domingo, 6 de octubre de 2013




 Hubo un tiempo en España, que llegó hasta casi el final del siglo XX, es decir, ayer mismo, y que en muchos casos todavía perdura, en el que se consideraba norma educativa imprescindible no comentar delante de los niños ciertos temas. Incluso había una frase clave para avisar a quien se atreviera a aludir una de esas cuestiones tabú en presencia de menores e indicarle que debía cerrar la boca. “Hay ropa tendida”, se decía, y cualquier atisbo de contar un chiste verde, sobre todo, pero también de hablar de sexo, moral,  político o en general cualquier problema adulto, quedaba acallado entre las miradas cómplices de los asistentes. La aparición en TVE del programa infantil-juvenil “La bola de cristal” fue una señal de que habían llegado tiempos en que los padres podían hablar de cualquier cosa delante de sus hijos y de que estos podían preguntar lo que no entendieran con la seguridad de que les iba a ser explicado.
Superada aparentemente la llamada transición, en la que España había pasado de la dictadura a la democracia certificada por el aplastante triunfo electoral socialista de dos años antes, TVE debía convertirse en la imagen televisiva de ese cambio anunciado que llevó a Felipe González a la presidencia. No sé si de manera premeditada o no, “La bola de cristal” contribuyó a preparar el surgimiento de una España nueva empezando por la parte más sustancial del proceso: ayudando a crear al nuevo niño, el hombre del futuro.
La creadora y directora del programa fue Lolo Rico, una madrileña que había empezado a estudiar bellas artes para acabar licenciándose en periodismo y que creía, como confesó casi 30 años después en una entrevista, que la infancia “está hecha para crecer, y que la televisión puede ofrecer productos que ayuden a crecer”. Y crecer era, naturalmente, acercarse al mundo de los adultos, que no había que ocultarles, sino írselo abriendo para que pudieran enfrentarlo, cuando les llegara el momento, con conocimiento de causa.
Lolo Rico sabía de primera mano lo que eran los programas infantiles, pues ya había trabajado como guionista en espacios de buen recuerdo, como “La casa del reloj” (1971-74) o “Un globo, dos globos, tres globo” (1974-1979). Además, entre 1981 y 1983 creó y dirigió “La cometa blanca”, en el que ensayaría, con menor radicalidad, los principios básicos que luego utilizaría al año siguiente en su nuevo programa, que la haría pasar a la historia de la televisión en España.
Frente a unos espacios infantiles que intentaban entretener y enseñar a los niños --lo que a veces  hicieron a la perfección, y ahí están “Los payasos de la tele” o “Barrio Sésamo” para recordarlo--, pero que partían siempre del principio de que el mundo de los más pequeños era un cuarto cerrado sin salida al espacio de los adultos, “La bola de cristal” se planteó, por el contrario, abrir esa puerta y dejar de tratar a los niños como una especie aparte, sin contacto con la realidad, para dirigirse a ellos como personas en permanente evolución y aprendizaje. Se trataba, no de encerrar a los niños en una urna de cristal, sino de fortalecer su imaginación y creatividad, despertar su curiosidad y fomentar su espíritu crítico.
El anuncio que la propia TVE hizo del estreno del programa, el sábado 6 de octubre de 1984, a las 11 de la mañana, ya era clarificador de lo que iba a llegar cada fin de semana durante los próximos cuatro años: “En la primera parte, los Electroduendes, ayudándose de sus trucos, tratan de impedir el normal desarrollo del programa. En la segunda parte, ‘El librovisor’, se cuenta, en forma de noticias de telediario, el cuento de Blancanieves y se exhibe un episodio de ‘La pandilla’. En el tercero y último bloque ‘La banda magnética’ actúa el grupo Objetivo Birmania y Mantequilla, el pequeño detective”.
El programa juntaba ya en su primera emisión la capacidad subversiva de los incorrectos y poderosos Bruja Avería y sus compañeros, con la información tamizada por la ficción y la música de más actualidad. También se trataba de romper los usos habituales del lenguaje televisivo para los niños y de sus presentadores melosos o acartonados. Lolo Rico acudió a la cantera de los nuevos artistas, especialmente músicos y cantantes, que estaban surgiendo en cada esquina y en cada café. Alaska, Santiago Auserón, Loquillo, Kiko Veneno, Pablo Carbonell, Javier Gurruchaga, Anabel Alonso o Pedro Reyes fueron algunos de los que se foguearon en el programa con regularidad. En 1988, ya con el segundo gobierno socialista plenamente en acción, aquellos impulsos iniciales de cambio habían desaparecido y acabado el tiempo de “La bola de cristal”, que desapareció ese mismo año.


Una santa a pie de tierra
TVE tiró la casa por la ventana para la realización de “Teresa de Jesús”, su gran producción dramática del año, cuyos preparativos se habían iniciado en 1982. Se contrató a lo mejor que había en el mercado: La directora Josefina Molina, realizadora fija de la cadena que, además de numerosos programas dramáticos televisivos, ya había dirigido películas tan aclamadas como “Eva un cuento cruel” (1973) o, sobre todo, “Función de noche” (1981); la actriz Concha Velasco, entonces en la cumbre de su fama, que estaba acompañada en el reparto por Francisco Rabal, Héctor Alterio, Silvia Munt y Emilio Gutiérrez Caba, entre otros; y dos guionistas de renombre, el filólogo Víctor García de la Concha, ya académico y futuro director de la Real Academia de la Lengua, y la novelista Carmen Martín Gaite. Fue esta última quien describió en un periódico de la época la visión que pretendían ofrecer de la protagonista: “una dimensión de Santa Teresa no como santa, sino como una mujer del siglo XVI que hace unas cosas determinadas, muy insólitas para su época”.
La serie costó 360 millones de pesetas, se rodó en Ávila, Salamanca, Segovia, Toledo, Burgos, Úbeda, Baeza, Sevilla y Cáceres, así como en unos estudios de 2.300 metros cuadrados. Intervinieron 56 actores principales, 204 secundarios, 45 especialistas y más de 2.500 sesiones de figuración. El éxito fue total y abrió el camino para que Concha Velasco se convirtiera en la gran dama de la escena española que llegaría a ser.
Sin embargo, no todo fueron parabienes en el segundo año de José María Calviño como director general de RTVE. En 1984 Se vetó un reportaje de Baltasar Magro sobre el Grapo para “Teleobjetivo”, Joaquín Arozamena fue destituido al frente del telediario que presentaba, y se suspendió un especial sobre la OTAN, que había realizado Manuel Torreiglesias, justo el día anterior a una manifestación contra la organización militar, retrasando la emisión a la semana siguiente, pasada ya la protesta.



LAS TELES DE LAS AUTONOMÍAS
En 1984 el Estado de las Autonomías en que se había convertido la España democrática gracias a la Constitución de 1978 había llegado ya al punto de madurez de exigir televisiones propias en cada comunidad, rompiendo el monopolio de TVE. En diciembre de 1983 se aprobó en el Parlamento la ley de los terceros canales, que abría el camino a los canales autonómicos,  con la excepción del País Vasco, que debido a una prerrogativa de su estatuto había adelantado el nacimiento de Euskal Televista al 31 de diciembre de 1982.
La catalana TV-3 comenzó sus emisiones en enero de 1984, y la siguió la gallega TVG, que no empezó hasta julio de 1985. Eran las tres comunidades que disponían de un idioma propio, característica que tuvo una importancia fundamental en sus respectivas cadenas. La siguieron Andalucía (Canal Sur, 1987), Madrid (Tele Madrid, 1989) y Valencia (Canal 9, 1989). Luego, ya a partir de mediados de la década de los 90, le llegaría el turno a Canarias, Castilla la Mancha o Aragón.
Aunque las cadenas autonómicas mantuvieron, en general, el modelo de televisión pública de TVE, que sólo se rompería con la llegada de las privadas, su nacimiento supuso el comienzo de la diversidad televisiva en España. Se inició entonces un proceso de creciente competencia, que acabaría en el declive de la cadena estatal, que a partir de entonces sería cada vez menos hegemónica, hasta perder su papel dominante ya en el siglo XXI.









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