Quintín Cabrera. El dolor de la ausencia
No soy amigo de homenajes póstumos, creo
que lo he dicho ya en algún sitio, y menos de los amigos. Mi faceta
autodefensiva que a veces adopta la forma de la ironía y otras la del cinismo,
me hace decir en público que no lo hago porque lloro, y como tengo que mantener
mi imagen de hombre sin sentimientos que tanto me ha costado conquistar, me
abstengo. La realidad, y lo puedo decir ahora que estamos en privado, es que
lloro de verdad y me da vergüenza. También porque, a veces, me cabrea ver cómo
les roban cámara a los muertos bajo la coartada de una profunda admiración o
una acrisolada amistad que en muchos casos no está más que en la imaginación de
los supuestos homenajeadores. Por eso, por ejemplo, no asistí a los homenajes
de amigos tan queridos como Hilario Camacho o Paco Almazán, o tampoco viajé,
como quizás debería haber hecho, a Barcelona para acompañar a Labordeta o a Barcelona
para despedir a Gato. Sí estuve en el recuerdo que un buen grupo de amigos de
verdad dedicaron a Quintín Cabrera en el Auditorio Marcelino Camacho de
Comisiones Obreras. Y lloré. Y me dio vergüenza. Aunque ahora, considerando lo
llorón que era Quintín, pienso que tal vez no le hubiera molestado. Porque
Quintín Cabrera falleció el 12 de marzo de 2009.
Todavía no había empezado este blog
cuando se cumplieron los cuatro años de la muerte, pero desde el principio
pensé en dedicarle una entrada. Fueron muchas las cosas que nos unieron desde
que nos conociéramos allá por 1970, año antes, año después, presentados Julia
León, en un en un pub de Barcelona (que,
por cierto, tiene su anécdota posterior. En una revista canaria, cuyo título
ahora no recuerdo exactamente y prefiero omitir, escribí un texto sobre
Quintín, en el que intenté decir que le había conocido cuando recorría los más
“acrisolados pubs” de Barcelona. Una errata tradujo la grase en los más
acrisolados “pubis” de la Ciudad Condal. Era una errata, pero no estaba muy
lejos de la verdad).
Decía –que me enrollo—que compartí
muchas cosas con Quintín, desde recitales hasta reuniones clandestinas, desde
comidas a largas noches de discusiones políticas, desde audiciones conjuntas de
tango de Edmundo Rivero (que, ojo, amigo, era Uruguayo) hasta mudanzas en
coches llenos hasta la vaca de libros, discos y herramientas de ebanista. No
voy a recurrir ahora a tantos recuerdos. Entre otras cosas porque ya hay alguno
en lo que transcribo, y para qué repetirse cuando es tan fácil copiarse. He
preferido recuperar algo de lo que sobre él escribí a lo largo de los años (no,
lo siento, el artículo de los pubis no lo he encontrado).
Días antes del homenaje en el auditorio de CCOO, Dayman
pidió en la entrada de EL MUNDANO, el blog de Adrían Vogel, en la que se había venido dando noticia sobre el estado de salud de Quintín, que le contáramos
anécdotas de su padre. Por mi parte le respondí con algunos recuerdos.
Daymán Cabrera
marzo 17, 2009
en 12:30 am
Me
gustaría dedicarle 5 minutos a mi padre en el homenaje en su honor del 27 de
marzo, para contarle a la gente y sobre todo a él mismo aquellas anécdotas que
vosotros sus amigos de tantas batallas habéis compartido y sobretodo os han
marcado a la hora de descubrir en mi padre a aquella persona imbatible, tierna
y solidaria.
Muchas gracias.
Responder
Antonio Gómez
marzo 17, 2009
en 5:21 pm
Querido
Dayman. Nos pides anécdotas sobre tu padre. Como te pongas a recopilarlas todas
vas a necesitar una bobina entera de papel prensa para escribirlas, pero, en
fin, aquí va un par de ellas que recuerdo y que me parece que tienen gracia y
muestran de alguna manera la calidad humana de Quintín.
Cuando se fue a
vivir a Sevilla (¿Se llamaba Valencina el pueblo?), estuvimos por allí unos
días Elvira, mi compañera de
aquellos años (que el viernes estuvo en la cremación), y yo. Ni que decir tiene
que recibimos toda la atención que Quintín solía dispensar en estos casos. Nos
llevó de una lado para otro (por cierto, creo recordar que en el paseo por
Sevilla nos encontramos a Javier García
Pelayo), nos dio de comer como señores (aunque se cabreara conmigo cuando
me quejaba de que me dejaba la cocina hecha un lío de cacharros y harina que yo
tenía que fregar. “Joder, siempre dices lo mismo que Gladys”, me afeaba), discutimos hasta las tantas de los más
insólitos temas, oímos canciones, hablamos (mal, como debe ser) de los amigos y
pasamos unos hermosos días de amistad y cariño que hacía tiempo que no vivíamos
juntos, pues no habíamos convivido un tiempo seguido desde hacía ya unos años.
Y he decir a favor de Elvira, y de mí, que mantuvimos el tipo y no le saltamos
al cuello para asesinarle (aunque reconozco que como previsión había escondido
debajo de la cama un cuchillo de cocina), cuando cada mañana nos despertaba
poniendo “La internacional” a todo
volumen, atentado al sueño que sólo la amistad verdadera puede soportar. La Internacional, sí, la misma que cantamos
el otro día de la cremación con lágrimas en los ojos. Su canción, nuestra
canción.
La segunda debió
suceder en el 93 o 94 (ya le pondrás tú al final la fecha exacta). A tu padre,
que ya vivía en Meco, le había salido un viaje Lisboa para llevar un equipo de
sonido o algo así. Lole no podía
viajar, porque estaba embarazadísima, y por aquello de que don Quintín era más
mimoso que un gatito tierno y siempre buscaba compañía (no me hagas mucho caso),
me pidió que le acompañara. Llegamos a Lisboa, fuimos al hotel, entregamos el
equipo y miramos en el periódico si había algún sitio al que ir. Lo había. En
un teatro, Carlos do Carmo (el gran
fadista portugués contemporáneo, que ha colaborado con Saura en su última
película sobre el fado) organizaba unos recitales, que se emitían por la radio
y en los que, aparte de él, intervenían nuevos artistas. Llegamos al teatro con
la hora pegada al culo, así que compramos las últimas entradas que quedaban,
que eran del último piso, tan alto que le olíamos los pies a San Pedro, y
decidimos dejar para el final el entrar a saludar a Carlos, simple conocido mío
pero gran amigo de tu padre.
El recital fue
estupendo, como siempre en do Carmo, que es un artista de primerísima línea, y
en un momento determinado surgió algo así como un momento mágico, que a mí me
emocionó y que a Quintín, además, le enorgulleció. Para presentar una de sus
canciones, Carlos vino a decir algo así como: “tengo un amigo uruguayo, Quintín Cabrera, al que quiero mucho, que
tiene una canción que creo que sirve perfectamente para presentar este tema en
la que dice que las ciudades son libros que se leen con los pies…” Ni que
decir tiene que a tu padre se le hicieron los pedos gasolina. Pasamos luego a
saludar, emocionados, al artista, como correspondía. Carlos se quedó con la
boca abierta cuando vio aparecer a tu padre por la puerta del camerino, y
después de los abrazos de rigor nos contó que normalmente no solía presentar
aquella canción, pero que esa noche se había acordado de Quintín y había
decidido citarle en el recital. ¿Momento mágico o percepción extrasensorial? Yo
no creo mucho en esas cosas, pero estuvimos discutiendo sobre ello buena parte
de la cena posterior con Carlos y su mujer.
Lo que más me
llama la atención de este cariño que sentía (y estoy seguro que siente ¿alguien
se ha encargado de llamarle o comunicárselo?) do Carmo por tu padre es que, en
realidad, hubiera debido odiarle, porque Quintín le había hecho años antes una
jugarreta de las que no se perdonan. Carlos do Carmo es una persona
elegantísima, aparte de cultísimo y políglota, y vestía siempre, especialmente
en el escenario, con toda pulcritud, como corresponde a los cantores de fados y
de tangos. Además, era y supongo que sigue siendo un tanto coqueto, de aspecto
impecable, hasta el punto de que llegó a hacerse un implante de pelo. Sin
embargo, en una época anterior llevaba peluca, estupenda, pero peluca, y en un
recital conjunto, en el que Quintín cantaba y luego presentaba a Carlos, tu
padre no pudo evitar saludar sobre el escenario al amigo con uno de esos
abrazos de oso que solía prodigar. Tan fuerte fue, tan entusiasta, tan grande
tu padre y más pequeño do Carmo, que la peluca del portugués cayó al suelo allí
mismo, delante de todos, por la efusividad cabreriana. Que Carlos le perdonara
ese momento, en el que el mundo se debió hundir bajo sus pies, y le siquiera
queriendo, muestra el cariño que tu padre era capaz de concitar a su alrededor.
Por cierto, a la
vuelta de aquel viaje a Lisboa, cuando habíamos parado ya pasada la frontera para
comer algo y tomar un café, una llamada telefónica nos comunicó que acababa de
nacer Lucía. Ni que decir tiene que
tu padre se montó en el coche, pego el acelerador al suelo y no levantó el pie
hasta llegar a Meco (bueno, a Alcalá, que era donde estaba, creo recordar, el
hospital en el que parió Lole).
Amor y
revolución, chaval. Un beso.
En 1975, cuándo Quintín publicó su primer
disco en solitario (ya había grabado en el disco editado en EEUU que recogía las
actuaciones en el Festival de Canción Protesta de Cuba en 1967 y en “Todo está muy
negro” en Barcelona), me pidió un texto para la contraportada del disco. Le mandé
una especie de carta:
Querido Quintín:
Vamos a pensar
que esto es una contestación a aquella carta tuya en la que me planteabas tan
seriamente algunas cuestiones sustanciales para ese camino de la canción
popular en el que estamos metidos de distinta manera, y que tantas vueltas dio
antes de llegar a mis manos. Me decías allí lo duro que era continuar después
de tanto tiempo al pie del cañón, y es verdad. Sabemos que el tiempo va
pasando, que pasan los años, que nos volvemos más viejos y que tenemos la
obligación de seguir en el mismo sitio, sin dar un paso atrás. Nos ha tocado (a
ti que estas con la guitarra en la mano mucho más que a mí) la suerte de
permanecer al lado de nuestro pueblo, y esto es siempre una tarea ingrata, pero
yo pienso que hermosa, con toda la hermosura de saber que no se está solo. Y
aquí continúas, con la guitarra recorriendo los barrios, los pueblos, los centros
culturales, aquellos sitios que todavía nos quedan para estar juntos.
Has elegido el
camino más difícil, el de no llegar presumiendo de cantante sino de persona, y
por eso tenemos que darte las gracias, quizás porque ya estamos cansados de
tantos profetas disfrazados de cantantes que nos venden recetas infalibles por
duros contantes y sonantes. Y sabemos tú y yo, y por fortuna también muchos más,
que el camino está ahí. En esos recitales diarios, cotidianos, en los que no se
encuentra la fama ni el orgullo de ser reconocido por la calle, sino el abrazo solidario
y el ir tirando cada día, comprando los zapatos del mayor, las cuerdas de la
guitarra y los potitos "bledine"
de Dayman que hace unos días, en un día tan hermoso, ha cumplido un año.
Pero hay veces.
Quintín, y también eso me lo decías en tu carta, en que uno sabe que no es
suficiente con cantar donde se debe cada día, que si de verdad se quiere
cumplir con la función de cantor popular, hay que tener el poder de
convocatoria que necesitamos y entonces es necesario saltar a los surcos del
disco y a las páginas de los diarios; y hacer televisión y radio, y saber
utilizar eso como tú lo utilizas, como lo hacen también otros amigos: sin
apartarse nunca de los nuestros.
En fin, amigo,
supongo que debería acabar estas líneas deseándote suerte, pero no creo que se
trate de eso, prefiero desearte justicia, que ahora sepamos pagarte debidamente
todos estos años en que nos has ido entregando tus canciones. Espero que un día
no lejano vuelvas a visitar el Liceo Nocturno Dos. Ese día me gustaría estar
contigo y que nos tomáramos un vasito de grapa en cualquier boliche de
Montevideo, con Carlos Molina, con Aníbal Sampayo, con Marcos, con Daniel,
Héctor. Roberto, con Pepe y con Alfredo, en fin, con todos, y que cantarais
juntos una merecida canción en libertad.
Nada más, viejo.
Salud y un abrazo.
Yo nací en Montevideo
En abril de 1982 Quintín visitó Las Palmas
de Gran Canaria para dar unos recitales. Yo estaba por allí y aproveché para entrevistarle.
Pasamos unos buenos días. ¡Hasta hicimos excursiones!
Diario de Las Palmas 16 de abril de 1982
Quintín Cabrera
salió de Uruguay en 1967, formando parte de la delegación de cantantes de ese
país que participaron en el Primer Encuentro de la Canción Protesta en Cuba,
festival que constituye un hito en la historia de la música popular
latinoamericana, en el que participaron nombres tan importantes como Carlos
Puebla, Silvio Rodríguez o Pablo Milanés por Cuba, los hermanos Parra y Rolando
Alarcón por Chile, Nicomedes Santa Cruz por Perú, y Daniel Viglietti, Alfredo
Zítarrosa, Los Olimareños, Carlos Molina y Quintín Cabrera, que formaron la
delegación uruguaya. «Como mi país no tenía relaciones diplomáticas con Cuba, y
todavía no las tiene — nos cuenta Quintín—, nosotros fuimos por Checoslovaquia,
vía Madrid, y una vez terminó el festival me planteé la posibilidad de quedarme
unos meses en Europa, cumpliendo ese sueño que tienen todos los rioplatenses de
visitar París. Estuve viviendo un tiempo en Suiza, y cuando me fui, recalé en
Barcelona, con la idea de seguir viaje hacia París, pero me quedé allí por todo
esta tiempo».
La estancia de
Quintín Cabrera en España, es, pues, muy anterior a toda la gente que nos ha
visitado posteriormente, unos buenos y otros no tanto, que con una guitarra al
hombro han creado un cierto «boom» de la música latinoamericana que después ha
desaparecido casi por completo. ¿A qué crees que se ha debido?
--Como toda moda, aquello fue una cosa muy
artificial, y en estas cosas hay que ir poco a poco. Lógicamente tenía que
llegar un momento en que las cosas se depurasen un poco, y quedara lo que tiene
un cierto valor. Por otra parte, en mi trabajo en concreto, yo no he hecho
nunca, exactamente, música sudamericana. El simple hecho de estar tocando con
mandolas y mandolinas, con violonchelos, es poco corriente dentro de la música
sudamericana.
--Quizás el
tiempo que Quintín Cabrera lleva en España, integrado en gran medida en la
música española, le ha hecho ver de otra forma el fenómeno. De hecho, su
trabajo ha estado siempre relacionado con los circuitos que utilizan los
músicos; españoles y catalanes más en concreto. ¿Ha influido de alguna forma
Cataluña en tu música?
-En mi música no demasiado, aunque siempre queda
algo, pero yo tengo unas raíces uruguayas muy claras, pero es verdad que en
cada disco procuro cantar un tema en catalán, que es mi lengua de adopción. En
lo que sí ha influido la canço catalana ha sido en la profesionalidad, en la
importancia que hay que darle a hacer las cosas bien hechas, a tocar con buenos
músicos, a tener un buen equipo y a todas esas cosas.
En la
conversación están presentes los dos músicos que acompañan a Quintín en sus
recitales, Pep Roíg y Joan Figueras, que tocan una amplia
gama de instrumentos, desde percusiones y guitarras hasta mandolina, mandola,
violín, violonchelo y acordeón. También ellos tienen algo que decir sobre su
forma de adaptarse á tocar ritmos uruguayos como la milonga o el candombe.
“Para tocar una milonga un catalán --dice
Joan-- hay que entenderla y hacerla un
poco suya. Además de lo que sería acompañar simplemente un ritmo cualquiera,
hay que vivir un poco lo mismo que vive el que hace esa música, meterse en su
piel. Si no te entra lo que hace Quintín, su forma de vivir y pensar como
uruguayo, no puedes tocar una milonga. Es cuestión de identificarse con el
cantante mismo”.
El folklore y su
utilización por parte de los cantantes actuales es un tema siempre
controvertido, que en Cananas se viene discutiendo desde hace tiempo sin llegar
a una conclusión. Quintín Cabrera, que tiene una larga experiencia en ese
terreno de utilizar ritmos y formas de raíz folklórica para expresar
preocupaciones y temas de actualidad, tiene una opinión clara al respecto:
--La
utilización del folklore, en general, es una de las cosas mes
hermosas que se pueden hacer en la música y, además, una forma de
antiimperialismo musical militante. En mi caso concreto, creo
que soy muy heterodoxo en su utilización. El
folklore me gusta, me lo paso muy bien escuchándolo e interpretándolo, pero
creo que estamos en el siglo en el que estamos, y no «e puede prescindir, a la
hora de hacer una canción, de las cosas que nos rodean, de que vivimos en un
mundo en el que la comunicación nos pone al alcance de la mano culturas que en
otros tiempos eran totalmente desconocidas. Si yo no agregara en
mis canciones cosas que forman
parte de mis vivencias sería como traicionarme a mí mismo, y yo soy muy
permeable a las influencias de lo que vivo y conozco. Me dejo maravillar con un
bouzouki o una mandolina o un flaviol, por ejemplo, y llega un momento
en que, partiendo de unas determinadas bases folklóricas, lo que estés haciendo
ya no tiene nada que ver con el folklore. En esos momentos nosotros estamos intentando
hacer una cosa bastante sólida que nos identifica a todos, pero que no forma
parte de nada, siendo la consecuencia de un trabajo de mucho tiempo.
Joan Figueras también tiene algo que decir sobre este
tema: “Lo que pasa es que la música
popular es un punto de partida incuestionable. Todo músico tiene que partir de
la música de su pueblo primero y de la de los demás pueblos hermanos después.
Para mí el folklore es el punto de partida de todo artista auténtico, por mucho
que desfigure luego esa influencia”.
En los últimos
dos o tres años hemos vivido una seria crisis de la que hemos venido en llamar
«canción popular», una crisis que ha hecho que muchos cantantes abandonaran el
campo vencidos por lo que las modas musicales exigían, y que otros hayan variado
su línea hasta hacerla irreconocible. En Quintín Cabrera se da, en cambio, un
olímpico desprecio por las modas, un empecinamiento saludable en seguir
haciendo sus canciones y en comunicárselas al público que acude a escucharle o
que compra sus discos. ¿Qué pasa, Quintín, es que no te interesa el éxito o es
que estás muy de acuerdo con lo que haces?
--Hombre, naturalmente que estoy de acuerdo
con lo que hago. Pero, además, es que hay gente que intenta hacer cosas
supuestamente comerciales alejándose de lo suyo. Yo creo que tengo una
concepción distinta de la vida. En mi casa, de pequeño, el éxito económico
nunca ha sido un objetivo. Mi padre, que era un hombre muy politizado, nos
educó de una manera distinta, y eso me dura hasta hoy en día. Lo cual quiere
decir que yo no sea ególatra como cualquier otro cantante, porque en este
oficio hay mucho de mirarse a uno mismo. Lo que ocurre es que, para mí, el
éxito, la fama y tal, no es el mismo tipo de éxito que el de Julio Iglesias.
Para mí, triunfar significa llegar a un sitio y que la gente, que en muchos
casos no ha escuchado ni siquiera cómo nos llamamos, se quede con nuestra
canción como algo propio. Y eso sí que lo conseguimos.
Como lo
conseguirá, con toda seguridad, hoy viernes en Las Palmas y en el resto de los
recitales que dará Quintín Cabrera en Canarias, porque la suya es una obra de
un profundo arraigo popular, fruto de un largo trabajo de años y una voluntad
inflexible de servir al pueblo con las canciones.
Con buen rumbo
EL PAÍS, 31 ENERO 1987
Quintín Cabrera, con Ignacio Vidrechea (flauta y saxo), Manolo Gómez (bajo), Fernando Sastre (batería) y Cuco Pérez (acordeón y teclados). Sala Elígeme. Madrid, del 27 al 29 de enero.
Quintín Cabrera
es un cantautor de origen uruguayo que ha desarrollado toda su obra musical en
España, donde lleva viviendo 20 años. Tras unos años de silencio discográfico y
pocas actuaciones personales, se presenta ofreciendo una música que sin dejar
de ser la misma de siempre tiene los suficientes ingredientes novedosos como
para dar un nuevo rumbo en su carrera. En todo ello tienen mucho que ver los
músicos que le acompañan, que dan a sus canciones el sonido más compacto y
original que han tenido nunca.
Quintín Cabrera
ha dominado las largas distancias, las que son propicias a la agitación o la
sátira humorística, siempre ácida y acertada, aunque a veces algo deslavazada
formalmente, pero había descuidado en exceso las distancias cortas, las que
establecen ritmos de balada y contenidos más intimistas. En estos años de
relativo silencio las ha descubierto, y es ahí donde se encuentra la parte más
honda y apreciable de su producción.
Sus temas
mantienen las constantes de siempre: el amor, la amistad, la memoria, la
solidaridad o la libertad, pero sus canciones han decantado los restos de
ritmos folclóricos que había en ellas confiriéndoles una dimensión distinta y
acertada. Todavía parece como sí a su trabajo, tanto el compositivo como el de
arreglos, le faltara una última vuelta en la sartén, y a veces salen a relucir
pareados fáciles o ritmos simples que deslucen el buen trabajo general de este
cantautor que sabe transmitir desde el escenario la ternura y el encanto que le
son propios y que expresa sin subterfugios.
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