sábado, 9 de noviembre de 2013

TEBEOS CONTRA FRANCO (2)

  







Carlos Gómez Carreras, fue fusilado el 30 de junio de 1940 en el campo de tiro del pueblo valenciano de Paterna. Aparte de a algunos estudiosos y aficionados al comic, hoy en día su nombre dirá poco al común de los mortales, y su caso podría ser confundido con los de cualquiera de las decenas de miles de fusilados en aquellos primeros años de la postguerra. Sin embargo, hay un hecho que lo convierte en singular, único, y hace su historia digna de ser contada con algún detenimiento. Carlos Gómez Carreras fue, que sepamos, el primer dibujante de tiras cómicas del mundo, y a falta de comprobación el único, juzgado, condenado y fusilado por una de sus historietas. No por haber matado a nadie ni por haberse sublevado contra un gobierno legítimo. Por  haber dibujado. Tenía 36 años.

Con la caída de Madrid en manos de los sublevados el 28 de marzo de 1939 y la toma del puerto de Alicante el primero de abril, finalizó la guerra civil y los vencedores volcaron su victoria contra los vencidos. Era su venganza sobre aquellos desarrapados que habían intentado ocupar el lugar de los dioses, y la aplicación a conciencia. Se podría decir que aquella guerra, que había comenzado con el fusilamiento de un caricaturista, el turolense Ramón Acín, del que hablaremos en la próxima entrega, finalizó con el fusilamiento de un historietista. Ambos hechos establecen un paréntesis simbólico de muerte que con la victoria se desbordó y se convirtió en reguero.

Más conocido por el seudónimo de Bluff, Gómez Carreras, también periodista, se había hecho un nombre como dibujante y guionista en publicaciones de la época, como “Gutiérrez”, “Gente Menuda” (suplemento infantil del semanario “Blanco y Negro”) o “Macaco”, y había creado un personaje de gran popularidad, Don Canuto, ciudadano de peso, que durante la guerra convirtió en miliciano.

También colaboró en el semanario satírico, anticlerical y de izquierdas valenciano “La Traca”, en el que durante la guerra hizo famosas sus irreverentes caricaturas de Franco, que, no obstante su indudable gracia, con esos plátanos y frutas en la cabeza que tanto recordaban los tocados de Carmen Miranda, no debieron ser muy del agrado de alguien con tan poco sentido del humor como el Caudillo, y que quizás fueran una de las razones de la sinrazón de su condena y ejecución.




Carlos Gómez Carreras había sido detenido en el puerto de Alicante el 29 de marzo de 1939, cuando junto a otros miles de soldados y civiles republicanos intentaba tomar el último barco hacia el exilio, huyendo de la represión franquista que se avecinaba. Fue internado en el infausto Reformatorio de Adultos de la ciudad (en el que quizás coincidió con mi padre, todo sea dicho), desde donde comenzó de nuevo a dibujar en “Redención”, el semanario oficial de las cárceles. En la dirección de prisiones sospecharon que estas inocentes y siempre controladas colaboraciones eran en realidad un medio que utilizaban los encarcelados para comunicarse entre ellos y transmitirse consignas, y no encontraron mejor prueba que una tira de Bluff en la que, en cuatro viñetas, se mostraba a dos pescadores en un río que acababan peleándose por el mismo pez.

De acuerdo a las actas del juicio, el tribunal militar consideró que aquella cándida tira cómica solo podía haberla dibujado una “inteligencia satánica” y que constituía en sí misma “rebelión militar”, por lo que su autor merecía la muerte. ¿Las razones? Que el pescado, fuera trucha o salmón, que se disputaban los dos hombres era, en realidad, una representación de Manuel Azaña, al que a menudo se había caricaturizado en la prensa derechista con cara de pez, y que en la pelea final, alusión a la guerra civil, entre las figuras que adornaban la discusión se podían distinguir un puño cerrado y una estrella de cinco puntas, símbolos perversos de la intencionalidad subversiva del autor.


No obstante su dramatismo, el fusilamiento de Bluff no fue el único asesinato de un historietista satírico realizado por los sublevados, ni por supuesto el único represaliado de una amplia nómina de dibujantes, guionistas, caricaturistas y humoristas gráficos ampliamente populares durante la República que hubieron de pagar con el exilio, la cárcel, el ostracismo o la muerte sus ideas progresistas. Llama la atención que, considerando el escaso número de profesionales de la caricatura y los tebeos que podía hacer en España en aquellos años, pudiera haber una cantidad tal de represaliados. Una represión que sólo es comprensible en la inquina que el bando sublevado sentía contra ellos, que habían hecho de su trabajo, muy especialmente en el campo del cartelismo, el primer arma de agitación republicana contra el fascismo. Ese tan alto porcentaje de represaliados significo, como en otras profesiones artísticas, intelectuales, técnicas o docentes, la práctica desaparición del panorama cultural español de una buena parte, si no la mayor, de sus miembros más destacados, rompiendo el cordón umbilical de comunicación entre maestros y posibles discípulos que hubieron de desarrollar su trabajo en la más oscura noche de una España mutilada. Además, impidió de un hachazo la comunicación entre los artistas represaliados y los destinatarios naturales de su trabajo, para su común empobrecimiento intelectual, moral y político. Sin insistir, claro es, en el dolor personal y profundo que para los represaliados supuso la represión.



La venganza de los ganadores se volcó con especial saña en “La Traca”, quizás la publicación satírica de más éxito durante la guerra, que había sido especialmente dura con los sublevados y de la que hablaremos en extenso en algún otro capítulo. En el mismo campo valenciano de Paterna en el que mataron a Carlos Gómez Carreras, Bluff, que como hemos visto colaboró en ella, también fueron fusilados el mismo día su director desde 1910, Vicent Miquel Carceller, aunque en este caso no fuera historietista ni caricaturista, sino periodista y escritor, y el dibujante Modesto Méndez Álvarez, veterano dibujante colaborador de TBO desde su fundación en 1917, aunque también había publicado en “La Esquella de la Torratxa”, la revista catalana que se citará mucho en este capítulo y de la que también se contará algo cuando llegue el momento restrospectivo.

Aunque vivía en Barcelona, Méndez Álvarez intentó huir del avance franquista que amenazaba con tomar la ciudad, y en lugar de irse a Francia, como hicieron tantos de sus compañeros, buscó refugió en Valencia, que pronto quedaría aislada, tal vez porque allí se publicaba “La Traca”, de la que había sido asiduo colaborador y en la que si bien no había caricaturizado a Franco en una llamativa portada, sí lo había  hecho con Queipo del Llano, que tampoco debía ser hombre fácil de agradar. Nada más llegar fue detenido, y Carceller, su amigo personal además de su director, se presentó en la prisión, en la que también estaba o iba a estar pronto Bluff, solicitando su libertad con el argumento de que se trataba sólo de un dibujante. En ese mismo momento le detuvieron también a él. Los tres fueron llevados frente al paredón apenas año y medio más tarde.


En el tristemente famoso Camp de la Bota barcelonés fue fusilado Doménec Latorre Solé, periodista, articulista y caricaturista, además de importante militante catalanista y creador de la organización independentista Patria Nova. En los años diez y veinte del siglo había publicado artículos y caricaturas en L'Intransigent y Subversió Nacionalista, aunque ya para la llegada de La República era funcionario del Ayuntamiento de Barcelona, puesto en el que siguió durante toda la guerra sin que se le conozca militancia ni acción política destacada en ese periodo. Pese a ello fue denunciado por sus propios compañeros y detenido en el mismo lugar de trabajo, siendo fusilado tras un consejo de guerra sumarísimo, y pese a las gestiones para salvarlo de Ferran Valls i Taberner, Carlos Sentís, Josep Pla y otros intelectuales del nuevo régimen, en abril de 1939 junto a otros nueve militantes catalanistas.

Un final similar, la muerte, aunque en este caso no fuera producida por las balas, sino por una especial crueldad en su detención, le correspondió a Helios Gómez, pintor, muralista, ceramista y cartelista nacido en Sevilla en mayo de 1905. De etnia gitana, colaboró en la prensa, primero anarquista y luego comunista, ideologías en las que militó sucesivamente. Durante la guerra fue nombrado Comisario Político y Cultural. Peleó en Ibiza, Mallorca, Aragón, Madrid y Andalucía. Exiliado, fue  internado en campos de concentración de Francia y Argelia hasta mayo de 1942. Ese año volvió a España y fundó el grupo Liberación Nacional Republicana. Fue detenido y estuvo preso de 1945 a 1946 y de 1948 a 1954, sufriendo crueles torturas. Debía haber sido puesto en libertad en 1950, pero le retuvieron cuatro años más, lo que minó totalmente su salud hasta la muerte.

Igualmente fue condenado a muerte, aunque luego le conmutaran la pena por largos años de prisión, José Robledano Torres, del que seguiremos hablando, porque se trata nada menos que el primer historietista español en sentido estricto. 

Detenido a los pocos días de entrar las tropas sublevadas en Madrid, fue encerrado en la cárcel de Porlier y un consejo de guerra le juzgó cinco meses después al considerar, según la sentencia, que “con anterioridad al Movimiento Nacional se había destacado ya por sus caricaturas publicadas en periódicos disolventes en las que se atacaba a todas las instituciones fundamentales de la auténtica España”. Además consideraban que durante la guerra había seguido haciendo otras “en las que injuriaba a las personas representativas del Movimiento Nacional a quienes atraía todo género de barbaridades”. El delito de caricaturizar a los generales sublevados fue considerado “adhesión a la rebelión militar” y la condena de muerte.

Conmutada la pena por la de 20 años de prisión, salió en libertad en agosto de 1943 gracias a los sucesivos indultos que se dieron en aquellos años. En las cárceles de Porlier (Madrid) y Valdenoceda (Burgos), donde pasó sus más de cuatro años de encierro realizó una serie de dibujos que mostraban la dureza de la prisión. 

El dirigente comunista Miguel Núñez, del que ya sabemos de sus posteriores andanzas clandestinas con Víctor Mora y que conoció a Robledado en la cárcel madrileña de Atocha, dejó escrito en sus memorias (“La revolución y el deseo”. Península, 2002): “Quizás los mejores testimonios, los más realistas, los que pueden dar una idea más acabada de lo que fue aquello, son los impresionantes dibujos de José Robledano, que, afortunadamente, se han conservado. Este pintor y dibujante nació en Madrid en 1884. Aventajado alumno de la Escuela de Bellas Artes, compartió los estudios con pintores famosos. Colaboró en la revista Arte y Sport, con artistas como Pablo Ruiz Picasso y Juan Gris. Dejó también su huella en Nuevo Mundo, La Esfera, Mundo Gráfico, Blanco y Negro, El Imparcial, El Sol, La Voz, El Socialista, Crisol o Claridad. De 1927 a 1936 se afirma con su arte como un demócrata de pura cepa. En El Socialista dio vida al entrañable personaje de «el señor Cayetano», un madrileño castizo, bonachón y republicano. Al producirse la sublevación franquista, se lanza a una actividad intensa y combate con su arte en la defensa de la República.

La dictadura le hizo pagar cara su entrega a las ideas de libertad y democracia. Fue condenado a muerte, pena conmutada por treinta años de prisión. Recorrió el calvario de las cárceles de Atocha, donde yo le conocí, Porlier, Valnoceda y Vigo, entre otras. Durante su cautiverio, con los medios más rudimentarios, creó más de un centenar de dibujos, que consiguió sacar a la calle y que hoy constituyen un reflejo insuperable de aquella realidad. Son documentos valiosos que merece la pena que abran estas páginas sobre las prisiones franquistas. Sin sus dibujos, ¿cómo imaginar esas galerías, con su increíble alfombra de cuerpos humanos hacinados?, ¿cómo hacerse idea de las colas para recoger la bazofia del rancho?, ¿cómo representarse los patios atestados de presos, los innumerables objetos diversos colgados de las paredes, las posturas, los rostros de los presos? Cuando estaba prohibido tomar fotografías del interior de las cárceles, los dibujos de Robledano nos permiten recrear, al menos en parte, aquella trágica situación”.

Robledano salió en libertad, pero su trabajo como autor de tebeos quedó totalmente arruinado, Nacido en 1884 murió en 1994. En la actualidad, la práctica totalidad de su obra se encuentra depositada en la Biblioteca Nacional. En 2006, el guionista Felipe Hernández Cava contó su historia en el cómic “Nuestra guerra civil” con dibujos de Laura y Ángel de la Calle.




También pidió pena de muerte el consejo de guerra que juzgó al sevillano Andrés Martínez de León (1895/1978), aunque el reo fue indultado y salió en libertad en las navidades de 1945. Dibujante y pintor, Martínez de León había practicado en sus inicios un humor costumbrista a partir de las aventuras del personaje “Oseito”, bautizado así por la pasión que el autor sentía por el torero Joselito El Gallo, fallecido en 1920 y al que quiso rendir homenaje. Publicó sus trabajos en los más importantes periódicos y revistas de la época, como La Esfera, ABC, El Noticiario Sevillano, El Debate, El Sol y Blanco y Negro.

Enfrentado con la realidad de la miseria y la lucha política, el historietista se fue radicalizando, realizando ya en 1935 una aventura de su personaje estrella con el título de “Oseito en Rusia”, una radicalización que se concretaría durante la guerra con sus colaboraciones en Frente Rojo (portavoz valenciano del Comité Central del PCE) y Frente Sur (órgano del PCE de Jaén), en el que publicó “Oseito miliciano”. 


Tras su salida de la cárcel abandonó prácticamente la historieta, si bien todavía realizó tiras de tema deportivo en diversos periódicos regionales y colaboró de manera más regular en Don José, suplemento dominical de historietas infantiles del diario España, de Tánger, que coordinaba Antonio Mingote y en el que coincidió con Tono, Gila, Escobar, Peñarroya, Ballesta, Chumy Chumez o Cesc, entre otros maestros del humor gráfico, una buena parte de ellos presentes en el anterior capítulo. Dicho periódico, en el que también trabajaba Eduardo Haro Tecglen, fue uno de las primeras publicaciones españolas en adoptar, tras la guerra, posturas más liberales que las consentidas en la época.

El asturiano Faustino Goico-Aguirre, que durante la Republica ya había destacado como pintor y escultor, se incorporó al estallar la guerra a la caricatura política en el diario socialista asturiano Avance y fue nombrado por el gobierno Delegado Provincial de Bellas Artes. Poco estuvo en estas funciones, pues fue detenido tras la caída de Oviedo en 1937, juzgado y condenado a muerte, aunque la pena le fue finalmente conmutada. Tras salir en libertad siguió su trabajo como acuarelista, ilustro libros y colaboró, como Martínez de León en el diario España, de Tánger.


José María Carnicero (Madrid, 1911-Badalona, 1950). Dibujó entre otras publicaciones en el diario La Mañana y realizó carteles de propaganda hasta el final de la guerra. Aunque intento exiliarse, no lo consiguió. Fue detenido y pasó tres años en la cárcel, teniendo que presentarse luego mensualmente hasta 1949. Pese a ello, trabajó en los dibujos animados del largometraje pionero de la animación española “Garbancito de la Mancha” (1942-1945). Falleció con 38 años.

Lola Anglada. Empezó en Cu-Cut, un clásico, y colaboró en otras revistas no menos decisivas para la evolución del humorismo infantil, como En Patufet o Virolet. Llegó a publicar su propia revista La Nuri, enfocada al público infantil femenino. Durante la guerra se afilió a UGT y colaboró en el Comisariado de Propaganda, publicando el relato ilustrado para niños El mes petit de tots, de clara ideología antifranquista, y otros trabajos similares. Aunque no pasó por la cárcel, tras la guerra civil se vio obligada a abandonar su profesión. Falleció en 1984.

Quizás el caso más curioso y contradictorio sea el de Fernando Perdiguero, Menda, uno de los pioneros de los dibujos animados españoles en los años 20, que se había hecho famoso por sus caricaturas políticas en el semanario La Calle (1930) y en otras publicaciones antes de La República, con la que colaboró activamente. Condenado a muerte e indultado, en 1942 se incorporó a La Codorniz, de la que fue redactor jefe, siendo como era la revista una publicación creada y regida por humoristas de derechas, hija directa de la belicosa La Ametralladora, en la que firmó con los seudónimos de Cero, Tiner, Hache y alguno más.





Son sólo algunos nombres, pero no los únicos. La lista de los historietista y viñetistas que, aunque no fueran encarcelados, debieron sufrir el ostracismo profesional, cambiar de oficio, inventar seudónimos y malvivir en mil oscuras labores mal pagadas es larga. Unos cuantos son Jaume Passarell (Badalona, 1890-1975); Melchor Niubó, Niu (La Fuliola, Lleida 1912) que se cambiaría el nombre por el de Óscar Daniel; Romà Bonet i Sintes, Bon(Barcelona, 1886-1967) famoso caricaturista al que dieron de baja en el Real Círculo Artístico y le cerraron las vías de trabajo; o Josep Altimira Oxymel (Barcelona, 1880-1942), que sobrevivió malamente con un empleo en los estudios “Dibujos Animados Chamartín” de Barcelona.



Como para tantos otros españoles, la derrota supuso el exilio de buena parte de los historietistas y humoristas gráficos que habían puesto su pluma al servicio de La República en los años anteriores. No es de extrañar que la mayoría fueran catalanes, o que hubieran pasado la guerra en Barcelona, pues el resto, bien se hubieran mantenido en el Madrid asediado y aislado o hubieran intentado la huída por Alicante, pronto ocupado por las tropas fascistas italianas, no tuvieron ocasión de escapar, y su destino fueron las cárceles o el paredón. Entre los que se fueron figuraban algunos de los más importantes nombres de la ilustración española.

Desde que en 1905, con 23 años, expusiera por primera vez las caricaturas que había publicado en distintas revistas minoritarias catalanas en la sala Parés de Barcelona, Lluis Bagaría se había convertido en el más importante de los caricaturistas y humoristas gráficos de España. De él había escrito Ortega y Gasset: “Como los ensueños –que a veces son pesadillas--, cada dibujo de Bagaría irradia alusiones hacia los cuatro puntos cardinales del espíritu”, y aún con mayor intensidad poética Ramón Gómez de la Serna le había explicado en una gregería: “Bagaría ha dejado al aire e incandescente el hilo de platino de la caricatura”.

El artista, pues de un verdadero artista se trata, aunque utilizara para transmitirnos su particular retrato del mundo la plumilla y el ingenio, había nacido en Barcelona en 1882, y en Catalunya veló sus primeras armas caricaturescas en revista como ¡Cu-Cut! y la fundamental Esquella de la Torratxa, consiguiendo tal éxito que ya en 1912 estaba en Madrid, ilustrando en el muy reciente La Tribuna la entrevista semanal que realizaba Tomás Borras. De ahí a que sus cada vez más populares viñetas saltaran a las páginas de la revista España o el diario El Sol apenas hubo un trecho, el que iba de unas redacciones a las otras.

En esos años Bagaría estableció lo que sería un canon en el caricaturismo español contemporáneo: la limpieza de línea y la seguridad del trazo que retratan al personaje a través, no de la exageración, sino de la esencialidad de los rasgos básicos de cada personaje, que confieren hondura y dramatismo al retrato (obsérvense, por ejemplo, los ojos de la caricatura de Pablo Iglesias que acompaña este párrafo).

Los dibujos de Bagaría nunca fueron banales, dedicando cientos de ellos, ya desde la dictadura de Primo de Rivera, a combatir el clericalismo, la censura, la dictadura, la opresión de clase, la guerra o el colonialismo, entre una infinidad de temas que incluyen también estampas costumbrista, reflexiones morales y caricaturas, cientos de caricaturas. Esas caricaturas que Eugenio D’Ors consideraba lo mejor de su obra y de las que escribió: “Este caricaturista traza vuestra caricatura; os convertirá tal vez en un monstruo. ¿Qué más da? Su croquis os contenta y halaga. La razón está en que él ha sabido hacer creer en vuestra imagen la energía espiritual, la significación”. 

Tampoco era de última hora el republicanismo del dibujante, que lo asumió como ideología desde temprana edad y que se reflejó siempre en su trabajo. Un republicanismo teñido de ideas progresistas, que le llevaron a militar en el Partido Socialista en fecha tan temprana como 1920, por lo que no es de extrañar que se convirtiera en la voz gráfica de la Alianza Republicana Socialista, cuyo cartel electoral para los históricos comicios de 1931 diseñó; lo mismo que haría con el del Frente Popular para las no menos históricas elecciones de febrero de 1936.

Con la guerra regresó a Barcelona, donde, simultaneándola con otros medios, inició una fecunda colaboración con La Vanguardia, en la que publicó numerosas diatribas contra la guerra y ataques no sólo a Franco, sino también a Mussolini y Hitler. A este último le dedicó en 1937 una carta manuscrita llena de sorna, mala leche y lucidez política a raíz de que en Alemania se hubiera prohibido la difusión del periódico, a causa, precisamente de sus caricaturas:




Enfermo y débil, a causa en buena medida del estilo de vida bohemio y desordenado que había practicado, ya con 56 años a cuestas, Bagaría se exilió en París en la primavera de 1938, amargado, además, por el mal rumbo que había tomando la guerra ya para entonces. No obstante su estado de salud, compartía páginas con Antonio Machado, Victoria Kent, José Bergamín, Luis Lacasa o Ramón J. Sender en el semanario La voz de Madrid, que pese a su título editaban en París los exiliados españoles.

A finales de mayo de 1940, con las tropas alemanas ya en suelo francés y a punto de entrar en París, lo que sucedería menos de mes después, Bagaría partió para América, cuyos periódicos habían publicado sus dibujos con regularidad y en donde gozaba de gran popularidad. Escribió: “Todas las comodidades que me brindan, todo el porvenir que me ponen por delante no lograrán quitarme la tristeza que llevo encima y que ha de acabar muy pronto conmigo”. Falleció en La Habana el 26 de ese mismo año.


La vida de Josep Bartolí (1910-1995) merecería una novela o una película. Se exilió a Francia formando parte de las últimas oleadas de refugiados en febrero de 1939, y tras su inicial paso por los campos franceses fue detenido e internado en campos nazis. Pasó por siete de ellos, consiguiendo evadirse, una hazaña poco normal, del último, el de Bram, aunque volvieron a cogerle y le enviaron a Dachau en un tren de carga, del que se escapó de nuevo, esta vez con buena suerte. Tras mil peripecias, que le hicieron pasar por Marsella y Casablanca, consiguió llegar a México, donde retomó su carrera en el entorno del pintor Diego Rivera y fue amante de Frida Kahlo.

Bartolí se había hecho ya un nombre en el dibujo gráfico catalán, el más creativo de España, publicando sus dibujos, chistes y caricaturas en diarios y revistas como La Veu de Catalunya, Papitu, l'Esquella de la Torratxa o La Ciutat i L'Opinió, y durante la guerra había colaborado con medios anarquistas y comunistas, tanto en sus publicaciones como en la realización de carteles llamando a la lucha y la resistencia.

De México se trasladó a Estados Unidos, donde fue primer dibujante de la revista Hollyday, publico libros ilustrados y diseñó decorados para películas históricas en Hollywood. Da cuenta de la popularidad y del prestigio que alcanzó Bartolí en los medios artísticos estadounidenses el que formara parte del grupo 10th Street junto a cuatro nombres fundamentales del arte contemporáneo estadounidense, como son los de Willem de Kooning, Kline, Pollock y Rothko. En 1973 recibió el premio de artes plásticas que lleva el nombre de este último.

Entre sus libros ilustrados se encuentran Calibán (1971), The black man in America (1975) y, sobre todo, Campos de concentración (México, 1943; Madrid, España, 2006), en el que reflejaba con dibujos, historietas, poemas y recuerdos su paso por los campos Nazis, dejando así el testimonio que la novela o el cine le negaron y creando un trabajo que se adelantaba en años al formato de las novelas gráficas. Falleció en Nueva York con 85 años.







Si no fuera porque Alfonso Daniel Rodríguez Castelao es uno de los intelectuales y políticos de la historia de Galicia, articulista, narrador y autor teatral de gran prestigio, y, sobre todo figura clave del gallegismo, podríamos convenir en que fue uno de los más importantes humoristas gráficos de la República, la guerra y el exilio. En cualquier caso lo es, porque su obra grafica está compuesta por una buena cantidad de viñetas, que realizó a lo largo de toda su vida y que constituyen una obra coherente y completa en la que se conjugan ternura, critica social, retranca y terror, depende del tema y de la época.

Castelao, que luego declararía que había despertado su afición por la caricatura la lectura de niño de la revista Caras y Caretas durante la estancia de niño en Argentina, había nacido en 1886 en Rianjo, municipio de La Coruña, ciudad en la que estudió medicina. Ya en 1910, mientras hacía el doctorado en Madrid, participó en la III Exposición Nacional de Humoristas y comenzó a publicar en El Cuento Semanal, añadiendo esta colaboración a la que ya mantenía desde dos años antes con Vida Gallega.

En 1911 se adhirió al movimiento Acción Gallega, y publicó en múltiples publicaciones y periódicos, desde El Liberal a La Voz de Galicia de Buenos Aires, de El Gran Bufón a La Ilustración Gallega y Asturiana, de El Sol a Mi Tierra, lo que dio una gran popularidad a sus viñetas. En 1920 creó con Vicente Risco, Otero Pedrayo y otros la revista Nos, origen del moderno galleguismo político y cultural.

En 1931, recién llegada la República, en cuya política participó muy activamente desde el campo del galleguismo, publicó el libro también titulado Nos, en el que se recogían una buena cantidad de sus viñetas. Pese a su actividad política y literaria siguió dibujando y publicando tras su obligado exilio.

Encarcelado entre 1934 y 1935, el bienio negro en el que la reacción cedista estuvo a punto de acabar con la República, fue diputado de Frente Popular en 1936 y uno de los principales negociadores y redactores del Estatuto de Autonomía de ese año. Ya en exilio, fue ministro del Gobierno de la República. Falleció en el sanatorio de Centro Gallego de Buenos Aires el 7 de enero de 1950.

La Dirección General de Prensa del Gobierno de España despachó instrucciones a los medios acerca de cómo tratar la noticia: “Habiendo fallecido en Buenos Aires el político republicano y separatista gallego Alfonso Rodríguez Castelao se advierte lo siguiente: La noticia de su muerte se dará en páginas interiores y a una columna. Caso de insertar fotografía, esta no deberá ser de ningún acto político. Se elogiarán únicamente del fallecido sus características de humorista, literato y caricaturista. Se podrá destacar su personalidad política, siempre y cuando se mencione que aquella fue errada y que se espera de la misericordia de Dios el perdón de sus pecados. De su actividad literaria y artística no se hará mención alguna del libro "Sempre en Galiza" ni de los álbumes de dibujos de la guerra civil. Cualquier omisión de estas instrucciones dará lugar al correspondiente expediente”.




Luis García Gallo, Coq (1907/2001). Nacido en Toro (Zamora) se trasladó con su familia a Bilbao, donde aprendió dibujo en la Escuela de Artes y Oficios de Achurri, para terminar en Barcelona, ya en 1938. Creó durante la guerra un personaje que parodiaba a Franco por el que llegó a gozar de gran popularidad. Colaboró sobre todo en la prensa libertaria como en Tierra y Libertad, Solidaridad Obrera, Fragua Social o la revista Diana, órgano del 10º Cuerpo de Ejército del Este. En 1939 se exilió a Francia, donde nada más llegar fue internado en los campos de Mont-Luis y Argelés-sur-Mer. Al salir y acabar la guerra mundial comenzó a colaborar en la prensa francesa, en la que el seudónimo de Coq se hizo famoso en France-Soir, Jours de France, Point de Vue, Ici-París o Constellation.

Celedonio Melitón Otaño (1912/2003). Encarcelado al finalizar la guerra, fue puesto en libertad, según se cuenta, como gracia por haber pintado un magnífico mural en el penal en que estaba recluido. La experiencia carcelaria no le reformó, pues nada más salir empezó a colaborar con grupos clandestinos, aplicando su habilidad con la plumilla para falsificar pasaportes a mano. Al ser descubierto el grupo consiguió escapar, y buscó asilo en Venezuela, en donde siguió su carrera profesional y de dónde no regresó a España hasta ya bien muerto Franco en 1980.

Eduardo Robles Piquer, Ras (1910/1993). Caricaturista ya en España, durante su largo exilio triunfó por donde pasó. Vivió en México, Venezuela y Nicaragua, dedicándose también a la arquitectura y la decoración sin dejar de colaborar como articulista y dibujante en distintos periódicos.  

Juan Bautista Archer. Utilizó los seudónimos de Alfonso Villa y Ssum y fue condenado a muerte en Barcelona, aunque su pena fue conmutada, saliendo en libertad y exiliándose a México.

Gregorio Muñoz, Gori, en el periodo republicano diseñó fallas en Valencia, donde había nacido, y se especializó en el terreno de la caricatura personal, en la que destacó. Fue muy conocido, llegando a colaborar incluso con el mismísimo Josep Renau, militante del PCE, maestro del fotomontaje, el cartelismo y el collage español, que también se exilió y que durante la guerra fue Director General de Bellas Artes, puesto desde el que encargó el Guernica a Picasso.

Alfred Pascual y Benigani (1902/1995). Al volver del servicio militar en África comenzó a dibujar en Papitu, un clásico de la ilustración infantil catalana y española, para seguir luego colaborando en revistas y diarios como Las Noticias, Treball, Xut!, L'Opinió y Mirador. También decoró cabarets, en los que además actúo en un dúo cómico con el famoso Alady. Fue presidente del importante e izquierdista Sindicado de Dibujantes Profesionales. Al finalizar la guerra se exilió en Inglaterra, donde fue ilustrador de la revista Liliput y realizó numerosos diseños publicitarios, entre otros para la cerveza Guinness y los ferrocarriles británicos.

Fancisco Rivero Gil (1899/1972). Pintor y caricaturista, comenzó su actividad en El Pueblo Cántabro (era de Santander), para pasar luego a lo más selecto de la prensa republicana, tales como La Libertad, El Sol o El Socialista. Durante la guerra fue un fecundo creador de carteles propagandísticos, y al finalizar se exilio a Francia primero y luego a México, donde colaboró en los importantes diarios El Excelsior y El Nacional.
                                      








Josep Allosa Villagrasa (1905/1990). Fue figura clave del Sindicato de Dibujantes y director de L’Esquella de la Torratxa, que abandonó para incorporarse voluntario al ejército republicano, luchando en la batalla del Ebro. Se exilió, y tras una breve estancia se estableció en la República Dominicana del dictador Leónidas Trujillo, en la que como tantos otros españoles sufrió grandes calamidades. En 1944 se instaló en Caracas, donde falleció después de una brillante carrera profesional.










Si Castelao fue un dibujante que se convirtió en figura indiscutible del renacer literario en lengua gallega, Pere Calders fue un literato básico de la lengua catalana que empezó su carrera como dibujante satírico con el seudónimo poco enigmático de Kalders. Cuando tenía 20 años comenzó sus colaboraciones gráficas en el Diari Mercantil alentado por su amigo y futuro cuñado Avel-lí Artis Gener, Tisner, que también le llevó a L’esquella de la Torratxa, de la que fue habitual dibujante y articulistas hasta el final de la guerra civil. Tras haber sido internado en Francia en los campos de Prats de Molló y Roissy-en-Brie se exilió en México, donde publicó lo más importante de su obra literaria, siempre en catalán, Falleció en 1994.

Avel.li Artís i Gener, Tisner (1912/2000). Si su cuñado fue fundamentalmente un escritor que también dibujó, Tisner fue un viñetista que acabó de escritor, no velista y memorialista. Con 16 años empezó a dibujar caricaturas, que pasaba por debajo de la puerta de Papitu, que acabó por publicarlas, y a los 18 encontró su primer trabajo periodístico. A partir de ahí no paró de publicar caricaturas y viñetas en todo tipo de publicaciones, hasta acabar dirigiendo en 1936 L’Esquella de la Torratxa, junto a Pere Calders, para marchar luego al frente formando parte de la 60 División del ejército republicano. Tras la derrota se exilió a México, donde permaneció 25 años. En 1945 hizo su primera incursión en la literatura con 556 Brigada Mixta, recuerdo de guerra, aunque no insistió en el género hasta 1966, fecha en la que publicó su primera novela. Hasta 1998 publicó una decena de libros, entre los que destacan los cuatro volúmenes de sus memorias, Viure y Veure.

El aragonés José Cabrero Arnal (1909, Barcelona/ 1982, Antibes, Francia). Su vida tiene un cierto paralelismo con la Bartolí, al menos en algunas peripecias del exilio. Veterano colaborador de Pocholo, fue uno de los 7.000 españoles que, tras su exilio y paso por los campos de concentración franceses, fueron a parar al nazi de Mathausen, donde pasó cuatro años. Cuando salió pesaba 39 kilos y durante toda su vida llevó tatuado en el brazo el número 6299 con el que le tatuaron los nazis. Tras la liberación permaneció en Francia, creando en 1948 para el diario comunista L’Humanité su personaje principal, el perro Pif, que alcanzó gran popularidad en infinidad de historietas y que ya en los años 70 daría título a la revista infantil de gran éxito Pif Gadget.

Pero no se acaba el listado de historietistas exiliados y represaliados: Lluís Perotes y Roig (Pont de Suert, Lleida, 1917), que participó en la guerra civil en el frente de Aragón, activista del Sindicato de Dibujantes. Juan García Iranzo (1918- ¿), el creador de la historieta “El Cachorro”, que fue condenado a trabajos forzados en el Marruecos francés. Enrique Ferran de los Reyes, Dibán (1911  - 1986), medico, funcionario de la Generalitat republicano e ilustrador de películas de animación, se exilió a Francia y estuvo internado en el campo de Argelés. Federico Sevillano Doblanc (Barcelona, 1902 - ¿), también magnífico ilustrador y animador en los estudios “Chamartín”, solado republicano en diversos frentes que pasó por Argelés.

Y para acabar este repaso, espero que no se considere una boutade o una exageración que utilice para cerrar esta galería de historietistas y viñetistas represaliados por la dictadura, en este caso con el exilio, a Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Cipriano de la Santísima Trinidad Ruiz y Picasso. El caso es que exiliado fue y de su mano salieron en 1937 los grabados de Sueño y mentira de Franco, estructurados en forma de viñeta y en los que, no yo, sino tantos expertos, se ha visto la directa influencia de los tebeos. El genio, que lo probó todo y en todo fue un maestro, no podía ignorar la más humilde de las artes gráficas.       



TEBEOS CONTRA FRANCO



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