domingo, 23 de junio de 2013

Historias de la tele de cuando la tele era una. 4 (1969)



Si el cineasta Godard consideraba que el zoom es un problema moral, el televisivo Lazarov convirtió este elemento del lenguaje cinematográfico en un arma arrojadiza. Con el realizador rumano y su nerviosa utilización del zoom llegó la modernidad televisiva a España, lo que convirtió a su descubridor en el profesional del medio más conocido del país junto a Narciso Ibáñez Serrador. Ambos fueron, y aún son en gran medida, los únicos realizadores del medio que consiguieron imponer un estilo propio --aunque bien distintos el de uno y otro--, claramente identificable por los espectadores. Y de ahí viene su grandeza.
Aunque llegó a España en 1968 con un contrato para dos programas, por los que le pagaron 200.000 dólares de los de entonces, fue en 1969 cuando los españoles supieron que Valerio --Valeriu en su lengua rumana original-- Lazarov estaba aquí para dar lustre y esplendor a la televisión patria. En la edición de ese año del festival de Montecarlo su programa “El irreal Madrid” se llevó de  calle la correspondiente Ninfa de Oro, reafirmando el reconocimiento europeo que el año anterior había logrado Ibáñez Serrador con su “Historias de la frivolidad”.
Para la España oficial de finales de los 60, Valerio Lazarov añadía todavía un mérito más a sus cualidades profesionales, el que le daba haber conseguido salvarse del terror rojo y atravesar el telón de acero, una hazaña sólo igualable a la que había realizado Kubala unos años antes. Lazarov, criado en la Rumanía socialista, donde estudió cinematografía, se había convertido en el niño bonito de la televisión de su país, consiguiendo éxitos internacionales, lo que le permitió obtener un permiso para salir al extranjero en 1968. La aprovechó y no volvió nunca más. En el mismo festival de Montecarlo en el que triunfaría un año después le descubrió un tal Juan José Rosón, entonces director coordinador de Televisión Española, y se lo trajo a Madrid, donde aterrizó en agosto de 1968.
El irreal Madrid”, que tanto éxito obtuvo era una ligera crítica a los excesos de la afición futbolística realizado con los ingredientes que habrían de constituir las señas de identidad posteriores de Lazarov: la música pop --compuesta para la ocasión por Augusto Algueró-- como base de la historia, los artistas invitados, el humor disparatado, el montaje rápido y la movilidad de los planos, acercando y alejando las imágenes, como quien tiene prisa por llegar al final del camino. Aunque estuviera vacía de contenido, tanta velocidad deslumbró a los españoles, que acabarían por conferirle en no reconocido titulo de “Mister Zoom”.


La carrera posterior de Valerio Lazarov acabaría por justificar cualquier exceso formal de sus primeras obras. Creador de programas de gran éxito, emigrado a Italia, en donde aprendió las artes de la televisión de manos nada menos que de Berlusconi, una de cuyas cadenas dirigió, volvió de nuevo a España para ponerse al frente de Tele 5, la empresa del magnate italiano en nuestro país --donde inventó las inolvidables Mama-Chicho--, aún sigue produciendo nuevos programas.

Éxito político
En 1969, no sólo Lazarov reverdeció el triunfo del año anterior de Chicho en Montecarlo, sino que también Salomé siguió la estela de Massiel ganando el festival de Eurovisión, que se celebró en Madrid. Aunque, como nunca segundas partes fueron buenas –excepto en “El Quijote” y “El Padrino”--, la cantante catalana tuviera que compartir galardón con la francesa Frida Boccara, el holandés Lenny Kuhr y la inglesa Lulú en el premio más repartido de la  historia del certamen.

La tarde de aquel 29 de marzo, día del Festival, dos entonces jóvenes reporteros, que cubrían la información para una revista catalana, habían conseguido atravesar la puerta del madrileño Teatro Real tras haber comprado sendas pajaritas en una mercería cercana con la intención de que el elegante adorno sirviera para contrarrestar sus largas melenas y barbas frondosas. En algo se equivocaron, porque si bien las pajaritas les sirvieron para entrar al teatro, cuando uno de ellos se encontraba aliviando los nervios en el mingitorio se vio de pronto agarrado por dos señores grandes como armarios que le colocaron contra la pared con las piernas abiertas y sólo le soltaron tras hacerle un minucioso cacheo corporal. Únicamente después le enseñaron las placas policiales y le sometieron a un breve interrogatorio tras el que le permitieron entrar en la sala de prensa. Le habían confundido con un terrorista, o un manifestante, o un boicoteador, las tres cosas que más podía temer el régimen en aquel preciso día en el que tanto se jugaba.
Los premios televisivos internacionales servían para asentar al régimen en el extranjero, prestigiarle y hacerle aceptable en un mundo democrático en el que pretendía integrarse manteniendo, no obstante, los elementos básicos de la dictatura que en realidad era. El triunfo de Massiel en Londres con “La, la, la” no fue sólo un éxito musical o televisivo, sino, ante todo, un gol político que permitía organizar el festival al año siguiente y dar a los participantes de toda Europa una imagen idílica y pacífica de una España que era cada vez más conflictiva.
1969 fue un año agitado: la muerte de un estudiante en enero desató la huelga en diversas facultades lo que provocó el cierre de varias universidades, complicado además por las luchas de las ya asentadas Comisiones Obreras. Unas cosas y otras obligaron a la declaración de tres meses de estado de excepción, que sólo se levantó poco antes del festival. Para mostrar la mejor cara a los delegados extranjeros, no sólo se vigiló la entrada de posibles perturbadores en el teatro donde se celebraba el festival, que los periodistas no siguieron en la propia sala, sino en una habitación anexa, sin contacto con el público y los invitados, sino que se cuidó a los visitantes como si quisieran venderles el Retiro. Así, se les organizó un calendario de viajes, festejos y saraos que costó a las arcas de TVE nada menos que 100 millones de pesetas, un auténtico derroche para la época. Como el joven periodista no era un loco asesino ni siquiera un comando suicida al servicio del rojerío internacional, el festival transcurrió en paz, y así pudieron comprobarlo los 200 millones de europeos que vieron la retransmisión. Quedaron contentos los organizadores, que se sintieron bien pagados con el 25% del premio que les correspondió en el reparto.

De la Luna al cielo
Cuando a las 3.56 horas –según los relojes españoles-- del 21 de julio de 1969 el astronauta estadounidense Neil Amstrong puso por primera vez un pie humano en la superficie de la Luna, en Cabo Cañaveral había un español para contarlo. Se llamaba Jesús Hermida, era de Huelva, y el año anterior había llegado a Nueva York de corresponsal de TVE. Aquella retransmisión, que con el tiempo todos los españoles asegurarían haber visto en directo, marcó su carrera, y aunque en años posteriores hiciera muchas y meritorias cosas en televisión, siempre sería “el que contó la llegada del hombre a la Luna”, una imagen que le otorgaba carácter de pionero y que le hizo saltar directamente al cielo de los dioses televisivos.
Flequillos aparte, el verbo del nuevo periodista resultaba novedoso para el espectador de la época y bien distinto al que habían practicado hasta entonces los locutores de retransmisiones televisivas. Frente a los modos torrenciales, barrocos y apasionados de un Matías Prats, él ofrecía un relato sobrio, meditado y lleno de silencios, características que conformarían con los años el estilo Hermida, escuela de comunicadores televisivos.
A un lado los sucesos excepcionales, la vida continúo en TVE durante 1969 con estrenos de programas, concursos, galas, divulgativos, retransmisiones y musicales que pasaron y de los que apenas queda memoria actual que los recuerde. Sin embargo, entre tanta cotidianeidad televisiva, un debut dual marcó aquel año para la historia: Luis Sánchez Polack, un madrileño alto, desaliñado y surrealista que había triunfado en la radio con el sobrenombre de Tip, debutó en televisión en el programa “Galas del Sábado” formando pareja con José Luis Coll, un conquense bajito y atildado que había dado por cumplido su viaje de novios con un recorrido en el metro madrileño. Durante muchos años harían juntos el humor más corrosivo, inteligente y disparatado que se podía ver en televisión y fuera de ella. Gila aparte.




DE PRADO DEL REY A LA MONCLÓA
En la historia de TVE son muchos, durante el franquismo y en la democracia, los directores generales que hicieron luego carrera en la política, pero sólo uno llegó a vivir en La Moncloa tras ocupar el despacho principal de Prado del Rey.
El 7 de noviembre de 1969, Sánchez Bella, el ministro del ramo, nombró director general de RTVE a Adolfo Suárez, un ambicioso abogado abulense que desde niño se había venido labrando una carrera política ocupando diversos cargos burocráticos en el seno del Movimiento Nacional.
De su paso por la tele, que duró hasta el verano del 73, se recuerda especialmente la cantidad de nativos de Ávila que lograron un puesto fijo en la plantilla, aunque todos reconocen que le tocó lidiar con una situación complicada, en la que comenzaron las primeras protestas de los trabajadores y en la que los nuevos profesionales presionaban por hacer una televisión más crítica, más cerca de la realidad.
Suárez aprendió allí a lidiar con quienes exigían más y con quienes querían menos practicando el benéfico deporte de nadar entre dos aguas. Aquellas enseñanzas le servirían en la tormentosa agonía del franquismo para llegar a la presidencia del Gobierno el 7 de julio de 1976 y mantenerse en ella conduciendo una transición política que le convertiría para la Historia en demócrata de toda la vida.






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