Recitales de ayer. Festival
de Música Popular Agapito Marazuela. Folksegovia. (1984/1985)
De los muchos festivales a los que he
acudido en mi vida, por afición y por profesión, quizás en el que he tenido
ocasión de mayores satisfacciones, musicales y personales, haya sido en el
Festival de Musica Popular Agapito Marazuela, que con tiempo sería conocido
como Folksegovia, al que asistí en la primera convocatoria y que luego seguí visitando
regularmente hasta estos últimos años, en los que la desidia a vencido a la
fidelidad.
Y sin embargo quedan momentos
inolvidables en la memoria que no admiten traslación a la crónica periodística.
La eficacia y el cariño de Luis Martín y Jaime Lafuente. Los chistes anuales de
Fernando. Las interminables charlas en la Plaza de San Martín con Teresa,
Jesús, Ignacio y tantos otros. Ver cómo iban creciendo los niños. Los
tenderetes post concierto en el Hostal El Hidalgo, el de las laberínticas escaleras.
Las discusiones con Xavier Rekalde o José Miguel Gómez en la terraza de las
escaleras de subida de La Alhondiga. Las animadas comidas colectivas. El
atracón de las cenas con Oskorri, pues Natxo de Felipe no podía subir al
escenario sin haber llenado y vaciado las tripas. Los periódicos comprados en
el kiosko de la Plaza Mayor mientras se esperaba alguna actuación matutina en
el templete de la música. Y el frío. ¿Pero alguien que no sea del terruño
conoce el frío que hace en Segovia a comienzos de Julio? ¿Y qué ese frío es más
húmedo e intenso en las cercanías del río? ¿Y qué los jardines de San Juan de
los Caballeros dan al río? ¿Y qué en esos jardines se celebraron durante mucho
tiempo los conciertos nocturnos? Menos mal que la policía no es tonta y desde
el primer momento aprendimos que había que acudir pertrechaos por una manta
sustraída provisionalmente del hotel.
No son menos intensos los recuerdos de
algunas actuaciones, pero como sería una lista de elogios, prefiero acudir a
dos momentos en los que la casualidad de las circunstancias y la pericia del
artista confluyeron para crear una magia como pocas veces he percibido en mi
vida. El primer año, mientras Emilio Cao hacía sonar el harpa con esa hondura y
sensibilidad que él ha sabido darle a su música, sobre la torre de la austera y
hermosa Plaza de San Martín (la última vez que pase por ella convertida en
aparcamiento) aparecieron de pronto unas cigüeñas volando que se fueron posando
en ella mientras seguía la canción. El silencio arrobado del público que
abarrotaba la plaza cómodamente sentado, la canción tenue pero intensa, la
torre iluminada y las cigüeñas volando en aquella noche templada. No es
frecuente asistir a momentos así.
Unos años después, ya no recuerdo cuál
exactamente, participó en el festival Carlos do Carmo, el gran maestro del fado
y personal cabal. La actuación era, faltaría más, en San Juan de los Caballeros
y la noche se presentaba desapacible. Acudimos a la cita con nuestras mantas
prestadas. En medio del recital comenzó a caer una lluvia cada vez más fuerte.
El escenario no estaba cubierto, pero tampoco los espectadores, así que todos
nos empezamos a calar, las primeras las mantas. Do Carmo, que debió ver el
peligro del desastre, ni corto ni perezoso bajo las escaleras y se mezclo con
los espectadores en un empapado común en el que salto, como un chispazo, el
prodigio de la comunicación absoluta. Cantante y público formando un mismo
todo. Encima del escenario seguían los músicos, impertérritos bajo el agua
hasta que apareció algunos del Nuevo Mester y les cubrieron con unos paraguas.
Cuando Carlos se volvió y vio protegidos a sus compañeros y él calándose debió
pensar, ¡vaya canelo estás hecho, fadista! Pero siguió entre el público hasta
que acabó la canción. El aplauso no fue un sonar de palmas, fue un: te has
portao, artista.
Folksegovia ha celebrado este 2013sus
treinta años ininterrumpidos de encuentros, una longevidad insólita. Treinta años en los que el
presupuesto ha ido disminuyendo y en los que ha sido necesario encontrar
patrocinadores privados que paliaran la creciente tacañería de las
instituciones públicas, pero en los que se ha mantenido intacto el formato
original, con los recitales, las actuaciones callejeras, las conferencias y
debates, las exposiciones y la tienta de discos especializados.
He encontrado los artículos sobre las
dos primeras convocatorias que publiqué en El País, que dedico al encuentro
buen espacio. Los reproduzco. Para ilustrarlo había pensado poner
exclusivamente interpretaciones de Agapito Marazuela, algunas de las cuales se
pueden encontrar en Youtube, sacadas de su único disco de 1969 (aunque en la
República hizo otras dos grabaciones que hoy son un tesoro para
coleccionistas). No obstante, por razones misteriosas que desconozco no puedo
copiarlos aquí como tales vídeos. Las enlazo al final para quien quiera
disfrutar de temas tan imprescindibles como la Jota Segoviana, La Cigüeña, La
molinera o el Caracol. Quedan, pues, en vídeo dos breves reportajes sobre
Agapito Marazuela. En el primero de ellos se le puede ver tocar. En el segundo
cuentan algunos de sus dicípulos.
EL PAÍS. 30 AGOSTO 1984
Durante cuatro
días, Segovia ha sido marco de un interesante y amplío debate sobre la
situación y significación presentes de la música popular, los problemas de
investigación y recreación de las canciones heredadas del folklore y, en menor
medida, la creación de nuevas composiciones que se inscriban en la rica
herencia popular para ser expresión de nuestro tiempo, dentro de una
sensibilidad contemporánea. En los dos últimos años están siendo frecuentes
este tipo de encuentros entre estudiosos y practicantes de la música popular,
muestra de un interés que parece haber roto el estrecho marco de la erudición
más o menos escolástica del folklore y los folkloristas para abrirse hacia
quienes efectúan un trabajo diario de interpretación de este tipo de música a
través de los modernos medios de expresión, fundamentalmente el disco.
Bajo la
advocación de Agapito Marazuela, el
folklorista segoviano muerto hace año y medio, cuya obra grabada permanece en
su mayoría aún inexplicablemente en el silencio, pero cuyo magisterio ha pasado
a las nuevas generaciones como actitud de sabiduría y respeto hacia el pasado,
estudiosos y músicos se han reunido por las mañanas y tardes para hablar,
confrontar opiniones, discutir puntos oscuros. Por las noches la hermosa plaza
de San Esteban ha sido testigo de las muchas posibilidades expresivas que
ofrece en la actualidad la música popular, desde una respetuosa repetición de
los modelos tradicionales, como hicieron Hadit,
Candeal, Cambrizal, el dulzainero Silverio
o el grupo de danzas de Justo del Río,
pasando por la sabia utilización de la música popular con un absoluto criterio
de modernidad de la Nuova Compagnia di
Canto Popolare; la creación de textos y la fidelidad evolucionada de formas
de Al Tall o Los Sabandeños; la fiesta colectiva de Ronda Segoviana; o la creación absoluta de Emilio Cao a partir de las raíces y ecos sonoros populares.
El significado
actual de la reinterpretación del folklore, o la creación a partir de su
influencia, tiene numerosas facetas. Como búsqueda de señas de identidad
personales y colectivas, como interpretación de la historia desde un punto de
vista distinto al que nos ofrecen los historiadores, como enfrentamiento a los
intentos de dominio y homogeneización cultural que nos llega a través de las
multinacionales y los medios de comunicación, como simple -pero importante-
búsqueda estética. Todo ello, sometido a los prejuicios de una trampa sibilina
y esterilizadora: el imaginario enfrentamiento entre investigación e
interpretación en los escenarios, entre pureza y heterodoxia, entre tradición y
contemporaneidad. En definitiva, entre investigadores y recreadores y/o creadores,
que se da en todo encuentro de este tipo, y que en Segovia parece haber
alcanzado explícitamente un posible punto de acuerdo y solución.
El
reconocimiento taxativo de que el folklore, la recopilación, clasificación,
archivo e interpretación de las canciones tradicionales es una disciplina
científica, con sus propias leyes, mientras que la interpretación de esas
mismas canciones, con un menor o mayor grado de evolución, o la creación a
partir de sus ritmos y melodías, es una disciplina artística, con sus propias e
independientes características, es una distinción fundamental. No se pueden
valorar unas y otras actividades con los mismos esquemas. Dos disciplinas
diferentes que deben contemplarse de manera independiente, relacionadas entre
sí, pero en absoluto oponiéndose una y otra labor. [1]
Aclarar este
punto resulta, pues, de vital importancia. Es la única posibilidad de que ambas
disciplinas no se interfieran en eternas discusiones y puedan seguir cada una
su propio camino. La investigación, profundizando en el rescate de las
canciones tradicionales que aún permanecen desconocidas, en el estudio de la
evolución que han seguido a lo largo de los siglos, en la contextualización de
las mismas en el momento histórico y lugar geográfico en que se han dado. La
creación, partiendo de esos sonidos para convertirlos en ecos contemporáneos.
Todo eso, y así
ha quedado claro en las conclusiones de este I Encuentro de Música Popular
Agapito Marazuela, sólo será posible a partir del desarrollo desde la
Administración de una política cultural con respecto a la música popular que le
reconozca su calidad artística y su importancia cultural, no encorsetándola en rígidos
esquemas ni subordinándola a su difusión comercial. Para ello se ha pedido en
el encuentro una ley que, a la manera de la existente para el cine, por
ejemplo, sirva para dignificar, valorar, proteger y desarrollar la música
popular española, a la vez que regule y promueva la investigación científica,
con rigor y medios, de nuestra música tradicional.
[1]
No deja de resultar significativo que este debate se planteara en un encuentro
que recordaba a Agapito Marazuela, pues él fue, sin duda, una pieza central en
esa evolución que se planteaba. De manera similar a como Lorca se podría
considerar un antecedente de los cantautores por su condición de músico,
arreglados y adaptados de temas populares, pianista con La Argentinita y
creador de canciones para algunas de sus obras escénicas, Agapito Marazuela
constituyó el eslabón perdido entre el folklore tradicional y la música de raíz
folklórica. Sólo el unió, al ser músico y guitarrista, la recopilación del
folklore con su interpretación, algo absolutamente inusual entre sus coetáneos
y frecuente, sin embargo, en sus discípulos, empezando por Joaquín Díaz o Ángel
Carril.
Edición de 1981 del cancionero de Agapito Marazuela. Observese que la partitura está firmada. No "atribuida a" o "recopilada en" o "aprendia de", sino directamente "DE". |
EL PAÍS. 4 JULIO 1985
Organizado por
el grupo de folclor segoviano Nuevo
Mester de Juglaría y con la colaboración del Ayuntamiento y Diputación de
Segovia y otras instituciones culturales, se inicia hoy en esta ciudad
castellana el II Festival de Música Popular Agapito Marazuela. Hasta el domingo
se dará a conocer el trabajo de los grupos dedicados a la música tradicional.
Celebrada el año
pasado la primera convocatoria de este festival, se plantea la segunda como
unas jornadas de difusión de la labor que están llevando a cabo en distintos
puntos de España los grupos musicales que toman el acervo folclórico como base
de su trabajo, así como de estudio de los problemas que plantea la recopilación
y difusión de la música tradicional y popular. La aparición en los últimos años
de escuelas de folclor y centros de estudios tradicionales por todo el
territorio español ha potenciado en este tiempo la multiplicación de
encuentros, jornadas, debates y festivales de música popular. Gracias a ellos
se están dando a conocer de manera ordenada y rigurosa los caminos de
recuperación, y en muchos casos de actualización, del patrimonio folclórico, un
terreno musical que no cuenta con el beneplácito de los medios de comunicación
ni de la industria discográfica.
Todos los días,
a las diez de la noche, se celebrarán en la plaza de San Esteban las sesiones
del festival, que contarán con la participación de algunos de los grupos más
importantes de España. Esta noche, para abrir el festival, actuarán el grupo La Retahíla, de Albacete, y los
madrileños de Mosaico, cuyo primer
trabajo discográfico está dedicado, precisamente, al cancionero de Agapito Marazuela, reinventado con la
mixtura de instrumentales tradicionales y
actuales. Cerrará la primera noche de actuaciones la Familia Montoya con su forma viva y directa de entender y expresar el
flamenco. El viernes día 5, los participantes en el festival serán los grupos Almenara (Castilla), La Murga (Cataluña) y Oskorri (País Vasco), para seguir el
sábado 6 con la intervención del folclorista y cantautor Manuel Luna y del grupo gallego Brath. Las actuaciones musicales se cierran el domingo por la
mañana con la actuación de la Escuela de
Dulzainas de Carbonero el Mayor y Diputación de Segovia y el grupo de danza
La Esteva.
Todos ellos
darán una idea bastante aproximada de las líneas de trabajo en las que se mueve
la recuperación folclórica en España, desde los intentos más renovadores de
grupos como Oskorri, Mosaico, La Murga, Manuel Luna y Brath, hasta los más tradicionales de La Retahíla o Almenara. Todos estos grupos proponen diferentes formas de
enfrentar la música de raíz folclórica, coincidentes todas ellas en mantener
vivo el lenguaje musical tradicional en la sociedad contemporánea. En este
sentido va encaminada la celebración de las jornadas de trabajo que se
celebrarán en sesiones de mañana y tarde en el salón de la Caja de Ahorros.
Jornadas abiertas al público en las que participarán los miembros de los grupos
invitados al festival y otros que acudirán especialmente a los debates.
Ángel Carril, Luis
Díaz Viana, Carlos Tanarro, Pedro Vaquero, Antonio Lorenzo, Manuel Domínguez,
Cristina Argenta, José María Martínez, Vícent Torrent y Fernando González Lucini participarán como ponentes en estos
debates sobre folclor español, tratando temas como el funcionamiento de los
centros de cultura tradicional, la aplicación de la música popular en la
escuela, los medios de comunicación y la edición y producción discográfica
sobre este aspecto de la cultura y la música españolas, que se encuentran en
pleno proceso de transformación, pero todavía vivas en numerosos puntos de la
geografía española.
Los segovianos y
los grupos de folclor cubren una deuda al celebrar los festivales en recuerdo y
homenaje a Agapito Marazuela. No es
que así, después de muerto el maestro, en 1983, a los 91 años de edad, se
puedan borrar las afrentas y olvidos que sufrió en vida, pero demuestran la
intención de sus organizadores (que nada tuvieron que ver con esas afrentas) de
recuperar para la cultura española a uno de los folcloristas más importantes y
significativos que ha dado el país, homenajeándole de la mejor manera posible:
utilizando su nombre y su obra para potenciar en la actualidad la vigencia de
la música tradicional. Nacido en 1881 en el pueblo de Valverde del Majano
(Segovia), Agapito Marazuela se
dedicó desde niño al estudio e interpretación de la guitarra y la dulzaina y a
la recopilación y difusión del folclor tradicional de Castilla, trabajo que no
fue impedido por la práctica pérdida de visión que sufrió a raíz de una
operación de cataratas a los siete años.
Su trabajo como
folclorista se puso de relieve en 1933, al ganar el Festival Nacional de Música
con su trabajo, aún no superado, sobre el Cancionero
de Castilla la Vieja, obra que no pudo ser editada hasta los años sesenta
debido a los recelos que su ideología comunista produjo entre los gobernantes
de la dictadura. Dictadura que le encarceló durante seis años y le obligó a
seguir una labor de enseñanza modesta y sin ayuda durante los últimos 44 años de
su vida. Todavía en 1977 tuvo que ver cómo se prohibía un recital-homenaje que
pretendían celebrar en Madrid músicos, amigos y discípulos, que ahora, por fin,
pueden reunirse alrededor de su figura para recordar que su obra sigue viva.
Más que ningún
otro folclorista, Agapito Marazuela
ha dejado una escuela de dulzaineros, guitarristas y estudiosos que nutre los
grupos castellanos que se dedican al género. Olvidado y marginado por los
organismos oficiales, ignorado por las editoras discográficas, alguna de las
cuales debe esconder sin sacarla a la luz la práctica totalidad de su obra,
fueron los jóvenes los que tomaron su antorcha. Su labor docente en los últimos
años de su vida, encerrado casi ciego en los modestos muros de una casa
segoviana, fue dando a un escogido grupo de jóvenes intérpretes y estudiosos la
razón y el sentido del folclor. Ismael,
Joaquín Díaz, Joaquín González, Julia León,
Hadit o el Nuevo Mester de Juglaría, entre muchos otros, aprendieron de él que
el folclor es la esencia viva del saber popular, de la experiencia acumulada
durante siglos por generaciones de castellanos que se resisten a ver morir sus
tradiciones y costumbres, arrumbadas al olvido por una sociedad que tiene
demasiada prisa como para permitirse el lujo de volver la vista atrás. En los
cantos de todos ellos está la herencia de un hombre que supo amar la tradición
y hacérsela amar a los demás.
NOTA
2003
La escasez de espacio me impidió en 1985
ampliar más el breve despiece que le dediqué a Agapito Marazuela. Ahora,
liberado de esa limitación, aprovecho para ampliarlo con algunos datos sobre
una vida verdaderamente apasionante y complicada.
Hijo de un arriero que con su burro y su
carro comerciaba por los pueblos de Castilla, Agapito Marazuela Albornos había
nacido en el pueblo segoviano de
Valverde del Majano en 1891, perdió la visión de un ojo siendo niño y la
Niña de los Peines quiso hacerle tocaor. A los 14 años aprendió solfeo y en
1924 ofreció su primer concierto exitoso en el teatro Juan Bravo de Segovia.
Sin haber salido de la ciudad ya le admiraron Emiliano Barral, Ignacio Zuolaga
y Antonio Machado, que en ella vivían, una nómina de admiradores ilustres que
conforme se fueron sucediendo sus recitales de guitarra clásica se fue
ampliando con una variada gama de personajes, desde Miguel de Unamuno, Salvador
Bacarisse o Valle Inclán hasta Alfonso XIII o Victoria Eugenia, que casi en el
final de su reinado le invitaron a tocar en la Granja.
Los cinco años republicanos
constituyeron para Agapito Marazuela una etapa de intenta actividad. En 1932
gano con su recopilación del folklore de Castilla la Vieja el primer premio del
Concurso Nacional de Folclore de España, que le otorgó un jurado en el que
figuraban, entre otros, Oscar Esplá, Gerardo Diego y Ramón Menéndez Pidal. Ese
mismo año se adhirió al Partido Comunista. En aquellos años colaboró
activamente con las Misiones Pedagógicas y con la Universidad Popular de
Segovia, en la que también enseñaba Machado.
En el centro, sentado y con gafas, en una reunión de las Milicias Antifascistas Segovianas |
Tal currículo revolucionario y violento
le valió un recorrido carcelario de seis años por las prisiones de Madrid,
Ávila, Vitoria, Burgos y Ocaña. Pudo llevar con él su guitarra, lo que le
permitió ofrecer conciertos a los compañeros, aunque también tuvo que tocar
para los condenados a muerte en su última noche, lo que le provocaba un
profundo dolor que los que le conocieron aseguran que le duró toda la vida.
Ya en la calle, que no en libertad,
sobrevivió dando clases de guitarra, dulzaina, folklore y actitud ante la vida
en la academia musical que abrió, convertida en "Cátedra" al final de su vida, actividad que le convirtió en un autentico
maestro en el más exacto significado del término. Pero de eso ya se habla más
arriba.
Existe una anécdota que resume la vida
de Agapito Marazuela y explica su carácter. En 1924, cuando ya comenzaba a
triunfar en Segovia, un periodista admirador, al comprobar que la guitarra del
neófito y privilegiado artista era un cascajo, escribió una crónica sobre el
tema en el Adelantado de Segovia, consiguiendo una subvención provincial de 600
pesetas, con lo que, añadiéndole otro tanto con aportaciones particulares, se
consiguió regalarle un nuevo instrumento. Aquella guitarra fue la que le
acompañó hasta su muerte con 91 años en 1983.
Canciones de Agapito Marazuela
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