Un divorcio en la familia Pepera
La manifestación
del pasado domingo contra la sentencia del Tribunal Europeo de los Derechos
Humanos escenificó un divorcio entre el PP y buena parte de su electorado, que
resulta significativo y puede acarrear consecuencias indeseadas para el partido
en el poder. No es la primera vez que les abuchean, pero esta vez fue
diferente. Ya en la manifestación posterior a los atentados de Atocha los
asistentes gritaron a Aznar –ya sabéis, el mayordomo bajito y servil de “La
conspiración de las Azores”, aquella sangrienta película que dirigió un tal
Bush--, pero los insultos al Gobierno y su partido no vinieron el domingo del
enemigo, como en aquella ocasión, sino directamente de las filas propias. Y eso
les preocupa o debería preocuparles.
Si es verdad,
y yo lo creo, que la baza que permitió a Aznar llevar al PP al gobierno y a la hegemonía
política fue su habilidad para hacer desfilar al mismo paso de la oca a todos
los sectores de la derecha, desde los tímidos reformistas, que se olvidan de
toda reforma en cuanto resuenan las campanas de las catedrales, hasta los
franquistas residuales y sus alevines, que no se olvidan de Franco ni aunque
les aspen, la actual situación de divorcio entre unos y otros podría romper ese equilibrio y reducir sustancialmente
la mayoría parlamentaria que aún sustenta al Gobierno.
Enfrentados a
una pérdida de clientela, que hastiada por la corrupción, la desinformación y
la mentira se está marchando a pasos agigantados hacia esa derecha con mala conciencia
que es UPD, una sangría ahora del ala neo-franquista sería para el PP como una
patada en ojo de boticario, que no sé exactamente lo que quiere decir pero que lo
decía mi madre y no debe ser nada bueno. Sé que la marcha de los chicos (y no
tan chicos) de la gallina en bandera bicolor facilitaría el surgimiento de una
formación de extrema derecha, que hasta ahora ha sido como la caricatura de un
falangista en chándal. Pero es que esa extrema derecha ya existe, y es poderosa
e influyente precisamente porque milita en las filas peperas. Independizada y
radicalizada en casa propia sería un problema, pero no un poder.
Claro que la
derecha, extrema o timorata, es sólo una parte del problema. La otra es la
izquieda, real o maquillada. Mi padre sentenciaba siempre explicando los
triunfos históricos de la reacción: “A la derecha la une los intereses, a la
izquierda la desunen las ideologías”. ¿Sería demasiado pedir, compañeros de
izquierda, que por una vez los unidos fuéramos nosotros y los dispersos los de
la acera de enfrente?
No hay comentarios:
Publicar un comentario