La llegada del
hombre a la Luna, los disparos de Tejero al entrar en el Congreso de los
Diputados con sus guardias civiles o la caída del muro de Berlín son momentos
históricos que se contemplaron en medio mundo gracias a la existencia de la
televisión, que entre otras cualidades, no siempre bien explotadas, tiene la de
permitir que las imágenes que ofrece sirvan para que los espectadores retengan
en sus mentes para siempre esos instantes, dramáticos o felices, que marcaron
el mundo.
El 16 de
noviembre de 1985, en Colombia, una niña de 13 años, Omayra Sánchez, falleció después de tres días de impotente agonía tras ser sepultada por el fango comoconsecuencia de la erupción del volcán Nevado de Ruiz. Un siglo antes,
incluso 50 años, un drama sucedido en un lugar del mundo tan alejado de los
centros del poder mundial apenas hubiera sido conocido por nadie, pero en 1985
las imágenes de la agonía y muerte de la niña fueron recogidas por la cámara
del reportero de TVE Evaristo Canete,
que ya en el siglo XXI todavía seguía dándole vueltas en su cabeza al dilema
moral y profesional al que hubo de enfrentarse en aquella ocasión. “Por un ojo ver una película de terror y por
otro la realidad”, explicó en una conferencia en el 2007.
En España,
aquellas crueles y dramáticas imágenes, que fueron reproducidas en todo el
mundo y convirtieron a Omayra Sánchez en un icono internacional de la tragedia,
las emitió “Informe Semanal”, y
quienes las vieron no pudieron olvidarlas nunca. Fueron también un signo de los
tiempos que abriría el camino de la información-espectáculo, que acabaría con
los años por apoderarse incluso de los noticiarios más serios.
Pero como la
televisión es un medio de contrastes, y conviven en ella, a veces de manera
obscena, las más escalofriantes tragedias con los más frívolos sucesos, la otra
imagen televisiva de 1985 fue todo lo contrario de un drama.
10 años antes,
tras la muerte de Franco, el llamado destape fue el síntoma más visible, aunque
también el más epidérmico y superficial, de que las cosas estaban cambiando. El
largo invierno de casi 40 años de represión sexual había desembocado en una
orgía de desnudos, femeninos, claro, que lo cortés no quita lo machista, que
llenaron las páginas de papel couché de las revistas y las pantallas de los cines.
Pero en televisión la liberalidad llegó más tarde y los telespectadores
españoles no pudieron ver el primer desnudo integral femenino hasta la Nochevieja
de 1985, cuando José Luis Moreno se
trajo de Italia a una actriz erótica para mostrárserla a los asombrados
espectadores tal y como llegó al mundo, aunque con 34 años de edad.
La protagonista
de la primicia era un personaje ciertamente curioso para la pacata España de
entonces y habría de serlo todavía más en el futuro. Iona Staller, más conocida como Cicciolina, había nacido en Hungría, pero se hizo famosa en Italia,
donde para aquellas fechas ya llevaba una espectacular carrera como modelo
erótica, que la había llevado a las páginas de Playboy, y cinematográfica, como
participante en más de una docena de películas del género. También había
comenzado carrera política en 1979 en el Partido Ecologista, aunque fue por el
Partido Radical por el que consiguió acta parlamentaria en 1987. No hay pruebas
de que el escándalo que provocó en España su desnudo tuviera nada que ver con la
politización de la porno star.
Igual o mayor
polémica que el desnudo de la actriz italiana causaron sendas películas,
eróticas para unos, pornográficas para otros, que TVE se atrevió a emitir en
aquel año de audacias. Una fue “Cuentos
inmorales”, del polaco Walerian
Borowzyk, la unión de cuatro cortometrajes intelectualizados a
los que solo algún que otro cuerpo sin ropa daba aliciente erótico. La otra, la
tremenda “El imperio de los sentidos”,
una lúcida reflexión sobre la pasión y la muerte, podía provocar cualquier cosa
menos excitación. Pero eso no libró a los directivos de la única televisión de
España, e incluso al Gobierno, de las críticas escandalizadas que recibió el
experimento liberalizador, que no se repetiría con frecuencia.
Crimen y sociedad
“La
historia de un país es también la historia de sus crímenes, de aquellos
crímenes que dejan huella”, es la frase con que se presentaba cada capítulo
de “La huella del crimen” y que podía
muy bien resumir la filosofía de su productor, el cineasta Pedro Costa, perfecto conocedor del mundo del delito, pues no por
nada había ejercido durante largo tiempo como redactor del semanario “El Caso”, que desde los años 40 contaba
a los españoles los más siniestros asesinatos.
“La
huella del crimen”, de la que se emitieron 11 episodios (seis en 1985 y
cinco en 1991) pretendía ofrecer películas de una hora, realizadas por
prestigiosos directores, interpretadas por los más conocidos actores y con el
mejor diseño de producción posible, en las que el crimen que se contaba
sirviera, además, para analizar la época en la que había tenido lugar. Pedro
Olea dirigió el primer capítulo, “La envenenadora de Valencia”, en el que
Terele Pávez encarnaba a una patética Pilar Prades, condenada en 1959 por un
asesinato cometido con mata hormigas de fácil compra en droguerías y la última
mujer que murió por garrote vil en España.
Pedro Costa, que en 1984 había estrenado su primera
película como director, “El caso Almería”,
iniciando una carrera que alternaría posteriormente con la producción, llamó
para hacerse cargo de los distintos casos a compañeros de probada competencia
profesional, como Juan Antonio Bardem,
que realizó con el capítulo “Jarabo”
uno de sus mejores trabajos de los últimos años, Vicente Aranda, Angelino
Fons, Ricardo Franco, Antonio Drove o Imanol Uribe, que convirtieron la serie en una producción
televisiva de referencia en España.
No menos
repercusión tuvo la emisión de “Los Pazos
de Ulloa” http://www.rtve.es/alacarta/videos/los-pazos-de-ulloa/pazos-ulloa-capitulo-1/477247/, miniserie de
cuatro capítulos que adaptaba la novela homónima de Emilia Pardo Bazán, que TVE coprodujo con Italia. Con ella debutaba
en televisión Gonzalo Suárez, que
había iniciado su carrera como cronista deportivo, la había continuado como
novelista de vanguardia (“Rocabruno bate
a Ditirambo”) para pasar al cine experimental (“Ditirambo vela por nosotros”, 1966, o “Aoom”, 1970) y confirmar en la televisión un estilo narrativo más
clásico que luego reafirmaría en su cine posterior.
Interpretada por
Omero Antonutti, José Luis Gómez, Charo López, Victoria Abril
y Fernando Rey, entre otros, “Los Pazos de Ulloa” giraba en torno a la
decadencia del caciquismo en la Galicia rural de mediados del siglo XIX, una
época y un lugar de cambios como lo era la España de 1985. La producción costo
240 millones de pesetas y se rodó en escenarios naturales de la propia Galicia
y en unos decorados de 6.000 metros cuadrados, construidos en los mismos
estudios madrileños que le habían servido a Samuel Bronston para rodar “El
Cid” o “55 días en Pekín”.
Menos repercusión tuvo, aunque
también constituyera una producción importante, la conversión de la vida de Francisco de Goya en una serie de seis
capítulos que dirigió José Ramón Larraz.
También fue una coproducción con Italia, que aportó a los actores Laura Morante y Raf Vallone, compañeros de reparto para la ocasión de Enric Majó, Alberto Closas, Carlos
Larrañaga y José Bódalo.
EL DINERO DE LOS PROGRAMAS
El programa más
costoso de TVE emitido en 1985 fue la serie “Goya”, a razón de un millón de pesetas por minuto. “Los pazos de Ulloa” costó 687.455
pesetas. En el lado contrario de la lista de precios se encontraban espacios
culturales o religiosos, como “Autorretrato”
o Pueblo de Dios”, que rondaban las
5.000 pesetas por minuto.
Aquel año se dieron a conocer por primera vez las
cuentas de los programas producidos durante el año anterior, un ejercicio
insólito de transparencia económica que pronto desaparecería de las costumbres
empresariales televisivas. Así se pudo saber que espacios significativos de la
época, como “La clave” y “La noche del cine español” les costaron
a los presupuestos generales del Estado, y por tanto a todos los españoles,
9.695 y 17.295 pesetas al minuto, respectivamente. Un programa tan popular como
era el concurso de Narciso Ibáñez Serrador “Un,
dos tres…” tenía un coste medio de 60.522 pesetas por minuto.
De acuerdo al presupuesto, los espacios infantiles estaban especialmente cuidados, al
menos el más caro de ellos, “Barrio
Sesamo”, en el que cada minuto salía por 72.204 pesetas, mientras que el
reciente y rompedor “La bola de cristal”
se quedaba en tan sólo 14.658 pesetas por cada 60 segundos de emisión.
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