Toda forma de lenguaje es un cuerpo vivo que nace, crece, se multiplica y al final acaba, o acabará, muriendo. En este recorrido vital, cada paso procede del anterior y conduce al siguiente, como piedras en el camino que, a modo de modernos pulgarcitos, nos permiten conocer el recorrido entero, saber dónde estamos y de dónde venimos. Tal vez por eso convenga echar la vista atrás, aunque tan sólo sea en una mirada breve y superficial, a la construcción a través del tiempo de esa forma de lenguaje, de arte, si es que lo es, que supone la historieta dibujada, el TBO, la ilustración gráfica, el chiste o el cómic, cualquiera que sea la denominación con la que decidamos bautizar la narración de historias y sucedidos a través de dibujos y textos que se interrelacionan y complementan. Así, pienso, será más fácil entender las peripecias que hemos contado hasta ahora, cuando hemos andado metidos de hoz y coz en el tema principal.
Sin necesidad de
recurrir a la arqueología y remontarnos hasta las pinturas rupestres y los frisos
egipcios, griegos o aztecas --que vendrían a ser como la etapa muda de la
historieta, en la que ya había narración e imágenes pero aún no habían
aparecido las palabras--, bien podemos retroceder hasta la mismísima Edad Media
para encontrar el origen del tema que pretendemos abordar. Sin ir más lejos, en
España, territorio geográfico acotado para la ocasión, habría que poner los
indicadores de la máquina del tiempo hacia los comienzos de la segunda mitad
del siglo XIII.
A tenor de lo
aceptado por estudiosos y expertos, entre los años 1265 y 1282 se crearon en la
corte de Alfonso X, que al parecer escribió personalmente algunas de ellas, las
418 composiciones conocidas hoy como Las
Cantigas de Santa María. Se conservan
cuatro códices de ellas. El primero, llamado “toledano” por haberse guardado en
la catedral de esta ciudad castellana hasta 1869, año en el que se trasladó a
la Biblioteca Nacional de Madrid, lo forman 160 hojas de pergamino a dos
columnas que contienen 129 composiciones con sus correspondientes notación
musicales, y en el último de los cuatro, que se puede consultar incompleto en
la Biblioteca Nacional de la localidad italiana de Florencia, se incluyeron los
textos de 104 cantigas, con notaciones musicales y viñetas, en muchos casos inacabadas.
Para nuestro
propósito son más interesantes los dos que se encuentran en la biblioteca de El
Escorial. En uno de ellos, considerado el más rico y, desde luego, el más
completo, se encuentran el texto de 406 cantigas y 40 miniaturas, además de las
músicas correspondientes. Sin embargo, pese a esta riqueza, más cercano a
nuestro tema es el último ellos. Aunque contenga un número menor de poemas, tan
solo 195 (más ocho que desaparecieron con la pérdida de los folios en los que
estaban escritos), ofrece nada menos que 1275 ilustraciones, ordenadas en 212
páginas de pergamino, con seis dibujos cada una, excepto la primera, que tiene
ocho. Aquí sí que caemos de sopetón en los tebeos. Cada imagen, aparte de
ilustrar el texto (“iluminar” es la terminología que utilizan los expertos que
se han dejado los ojos y la inteligencia estudiando códices medievales), lo
complementa y le da forma visual, lo que contribuye poderosamente a la
comprensión del poema, cuyos versos acompañan a cada dibujo, creando una unidad
expresiva que, a su vez, ayuda a completar la narración y el sentido de la
historia de que se trate.
En aquellos
momentos de definición de los géneros artísticos modernos, Las Cantigas de Santa María y otros códices medievales constituían
una nueva forma de contar historias, que debería recorrer un complicado camino
hasta alcanzar su plenitud a comienzos del siglo XX, con la inclusión de los
“bocadillos” o diálogos insertos en el mismo dibujo y con la posterior ruptura
de la regularidad de la página, con viñetas de distinto tamaño y otras
técnicas. El libro, pues de un libro se trataba, aunque fuera de ejemplar
único, estaba destinado, como el resto de los códices, a ser exhibido sobre un
atril dentro del palacio real, de forma que pudiera ser consultado y leído por
los visitantes, y en él se encuentran ya los elementos básicos que dan forma a
los modernos tebeos.
Una
consideración adicional tomaría en cuenta que, a más de textos y dibujos, Las
Cantigas contenían también las partituras musicales necesarias para que los
poemas se convirtieran en canciones, difundidas urbi et orbi por juglares y
trovadores. Vamos, que como concepto no andaban tan lejos del actual
deslumbramiento por los medios y obras multimedia.
La protagonista
indiscutible de Las Cantigas es María,
la madre que concibió sin necesidad de varón, por obra y gracia del espíritu
santo, y dio a luz a Jesús, coparte de una divinidad que es una y trina, y que
como los mosquetes debían ser tres pero acabaron en cuatro. No es extraño este
estrellato de María. En tiempos oscuros en que la devoción mariana era la
ideología dominante, impuesta por curas, clérigos y frailes a un pueblo
iletrado, sometido y supersticioso, resulta lógico que la obra esté llena de
loas a los milagros, apariciones, curaciones, maravillas y portentos del
personaje principal. Retorciendo un tanto el hilo argumental, llama la atención
que esa ideología de lo mágico, del milagro, esa necesidad de un ser
todopoderoso y omnipresente que nos proteja del mal y nos ayude en las
dificultades, continúe presente, setecientos años después, en los cómics de
superhéroes, que, discípulos de la labor milagrosa de María, siguen instalados
en el subconsciente colectivo como garantes de nuestra seguridad y felicidad en
la tierra.
Pero no solo de
vírgenes, santos y milagros tratan Las
Cantigas de Santa María. Aunque menos abundantes, también quedan reflejadas
en ellas otras temáticas que acaban por componer un auténtico fresco de la
época. Además de las de inspiración religiosa, están las cantigas de amor, que
dan voz al caballero enamorado, las de amigo, que refieren historias de
doncellas que ansían encontrar el hombre de su vida, y, para esta historia
concreta las más interesantes, las llamadas “de escarnio y mal decir”, de
contenido satírico, el origen mismo de la temática que más adelante
intentaremos desarrollar.
Singular
importancia adquieren en Las Cantigas de
Santa María los dibujos, iluminaciones o miniaturas, que constituyen,
además de una de las obras pictóricas más importantes del gótico español, un
completo retrato del mundo de la época, permitiendo visualizar algunos de sus
aspectos más significativos. Como han dejado en negro sobre blanco los más
variados especialistas, en esos dibujos o “ilustraciones” aparece una minuciosa
representación de la vida religiosa, cortesana y social de la época, que
permite visualizar desde los instrumentos musicales del Medievo hasta
detalladas imágenes de vestuarios, ritos y ceremonias, tejidos, edificios,
industrias y oficios, armas, armaduras e instrumentos bélicos, laborales o
artísticos. Comparten pues estas Cantigas
con las mejores historietas gráficas contemporáneas el ser un espejo fiel de
las sociedades respectivas.
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