domingo, 2 de junio de 2013

HUELGA DE ACTORES DE 1975. 2

La huelga de actores del 4 al 12 de febrero de 1975 (2)

También Miguel Ríos se implicó a fondo en la huelga




LA SEMANA QUE LOS ACTORES CERRARON LOS TEATROS


SEGUNDO ACTO

Cuadro 1. Algo de comedia

Para los anquilosados responsables del Sindicato Nacional del Espectáculo, en el que estaban obligatoriamente apuntados los actores en la sección de Teatro, Circo y Variedades, muchos de aquellos jóvenes intérpretes, que procedían del proceloso y díscolo sector del llamado teatro independiente, eran como marcianos bajados a la tierra en una noche tormentosa. Debían parecerles todos iguales con sus pelos, sus barbas, sus faldas largas y sus blusas coloridas (o descoloridas, según cuando hubieran hecho su última gira).

Cuando poco después de las cinco de la tarde del segundo día de huelga los integrantes de la comisión de los once acudieron al Ministerio de los sindicatos para reunirse con el titular, el señor Martínez Sordo, se encontraron con un ministro dicharachero y campechano, que en plan camisa vieja se empeñaba en llamar a los actores por su nombre. Tenía el mejor de los talantes, pero no acertaba ni una. A Juan Margallo, director y actor del grupo Tábano, al que unos años antes la policía había suspendido la representación de “Castañuela 70”, que estaba siendo un gran éxito, se empeñó en llamarle constantemente, mientras le pasaba el brazo por el hombro o le cogía del codo, “amigo Mergollo”. En la misma cita, el presidente nacional del espectáculo, el ya mencionado Jaime Capmany, confundió constantemente a Alberto Alonso con Juan Diego, y al ser corregido por Alberto, el único de los dos que participaba en la reunión, justificó la confusión alegando resultaba fácil el equívoco dado que ambos iban siempre “sin afeitar”. “Incluso delante de un ministro”, dicen que dijo.

Sin embargo, si hubo una actuación que mezcló la bufonada con un cierto patetismo fue la del actor Manuel Gómez Bur, antiguo soldado republicano que, prácticamente agotada su larga y exitosa etapa de intervenciones en numerosas películas, había vuelto a las tablas como actor y empresario. Aquel cuatro de febrero llevaba tres años ininterrumpidos en el Teatro Club representando “La sopera” con gran éxito, aunque pocas veces el aplauso fue tan sentido como cuando poco después de las siete de la tarde subió al escenario para comunicar que se suspendía la función debida a la actitud generalizada de paro de los teatros madrileños. Fue su momento de gloria, porque un par de días después, comenzó a correrse el rumor, que por otro lado nadie supo o intentó probar, que el veterano intérprete había llevado personalmente a la Dirección General de Seguridad unas octavillas sobre el conflicto firmadas por una organización clandestina, el FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico).

En aquellos tiempos era casi un terrible acto de delación que motivó que Gómez Bur fuera censurado por la mayoría de la profesión. La tensión sufrida por el actor debió ser muy fuerte, porque el 10 de febrero se presentó en una asamblea que se estaba celebrando en el Sindicato Provincial, se subió a la mesa de reuniones y tras soltar un entrecortado e inconexo discurso en el que recordó sus años de guerra y cárcel, se mostró vulnerable y agresivo a la vez, hasta el punto de tener que ser retirado por los presentes y acompañado al exterior para que pudiera calmarse. Una cosa así no podía dejar de tener un epílogo tan apoteósico como patético. Pese a sus proclamas ante la asamblea sobre su pasado de izquierdas y su inocencia como delator, Gómez Bur fue uno de los primeros en reiniciar las representaciones de su obra. En la segunda de ellas, el martes 11, de repente se quedó callado ante el público, balbuceó, cayó de rodillas y pidió perdón al respetable. Había sufrido un ataque de amnesia y cuando acabó la huelga al día siguiente abrieron todos los teatros excepto el Club, que permaneció cerrado por enfermedad de su cabeza de cartel y empresario.

Cuadro 2. Héroes y villanos

En pleno siglo XXI puede costar entender que apenas hace 40 años en España la política fuera cuestión de vida o muerte, de valor o cobardía, de dignidad o desvergüenza. En cualquier caso, la huelga de actores se vivió como tal en el seno de la profesión, y en general en el mundo del espectáculo, y de ella salieron quienes fueron considerados héroes y quienes villanos, aunque a veces los papeles desempeñados parecieran contradictorios con los personajes que los desempeñaron.

Hubo quienes decidieron retirar su apoyo inicial una vez que se vio el cariz politizado que tomaba el asunto y la dureza de los enfrentamientos. Ese fue el caso del actor Luis Prendes, integrante de la comisión de los once, a la que dejó de asistir tras haber realizado unas declaraciones sobre el exclusivo carácter laboral del paro y en la que fue sustituido por Germán Cobos. También los directores teatrales y televisivos Alberto González Vergel, que el primer día había parado su grabación en TVE, y Juan Guerrero Zamora quitaron su firma del documento de solidaridad que habían rubricado junto a un buen número de compañeros de profesión.

El juicio más duro lo merecieron, sin embargo, no actores, sino cantantes, que también se habían solidarizado con la huelga y en muchos casos habían suspendido sus actuaciones programadas para esos días. El jueves seis, en una entrevista en la cadena SER en la que también participaba Adolfo Marsillach, el cantautor Patxi Andión, conocido por sus opiniones de izquierdas, confirmó que por cuestión de principios no efectuaría esa misma tarde la presentación que tenía programada en la discoteca JJ. Sin embargo, Andión subió al escenario, se puso delante del micrófono y cantó como si no estuviera cayendo la que caía. La condena de sus compañeros, o al menos de aquellos con los que compartía progresismo, fue unánime, y pesó durante años sobre su prestigio. En aquel momento, según quedó constancia en un comunicado que envió a Triunfo, el cantautor y luego actor lo explicó aludiendo a que él respetó las decisiones de la sección de músicos del sindicato, el vertical, que aún no se habían pronunciado en asamblea sobre el tema, A posteriori, Patxi Andión ha atribuido su actuación de aquel día a diferencias ideológicas con los organizadores de las movilizaciones. Un anarquista como él no podía seguir una movilización que dirigían los comunistas y que no apoyaba la CNT, viene a decir su versión.

El viernes siete Rosa León tenía que actuar en el programa de TVE “Estudio 14,15”, que se negó a hacerlo en solidaridad con los actores. Se llamó entonces al cantautor chileno Guillermo Basterrechea, que también se negó a cantar, siendo finalmente sustituidos ambos por la cantautora Cecilia, que no tuvo inconveniente en ponerse ante las cámaras. Quedó escrito que a Conchita Márquez Piquer, la hija de Doña Concha, que andaba por Prado del Rey en aquel momento, se le escuchó decir indignada a la cantautora: “¡Y luego venga a presumir de ‘progres’… te voy a arrastrar por el pelo!”.

También el papel de héroes tuvo intérpretes inesperados, que actuaron –esta vez sin librero-- fuera de sus registros habituales. El sábado por la mañana, en medio de una gran tensión, y cuando con el fin de semana por delante la huelga entraba en un momento decisivo, se celebró una multitudinaria asamblea en la que Jesús Puente, vocal de los actores del sindicato oficial, intentó convencer a sus compañeros de la vuelta al trabajo. El volumen de las discusiones crecía y entonces entró en la sala Esperanza Roy, mujer de armas tomar, que indignada pidió la palabra para denunciar que por parte del sindicato vertical se habían hecho correr rumores de que su compañía iba a actuar aquella noche. Lo desmintió con contundencia y aseguró que seguiría la huelga hasta que se desconvocara, como hizo. En el follón posterior que se montó, el presidente provincial de Sindicato del Espectáculo, don Antonio Martínez Emperador, empujo y agredió a la actriz y vedette, que, no obstante, aún tuvo la sangre fría suficiente como para detener a los compañeros que se lanzaron a defenderla, dar personalmente por acabada la reunión y convocar a todos para el lunes. 

En 1975 Sara Montiel ya no estaba en el máximo esplendor de su fama, pero aún era una cantante de éxito, que gozaba de una enorme popularidad y de la que todos recordaban su matrimonio con Anthony Mann, el director estadounidense que le había permitido trabajar nada menos que con Gary Cooper en “Veracruz”, su amistad con el poeta exiliado en México León Felipe y haber triunfado hasta el estrellato con películas como “Locura de Amor” o “El último cuplé”. Aquel Febrero estaba a punto de cumplir 52 años y acababa de sufrir un aborto del que había hablado toda la prensa y por el que se habían interesado incluso desde la mismísima Casa Civil del Jefe del Estado. 

En la asamblea del jueves seis, mediada la tarde, comenzó a correr de boca en boca un murmullo entre los actores reunidos: “Es Sara. Ha venido Sara”, cuenta que decía el rumor un testigo del hecho. La vedette, actriz y cantante, demacrada y pálida, se acercó a la mesa y se dirigió a los reunidos con palabras que quien las escuchó ha resumido por escrito: “¡No hay derecho! ¡Ayer estuve viendo la televisión y no hay derecho! Ese señor diciendo lo del partido de fútbol (¿) y hablando de nosotros con ese desprecio que nos perjudica muchísimo. Hoy no he podido aguantar más y me he levantado de la cama para venir a deciros que esto se tiene que arreglar y que estoy con vosotros. Porque yo soy una actriz como vosotros”.

Aquel viernes se entregaban en Valencia unos premios de interpretación otorgados por los niños españoles con la asistencia de numerosos invitados oficiales, entre los que destacaban dos ex ministros, el gobernador civil y doña Pilar Franco, hermana del generalísimo. Habían sido galardonados Irene Gutiérrez Caba, Julián Mateos, Lola Herrera y Manuel Dicenta, que estaba representado por su hijo Daniel, pues él ya había fallecido. Tras recoger los premios, Julián Mateos pidió hablar en nombre de los galardonados, pero las autoridades presentes se lo impidieron. Los cuatro, al unísono, dejaron sobre la mesa la estatuilla que les acababan de dar y abandonaron la fiesta.

Como se ve, hubo muchos héroes imprevistos en aquella huelga, pero si alguien se llevó la palma en este terreno fue Lola Flores. Apasionada, turbulenta, imparable y contradictoria, como cuentan que era quienes la conocieron, la gran cantante dio toda la talla de su personalidad en aquellas jornadas. Cuando se convocó el paro, coincidiendo con una de sus actuaciones, ni corta ni perezosa se fue a hablar directamente con el presidente provincial del sindicato, reunión de la que salió afirmando que ella tenía que trabajar  “porque me han dicho que me piden dos millones de indemnización y me llevan presa”, según cuentan que explicó a los actores que la aguardaban a la salida. Esa noche, no obstante, a la una de la madrugada, cuando tuvo que salir al escenario de la sala de fiestas Xairo, se lo pensó de otra manera y se quedó en el camerino. 

En sus memorias, Pilar Bardem cuenta cómo fue a visitar a Lola con un grupo de compañeras entre las que estaban Rocío Dúrcal, Lola Herrera y Tina Sainz, que intentó explicar a la cantaora los motivos de la  huelga. Sigue la narración: "¡Qué se calle la ratona!-- cortó la Flores--. A ver si lo he entendido bien. Eso de elegir nuestras representantes es como si yo me voy de gira y decido a quién le dejo mis joyas para me las cuide, ¿no? Pues de vosotras sólo me fío de mi comadre la Marieta, o sea la Durcal, que es a la que conozco. ¿Es eso?". Y se apuntó al paro. Menuda era la Faraona. Dos días después, cuando se produjera la segunda tanda de detenciones de la huelga, que desencadenó el desenlace final, remacharía con un tercer acto formidable su papel de heroína de aquellos siete días sin teatros.

 
 Saliendo del sindicato vertical.
Detras de Tina Sáiz y Juan Diego, con barba y gafas,
José Luis Núñes, Patri,
abogado de CCOO y del PCE que llevó la negociación.


TERCER ACTO

Cuadro 1. El drama

El máximo clímax de aquellas jornadas se alcanzó poco antes de las siete de la tarde del sábado, ocho de febrero, con la detención de seis actrices y actores y dos directores, nombres conocidos incluidos, que hizo estallar el drama en medio de la ya enorme tensión en que se vivía. Es verdad que, comparado con el trato que aún recibían los detenidos del mundo obrero o universitario, aquella detención de estrellas teatrales fue un desvaído remedo de encarcelamiento, pero no conviene desvirtuar lo sucedido y darle la importancia, el dramatismo y la repercusión que tuvo entonces, que fue muchísima. Hay diferentes versiones de aquel suceso, incluso contradictorias, según quien las vivió, pero no alargaremos demasiado con ellas este texto que ya anda servido de largura.

El día ocho, sábado, el teatro Bellas Artes, en el que la compañía de Juanjo Menéndez venía representando desde hacía dos años la comedia “Los peces rojos” seguía abierto. Un grupo de actores había acudido antes de la función de tarde para explicar la situación a sus compañeros, entre los que estaba María Luis Merlo. La comisión estaba integrada por las ya entonces conocidas actrices Tina Sainz y Enriqueta Carballeira, la cantante y actriz Rocío Dúrcal, las jóvenes Flora María Álvaro y Yolanda Monreal, procedente del teatro independiente y casada con el director del grupo Bululú, Antonio Malonda, también presente. Además, forman parte del grupo la joven promesa actoral Pedro Mari Sánchez, recién casado con Flora María Álvaro, y el director del TEI, José Carlos Plaza. Cuando estaban hablando con los miembros de la compañía, apareció la policía y pidió los carnets de identidad a la comisión. En ese momento llegó también Juanjo Menéndez, que discutió agriamente con los huelguistas hasta hacer llorar a Tina Sainz. Los ocho miembros del grupo fueron detenidos y llevados a la Dirección General de Seguridad, donde quedan detenidos, separados por sexo, en distintas celdas.

Para toda la profesión estas detenciones supusieron un mazazo inesperado y excesivo, pero para Lola Flores, que había seguido la huelga con contradicciones, que estuviera en la cárcel su comadre Rocío Dúrcal era demasiado, y otra vez puso en marcha su, al parecer, inagotable energía. Sin dudarlo se presentó en la puerta de la Direción General de Seguridad, en la puerta de la calle Correo, exigiendo la libertad de su amiga y los demás detenidos. Un par de horas después le ofrecieron la libertad a Rocío, que se negó a salir si no la acompañaban sus compañeros. Entonces la engañaron. Con el pretexto de llevarla a declarar la condujeron directamente a la calle, donde la cantante y actriz protestó a gritos por su libertad y pidió la de sus colegas hasta que los guardias de la entrada le explicaron que les complicaba a ellos con su actitud. Algo similar sucedió con Pedro Mari Sánchez. Los demás fueron saliendo poco a poco, aunque Tina Sainz y Yolanda Monreal fueron trasladadas a la cárcel de Yeserías y Antonio Malonda y José Carlos Plaza a la de Carabanchel. Los últimos en salir (Tina Sainz, Yolanda Monreal y Antonio Malonda) no lo hicieron hasta el miércoles 12 de febrero tras cuatro días de celda. Con su libertad terminó la huelga.

El distinto trato sufrido por los detenidos y al escalonamiento en su libertad marcaba unas diferencias entre los represaliados, en consideración a la supuesta peligrosidad que les otorgaba la policía (que no eran demasiado tontos y acertaron bastante en su juicio), que también se dejaron ver en las multas que les correspondieron, aunque ninguno consiguió salir de rositas de la aventura. A Tina Sainz, Antonio Malonda, José Carlos Plaza y Yolanda Monreal, de los que era conocido su compromiso político, les soplaron 500.000 pesetas; 250.000 le cayeron a Enriqueta Carballeira; 200.000 a Rocío Dúrcal (a estas dos últimas les tocó pagar el precio de su fama y el atrevimiento de utilizarla para promocionar la huelga). 100.000 tuvieron que pagar Pedro Mari Sánchez y otras tantas a su reciente esposa, Flora María Álvaro.

Cuadro 2. La apoteosis.

Aquellas detenciones, efectuadas cuando la huelga estaba en su momento más débil, enfrentada a un fin de semana que impediría mantener la asamblea permanente sobre la que se había sustentado, reavivaron las llamas de la protesta, creando a su alrededor una importante movilización nacional e internacional (la mayor parte de los apoyos se recibieron tras ellas), lo que permitió continuar el paro hasta el miércoles siguiente. Bien es verdad que en los dos días anteriores, ya habían empezado a descolgarse algunos de los teatros con los que el núcleo de los huelguistas tenía menos relación (el lunes abrieron en Madrid las salas de revista), y su liberación permitió a los actores acabar la movilización con dignidad. Las reivindicaciones laborales concretas no fueron exactamente satisfechas en aquel momento, pero no  hubo de pasar mucho tiempo para que, ya en democracia, se hicieran realidad. En cambio el objetivo político de la huelga se alcanzó completo. La movilización de los actores rompió y deslegitimó la estructura del sindicato vertical, cuyos enlaces dimitieron en bloque, se logró instaurar como interlocutora de la negociación a la comisión de los once y, en definitiva, se socavó y desprestigió el agonizante régimen franquista.

Ya por la noche de aquel 12 de febrero, cuando Rocío Dúrcal salió al escenario del teatro Fígaro, encontró en el patio de butacas a media profesión actoral madrileña, que habían acudido allí para aclamarla.

El colofón más significativo de aquella huelga lo puso Tina Sainz. Cuando la actriz reapareció el mismo miércoles en que había sido liberada en el escenario del Teatro Eslava, donde trabajaba, fue recibida con una aclamación por los asistentes. Cuando se apagó el entusiasmo, dijo la primera frase que le correspondía: “¡Ya he vuelto, señora! ¡Ya estoy Aquí!”.

Juan Antonio Bardem consuela a Tina Sainz
tras su puesta en libertad.



Cae el telón


40 años después a los actores ya los entierran en sagrado

2 comentarios:

  1. Antonio, estoy muy interesado en la huelga de actores de 1975. ¿Podría decirme cómo se titula el libro de Juan Renovales que cita? Lo he buscado incluso en la base de datos del ISBN, pero no doy con él.
    Gracias.

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    1. Lo siento, Rafael, he estado buscándolo, pero tengo tal lío en la biblioteca que no consigo encontrarlo. Salud.

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