domingo, 11 de agosto de 2013

Historias de la tele cuando la tele era una. 12 (1977)



Como los hados son crueles con los humanos, les esconden aquello que buscan con más afán para evitar que lo encuentren y puedan exponerlo en público, los capítulos de estas historia televisiva correspondientes a los años 1975 y 1976 se han perdido. Fueron años de especial significado histórico, también en cuanto se refiere a la televisión, pero no me siento capaz de rehacerlos. De todas formas, me gustaría dejar un par de testimonios que marcaron época. 

La noche del 20 de Noviembre de 1975, como si los famosos hados lo tuvieran todo previsto, estaba programada en TVE la película “Satán nunca duerme” en la que Leo McCarey había contado la heroica lucha en China contra las hordas comunistas de Mao de un cura con la cara de William Holden. Como se sabe, hubo cambio de programación.



Tres días después, el domingo 23 de noviembre, TVE inauguró oficialmente las emisiones en color con la retransmisión en directo, de la bajada de la losa. Todos creímos que España salía por fin del blanco y negro, pero tampoco.



Y ahora, seguimos por donde podemos.


Fue a finales de mayo. Las primeras elecciones democráticas habían sido convocadas para el siguiente 15 de junio, y Santiago Carrillo, secretario general del PCE había acudido a Prado del Rey para grabar su primer espacio electoral, aquel en el que comenzó con lo de “resulta imposible decir en 10 minutos lo que no hemos podido decir en 40 años”. Al acabar la grabación, mientras se despedía de los camaradas de la agrupación comunista de la tele que le habían acompañado les comentó: “ahora sí que somos legales”.

El veterano líder del comunismo, hombre sagaz como pocos que acabaría por dejar el partido hecho unos zorros, resumía en aquella frase una realidad que entonces ya era patente: nada existía para los españoles si no lo veían en televisión. Una verdad que los tiempos futuros no harían sino confirmar y que el cambio político y social que significó la llegada de la democracia aceleró hasta extremos que ni siquiera ese socarrón práctico que era Carrillo podía llegar a imaginar entonces.

En realidad, el PCE había sido legalizado oficialmente poco menos de dos meses antes, el 9 de abril, en plena Semana Santa. Aquel día fue el de los brindis apresurados, manifestaciones de alegría en las calles y reticencias entre los fieles del anciano régimen y algunos ministros del actual, como el de Marina, que dimitió por tal sacrilegio a los Principios del Movimiento. Sin embargo, la confirmación definitiva no llegó hasta que los españoles descubrieron a través de la tele que los comunistas no eran diablos con rabo y tridente, sino aquel señor bajito, calvo, que se sacaba los cigarros del bolsillo con la habilidad de un prestidigitador y decía cosas tan moderadas.

Contra los que piensan que la transición fueron tiempos de sonrisas hasta las orejas y abrazos de consenso --que claro que se dieron, sobre todo ante las cámaras--, los años transcurridos entre la muerte del general y la llegada de los socialistas al gobierno en 1982 se podrían definir, ante todo, por la confusión; una confusión que no podía dejar de tener su reflejo en la televisión, ese lugar inexistente en el que la realidad tomaba carta de naturaleza. Años contradictorios en los que la televisión jugó un papel vital como campo de batalla del eterno enfrentamiento entre lo viejo, que luchaba por sobrevivir, y lo nuevo, que pugnaba por emerger. En el dilema entre reforma o ruptura que se planteó en aquellos años, de los que las elecciones de 1977 supusieron un punto culminante, ganó lo primero, como se sabe, y la televisión acabaría en ni carne de pescado: un poderoso mercado publicitario guiado por el sagrado principio del “esto vende”.



De momento, en TVE convivían ambas ambiciones: la de resistir y la de imponerse. Buena muestra de los nuevos tiempos fue una serie que, aunque estrenada el  22 de diciembre del año anterior, alcanzaría en el 77 su carácter de mito televisivo, conocida y reconocida por todos los españoles, que en sus sueños más fantasiosos aspiraban a ser tan listos como Curro, tan descarados como el Estudiante y tan fuertes como el Algarrobo.

Concebida como una aplicación a las series televisivas españolas de las fórmulas estéticas del “western” estadounidense, aunque en el fondo retomara la vieja tradición ibérica del bandido generoso, tan presente en nuestra literatura popular, “Curro Jiménez” fue no sólo la producción más exitosa del año, y de algunos posteriores, sino la muestra cabal de que las cosas estaban cambiando en TVE y en el país. Curro, rebelde a la fuerza, convertido en bandolero por las injusticias de invasor francés, se dedicó durante 40 capítulos, acompañado de un grupo de bien diseñados compadres a cabalgar por la Serranía de Ronda deshaciendo entuertos, asegurando justicia, vengando ofensas, defendiendo a los débiles y, sobre todo, luchando contra los malos, los invasores, los que impedía la libertad: los dictadores.

Curro Jiménez” fue también punto de encuentro de dos generaciones de directores. La más veterana que representaban Francisco Rovira Beleta y Rafael y Joaquín Romero Marchen, curtidos en el cine de aventuras y en los spaghetti-western que se rodaban en Almería, y la más joven de licenciados de la Escuela de Cine, de la que formaban parte Mario Camus, Pilar Miró o Antonio Drove, Para los más novatos, la serie constituyó una verdadera escuela de cine y una plataforma de lanzamiento, igual que sucedió con los actores que la protagonizaban: Sancho Gracia, Álvaro de Luna, José Sancho y Francisco Algora, a los que se añadieron repartos compuestos igualmente por una mezcla de jóvenes procedentes del teatro independiente, que confirmarían con la serie su profesionalización, y veteranos de todos los orígenes interpretativos.  En muchos sentidos la serie fue un paradigma de aquel momento.

El sexto de los capítulos, “La gran batalla de Andalucía”, dirigido por Antonio Drove y protagonizado, aparte del por la cuadrilla habitual, por Elisa Ramírez y José Vivó, es un ejemplo representativo de la nueva televisión que proponían los sectores emergentes. Nada más empezar el episodio, y sobre unos planos generales de la serranía con los cuatro jinetes cabalgando en la lejanía, una voz advertía de que aquello que se presentaba como aventuras de bandoleros generosos era en realidad “un boceto para un debate cinematográfico sobre el imperialismo”. Ni más ni menos. Con tales intenciones en el frontispicio, el capítulo era un ejercicio de cine didáctico de clara estirpe marxista, en el que Sancho Gracia había pasado a ser el prototipo del guerrillero político del siglo XX. El episodio se emitió, porque eran tiempos nuevos y había que ser abierto, pero las tijeras de la censura se cebaron con su metraje, porque no hay que pasarse y estos niñatos van a volver a traernos la  hidra marxista. La resistencia a las innovaciones aún era fuerte.

Pese a que ya había democracia en España, otro programa que acabaría con la paciencia de quienes aún tenían poder para imponer su criterio dictatorial sería “Yo canto”, una producción musical en la que se daba voz a los llamados cantautores, que con sus guitarras habían constituido uno de los frentes de lucha cultural más contundentes contra el franquismo y que habían pagado por ello con el silencio televisivo. El cineasta Alfonso Ungría dirigió el documental de Luis Pastor, en el que, además de otras supuestas inconveniencias políticas, como la denuncia del chabolismo, se incluían breves planos de una bandera republicana en un mitin socialista. El escándalo cuajó los dos días siguientes en las páginas de los diarios ABC y Arriba, que exigieron que al programa, ya que no a sus realizadores, se le cortara la cabeza y se clavara en la picota. TVE acabó por suspender las emisiones restantes del espacio, pese a las protestas generalizadas contra censura tan impropia de los tiempos que corrían.

Pero la tele española venía encarrilada desde hacía demasiado tiempo en la misma vía y parando en las mismas estaciones como para cambiar de pronto de destino. Por eso 1977 también fue el año de las aventuras de “Heidi” en los Alpes suizos, el de la siempre bondadosa familia Ingels de “La casa de la Pradera” y el de las chicas minifalderas de “Los ángeles de Charlie”. Debutaron Mari Cruz Soriano con su piano y Mercedes Milá e Isabel Tenaille con sus entrevistas. “Hombre rico, hombre pobre” explicó cómo se vivían las diferencias de clase a la americana y “Popgrama”, que hacía Carlos Tena, llevó a la pequeña pantalla las nuevas canciones de la movida musical que empezaba a despuntar en incógnitos garitos madrileños o soterrados clubs de Vigo y otras ciudades.

Todo ello ejercía, como bien supo ver Carrillo ante sus camaradas, una influencia considerable en un país que ya tenía, según las poco exactas estadísticas de la época, una audiencia media televisiva de 20 millones de personas diarias, agrupadas en familias poseedoras de un parque de aproximadamente ocho millones de televisores, el 10% en color. La cobertura de la primera cadena llegaba ya al 90% del territorio, aunque la mitad de los españoles aún no tuvieran acceso a la segunda, conocida entonces como el UHF.

Sin embargo, la fecha más importante del año fue sin duda aquel 15 de junio en el que los españoles acudieron por primera vez desde 1936 a echar su papeleta en una urna democrática. Aquella noche todos los españoles, o una buena parte --que la cantidad exacta no se sabe porque aún no existía la medición de audiencia--, estuvieron pendientes del televisor. Cual si fuera una Nochevieja sin uvas, los programadores amenizaron la espera de los telespectadores con “Esta noche fiesta”, una gala que reunió a los cantantes de tantas nocheviejas antiguas y de otras tantas futuras. Manolo Escobar, Karina, Julio Iglesias, Isabel Pantoja o Georgie Dann, el de las canciones del verano, dieron la entrada en España a la democracia. Quizás lo hicieron para confirmar aquello de “las cosas van cambiando/ dicen que van cambiando/ pero los hay que opinan/ que se van disfrazando…” que por aquellos tiempos cantaba Moncho Alpuente.
Batalla

"La gran batalla de Andalucía" 




LOS CURRITOS TAMBIÉN CUENTAN

En un año en el que la política fue reina y la libertad, princesa casadera, los trabajadores de TVE rondaban los 7.000, que no sólo de famosos vive la televisión. Desde la misma inauguración de 1956 habían existido, primero en el Paseo de la Habana y luego en Prado del Rey, profesionales demócratas que intentaron sobrevivir colando su mensaje progresista entre las censuradas 625 líneas del televisor. Desde comienzos de los años 70 la presencia de militantes políticos antifranquistas fue un hecho, especialmente del PCE, que a la llegada de la democracia superaban ya el centenar de afiliados, a los que había que añadir los que militaban en otros partidos como el Movimiento Comunista, la Organización Revolucionaria de Trabajadores, el Partido del Trabajo, la Oposición Comunista, o, incluso, aunque de esos habría más después, en el Partido Socialista Obrero Español. El sindicato Comisiones Obreras, el único con implantación real en aquellos años, reunía a más de 1.000 afiliados. Aunque en la programación no tuvieran sino una presencia limitada, metiendo de vez en cuando goles destacados que se irán viendo, en el campo de las relaciones laborales lograron auténticos triunfos, y en enero de 1978 firmarían una Ordenanza Laboral a la cabeza de las que entonces había en España.












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