Explicación, índice y tal
No
soy experto en tebeos ni he escrito de ellos más que de forma esporádica, por
lo que no puedo alegar otra capacitación para haberme metido en este berenjenal
que la simple curiosidad y la afición que me llevó desde la más tierna infancia
a devorar historietas, hasta el punto de tropezar con la prevención paterna,
que aunque nunca me prohibió leerlos si procuraba que dejara los monigotes y
pasara a la literatura de verdad.
Vengo
de una época en que, sin videojuegos ni ordenadores, sin siquiera televisores y
con el cine reservado para las tardes de los jueves, que te dejaban libre en el
colegio, los tebeos eran el principal entrenamiento infantil. El pequeño puesto
de madera en la esquina de las calles Ponzano y Santa Engracia era el dorado en
el que los críos del barrio nos agenciábamos Pulgarcito, Tío
Vivo y el mismísimo TBO, Azañas Bélicas, Roberto
Alcázar y Pedrín y El Capitán Trueno. O Superman,
que entre los de fuera era el que prefería. Allí revolvíamos entre las montañas
de cuadernillos hasta que encontrábamos el que no habíamos leído para
comprarlo, cambiarlo o alquilarlo. Luego nos lo pasábamos de unos a otros hasta
que todos lo habíamos leído y vuelta a empezar.
Por
razones de origen social no fui un niño de Tintín, que en aquel entonces no era
tebeo para obreros sino para clases más ilustradas, y no digamos ya Asterix
o Luky
Luke, muy posteriores aunque yo los descubriera a la vez, ya en una
juventud más avanzada. Enric Sió y Carlos Giménez me enseñaron que las
historietas dibujadas, que ya comenzaban a llamarse cómics, podían abordar
problemas adultos, sin saber todavía que también podían encontrarse reflexiones
para mayores en Zipi y Zape o Carpanta, como sucedía con Mafalda.
Ellos, no obstante, abrieron al camino a Crepax,
Caniff, Pratt, Eisner y otros
maestros. Hasta hoy, en que me he quedado justos antes de eso que llaman
novelas gráficas, aunque mi hija me regalara en un cumpleaños Maus
y me parezca una joya.
Estábamos,
pues, en que nunca había pensado hacer con los tebeos otra cosa que divertirme.
Hasta que un día no hace muchos años, mientras daba un recorrido a la
monumental enciclopedia de Jesús
Cuadrado[1],
descubrí que el creador de Zipi y Zape y Carpanta había sido un
rojo peligroso. Naturalmente ya conocía el pasado político de Víctor Mora, cuyas novelas me habían
ayudado a comprender mejor sus tebeos, pero saber que entre los autores de mi
infancia había otro rojo me hizo pensar que si había dos podía haber tres. O
más.
El
primer recorrido por las casi 2000 páginas de la o me dejó sorprendido y
entusiasmado. Los rojos de aquellos viejos tebeos del primer franquismo eran
desde luego más, muchos más de los que pensaba. Recuperé los libros de Salvador Vázquez de Parga y Antonio Martín[2]
sobre los tebeos en el franquismo que alguna vez había leído y que andaban
perdidos por una estantería. Tropecé en ellos y en otras fuentes con Robledano,
que en 1910 había introducido en España los globos de diálogo, abriendo el
camino del tebeo contemporáneo, y que tras la guerra había pasado una buena
temporada entre rejas. Y con Carlos
Carreras y Ramón Acín, que
habían sido fusilados por el franquismo. Poco a poco fui retrocediendo en el
tiempo. De los tebeos de la dictadura pase a la represión, de ella a la guerra
civil y luego a la República. Fruto de ese recorrido son las páginas de esta
serie, que decidí escribir en el convencimiento de que si bien hay en ellas
pocos descubrimientos nuevos, se trata de una historia que nunca se ha contado
como tal. A partir de esos datos más o menos sueltos que ya se conocían, el
intento consistía en unirlos y relacionarlos, entre si y en con el contexto
histórico correspondiente, para que el panorama general que salga de la narración
permita conocer un poco mejor, o al menos de otra manera, el tebeo español y la
propia España.
Los
textos que iré colgando en seis capítulos no constituyen una obra acabada, sino
eso que se podría llamar un work in
progress, que a moderno no me gana nadie. Vamos, una cosa comenzada y sin
terminar que igual alguna vez se termina, pero que, pese a todo, tiene el
cuerpo suficiente para que la historia pueda ser entendida. Por eso lo traigo
aquí.
En
un principio pensé en escribir un breve prólogo intentando explicar cómo se
había creado a lo largo de la historia ese lenguaje artístico autónomo,
narrativo, analítico o poético, en que se han convertido aquella mezcla de
texto e imagen que ya se encuentra en las Cantigas de Santa María y en otros
códices medievales. Con la mejor idea de pasar a toda prisa sobre el tema me
puse a la faena, pero me entusiasmé tanto con aquellas primitivas producciones
multimedia que eran algunos códices, con la revolución que supuso la imprenta,
con las imposiciones censoras de la inquisición, con el atrevimiento de los
pliegos de cordel y el atrevimiento de los hermanos
Becquer, convertidos en pornógrafos antimonárquicos, con la agudeza y el
descaro de la prensa satírica, que lo que se anunciaba como diez folios iba por
los cuarenta y aún quedaba la mitad.
Por
consejo de una amiga a la que enseñé el proyecto he decidido pasar a epílogo lo
que era prólogo, pues tal y como ella consideraba su colocación al principio
retrasaba demasiado la entrada en harina. Puesto a retrasar, a la hora de
colgar aquí este trabajo, unas veces apenas bocetado, otras más desarrollado,
le he dado la vuelta a los capítulos, de manera que, como si estuviéramos en un
flash back permanente, la historia no siga orden estrictamente cronológico, sino
el que ha quedado marcado por mi propia búsqueda de datos y los sucesivos descubrimientos
de tema a tema tal y como se fueron presentando.
De
acuerdo a eso, así quedarán las cosas que espero ir colgando cada sábado.
1.- Infiltrados de papel
Aquellos tebeos que nos enseñaron a leer
Autores,
dibujantes y guionistas republicanos en las historietas españolas de
postguerra, de Escobar a Víctor Mora, de Azañas Bélicas a El
Guerrero del Antifaz, de Conti
a Vázquez, de Doña Urraca a Cuto...
2.- Al paredón por un monigote
Represaliados
tras la guerra civil. Bluff y Acín fusilados, Robledano y Martínez de León
encarcelados, Bagaría y Bartolí exiliados. Ojalá hubieran sido
los únicos.
3.- Dibujos contra Balas
La
guerra civil supuso la militarización de los tebeos y el humor gráficos. En los
dos bandos tebeos, caricaturas y chistes fueron armas para colaborar en la
lucha militar.
4.- La alegría tricolor
La
llegada de la República abrió un periodo de libertades que tuvo especial
influencia en la prensa satírica de la época y contribuyó a la toma de postura
política de historietistas y caricaturistas, que se expresaron en una multitud
de publicaciones de gran repercusión popular.
5.- Epílogo. La construcción de un
lenguaje (1)
Las
Cantigas de Santa María y otros códices son la primera expresión narrativa con
textos y dibujos. La imprenta cambio revolucionó la relación del libro con sus
lectores, cada vez más numerosos, y sirvió para ampliar el conocimiento humano,
lo que abrió los ojos de la inquisición y provocó el nacimiento de la censura.
6.- La construcción de un lenguaje (2)
Lápices como alfileres
Pliegos
de cordel, aleluyas y prensa satírica en el siglo XIX. ¿Alguién podía esperar que el más ilustre poeta romántico y el autor del retrato de los billetes de 100 pesetas fueran descarados pornógrafos anti isabelinos?
A
la hora de buscar ilustraciones musicales no ha habido duda.
escucharemos en
versiones distintas cada capítulo.
[1] “De la
historieta y su uso” (Funación Germán Sánchez Ruipérez. 2000)
[2]
Respectivamente “Los cómics del
franquismo” (Planeta, 1980) e “Historia
del comic español. 1875-1939” (Gustavo Gili, 1978).
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