La huelga de actores del 4 al 12 de febrero de 1975
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También Miguel Ríos se implicó a fondo en la huelga
LA SEMANA QUE LOS ACTORES CERRARON LOS TEATROS
SEGUNDO ACTO
Cuadro 1. Algo de comedia
Para los anquilosados
responsables del Sindicato Nacional del Espectáculo, en el que estaban
obligatoriamente apuntados los actores en la sección de Teatro, Circo y
Variedades, muchos de aquellos jóvenes intérpretes, que procedían del proceloso
y díscolo sector del llamado teatro independiente, eran como marcianos bajados
a la tierra en una noche tormentosa. Debían parecerles todos iguales con sus
pelos, sus barbas, sus faldas largas y sus blusas coloridas (o descoloridas,
según cuando hubieran hecho su última gira).
Cuando poco
después de las cinco de la tarde del segundo día de huelga los
integrantes de la comisión de los once acudieron al Ministerio de los
sindicatos para reunirse con el titular, el señor Martínez Sordo, se
encontraron con un ministro dicharachero y campechano, que en plan camisa vieja
se empeñaba en llamar a los actores por su nombre. Tenía el mejor de los
talantes, pero no acertaba ni una. A Juan
Margallo, director y actor del grupo Tábano, al que unos años antes la
policía había suspendido la representación de “Castañuela 70”, que estaba siendo un gran éxito, se empeñó en
llamarle constantemente, mientras le pasaba el brazo por el hombro o le cogía
del codo, “amigo Mergollo”. En la
misma cita, el presidente nacional del espectáculo, el ya mencionado Jaime Capmany, confundió constantemente
a Alberto Alonso con Juan Diego, y al ser corregido por
Alberto, el único de los dos que participaba en la reunión, justificó la
confusión alegando resultaba fácil el equívoco dado que ambos iban siempre “sin afeitar”. “Incluso delante de un ministro”, dicen que dijo.
Sin embargo, si
hubo una actuación que mezcló la bufonada con un cierto patetismo fue la del
actor Manuel Gómez Bur, antiguo
soldado republicano que, prácticamente agotada su larga y exitosa etapa de
intervenciones en numerosas películas, había vuelto a las tablas como actor y
empresario. Aquel cuatro de febrero llevaba tres años ininterrumpidos en el
Teatro Club representando “La sopera”
con gran éxito, aunque pocas veces el aplauso fue tan sentido como cuando poco
después de las siete de la tarde subió al escenario para comunicar que se
suspendía la función debida a la actitud generalizada de paro de los teatros
madrileños. Fue su momento de gloria, porque un par de días después, comenzó a
correrse el rumor, que por otro lado nadie supo o intentó probar, que el
veterano intérprete había llevado personalmente a la Dirección General de
Seguridad unas octavillas sobre el conflicto firmadas por una organización
clandestina, el FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico).
En aquellos
tiempos era casi un terrible acto de delación que motivó que Gómez Bur fuera censurado por la mayoría de la profesión. La tensión
sufrida por el actor debió ser muy fuerte, porque el 10 de febrero se presentó
en una asamblea que se estaba celebrando en el Sindicato Provincial, se subió a
la mesa de reuniones y tras soltar un entrecortado e inconexo discurso en el
que recordó sus años de guerra y cárcel, se mostró vulnerable y agresivo a la
vez, hasta el punto de tener que ser retirado por los presentes y acompañado al
exterior para que pudiera calmarse. Una cosa así no podía dejar de tener un
epílogo tan apoteósico como patético. Pese a sus proclamas ante la asamblea
sobre su pasado de izquierdas y su inocencia como delator, Gómez Bur fue uno de los primeros en reiniciar las representaciones
de su obra. En la segunda de ellas, el martes 11, de repente se quedó
callado ante el público, balbuceó, cayó de rodillas y pidió perdón al
respetable. Había sufrido un ataque de amnesia y cuando acabó la huelga al día
siguiente abrieron todos los teatros excepto el Club, que permaneció cerrado
por enfermedad de su cabeza de cartel y empresario.
Cuadro 2. Héroes y villanos
En pleno siglo
XXI puede costar entender que apenas hace 40 años en España la política fuera
cuestión de vida o muerte, de valor o cobardía, de dignidad o desvergüenza. En
cualquier caso, la huelga de actores se vivió como tal en el seno de la
profesión, y en general en el mundo del espectáculo, y de ella salieron quienes
fueron considerados héroes y quienes villanos, aunque a veces los papeles
desempeñados parecieran contradictorios con los personajes que los desempeñaron.
Hubo quienes
decidieron retirar su apoyo inicial una vez que se vio el cariz politizado que
tomaba el asunto y la dureza de los enfrentamientos. Ese fue el caso del actor Luis Prendes, integrante de la comisión
de los once, a la que dejó de asistir tras haber realizado unas declaraciones
sobre el exclusivo carácter laboral del paro y en la que fue sustituido por Germán Cobos. También los directores
teatrales y televisivos Alberto González
Vergel, que el primer día había parado su grabación en TVE, y Juan Guerrero Zamora quitaron su firma
del documento de solidaridad que habían rubricado junto a un buen número de
compañeros de profesión.
El juicio más
duro lo merecieron, sin embargo, no actores, sino cantantes, que también se
habían solidarizado con la huelga y en muchos casos habían suspendido sus
actuaciones programadas para esos días. El jueves seis, en una entrevista en la
cadena SER en la que también participaba Adolfo
Marsillach, el cantautor Patxi
Andión, conocido por sus opiniones de izquierdas, confirmó que por cuestión
de principios no efectuaría esa misma tarde la presentación que tenía
programada en la discoteca JJ. Sin embargo, Andión subió al escenario, se puso
delante del micrófono y cantó como si no estuviera cayendo la que caía. La
condena de sus compañeros, o al menos de aquellos con los que compartía
progresismo, fue unánime, y pesó durante años sobre su prestigio. En aquel
momento, según quedó constancia en un comunicado que envió a Triunfo, el
cantautor y luego actor lo explicó aludiendo a que él respetó las decisiones de
la sección de músicos del sindicato, el vertical, que aún no se habían
pronunciado en asamblea sobre el tema, A posteriori, Patxi Andión ha atribuido su actuación de aquel día a diferencias
ideológicas con los organizadores de las movilizaciones. Un anarquista como él
no podía seguir una movilización que dirigían los comunistas y que no apoyaba
la CNT, viene a decir su versión.
El viernes
siete Rosa León tenía que actuar en el programa de TVE “Estudio 14,15”, que se negó a hacerlo en
solidaridad con los actores. Se llamó entonces al cantautor chileno Guillermo Basterrechea, que también se
negó a cantar, siendo finalmente sustituidos ambos por la cantautora Cecilia, que no tuvo inconveniente en
ponerse ante las cámaras. Quedó escrito que a Conchita Márquez Piquer, la hija de Doña Concha, que andaba por
Prado del Rey en aquel momento, se le escuchó decir indignada a la cantautora:
“¡Y luego venga a presumir de ‘progres’…
te voy a arrastrar por el pelo!”.
También el papel
de héroes tuvo intérpretes inesperados, que actuaron –esta vez sin librero--
fuera de sus registros habituales. El sábado por la mañana, en medio de
una gran tensión, y cuando con el fin de semana por delante la huelga entraba
en un momento decisivo, se celebró una multitudinaria asamblea en la que Jesús Puente, vocal de los actores del
sindicato oficial, intentó convencer a sus compañeros de la vuelta al trabajo.
El volumen de las discusiones crecía y entonces entró en la sala Esperanza Roy, mujer de armas tomar, que indignada pidió
la palabra para denunciar que por parte del sindicato vertical se habían hecho
correr rumores de que su compañía iba a actuar aquella noche. Lo desmintió con
contundencia y aseguró que seguiría la huelga hasta que se desconvocara, como
hizo. En el follón posterior que se montó, el presidente provincial de
Sindicato del Espectáculo, don Antonio
Martínez Emperador, empujo y agredió a la actriz y vedette, que, no
obstante, aún tuvo la sangre fría suficiente como para detener a los compañeros
que se lanzaron a defenderla, dar personalmente por acabada la reunión y
convocar a todos para el lunes.
En 1975 Sara Montiel ya no estaba en el máximo
esplendor de su fama, pero aún era una cantante de éxito, que gozaba de una
enorme popularidad y de la que todos recordaban su matrimonio con Anthony Mann, el director
estadounidense que le había permitido trabajar nada menos que con Gary Cooper en “Veracruz”, su amistad con el poeta exiliado en México León Felipe y haber triunfado hasta el
estrellato con películas como “Locura de
Amor” o “El último cuplé”. Aquel
Febrero estaba a punto de cumplir 52 años y acababa de sufrir un aborto del que
había hablado toda la prensa y por el que se habían interesado incluso desde la
mismísima Casa Civil del Jefe del Estado.
En la asamblea del jueves
seis, mediada la tarde, comenzó a correr de boca en boca un murmullo
entre los actores reunidos: “Es Sara. Ha
venido Sara”, cuenta que decía el rumor un testigo del hecho. La vedette,
actriz y cantante, demacrada y pálida, se acercó a la mesa y se dirigió a los
reunidos con palabras que quien las escuchó ha resumido por escrito: “¡No hay derecho! ¡Ayer estuve viendo la
televisión y no hay derecho! Ese señor diciendo lo del partido de fútbol (¿) y
hablando de nosotros con ese desprecio que nos perjudica muchísimo. Hoy no he
podido aguantar más y me he levantado de la cama para venir a deciros que esto
se tiene que arreglar y que estoy con vosotros. Porque yo soy una actriz como
vosotros”.
Aquel viernes se entregaban
en Valencia unos premios de interpretación otorgados por los niños españoles
con la asistencia de numerosos invitados oficiales, entre los que destacaban
dos ex ministros, el gobernador civil y doña Pilar Franco, hermana del generalísimo. Habían sido galardonados Irene Gutiérrez Caba, Julián Mateos, Lola Herrera y Manuel
Dicenta, que estaba representado por su hijo Daniel, pues él ya había fallecido. Tras recoger los premios, Julián Mateos pidió hablar en nombre de
los galardonados, pero las autoridades presentes se lo impidieron. Los cuatro,
al unísono, dejaron sobre la mesa la estatuilla que les acababan de dar y
abandonaron la fiesta.
Como se ve, hubo
muchos héroes imprevistos en aquella huelga, pero si alguien se llevó la palma
en este terreno fue Lola Flores.
Apasionada, turbulenta, imparable y contradictoria, como cuentan que era
quienes la conocieron, la gran cantante dio toda la talla de su personalidad en
aquellas jornadas. Cuando se convocó el paro, coincidiendo con una de sus
actuaciones, ni corta ni perezosa se fue a hablar directamente con el
presidente provincial del sindicato, reunión de la que salió afirmando que ella
tenía que trabajar “porque me han dicho que me piden dos millones de indemnización y me
llevan presa”, según cuentan que explicó a los actores que la aguardaban a
la salida. Esa noche, no obstante, a la una de la madrugada, cuando
tuvo que salir al escenario de la sala de fiestas Xairo, se lo pensó de otra
manera y se quedó en el camerino.
En sus memorias, Pilar Bardem cuenta cómo fue a visitar a Lola con un grupo de compañeras entre las que estaban Rocío Dúrcal, Lola Herrera y Tina Sainz, que intentó explicar a la cantaora los motivos de la huelga. Sigue la narración: "¡Qué se calle la ratona!-- cortó la Flores--. A ver si lo he entendido bien. Eso de elegir nuestras representantes es como si yo me voy de gira y decido a quién le dejo mis joyas para me las cuide, ¿no? Pues de vosotras sólo me fío de mi comadre la Marieta, o sea la Durcal, que es a la que conozco. ¿Es eso?". Y se apuntó al paro. Menuda era la Faraona. Dos días después, cuando se produjera la segunda tanda de detenciones de la huelga, que desencadenó el desenlace final, remacharía con un tercer acto formidable su papel de heroína de aquellos siete días sin teatros.
En sus memorias, Pilar Bardem cuenta cómo fue a visitar a Lola con un grupo de compañeras entre las que estaban Rocío Dúrcal, Lola Herrera y Tina Sainz, que intentó explicar a la cantaora los motivos de la huelga. Sigue la narración: "¡Qué se calle la ratona!-- cortó la Flores--. A ver si lo he entendido bien. Eso de elegir nuestras representantes es como si yo me voy de gira y decido a quién le dejo mis joyas para me las cuide, ¿no? Pues de vosotras sólo me fío de mi comadre la Marieta, o sea la Durcal, que es a la que conozco. ¿Es eso?". Y se apuntó al paro. Menuda era la Faraona. Dos días después, cuando se produjera la segunda tanda de detenciones de la huelga, que desencadenó el desenlace final, remacharía con un tercer acto formidable su papel de heroína de aquellos siete días sin teatros.
Saliendo del sindicato vertical.
Detras de Tina Sáiz y Juan Diego, con barba y gafas,
José Luis Núñes, Patri,
abogado de CCOO y del PCE que llevó la negociación.
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TERCER ACTO
Cuadro 1. El drama
El máximo clímax
de aquellas jornadas se alcanzó poco antes de las siete de la tarde del
sábado, ocho de febrero, con la detención de seis actrices y actores y
dos directores, nombres conocidos incluidos, que hizo estallar el drama en
medio de la ya enorme tensión en que se vivía. Es verdad que, comparado con el
trato que aún recibían los detenidos del mundo obrero o universitario, aquella
detención de estrellas teatrales fue un desvaído remedo de encarcelamiento,
pero no conviene desvirtuar lo sucedido y darle la importancia, el dramatismo y
la repercusión que tuvo entonces, que fue muchísima. Hay diferentes versiones
de aquel suceso, incluso contradictorias, según quien las vivió, pero no
alargaremos demasiado con ellas este texto que ya anda servido de largura.
El día ocho,
sábado, el teatro Bellas Artes, en el que la compañía de Juanjo Menéndez venía representando
desde hacía dos años la comedia “Los
peces rojos” seguía abierto. Un grupo de actores había acudido antes de la
función de tarde para explicar la situación a sus compañeros, entre los que
estaba María Luis Merlo. La comisión
estaba integrada por las ya entonces conocidas actrices Tina Sainz y Enriqueta
Carballeira, la cantante y actriz Rocío
Dúrcal, las jóvenes Flora María
Álvaro y Yolanda Monreal,
procedente del teatro independiente y casada con el director del grupo Bululú, Antonio Malonda, también presente.
Además, forman parte del grupo la joven promesa actoral Pedro Mari Sánchez, recién casado con Flora María Álvaro, y el director del TEI, José Carlos Plaza. Cuando estaban hablando con los miembros de la
compañía, apareció la policía y pidió los carnets de identidad a la comisión.
En ese momento llegó también Juanjo
Menéndez, que discutió agriamente con los huelguistas hasta hacer llorar a Tina Sainz. Los ocho miembros del grupo
fueron detenidos y llevados a la Dirección General de Seguridad, donde quedan
detenidos, separados por sexo, en distintas celdas.
Para toda la
profesión estas detenciones supusieron un mazazo inesperado y excesivo, pero
para Lola Flores, que había seguido
la huelga con contradicciones, que estuviera en la cárcel su comadre Rocío Dúrcal era demasiado, y otra vez
puso en marcha su, al parecer, inagotable energía. Sin dudarlo se presentó en
la puerta de la Direción General de Seguridad, en la puerta de la calle Correo,
exigiendo la libertad de su amiga y los demás detenidos. Un par de horas
después le ofrecieron la libertad a Rocío,
que se negó a salir si no la acompañaban sus compañeros. Entonces la engañaron.
Con el pretexto de llevarla a declarar la condujeron directamente a la calle,
donde la cantante y actriz protestó a gritos por su libertad y pidió la de sus colegas
hasta que los guardias de la entrada le explicaron que les complicaba a ellos
con su actitud. Algo similar sucedió con Pedro
Mari Sánchez. Los demás fueron saliendo poco a poco, aunque Tina Sainz y Yolanda Monreal fueron trasladadas a la cárcel de Yeserías y Antonio Malonda y José Carlos Plaza a la de Carabanchel. Los últimos en salir (Tina Sainz, Yolanda Monreal y Antonio
Malonda) no lo hicieron hasta el miércoles 12 de febrero tras cuatro
días de celda. Con su libertad terminó la huelga.
El distinto
trato sufrido por los detenidos y al escalonamiento en su libertad marcaba unas
diferencias entre los represaliados, en consideración a la supuesta
peligrosidad que les otorgaba la policía (que no eran demasiado tontos y
acertaron bastante en su juicio), que también se dejaron ver en las multas que
les correspondieron, aunque ninguno consiguió salir de rositas de la aventura.
A Tina Sainz, Antonio Malonda, José Carlos Plaza y Yolanda Monreal, de los que era
conocido su compromiso político, les soplaron 500.000 pesetas; 250.000 le
cayeron a Enriqueta Carballeira;
200.000 a Rocío Dúrcal (a estas dos
últimas les tocó pagar el precio de su fama y el atrevimiento de utilizarla
para promocionar la huelga). 100.000 tuvieron que pagar Pedro Mari Sánchez y otras tantas a su reciente esposa, Flora María Álvaro.
Cuadro 2. La apoteosis.
Aquellas
detenciones, efectuadas cuando la huelga estaba en su momento más débil,
enfrentada a un fin de semana que impediría mantener la asamblea permanente
sobre la que se había sustentado, reavivaron las llamas de la protesta, creando
a su alrededor una importante movilización nacional e internacional (la mayor
parte de los apoyos se recibieron tras ellas), lo que permitió continuar el
paro hasta el miércoles siguiente. Bien es verdad que en los dos días anteriores,
ya habían empezado a descolgarse algunos de los teatros con los que el núcleo
de los huelguistas tenía menos relación (el lunes abrieron en Madrid las salas de
revista), y su liberación permitió a los actores acabar la movilización con
dignidad. Las reivindicaciones laborales concretas no fueron exactamente
satisfechas en aquel momento, pero no
hubo de pasar mucho tiempo para que, ya en democracia, se hicieran
realidad. En cambio el objetivo político de la huelga se alcanzó completo. La
movilización de los actores rompió y deslegitimó la estructura del sindicato
vertical, cuyos enlaces dimitieron en bloque, se logró instaurar como
interlocutora de la negociación a la comisión de los once y, en definitiva, se
socavó y desprestigió el agonizante régimen franquista.
Ya por
la noche de aquel 12 de febrero, cuando Rocío Dúrcal salió al escenario del teatro Fígaro, encontró en el
patio de butacas a media profesión actoral madrileña, que habían acudido allí
para aclamarla.
El colofón más
significativo de aquella huelga lo puso Tina
Sainz. Cuando la actriz reapareció el mismo miércoles en que había sido
liberada en el escenario del Teatro Eslava, donde trabajaba, fue recibida con
una aclamación por los asistentes. Cuando se apagó el entusiasmo, dijo la
primera frase que le correspondía: “¡Ya
he vuelto, señora! ¡Ya estoy Aquí!”.
Juan Antonio Bardem consuela a Tina Sainz tras su puesta en libertad. |
Cae el telón
40 años después a los actores ya los entierran en
sagrado
Antonio, estoy muy interesado en la huelga de actores de 1975. ¿Podría decirme cómo se titula el libro de Juan Renovales que cita? Lo he buscado incluso en la base de datos del ISBN, pero no doy con él.
ResponderEliminarGracias.
Lo siento, Rafael, he estado buscándolo, pero tengo tal lío en la biblioteca que no consigo encontrarlo. Salud.
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