lunes, 24 de junio de 2013

Julio Iglesias. Un vacío de superlujo (1984)

 

 

 

Si he de hacer caso a lo que en 1984 escribí sobre Julio Iglesias debo concluir que me pasa con él lo mismo que al cura vasco con el pecado, que no soy partidario. De Julio Iglesias, del pecado sí.




EL PAÍS. 22 SEPTIEMBRE 1984

El último disco de Julio Iglesias se presenta como su definitivo lanzamiento en el mercado norteamericano. No ya entre hispanos, negros, sudacas y otras subculturas, sino en el mismo corazón de la América wasp, blanca, anglosajona y protestante. Una meta que si muchos cantantes de origen latino han intentado, prácticamente ninguno ha logrado. Cuando en los años treinta el tango privó en las salas de baile, o cuando en los cincuenta los percusionistas caribeños aportaron al jazz la fuerza de su ritmo, la cosa era diferente. Se trataba todavía de un ingrediente de exotismo que con mayor o menor profundidad no dejaba de ser un añadido. La popularidad de estos músicos no pasó de ser efímera y anecdótica. Lo que ahora se pretende con Julio Iglesias es mucho más ambicioso: convertirlo, según proclama su sello discográfico, en algo tan americano como el tabaco con genuino sabor, el refresco que es la chispa de la vida o la estatua de la libertad. Casi nada.

El caso es que se está a punto de conseguirlo. Al menos no se han ahorrado medios para ello. Hay en el álbum canciones melódicas y rítmicas, estrellas invitadas, compositores destacados, músicos casi a centenares, fragmentos en francés, italiano y español --además del inglés que domina el álbum--, instrumentistas de prestigio..., y sobre todo dinero, mucho dinero. Dianna Ross le da el sofisticado toque de la música negra; Willie Nelson, veterano cantante de country, aporta el atractivo que supone para un amplio sector del público tradicional blanco; los Beach Boys unas gotas de nostalgia pop; el saxo de Stan Getz coloca unas notas para aficionados poco exigentes al jazz, y así una larga lista que hace de este disco un producto de elegante factura, producción perfecta, sonido impecable y eficacia garantizada. Nada se deja a la suerte y, por consiguiente, pocas sorpresas caben esperarse.

Todo ello contribuye a la existencia de un producto de irreprochable presencia industrial, pero de eso a ser el Frank Sinatra de los años ochenta hay una considerable distancia. Porque en los años ochenta ya no hay Sinatras, y porque entre Sinatra y Julio Iglesias hay la misma distancia que entre un cuadro de Murillo y su fotocopia, por mucho que se utilice para hacerla la más avanzada máquina inventada por la moderna tecnología.

La inteligencia y la perspicacia para los negocios, la imagen elaborada y exactamente transmitida, la voz agradable y los ambientes sofisticados no son suficientes para definir la obra de un cantante, por mucho que cumplan su objetivo y tengan un valor propio. El problema es que el atractivo artístico de este disco ofrece pocos alicientes mas que esos, y uno piensa que si el disco y la canción es, además de industria, cultura y arte, debe haber otras exigencias y otros resultados. Cuando se habla de cigarrillos, bebidas refrescantes o incluso estatuas, se está haciendo, una referencia exacta: éste es un producto con envoltura de superlujo bajo el que se esconde una profunda vacuidad cultural.

Julio Iglesias es ciertamente un fenómeno, algo que se sale de lo normal, en la medida en que la normalidad implica, al menos en la música española, una larga lista de objetivos no cumplidos, de frustraciones no tanto artísticas como comerciales. Inscrito plenamente y por voluntad propia en los parámetros establecidos por la industria discográfica, su voluntad ha sido conseguir el éxit, desde sus lejanos inicios como cantante, cuando dejó de ser un futbolista mediocre para intentar ser un cantante de éxito y ya pedía que se le fotografiara únicamente por su lado bueno. Triunfar en el paraíso de la clase media, en la América de cartón piedra de las todopoderosas amas de casas y el no menos poderoso presidente Reagan, constituyó sin duda su sueño dorado, al fin parece que cumplido.

La carrera seguida para conseguirlo ha sido trabajosa y cuidadosamente preparada. Lograrlo evidencia una serie de valores que no se trata de discutir --son evidentes--, aunque su catalogación resulte confusa y su apreciación discutible. El mayor de ellos es, indudablemente, su capacidad para dar una imagen mayoritariamente aceptable por el público al que quiere dirigirse y la inteligencia con que ha planeado cada paso de su ascensión, desde que se lanzó a la conquista del mercado suramericano, con versiones anodinas de conocidas canciones, hasta está culminación de clarines y trompetas. Un punto de secreto tiene su éxito: saber ofrecer una música y una presencia agradables, armoniosas, sin aristas ni riesgos. Un aséptico glamour de niño bueno que nunca ha roto un plato pero que puede ofrecer a su público ensoñaciones de eróticos finales imprevistos. Otra cosa es dónde colocamos cada uno el listón de nuestros sueños y hasta dónde llevamos el baremo de nuestras exigencias.


EL PAÍS. 7 OCTUBRE 1984

Ambos han entrado ya en esa edad prometedora en que la sabiduría y la experiencia comienzan a suplir los arrebatos de la pasión juvenil. Son educados, elegantes, moderadamente descarados y descaradamente moderados. Les gusta el éxito, el dinero y los aplausos, y los encuentran en las grandes multitudes allá donde actúan. Inteligentes, cuentan de ellos que son sus mejores agentes de relaciones públicas: saben hacerse simpáticos y agradables. Atentos y amables con la Prensa, cariñosos y distantes a un tiempo con el público, serían los hijos soñados por cualquier madre de buena familia que guste del triunfo de su prole.

Son españoles y cantantes. Uno es la sensación del año en Norteamérica; su disco en inglés sube a velocidades sorprendentes en las listas de éxitos del país más poderoso de la Tierra; no tiene mucho que decir, pero sabe decirlo de manera persuasiva. El otro es uno de los cantantes más importantes de ópera, aunque sus incursiones en la música popular muestren un desconocimiento sorprendente y un notable confusionismo. También es, como su compañero de programa una sensación en todo el mundo. Televisión Española los junta en un especial musical que se sabe de interés abrumador para la gran mayoría. Julio, en España, y Plácido, en la República Dominicana, han grabado cada uno por su parte. El primero, sus canciones de siempre; el segundo, sus versiones de Siboney, Muñequita linda o La paloma. Todavía no se han atrevido a hacer un dúo; ese día, que sin duda llegará, se van a romper muchos corazones. Sigan esperando.

El viernes 12, a las 21.05 horas, por la primera cadena, se emitirá el programa Especial Plácido Domingo y Julio Iglesias, grabado en Palos de Moguer (Huelva) y en Santo Domingo.

Supongo que escribí el siguiente comentario con motivo del Festival de Benidorm, aunque no recuerdo nada de él. Dado que tiene que ver con el protagonista de hoy, lo reproduzco.

Aromas de antaño

EL PAÍS. 23 MAY 1985

Aquellos eran tiempos de penuria y de aburrimiento, de españolitos que venían al mundo sin otro aliciente que un desarrollismo que nos enseñaba por la puerta de Francia las vajillas de Duralex y las cafeteras a vapor. La música española se debatía entonces entre la agonizante influencia de las baladas italianas y la pujanza aún incomprendida del rock. Como fórmula pos-imperial de realzar la autarquía se buscaban artistas españoles que dieran brillo e internacionalidad a nuestra canción. Se inventó el festival de la canción de Benidorm en una ciudad que se lanzaba a copar un turismo de medio pelo.
La vida sigue igual
Julio Iglesias triunfaba afirmando, con una razón a medias que no preveía los tiempos que estaban por llegar, que la vida sigue igual, y Raphael hacía patria con sus posturas de showman congelado. Los guateques eran el único recurso para una sexualidad juvenil insatisfecha y quienes quedábamos relegados al papel de poner los discos en el pickup nos agotábamos en las infinitas vueltas de canciones triviales.
La televisión española hacía un acontecimiento de cada nadería, los cantantes latinoamericanos acudían a Benidorm con la esperanza de triunfar en la Madre Patria. Junto a las demostraciones sindicales del Primero de Mayo, el festival de la canción de Benidorm permanece en la memoria con un aroma de flores muertas.

 Y al fin se juntaron sobre el mismo escenario. Dios proteja a los cantantes y multiplique, como si de panes y peces se tratara, los tapones de cera para las orejas. El fiscal se opuso a la tramitación de la querella correspondiente.



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