sábado, 2 de noviembre de 2013

TEBEOS CONTRA FRANCO (1)









Desde que en 1910 el dibujante José Robledano publicó “El suero maravilloso”, introductor en España de los globos de diálogos que sustituyeron a las aleluyas, los tebeos alcanzaron gran predicamento entre los niños, convirtiéndose poco a poco en el medio a través del cual tuvieron un más directo contacto con la escritura y la narración de historias, que, como se verá, en las tres primeras décadas del siglo XX alcanzaron gran importancia, viviendo un momento de esplendor durante la República. La victoria franquista supuso una dura represión contra muchos de aquellos profesionales que, de una forma u otra, habían prestado su apoyo a la causa popular, siendo represaliados por ello hasta el punto de que pocos continuaron su trabajo posteriormente. Sin embargo, a veces se dan paradojas en la Historia, y las ideas que se habían querido borrar del cerebro de historietistas y humoristas gráficos volvieron de manera insospechada por donde menos se podía esperar.

Pese a la dictadura, el momento de mayor esplendor del tebeo hispano fue en las décadas posteriores a la guerra civil, los años cuarenta y cincuenta, en los que personajes e historietas como Roberto Alcázar y Pedrín, El Guerrero del Antifaz, Cuto, El Capitán Trueno, Don Pío, Hazañas Bélicas, Doña Urraca,  Zipi y Zape, Carpanta, Las Hermanas Gilda, El loco Carioco, La familia Cebolleta, El Jabato o Anacleto, agente secreto, por no citar sino algunos de los más populares, se convirtieron en la diversión preferida de niños y adolescentes, llegando algunas de estas publicaciones a superar el medio millón de ejemplares semanales, en un éxito que todavía alcanza hasta hoy mismo, cuando comienzan a abundar las reediciones de aquellos viejos tebeos de nuestra infancia.

Generaciones de españoles se han identificado con estos personajes y han aprendido a leer siguiendo las aventuras que para ellos idearon sus respectivos autores. El franquismo pretendió hacer de estos tebeos los difusores ideológicos con los que transmitir a los más pequeños los principios morales, religiosos y sociales del Movimiento Nacional, aunque, haciendo gala de una cierta ingenuidad censora, hasta 1962 no se llegó a crear la Comisión de Información y Publicaciones Infantiles y Juveniles, encargada de supervisar los contenidos de los tebeos. Fuera por esta tardanza en darse cuenta del peligro que suponían unas historietas incontroladas o por las facilidades que ofrecía el género infantil, el caso es que muchos de aquellos tebeos mostraban, bajo una máscara de aventuras exóticas o disparates cómicos, retratos ácidos, irónicos o esperpénticos de la realidad de la vida bajo la dictadura, a la vez que se destilaban de ellos conceptos morales distintos a los oficiales. No resultaba evidente ni explícito, pero ahí estaba.

No es de extrañar esta característica de aquellos viejos tebeos, sobre todo si tenemos en cuenta que muchos de sus autores (entre ellos los de todos los personajes indicados más arriba) eran antiguos combatientes del ejército republicano, hombres situados en las diversas posiciones de izquierda que habían perdido la guerra civil y que, en muchos casos, habían sufrido represión, cárcel o exilio por su defensa de la República frente a la sublevación militar.

¿Hasta qué punto fueron capaces de expresar su ideología en su obra? De manera muy dispar. No hay que olvidar el momento en que aquellos tebeos nacieron, en el que en España se sufría una feroz dictadura sembradora de cárceles, represión y miedos, tiempos poco propicios para voces discordantes. En unos casos consiguieron, como Boixcar en Hazañas Bélicas, equilibrar las exigencias políticas del régimen; en otros, como Jordán Jover con Roberto Alcázar y Pedrín el trabajo supuso en exclusiva forma de supervivencia; alguno, como el Escobar que parió a Carpanta, consiguieron que la más cruda realidad estallara desde cada línea de sus historietas esperpénticas. Por otra parte, la calidad estética y el interés sociológico de las diversas obras son desparejos, habiendo entre ellos nombres fundamentales de la historia del tebeo español junto a simples artesanos de ocasión, aunque esa distinción no forme parte de las intenciones de este escrito. 

Aunque quizás el caso más notorio de pensamiento de izquierdas sea el de Víctor Mora, por la relevancia alcanzada por su obra novelística posterior, hay muchos otros nombres que agregar a la lista. Con una simple aproximación al tema, que no pretende ser exahustiva, podemos encontrar una sustanciosa cantidad de autores de tebeos, algunos de los más importantes de España, en los que confluyen estas circunstancias:


Víctor Mora (1931/…)

Hijo de familia republicana emigrada en Francia que regresó a Barcelona tras la muerte del padre, cuando el futuro escritor tenía 11 años. Empezó en el tebeo a los 17 años (1948) con Doctor Niebla y en 1956 presentó su proyecto sobre El Capitán Trueno a la editorial Bruguera, que lo aceptó. En pleno éxito del personaje fue detenido junto a su mujer, Armonía Rodríguez, también empleada en Bruguera, por su militancia en el PSUC (Partido Socialista Unificado de Catalunya, los comunistas catalanes). 

En sus memorias (“La revolución y el deseo”. Península, 2002), el dirigente comunista Miguel Núñez, al que volveremos a encontrar más adelante, recordaba a propósito de una de sus estancias clandestina en España a comienzos de los cincuenta: “Poco tiempo después regresé a Barcelona. Me instale con Aurora Roríguez, quien me acompañó desde Francia, en un piso del Guinardó, que nos había buscado Armonía, hermana de Aurora, y su compañero el joven escritor Víctor Mora. Entre su importante obra literaria, Victor Mora publicó en 1984 “El tramvia blau”. Se trata de un relato novelesco de las peripecias y la dureza de la lucha antifranquista del periodo 1953-1958. Por sus páginas desfilan hombres y mujeres que desarrollan una intensa actividad militante. Yo mismo, como Mario; Aurora, como L’Edemia; Francesc Vicens, como Guillem; y Emiliano Fábregas como Pablo. El retrato más impresionante es Ulls de Sang (Antonio Juan Creix) como el policía torturador”.

Como consecuencia de su militancia clandestina fue detenido, pasando unos meses encarcelado, lo que no le impidió seguir trabajando desde la celda en la serie, de la que llegaron a editarse 350.000 ejemplares semanales. De aquel periodo, el propio Víctor Mora recuerda en su página Web (….): “Fui detenido y estuve en la Modelo de Barcelona. Me lo tomé con bastante tranquilidad. Era joven y fuerte, y me sentía invulnerable. Mi preocupación era por Armonía, que también habían detenido. ¡Supe que un alienado de la Brigada Social le había dado una bofetada que le dejó una marca que duró varios días! /.../ Tengo que decir que recibimos muchas amenazas de la Brigada Social en jefatura, y en la cárcel, y pese a nuestra actitud de nunca decirles una palabra comprometedora, no nos tocaron ni un pelo de la ropa (aparte del golpe dado a Armonía). Cuando era cierto que la Brigada Social tenía una terrible reputación en toda España que duró MUCHOS AÑOS: palizas, torturas, gente que se les quedó entre las patas. Hay que destacar que la gente más maltratada durante aquellos interminables años, fue gente obrera sobre todo.  No hay duda de que alguien se movió por nosotros, aparte de las personas corrientes. Armonía solo recibió una bofetada. Yo, nada de nada. No hemos sabido nunca todos los detalles de lo que ocurrió. El resultado, fueron unos meses en la cárcel. Tiempo después, de vez en cuando, la policía venia a casa de madrugada, a registrar... ¡Era una historia de constante sobresalto, de nunca acabar...! Ya estaba más que cansado”.

En 1958 creó El Jabato, con el que repitió el mismo esquema de El Capitán Trueno: un protagonista inteligente y bravo, dos compañeros dispares y una novia nórdica dispuestos a repartir justicia por el mundo. Autor de novelas como “Els platans de Barcelona”, publicada por primera vez en francés en Francia, el país al que se había autoexiliado en 1963, y otras con las que ha conseguido diversos premios literarios y buen crédito literario.


Se han apuntado sobre El Capitán Trueno y El Jabato ciertas características que de alguna manera reflejan una forma de pensar distante de la ideología oficial del franquismo. Rasgos que definen sus personajes como luchadores por el débil, defensores de la justicia y liberadores de los oprimidos. En ningún momento aparecen rastros de racismo o xenofobia en su trabajo, sean los personajes secundarios a los que se enfrenta vikingos, árabes, indios americanos o chinos, que de todo hay. Los buenos y malos son de todas las razas y nacionalidades, incluso la española, pero nunca es esa la razón de sus cualidades heroicas o perversas. Destaca su tratamiento de las mujeres, sus heroínas, empezando por la rubia y nórdica Sigrid, reina de Thule, país dotado de parlamento propio, no se ignore, que siempre son personas fuertes, independientes e inteligentes, lejos del modelo coetáneo que propugnaban la Sección Femenina y los mandamientos de la Santa Madre Iglesia, más dado a la sumisión de la mujer que a la rebeldía.

El mismo Víctor Mora ha dicho sobre su personaje: “Siempre soñé con escribir las aventuras de un caballero andante, y Editorial Bruguera me brindó la ocasión. Este caballero es fuerte, simpático, lucha con noble idealismo moral por la justicia, la libertad, la fraternidad, la paz (…) Su papel fue a menudo el de hacer que masas de gentes tomaran conciencia de la bestial explotación a que eran sometidas por un grupo de vampiros (…) Si algo se le puede reprochar es que, desde un punto de vista estético, el Capitán tiene todos los defectos de los héroes positivos de la novela soviética mala… jamás tiene una flaqueza. Jamás tiene nada que reprocharse… Es el hombre que se reprime constantemente para estar a la par de los ideales que defiende…




Miguel Ambrosio Zaragoza, Ambros. (1913/1992).

Matriculado por su padre en una academia de Valencia, durante su infancia debía recorrer diariamente 26 kilómetros para aprender a dibujar. Estudió magisterio y ejerció hasta el final de la guerra civil, en la que se alineó claramente por la República. Tras la derrota decidió abandonar la enseñan por su negativa a aplicar los principios educativos del primer franquismo, volviendo a su pueblo natal,  Albruixech (Valencia), para ayudar a su familia en las tareas del campo.

En 1946 se presentó en la editorial Valenciana con su propia recreación de El Guerrero del Antifaz, ya para entonces era un tebeo de éxito, que no se aceptó, pero que le valió comenzar a dibujar profesionalmente historietas humorísticas, de las que pasó a lo que más le gustaba, el dibujo realista, encargándose de series como El Caballero Fantasma, El Zorro o Chispita.

En 1956 le llamaron para hacerse cargo de la parte gráfica de El Capitán Trueno a partir de la sinopsis que había presentado Víctor Mora, ilustrando la serie en solitario hasta el número 35, ynecesitando luego otros dibujantes dado el éxito del tebeo, alguno de los cuales, como Adolfo Buylla también figuran en esta lista. Acabó cansado de aventuras medievales, que abandonó en el número 175, y se dedicó a otros temas, con series como El inspector Dan o ilustraciones de novelas tales como Rin Tin Tin y Tarzán, e incluso vidas de santos y papas que le encargaba Bruguera. Tras una etapa en París. En 1970 volvió a colaborar con Víctor Mora en la creación El Corsario de Hierro.

Manuel Gago (1925/1980)

Creador y guionista de El Guerrero del Antifaz, que se adelantó en 12 años a El Capitán Trueno de Mora en el género de héroes medievales españoles. Era hijo de un militar profesional que permaneció fiel a la República, por lo que fue encarcelado tras la guerra en Albacete, donde el joven Manuel pasó la infancia. Dibujante autodidacta se interesó muy pronto por los tebeos, publicando sus primeras historietas con tan sólo 17 años. En 1944 publicó la primera entrega de El Guerrero del Antifaz, hazañas heroicas de un caballero español de los tiempos de los Reyes Católicos inspiradas inicialmente en una novela de Rafal Pérez y Pérez. Desde el principio contó con la colaboración de su hermano Pablo y su cuñado Pedro Quesada. Aunque creó otros personajes y series (Tonín el huerfanito y Alberto España, ambos de 1944, La pandilla de los siete, 1945, y El Pequeño Luchador, 1945 – 1956) ninguno alcanzó el éxito de su guerrero enmascarado, que llegó a tirar 200.000 ejemplares semanales y se siguió publicando hasta 1966. En ese momento decidió retirarse de la historieta, aunque luego regreso esporádicamente a ella. Había dibujado 27.000 páginas de tebeos.

Pablo Gago (1928/?)
Invidente, también fue guionista y colaboró desde el principio él en la creación de su hermano Manuel. Por su cuenta, escribió guiones para Purk, El hombre de piedra o El Duque negro.



José Jordán Jover. (¿…/…?)

Durante la guerra civil fue comandante del ejército republicano y tras ella sufrió la represión consiguiente. Resulta curioso que con esos antecedentes fuera uno de los guionistas más destacados de las aventuras de Roberto Alcázar y Pedrín, probablemente el más reaccionario de los tebeos del franquismo (y también uno de los de mayor éxito y, desde luego, el más longevo, pues se llegaron a publicar 1.219 cuadernos a lo largo de 35 años). También colaboró en Jaimito y otras publicaciones.

En un momento, 1940, en que los países aliados en la guerra contra los nazis todavía ejercían un fuerte embargo sobre la España franquista, provocando la desaparición de los quioscos de los héroes del cómic estadounidense, desde Tarzán a Flash Gordon, joyas del género que tanto habían disfrutado los niños anteriores a la guerra civil, la idea de crear un héroe español que cubriera el hueco se le ocurrió a Juan Bautista Puerto, director de la Editorial Valenciana, que ya antes de la contienda había publicado con éxito folletines y novelas populares y que constituyó la otra gran cantera del tebeo hispano de postguerra junto a Bruguera. Él mismo se encargó de los primeros guiones, cuya realización encargó a Eduardo Vañó Pastor, un dibujante de la casa. Por lo que se sabe de ellos, o por lo que yo sé, ambos eran gente de orden, que habían pasado la guerra en Valencia, preocupados sobre todo por seguir adelante con sus publicaciones, y resulta aún más desconocido porqué le encargaron los guiones a Jover, que por aquel entonces se encontraba en la cárcel, en la que escribió las primeras aventuras del personaje.

O de los dos personajes, porque Roberto Alcázar fue desde el primer episodio inseparable de Pedrín, un golfillo simpático que viajaba de polizón en el mismo barco en el que atraviesaba el Atlántico el protagonista, que lo adopto como su asistente y compañero de por vida. Como buen escudero, el muchacho aportaba la parte ingeniosa y humorística a la serie, cuyas ocurrencias y frases pronto se harían inmensamente populares, como aquel “ostras, Pedrín”, que todavía hoy va de boca en boca como expresión de sorpresa o admiración. El mayor era más serio. Sagaz y valeroso, Alcázar apareció primero como un periodista metomentodo, a la manera de Tintín aunque más dado al palo y tentetieso, aunque con el tiempo pasara a ser inspector de la Interpol, lo que permitía una internacionalización de las aventuras, para acabar diluyéndose en un ambiguo justiciero universal, que junto a su compañero venían a ser una especie de Batman y Robin sin máscara y más chapuceramente realizados.

Desde la desaparición de la serie en 1976 --recién muerto Franco, que casualidad-- se ha especulado mucho sobre la caracterización ideológica de Roberto Alcázar y Pedrín. Se ha dicho que la cara del protagonista estaba tomada de la de José Antonio Primo de Rivera, el protomártir, aunque Vañó explicara en su momento que se trataba en realidad de un autorretrato. También se ha asegurado que su apellido hacía referencia, gloriosa para el régimen, a la resistencia numantina de los sublevados toledanos en tal edificio militar, aunque Vaño dijera que no había sido sino un cambio del inicialmente pensado por Juan Bautista Puerto, Alcaraz, para conferirme mayor contundencia fonética. Sea cual sea el origen icónico del protagonista. Lo que si queda claro en la serie son las motivaciones de la acción, especialmente esa consideración de la violencia como única forma de solucionar los problemas y la misoginia que desprenden las aventuras, en las que, por cierto, apenas participan mujeres, ni siquiera como hembras fatales aliadas con el mal. Claro que en este aspecto también ha tenido sus defensores, como el crítico Pedro Porcel Torrens, que ha rechazado rotundamente la identificación de esta serie con el fascismo, sosteniendo que “no existe una sola frase en los mil doscientos diecinueve episodios en los que quede patente la adhesión de los héroes a esta ideología política: no hay ultranacionalismo, ni afán totalitario, ni culto a las jerarquías, ni sumisión del individuo frente a las estructuras del estado. Si la imputación viene dada por el sistemático recurso a la violencia para la resolución de los problemas, debemos recordar que tal actitud nunca ha sido específicamente fascista y que aunque así se creyese es compartida por la totalidad de los héroes de papel del momento tanto españoles como extranjeros”. No es una mala reflexión.

Roberto Alcázar y Pedrín alcanzaron un éxito espectacular, llegando a tirar hasta 500.000 ejemplares por número en sus mejores momentos. Con el tiempo, como si de personajes reales se tratara, los protagonistas se fueron quedando viejos, aunque la vejez física no se reflejaba en los tebeos, sus hazañas quedaron anticuadas y su mensaje obsoleto. Aunque durante toda esta larga carrera el responsable último fuera siempre el mismo Eduardo Vañó, pronto otros guionistas además de nuestro Jordán Jover republicano, entre los que figuraron Federico Amorós, Pedro Quesada y Vicente Tortajada, que acabaron sustituyéndole. La serie, que había nacido con el franquismo desapareció con la muerte del dictador. Lo que le sucedieron fueron parodias. 


Adolfo Álvarez-Buylla Aguello, Buylla (1927/1998)

Dibujante y guionista, hijo de un diplomático de la República represaliado tras la guerra, vivió su adolescencia en diversos países de Latinoamérica hasta que regresó a España en 1948. Su personaje más conocido fue Diego Valor, en cuyas historietas colaboró en dos épocas, de 1954 a 1956, junto al dibujante Bayo, y de 1957 a 1958 en solitario y sobre guiones de Jarber. Otras sagas de personajes suyos fueron El Superdotado y Yago Veloz. También colaboró en El Capitán Trueno, Hazañas del Mío Cid e Inspector H, diario de un detective.

Resulta difícil explicar el éxito obtenido por Diego Valor sin tener en cuenta que antes que nada fue un serial radiofónico de la cadena SER, la reina del género, guionizado por el mismo Jarber del tebeo, que contaba con un planten de actores tan destacados como Eduardo Lacueva, Juana Ginzo o Julio Montijano, que también aprovecharon la popularidad obtenida en las ondas para montar una obra teatral que representaron por toda España y que dirigía, ¿quién otro podía ser? Jarber.

Diego Valor era, en realidad, una copia un tanto chapucera del héroe galáctico británico Dan Dare, cuyas historias se conservaron en los primeros cuadernillos españoles con la única prevención de cambiar nombres y localizaciones. El papel en que se imprimía era de pésima calidad, el formato apaisado se decidió para utilizar el papel sobrante de la tirada de Chicos y los dibujos toscos, pese a lo cual en el recuerdo de muchos permanece aún la canción de Diego Valor

Jesús Blasco (1919/1995)

Dibujante y guionista. Antes de la guerra ya había creado Cuto, personaje que reanudó tras su finalización, convirtiéndolo en el héroe adolescente por excelencia de la historieta española, y había colaborado en revistas infantiles como Mickey, Pocholo y Boliche. Combatió en el ejército de la República, pese a que apenas tenía 20 años cuando acabó la guerra, y tras la derrota atravesó los pirineos junto a tantos de sus compañeros buscando la solidaridad francesa en el exilio. No la consiguió, al cruzar Port Bou fue recluido en un campo de concentración francés, donde se buscó la vida dibujando para los guardianes a cambio de comida.

Al ser puesto en libertad, y dado que por su juventud no podía haber participado en nada que le comprometiera, regresó a España y pronto comenzó a trabajar en la revista Chicos, que dirigía en Madrid Consuelo Gil. En sus páginas reapareció Cuto, reconvertido en un aventurero internacional adolescente con cierto regusto de Tintin, con el que compartía tanto los pantalones bombachos como el tupé, más revuelto e informal el de Blasco que el de su colega belga. Pese a ese parecido, no conviene despreciar al joven héroe español, al que alguien tan cualificado como Jesús Cuadrado ha considerado “paradigma de la historieta clásica e aventuras. Con estilo académico, austero y de altísimo nivel artístico, Blasco convirtió los episodios en una obra de conjunto que fue mostrando al personaje en sucesivas y estudiadas fases evolutivas”.

Para Mis Chicas, revista hermana de Chicos, Blasco realizó Anita Diminuta, variación femenina y más humorística de Cuto, y pronto saltó al mercado internacional, donde consiguió un enorme prestigio que le valió en Francia el título de Caballero de las Artes y de las Letras. En 1978 realizó en la revista Cimoc, con guiones de Víctor Mora y junto a otros dibujantes, la serie La Guerra Civil Española. También colaboró con Mora en las últimas aventuras de El Capitán Trueno.


Guillermo Sánchez Boix, Boixcar (1917/1960)

El maestro del tebeo bélico español luchó en la guerra civil luchó a favor de la República y en su exilio francés fue internado en un campo de concentración nazi. Al regreso a España, en 1948, ya acabada la guerra mundial, fue nada menos que el creador, por encargo, de la saga Hazañas Bélicas, paradigma de los tebeos españoles sobre la II Guerra Mundial, en la que hubo de realizar auténticas filigranas para conjugar su ideológica progresista con el militarismo de las historietas; desafío que afrontó con sutileza y que ofrece resultados que merecen ser destacados.

Las historias bélicas de Boixcar transcurren básicamente en tres espacios bien definidos. Por una parte, la guerra en Europa occidental, donde se enfrentan directamente estadounidenses y/o británicos contra alemanes nazis; por otra el frente del Pacífico, con estadounidenses y/o británicos contra japoneses; y finalmente las inacabables estepas rusas en las que los alemanes luchaban contra los soviéticos. En los dos primeros casos el conflicto está bien definido, y los buenos y los malos se portan como tales. También en los episodios que transcurren en la URSS, aunque aquí aparecen algunas matizaciones interesantes. Entre los malvados rusos hay con cierta frecuencia algún personaje, una joven inocente, un comisario cabal, que se escapan de la maldad del sistema. Curiosamente, también en este caso, los protagonistas de las historietas suelen ser heroicos oficiales alemanes que, no obstante no suelen pertenecer a las SS ni a ninguna otra organización nazi, ideología contra las a menudo muestran más o menos veladas reticencias. En esto se adelantó Boixcar a las películas hollywoodienses de guerra de los sesenta y setenta, en los que tantos heroicos militares alemanes antinazis morían en santidad moral una vez fracasado su intento de servir al Reich.

Josep María Sánchez Boix, también dibujante y continuador de Hazañas Bélicas, comentaba así la ideología de su hermano en una entrevista de 2010 en el tinerfeño Diario de Avisos: “Ninguna. Nunca le ha interesado la política a nadie de la familia. Se le acusaba de pro alemán, hasta recibió felicitaciones de alemanes por ello, pero mi hermano les engañaba a todos, fíjese que estuvo prisionero de los alemanes… Él, ahora se puede decir porque está muerto, lo único que era es antifascista, como todos los que hicieron la guerra con los rojos, esas cosas no se olvidan. Él lo que hacía en los tebeos era poner como buenos a los alemanes, porque era lo que gustaba y de eso comíamos, pero cuando estuvieron de moda los americanos puso de buenos a éstos, y su antifascismo lo ponía de manifiesto poniendo siempre de malos a los de las SS, al fin y al cabo los otros eran soldados. Otra cosa en la que los engaño a todos fue en su anticomunismo. Pero no iba a poner a los rusos como buenos si no se podía. Él, además, no ponía a todos los rusos como malos, sino que ponía al malo como ruso”.

Además de su trabajo en Azañas Bélicas, Boixcar también realizó otras series, así como adaptaciones a la historieta de novelas como La vuelta al mundo de dos muchachos o La isla del Tesoro. Su hermano, Ricardo Boix, trece años mayor y también dibujante, aunque de menor repercusión, colaboró igualmente con la república, siendo reportero gráfico en el frente de Madrid, diseñando las figuras de la cabalgata infantil Figura Monumental de La República o realizando un bajo relieve que se expuso en el pabellón español de la Exposición Internacional de París de 1937.



Marí Benejam i Ferrer (1890-1975)

El inolvidable creador de La Familia Ulises, una auténtica crónica social de la clase media española de la época, o de algunos de los atrabiliarios inventos del profesor Franz de Copenhague, había comenzado a colaborar en TBO, su meta como dibujante y guionista de tebeos, en 1934, aunque ya viniera de una larga carrera en otras revistas más minoritarias. Afiliado a la CNT-FAI, durante la guerra fue asiduo colaborador de Floreal, órgano de L’escola Nova Unificada de Catalunya, de orientación libertaria, lo que, lógicamente, le situó en el punto de mira de los vencedores.

Al acabar el conflicto fue relegado profesionalmente durante cinco años, hasta que en 1945 puso en pie a su histórica familia, que siguió dibujando hasta que a los noventa años una embolia le obligó a retirarse de la profesión. Aunque siguió creando historietas en ese tiempo, que no se publicarían hasta después, tuvo que ganarse el pan, para él y para su familia, pues ya tenía una cierta edad, a base de dibujar recortables, cuadernos de dibujos para colorear, felicitaciones de navidad y otras fruslerías.

Las aventuras de La Familia Ulises constituyen una crónica amable, pero no por ello inconsciente, de las pequeñas miserias cotidianas de una clase media empobrecida, aún con un pie en los pueblos de origen, que en aquella España del estraperlo y el disimulo se debatían entre la mera supervivencia y las ansias de prosperidad y medro social.



Josep Escobar i Saliente (1908/1994)

Niño prodigio del garabato, tan sólo con 12 años publicó su primer trabajo en Pulgarcito y a los 14 cobró su primer dibujo en Virolet. A partir de ese momento colaboró con regularidad en revistas tan señaladas del humoristo catalanista y republicano como L’Esquella de la Torratxa, Papitu y En Patufet, aunque también puede encontrarse su firma en TBO y en Gutiérrez, la publicación que bajo la batuta de K-Hito reunió a la llamada “otra generación del 27”, que formaron Neville, Mihura, Tono, Jardiel y López Rubio, que luego se convertirían en lo más granado del teatro y el humor de postguerra, siendo los responsables de crear en plena contienda La Ametralladora, la revista de humor adulto y belicoso que daría lugar después a La Codorniz. Pero de eso ya hablaremos cuando hayamos retrocedido lo suficiente en el tiempo.

Ya en la República, Escobar se hizo miembro del Sindicato de Dibujantes Profesionales, en el que tuvo una activa participación. Aunque no luchó en el frente, su militancia catalanista, republicana y antifascista quedó clara en ese trabajo sindical y, especialmente, en las numerosas ilustraciones que publicó durante la guerra en L’Esquella de la Torratxa y La Campana de Gracia. Tras la toma de Barcelona a finales de enero de 1939 los vencedores le pagaron esa belicosidad demostrada con el lápiz con la depuración del servicio de Correos, en el que se ganaba la vida, y, sobre todo, con una condena de seis años de cárcel, de los que cumplió uno y medio tras lo que salió en libertad condicional. Como otros dibujantes en su situación, no dejó de dibujar en presidio, especializándose, según parece, en hacer caricaturas de sus compañeros y funcionarios, que firmaba con el seudónimo de Rebec (travieso en catalán, que el humor es lo último que se pierde) y que cambiaba por comida.

A la salida de la cárcel en 1941 comenzó a trabajar en la realización de dibujos animados cinematográficos, para volver a los tebeos en 1947 con Carpanta, el primero de sus personajes históricos. Guionista y dibujante, es decir, autor completo de cuanto publicaba, su obra se caracteriza por contener un disimulado pero incisivo análisis de la sociedad española de postguerra, como se puede detectar en sus creaciones máximas: Zipi y Zape (1948), dos alborotadores infantiles en permanente conflicto con la autoridad, paterna y escolar, por lo que sufren los correspondientes castigos, o el propio Carpanta, un muerto de hambre que vive debajo de un puente en un país en el que los muertos de hambre y el chabolismo eran el pan nuestro de cada día, al que no es extraño que las autoridades acabaran considerando excesivamente incorrecto y le obligaran a sustituir el hambre por la glotonería y el puente por la chabola. Una vena de crítica social que bajo la capa del humor y el disparate se coló también en otras de sus obras, como Petra, criada para todo (¿la lucha de clases?) Doña Tula, suegra (¿la tiranía, aunque fuera la familiar?) o Don Óptimo y don Pésimo (¿las dos Españas?).



José Peñarroya (1910/1975)

Guionista y dibujante. Combatió en el ejército republicano. Acabada la guerra trabajó en una destilería, pero se presentó a una convocatoria de Estudios Chamartín, en los que coincidió con Cifré y Escobar, con los que colaboró en la realización de varios cortos, y empezó a dibujar, primero para el cine, luego para los tebeos, creando personajes tan memorables como Don Pío (1947) Gordito Relleno (1948) y Don Berrinche (1948), seres candorosos o irritados, pero siempre entrañables, que no consiguen nunca entenderse con el mundo que les rodea. En 1957, cansado como otros compañeros del trato y las condiciones de trabajo leoninas que debían soportar en Bruguera, dejó la editorial en compañía de sus ya viejos amigos Cifré, Conti, Escobar y otros para emprender la alocada aventura editorial independiente que supuso la revista Tio Vivo, tras cuyo fracaso un año más tarde no le quedó otra que regresar al redil de la editorial madre, en la que dio vida a nuevos personajes, como Pepe el Hincha (1962) o Pitagorín, que no alcanzaron la popularidad de sus predecesores, de los que también ofreció nuevas entregas.

Miguel Bernet Toledano, Jorge (1921/1960)

Al empezar la guerra civil tenía tan sólo 15 años, pese a lo que falsificó su edad y se alistó voluntario en el ejército republicano. Tras la derrota pasó por varios campos de concentración franceses y a su vuelta a España hubo de hacer el servicio militar franquista en un batallón disciplinario y luego en la marina. Guionista y dibujante, ya en el año cuarenta comenzó a colaborar con diversas publicaciones, curiosamente con historietas de tono realista, del oeste o de aventuras.

La regularización en 1947 de la nueva etapa de Pulgarcito, que desde la guerra solo había salido de manera irregular, y de cuya redacción formó parte desde ese momento, le supuso un cambio total en su estilo, abandonando el dibujo realista. Melindro Gutiérrez fue su primer personaje, al que se irían añadiendo Sisebuto, detective astuto, El vagabundo Mostacho o Leovigildo Viruta. Sin embargo, su creación más memorable es Doña Urraca (1948), uno de los personajes de mejor recuerdo de aquel tebeo español, una irascible representaciones de los más oscuros valores tradicionales, aunque siempre acabara derrotada y enrabietada, que también acabó pareciendo demasiado incorrecta a la censura, que obligó a dulcificarla. 

Tras la muerte del autor a los 38 años de edad fue su hijo Jordi Bernet, posteriormente reputado creador de cómics, quien la continuó brevemente, aunque el personaje llegó hasta los años 70 de la pluma de Torá y Martz Schmidt.



Carlos Conti Alcántara (1916/1975)

Guionista y dibujante. En los años 30 había trabajado en una compañía de seguros de Barcelona, su ciudad natal, que hubo de abandonar durante la guerra, en la que combatió en el ejército republicano, a cuyo fin se vio de nuevo enrolado, esta vez en las milicias vencedoras, a fin de cumplir el servicio militar obligatorio, en las que estuvo otros tres años. Creo El loco Carioco (en Pulgarcito) y Apolino Taruguez, y colaboró como dibujante en los primeros episodios de Superlópez, el longevo personaje creado y dibujado por el más joven Juan José López Fernández, Jan.


Manuel Vázquez Gallego, Vázquez (1930/1995. Algunos autores fechan su nacimiento cuatro años después)

Demasiado joven para haber participado en la guerra civil, heredó, sin embargo, la rebeldía, la heterodoxia y la ideología anarquista familiar, que quedó patente a lo largo de su existir en sus constantes enfrentamientos laborales y en una vida alborotada y un punto disoluta. Sobre su infancia en los años de la guerra y la postguerra contó en 1982 en una entrevista de Sol Alameda en El País: “Todo lo que recuerdo de mi infancia es hambre, pero hambre feroz. Vivía en Madrid, ¡Pero no veas! Íbamos a los mercados, cogíamos frutas, cáscaras de frutas, lo que encontraras. Así sobrevivimos muchos en los primeros años de la posguerra. Porque durante la guerra te parecía menos terrible. Tal vez porque todo el mundo pasaba hambre. Pero luego, cuando algunos empezaron a comer, resultaba mucho más duro. Y no es que en mi casa no hubiera dinero, que lo había. Pero era dinero rojo (billetes de la república), que sólo servía para jugar a los cromos”.

Siempre tuvo Vázquez fama de vividor, sablista empedernido y juerguista de pro, fama que no tenía nada de difamatoria, pues su vida respondía a ella sobradamente. Siempre sin un duro, que lo que pagaban en Bruguera no era suficiente para mantener un tren de vida como el suyo, tuvo que cambiar de casa con cierta frecuencia por impago y llegó a montar un prostíbulo en la calle Alcalá de Madrid especializado en americanos de la base de Torrejón, aunque aseguraba que nunca se aprovechó de las chicas, pues el dinero que ganaba de proxeneta lo invertía de nuevo en ellas como cliente. Incluso estuvo tres veces en la cárcel por diversos motivos, desde no pagar un hotel hasta escándalo público. Detenciones que, no obstante, no le dejaron mal recuerdo: “Tres veces, pero poco tiempo. El récord lo tengo en seis meses. Lo suficiente para saber que si entras es difícil salir limpio. Yo me divertí, lo pasé bien /…/ En la Modelo cada uno se relacionaba con los de su élite, y claro, yo me relacionaba con los estafadores. Los había tremendos: de casas de discos, de urbanizaciones, algunos de grandes quiebras. Gente gorda. Allí tenían hasta chicas, no te digo más; menos salir a la calle, lo que quisieran: vino, coñá, conversaciones mundanas y elegantes. Todos éramos unos señores. Y nadie negaba nada. Te decían “pues cuando salga voy a hacer una operación de tantos millones”. Era lo normal. Era gente clara, y no los de la editorial, que te hablaban de un nuevo proyecto, que tú ibas a hacer tantas páginas, y luego veías que te reproducían mil veces sin pagarte un duro. Porque, mira, yo tengo la teoría de que un estafador es el tío que saca los ahorros a la gente de la calle prometiendo unos pisos en la playa y que luego es mentira. Pero cuando un tío estafa a unos riquísimos que tienen una tela, a una gente que ha estafado toda su vida a los demás, eso es un señor. Es igual que cuando una prostituta te dice, “Bueno, ¿Qué pasa?, me lo he ganado con mi coño”. Es una señora. Es una cuestión de negocios. Pero esas otras que van de finas y resulta que... ¡Vamos, eso sí que es una verdadera prostituta! Las mujeres de los amigos dicen que tienen affaires. Las prostitutas nunca te engañan. Es gente sana y sincera. Te lo digo yo”.

Dibujante y guionista, fue autor de tebeos de la relevancia estética y sociológica de Las hermanas Gilda, La familia Cebolleta, Ángel Siseñor o Anacleto, Agente Secreto. Pese a que el interés sociológico de La familia Cebolleta como irónico de la clase media no es de despreciar, su obra más representativa fue sin duda Las hermanas Gilda, Leovigilda y Hermenegilda, serie nacida en 1949 (la película Gilda se había estrenado con gran escándalo en 1947, lo que hace pensar que el apellido no fue casual). En ella se contaban los disparatados avatares de dos solteronas que se llevaban a matar, siempre disputándose los imposibles novios en aquella España que había perdido en la guerra, la cárcel y el exilio a cientos de miles de hombres, diz que un millón o más. Eran otra cosa que un chiste, un retrato a veces esperpéntico y siempre feroz, al menos en sus primeros años, de la sexualidad femenina insatisfecha y de los usos y costumbres morales de una sociedad puritana y represora. Al igual que Carpanta o Doña Urraca, también Las hermanas Gilda sufrieron los rigores de la censura, y Vázquez hubo de rebajar la tensión de la serie, mandando con frecuencia a Hermeregilda a corretear por el campo cogiendo flores.

Ya en la democracia y sin trabas censoras colaboraría con distintas publicaciones no infantiles, como El Papus (1978), en el que firmaría con el seudónimo de Sappo, Complot (1985) o Makoki (1990), e incluso en las páginas juveniles de El País (1982, 1993, 1994). Irreverente e iconoclasta hasta el final, en 1995, el año de su muerte, llegó a publicar una historieta pornográfica en la que resucitó tres de sus personajes clásicos: Las dos hermanas Gilda y Anacleto, que incluso realizaban un “menage a trois” entre otras variantes sexuales.


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Guillermo Cifré Figuerola (1922/1962)

Creador de “El reporter Tribulete”, “Don Furcio Buscabollos”, “Cucufato Pi” o “Golondrino Pérez”, también empezó muy joven a publicar al poco de acabar la guerra civil, en la que no participó pues no daba la edad. Jesús Cuadrado le ha definido como “cinéfilo, anarquizante, sabio, iconoclasta y enemigo de los guardias urbanos”.





A este listado, necesariamente incompleto y provisional, habría que añadir los nombres de aquellos creadores de tebeos que, bien por edad o por otras circunstancias, no participaron en la guerra civil, mantuvieron ideas difícilmente compatibles con la España oficial del momento. Tal sería el caso de Francisco Ibáñez Talavera (1936/…), al que se deben “Mortadelo y Filemón”, que hubieron de esperar a la caída de la dictadura para conjugar el absurdo con la más directa crítica social e incluso política, “El Botones Sacarino”, “Pepe Gotera y Otilio”, Rompetechos”, “13, Rue del Percebe”  y otras joyas del tebeo español; o Juan José López Fernández, Jam (1939/…), que colaboró con Conti en “Superlópez”, el principal de su enorme gama de personajes.

Como se verá hemos dedicado el tiempo y el espacio a los autores de tebeos, sin haber realizado todavía ninguna alusión a viñetistas, caricaturistas, ilustradores o humoristas gráficos, que al dirigirse a los adultos estuvieron más directamente vigilados por el régimen que los tebeos infantiles, lo que impidió cualquier muestra de crítica o reproche en sus trabajos. De hecho, de todas las publicaciones satíricas previas a la guerra civil ninguna permaneció activa, limitándose el género a La Cordorniz, que aunque teniendo origen guerrero y perteneciendo al falangismo y aledaños la gran parte de sus creadores y autores. Su humor racionalista, absurdo e incisivo recibió, no obstante, el aporte critico de un par de artistas de excepción.

Miguel Gila Cuesta (1919/2001)

Si hubiera nacido en Nueva York podría haber sido un Woody Allen paleto, reconocido mundialmente como miembro de honor del Olimpo de los humoristas, lugar que si alcanzó en España y Sudamerica. Actor, escritor y monologuista, su primera producción vio la luz, sin embargo, dibujada en los papeles en forma de chistes.

En su primera juventud sufrió la guerra civil, en la que participó como soldado en un batallón de las Juventudes Socialista Unificadas en las que militaba. Apresado por los sublevados, fue colocado contra un muro junto a otros compañeros y fusilado. Realmente fusilado con balas de verdad. Sólo la casualidad le permitió sobrevivir indemne de los disparos y quedar sepultado bajos los cadáveres de su compañeros, de donde consiguió salir cuando escucho alejarse al pelotón de fusilamiento. Atravesó las líneas, pero volvió a ser apresado e inició un recorrido de presidios, a continuación del cual debió cumplir un servicio militar de cuatro años. Todavía en él, comenzó a colaborar en 1945 en La Cordorniz, donde sus lisiados, pobres, guardias, campesinos y mendigos dejaron entrar un testimonio de realidad inmisericorde.

José María González Castillo, Chumy Chumez (1927/2003)

El que sería uno de los humoristas gráficos más celebrados de España en los últimos años del franquismo y en la transición, escritor también, pintos y contertulio, también veló lápices por primera vez en el altar de La Codorniz en fecha tan temprana como 1945, cuando apenas había cumplido los 18 años. Ser de familia de la cáscara amarga le confirió un sentido crítico que mantendría a lo largo de toda su obra. Sus imágenes de hombres cargados con enormes piedras o a cuyo lomo cabalgan elegantes señores de frac y sombrero de copa constituyen metáforas gráficas perfectas de aquella dictadura y de todas. Sobre los pobres, de los que también dibujó muchos, dejó dicho en una entrevista muy posterior: “Era un tema casi constante: las desigualdades, la ciudad, el campo y esas cosas. (…) En ese problema de los pobres, el que el chiste acuse está bien, pero tampoco es un medio para solucionar la desigualdad. Tiene que haber otras soluciones que no da el chiste. Yo tengo el criterio de que el chiste es un complemento del pensamiento. Sobre el tema de la pobreza y las desigualdades tiene que ser la prensa la que insista y nosotros romper una lanza. Hacer chistes de pobres es ambiguo: no se sabe si te estás riendo del pobre o del rico”.

Andrés Vázquez de Sola (1927)

De familia gaditana de orden y estudiante en colegios de curas, Vázquez de Sola comenzó muy joven un proceso de conciencia política que le condujo a tomar contacto con el Partido comunista en 1951, comenzando a militar al poco tiempo, coincidiendo con la publicación de sus primeras colaboraciones en el diario granadino Patria. Harto de censuras y prohibiciones en sus trabajos para el diario Madrid e incluso Televisión Española, en 1959 se exilió a París, donde se haría alcanzaría enorme prestigio en el mítico Le Canard Enchainé, el principal semanario satírico galo. También fue firma asidua en Le Monde y L’Humanité, publicó libros, colaboró en programas de radio que le dieron una enorme popularidad. Sus chistes acerados y sin concesiones colaboraron a la lucha contra la dictadura desde Europa, convirtiendo su retrato de Franco en un símbolo icónico del dictador por excelencia.








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