.-
Abundante uso del Lexatín en batidos, tortillas y ensaladas.
C.-
Aliviar los picores de la espalda con un rascador acabado en mano semicerrada.
Aunque excepcionalmente es posible hacerlo uno mismo, es preferible encontrar
un primo que realice la acción en nuestro lugar, lo que añade al menor esfuerzo
propio la satisfacción de explotar al prójimo, que siempre contribuye a la
tranquilidad de conciencia.
...y eso que de jovencito parecía tan despierto |
Sin
embargo, como no conviene engañarse y el mundo no es perfecto, para acceder al
tercer grado de vagancia, el estado de nirvana que garantiza la inanidad
absoluta y la felicidad insuperable de los vegetales, hay que tener condiciones
de mentiroso y total falta de escrúpulos. Tanta como para ser capaz de
engañarse a uno mismo.
Porque
la vagancia absoluta, como la revolución, la existencia de dios y los programas
culturales de televisión, es un imposible en sí misma. Una utopía, a la que es
posible acercarse, pero a la que nunca se puede llegar por mucho que la
divisemos en el horizonte. Por desgracia, para aproximarse a ella hay que
pactar con la realidad de lo posible, y no quedará más remedio que levantarse a
por el libro de Javier Marías (si eres adicto a las drogas duras), hacerse un
tinto de verano (si el sudor ha formado ya a tus pies un charco que amenaza con
ahogarte) o acudir a las prácticas auto satisfactorias si te encuentras en
soledad (situación que, por otro lado, es la única forma de lograr el disfrute
total de la vagancia gratificadora).
Recapacito
ahora, vaya por dios, que tal vez la utopía última del vago sea la nada, el
vacio, la muerte. No me había dado cuenta. Lo pensaré, aunque canse.
“Quien sabe si
algún día tal vez recuperemos
el placer de
vivir sin miedo a perder tiempo,
y olvidemos
insomnios de luces de escalera,
de ventanas
abiertas que invitan al suicio”
Antonio Gómez[v]. “Virginidades”
NOTAS PARA CURIOSOS
[i] José Antonio Julio Onésimo Sánchez Ferlosio (1940 - 2003). Cantautor español, pese a la aparente ligereza de
la canción, que escribió a finales de los 60 o comienzos de la década siguiente,
la canción marca un punto de inflexión en la ideología del autor, que con ella
expreso su alejamiento del comunismo, en el que se inscriben canciones
anteriores como “La huelga”, “Julián Grimau” o “Gayo
rojo, gayo negro”, para iniciar su acercamiento a las ideas
libertarias, que inspirarían buena parte de su obra posterior.
[ii] Josep María Palop Gómez (Valencia, 1922
– 1993). Figura destacada de la escuela valenciana del tebeo español de
postguerra. En 1950 creó para Jaimito su personaje más destacado, Bartolo,
as de los vagos, que mantuvo de manera intermitente a lo largo de prácticamente
toda su carrera. En 1992 lo recuperó, en valenciano, con el título de Bertomeu,
l’as dels ganduls.
[iii] En 1880, Paul Lafargue (1842-1911)
publicó “El derecho a la pereza”, obra fundamental del pensamiento
antisitema de todos los tiempos, amén de lectura amena y sorprendente, que
recomiendo vivamente, sin ironía alguna, y que se puede bajar íntegra de internet.
La vida de Paul Lafargue
daría para una novela (o dos). Cubano de nacimiento y francés de adopción, fue
uno de los pioneros del marxismo en la segunda mitad del siglo XIX, llegando a
viajar a España para difundirlo, aunque debió rendirse a la evidencia acabar reconociendo que en ese momento los que
cortaban la pana del proletariado hispano eran los anarquistas. Fue yerno de
Carlos Marx, con cuya segunda hija,
Laura, se casó. No es banal que marido y mujer decidieran suicidarse juntos al
cumplir los 69 años, edad en la que consideraron que comenzaba su decrepitud.
[iv]
Para decir algo más de este tal Gotthold debería buscar de nuevo el lugar en el
que encontré la cita, y tanto trabajo va contra mis principios.
[v] Perdón por la inmodestia de la autocita, pero
a estas alturas resulta lo más cómodo, que me reclama la cama.
Arístides Moreno. Posición Horizontal.
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