lunes, 17 de junio de 2013

Benito Lertxundi. Crítica y reacción en Eguin (1984)






Ya he colgado por aquí, en el más exacto sentido del término, un par de reseñas de Raphaely la Orquesta Mondragón que merecieron sus correspondientes réplicas, en el primer caso de Emilio Romero y en el segundo del propio Gurruchaga. No es por echarme laureles, pero no siempre ha sido así. En 1984 un comentario en EL PAÍS sobre Benito Lertxundi, un cantautor por el que siempre he sentido una profunda fascinación a más de un indisimilado respeto, motivó un comentario en euskera que se publicó en el diario EGIN y que no era del todo desaprobatorio. Se titulaba “Kritico bat” (“Un crítico”) y lo reproduzco más abajo, tras la crítica a que se refiere.

Sobre Benito Lertxundi me gustaría contar una anécdota que me parece significativa de la manera en que este cantautor vasco entiende su trabajo y lo que ello conlleva (o lo entendía en aquel momento, que ha pasado mucho tiempo). Debió ser alrededor de 1987. Benito nos había invitado a Álvaro Feito y a mí, junto a nuestras respectivas, a un recital en no recuerdo ahora qué pueblo vasco. Fuimos, y tras la actuación, que naturalmente fue excelente, aunque no recuerdo en qué pueblo vasco tuvo lugar, con llevaron a comer a una sociedad gastronómica; mixta, claro.

Después de cenar opíparamente nos juntamos en un rincón y le propuse que hiciera uno de los espacio de La Buena Música con los que entonces andábamos a vueltas Resines y yo. Podía ser como él quisiera, cantar lo que considerara más conveniente, ilustrarlo como le apeteciera y, por supuesto, con la posibilidad de que todo el programa fuera en euskera, como ya habíamos hecho en los que habíamos dedicado a Mikel Laboa y a Oskorri.

Le pareció estupendo, tenía plena confianza en nosotros, podía quedar, efectivamente algo bonito…, pero no. Y me dio dos argumentos: Él no tenía demasiado interés en salir en televisión; cantaba para su gente y ya conseguía llegar a ellos en los recitales; por otra parte, ser conocido fuera de Euskadi no le llamaba demasiado la atención. No es que lo rechazara, pero vamos, tampoco hacía mucho para conseguirlo. Sobre todo, vino a decir, si era a costa de dejar unas canciones grabadas en manos de televisiones que las podían usar posteriormente, trocearlas, emitirlas en medio de otras cosas, incluso, y eso parece ser que le aterrorizaba, incluirlas en algún anuncio electoral de cualquier partido. 

Me pareció tan sorprendente, tan fuera de lo común, que en unos tiempos en los que la gente se pegaba por salir en televisión hubiera alguien que se negara porque hacerlo podía interferir el sentido de su trabajo, que no se me ocurrió ni argumentar en contrario. Seguimos la noche a base de un pacharán casero que quitaba el hipo y al día siguiente regresé a Madrid pensando que aquel Benito era una persona aparte. También es un artista aparte.





EL PAÍS. 4 MAR 1984

Ante un público entregado y convencido, que casi llenaba el Alcalá Palace de Madrid, en una convocatoria que se puede suponer a golpe de teléfono por la falta de publicidad observada, el cantante vasco Benito Lertxundi dio uno de los recitales con mayor carga mágica que se han celebrado en los últimos meses en Madrid, demostrando que, pese a ser prácticamente desconocida, la canción vasca se ha venido desarrollando a lo largo de los años en la búsqueda de unas formas de expresión propias de las que Lertxundi es uno de los más brillantes y veteranos practicantes.

Entender desde Madrid el fenómeno de la canción en euskera es difícil y complejo. Se trata de una música y unos músicos que se mueven casi exclusivamente en su mundo. A primera oída el resultado musical e idiomático del recital puede resultar duro, pero la calidad de Benito Lertxundi, su capacidad para crear ambientes, sus arreglos cuidadosos y medidos, plenamente inspirados, sus líneas melódicas cargadas de belleza nostálgica y su voz espléndida, que utiliza con absoluta modernidad, envuelven al oyente, incluso al que no entiende el euskera, en una atmósfera de sutileza mágica que lo engancha y lo va llevando de un lado para otro de ese universo desconocido y austero que es la realidad de la cultura y la historia vasca.

Tanto cuando canta con una melodía de Donovan unos versos del padre de la canción vasca contemporánea, Michel Laberguerie, como cuando interpreta su particular versión de dos pavanas del renacimiento o cuando se introduce a través de melodías de bellísima construcción y reposada reflexión en los caminos de la historia para contarnos los sucesos de la fábrica de Orbaizeta o la batalla de Roncal, hay en las canciones de Benito Lertxundi una clara intención de evitar el himno y la proclama para centrarse en una reflexión sobre la esencia misma del pueblo vasco, sus tradiciones, sus luchas, sus alegrías y sus derrotas, todo ello con un lenguaje musical que sin dejar de ser clásico -en los arreglos, la instrumentación- no es nunca ortodoxo.

Mezcla Lertxundi en sus composiciones muy diversas influencias, desde la anglosajona del foIk, que podría venir tanto de Donovan como de Dylan o Leonard Cohen, hasta la rica tradición de los bersolaris, pasando por el inagotable caudal de los ritmos celtas, como en esa larga  suite instrumental en la que nos sumerge en el viaje de los primeros druidas que, desde el golfo de Vizcaya, viajaron a las costas irlandesas.






KRITIKO BAT- UN CRÍTICO
EGUIN, 11 de marzo de 1984

A los euskaldunes el periódico El País no nos ha hecho nunca un gran favor. Desde siempre hemos podido ver la contramanifestación que tiene el sabor vasco y se evidencia que esa agresión se ha intensificado en los últimos meses. Hace varias semanas, en cambio, despidieron al crítico musical (Costa) y en su lugar pusieron a Antonio Gómez. El cambio que ha acontecido se puede decir, hasta ahora, completamente provechoso, y para esto no hay sino que leer esta referencia que hizo en la crítica de Benito Lertxundi. Antonio Gómez no ha hecho nada del otro mundo, ha hecho su trabajo y ese es la información y la crítica. Pero los temas vascos, cuando se dejan en manos de extranjeros, no suelen tener esa suerte.

Los críticos no tienen la mínima información y todos nuestros esfuerzos se deforman, también en esa tarea, como si quisieran demostrar que estamos retrasados.

De todas maneras la referencia de este crítico nos hace pensar que podemos tener un poco esperanza. ¿Por qué? Mira:

--El apellido de Lertxundi no lo ha escrito con ch.
--Se ha escuchado los discos de Benito.

--No hace valoración y comparación general acerca de “euskal kantagintza” (¿cantante vasco?).
--Cita los valores que tienen los idiomas.

--Conoce la existencia y el nombre de Labeguerie.

--Ha escrito “orbaizeta” con zeta, aunque no sabe la palabra para denominar al “Roncal”.

--No ha descalificado el trabajo de Lertxundi llamanadóle “muermo folki” ni términos similares.

Sería demasiado felicitarle, pero le diríamos a Antonio Gómez que siga así, si parece que sabe sobre el trabajo de Lertsundi tanto como acerca de un grupo de Nueva York, y eso no es tan fácil en los críticos de fuera, algunas veces ni tampoco en los de aquí.

No es mucho lo que ha hecho Gómez, ni poco, es una crítica.

Las razones por las que pareció haberle gustado mi trabajo fueron peculiares, pero me satisfizo la razón última del comentario. "No ha hecho nada del otro mundo, ha hecho su trabajo", escribió, y me parece suficiente, pues creo que la mayor aspiración de cualquiera en el terreno profesional es, precisamente, hacer su trabajo con seriea y responsabilidad. No se nos olvide nunca lo que cantaba La Bullonera: "venimos simplemente a trabajar, a arrimar como uno más el hombro al tajo".

Pero ado que hoy vamos de medallas propias, he de reconocer que la canción vasca me ha dado algunas alegrías aparte de escucharla. A raíz de la emisión en TVE del programa que hicimos con Mikel Laboa (que lamento no conservar, porque no quedó mal y porque, como dice Javier Martín más abajo fue el primer programa de TVE íntegramente en euskera, declaraciones de Mikel incluidas) se publicó el siguiente comentario en EL PAÍS:


ELPAÍS.COMPantallas

CRÍTICA:'LA BUENA MÚSICA'

Increíble, un cantante vasco en TVE

Veinticinco años después de la llegada de la televisión a Madrid, TVE tuvo a bien dedicar 50 minutos al santón de la canción vasca: Mikel Laboa. El accidente ocurrió a las once de la noche del martes, en el programa de la segunda cadena La buena música. Apenas hay testigos.La atención a la canción vasca en TVE es inversamente proporcional al espacio que ocupa la actualidad de Euskadi. El otro extremo es Andalucía: las escasas noticias sobre ella se compensan con la abundante presencia del flamenco en televisión. O sea, que de los vascos nos tenemos muy sabidos a Garaikoetxea, Arzalluz, Idígoras,Artapalo..., y de los andaluces, a Lebrijano, Habichuela o Camarón.
Quien apareció en la noche del martes era un apacible médico cincuentón, donostiarra de nacimiento, que a los veintitantos años se quedó impresionado con un disco de Atahualpa Yupanqui. Armado con una guitarra, Laboa desgranó, con singular encanto, un tango en vasco y melancólicas melodías de amor y de muerte; también se introdujo en la imitación fonética de otras lenguas, algo ya clásico en su repertorio.
La cámara recorrió los escenarios de su vida mientras Laboa, siempre en vasco, recordaba su biografía, Prohibido durante cinco años, cuando ya pudo volver a un escenario Laboa se retiró otro lustro, Porque los recitales se convertían en manifestaciones políticas. En ese tiempo grabó un disco doble que ha hecho historia.

Un cuidado programa

El programa tuvo el acierto de ofrecer unas cuidadas imágenes y una exposición lo más amena posible de un programa íntegramente en vasco, a lo que el telespectador no está nada habituado. Sólo cabe, pues, felicitar a TVE por la osadía del martes y desear que en los próximos 25 años tenga otro hueco para la canción vasca.
El resto del tiempo puede seguir dedicándose al flamenco, la zarzuela, la ópera, la danza, los aniversarios de la nova cançó, la prehistoria del pop español y a películas extranjeras. Por ello, el subtítulo del programa de Mikel Laboa fue lo mejor: Más o menos nuestro.



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