Desde que en
1910 el dibujante José Robledano publicó
“El suero maravilloso”, introductor
en España de los globos de diálogos que sustituyeron a las aleluyas, los tebeos
alcanzaron gran predicamento entre los niños, convirtiéndose poco a poco en el
medio a través del cual tuvieron un más directo contacto con la escritura y la
narración de historias, que, como se verá, en las tres primeras décadas del
siglo XX alcanzaron gran importancia, viviendo un momento de esplendor durante
la República. La victoria franquista supuso una dura represión contra muchos de
aquellos profesionales que, de una forma u otra, habían prestado su apoyo a la
causa popular, siendo represaliados por ello hasta el punto de que pocos
continuaron su trabajo posteriormente. Sin embargo, a veces se dan paradojas en
la Historia, y las ideas que se habían querido borrar del cerebro de
historietistas y humoristas gráficos volvieron de manera insospechada por donde
menos se podía esperar.
Pese a la
dictadura, el momento de mayor esplendor del tebeo hispano fue en las décadas
posteriores a la guerra civil, los años cuarenta y cincuenta, en los que
personajes e historietas como Roberto Alcázar y Pedrín, El
Guerrero del Antifaz, Cuto, El Capitán Trueno, Don
Pío, Hazañas Bélicas, Doña Urraca, Zipi y Zape, Carpanta, Las
Hermanas Gilda, El loco Carioco, La
familia Cebolleta, El Jabato o Anacleto, agente secreto,
por no citar sino algunos de los más populares, se convirtieron en la diversión
preferida de niños y adolescentes, llegando algunas de estas publicaciones a
superar el medio millón de ejemplares semanales, en un éxito que todavía
alcanza hasta hoy mismo, cuando comienzan a abundar las reediciones de aquellos
viejos tebeos de nuestra infancia.
Generaciones de
españoles se han identificado con estos personajes y han aprendido a leer
siguiendo las aventuras que para ellos idearon sus respectivos autores. El
franquismo pretendió hacer de estos tebeos los difusores ideológicos con los
que transmitir a los más pequeños los principios morales, religiosos y sociales
del Movimiento Nacional, aunque, haciendo gala de una cierta ingenuidad
censora, hasta 1962 no se llegó a crear la Comisión de Información y
Publicaciones Infantiles y Juveniles, encargada de supervisar los contenidos de
los tebeos. Fuera por esta tardanza en darse cuenta del peligro que suponían
unas historietas incontroladas o por las facilidades que ofrecía el género
infantil, el caso es que muchos de aquellos tebeos mostraban, bajo una máscara
de aventuras exóticas o disparates cómicos, retratos ácidos, irónicos o
esperpénticos de la realidad de la vida bajo la dictadura, a la vez que se
destilaban de ellos conceptos morales distintos a los oficiales. No resultaba
evidente ni explícito, pero ahí estaba.
No es de
extrañar esta característica de aquellos viejos tebeos, sobre todo si tenemos
en cuenta que muchos de sus autores (entre ellos los de todos los personajes
indicados más arriba) eran antiguos combatientes del ejército republicano,
hombres situados en las diversas posiciones de izquierda que habían perdido la
guerra civil y que, en muchos casos, habían sufrido represión, cárcel o exilio
por su defensa de la República frente a la sublevación militar.
¿Hasta qué punto
fueron capaces de expresar su ideología en su obra? De manera muy dispar. No
hay que olvidar el momento en que aquellos tebeos nacieron, en el que en España
se sufría una feroz dictadura sembradora de cárceles, represión y miedos,
tiempos poco propicios para voces discordantes. En unos casos consiguieron,
como Boixcar en Hazañas Bélicas,
equilibrar las exigencias políticas del régimen; en otros, como Jordán Jover con Roberto Alcázar y Pedrín
el trabajo supuso en exclusiva forma de supervivencia; alguno, como el Escobar que parió a Carpanta,
consiguieron que la más cruda realidad estallara desde cada línea de sus
historietas esperpénticas. Por otra parte, la calidad estética y el interés
sociológico de las diversas obras son desparejos, habiendo entre ellos nombres
fundamentales de la historia del tebeo español junto a simples artesanos de
ocasión, aunque esa distinción no forme parte de las intenciones de este
escrito.
Aunque quizás el
caso más notorio de pensamiento de izquierdas sea el de Víctor Mora, por la relevancia alcanzada por su obra novelística
posterior, hay muchos otros nombres que agregar a la lista. Con una simple
aproximación al tema, que no pretende ser exahustiva, podemos encontrar una
sustanciosa cantidad de autores de tebeos, algunos de los más importantes de
España, en los que confluyen estas circunstancias:
Víctor Mora (1931/…)
Hijo de familia
republicana emigrada en Francia que regresó a Barcelona tras la muerte del
padre, cuando el futuro escritor tenía 11 años. Empezó en el tebeo a los 17
años (1948) con Doctor Niebla y en 1956 presentó su proyecto sobre El Capitán
Trueno a la editorial Bruguera, que lo aceptó. En pleno éxito del
personaje fue detenido junto a su mujer, Armonía Rodríguez, también empleada en
Bruguera, por su militancia en el PSUC (Partido Socialista Unificado de
Catalunya, los comunistas catalanes).
En sus memorias (“La revolución y el deseo”. Península, 2002), el dirigente comunista
Miguel Núñez, al que volveremos a
encontrar más adelante, recordaba a propósito de una de sus estancias
clandestina en España a comienzos de los cincuenta: “Poco tiempo después regresé a Barcelona. Me instale con Aurora
Roríguez, quien me acompañó desde Francia, en un piso del Guinardó, que nos
había buscado Armonía, hermana de Aurora, y su compañero el joven escritor
Víctor Mora. Entre su importante obra literaria, Victor Mora
publicó en 1984 “El tramvia blau”. Se trata de un relato novelesco de las
peripecias y la dureza de la lucha antifranquista del periodo 1953-1958. Por
sus páginas desfilan hombres y mujeres que desarrollan una intensa actividad
militante. Yo mismo, como Mario; Aurora, como L’Edemia; Francesc Vicens, como
Guillem; y Emiliano Fábregas como Pablo. El retrato más impresionante es Ulls de
Sang (Antonio Juan Creix) como el policía torturador”.
Como consecuencia
de su militancia clandestina fue detenido, pasando unos meses encarcelado, lo
que no le impidió seguir trabajando desde la celda en la serie, de la que
llegaron a editarse 350.000 ejemplares semanales. De aquel periodo, el propio Víctor Mora recuerda en su página Web
(….): “Fui detenido y estuve en la Modelo
de Barcelona. Me lo tomé con bastante tranquilidad. Era joven y fuerte, y me
sentía invulnerable. Mi preocupación era por Armonía, que también habían
detenido. ¡Supe que un alienado de la Brigada Social le había dado una bofetada
que le dejó una marca que duró varios días! /.../ Tengo que decir que recibimos muchas amenazas de la
Brigada Social en jefatura, y en la cárcel, y pese a nuestra actitud de nunca
decirles una palabra comprometedora, no nos tocaron ni un pelo de la ropa
(aparte del golpe dado a Armonía). Cuando era cierto que la Brigada Social
tenía una terrible reputación en toda España que duró MUCHOS AÑOS: palizas,
torturas, gente que se les quedó entre las patas. Hay que destacar que la gente
más maltratada durante aquellos interminables años, fue gente obrera sobre
todo. No hay duda de que alguien se
movió por nosotros, aparte de las personas corrientes. Armonía solo recibió una
bofetada. Yo, nada de nada. No hemos sabido nunca todos los detalles de lo que
ocurrió. El resultado, fueron unos meses en la cárcel. Tiempo después, de vez
en cuando, la policía venia a casa de madrugada, a registrar... ¡Era una
historia de constante sobresalto, de nunca acabar...! Ya estaba más que cansado”.
En 1958 creó El
Jabato, con el que repitió el mismo esquema de El Capitán Trueno: un
protagonista inteligente y bravo, dos compañeros dispares y una novia nórdica
dispuestos a repartir justicia por el mundo. Autor de novelas como “Els
platans de Barcelona”, publicada por primera vez en francés en Francia,
el país al que se había autoexiliado en 1963, y otras con las que ha conseguido
diversos premios literarios y buen crédito literario.
Se han apuntado
sobre El Capitán Trueno y El
Jabato ciertas características que de alguna manera reflejan una forma de
pensar distante de la ideología oficial del franquismo. Rasgos que definen sus
personajes como luchadores por el débil, defensores de la justicia y
liberadores de los oprimidos. En ningún momento aparecen rastros de racismo o
xenofobia en su trabajo, sean los personajes secundarios a los que se enfrenta
vikingos, árabes, indios americanos o chinos, que de todo hay. Los buenos y
malos son de todas las razas y nacionalidades, incluso la española, pero nunca
es esa la razón de sus cualidades heroicas o perversas. Destaca su tratamiento
de las mujeres, sus heroínas, empezando por la rubia y nórdica Sigrid, reina de
Thule, país dotado de parlamento propio, no se ignore, que siempre son personas
fuertes, independientes e inteligentes, lejos del modelo coetáneo que
propugnaban la Sección Femenina y los mandamientos de la Santa Madre Iglesia,
más dado a la sumisión de la mujer que a la rebeldía.
El mismo Víctor
Mora ha dicho sobre su personaje: “Siempre
soñé con escribir las aventuras de un caballero andante, y Editorial Bruguera
me brindó la ocasión. Este caballero es fuerte, simpático, lucha con noble
idealismo moral por la justicia, la libertad, la fraternidad, la paz (…) Su
papel fue a menudo el de hacer que masas de gentes tomaran conciencia de la
bestial explotación a que eran sometidas por un grupo de vampiros (…) Si algo
se le puede reprochar es que, desde un punto de vista estético, el Capitán
tiene todos los defectos de los héroes positivos de la novela soviética mala…
jamás tiene una flaqueza. Jamás tiene nada que reprocharse… Es el hombre que se
reprime constantemente para estar a la par de los ideales que defiende…”
Miguel Ambrosio Zaragoza, Ambros. (1913/1992).
Matriculado por
su padre en una academia de Valencia, durante su infancia debía recorrer
diariamente 26 kilómetros para aprender a dibujar. Estudió magisterio y ejerció
hasta el final de la guerra civil, en la que se alineó claramente por la
República. Tras la derrota decidió abandonar la enseñan por su negativa a
aplicar los principios educativos del primer franquismo, volviendo a su pueblo
natal, Albruixech (Valencia), para
ayudar a su familia en las tareas del campo.
En 1946 se
presentó en la editorial Valenciana con su propia recreación de El
Guerrero del Antifaz, ya para entonces era un tebeo de éxito, que no se
aceptó, pero que le valió comenzar a dibujar profesionalmente historietas
humorísticas, de las que pasó a lo que más le gustaba, el dibujo realista,
encargándose de series como El Caballero Fantasma, El
Zorro o Chispita.
En 1956 le
llamaron para hacerse cargo de la parte gráfica de El Capitán Trueno a
partir de la sinopsis que había presentado Víctor
Mora, ilustrando la serie en solitario hasta el número 35, ynecesitando
luego otros dibujantes dado el éxito del tebeo, alguno de los cuales, como Adolfo
Buylla también figuran en esta lista. Acabó cansado de aventuras medievales,
que abandonó en el número 175, y se dedicó a otros temas, con series como El
inspector Dan o ilustraciones de novelas tales como Rin
Tin Tin y Tarzán, e incluso vidas de santos y papas que le encargaba
Bruguera. Tras una etapa en París. En 1970 volvió a colaborar con Víctor Mora en la creación El
Corsario de Hierro.
Manuel Gago (1925/1980)
Creador y
guionista de El Guerrero del Antifaz, que se adelantó en 12 años a El
Capitán Trueno de Mora en el
género de héroes medievales españoles. Era hijo de un militar profesional que
permaneció fiel a la República, por lo que fue encarcelado tras la guerra en
Albacete, donde el joven Manuel pasó la infancia. Dibujante autodidacta se interesó
muy pronto por los tebeos, publicando sus primeras historietas con tan sólo 17
años. En 1944 publicó la primera entrega de El Guerrero del Antifaz,
hazañas heroicas de un caballero español de los tiempos de los Reyes Católicos
inspiradas inicialmente en una novela de Rafal
Pérez y Pérez. Desde el principio contó con la colaboración de su hermano Pablo y su cuñado Pedro Quesada. Aunque creó otros personajes y series (Tonín el huerfanito y Alberto
España, ambos de 1944, La pandilla de los siete, 1945, y El Pequeño Luchador, 1945 – 1956)
ninguno alcanzó el éxito de su guerrero enmascarado, que llegó a tirar 200.000
ejemplares semanales y se siguió publicando hasta 1966. En ese momento decidió
retirarse de la historieta, aunque luego regreso esporádicamente a ella. Había
dibujado 27.000 páginas de tebeos.
Pablo Gago (1928/?)
Invidente,
también fue guionista y colaboró desde el principio él en la creación de su
hermano Manuel. Por su cuenta, escribió guiones para Purk, El
hombre de piedra o El Duque negro.
José Jordán Jover. (¿…/…?)
Durante la
guerra civil fue comandante del ejército republicano y tras ella sufrió la
represión consiguiente. Resulta curioso que con esos antecedentes fuera uno de
los guionistas más destacados de las aventuras de Roberto Alcázar y Pedrín,
probablemente el más reaccionario de los tebeos del franquismo (y también uno
de los de mayor éxito y, desde luego, el más longevo, pues se llegaron a
publicar 1.219 cuadernos a lo largo de 35 años). También colaboró en Jaimito
y otras publicaciones.
En un momento,
1940, en que los países aliados en la guerra contra los nazis todavía ejercían
un fuerte embargo sobre la España franquista, provocando la desaparición de los
quioscos de los héroes del cómic estadounidense, desde Tarzán a Flash
Gordon, joyas del género que tanto habían disfrutado los niños
anteriores a la guerra civil, la idea de crear un héroe español que cubriera el
hueco se le ocurrió a Juan Bautista
Puerto, director de la Editorial Valenciana, que ya antes de la contienda
había publicado con éxito folletines y novelas populares y que constituyó la
otra gran cantera del tebeo hispano de postguerra junto a Bruguera. Él mismo se
encargó de los primeros guiones, cuya realización encargó a Eduardo
Vañó Pastor, un dibujante de la casa. Por lo que se sabe de ellos, o
por lo que yo sé, ambos eran gente de orden, que habían pasado la guerra en
Valencia, preocupados sobre todo por seguir adelante con sus publicaciones, y
resulta aún más desconocido porqué le encargaron los guiones a Jover,
que por aquel entonces se encontraba en la cárcel, en la que escribió las
primeras aventuras del personaje.
O de los dos
personajes, porque Roberto Alcázar fue desde el primer episodio inseparable de Pedrín,
un golfillo simpático que viajaba de polizón en el mismo barco en el que atraviesaba
el Atlántico el protagonista, que lo adopto como su asistente y compañero de
por vida. Como buen escudero, el muchacho aportaba la parte ingeniosa y
humorística a la serie, cuyas ocurrencias y frases pronto se harían
inmensamente populares, como aquel “ostras,
Pedrín”, que todavía hoy va de boca en boca como expresión de sorpresa o
admiración. El mayor era más serio. Sagaz y valeroso, Alcázar apareció primero
como un periodista metomentodo, a la manera de Tintín aunque más dado al
palo y tentetieso, aunque con el tiempo pasara a ser inspector de la Interpol,
lo que permitía una internacionalización de las aventuras, para acabar
diluyéndose en un ambiguo justiciero universal, que junto a su compañero venían
a ser una especie de Batman y Robin sin máscara y más chapuceramente realizados.
Desde la desaparición
de la serie en 1976 --recién muerto Franco, que casualidad-- se ha especulado
mucho sobre la caracterización ideológica de Roberto Alcázar y Pedrín. Se ha
dicho que la cara del protagonista estaba tomada de la de José Antonio Primo de Rivera,
el protomártir, aunque Vañó explicara en su momento que se
trataba en realidad de un autorretrato. También se ha asegurado que su apellido
hacía referencia, gloriosa para el régimen, a la resistencia numantina de los
sublevados toledanos en tal edificio militar, aunque Vaño dijera que no había
sido sino un cambio del inicialmente pensado por Juan Bautista Puerto,
Alcaraz, para conferirme mayor contundencia fonética. Sea cual sea el origen
icónico del protagonista. Lo que si queda claro en la serie son las
motivaciones de la acción, especialmente esa consideración de la violencia como
única forma de solucionar los problemas y la misoginia que desprenden las
aventuras, en las que, por cierto, apenas participan mujeres, ni siquiera como
hembras fatales aliadas con el mal. Claro que en este aspecto también ha tenido
sus defensores, como el crítico Pedro Porcel Torrens, que ha
rechazado rotundamente la identificación de esta serie con el fascismo,
sosteniendo que “no existe una sola frase
en los mil doscientos diecinueve episodios en los que quede patente la adhesión
de los héroes a esta ideología política: no hay ultranacionalismo, ni afán
totalitario, ni culto a las jerarquías, ni sumisión del individuo frente a las
estructuras del estado. Si la imputación viene dada por el sistemático recurso
a la violencia para la resolución de los problemas, debemos recordar que tal
actitud nunca ha sido específicamente fascista y que aunque así se creyese es
compartida por la totalidad de los héroes de papel del momento tanto españoles
como extranjeros”. No es una mala reflexión.
Roberto Alcázar
y Pedrín
alcanzaron un éxito espectacular, llegando a tirar hasta 500.000 ejemplares por
número en sus mejores momentos. Con el tiempo, como si de personajes reales se
tratara, los protagonistas se fueron quedando viejos, aunque la vejez física no
se reflejaba en los tebeos, sus hazañas quedaron anticuadas y su mensaje
obsoleto. Aunque durante toda esta larga carrera el responsable último fuera
siempre el mismo Eduardo Vañó, pronto otros guionistas además de nuestro Jordán
Jover republicano, entre los que figuraron Federico Amorós, Pedro
Quesada y Vicente Tortajada, que
acabaron sustituyéndole. La serie, que había nacido con el franquismo
desapareció con la muerte del dictador. Lo que le sucedieron fueron parodias.
Adolfo Álvarez-Buylla Aguello, Buylla (1927/1998)
Dibujante y
guionista, hijo de un diplomático de la República represaliado tras la guerra,
vivió su adolescencia en diversos países de Latinoamérica hasta que regresó a
España en 1948. Su personaje más conocido fue Diego Valor, en cuyas
historietas colaboró en dos épocas, de 1954 a 1956, junto al dibujante Bayo,
y de 1957 a 1958 en solitario y sobre guiones de Jarber. Otras sagas de
personajes suyos fueron El Superdotado y Yago Veloz. También colaboró en El
Capitán Trueno, Hazañas del Mío Cid e Inspector
H, diario de un detective.
Resulta difícil
explicar el éxito obtenido por Diego
Valor sin tener en cuenta que antes que nada fue un serial radiofónico de
la cadena SER, la reina del género, guionizado por el mismo Jarber
del tebeo, que contaba con un planten de actores tan destacados como Eduardo
Lacueva, Juana Ginzo o Julio Montijano, que también
aprovecharon la popularidad obtenida en las ondas para montar una obra teatral
que representaron por toda España y que dirigía, ¿quién otro podía ser? Jarber.
Diego Valor era, en
realidad, una copia un tanto chapucera del héroe galáctico británico Dan
Dare, cuyas historias se conservaron en los primeros cuadernillos
españoles con la única prevención de cambiar nombres y localizaciones. El papel
en que se imprimía era de pésima calidad, el formato apaisado se decidió para
utilizar el papel sobrante de la tirada de Chicos y los dibujos toscos, pese a
lo cual en el recuerdo de muchos permanece aún la canción de Diego Valor.
Jesús Blasco (1919/1995)
Dibujante y
guionista. Antes de la guerra ya había creado Cuto, personaje que
reanudó tras su finalización, convirtiéndolo en el héroe adolescente por
excelencia de la historieta española, y había colaborado en revistas infantiles
como Mickey,
Pocholo
y Boliche.
Combatió en el ejército de la República, pese a que apenas tenía 20 años cuando
acabó la guerra, y tras la derrota atravesó los pirineos junto a tantos de sus
compañeros buscando la solidaridad francesa en el exilio. No la consiguió, al
cruzar Port Bou fue recluido en un campo de concentración francés, donde se
buscó la vida dibujando para los guardianes a cambio de comida.
Al ser puesto en
libertad, y dado que por su juventud no podía haber participado en nada que le
comprometiera, regresó a España y pronto comenzó a trabajar en la revista Chicos,
que dirigía en Madrid Consuelo Gil. En sus páginas reapareció Cuto,
reconvertido en un aventurero internacional adolescente con cierto regusto de Tintin,
con el que compartía tanto los pantalones bombachos como el tupé, más revuelto
e informal el de Blasco que el de su colega belga. Pese a ese parecido, no
conviene despreciar al joven héroe español, al que alguien tan cualificado como
Jesús
Cuadrado ha considerado “paradigma
de la historieta clásica e aventuras. Con estilo académico, austero y de
altísimo nivel artístico, Blasco convirtió los episodios en una obra de
conjunto que fue mostrando al personaje en sucesivas y estudiadas fases
evolutivas”.
Para Mis
Chicas, revista hermana de Chicos, Blasco realizó Anita Diminuta, variación femenina y
más humorística de Cuto, y pronto saltó al mercado internacional, donde consiguió
un enorme prestigio que le valió en Francia el título de Caballero de las Artes
y de las Letras. En 1978 realizó en la revista Cimoc, con guiones de Víctor Mora y junto a otros dibujantes,
la serie La Guerra Civil Española. También colaboró con Mora en las
últimas aventuras de El Capitán Trueno.
Guillermo Sánchez Boix, Boixcar (1917/1960)
El maestro del
tebeo bélico español luchó en la guerra civil luchó a favor de la República y
en su exilio francés fue internado en un campo de concentración nazi. Al
regreso a España, en 1948, ya acabada la guerra mundial, fue nada menos que el
creador, por encargo, de la saga Hazañas Bélicas, paradigma de los
tebeos españoles sobre la II Guerra Mundial, en la que hubo de realizar
auténticas filigranas para conjugar su ideológica progresista con el
militarismo de las historietas; desafío que afrontó con sutileza y que ofrece
resultados que merecen ser destacados.
Las historias
bélicas de Boixcar transcurren básicamente
en tres espacios bien definidos. Por una parte, la guerra en Europa occidental,
donde se enfrentan directamente estadounidenses y/o británicos contra alemanes
nazis; por otra el frente del Pacífico, con estadounidenses y/o británicos
contra japoneses; y finalmente las inacabables estepas rusas en las que los
alemanes luchaban contra los soviéticos. En los dos primeros casos el conflicto
está bien definido, y los buenos y los malos se portan como tales. También en
los episodios que transcurren en la URSS, aunque aquí aparecen algunas
matizaciones interesantes. Entre los malvados rusos hay con cierta frecuencia
algún personaje, una joven inocente, un comisario cabal, que se escapan de la maldad
del sistema. Curiosamente, también en este caso, los protagonistas de las
historietas suelen ser heroicos oficiales alemanes que, no obstante no suelen
pertenecer a las SS ni a ninguna otra organización nazi, ideología contra las a
menudo muestran más o menos veladas reticencias. En esto se adelantó Boixcar a
las películas hollywoodienses de guerra de los sesenta y setenta, en los que
tantos heroicos militares alemanes antinazis morían en santidad moral una vez
fracasado su intento de servir al Reich.
Josep María Sánchez Boix, también
dibujante y continuador de Hazañas Bélicas, comentaba así la
ideología de su hermano en una entrevista de 2010 en el tinerfeño Diario de
Avisos: “Ninguna. Nunca le ha interesado
la política a nadie de la familia. Se le acusaba de pro alemán, hasta recibió
felicitaciones de alemanes por ello, pero mi hermano les engañaba a todos,
fíjese que estuvo prisionero de los alemanes… Él, ahora se puede decir porque
está muerto, lo único que era es antifascista, como todos los que hicieron la
guerra con los rojos, esas cosas no se olvidan. Él lo que hacía en los tebeos
era poner como buenos a los alemanes, porque era lo que gustaba y de eso
comíamos, pero cuando estuvieron de moda los americanos puso de buenos a éstos,
y su antifascismo lo ponía de manifiesto poniendo siempre de malos a los de las
SS, al fin y al cabo los otros eran soldados. Otra cosa en la que los engaño a
todos fue en su anticomunismo. Pero no iba a poner a los rusos como buenos si
no se podía. Él, además, no ponía a todos los rusos como malos, sino que ponía
al malo como ruso”.
Además de su
trabajo en Azañas Bélicas, Boixcar
también realizó otras series, así como adaptaciones a la historieta de novelas
como La vuelta al mundo de dos muchachos o La isla del Tesoro. Su hermano, Ricardo Boix, trece años mayor y
también dibujante, aunque de menor repercusión, colaboró igualmente con la
república, siendo reportero gráfico en el frente de Madrid, diseñando las
figuras de la cabalgata infantil Figura Monumental de La República o realizando
un bajo relieve que se expuso en el pabellón español de la Exposición
Internacional de París de 1937.
Marí Benejam i Ferrer (1890-1975)
El inolvidable
creador de La Familia Ulises, una auténtica crónica social de la clase media
española de la época, o de algunos de los atrabiliarios inventos del profesor
Franz de Copenhague, había comenzado a colaborar en TBO, su meta como dibujante
y guionista de tebeos, en 1934, aunque ya viniera de una larga carrera en otras
revistas más minoritarias. Afiliado a la CNT-FAI, durante la guerra fue asiduo
colaborador de Floreal, órgano de L’escola Nova Unificada de Catalunya, de
orientación libertaria, lo que, lógicamente, le situó en el punto de mira de
los vencedores.
Al acabar el
conflicto fue relegado profesionalmente durante cinco años, hasta que en 1945
puso en pie a su histórica familia, que siguió dibujando hasta que a los
noventa años una embolia le obligó a retirarse de la profesión. Aunque siguió creando
historietas en ese tiempo, que no se publicarían hasta después, tuvo que
ganarse el pan, para él y para su familia, pues ya tenía una cierta edad, a
base de dibujar recortables, cuadernos de dibujos para colorear, felicitaciones
de navidad y otras fruslerías.
Las aventuras de
La Familia Ulises constituyen una crónica amable, pero no por ello
inconsciente, de las pequeñas miserias cotidianas de una clase media empobrecida,
aún con un pie en los pueblos de origen, que en aquella España del estraperlo y
el disimulo se debatían entre la mera supervivencia y las ansias de prosperidad
y medro social.
Josep Escobar i Saliente (1908/1994)
Niño prodigio
del garabato, tan sólo con 12 años publicó su primer trabajo en Pulgarcito
y a los 14 cobró su primer dibujo en Virolet. A partir de ese momento
colaboró con regularidad en revistas tan señaladas del humoristo catalanista y
republicano como L’Esquella de la Torratxa, Papitu y En Patufet, aunque
también puede encontrarse su firma en TBO y en Gutiérrez, la publicación
que bajo la batuta de K-Hito reunió a la llamada “otra generación del 27”, que
formaron Neville, Mihura, Tono, Jardiel y López Rubio, que luego se convertirían
en lo más granado del teatro y el humor de postguerra, siendo los responsables
de crear en plena contienda La Ametralladora, la revista de
humor adulto y belicoso que daría lugar después a La Codorniz. Pero de eso
ya hablaremos cuando hayamos retrocedido lo suficiente en el tiempo.
Ya en la
República, Escobar se hizo miembro
del Sindicato de Dibujantes Profesionales, en el que tuvo una activa
participación. Aunque no luchó en el frente, su militancia catalanista,
republicana y antifascista quedó clara en ese trabajo sindical y,
especialmente, en las numerosas ilustraciones que publicó durante la guerra en
L’Esquella de la Torratxa y La Campana de Gracia. Tras la toma de Barcelona a
finales de enero de 1939 los vencedores le pagaron esa belicosidad demostrada
con el lápiz con la depuración del servicio de Correos, en el que se ganaba la
vida, y, sobre todo, con una condena de seis años de cárcel, de los que cumplió
uno y medio tras lo que salió en libertad condicional. Como otros dibujantes en
su situación, no dejó de dibujar en presidio, especializándose, según parece,
en hacer caricaturas de sus compañeros y funcionarios, que firmaba con el
seudónimo de Rebec (travieso en catalán, que el humor es lo último que se pierde)
y que cambiaba por comida.
A la salida de
la cárcel en 1941 comenzó a trabajar en la realización de dibujos animados
cinematográficos, para volver a los tebeos en 1947 con Carpanta, el primero de
sus personajes históricos. Guionista y dibujante, es decir, autor completo de
cuanto publicaba, su obra se caracteriza por contener un disimulado pero
incisivo análisis de la sociedad española de postguerra, como se puede detectar
en sus creaciones máximas: Zipi y Zape (1948), dos
alborotadores infantiles en permanente conflicto con la autoridad, paterna y
escolar, por lo que sufren los correspondientes castigos, o el propio Carpanta,
un muerto de hambre que vive debajo de un puente en un país en el que los
muertos de hambre y el chabolismo eran el pan nuestro de cada día, al que no es
extraño que las autoridades acabaran considerando excesivamente incorrecto y le
obligaran a sustituir el hambre por la glotonería y el puente por la chabola.
Una vena de crítica social que bajo la capa del humor y el disparate se coló
también en otras de sus obras, como Petra, criada para todo (¿la lucha
de clases?) Doña Tula, suegra (¿la tiranía, aunque fuera la familiar?) o Don
Óptimo y don Pésimo (¿las dos Españas?).
José Peñarroya (1910/1975)
Guionista y
dibujante. Combatió en el ejército republicano. Acabada la guerra trabajó en
una destilería, pero se presentó a una convocatoria de Estudios Chamartín, en
los que coincidió con Cifré y Escobar, con los que colaboró en la
realización de varios cortos, y empezó a dibujar, primero para el cine, luego
para los tebeos, creando personajes tan memorables como Don Pío (1947) Gordito
Relleno (1948) y Don Berrinche (1948), seres
candorosos o irritados, pero siempre entrañables, que no consiguen nunca
entenderse con el mundo que les rodea. En 1957, cansado como otros compañeros
del trato y las condiciones de trabajo leoninas que debían soportar en
Bruguera, dejó la editorial en compañía de sus ya viejos amigos Cifré, Conti, Escobar y otros
para emprender la alocada aventura editorial independiente que supuso la
revista Tio Vivo, tras cuyo fracaso un año más tarde no le quedó otra
que regresar al redil de la editorial madre, en la que dio vida a nuevos
personajes, como Pepe el Hincha (1962) o Pitagorín, que no alcanzaron la
popularidad de sus predecesores, de los que también ofreció nuevas entregas.
Miguel Bernet Toledano, Jorge (1921/1960)
Al empezar la
guerra civil tenía tan sólo 15 años, pese a lo que falsificó su edad y se
alistó voluntario en el ejército republicano. Tras la derrota pasó por varios
campos de concentración franceses y a su vuelta a España hubo de hacer el
servicio militar franquista en un batallón disciplinario y luego en la marina.
Guionista y dibujante, ya en el año cuarenta comenzó a colaborar con diversas
publicaciones, curiosamente con historietas de tono realista, del oeste o de
aventuras.
La
regularización en 1947 de la nueva etapa de Pulgarcito, que desde la
guerra solo había salido de manera irregular, y de cuya redacción formó parte
desde ese momento, le supuso un cambio total en su estilo, abandonando el
dibujo realista. Melindro Gutiérrez fue su primer personaje, al que se irían
añadiendo Sisebuto, detective astuto, El vagabundo Mostacho o Leovigildo
Viruta. Sin embargo, su creación más memorable es Doña Urraca (1948), uno
de los personajes de mejor recuerdo de aquel tebeo español, una irascible
representaciones de los más oscuros valores tradicionales, aunque siempre
acabara derrotada y enrabietada, que también acabó pareciendo demasiado
incorrecta a la censura, que obligó a dulcificarla.
Carlos Conti
Alcántara (1916/1975)
Guionista y
dibujante. En los años 30 había trabajado en una compañía de seguros de
Barcelona, su ciudad natal, que hubo de abandonar durante la guerra, en la que
combatió en el ejército republicano, a cuyo fin se vio de nuevo enrolado, esta
vez en las milicias vencedoras, a fin de cumplir el servicio militar obligatorio,
en las que estuvo otros tres años. Creo El loco Carioco (en Pulgarcito)
y Apolino
Taruguez, y colaboró como dibujante en los primeros episodios de Superlópez,
el longevo personaje creado y dibujado por el más joven Juan José López Fernández, Jan.
Manuel Vázquez Gallego, Vázquez (1930/1995. Algunos autores
fechan su nacimiento cuatro años después)
Demasiado joven
para haber participado en la guerra civil, heredó, sin embargo, la rebeldía, la
heterodoxia y la ideología anarquista familiar, que quedó patente a lo largo de
su existir en sus constantes enfrentamientos laborales y en una vida alborotada
y un punto disoluta. Sobre su infancia en los años de la guerra y la postguerra
contó en 1982 en una entrevista de Sol Alameda en El País: “Todo lo que recuerdo de mi infancia es
hambre, pero hambre feroz. Vivía en Madrid, ¡Pero no veas! Íbamos a los
mercados, cogíamos frutas, cáscaras de frutas, lo que encontraras. Así
sobrevivimos muchos en los primeros años de la posguerra. Porque durante la
guerra te parecía menos terrible. Tal vez porque todo el mundo pasaba hambre.
Pero luego, cuando algunos empezaron a comer, resultaba mucho más duro. Y no es
que en mi casa no hubiera dinero, que lo había. Pero era dinero rojo (billetes
de la república), que sólo servía para jugar a los cromos”.
Siempre tuvo Vázquez fama de vividor, sablista
empedernido y juerguista de pro, fama que no tenía nada de difamatoria, pues su
vida respondía a ella sobradamente. Siempre sin un duro, que lo que pagaban en
Bruguera no era suficiente para mantener un tren de vida como el suyo, tuvo que
cambiar de casa con cierta frecuencia por impago y llegó a montar un prostíbulo
en la calle Alcalá de Madrid especializado en americanos de la base de
Torrejón, aunque aseguraba que nunca se aprovechó de las chicas, pues el dinero
que ganaba de proxeneta lo invertía de nuevo en ellas como cliente. Incluso
estuvo tres veces en la cárcel por diversos motivos, desde no pagar un hotel
hasta escándalo público. Detenciones que, no obstante, no le dejaron mal
recuerdo: “Tres veces, pero poco tiempo.
El récord lo tengo en seis meses. Lo suficiente para saber que si entras es
difícil salir limpio. Yo me divertí, lo pasé bien /…/ En la Modelo cada uno se
relacionaba con los de su élite, y claro, yo me relacionaba con los estafadores.
Los había tremendos: de casas de discos, de urbanizaciones, algunos de grandes
quiebras. Gente gorda. Allí tenían hasta chicas, no te digo más; menos salir a
la calle, lo que quisieran: vino, coñá, conversaciones mundanas y elegantes.
Todos éramos unos señores. Y nadie negaba nada. Te decían “pues cuando salga
voy a hacer una operación de tantos millones”. Era lo normal. Era gente clara,
y no los de la editorial, que te hablaban de un nuevo proyecto, que tú ibas a
hacer tantas páginas, y luego veías que te reproducían mil veces sin pagarte un
duro. Porque, mira, yo tengo la teoría de que un estafador es el tío que saca
los ahorros a la gente de la calle prometiendo unos pisos en la playa y que
luego es mentira. Pero cuando un tío estafa a unos riquísimos que tienen una
tela, a una gente que ha estafado toda su vida a los demás, eso es un señor. Es
igual que cuando una prostituta te dice, “Bueno, ¿Qué pasa?, me lo he ganado
con mi coño”. Es una señora. Es una cuestión de negocios. Pero esas otras que van
de finas y resulta que... ¡Vamos, eso sí que es una verdadera prostituta! Las
mujeres de los amigos dicen que tienen affaires. Las prostitutas nunca te
engañan. Es gente sana y sincera. Te lo digo yo”.
Dibujante y
guionista, fue autor de tebeos de la relevancia estética y sociológica de Las
hermanas Gilda, La familia Cebolleta, Ángel
Siseñor o Anacleto, Agente Secreto. Pese a que el interés sociológico de
La familia Cebolleta como irónico de la clase media no es de despreciar, su
obra más representativa fue sin duda Las hermanas Gilda, Leovigilda y
Hermenegilda, serie nacida en 1949 (la película Gilda se había estrenado
con gran escándalo en 1947, lo que hace pensar que el apellido no fue casual).
En ella se contaban los disparatados avatares de dos solteronas que se llevaban
a matar, siempre disputándose los imposibles novios en aquella España que había
perdido en la guerra, la cárcel y el exilio a cientos de miles de hombres, diz
que un millón o más. Eran otra cosa que un chiste, un retrato a veces esperpéntico
y siempre feroz, al menos en sus primeros años, de la sexualidad femenina
insatisfecha y de los usos y costumbres morales de una sociedad puritana y
represora. Al igual que Carpanta o Doña Urraca, también Las
hermanas Gilda sufrieron los rigores de la censura, y Vázquez hubo de rebajar la tensión de
la serie, mandando con frecuencia a Hermeregilda a corretear por el campo
cogiendo flores.
Ya en la
democracia y sin trabas censoras colaboraría con distintas publicaciones no
infantiles, como El Papus (1978), en el que firmaría con el seudónimo de Sappo,
Complot (1985) o Makoki
(1990), e incluso en las páginas juveniles de El País (1982, 1993,
1994). Irreverente e iconoclasta hasta el final, en 1995, el año de su muerte,
llegó a publicar una historieta pornográfica en la que resucitó tres de sus
personajes clásicos: Las dos hermanas Gilda y Anacleto, que incluso realizaban
un “menage a trois” entre otras variantes sexuales.
-
Guillermo Cifré
Figuerola (1922/1962)
Creador de “El
reporter Tribulete”, “Don Furcio Buscabollos”, “Cucufato
Pi” o “Golondrino Pérez”, también empezó muy joven a publicar al poco
de acabar la guerra civil, en la que no participó pues no daba la edad. Jesús Cuadrado le ha definido como “cinéfilo,
anarquizante, sabio, iconoclasta y enemigo de los guardias urbanos”.
A este listado,
necesariamente incompleto y provisional, habría que añadir los nombres de
aquellos creadores de tebeos que, bien por edad o por otras circunstancias, no
participaron en la guerra civil, mantuvieron ideas difícilmente compatibles con
la España oficial del momento. Tal sería el caso de Francisco Ibáñez Talavera (1936/…),
al que se deben “Mortadelo y Filemón”, que hubieron de esperar a la caída de la
dictadura para conjugar el absurdo con la más directa crítica social e incluso
política, “El Botones Sacarino”, “Pepe Gotera y Otilio”, “Rompetechos”,
“13,
Rue del Percebe” y otras joyas
del tebeo español; o Juan José López Fernández, Jam
(1939/…), que colaboró con Conti en
“Superlópez”,
el principal de su enorme gama de personajes.
Como se verá
hemos dedicado el tiempo y el espacio a los autores de tebeos, sin haber
realizado todavía ninguna alusión a viñetistas, caricaturistas, ilustradores o
humoristas gráficos, que al dirigirse a los adultos estuvieron más directamente
vigilados por el régimen que los tebeos infantiles, lo que impidió cualquier
muestra de crítica o reproche en sus trabajos. De hecho, de todas las publicaciones
satíricas previas a la guerra civil ninguna permaneció activa, limitándose el
género a La Cordorniz, que aunque teniendo origen guerrero y perteneciendo al
falangismo y aledaños la gran parte de sus creadores y autores. Su humor racionalista,
absurdo e incisivo recibió, no obstante, el aporte critico de un par de
artistas de excepción.
Miguel Gila
Cuesta (1919/2001)
Si hubiera
nacido en Nueva York podría haber sido un Woody Allen paleto, reconocido
mundialmente como miembro de honor del Olimpo de los humoristas, lugar que si
alcanzó en España y Sudamerica. Actor, escritor y monologuista, su primera
producción vio la luz, sin embargo, dibujada en los papeles en forma de
chistes.
En su primera
juventud sufrió la guerra civil, en la que participó como soldado en un
batallón de las Juventudes Socialista Unificadas en las que militaba. Apresado
por los sublevados, fue colocado contra un muro junto a otros compañeros y
fusilado. Realmente fusilado con balas de verdad. Sólo la casualidad le
permitió sobrevivir indemne de los disparos y quedar sepultado bajos los
cadáveres de su compañeros, de donde consiguió salir cuando escucho alejarse al
pelotón de fusilamiento. Atravesó las líneas, pero volvió a ser apresado e inició
un recorrido de presidios, a continuación del cual debió cumplir un servicio
militar de cuatro años. Todavía en él, comenzó a colaborar en 1945 en La
Cordorniz, donde sus lisiados, pobres, guardias, campesinos y mendigos dejaron
entrar un testimonio de realidad inmisericorde.
José María González Castillo, Chumy Chumez (1927/2003)
El que sería uno
de los humoristas gráficos más celebrados de España en los últimos años del franquismo
y en la transición, escritor también, pintos y contertulio, también veló
lápices por primera vez en el altar de La Codorniz en fecha tan temprana como
1945, cuando apenas había cumplido los 18 años. Ser de familia de la cáscara
amarga le confirió un sentido crítico que mantendría a lo largo de toda su obra.
Sus imágenes de hombres cargados con enormes piedras o a cuyo lomo cabalgan
elegantes señores de frac y sombrero de copa constituyen metáforas gráficas
perfectas de aquella dictadura y de todas. Sobre los pobres, de los que también
dibujó muchos, dejó dicho en una entrevista muy posterior: “Era un tema casi constante: las
desigualdades, la ciudad, el campo y esas cosas. (…) En ese problema de los
pobres, el que el chiste acuse está bien, pero tampoco es un medio para
solucionar la desigualdad. Tiene que haber otras soluciones que no da el
chiste. Yo tengo el criterio de que el chiste es un complemento del
pensamiento. Sobre el tema de la pobreza y las desigualdades tiene que ser la
prensa la que insista y nosotros romper una lanza. Hacer chistes de pobres es
ambiguo: no se sabe si te estás riendo del pobre o del rico”.
Andrés Vázquez de Sola (1927)
De familia
gaditana de orden y estudiante en colegios de curas, Vázquez de Sola comenzó muy joven un proceso de conciencia política
que le condujo a tomar contacto con el Partido comunista en 1951, comenzando a
militar al poco tiempo, coincidiendo con la publicación de sus primeras
colaboraciones en el diario granadino Patria. Harto de censuras y
prohibiciones en sus trabajos para el diario Madrid e incluso Televisión
Española, en 1959 se exilió a París, donde se haría alcanzaría enorme
prestigio en el mítico Le Canard Enchainé, el principal
semanario satírico galo. También fue firma asidua en Le Monde y L’Humanité,
publicó libros, colaboró en programas de radio que le dieron una enorme
popularidad. Sus chistes acerados y sin concesiones colaboraron a la lucha
contra la dictadura desde Europa, convirtiendo su retrato de Franco en un
símbolo icónico del dictador por excelencia.
Precioso, me ha encantado. Gracias.
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