viernes, 14 de junio de 2013

Una historia de mi yo canario al hilo de Los Sabandeños







Algún día tendré que explicar cómo y por qué me nacionalicé canario, pero fueron aquellos unos años tan intensos en mi vida personal, política y profesional que la historia concita fantasmas emocionales con los que debo lidiar poco a poco, que uno ya está jubilado y no es cosa de abusar de las pilas del marcapasos.

Pero esa historia os la debo y esa historia os la voy a contar… poco a poco. No avasallemos. De momento empecemos por los preliminares, los “antes de”, que en su inicio, o poco menos, tuvieron a Los Sabandeños. Antes de seguir, no obstante, permitidme que nos lo tomemos con calma y dejadme que os proponga escuchar y ver el vídeo siguiente, que he encontrado, como todos los demás, en este mar proceloso lleno de internet, lleno de botellas con mensajes que buscan destinatario. Es una grabación aficionada de una reunión privada y se corresponde a una cena en 1984 con motivo de la celebración del festival que el grupo organizaba anualmente en La Laguna. No me he encontrado entre los presentes, pero podía haberlo estado, porque ese año, aunque ya había vuelto a Madrid el anterior, asistí al festival, y de hecho publiqué en EL DÍA de Tenerife, del que Elfidio Alonso era subdirector o algo así y Enrique Martín (¡Ay!) fotógrafo, el artículo que cierra estas notas. No es eso, sin embargo, lo que quería destacar del video, sino el hecho de que en una reunión como esa pude haber estado perfectamente, y de hecho lo estuve, cuando llegué a Canarias a finales del verano de 1977.  



Como no he conseguido subir el vídeo, 


Es complicado conocer desde Madrid, más desde Valladolid, Vitoria o Granada, lo que sucede en las lejanas Canarias. Y más en aquellos años setenta y en aquella España todavía gris que acababa de quitarse de encima el peso de la dictadura. El mar une a las islas con el mundo pero también las distancia. Personalmente creo recordar que lo primero que supe de la cultura canaria fue el nombre de Agustín Millares y algunos de sus poemas, que me llegaron de la mano de un estudiante isleño que en 1967 o 1968  se había quedado unos meses en Madrid antes de regresar a casa tras una temporada en la cárcel. Aún antes, ya me había deslumbrado en 1963 el escaparate que el hermano del poeta, Manolo Millares, le hizo al Corte Inglés junto a otros artistas de vanguardia (Cesar Manrique, Pablo Serrano y otros). Pero entonces era un crío y no tenía ni puñetera idea de Manolo Millares y sus arpilleras, ni de cultura, ni de Canarias, pues entonces ni se veraneaba allí ni teníamos en casa televisor que nos permitiera ver el mapa de España con las islas transatlánticas metidas en un recuadro, como un muro en medio del océano. Luego llegó lo demás, y lo primero, Los Sabandeños, a través, creo, de su Misa, que no sé cómo había caído en mis manos en los primeros setenta.

A partir de mi boda en 1973 con una canaria, Carmen Rosa Saavedra, que a la sazón trabajaba en Radio Popular de Las Palmas, mi relación con las islas se incrementó. A Manolo Millares le siguieron Chirino, César Manrique o Tony Gallardo; a su hermano Agustín, Pedro García Cabrera, Pedro Lezcano y los poetas de “Paloma Atlantida Poesía”, la colección que Manuel Padorno y Josefina Betancor publicaban en su editorial Taller de Ediciones JB, en la que también accedí, aparte de a los trabajo de lingüística de Todovov, a “Crónica de la nada hecha pedazos”, la primera novela de Juan Cruz, cuyo anunció fue el primero que llegó a Radio Popular FM y debíamos leerlo en directo. 

Por lo que aquí corresponde, de Los Sabandeños pasé a los cantautores que de ellos salieron tras las primeras escisiones, como Julio Fajardo o Manuel Luis Medina, el memorable “Minuto”, Gofiones, Chincanayros y, sobre todo, a Totoyo Millares, el maestro del timple. También Caco Senante, que pronto se trasladó a Madrid, Suso Junco, el grupo Palo, con los estupendos Javi Moreno y Manolo Grimaldi dentro, luego desgraciadamente malogrados para la canción, José Manuel Abreu y el resto de los nuevos cantautores de los que hablaba el periodista Diego Talavera Alemán en el primer  libro sobre el tema, editado precisamente por Taller de Ediciones, y con quien luego me correría alguna buena.

No obstante con Los Sabandeños era distinto. Ellos fueron los primeros en romper la barrera del mar y la distancia y hacer llegar a Madrid las isas, folias y malagueñas junto a sus versiones de canciones sudamericanas. Cada vez que viajaban nos veíamos, aprendía de folklore con Elfidio, y alguna noche acompañamos servidor y señora a Enrique y otros compañeros a algún bar de la Gran Vía cercano al hostal del callejón entre Hortaleza y Fuencarral en el que solían quedarse, que acababan cerrando a toque de timple. Fuimos con ellos varias veces a Segovia, donde establecieron su íntima relación con El Nuevo Mester de Juglaría. No nos lo pasamos mal, la verdad.

En aquellos años trabajaba en “Para vosotros jóvenes”, el programa de Radio Nacional que dirigía Carlos Tena y en el que estaban también Gonzalo García Pelayo, Adrián Vogel, Julio Palacios, Jorge de Antón y otros descerebrados que proveníamos de la radio en frecuencia modulada, más alternativa. Como locutora de la casa estaba Aurora de Andrés, que tan descerebrada como nosotros entró inmediatamente en el juego. Quizás la influencia de Carmen Rosa y la mía hizo que el programa tuviera desde el principio una buena relación con Canarias. En él emitieron su primera entrevista radiofónica, su primer trabajo periodístico, Martín y Carmelo Rivero, luego premios Canarias de Comunicación, que entonces formaban equipo con Zenaido Hernandez, excelente periodista. ¿El Tema? Los Sabandeños, claro, faltaría más. Fue aquel el programa que comenzó a decir eso de “en Canarias una  hora menos” al dar las señales horarias y que patrocinó el primer disco de Taburiente presentándolo a una cosa que se llamaba “European Pop Jury”, que parece ser que garantizaba la difusión en todo el continente.

En 1976 Carlos decidió que había que emitir el programa desde Santa Cruz de Tenerife durante los carnavales y allá nos fuimos unos cuantos. El carnaval chicharrero. Un deslumbramiento. Un estallido de libertad, aunque todavía siguiera vigilando el ojo del policía pese a que el generalísimo chusquero ya hubiera doblado el gorro. Estaba previsto emitir toda la semana y ofrecer los fines de semana dos conciertos desde el Teatro Guimerá de Santa Cruz, con la actuación, además de cantautores y grupos canarios, de Aguaviva el primer día y Lluis Llach el segundo. Algún policía con buena vista pensó que aquello podía acabar mal y se prohibió el último recital, en el que también tenían que actuar Los Sabadeños.

En ese viaje tuve también mi primer contacto político canario. Una tarde, Carlos Tena (que en esos día me pidió una noche a la puerta del hotel ingresar en el PCE) y yo nos reunimos con unos compañeros de la Junta Democrática de Tenerife en los cuales estaba, ¿cómo no en esta historia?, Elfidio Alonso, que en aquella época militaba en el PASC (Partido Autonomista Socialista Canario), lo que sería el equivalente insular del PSP de Enrique Tierno Galván.

Con este prólogo y la presencia a mi lado de Carmen Rosa (y de mi hija, que ya había nacido) emigré a Las Palmas, en donde inmediatamente conocí a compañeros como Pepe Orive, Diego Talavera, Adrián Déniz, Maribel Lacave, Tony Gallardo y Mela Campos, Antonio Cabral y Aída Salvadores, José María Betacort, Manolito Suárez, Pepe del Toro, Enrique Caro, Pepe Alemán, o aquellos dos memorables vetranos, Agustín Millares y Germán Pirez, aparte de la familia, que me hicieron la vida más leve.

En aquel momento el nacionalismo de izquierdas estaba en auge a partir de la unión de varios grupos en lo que se llamó Pueblo Canario Unido, que en las elecciones había conseguido situar a Fernando Sagaseta en el Congreso madrileño, motivo por el que quizás algún amigo se alarmó cuando al poco de llegar Diego Talavera me propuso presentar un festival de música canaria que había organizado en Telde. Pensaba, y no sin razón, que mi evidente acento godo, que ni siquiera era el godo-canarión que se me quedaría después, podía motivar algún rechazo de parte del público. Con cierta prevención subí aquella noche al escenario. No debí haberla tenido, porque la gente reaccionó estupendamente y no hubo ningún problema. Desde ese momento me sentí como en casa.

Otra vez a finales de agosto, seis años después volví a emigrar, esta vez en sentido inverso. Un par de meses antes, en el transcurso de un recital de Los Sabandeños en el Teatro Pérez Galdos de Las Palmas, Elfidio me colgó en la solapa la insignia de Sabandeño de honor, condición que también le otorgaron ese mismo día a Agustín Millares. Dos honores: la confianza y la compañía.



Y vamos ya con los textos, que esto va pareciendo el cuento de nunca acabar. Incluyo tres. El primero, publicado en la revista madrileña Posible, es anterior al traslado. Para el segundo, del diario de Las Palmas El Eco de Canarias, ya estaba allí. El tercero se publicó en la isla de enfrente, en EL DÍA, en el viaje que hice a Tenerife en 1984, viviendo ya en Madrid, con motivo del Festival de Los Sabandeños de ese año.

He buscado ilustraciones musicales adecuadas y me llama la atención que lo que hay colgado de Los Sabandeños corresponde sobre todo a grabaciones y recitales posteriores a aquella fecha y a su faceta de intérpretes de éxitos internacionales, en detrimento de su obra anterior a los años noventa y especialmente a su trabajo originario sobre el folklore de las islas, la parte que a mí personalmente más me interesa de su obra y la que me parece más inaugural y creadora. Por fortuna he tropezado con algunas grabaciones del programa de televisión “Tenderete” de aquellas fechas, en las que están Los Sabandeños en su esplendor. Las utilizo con gusto, porque, además, me permiten recordar con cariño y respeto a su director y presentador, Nanino Díaz Cutillas, una figura fundamental en la recuperación del sentimiento canario en las islas. 














POSIBLE. 19 JUNIO 1976

Los Sabandeños devuelven al canto popular su amplío sentido colectivo. Con ellos, más que con otros grupos de folklore, se puede sentir al escucharles y al verles encima de un escenario que el canto del pueblo nos concierne a todos, y que es una forma integral, completa, de expresar el conjunto de las vivencias populares.

Ahora, que en España proliferan los grupos que de una forma u otra se dedican al "folklore" (así, entre comillas), la antigua presencia en las Islas Canarias (hace más de ocho años que llevan cantando) de Los Sabandeños supone un poner los pies en la tierra y un saber cuáles son los límites y cuáles las limitaciones del canto popular.

Porque Los Sabandeños son difícilmente catalogables, no se encierran en definiciones fáciles, y en su doble faceta de intérpretes de música canaria y sudamericana, saben perfectamente encontrar las canciones que mejor sirven a su concepción integral de la música del pueblo: canciones de diversión, de borrachera, de paisaje, cantos de amor y canciones comprometidas, denunciantes, todo ello se encuentra en su repertorio que, al igual que su forma de interpretar, se sale de lo común en este tipo de grupos.

Música artesanal

Hay una gran cantidad de rasgos en la obra de este grupo que demuestran mi afirmación primera de "devolver al canto popular su amplio sentido colectivo". En primer lugar, su abultado número de miembros, siempre rondando los veinticinco, lo que les confiere, además de su contundencia sonora, ese sentido anónimo, artesanal, tan ligado al canto popular, y que hace que el solista, incluso los directores del grupo, se integren perfectamente en la propia colectividad. También el carácter amateur, no profesional, de sus integrantes del conjunto. Como auténticos bardos populares, Los Sabandeños no viven de su canto, no han profesionalizado su palabra, todos ellos trabajan en mil oficios ajenos a la canción, y cuando cantan, devuelven al canto popular su carácter de fiesta colectiva, de celebración pública. (Con esto no quiero en absoluto despreciar a los cantantes "profesionalizados" que viven de la canción, muy por el contrario, pretendo únicamente mostrar que en unas condiciones particulares --las que presentan las Islas Canarias-- es posible la supervivencia de la canción como una celebración popular.

Basta acudir a Canarias y hablar con cualquier persona, para comprender inmediatamente la repercusión pública de la labor de Los Sabandeños. Desde que ellos aparecieron en escena, la canción popular de las Islas (sus Isas, Folias. Malagueñas. Polkas, etc.), han alcanzado su auténtica dimensión, porque han dejado de ser alimento de turistas o entretenimiento de señoritas sin ocupación, para convenirse en patrimonio cultural del pueblo.

Pocas veces Los Sabandeños vienen a la Península a cantar, la última vez ha sido este pasado mes de mayo, para actuar en Madrid y Segovia. En sus recitales ante los más diversos públicos (han actuado en el Teatro Español de Madrid, en la Feria del Campo, en un colegio mayor y en una discoteca de Segovia) nos han demostrado la rotundidez de su canto y la espléndida realidad que significan dentro de la canción popular de nuestro país.

No faltan, naturalmente, aquellos folklorófogos, antropólogos, etnólogos, antropófagos (como diría Horacio Guarany) que tachen a Los Sabandeños de poco puros, de salirse de la normativa del más ortodoxo folklore para hacer otras cosas. Lo que seguramente no piensan los folkloetcétera es que quizá los márgenes de esa ortodoxia ya no sean validos ni siquiera para guardarlos en tos museos, y que el canto popular ha de mantenerse vivo aún a costa de romper diez o doce tradiciones, o más si es necesario, para acudir puntualmente a su cita con la realidad del pueblo. Estoy convencido de que Los Sabandeños sí que piensan que deben romperse estas encorsetadas tradiciones y, también por eso, entre otras muchas cosas, me gustan.

También autores

Sí  bien los Sabandeños comenzaron cantando casi exclusivamente temas folkóricos anónimos, su obra se decanta cada vez más visiblemente hacia la composición propia, siguiendo siempre la pauta del ritmo y la forma popular, pero tratando también cada vez más temas específicamente canarios y actuales, y por ello mismo con una gran carga de universalidad.

En esta línea evolutiva de su canto, se integra su último disco, "Cantata del Mencey Loco", una obra integral de veinte minutos aproximadamente, en la que a través del recurso de la historia del último rey guanche, muerto en la lucha por conservar la libertad de su pueblo, se hace una eficaz y hermosa reivindicación de la cultura, la lengua y la historia del pueblo originario de la isla: los guanches. Esta cantata, que coincide con un renacer del sentido regionalista y nacionalista no sólo de Canarias, sino de muchos otros sitios del territorio español, es, además, una magnífica pieza musical, en la que la construcción formal, su complejidad, su belleza y su inteligencia, supera con mucho cualquier otro intento que se haya hecho en el país por actualizar el folklore y el canto popular.



Dacio Ferrera está en la mayor parte de los vídeos que he seleccionado, 
pero quiero destacarle con este, 
porque aunque aquí ya había dejado Los Sabandeños y ya estaba enfermo de la garganta,  
canta en él unas folias y unas isas tan hondo 
como el más viejo de los flamencos, con tanto feeling como el bluesmen más negro.



ECO DE CANARIAS. 27 JULIO 1981

QUINCE ANOS DE HISTORIA DE LA MÚSICA CANARIA

En el panorama de esterilidad artística que suponía el «bom» turístico, con la música folklórica convertida en reliquia de museo, o manipulada y tergiversada hasta perder su razón de ser por mor de alegrar el ocio del turista, la aparición pública de «Los Sabandeños» supuso un hito fundamental para la recuperación de la canción popular canaria.

Formados en 1.967, en la finca «La Sabanda», de Punía Hidalgo, por un grupo de jóvenes estudiantes y profesionales, entre los que se encontraba Julio Fajardo, los hermanos Bacallado, Domingo Martín, Rafael Perera, Gonzalo Abreu, González Abreu, González Alonso Cambreleng, Ramón Torres, Manuel Luis Medina, Quique Martín y, naturalmente. Elfidio Alonso. «Los Sabandeños» devolvían al canto popular su más amplio sentido colectivo, pudiendo sentirse, al escucharlos, que ese canto de todos nos concierne a todos, y que es una forma integral, completa, de expresar el conjunto de las vivencias populares.

Cuando en Madrid o Barcelona  proliferan los autollamados «conjuntos folklóricos», para los que la música popular no era sino una forma de seguir la moda o de ganar dinero, el nacimiento de «Los Sabandeños» supuso una renovación importante. Desde su primer disco, un EP de cuatro canciones grabado para el sello Tan-Tan de Tenerife, que fue presentado con gran éxito en el Ateneo de La Laguna por Alfonso García Ramos, hasta hoy, han sido editados diecisiete álbumes con su nombre en la portada. Observando esta extensa discografía, y muy especialmente sus discos canarios, se puede seguir fácilmente la evolución del grupo, porque no son «Los Sabandeños» un conjuntoque haya permanecido estancado, siempre igual a sí mismo; antes bien, entre los primeros y los últimos discos hay diferencias remarcables, tanto en la manera de cantar como en el contenido y la forma de las canciones que interpretan.

Después de una primera etapa, que podríamos definir como «canarista», y en la que incluiríamos la Misa Sabandeña y los dos primeros volúmenes de su antología del folklore canario, en la que centraron su trabajo en recuperar ritmos, formas y sentimientos del acervo popular, intentando un acercamiento al folklore desde una perspectiva de dignidad y de dar cumplida cuenta de la música de las diferentes islas; y una segunda, centrada fundamentalmente en el tercer volumen de la antología del folklore canario, caracterizada por el acercamiento a la realidad social de las islas --con temas como las «Malagueñas del Luciano», la «Polka frutera» o la «Isa de la borrachera», entre otras--, acercamiento que coincide con una mayor libertad a la hora de tratar los ritmos folklóricos, fruto, tal vez, de la necesidad por completar sus presupuestos musicales y por definir su estilo interpretativo, llegaron, con «La cantata del Mencey loco», a la plena madurez creativa, abriendo un camino en el que todavía se encuentran.

LA CANTATA DEL MENCEY LOCO,
UNA OBRA MAESTRA QUE ABRIÓ CAMINO

La «Cantata del Mencey Loco», que cierra esta etapa y abre la siguiente, es, a mi entender, la obra maestra en el trabajo de «Los Sabandeños» y una de las más bellas creaciones que se han dado en la música popular del Estado Español. En ella, a través de unos versos del poeta tinerfeño de comienzos de siglo Ramón Gil Roldan, se narra la historia de la resistencia, lucha y derrota del Mencey guanche Beneharo, utilizándola como una reivindicación de la cultura, la historia, la lengua y el ansia de libertad del pueblo guanche, y, por extrapolación, del canario actual.

Aunque guardando una estructura formal muy similar a la utilizada por Luis Advis en su famosa «Cantata Santa María de Iquique», a base de temas instrumentales, narrador, solista y coro, en el trabajo de «Los Sabandeños» hay suficientes elementos valiosos propios, como la mezcla de ritmos folklóricos canarios y peninsulares (la petenera que se utiliza en la narración dramática de los coros), que crea una tensión dialéctica entre la cultura colonizada y la colonizadora, que recorre corno una espiral dorsal el trabajo, confiriéndole a la obra una complejidad y una grandiosidad que son su principal hallazgo. En este sentido es de destacar el carácter épico que alcanzan los ritmos folklóricos, malagueñas, isas, folias y tajarastes y, muy especialmente, los fragmentos de los cantos canarios de Teobaldo Power, que ya habían sido utilizados anteriormente por «Los Sabandeños» al menos en una ocasión: la «Estampa tinerfeña», de Elfidio Alonso y Julio Fajardo, incluida en el tercer volumen de su antología del folklore canario, y que habría de constituir posteriormente su disco monográfico «Cantos Canarios», editado el año pasado.

Encontrar el camino a seguir después de una obra como esta «Cantata del Mencey loco» era un camino difícil, sí no imposible. Y aunque el siguiente disco («Seguidillas del Salinero» 1.977) constituyó un trabajo de excelente factura, se tenía que notar una cierta crisis de creatividad que alcanzó su punto más conflictivo en el álbum «Guanche» (1.978), un disco de búsqueda a mi entender no plenamente logrado. Crisis que coincidió también con el camino democrático en España y con la situación crítica que este tipo de canción sufrió en el conjunto del Estado. «Los Sabandeños» han encontrado una vía de salida en la profundidad de los caminos que se apuntaban en la cantata: la búsqueda de las señas de identidad más profundas del pueblo canario, la elaboración culta e intelectual de los ritmos folklóricos, la creación de sus propias canciones. Así se suceden tres álbumes que van perfeccionando estas constantes: «Canarios en la independencia de América» (1.979), «Cantos canarios» (1.980) y estos «Romances canarios» que acaban de editarse y que dan pie a este comentario.

“SAN BORONDÓN, ROMANCES CANARIOS”, ÚLTIMO TRABAJO

El romancero es una forma literaria idónea para la expresión popular, y no es casualidad que en España y América haya sido una de las más utilizadas. Sería un apasionante trabajo de erudición folklórica rastrear las idas y venidas del romancero a través del océano de América a España y comprobar cómo, en unas y otras, ha ido dejando su huella en Canarias.-De eso trata el último trabajo de «Los Sabandeños». Pero, claro está, el grupo no es un conjunto de eruditos, sino un grupo artístico, y aunque la erudición está presente, como en todos sus trabajos en la selección de temas, en las notas que acompañan el disco y, sobre todo, en el excelente trabajo de base que justifica cada una de sus aventuras musicales, la principal virtud del disco consiste en su actualidad, a pesar de los años que muchos de los romances tienen, y en su manera de hacernos sentir vivo lo que es historia.

El disco se compone de siete romances populares, musicales por José María Gil, Carlos García y Elfidio Alonso, y dos más escritos por este último, en los que. lógicamente, las cotas de actualidad son más claras, aunque aderezadas en la envoltura popular que Elfidio otorga a sus textos. Leyendas, descripciones geográficas y paisajísticas, costumbrismo, temas picarescos (como expresión de esa «moral diferente a la oficial» de que hablaba Gramsci coMo definitorio del canto popular), componen este ramillete de canciones, sin faltar las alusiones a una tierra castigada por mentiras .(«San Borondón»), miserias («Ensalada») y falta de libertad («La canción del perenquén»).

Un trabajo, en definitiva, en el que se muestra la continuidad de un conjunto fundamental para nuestra música canaria. Que ha pasado malos momentos, indudablemente, pero que ha sabido superarlos con imaginación. Que ha sufrido infinidad de cambios en su fromación, pero que ha sabido mantenerse durante casi diecisiete años en candelero, mientras que los que salieron de él han sido incapaces de crear algo duradero. Que a veces puede parecer que se repite y que sin embargo, ha sabido crear una escuela de la que han salido tantos conjuntos, algunos valiosísimos, como hoy pululan por las islas, que han sabido llevar su influencia más allá de los límites geográficos insulares.




EL DÍA. 11 SEPTIEMBRE 1984

LA primera vez que vine a Canarias hace ya diez años, lo que primero y más profundamente me impresionó fue la profunda vinculación de la gente que iba encontrando con un grupo musical y sus canciones, Los Sabandeños. De ellos me hablaba de ellos cada vez que yo, con esa deformación profesional que acaba por dominarle a uno, me interesaba por la música de las islas. Pero también cantaban sus canciones cuando no preguntaba, cuando querían mostrarme lo que de más rico, representativo y popular había en esta tierra, cuando querían hacerme participes de su hospitalidad, de su amistad, de su cariño, siempre salía a relucir una isa o una folia que cantaban Los Sabandeños en sus primeros discos de la Antología del Folklore Canario.

Ese es un fenómeno casi único en España. En la península había y hay muchos grupos de raíz folklórica, algunos excelentes, otros simplemente buenos y muchos malos, como en cualquier sitio. Pero no hay ninguno que tenga esa imbricación en su pueblo, pese a que unos cuantos cuentan con importantes auditorios. Los Sabandeños son un fenómeno musical, pero también son mucho más. Sin quitar prendas a otros hechos culturales importantes, visto desde fuera, en visitas esporádicas, o desde dentro, viviendo largos años en las islas, lo que se puede comprobar en el grupo lagunero es que han sabido encontrar ese difícil punto de simbiosis que debe unir a la canción popular y al pueblo. Además de cantar, bien, muy bien, naturalmente, Los Sabandeños han contribuido de manera muy relevante a devolver al pueblo canario y a algunos forasteros que en algún momento hemos decidido hacer de esta también nuestra tierra, el orgullo y la responsabilidad de ser canarios.

Ellos han sabido alcanzar ese punto irrepetible, y eso es algo que no se consigue por casualidad ni como resultado de la buena voluntad, sino que requiere el esfuerzo del trabajo bien hecho, de saber lo que se quiere y buscar los medios artísticos y humanos para encontrarlo. Los Sabandeños han sabido que el folklore no es una realidad muerta para guardar en los museos en toda su pureza y añorar los viejos tiempos pasados en noches de desesperación patriotera. Han sabido, lo que es muy importante, que la canción sirve para unirse, para encontrarse en el canto colectivo, para desentrañar los orígenes y las raíces, para vivir el presente como un entramado de complicadas relaciones y apuntalar las conciencias y las sensibilidades para enfrentarse al futuro. Por eso son imprescindibles, además de grandes artistas.

Hay quien dice, a mi parecer con buenas dosis de cerrazón, que ellos son un problema para la música canaria; que todos los grupos que han venido después, que son muchos, cada día más, los imitan o se basan en ellos, en su formación, en su visión del folklore y en su formulación artística. Es verdad que en Canarias hay probablemente más grupos de raíz folklórica que en ningún otro sitio de España, y que esos grupos han mamado de Los Sabandeños muchas cosas aunque ninguno haya superado todavía el modelo original. Pero todo ello no es culpa de Los Sabandeños ni es su problema que así suceda, sino de quienes se encuentran en esa encrucijada.

Porque ciertamente, la música canaria de raíz folklórica tiene un problema: el de seguir adelante después de lo que han hecho Los Sabandeños. Es un problema y un desafío, porque una música que pretende ser expresión popular ha de estar en constante evolución y transformación, creando nuevas alternativas artísticas, elaborando propuestas creativas que lleven cada vez más adelante. Los Sabandeños han hecho su revolución, y cada disco suyo es un paso adelante en su propio código estético y comunicativo, incluso han creado discípulos fuera de las islas. (Recientemente he podido asistir en Segovia y Burgos a las actuaciones de dos grupos, La Ronda Segoviana y Los Trovadores de Castilla, que han tomado de ellos el formato y el estilo vocal e instrumental).  Sería injusto pedirles un cambio distinto al que ellos se han propuesto hacer. Son los grupos nuevos, los artistas más recientes, quienes tienen que esforzarse por encontrar esas señas de identidad como grupos o como cantantes, que les de sello propio y contribuya a la diversificación de la oferta musical que ofrecen las islas.

Algunos lo han intentado y no lo han conseguido. Porque las circunstancias no eran buenas o porque su propuesta no resultaba   totalmente   válida, pero es un hecho que ni cantautores, ni rock, ni las fórmulas mixtas de folklore y rock han encontrado el eco qué buscaban. Naturalmente yo no sé la respuesta a este problema, pero sí hay una cosa clara: Los Sabandeños son un ejemplo no paró copiar, que ellos ya hacen su trabajo  suficientemente bien,  sino para estimular la imaginación de los nuevos grupos, que los hay, y buenos (citemos tan sólo a tres que me parecen punteros: Añoranza, Verode y Mestisay), en la búsqueda de nuevos caminos que el grupo de La Laguna lleva desbrozando sobradamente desde hace ya tantos años.    

Un bonito encuentro de chicharreros y canariones.
El señor de pelo blanco que toca el timple a la derecha
es Enrique Martín. 




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Diálogo de las cárceles

Polémica sobre el top-less con Juan Rodríguez Doreste, Alcalde de Las Palmas

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