“Como todos los días”. Una canción con Hilario
Camacho (1968)
1968. De izquierda a derecha: Adolfo Celdrán, Mari Laly Salas, Hilario, pareja desconocida y Antonio Gómez. (Observese como Hilalio coge a Mari Laly, y como Mari Laly mira a Adolfo) |
Tal vez porque
con los años la memoria remota se va acercando cada vez más, como si de cerrar
un círculo se tratase, o quizás porque fueron tiempos tan intensos que resultan
difíciles de olvidar, el caso es que recuerdo perfectamente cómo Hilario y yo
compusimos “Como todos los días”. Era
la primera vez que yo, compulsivo emborronador de cuartillas desde la infancia,
me metía en la aventura de escribir la letra de una canción y también la
primera que Hilario componía un tema con una letra que no hubiera escrito el
mismo, práctica que abandonó pronto, o que no fuera un poema previo.
Me doy cuenta
según voy escribiendo que “Como todos los
días” marcó de alguna manera un punto de inflexión en el trabajo de
Hilario, cerrando una primera etapa de aprendizaje, que quedaría marcada por la
edición, ese mismo 1968, de su primer single con los poemas de NicolásGuillén, y abriendo el camino que estallaría públicamente cinco
años después con la publicación del primer álbum “A pesar de todo”,
del que era, con “Los cuatro luceros”,
el tema más antiguo. Para entonces, su anterior repertorio había pasado al
olvido (excepto por “El agua en tus
cabellos”, el poema de Machado que había musicalizado en 1967 y que no grabó
hasta 1975 en “De paso”), y a partir
de ese momento su música adoptaría un lenguaje expresivo propio y definitivo
que seguiría puliendo hasta el final. También a partir de entonces abandonaría
la musicalización de poemas, aunque aún adaptaría alguno, cada vez de forma más
libérrima, para pasar a colaborar con letristas con los que trabajaba
estrechamente: Moncho Alpuente, Francisco Escalada, Jaime Compaire, Pablo
Guerrero, Joaquín Sabina y otros. Ni que decir tiene que esto no le confiere a
la canción otro valor que no sea el cronológico, pero como se me ocurre, lo
cuento.
Decía que 1968 Hilario
compuso pues los dos temas más antiguos que aparecen en A Pesar de Todo, su primer disco LP cinco años después: “Como todos los días“ y “Los Cuatro Luceros”.
Por la parte que me tocó en ello lo puedo contar con un cierto detalle, aunque
tampoco abusaré.
1968. Mari Laly, Hilario y Elisa Serna. |
Igual que a Adolfo Celdrán, a Elisa Serna o a Cachas, conocí a Hilario en
noviembre de 1967 con motivo del recital de presentación del grupo Canción del Pueblo que me tocó presentar y en el que ellos debutaban de
manera más o menos oficial tras haberse estrenado en pequeños recitales universitarios.
Con todos ellos establecí pronto una relación de amistad que con Hilario fue
íntima desde el primer momento, pues teníamos muchas cosas en común, desde la
edad, yo acababa de cumplir 19 y él me llevaba cinco meses, hasta vivir
relativamente cerca, él al final de Fuencarral y yo en General Sanjurjo
(Abascal ahora, después de recuperar el nombre que la calle había tenido antes
de que la dictadura rebautizara las calles con los nombres de sus santos y sus
militares).
Las canciones (incluyo
Los Cuatro Luceros en el lote) se
escribieron en la habitación que había a la entrada de su casa familiar de
Hilario, a la izquierda, creo recordar, al inicio de un largo pasillo. Allí nos
sentamos unos cuantos días y allí fueron saliendo los dos temas, que fueron de
creación bastante rápida.
Como todos los
días
nació de la coincidencia de que los dos habíamos trabajado brevemente en empleos
similares. Él creo que en una gestoría o algo así, y yo en un banco, en el que
he de decir que tuve el honor de entrar como auxiliar administrativo y salir un
año después tras haberme degradado a botones. Pensamos que en aquellas oficinas
siniestras se reflejaba el mundo gris, triste y conformista en el que vivíamos,
y nos planteamos reflejarlo utilizando la forma del talking-blues o blues
hablado, una base rítmica de blues sobre la que va el recitativo de la letra, a
la manera en que habíamos oído que lo hacían en EEUU Woody Guthrie, Julius
Lester o el propio Dylan del principio.
El método de
trabajo era que yo escribía unos versos, los discutíamos, cambiábamos lo que
era necesario y sobre la marcha Hilario los iba encajando en la música.
Recuerdo que fue bastante rápido todo y la canción estuvo pronto preparada. El
tema, que está divido en dos partes bien diferenciadas, tenía inicialmente una
tercera parte más, que fue eliminada en la grabación y sustituida por ese ritmo
que simula las palmas de una manifestación con que acaba la grabación. Fue una
supresión acertada, pues era una especie de infantil llamada a la rebelión demasiado
explícita, que no le añadía nada a lo anterior y que podría haber tenido
problemas con la censura. Alain Milhaud, que produjo el disco y de quien debió
ser la idea, hizo un estupendo uso de las tijeras.
Los Cuatro Luceros partió de un poema de José
Batlló, poeta catalán que escribe en castellano y que dirigía la colección de
poesía más importante del momento: El Bardo. A Hilario le gustaba el poema, que
es en el fondo es una alegoría sobre la guerra y la postguerra civiles, pero no
acababa de cuadrarle para ponerle música, porque estaba escrito en verso
bastante libre, así que, como hizo con otros textos ajenos, lo cambió a su
gusto, tarea en la que le ayudé y cuya responsabilidad comparto ahora,
especialmente frente a Batlló, que parece ser que no quedó muy satisfecho, dado
que él imaginaba música clásica mientras lo escribía. También fue una
composición rápida.
Cuando regresé
en 1983 de Canarias, uno de los primeros recitales a los que acudí a uno de
Hilario que daba cerca del Viaducto con ocasión de alguna fiesta popular, o San
Isidro o La Paloma. Él no sabía que estaba en Madrid y no le avisé, quería
darle una sorpresa, pero quién me la lleve fui yo. Una sorpresa alegre y
envanecedora, porque comprobé que Hilario todavía seguía interpretando en
directo Como todos los días.
Un par de años
antes del fallecimiento de Hilario pensamos que podíamos escribir una especie de
“Como todos los días-2” situando al
personaje en aquel momento de comienzos del nuevo milenio. Nos pusimos a la
tarea, nos reunimos varias veces, pero no salió nada, excepto unos versos deslavazados
y unos cuantos rasgueos de guitarra. Años después me di cuenta que en realidad Hilario
ya había escrito esa segunda parte en “Taxi”,
que hizo en colaboración con Joaquín Sabina y que se editó en 1986 en el álbum “Subir, subir”. Ambas retratan las
reacciones interiores y los sentimientos de un individuo personalizado en un
momento histórico concreto, y, aunque las letras sean ajenas, reflejan los pensamientos
y las ideas del propio Hilario, lo que añadido a que las dos están en primera
persona les confiere un cierto carácter de autorretrato íntimo ante la sociedad
(carácter que también las relaciona con la magistral “Volar es para pájaros”, que compuso con Pablo Guerrero y que
igualmente tiene esas características).
Ambas canciones
tratan del mismo tema y tienen un formato narrativo equivalente: una persona (el
propio Hilario) se levanta por la mañana y encuentra pocos alicientes para levantarse.
El mundo al que se enfrenta no le gusta, le aburre, y ante ello se subleva,
aunque sea de distinta manera. Las cosas que le molestaban en esos dos momentos
respectivos eran distintas, pero similares. En el 68, en pleno franquismo, era
la mentira política, claro, pero también la rutina de la oficina, el levantarse
a una hora temprana para nada, los prejuicios morales, la frustración sexual,
etc… En el 86, ya en plena época de aquello que se llamó el desencanto, lo que
le ofendía era la inanidad de la vida en general, la repetición de gestos
vacíos de contenido, la vacuidad de la tele, el aburrimiento…; en suma, la
misma grisura moral de la sociedad.
También tienen
una cierta similitud en la manera en que Hilario interpreta ambas canciones,
como si fueran una letanía repetitiva que canta con frialdad, casi sin emoción,
sin levantar la voz ni tensar el tono. Hasta que llega el grito que estalla al
final de “Como todos los días” o en
los estribillos de “Taxi”. Y es en
ese grito donde yo encuentro la mayor diferencia entre el Hilario de 1968 y el
de 1986.
En ambas fechas
despreciaba y odiaba el mundo en el que vivía, pero si en 1968, todavía un
joven de 20 años, en pleno momento de conciencia crítica con la dictadura que
le aplastaba, el grito de Hilario apuntaba a la rebelión (aún planteado como
una posibilidad de toma de conciencia): “y
salgas a gritarlo por las calles” (en alusión, claro, a las manifestaciones),
en 1986, cuando ya se ha visto que la llegada de la democracia no ha sido lo
que se esperaba, Hilario ya no creía en cambios (“Comprendes por qué/ no hay nada que hacer”), y en lugar de optar
por una posible salida colectiva, gritarlo por la calle en unión de otros, lo
que buscaba era algo (o alguien) que le ayudura a huir (“¡Sácame de aquí!/ ¡No puedo,/ no, no, seguir así!/ ¡Lléveme por la
ruta de la paz/ dirección prohibida sin parar hasta el mar”). En 1968 se planteaba
el enfrentamiento con el sistema; en 1986 lo que quería era simplemente escapar
de él, una tentación que uno mismo ha sentido en más de una ocasión y que
Hilario practicó en diversos momentos de su vida. Yo también.
Dibujo de Poni Micharvegas |
PD.- A raíz de
la muerte de Hilario participé muy activamente durante tiempo en un foro de
internet que se creó, y en él escribí numerosos textos biográficos y sobre su
obra. Al sacarlos ahora del archivo en el que los conservaba, aunque veo que
falta alguno, y ordenarlos, compruebo que suman algo así como unos 120 folios.
Si soy capaz de trabajar un poco sobre ellos, igual los voy colgando aquí, en
la confianza que puedan servir como documentación para una posible futura
biografía de Hilario, que no existe como tal y que se merecería.
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