Historias de la tele cuando la tele era una. 12
(1977)
Como los hados
son crueles con los humanos, les esconden aquello que buscan con más afán para
evitar que lo encuentren y puedan exponerlo en público, los capítulos de estas
historia televisiva correspondientes a los años 1975 y 1976 se han perdido.
Fueron años de especial significado histórico, también en cuanto se refiere a
la televisión, pero no me siento capaz de rehacerlos. De todas formas, me
gustaría dejar un par de testimonios que marcaron época.
La noche del 20
de Noviembre de 1975, como si los famosos hados lo tuvieran todo previsto,
estaba programada en TVE la película “Satán nunca duerme” en la que Leo McCarey
había contado la heroica lucha en China contra las hordas comunistas de Mao de
un cura con la cara de William Holden. Como se sabe, hubo cambio de
programación.
Tres días
después, el domingo 23 de noviembre, TVE inauguró oficialmente las emisiones en
color con la retransmisión en directo, de la bajada de la losa. Todos creímos que España salía por fin del blanco y negro, pero tampoco.
Y ahora, seguimos por donde podemos.
Fue a finales de
mayo. Las primeras elecciones democráticas habían sido convocadas para el
siguiente 15 de junio, y Santiago
Carrillo, secretario general del PCE había acudido a Prado del Rey para
grabar su primer espacio electoral, aquel en el que comenzó con lo de “resulta imposible decir en 10 minutos lo que
no hemos podido decir en 40 años”. Al acabar la grabación, mientras se
despedía de los camaradas de la agrupación comunista de la tele que le habían
acompañado les comentó: “ahora sí que
somos legales”.
El veterano
líder del comunismo, hombre sagaz como pocos que acabaría por dejar el partido
hecho unos zorros, resumía en aquella frase una realidad que entonces ya era
patente: nada existía para los españoles si no lo veían en televisión. Una
verdad que los tiempos futuros no harían sino confirmar y que el cambio
político y social que significó la llegada de la democracia aceleró hasta
extremos que ni siquiera ese socarrón práctico que era Carrillo podía llegar a
imaginar entonces.
En realidad, el
PCE había sido legalizado oficialmente poco menos de dos meses antes, el 9 de
abril, en plena Semana Santa. Aquel día fue el de los brindis apresurados,
manifestaciones de alegría en las calles y reticencias entre los fieles del
anciano régimen y algunos ministros del actual, como el de Marina, que dimitió
por tal sacrilegio a los Principios del Movimiento. Sin embargo, la
confirmación definitiva no llegó hasta que los españoles descubrieron a través
de la tele que los comunistas no eran diablos con rabo y tridente, sino aquel
señor bajito, calvo, que se sacaba los cigarros del bolsillo con la habilidad
de un prestidigitador y decía cosas tan moderadas.
Contra los que
piensan que la transición fueron tiempos de sonrisas hasta las orejas y abrazos de
consenso --que claro que se dieron, sobre todo ante las cámaras--, los años
transcurridos entre la muerte del general y la llegada de los socialistas al
gobierno en 1982 se podrían definir, ante todo, por la confusión; una confusión
que no podía dejar de tener su reflejo en la televisión, ese lugar inexistente
en el que la realidad tomaba carta de naturaleza. Años contradictorios en los
que la televisión jugó un papel vital como campo de batalla del eterno enfrentamiento
entre lo viejo, que luchaba por sobrevivir, y lo nuevo, que pugnaba por
emerger. En el dilema entre reforma o ruptura que se planteó en aquellos años, de
los que las elecciones de 1977 supusieron un punto culminante, ganó lo primero,
como se sabe, y la televisión acabaría en ni carne de pescado: un poderoso
mercado publicitario guiado por el sagrado principio del “esto vende”.
De momento, en
TVE convivían ambas ambiciones: la de resistir y la de imponerse. Buena muestra
de los nuevos tiempos fue una serie que, aunque estrenada el 22 de diciembre del año anterior, alcanzaría
en el 77 su carácter de mito televisivo, conocida y reconocida por todos los
españoles, que en sus sueños más fantasiosos aspiraban a ser tan listos como Curro, tan descarados como el Estudiante y tan fuertes como el Algarrobo.
Concebida como
una aplicación a las series televisivas españolas de las fórmulas estéticas del
“western” estadounidense, aunque en el fondo retomara la vieja tradición ibérica del bandido generoso, tan presente en nuestra literatura popular, “Curro Jiménez”
fue no sólo la producción más exitosa del año, y de algunos
posteriores, sino la muestra cabal de que las cosas estaban cambiando en TVE y
en el país. Curro, rebelde a la fuerza, convertido en bandolero por las
injusticias de invasor francés, se dedicó durante 40 capítulos, acompañado de
un grupo de bien diseñados compadres a cabalgar por la Serranía de Ronda
deshaciendo entuertos, asegurando justicia, vengando ofensas, defendiendo a los
débiles y, sobre todo, luchando contra los malos, los invasores, los que impedía
la libertad: los dictadores.
“Curro Jiménez” fue también punto de encuentro de dos generaciones de directores. La más veterana que representaban Francisco Rovira Beleta y Rafael y Joaquín Romero Marchen, curtidos en el cine de aventuras y en los spaghetti-western que se rodaban en Almería, y la más joven de licenciados de la Escuela de Cine, de la que formaban parte Mario Camus, Pilar Miró o Antonio Drove, Para los más novatos, la serie constituyó una verdadera escuela de cine y una plataforma de lanzamiento, igual que sucedió con los actores que la protagonizaban: Sancho Gracia, Álvaro de Luna, José Sancho y Francisco Algora, a los que se añadieron repartos compuestos igualmente por una mezcla de jóvenes procedentes del teatro independiente, que confirmarían con la serie su profesionalización, y veteranos de todos los orígenes interpretativos. En muchos sentidos la serie fue un paradigma de aquel momento.
El sexto de los capítulos, “La gran batalla de Andalucía”, dirigido por Antonio Drove y protagonizado, aparte del por la cuadrilla habitual, por Elisa Ramírez y José Vivó, es un ejemplo representativo de la nueva televisión que proponían los sectores emergentes. Nada más empezar el episodio, y sobre unos planos generales de la serranía con los cuatro jinetes cabalgando en la lejanía, una voz advertía de que aquello que se presentaba como aventuras de bandoleros generosos era en realidad “un boceto para un debate cinematográfico sobre el imperialismo”. Ni más ni menos. Con tales intenciones en el frontispicio, el capítulo era un ejercicio de cine didáctico de clara estirpe marxista, en el que Sancho Gracia había pasado a ser el prototipo del guerrillero político del siglo XX. El episodio se emitió, porque eran tiempos nuevos y había que ser abierto, pero las tijeras de la censura se cebaron con su metraje, porque no hay que pasarse y estos niñatos van a volver a traernos la hidra marxista. La resistencia a las innovaciones aún era fuerte.
Pese a que ya
había democracia en España, otro programa que acabaría con la paciencia de
quienes aún tenían poder para imponer su criterio dictatorial sería “Yo canto”, una producción musical en la
que se daba voz a los llamados cantautores, que con sus guitarras habían
constituido uno de los frentes de lucha cultural más contundentes contra el
franquismo y que habían pagado por ello con el silencio televisivo. El cineasta
Alfonso Ungría dirigió el documental
de Luis Pastor, en el que, además de
otras supuestas inconveniencias políticas, como la denuncia del chabolismo, se
incluían breves planos de una bandera republicana en un mitin socialista. El
escándalo cuajó los dos días siguientes en las páginas de los diarios ABC y
Arriba, que exigieron que al programa, ya que no a sus realizadores, se le
cortara la cabeza y se clavara en la picota. TVE acabó por suspender las emisiones
restantes del espacio, pese a las protestas generalizadas contra censura tan
impropia de los tiempos que corrían.
Pero la tele
española venía encarrilada desde hacía demasiado tiempo en la misma vía y
parando en las mismas estaciones como para cambiar de pronto de destino. Por
eso 1977 también fue el año de las aventuras de “Heidi” en los Alpes suizos, el de la siempre bondadosa familia
Ingels de “La casa de la Pradera” y
el de las chicas minifalderas de “Los
ángeles de Charlie”. Debutaron Mari
Cruz Soriano con su piano y Mercedes
Milá e Isabel Tenaille con sus
entrevistas. “Hombre rico, hombre pobre”
explicó cómo se vivían las diferencias de clase a la americana y “Popgrama”, que hacía Carlos Tena, llevó a la pequeña
pantalla las nuevas canciones de la movida musical que empezaba a despuntar en
incógnitos garitos madrileños o soterrados clubs de Vigo y otras ciudades.
Todo ello
ejercía, como bien supo ver Carrillo
ante sus camaradas, una influencia considerable en un país que ya tenía, según
las poco exactas estadísticas de la época, una audiencia media televisiva de 20
millones de personas diarias, agrupadas en familias poseedoras de un parque de
aproximadamente ocho millones de televisores, el 10% en color. La cobertura de
la primera cadena llegaba ya al 90% del territorio, aunque la mitad de los
españoles aún no tuvieran acceso a la segunda, conocida entonces como el UHF.
Sin embargo, la
fecha más importante del año fue sin duda aquel 15 de junio en el que los
españoles acudieron por primera vez desde 1936 a echar su papeleta en una urna
democrática. Aquella noche todos los españoles, o una buena parte --que la
cantidad exacta no se sabe porque aún no existía la medición de audiencia--,
estuvieron pendientes del televisor. Cual si fuera una Nochevieja sin uvas, los
programadores amenizaron la espera de los telespectadores con “Esta noche fiesta”, una gala que reunió
a los cantantes de tantas nocheviejas antiguas y de otras tantas futuras. Manolo Escobar, Karina, Julio Iglesias, Isabel Pantoja o Georgie Dann, el de las canciones del verano, dieron la entrada en
España a la democracia. Quizás lo hicieron para confirmar aquello de “las cosas van cambiando/ dicen que van
cambiando/ pero los hay que opinan/ que se van disfrazando…” que por
aquellos tiempos cantaba Moncho Alpuente.
LOS CURRITOS TAMBIÉN CUENTAN
En un año en el
que la política fue reina y la libertad, princesa casadera, los trabajadores de
TVE rondaban los 7.000, que no sólo de famosos vive la televisión. Desde la
misma inauguración de 1956 habían existido, primero en el Paseo de la Habana y
luego en Prado del Rey, profesionales demócratas que intentaron sobrevivir
colando su mensaje progresista entre las censuradas 625 líneas del televisor.
Desde comienzos de los años 70 la presencia de militantes políticos
antifranquistas fue un hecho, especialmente del PCE, que a la llegada de la
democracia superaban ya el centenar de afiliados, a los que había que añadir
los que militaban en otros partidos como el Movimiento Comunista, la
Organización Revolucionaria de Trabajadores, el Partido del Trabajo, la Oposición
Comunista, o, incluso, aunque de esos habría más después, en el Partido
Socialista Obrero Español. El sindicato Comisiones Obreras, el único con
implantación real en aquellos años, reunía a más de 1.000 afiliados. Aunque en
la programación no tuvieran sino una presencia limitada, metiendo de vez en
cuando goles destacados que se irán viendo, en el campo de las relaciones
laborales lograron auténticos triunfos, y en enero de 1978 firmarían una
Ordenanza Laboral a la cabeza de las que entonces había en España.
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