Historias de la tele de cuando la tele era una. 4 (1969)
Si el
cineasta Godard consideraba que el
zoom es un problema moral, el televisivo Lazarov
convirtió este elemento del lenguaje cinematográfico en un arma arrojadiza. Con
el realizador rumano y su nerviosa utilización del zoom llegó la modernidad
televisiva a España, lo que convirtió a su descubridor en el profesional del
medio más conocido del país junto a Narciso
Ibáñez Serrador. Ambos fueron, y aún son en gran medida, los únicos
realizadores del medio que consiguieron imponer un estilo propio --aunque bien
distintos el de uno y otro--, claramente identificable por los espectadores. Y
de ahí viene su grandeza.
Aunque llegó
a España en 1968 con un contrato para dos programas, por los que le pagaron
200.000 dólares de los de entonces, fue en 1969 cuando los españoles supieron
que Valerio --Valeriu en su lengua rumana original-- Lazarov estaba aquí para dar lustre y esplendor a la televisión
patria. En la edición de ese año del festival de Montecarlo su programa “El irreal Madrid” se llevó de calle la correspondiente Ninfa de Oro, reafirmando
el reconocimiento europeo que el año anterior había logrado Ibáñez Serrador con
su “Historias de la frivolidad”.
Para la España oficial de finales
de los 60, Valerio Lazarov añadía
todavía un mérito más a sus cualidades profesionales, el que le daba haber
conseguido salvarse del terror rojo y atravesar el telón de acero, una hazaña
sólo igualable a la que había realizado Kubala
unos años antes. Lazarov, criado en la Rumanía socialista, donde
estudió cinematografía, se había convertido en el niño bonito de la televisión
de su país, consiguiendo éxitos internacionales, lo que le permitió obtener un
permiso para salir al extranjero en 1968. La aprovechó y no volvió nunca más. En
el mismo festival de Montecarlo en el que triunfaría un año después le
descubrió un tal Juan José Rosón, entonces
director coordinador de Televisión Española, y se lo trajo a Madrid, donde
aterrizó en agosto de 1968.
“El irreal Madrid”, que tanto éxito
obtuvo era una ligera crítica a los excesos de la afición futbolística
realizado con los ingredientes que habrían de constituir las señas de identidad
posteriores de Lazarov: la música
pop --compuesta para la ocasión por Augusto
Algueró-- como base de la historia, los artistas invitados, el humor
disparatado, el montaje rápido y la movilidad de los planos, acercando y
alejando las imágenes, como quien tiene prisa por llegar al final del camino.
Aunque estuviera vacía de contenido, tanta velocidad deslumbró a los españoles,
que acabarían por conferirle en no reconocido titulo de “Mister Zoom”.
La carrera
posterior de Valerio Lazarov
acabaría por justificar cualquier exceso formal de sus primeras obras. Creador
de programas de gran éxito, emigrado a Italia, en donde aprendió las artes de
la televisión de manos nada menos que de Berlusconi,
una de cuyas cadenas dirigió, volvió de nuevo a España para ponerse al frente
de Tele 5, la empresa del magnate italiano en nuestro país --donde inventó las
inolvidables Mama-Chicho--, aún sigue produciendo nuevos programas.
Éxito político
En 1969, no
sólo Lazarov reverdeció el triunfo del año anterior de Chicho en Montecarlo,
sino que también Salomé siguió la estela de Massiel ganando el festival de
Eurovisión, que se celebró en Madrid. Aunque, como nunca segundas partes fueron
buenas –excepto en “El Quijote” y “El Padrino”--, la cantante catalana
tuviera que compartir galardón con la francesa Frida Boccara, el holandés Lenny
Kuhr y la inglesa Lulú en el
premio más repartido de la historia del
certamen.
La tarde de
aquel 29 de marzo, día del Festival, dos entonces jóvenes reporteros, que
cubrían la información para una revista catalana, habían conseguido atravesar
la puerta del madrileño Teatro Real tras haber comprado sendas pajaritas en una
mercería cercana con la intención de que el elegante adorno sirviera para
contrarrestar sus largas melenas y barbas frondosas. En algo se equivocaron,
porque si bien las pajaritas les sirvieron para entrar al teatro, cuando uno de
ellos se encontraba aliviando los nervios en el mingitorio se vio de pronto
agarrado por dos señores grandes como armarios que le colocaron contra la pared
con las piernas abiertas y sólo le soltaron tras hacerle un minucioso cacheo
corporal. Únicamente después le enseñaron las placas policiales y le sometieron
a un breve interrogatorio tras el que le permitieron entrar en la sala de
prensa. Le habían confundido con un terrorista, o un manifestante, o un
boicoteador, las tres cosas que más podía temer el régimen en aquel preciso día
en el que tanto se jugaba.
Los premios
televisivos internacionales servían para asentar al régimen en el extranjero,
prestigiarle y hacerle aceptable en un mundo democrático en el que pretendía
integrarse manteniendo, no obstante, los elementos básicos de la dictatura que
en realidad era. El triunfo de Massiel
en Londres con “La, la, la” no fue sólo
un éxito musical o televisivo, sino, ante todo, un gol político que permitía
organizar el festival al año siguiente y dar a los participantes de toda Europa
una imagen idílica y pacífica de una España que era cada vez más conflictiva.
1969 fue un
año agitado: la muerte de un estudiante en enero desató la huelga en diversas
facultades lo que provocó el cierre de varias universidades, complicado además
por las luchas de las ya asentadas Comisiones Obreras. Unas cosas y otras
obligaron a la declaración de tres meses de estado de excepción, que sólo se
levantó poco antes del festival. Para mostrar la mejor cara a los delegados
extranjeros, no sólo se vigiló la entrada de posibles perturbadores en el
teatro donde se celebraba el festival, que los periodistas no siguieron en la
propia sala, sino en una habitación anexa, sin contacto con el público y los
invitados, sino que se cuidó a los visitantes como si quisieran venderles el
Retiro. Así, se les organizó un calendario de viajes, festejos y saraos que
costó a las arcas de TVE nada menos que 100 millones de pesetas, un auténtico
derroche para la época. Como el joven periodista no era un loco asesino ni
siquiera un comando suicida al servicio del rojerío internacional, el festival
transcurrió en paz, y así pudieron comprobarlo los 200 millones de europeos que
vieron la retransmisión. Quedaron contentos los organizadores, que se sintieron
bien pagados con el 25% del premio que les correspondió en el reparto.
De la Luna al cielo
Cuando a las
3.56 horas –según los relojes españoles-- del 21 de julio de 1969 el astronauta
estadounidense Neil Amstrong puso
por primera vez un pie humano en la superficie de la Luna , en Cabo Cañaveral había
un español para contarlo. Se llamaba Jesús
Hermida, era de Huelva, y el año anterior había llegado a Nueva York de
corresponsal de TVE. Aquella retransmisión, que con el tiempo todos los
españoles asegurarían haber visto en directo, marcó su carrera, y aunque en
años posteriores hiciera muchas y meritorias cosas en televisión, siempre sería
“el que contó la llegada del hombre a la Luna ”, una imagen que le
otorgaba carácter de pionero y que le hizo saltar directamente al cielo de los
dioses televisivos.
Flequillos
aparte, el verbo del nuevo periodista resultaba novedoso para el espectador de
la época y bien distinto al que habían practicado hasta entonces los locutores
de retransmisiones televisivas. Frente a los modos torrenciales, barrocos y
apasionados de un Matías Prats, él ofrecía un relato sobrio, meditado y lleno
de silencios, características que conformarían con los años el estilo Hermida,
escuela de comunicadores televisivos.
A un lado
los sucesos excepcionales, la vida continúo en TVE durante 1969 con estrenos de
programas, concursos, galas, divulgativos, retransmisiones y musicales que
pasaron y de los que apenas queda memoria actual que los recuerde. Sin embargo,
entre tanta cotidianeidad televisiva, un debut dual marcó aquel año para la
historia: Luis Sánchez Polack, un
madrileño alto, desaliñado y surrealista que había triunfado en la radio con el
sobrenombre de Tip, debutó en
televisión en el programa “Galas del
Sábado” formando pareja con José
Luis Coll, un conquense bajito y atildado que había dado por cumplido su
viaje de novios con un recorrido en el metro madrileño. Durante muchos años
harían juntos el humor más corrosivo, inteligente y disparatado que se podía
ver en televisión y fuera de ella. Gila
aparte.
DE PRADO DEL
REY A LA MONCLÓA
En la
historia de TVE son muchos, durante el franquismo y en la democracia, los
directores generales que hicieron luego carrera en la política, pero sólo uno
llegó a vivir en La Moncloa tras ocupar el despacho principal de Prado del Rey.
El 7 de
noviembre de 1969, Sánchez Bella, el
ministro del ramo, nombró director general de RTVE a Adolfo Suárez, un ambicioso abogado abulense que desde niño se
había venido labrando una carrera política ocupando diversos cargos
burocráticos en el seno del Movimiento Nacional.
De su paso
por la tele, que duró hasta el verano del 73, se recuerda especialmente la
cantidad de nativos de Ávila que lograron un puesto fijo en la plantilla,
aunque todos reconocen que le tocó lidiar con una situación complicada, en la
que comenzaron las primeras protestas de los trabajadores y en la que los
nuevos profesionales presionaban por hacer una televisión más crítica, más
cerca de la realidad.
Suárez
aprendió allí a lidiar con quienes exigían más y con quienes querían menos
practicando el benéfico deporte de nadar entre dos aguas. Aquellas enseñanzas
le servirían en la tormentosa agonía del franquismo para llegar a la
presidencia del Gobierno el 7 de julio de 1976 y mantenerse en ella conduciendo
una transición política que le convertiría para la Historia en demócrata de
toda la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario