No todo en la vida es Champán
La historia del
PCE durante la transición y los años inmediatamente anteriores es sobradamente
conocida. Ha sido divulgada en cuántos libros, periódicos e incluso programas y
series televisivas han abordado el final del franquismo y la llegada de la
democracia, por lo que me voy a permitir tratarla aun más de pasada de lo que
he tratado otros momentos retratados en este libro.
Desde mediados
de los años 70, con Franco acosado ya por la muerte en forma de estallido de
escopeta de caza o ataque de flebitis, mientras que las cosas se precipitaban
en España con movilizaciones sin cuenta en todos los sectores de la vida
política y social, el PCE, siempre presente en ellas, inicio una serie de actos
masivos fuera de España al tiempo que dentro buscaba pactos políticos con otros
grupos de oposición, que culminarían en la constitución de la Junta Democrática
de España en julio de 1974. Pretendía desarrollar con ellos un camino de salida
a la luz que les presentara ante los españoles como una fuerza política
destinada a cumplir un papel fundamental en el futuro. El mitin de Dolores
Ibárruri y Santiago Carrillo en Ginebra el 18 de junio de 1974, que pese a su
prohibición por el Gobierno suizo reunió a 10.000 emigrantes españoles; la reunión
del Comité Central en Roma de julio de 1976, en la que se dieron a conocer
públicamente 100 de sus miembros en el interior; o el homenaje a Pasionaria en
Montpelier (Francia), fueron algunos de ellos. Bástenos una breve cronología
partidaria para ordenar algunas fechas y hechos.
20 de noviembre
de 1975.- Muere Francisco Franco.
Diciembre de
1976.- Carrillo, que ha regresado clandestino a España, ofrece su primera rueda
de prensa en Madrid.
22 de diciembre
de 1976. El secretario general del PCE es detenido a la salida de una reunión
del Comité Ejecutivo en Madrid y puesto en libertad dos días después.
24 de enero de
1977.- Cinco abogados laboralistas del FCE son asesinados por la extrema
derecha en su despacho de la calle Atocha. El multitudinario entierro muestra
la capacidad de movilización de los comunistas.
3 de enero de
1977.- Se reúne en Madrid una cumbre de los partidos eurocomunistas de España,
Italia y Francia.
9 de abril de
1977.- Legalización del PCE.
13 de mayo de
1977.- Dolores Ibárruri aterriza en el aeropuerto de Barajas después de 38 años
de exilio.
15 de junio de
1977.- primeras elecciones democráticas. El PCE obtiene 20 diputados.
19 de abril de
1978.- IX Congreso del PCE, el primero en la legalidad desde 1932. El partido
deja de ser "marxista-leninista" y pasa a ser "marxista,
revolucionario y democrático".
28 de octubre de
1982. El PSOE gana las elecciones generales por mayoría absoluta. Hecatombe en
el PCE, que pierde un millón de votantes y pasa de 23 a 4 diputados.
...y así
podríamos seguir hasta hoy mismo.
Los recuerdos
que se reproducen en este libro finalizan en ese momento crítico de la muerte
de Franco, la legalización del partido y la llegada de la tan esperada
democracia. Era el final de su lucha, al menos en su forma más dura, y el final
de una etapa de sus vidas. A partir de entonces las cosas serían bien
distintas; más fáciles, sin duda, pero también menos entusiasmantes.
A los
testimonios reunidos en las páginas que siguen a esta introducción quisiera
añadir algún otro que pueda ser significativo. El primero de ellos es el relato
de primera mano que da Irene Falcón de la reacción de Dolores Ibárruri ante la
muerte de Franco: "Un periódico
francés había previsto el porvenir de España dependiendo de quién fallecería
antes, si Franco o Dolores. Ella, con la humildad que la caracterizaba, se
limitó a sonreír cuando le leí la noticia. Su conciencia de la política estaba
por encima de los avalares personales; las cosas eran más complejas y menos
personalistas. Cuando murió Franco, no descorchamos champán; Dolores preparó
una alocución por Radio Pirenaica y a los periodistas que la asediaban en Moscú
les comunicó su indulgencia: ¡Qué la tierra le sea leve!”[1].
Pedro Vicente
también volvió a España tras la muerte de Franco. Había ingresado en el PCE
durante la guerra. En su primer exilio francés combatió en la resistencia
contra el nazismo. Regresó clandestino al interior en 1953 para hacerse cargo
de la organización de Valencia, en donde estuvo hasta su detención un año
después. Tras recibir torturas, a consecuencia de las cuales debió ser
hospitalizado, fue internado en Burgos, de donde no salió hasta enero de 1963
para tomar de nuevo el camino del exilio. Tras volver a España definitivamente
se le destinó como recepcionista en la sede del partido en la calle Castelló de
Madrid. En sus memorias recuerda con claridad la sensación de desamparo que
vivieron tantos militantes veteranos: "Eran
los primeros tiempos de la legalización del Partido y diariamente acudían a la
sede muchas personas que pedían hablar con los dirigentes principales del
mismo, particularmente con los más conocidos, para conocerles personalmente y
plantearles cada uno su problema, a los que necesariamente era preciso atender.
Mi nuevo trabajo, si lo aceptaba, consistía en recibirles, preguntarles el
motivo de su visita y, si consideraba el caso importante y no podía resolverlo
personalmente, hablar por teléfono con el cantarada relacionado directamente
con el asunto.
Como mi actividad hasta entonces había sido siempre
de dirección política en Comités y Comisiones de trabajo después de tal
proposición me hizo concebir como algo extraño que, a partir de ese momento,
mis experiencia y conocimientos del Partido, que podían haber sido utilizadas
como hasta entonces, salvando naturalmente las diferencias de lugar y
características de los problemas, dada la situación orgánica, la carencia de
cuadros organizados y la composición de los Comités, mi modesta participación
no fuese aprovechada racionalmente, como pienso que hubiera sido menester. Lo
mismo sucedió con muchos otros cuadros y militantes veteranos, capaces y
honestos, que fueron marginados cuando tan necesarios hubieran sido para
contribuir a la tarea de construcción del Partido de masas que necesitábamos en
momentos tan decisivos de la situación política española.
Honradamente pensé y en conversaciones con otros camaradas
veteranos comenté en más de una ocasión, que el funcionamiento del Partido y la
política de selección de cuadros dirigentes de aquel periodo fue una política
desacertada, errónea.
La gran cantidad de nuevos adherentes que afluyeron
al Partidos, atraídos por el historial de lucha ejemplar y organizada durante
cerca de los cuarenta años de existencia del régimen de dictadura, conmovió
hasta los cimientos de la organización, distorsionó todo.
Las ideas más estrambóticas circularon libremente
por doquier, sembrando el desconcierto y la confusión entre los camaradas,
generando la duda primero y la falta de credibilidad después en la necesidad de
la posibilidad de la aplicación práctica de unas reglas éticas de
comportamiento y de actuación.
Mientras que para algunos resultaba fácil hacer
carrera política, escalar puestos de dirección, conseguir cargos públicos sin
otros méritos que su ambición, sus títulos profesionales, su audacia y en
algunos casos también su "pico de oro", otros camaradas capaces,
honestos y responsables que podía haber servido de nexo sintetizados, por sus
conocimientos y su buen hacer, en la formación de un gran Partido, fueron
subestimados y marginados.
Todo este estado de cosas, unido a los mediocres
resultados electorales conseguidos en las sucesivas elecciones, sirvió de caldo
de cultivo para que algunos ambiciosos se lo "pensaran mejor" y husmearan
otros caminos en pos de lograr un mayor protagonismo y mejores posibilidades de
conseguir cargos más relucientes y mejor retribuidos.
Lo que la dictadura franquista no pudo lograr con la
constante persecución y las medidas represivas, llevadas al extremo en su feroz
lucha contra el Partido Comunista de España, lo han conseguido las ambiciones y
los personalismos de unos cuantos: romper el Partido"[2].
Por último, una
valoración de una comunista que dejó de serlo muy pronto, tras su salida de la
URSS, donde se desengaño ante la realidad del socialismo real, y a su llegada a
México en 1955, después de unos años en Praga. Carmen Parga, esposa de Manuel Tagüeña[3],
ha escrito en el libro en el que relata la decepción que para ella supuso el
comunismo y, más en concreto, la Unión Soviética. Su testimonio, no obstante,
recuerda algunas cosas sobre el comunismo en general, y sobre el español en
particular, que creo que no deben ser echadas en saco roto a la hora de hacer
balance: "Dejando a un lado las
aberraciones de la era estaliniana, la historia reivindicará las conquistas de
la Revolución Rusa. Ni siquiera nos damos cuenta hoy, porque forman parte de la
vida cotidiana, de todos los adelantos de tipo social que le debemos. No creo
que nadie piense que la actual jornada de trabajo, las vacaciones pagadas, el
seguro de enfermedad, los aguinaldos, las compensaciones en caso de despido,
etc., han salido espontáneamente del buen corazón de los capitalistas. Todas
las luchas obreras que consiguieron estas conquistas tenían como motor la
Revolución Rusa; del mismo modo que la Revolución Francesa fue motor para la
conquista de los derechos humanos. Ambas revoluciones se complementan y aunque
tuvieron sus luces y-sus sombras, espero que su luz brille en la historia del
hombre". Más adelante concluye: "Cambiar las bases de la ética y la moral es también tarea
imprescindible. Cierto que hay principios inmutables, pero el conocimiento
humano se ha apartado tanto de los principios tradicionales, que ya no hay
quien los reconozca. Una nueva ética tiene que basarse, sobre todo, en la
verdad y la sinceridad. Hay que acabar con los mitos, mentiras y odios que
separan y enfrentan a los hombres. Creo que es bueno todo lo que los une y malo
todos lo que los enfrenta y separa. Es buena la verdad y es mala la mentira,
aunque sea ''piadosa". Me encanta una frase de Gramsci: "La verdad es
revolucionaria, la mentira es la contrarrevolución", en ese sentido, a mis
ochenta años, sigo siendo revolucionaria."[4]
[1] "Asalto a los cielos, mi vida junto a
Pasionaria". Temas de hoy (Madrid, 1996),
[2] "Por qué luchamos". Ediciones
Endymion (Madrid, 1982).
[3]
(Madrid 1913/México 1971). Físico-matemático, durante la guerra civil alcanzó
el grado de Teniente Coronel de ejército de la República. Exiliado en La URSS,
abandono el partido tras su llegada en 1955 a México, donde murió. Resulta
imprescindible la lectura de sus memorias “Testimonio
de dos guerras” (reeditada por Planeta en 2005), sin duda uno de los
mejores y más lúcidos trabajos sobre el tema.
[4] "Antes que sea tarde". Compañía
Literaria (Madrid 1996).
Libertades
Cuando la muerte
de Franco ya llevábamos un añito o casi dos que estábamos bastante bien, porque
este hombre andaba medio moribundo y las cosas habían cambiado bastante, pero
claro, la muerte de Franco fue muy importante, sobre todo para los que estábamos
clandestinos fuera de casa, porque yo tenía a mi hija y a mis nietos, que los
tenía que ver casi a escondidas. Fue como una liberación, tanto como salir de
la cárcel o más.
Tomasa Cuevas
Cuando volvió
Dolores a Madrid tuvimos que organizar un buen tinglado, que no funcionó muy
bien, pero la sacamos. El jefe superior de policía de Madrid, Campos, fue al
aeropuerto y me dijo que me mandaba un inspector para salir con Dolores. Ese
inspector quería saber de dónde era yo. Gallego, le dije, como él. ¿De qué pueblo?'
me preguntó. De San Sebastián de los Reyes, le dije. Y me dijo que no lo
conocía, que no sabía si estaba en Madrid. Y nos echamos a reír.
José Gros
La última vez
que me detuvieron fue con ocasión de la Operación Lucero, cuando la muerte de
Franco. Ya unos días antes, durante la enfermedad, me estuvieron vigilando
permanentemente, de noche y de día, con coches en casa y todo eso,
abiertamente, como si quisieran decirme que me podían detener en cualquier
momento. Una noche, cuando parecía que el equipó médico habitual ya le había
dado por sentenciado, me detuvieron a las tres o a las cuatro de la mañana, con
cinco automóviles. Me llevaron a la Puerta del Sol y luego a las Salesas con
otros compañeros que también habían detenido, unos once en total. Estando allí
nos enteramos de la muerte del dictador. Un funcionario vino y nos dijo: Ha
muerto el Caudillo, pero no canten ustedes muy fuerte, por favor. Nos
trasladaron a Carabanchel y salimos a los veintitantos días.
Armando López Salinas
Mi marido había
muerto en el exilio, clandestino y sin papeles, por lo que me fue imposible
traer sus cenizas a España, donde volví a vivir antes de la muerte de Franco.
Un día de enero del 77 me llamó por teléfono desde Barajas Elena, la médica que
le había tratado en Rumania hasta su muerte, y me dijo que me traía las cenizas
de Manuel y que venía para mi casa. Aunque ya estábamos en democracia tuve
problemas para enterrarle. Me lo solucionaron en el despacho laboralista en el
que trabajaba entonces.
Pepita Belloch
Tras la muerte
de Franco el momento que recuerdo con mayor emoción es la fiesta de
legalización del Partido que se celebró en Torrelodones, con aquella caravana
de coches que llegaba hasta Madrid como un campo de amapolas. Pensé que
habíamos sido capaces de hacerlo y que la lucha no había sido en vano.
Vicente Luis Llopiz
Pese a que aún
no estábamos legalizados, aún con Suárez, teníamos un local en la calle
Peligros que todo el mundo sabía que era del Partido. Un día llamó Juan José
Rosón, que habló con Romero Marín para decir que la ultraderecha podía hacer un
atentado contra gente de izquierdas, y dio mi nombre. Dijo que iba a poner
policías para protegerme, y así lo hizo. Uno de ellos me había-detenido la vez
anterior. Mi mujer, que los vio en la puerta de casa, dijo que nos fuésemos a
otro sitio, porque nos estaban vigilando, pero yo se lo conté todo y nos
reímos.
Durante los
primeros meses tras la muerte de Franco, antes de que nos legalizaran, el
Partido tuvo muchos contactos con gente del gobierno. El presidente Adolfo
Suárez cumplió su palabra y el 9 de abril de 1977, aprovechando la Semana Santa
y que los militares estaban de vacaciones, firmó el decreto de legalización del
PCE. Pero la amenaza de golpe de Estado pesó como una losa y podía ser un hecho
real si los españoles votaban en masa al PCE. El voto de los trabajadores y las
capas medias marchó al PSOE, que con cuatro días de actuación obtuvo ciento
veinte diputados frente" a los veinte del PCE. Ahí empezó la crisis del
Partido.
Simón Sánchez Montero
La noche de la
muerte de Franco yo estaba trabajando en el sanatorio Los Nardos. Yo era
auxiliar de farmacia y me acuerdo que bajó un médico con una botella de champán
y me dijo: Manolita, Manolita, que se ha muerto Franco. No se había muerto todavía,
pero nos tomamos la botella de champán. Se murió a los cuatro días.
Me recuerdo en
aquellos meses con una ilusión tremenda en la democracia, pensando que eral tan
bonito para la juventud, para los que vienen detrás de nosotros. Y además ahora
ya podíamos trabajar para el Partido de una forma abierta, sin clandestinidad.
Era una esperanza tremenda que, por desgracia, no se ha cumplido del todo.
Ángel pensaba igual.
Lo que recuerdo
con más ilusión de ese tiempo, de llorar, es la fiesta de Torrelodones que se
hizo cuando la legalización. Ángel ya estaba enfermo y un camarada, que había
estado con él en la cárcel y era muy amigo nuestro, le llevó a Torrelodones en
coche porque mi marido ya estaba muy delicado. Yo me fui en autobús y mi hijo
se fue por otro lado, también en autobús. Aquel acto fue algo inenarrable para
mí. La lluvia, aquella carretera de la Coruña con los coches con banderas y las
pancartas. Lo veo todavía, creo que ahí es cuando me di más cuenta de que
Franco se había muerto. Y luego el nombramiento del rey, que me acuerdo que
Ángel decía: vaya hombre, mira que hacernos monárquicos ahora, con todo lo que
he luchado por la República. Y la vuelta de Dolores, que fue un poco antes.
Un día había ido
yo al local de Castello y una camarada me dijo que Dolores estaba en su
despacho. Pues la quiero ver, dije yo. No sé si podrá, me contestó. Anda que tú
puedes conseguirlo, insistí, porque la camarada era la mujer de Modesto[1] y
había estado en todas partes. Me dio una llantina al ver a Dolores, abrazada a
ella y llorando. Dolores estaba muy bien, muy bien de la cabeza y de salud, y
me tuvo allí una hora hablando con ella.
Había conocido a
Dolores en la guerra, cuando yo trabajaba en la delegación del comité central
del Partido. Yo estaba en el primer piso y ella en el tercero, y había ido
veces a verla por cosas de los vascos, que éramos muy chovinistas, yo ahora lo
soy menos, pero entonces todavía lo era. Además me había criado de chiquitina
en Gallarla, su pueblo. Hablando esta última vez con ella no sé si me
reconocería o no, pero como era suficientemente sensible, me preguntó cuando la
había conocido, se lo conté y ella se acordaba de todo. Me pregunto sobre mi
vida y le empecé a contar por encima. ¿Qué has hecho? me preguntó. No he hecho
nada, le contesté, he estado en la cárcel. Cuando oigo decir a alguien que en
el exilió lo hemos pasado mal, me contestó; los que habéis estado tantos años
aquí en la cárcel si que lo habéis pasado mal. Luego otro día, saliendo con
Ángel, comentó que le gustaría mucho ver a Dolores, que la había conocido mucho
en la guerra, y también estuvimos con ella un buen rato. Para Ángel fue muy
importante, porque como estaba enfermo se encontraba muy sensible. El había
sido su traductor en París en el 37, cuando Dolores fue a hablar con León Blum[2]
para que dejaran entrar las armas y ayudas que mandaban de Rusia a España.
Dolores se acordaba perfectamente. Venid más a menudo, nos dijo, pero Ángel estaba
enfermo y no podía ir solo, tenía que acompañarle yo, que trabajaba todo el
día. Ángel murió poco después.
Manolita del Arco
Mi recuerdo más
nítido del franquismo es el miedo. Me enteré de la muerte de Franco por la
radio, esa misma madrugada, y por la mañana llamé a mi hijo por teléfono para
decírselo, pero ya lo sabía. Yo había perdido hacía tiempo el contacto directo
con el Partido, aunque seguía pasando dinero y recibiendo de vez en cuando la
propaganda, que discutía los domingos con camaradas que conocía de la cárcel y
estaban en mi misma situación. En la primera entrega de carnets que se hizo,
antes de la legalización, recibí el mío en la agrupación de mi hijo. Ahora
apenas voy por el local, porque ya soy un carcamal de noventa años y mi mujer
murió el pasado abril, pero sigo cotizando.
Antonio Gómez Marín
[1]
Juan Guilloto León (Modesto) (1906/1969). Aserrador de profesión, organizador,
junto a Enrique Lister y Vittorio Vidale, del 5º Regimiento, llegó a general
del ejército republicano. El mismo año de su muerte se publicaron sus memorias
“Soy del quinto regimiento”, que en
1978 reeditó la editorial Laia.
[2]
(1872/1950) Presidente socialdemócrata de la República Francesa durante los
años de la guerra civil española. Aunque tal vez a regañadientes, fue uno de
los promotores de la política de No Intervención, que obstaculizó la entrada de
armas para los republicanos españoles durante toda la contienda.
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