La bandera eurocomunista
Pocos
acontecimientos marcaron tanto a los comunistas españoles en la década de los
60 como la muerte de Julián Grimau. El halo de heroísmo que enmarcó,
justamente, su detención, tortura y asesinato estremeció al mundo y confirmó la
justeza de la lucha antifranquista y la dedicación y contundencia con que se
dedicaban a ella los militantes del PCE en medio de las más duras condiciones
represivas.
Julián Grimau
fue detenido a consecuencia de la delación de un camarada el 7 de noviembre de
1962, cuando era responsable del partido en Madrid. Conducido a la Dirección
General de Seguridad, fue salvajemente torturado, llegando a ser arrojado por
una ventana de la habitación en la que se le interrogaba, pese a lo que la
policía tan sólo consiguió de él una escueta declaración en la que reclamaba la
responsabilidad de su actividad y el orgullo de ser comunista: "Julián Grimau García, nacido en Madrid el 18
de febrero de 1911, hijo de Enrique y María, declaro ser miembro del Comité Central
del PCE y que me encuentro en Madrid en cumplimiento de mi deber como comunista".
Eso fue todo. El 20 de abril de 1963, a las 5,30 de la madrugada, fue fusilado
en el campo de tiro de Campamento por un pelotón de soldados del regimiento
Wad-Ras, allí acuartelado.
Ante el
escándalo internacional que desencadenó el crimen en todo el mundo, con
manifestaciones, protestas y asaltos a embajadas, el régimen de Franco dejó la
palabra para justificarlo al hoy presidente de la Xunta de Galicia, entonces
ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, que se refirió a él
llamándole "ese caballerete"
y se inventó un dossier de falsas acusaciones, supuestos crímenes y abundantes
distorsiones de la realidad. Los tiempos pasan, las dictaduras caen, pero algunos
hombres permanecen de sillón en sillón.
De familia de clase
media, Julián Grimau había ingresado en el PCE a comienzos de la guerra civil.
A raíz de los hechos de noviembre del 36, cuando los madrileños derrotaron a
las tropas franquistas que pretendían tomar Madrid, pretensión en la que
llegaron a las mismas puertas de la ciudad, fue nombrado jefe del grupo de la
Brigada Criminal y, posteriormente, ya en Valencia, Secretario General de
Investigación General y delegado comunista en dicho organismo. Exiliado en
Francia, Santo Domingo y Cuba, Grimau regresó al interior de España en 1957, y
tras desarrollar su trabajo clandestino en Barcelona y Andalucía fue elegido
responsable político, de la organización madrileña en 1959, tras la caída de
Simón Sánchez Montero.
Aquellas falsas
acusaciones del dossier de Fraga no hacían en el fondo sino revelar el miedo
del régimen al comunismo y a los avances organizativos y políticos que el PCE
había tenido en los últimos años en diferentes sectores. En la universidad y
entre los intelectuales, sin duda, pero también en el mundo obrero, donde el
incremento de las luchas laborales era creciente y de cuya culpa se acusaba, no
sin razón, a los comunistas, diablos de todos los infiernos; incluso de
aquellos de los que no eran participes.
Antes incluso
que se proclamara la política de Reconciliación Nacional, el PCE inició otro
camino de llegar a las masas que iba a ser fundamental en el auge del partido
en los años siguientes: la participación en los Sindicatos Verticales con
representantes elegidos en los talleres y fábricas, combinando la lucha legal o
paralegal con la clandestina. Los primeros resultados positivos de esta nueva
táctica se notaron ya en 1955, cuando en el III Congreso de Trabajadores del
Sindicato Vertical se aprobaron mayoritariamente las reivindicaciones que los
comunistas venían defendiendo y difundiendo en Mundo Obrero y Radio España
Independiente: salario mínimo social de 75 pesetas diarias, que las mujeres
cobraran lo mismo que los hombres por el mismo trabajo y seguro de paro. El
ministro del ramo, el ínclito sindicalista José Solís Ruiz, que hubo de
escuchar impertérrito las conclusiones del Congreso en su clausura, encontró
pronto la solución a la derrota: no volver a convocar el organismo en el que
había sido derrotado.
La agitación
social y laborar promovida por los comunistas alcanzó pronto niveles
preocupantes para el Gobierno franquista, Las importantes acciones reivindicativas
que tuvieron lugar en Asturias, Vizcaya y Madrid en la primavera de 1956 no
fueron sino el comienzo de una ola prolongada de huelgas y movilizaciones que
no sólo fortalecieron la organización comunista sino que consiguieron de manera
clara el apoyo de destacados artistas e intelectuales, como en la carta de
protesta por la represión en Asturias que 101 intelectuales firmaron en
septiembre de 1963, encabezada por José Bergamín a cuyo nombre seguían, entre
otros, los de Pedro Laín Entralgo, José Luis López Aranguren, Manuel Sacristán,
Paulino Garagorri, Gabriel Celaya, Salvador Espriu e Ignacio Aldecoa.
Aquellas
movilizaciones, que aún con reivindicaciones meramente laborales no dejaban de
tener un fondo político, convocadas a veces por los enlaces sindicales
libremente elegidos utilizando los resquicios legales que les permitían unas
leyes dictatoriales pero que no se podían negar a abrir ligeramente la mano,
sirvieron al PCE pare trabar una ligazón popular de la que hasta entonces
habían carecido. En ellas comienza a surgir por primera vez la denominación de
Comisiones Obreras para los grupos de trabajadores, enlaces o no, elegidos para
negociar ante las empresas, iniciando las bases de una organización sindical
ilegal, pero ya no clandestina, que cuajaría definitivamente en la negociación
del convenio del sector del metal de Madrid a mediados de 1964, dirigidas por
un trabajador de la empresa Perkíns llamado Marcelino Camacho.
Ni que decir
tiene que, de acuerdo al principio de acción-reacción, al auge de las movilizaciones
populares siguió el de la represión policial, que nunca se había apagado pero
que ahora volvía a tomar un protagonismo que llevó a muchos nuevos militantes
comunistas a las cárceles, donde se encontraron con los veteranos que habían
sido detenidos en décadas anteriores. La geografía carcelaria del país volvió a
llenarse de presos políticos, de los que nunca habían quedado vacías, y los
presidios fueron de nuevo universidades para muchos de los reclusos. Las
puertas de las prisiones, algunas tan famosas como la Modelo de Barcelona, la
de Carabanchel en Madrid o la Central de Burgos, seguían siendo punto de
reunión de familiares de presos, incrementados ahora por madres y padres,
esposas, hijas e hijos de los nuevos reclusos.
Un testimonio significativo
sobre la importancia y la repercusión de las cárceles en aquellos primeros años
de la década de los 60 lo constituye el de Ramón Mendezona, miembro de la
dirección del partido y director de Radio España Independiente, la emisora
Pirenaica, que cuenta cómo se elaboró y puso en antena un programa realizado
por los mismos presos: "En la dirección del Partido nos preocupaba que
valiosos cuadros, al ser encarcelados, equivaliera a sepultarlos en vida,
privándonos de su ayuda. Había que solucionar esta anomalía, utilizar el enorme
potencial acumulado en lugares como el Penal de Burgos, donde centenares de
comunistas purgaban largos años de prisión. Comprendíamos las represalias que
podrían descargar sobre ellos, empeorando su situación. ¿Qué hacer?
La solución la dieron ellos mismos. Y el 5 de
octubre de 1963 pusimos en el éter el primer programa "Antena de Burgos", realizado por presos políticos.
Filtrándose a través de los muros y rejas nos llegaban aquellas emisiones
escritas con la paciente pulcritud de los penados, en minúsculos papeles y
caligrafía mínima. Qué inmensa capacidad de iniciativa y de sacrificio,
afrontando todos los riesgos, condensaban esos programas, bien realizados y
audazmente enviados, sin fallar en semanas, meses y años"[1].
Especial
relevancia tuvo en la vida interna del PCE de finales de los años sesenta la
decisión de su dirección de oponerse a la invasión de Checoslovaquia por tropas
del Pacto de Varsovia el 21 de agosto de 1968, que acabaría con la llamada
Primavera de Praga y con la posibilidad de llevar a cabo un socialismo distinto
al soviético, con claros contenidos democráticos. Esta posición crítica sería
el principio de lo que se llamó Eurocomunismo y marcaría el comienzo de la
independencia del PCE con respecto a la política de la Unión Soviética,
fortaleciendo la posición de los comunistas españoles dentro del país y en el
contexto internacional, en el que compartían posturas con otros partidos, el
italiano en primer lugar, pero también el japonés, el francés o el sueco, y
permitiría la elaboración de nuevas líneas políticas, como las expresadas por
los enunciados de "alianza de las
fuerzas del trabajo y la cultura" o "el pluripartidismo como vía al socialismo", que personalmente
tanto debatí en mi célula de las Juventudes Comunistas.
Paradójicamente,
el fortalecimiento del PCE en el interior coincidió con una gran cantidad de
escisiones que tuvieron lugar en el seno de la organización, con la salida en
1968 de los pro-soviéticos, encabezados por Enrique Lister y Eduardo García,
que había estado precedida por la de los pro-chinos en 1963, a raíz de los
enfrentamientos entre China y la URSS. Sucesivas escisiones de aquellos años
darían lugar en buena medida a la larga lista de grupos, grupúsculos y
organizaciones comunistas que nacieron o reaparecieron en España a lo largo de
la década de los 70 y especialmente en los campus universitarios: Partido
Comunista Obrero Español (PCOE), Liga Comunista (LC) y Liga Comunista
Revolucionaria (LCR), Partido Comunista Marxista-Leninista (PC-ML), Partido
Comunista Independiente (PCI), Oposición de Izquierdas (OPI), Movimiento
Comunista (MC), Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT) o Partido del
Trabajo (PT).
Ni que decir
tiene que militantes de todos ellos, por no hablar de los de ETA o el FRAP, fueron
detenidos, pasaron por las cárceles franquistas y sufrieton toturas durante la
última década de la dictadura. No aparecen aquí, como tampoco lo hacer tantos
militantes del PCE que ingresaron en el partido en ese mismo periodo de tiempo
y vivieron similares avatares que sus compañeros de otras organizaciones. Como
concepto de este trabajo había delimitado el campo a aquellos comunistas que,
habiendo iniciado su andadura militante antes de la guerra civil, o en la
inmediata postguerra, como Armando López Salinas, estuvieron en la lucha hasta
el fin de la dictadura, una resistencia que en muchos casos hizo que igual
fueran encarcelados en los años 40 o en los 70. Es el caso de Simón Sánchez
Montero, que aquí cuenta su primera estancia en la cárcel pero que en la última
etapa fue encerrado hasta la proclamación de la amnistía de 1976, ya muerto y
bajo losa el dictador. Manolita del Arco, desde fuera, y Vicente Luis Llópiz,
desde dentro, narran la situación en las cárceles en la segunda mitad de los
sesenta y Tomasa Cuevas ofrece una lección sobre comunicaciones clandestinas en
las cárceles.
[1] "La Pirenaica y otros episodios".
Libertarias/Prodhufi (Madrid, 1995).
Cárceles 2
Regresé a Madrid
desde Sevilla en el 44 y me puse a trabajar para el Partido, viviendo con
muchas dificultades porque no podía ir a casa de mi familia. Ya estaba casado
con Carmen, pero no podía verla porque ella también había estado detenida y
podía ser peligroso. Estuve en el comité de Vallecas y también un poco
encargado de la propaganda del comité regional. En septiembre del 45, recién
terminada la guerra mundial, me detuvieron por primera vez. A las tres del la
tarde del 11 de septiembre tenía que entregar una multicopista, una de las más
antiguas, de esas de palanca, en una frutería que regentaba un camarada al que
llamábamos Trosky. Llegué a las tres
menos cuarto, el cierre estaba echado a medias, como lo dejaban ellos al medio
día. Entré y encontré a uno de los hermanos que llevaban la tienda y a otro tío
al que no conocía. El chico me preguntó enseguida que es lo que deseaba. Yo me
di cuenta inmediatamente de que algo no iba bien, porque esa no era la contraseña,
y le pedí un kilo de uvas. Él empezó a echar las uvas en un cucurucho de papel
y el otro me pidió la documentación y se identificó como policía. Le di la
cartera y salí de un salto bajando el cierre metálico, aunque no tenía la llave
y no lo pude cerrar del todo. Salí corriendo. Era en la calle Ancora esquina a
Delicias y todo el bloque siguiente era un solar enorme con un lavadero muy
grande a donde iban muchas mujeres. Cuando di la vuelta a la esquina el policía
disparó el primer tiro corriendo y gritando: al ladrón. Al doblar una calle
volvió a disparar y los gritos siguieron. Yo ya había dejado al tío atrás,
porque yo corría mucho y el tenía más edad, pero otro tío, que al parecer era
de la guardia de Franco, se tiró a por mí, forcejeamos, me rompió las gafas y
en la pelea llego la policía y pudo detenerme. Volvimos hacia la frutería, y al
llegar por la calle de Canarias hacia la glorieta de Luca de Tena oía los
comentarios de la gente que se preguntaba por qué me detendrían y yo di el
mitin, explicando que me detenían porque era comunista y republicano. Al policía
que me llevaba le temblaba la mano, porque claro, la guerra mundial acababa de
terminar y las cosas que ocurrían en el mundo entonces no se sabía cómo podían
terminar. Apareció un guardia municipal vestido de uniforme y con pistola que
dispersó a la gente.
Me llevaron a la
Dirección General de Seguridad y me encerraron, pero a la una y media de la
madrugada fueron a sacarme. Me subieron arriba y fuimos a salir por la puerta
de la puerta del sol, pero el de la guardia que había allí se negaba a dejarme
salir, porque no me habían apuntado el ingreso en la DGS, pero los de la social
se impusieron. En un coche me llevaron Carrera de San Jerónimo abajo hasta la
comisaría de Vallecas. Claro, es porque no me querían currar en la Puerta del
Sol porque estaba en España el hijo de Churchill e iba a hacer una visita a la
Puerta del Sol para ver como trataban a los detenidos. Creo que allí vio a
Santiago Alvarez, que le habían detenido unos días antes. La caída fue porque
en Vallecas hicimos una octavilla denunciando que le habían detenido y pidiendo
su libertad, ese fue el origen de la caída.
Me tuvieron toda
la noche en una habitación de la comisaría de Vallecas y al día siguiente,
cuando se apagó la luz, que se apagaba a las siete de la mañana por las
restricciones, me bajaron a un calabozo en el que me encerraron, dejándome las
manos esposadas a la espalda. Una noche de esas te desidrata ¿no? y yo tenía
una sed terrible y llamé con el pie. Llegó un guardia enseguida preguntándome
que deseaba. Si hace usted el favor de traerme un poco de agua, le pedí. Sí,
sí, ahora mismo, me dijo, y volvió con un botijo. Pero yo no podía beber,
porque estaba esposado. Se lo mostré y el hombre dijo: esto es un crimen, son
unos asesinos, ya he oído lo que han estado haciendo con usted esta noche, a
esto no hay derecho, yo le quito las esposas. Y el hombre aquel fue a probar
pero no valía su llave. La de los otros compañeros, que también las probó,
tampoco. Cuando llegue el relevo probamos con las de los otros, me dijo, y
efectivamente, probó luego y una de ellas valía y me quitó las esposas. A mi
aquello me emocionó.
Volvieron por la
noche y me subieron otra vez a la habitación de arriba. Se pusieron como unos
energúmenos porque me habían quitado las esposas y seguramente al hombre le
valió una buena bronca. Me tuvieron muy aislado, porque yo no sabía si la detención
era por una cosa o por otra, por el aparato de propaganda o por la actividad en
Vallecas.
Estuve allí
hasta últimos de septiembre que nos llevaron a Alcalá de Henares, donde estaba
la prisión preventiva en la que tenían a los presos antes de juzgarles. Allí me
enteré al fin que la cosa venía de Vallecas, luego me dijeron que era por las
octavillas. En la conducción a la estación nos llevaron en un coche celular y
uno de los policías le habló al jefe de la Guardia Civil y le habló, me
recomendó vamos, y el tío me apretó las esposas al máximo, bueno una de ellas,
porque iba unido a otro camarada. La mano empezó a hinchárseme, el otro
camarada llamó al que nos acompañaba y le explicó la situación, que no había
derecho a hacerme lo que me estaban haciendo. Nada, que se aguante, dijo el
tío. Cómo sería la cosa que cuando llegamos a la cárcel el funcionario que se
hizo cargo de nosotros le dijo a la guardia civil: ustedes no tienen derecho a
esto que hacen.
Alcalá de
Henares era en aquella época la cárcel de los detenidos ya por asuntos de
clandestinidad, no de guerra. No sé, habría unos ochocientos presos políticos,
la gran mayoría comunistas, todos de delito posterior, que decían. Como era
después de la guerra, y aunque los de la CNT y del PSOE habían permanecido los
primeros años sin organización, antes la inminencia de que la guerra mundial
acababa de terminar y que ellos estaban convencidos de que las democracias iban
a ayudar a terminar con Franco, se habían organizado. Había allí dos ejecutivas
del Partido Socialista y una dirección nacional o dos de la FAI-CNT, creyendo
eso. Incluso en la calle yo había tenido alguna reunión orgánica con un
socialista y nos proponían que creáramos en Madrid un Gobierno republicano en
contraposición al gobierno de la república en el exilio. Claro, aquello no me
lo tomé en serio porque me parecía cómico, ya que yo estaba convencido de que
los ganadores de la guerra no iban a acabar con Franco, antes al contrario. En
Alcalá de Henares estaban también Lucas Ñuño y Agustín Zoroa[1],
que habían vuelto del exilio y a los que fusilaron el 27 de diciembre de 1947.
A Agustín le mantenían en celdas y no le dejaban hacer vida común con los otros
presos.
En 1948 me
trasladaron a Burgos, que era la prisión comunista, a la que llevaban a los
presos de todas las cárceles de España que consideraban más peligrosos, a los
que habían participado en huelgas y protestas. Había allí unos dos mil
internados, de los cuales mil setecientos eran del Partido, pero no de la
guerra, sino acusados de lo que llamaban delito posterior. A partir del momento
en que se inició la guerra fría con el discurso de Churchill del 46, veíamos
que teníamos que pasar allí el desierto, porque la cosa iba para largo, y el
Partido se preparó conscientemente para ello. Se ha dicho mucho que Burgos era
una universidad, y es cierto, porque allí había catedráticos, escritores,
pintores, músicos, muy capaces políticamente todos ellos, que daban charlas y
clases. La escuela tenía mil doscientos apuntados, que recibían clases de los
últimos años de bachillerato, de física y, sobre todo, de economía marxista. No
se autorizaba nada, pero se hacía de todo, como por otro lado se hacía también
en Alcalá de Henares.
En Burgos había
una biblioteca clandestina con libros de todo tipo, se representaban obras de
teatro, se fabricaban objetos en un taller que luego se mandaban fuera y
servían para recaudar dinero. También había un coro, del que yo no formé parte,
y una orquesta de presos, en la que no había comunistas.
En el dormitorio
se reproducía Mundo Obrero, que era
local pero mantenía la misma cabecera que la edición nacional. Se hacían a mano
quince o veinte ejemplares, que se copiaban con una gelatina, y también se
editaba una revista humorística. Otra cosa eran las reuniones, que al principio
las había de todo tipo: de célula, de agrupación, de grupos regionales o
sindicales. Un día, haciendo balance se me ocurrió decir que hacíamos
demasiadas reuniones en las que discutíamos siempre lo mismo, y la observación
tuvo éxito, porque al poco tiempo se redujeron las reuniones. La proyección de
la cárcel hacia la ciudad era muy grande. Hubo un momento en que la Acción
Católica de Burgos mandaba a sus chicas a catequizar a los presos, pero
tuvieron que dejarlo porque era al revés, los que las catequizábamos a ellas
éramos nosotros.
Simón Sánchez Montero
Menos de tres
años después de salir de la cárcel, en la que habíamos pasado dieciocho años,
detuvieron a Ángel de nuevo. Nuestro hijo tenía dieciséis meses. Él salió en
abril del 60 y le detuvieron el día 20 de enero del 63 y tuvimos que volver a
las cartas. Yo le escribía todos los días y él me escribía una vez a la semana,
que era lo que le autorizaban. Estuvo otros siete años encerrado.
Entonces tuve
que vivir algo que he comentado muchas veces, que fue estar a la puerta de la
cárcel, más aún sabiendo lo que sucede dentro, como era mi caso. En la cárcel
te castigan un montón de veces por lo que sea. Recuerdo que una vez, al
principio de estar yo en la cárcel, me llamaron a comunicar porque había
llegado mi madre, y una funcionaría, que era tan mala que le llamábamos la Drácula,
me paró. ¡Quieta! me dijo, porque iba corriendo. Mi madre no me pudo ver aquel
día. Aquella funcionaría me castigó por lo menos quince días a fregar las
galerías, de rodillas, porque entonces no había fregona. Sólo por correr al ir
a comunicar.
Cuando después
estuve en la puerta de la cárcel de Burgos para ver a mi marido y nos han dicho
que no salían a comunicar porque estaban castigados, era una angustia
horrorosa. Yo, que sabía lo que era la cárcel, tenía menos angustia, porque
sabía lo que es la sicología del preso, que sabe que la causa por la que está
castigado es una causa injusta, pero que sin embargo él, como tal preso, se ha
portado justamente, en ese momento tú estás tranquilo y están bien y estás
hasta contenta. Estando preso te preocupa la familia, pero hasta cierto punto,
porque crees que todo se acaba cuando se marcha, pero no, la familia está ahí.
Estar a la
puerta de la cárcel también es muy duro. El funcionario o funcionaría te suele
tratar a patadas, vas con los niños y tienes que estar con en brazos, con el
paquete en la otra mano y sin que te hagan ni lindo caso. Los funcionarios, en
vez de decir: que vayan pasando y den los paquetes para que luego pasen a
comunicar, te tienen allí en la calle con el tiempo que haga, con sol o
lloviendo a cántaros. Recuerdo que en la puerta de Burgos se me helaba toda la
cara y no podía ni hablar aunque fuese muy abrigada, y a mi hijo la de veces
que le he tenido que llevar en brazos aunque tuviese ya cuatro años, para que
no se helase por el camino, que había que andar un kilómetro desde el autobús
hasta la cárcel, porque nosotros no teníamos ni coche ni nada, claro. Y estás
allí en la puerta para te digan que ese día, un día de la Merced[2],
por ejemplo, los niños no podían pasar, después de haberles llevado de Madrid a
Burgos para que estuvieran un rato con sus padres.
Pero ese día los
niños no pasaron, porque los presos habían dicho que los niños no pasaran, ya
que habían castigado a dos compañeros[3],
que estaban luchando por no ir a misas, para conseguir que desapareciera del
reglamento la clausula que obligaba a ir a misa a todos los presos. Como
pensaban que para el día de la Merced les levantarían el castigo, porque ese
día solían levantarlos, y ese año no lo habían hecho, los presos dijeron que
como no salieran de celdas esos dos camaradas ellos no recibían a sus hijos. A
todo esto, la puerta del penal estaba llena de madres con niños. Yo tenía uno,
pero había camaradas que tenían tres o cuatro. Allí, a la puerta de la cárcel,
preguntando los niños que cuando iban a entrar a ver a papá, y una diciéndoles
que no, que ese día no entraban.
El funcionario
de prisiones me llamó. Era bastante mala persona pero a mí me tenía bastante
respeto, pues aunque me había enfrentado con él varis veces, le hablaba con
bastante diplomacia y me respetaba. Yo estaba allí con todo el grupo de mujeres
enfrente del penal, y me llamó. Llegué a la ventanilla de paquetes y me dijo
que mi marido había dicho que pasara al niño. Le pregunté ¿mi marido ha dicho
que pase el niño? Sí, sí, ha dado recado de que pase al niño. Pues dígale a mi
marido que el niño no pasa. Pero bueno, señora, es que su marido quiere ver al
niño y si él dice que le pase tiene usted que pasarle. Dije: sí, pero como
resulta que el hijo está conmigo en este momento no pasa, dígale usted a mi
marido que el niño no pasa, a menos que dejen pasar a todos los niños que están
aquí con el mío, o que salga él mismo a buscarle aquí a la calle. Yo sabía que
era mentira, porque Ángel no dice que pase el niño si han tomado la decisión
contraria. Lo que sucedió es que el funcionario quería ver si así rompía la
unidad que teníamos, tanto las mujeres de los presos como los presos mismos.
Además, que salvajada, que yo pasara a mi niño mientras el resto de las madres
no podían.
Se ha hablado
mucho de los que hemos estado presos, pero poco de los familiares que esperan
en la puerta. Las que más han ido a las puertas de las cárceles han sido las
mujeres: hermanas, esposas, madres. En muchos casos porque los hombres eran los
que estaban dentro; en otros, porque aunque no fuera el marido, sino el hijo o
el hermano, el hombre de la casa, el padre, es el que trabajaba y no podía
dejar el trabajo. El caso es que la que iba siempre a la puerta de la cárcel y
tenía que aguantar los malos humores del funcionario, a veces hasta el mal
humor del familiar que salía a verla, las horas de espera a la puerta de las
cárceles, que son a veces interminables, para que luego llegues y te digan que
está castigado. O como sucedió en muchos casos, sobre todo en los primeros dos
o tres años de la terminación de la guerra, que llegara una mujer a la cárcel,
preguntara por fulano de tal para verle y le dieran el petate de fulano de tal
que le han fusilado esa mañana. Las mujeres fueron las que estuvieron siempre
al pie del cañón, sin desfallecer nunca, únicamente con el sufrimiento de saber
qué les pasaría dentro y qué no les pasaría, que quisieran llevarles más de lo
que llevan y no pueden porque económicamente no se lo permiten sus
circunstancias, y que quisieran, claro está, sacarle a través de las rejas y
que tampoco pueden. La impotencia por un lado y la angustia por otro, y que,
además, es una vida tronchada, porque hay esposas que han estado a la puerta de
la cárcel muchos años. Yo tengo una amiga, que el marido está ahora muy enfermo,
muy enfermo, ya con ochenta años, que entre las dos etapas que él estuvo preso
ha pasado veinticuatro años a la puerta de la cárcel esperándole. ¿Qué juventud
ha tenido esta mujer? De una lealtad extraordinaria, porque ha podido haber
excepciones, pero normalmente la mujer ha mantenido en estos casos una lealtad
extraordinaria al marido.
Entre las
mujeres de los presos había buenas relaciones, aunque las hubiera que no eran
del Partido. Las que estábamos en el Partido éramos una piña. En la década de los
sesenta hemos estado muy organizadas las mujeres de los presos. Hemos ido a ver
a personalidades, al Primado de España, por ejemplo, pidiendo la amnistía, a
otros obispos, políticos, a quien fuera necesario. Cuando hacíamos una petición
de amnistía no era para uno en particular, sino globalmente, para todos los
presos políticos, aunque teníamos que decir que lo pedíamos porque éramos
esposas de presos determinados. Por ejemplo, la mujer de Simón, hasta fotos tengo
de haber ido a viajes con ella y con otras. Hemos hecho manifestaciones en
Madrid pidiendo la amnistía, aunque íbamos cuatro en aquella época. Estábamos
muy unidas, se creó entonces una relación muy fuerte que hemos seguido
manteniendo, aunque ahora se anda de otra manera y nos vemos menos, pero
mantenemos una amistad entrañable. Tengo grandes amigas que hice en las puertas
de las cárceles. Ahora voy a ver si encuentro una residencia donde pueda estar
una de estas amigas que tiene ochenta años, aunque no hay manera, porque las
residencias son muy caras y en las de la Comunidad no hay plazas. Es muy
difícil, pero ahí tengo dos direcciones a ver si el lunes puedo ir y enterarme
de lo que cuestan. Esta amiga tiene dos pensiones, porque los dos eran sastres
y trabajaron, pero no es suficiente. También tienen dos millones y pico que les
han correspondido por haber estado el marido en la cárcel, y ella lo dice así,
fríamente: si yo supiera que Julián se muere en cinco meses, yo esos dos
millones, que ella los ha puesto para que le renten, me los gastaba íntegros en
él, pero si le meto en una residencia de doscientas mil pesetas al mes ¿cuánto
me duran los dos millones¿ ¿diez meses? ¿y luego que hago?. Es triste la cosa.
Es un matrimonio que vive en una casa vieja por ahí por la calle de las Huertas
que es un cuarto piso sin ascensor y ya tienen ochenta años, con artrosis. Es
una mujer con una moral estupenda, pero ahí están, él con la cabeza casi
perdida y ella sin dinero para poder ayudarle. Ha sido una mujer muy valiente,
veinticuatro años a la puerta de cárcel, al Puerto de Santa María, a
Chinchilla, ese penal que hay en Albacete, y a Burgos, claro.
No teníamos
mucha relación orgánica con el Partido, porque al ser mujeres de preso éramos
muy conocidas, pero manteníamos contacto a través de un camarada que
representaba al Partido y nos orientaba siempre. Era la forma de luchar como
mujeres de presos, que teníamos mucha más autoridad moral para ir a hablar con
gente, por ejemplo con Solís, que nos llamaba camaradas. Nunca se me olvidará,
íbamos Carmen, la mujer de Simón, y yo, y nos decía camaradas. Nuestra tarea en
este tiempo, hasta que ellos salieron, era luchar por la libertad de los
presos. En eso estaba centrado nuestro trabajo político. Nos daban con la
puerta en las narices muchas veces, como es natural, pero nuestra tarea natural
era pedir la amnistía.
Manolita del Arco
La primera
visita que recibí en mi celda de Burgos fue la del oficial de servicio. Me dijo
que había leído mi expediente y que le parecía mentira que no me diera cuenta
de que estaba luchando contra un muro. Yo le contesté que a Lenin le habían
dicho lo mismo y contestó que a lo mejor tiraba abajo el muro, pero él decía
que era imposible.
En aquel momento
había un sector de la iglesia un poco antifranquista y la organización del Partido
en la cárcel se planteó luchar por la libertad de conciencia de no ir a misa.
Pensaron en Vidal de Nicolás[4] y
en mí para iniciar la acción. Como primer paso enviamos instancias al obispo y
a los ministros planteando el tema sin resultado, por lo que decidimos
dirigirnos al director de la prisión e indicarle que si para una fecha
determinada no nos facilitaba un lugar para leer nos negaríamos a ir a misa.
Llegado el día elegido, nosotros bajamos los últimos al patio y dijimos que
queríamos ir al lugar de lecturas. Como no lo había les comunicamos que nos
negábamos a ir a misa reivindicando nuestro derecho de no creyentes. Nos
llevaron a celdas de castigo y nos cortaron el pelo al cero. El domingo
siguiente nos sacaron al pasillo y nos ordenaron que nos arrodillásemos. Ese
día entraron en celdas cuatro camaradas más que se habían negado a ir a misa y
fuimos seis. Entre ellos estaba el periodista Elíseo Bayo.
El periplo fue
pintoresco, porque los funcionarios nos leían lecturas piadosas y se
sorprendían mucho cuando veían que teníamos gran respeto por las lecturas
morales. Al cuarto domingo los funcionarios ya no resistían la tensión. Nos
planteamos entonces no desfilar frente a la dirección, haciéndolo como los
prisioneros de guerra, con la cabezas bajas. El día cumbre nos pusimos en
cabeza Vicente Cazcarra[5] y
yo, encargados de arrancar a paso lento. Nos llevaron a las celdas de castigo,
pero acabamos con el desfile.
También hicimos
otra acción magnífica con motivo de la muerte de Togliatti[6],
que a la hora del paseo en el patio hicimos una formación cerrada y guardamos
un minuto de silencio. Aquel día las mujeres de los presos hicieron una
manifestación en Burgos, por la Avenida del Espolón, a las doce de la mañana,
cuando más gente había. Fue una magnifica época de lucha del Partido con la que
se consiguieron muchas cosas.
Desde entonces
se nos fueron dando más libertades dentro. Se nos llevaron estufas, se permitió
que leyéramos la prensa, aunque sólo el ABC, y se liberalizó más la vida
interna.
Vicente Luis Llopiz
De Burgos se
sacaban las cosas de mil maneras: con una tartera de doble fondo, en las asas
de los bolsos, y para entrar también, en latas de conserva, a las que también
les hacían en Francia un doble fondo. Con una de estas me pasó a mi una vez que
se conoce que habían dejado un pequeño poro abierto y por él se pudrieron las
sardinas en aceite que iban en la lata y había un olor horrible. Yo fui
echándome colonia de Barcelona a Zaragoza, y allí fui a la persona que iba a
pasar la lata, la familia de Vicente Cazcarra, que me ayudaba a meter y sacar
las cosas de Burgos (también me ayudaba desde Vitoria la familia de Rosell), y
les dije: Marujina, el coche y arreando a Burgos que mira lo que llevo, trilita
va ahí. Como olía tanto, le dije al padre de Cazcarra: Vicente, que también se
llamaba Vicente, vamos a abrir la lata en el campo. El no quiso. Llegamos a
Burgos y nos quedamos de pensión. Bajamos al río, abrimos la lata, tiramos las
sardinas y sacamos los papeles que había en ella. Me tuve que buscar un apaño
para meter las cosas y le expliqué a Miguel lo que había pasado, porque era
imposible meter la lata, lo hubieran descubierto todo.
Tomasa Cuevas
NOTA: Los dibujos pertenecen a Tony
Gallardo, escultor y pintor canario, secretario general del PCE de Canarias en los años sesenta, que estuvo preso en las cárceles de
Segovia, Cádiz y Tenerife entre 1968 y 1972.
[1]
Ambos fusilados. Ver en el capítulo Paredones
de este mismo libro la última carta de Agustín Zoroa dirigida a su madre, que
escribió la misma madrugada de su fusilamiento.
[2]
La virgen de la Merced, es la patrona de los presos y en su festividad, el 24
de septiembre, dejaban entrar a los niños al interior de la prisión para que
vieran a sus padres.
[3]
Vicente Luis Llópiz, que fue uno de ellos, habla del incidente en este mismo capítulo.
[4]
Poeta vasco. De 1998 a 2005 fue presidente del Foro de Ermua.
[5]
(1935/1998) Marino mercante y traductor. Estuvo seis años en Burgos. Fue
secretario general del PCE de Aragón.
[6]
(1893-1964) Secretario General del Partido Comunista Italiano. Exiliado en la
Unión Soviética tras el golpe fascista de Mussolini, asesoró al PCE durante la
guerra civil con el nombre de Ercoli. Miembro de la dirección de la
Internacional Comunista, a su vuelta a Italia finalizada la guerra mundial,
puso los cimientos de lo que luego se llamaría Eurocomunismo.
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