España en armas
"A ti Franco, cruel, vil
asesino
de mujeres y niños del pueblo
español,
tu que abriste las puertas al
fascismo
tendrás eternamente nuestra
maldición".
Canción de bourg madame[1]
Pasionaria lo recuerda en sus memorias: “Y al fin, la tempestad, que tanto tiempo
venía amenazando, se desencadenó. El 18 de julio de 1936 España despertaba
sobresaltada. Los primeros cañonazos de la sublevación se escucharon en
Marruecos. El eco de los disparos se extendía estremecedoramente por toda
España. De boca en boca, de casa en casa, de calle en calle, se gritaba la
alarma: ¡Las fuerzas militares destacadas en Marruecos se han sublevado contra
la República!”. [2]
“Los campos heridos de tanta
metralla
los pueblos sangrantes de tanto
dolor
y los campesinos sobre la batalla
para destrozar al fascismo
traidor.
Dejando el arado tirado en la
tierra
tomando el fusil para pelear
marchamos viriles hacia las
trincheras
para que en España haya libertad”.
Los campesinos
Max Aub lo recreó en la que sin duda es la obra
maestra de la literatura sobre la guerra civil: “¿Crees que todos estos que están ahora abriendo trincheras alrededor
de Madrid, o alzando barricadas en sus calles, lo hacer porque se lo manda el
Gobierno? ¡Vamos! Además el Gobierno no manda nada... ¡Sólo piensa en salvar el
pellejo. ¡Los sindicatos, hijo, los sindicatos! Y eso, porque les sale de
adentro a los sindicatos; y no por sindicados, sino por hombres, por hombres
que tienen sentido de lo que no quieren. Porque están en contra de algo
tangible, que está llamando a la puerta de todos. Nada une como lo que no se
quiere. Y si no, vete a verlo. Lo mismo da anarquistas, que socialistas, que
comunistas. Si tuvieran que imponer sus soluciones se entrematarían a quien
más, mejor. Lo único que une es el anti. El estar en contra. Cada quien quiere
otra cosa, pero cuando se trata de no querer, entonces cabe la unión. ¿O es que
crees que los madrileños están dispuestos a dejarse machacar por defender la
República? ¡No, hombre! Están listos a morir porque no quieren que entren los
fachas”[3].
"El dieciocho de julio
en el patio de un convento
el Partido Comunista
fundó el quinto regimiento.
Con Líster, el Campesino,
con Galán y con Modesto,
con el comandante Carlos,
no hay miliciano con miedo.
Con los cuatro batallones
que Madrid están defendiendo
se va lo mejor de España,
la flor más roja del pueblo.
El quinto regimiento
Pedro Vicente, que estuvo
allí, lo cuenta: "El regreso a
Madrid coincidió con el comienzo del 5°
Regimiento. Los compañeros de Artes Blancas habían estado en mi casa a dejar
recado de que cuando volviese a Madrid no dejase de pasar por el Sindicato de
la Unión General de Trabajadores (UGT). Al día siguiente de llegar me presente
allí y me propusieron ingresar en la compañía que en ese momento trataban de
formar con afiliados al Sindicato de Artes Blancas del Sindicato de la UGT,
cuyo cuadro de mando en su comienzo lo componían: Comandante, Evaristo Gil, del
PCE; oficiales: Gabriel Carvajal, PSOE; Antonio Díaz, PCE; Ángel Herrero, CNT;
Peña y Bellido, PCE y Luis Mesonero, comisario político, PCE. Formada la
compañía, salíamos para el frente de Guadarrama, sector de Hornillo Alto, a
unos ocho kilómetros del pueblo de Guadarrama. A nuestra derecha, había una
compañía del Batallón Vitoria, a la izquierda una del Batallón Acero y más a la
derecha, una de Infantería de Aviación. Los primeros días, nuestra actividad
consistía en establecer una línea de protección de las carreteras que conducían
a Madrid, y hacer una prospección del terreno entre las dos líneas divisorias,
la nuestra y la del enemigo, mediante sucesivas descubiertas"[4].
"Nacidos en la lejana
patria,
como equipaje nuestro corazón.
Pero no hemos perdido nuestra
patria,
lucha en Madrid por la
revolución.
Nuestros hermanos de pie en las
barricadas,
proletarios españoles aquí están
solidarios, las banderas
levantadas”.
Adelante Brigada Internacional
María Teresa León lo rememoró en su exilio: "El pueblo de Madrid tampoco había dormido.
Cuando apareció completamente el sol, llenas las venas de una fe intuitiva,
salimos a la calle, paseo de la Castellana adelante. Nos asombramos al ver,
tumbados bajo los árboles del paseo, gente arropada en buenas mantas, y estos
¿quiénes son? Nos contestaron: Las Brigadas Internacionales. León Felipe se
acarició más que nunca la barba, la atusaba, sonreía. La capital de la gloria
cambiaba su signo. ¿Cómo eran aquellos que venían románticamente a morir por
España? El pulso de la ciudad se fue afirmando. Pasamos entre los dormidos. Uno
de ellos se inclinó a preguntar a otro; la ville est belle? Sí, era hermosa
como los sueños donde los hombres dejan la vida. Luego los vimos levantarse,
avanzar con la luz de la aurora hacia la muerte"[5].
“Camarada hombro con hombro,
camarada bien firme el paso.
Para liberar a Thaelmann
hoces y puños en alto”.
Himno
a Ernest Thaelman
Peter Wyden, periodista y escritor estadounidense
de origen alemán, lo ha estudiado y contado: "Fue, en efecto, uno de los momentos más celebrados de la guerra, pero
no se trataba de ningún desfile.../... Excepto alguna que otra cola en busca de
alimentos, las calles azotadas por el viento estaban casi desiertas, las
ventanas con los postigos cerrados. El vigoroso Sommerfield, agobiado bajo una
carga de 65 kilos, que era la pieza principal de una ametralladora St.-Etienne,
alzó la mirada y vio que la gente empezaba a asomarse a las ventanas gritando ¡Vivan
los rusos!”. Los madrileños no dudaban que estaban vitoreando a unos rusos. La
formación de las Brigadas Internacionales en Albacete se había mantenido en
secreto por parte del Gobierno republicano, temeroso de que incluso una
auténtica buena noticia pudiera volverse políticamente en su contra. En cambio,
los rumores ya habían dado cuenta de la entrada en acción de los tanques y
aviones rusos, así que ¿por qué no iban a venir también tropas rusas? ¡Salud!
¡Salud!, gritaban los más espabilados de la columna. Algunos aplaudieron, otros
levantaron el puño. Geofrey COK, del londinense News Chronicle, dejó la taza de
café en la barra del Hotel Gran Vía y observó que una de las asistentas miraba
a los recién llegados con las mejillas llenas de lágrimas. Otra mujer también
lloraba y alzaba en vilo a una niña de corta edad, que saludaba con el puño
levantado. Los coches se detenían haciendo sonar las bocinas. Pero al oír voces
de mando en francés, Cox tuvo la seguridad de que no se trataba de rusos"[6].
“There´s a
valley in Spain called Jarama
it´s
a place that we all know so well
It
was there that we gave of our manhood
and
there that our brave comrades fell
We
are proud of the Lincoln Battalion
and
the fight for Madrid that we made”
Jarama Valley
Dolores Ibárruri les despidió: "Razones políticas, razones de estado, la
salud de esa misma causa por la cual vosotros ofrecisteis vuestra sangre con
generosidad sin límites, os hacen volver a vuestra patria a unos, a la forzada
emigración a otros, podéis marchar orgullosos, sois la historia, sois la
leyenda, sois el ejemplo heroico de la solidaridad y de la universalidad de la
democracia, frente al espíritu vil y acomodaticio de los que interpretan los
principios democráticos mirando hacia las cajas de caudales, o hacia las
acciones industriales, que quieren salvar a todo riesgo. No os olvidaremos; y,
cuando el olivo de la paz florezca, entrelazado con los laureles de la victoria
de la República Española, ¡volved!... Volved a nuestro lado, que aquí
encontraréis patria, los que no tenéis patria, amigos, los que tenéis que vivir
privados de amistad, y todos, todos, el cariño y el agradecimiento de todo el
pueblo español, que hoy y mañana guitará con entusiasmo: ¡Vivan los héroes de
las Brigadas Internacionales!” [7].
“Sin ningún temor
Van a combatir”
Cuando el sol se pone.
Prefieren morir
A vivir del pan
Que el amo les da”.
Canto
Nocturno en las trincheras
Luis Cernuda lo entendió: “A principios de la guerra, mi convicción antigua de que las injusticias
sociales que había conocido en España pedían reparación, y de que ésta estaba
próxima, me hizo ver en el conflicto no tanto sus horrores, que aún no conocía,
como las esperanzas que parecía traer para el futuro. Desnudas frente a frente
vi, de una parte, la sempiterna, la inmortal reacción española, viviendo
siempre entre la ignorancia, superstición e intolerancia, en una edad media
suya propia; y de otro, las fuerzas de una España joven cuya oportunidad
parecía llegada” [8].
Guerras
Cuando estalló
la sublevación yo estaba en la escuela de cuadros del Partido, a la que había
llegado desde Galicia el 2 de junio. El Comité Central dio instrucciones de que
los alumnos no saliéramos de ella, pero al tener lugar los primeros
levantamientos en Madrid, el mismo día 18, resultaba muy difícil sujetarnos,
así que llegamos a un acuerdo con el director de la escuela y el representante
del Partido, que era un compañero de Sevilla, Ignacio Cobeñas. Acordamos que
nos mantendríamos un tiempo allí, sin salir, pero que se organizarían
comisiones de delegaciones del cursillo para que dieran una vuelta y ver lo que
pasaba.
Los primeros que
salieron ya no regresaron a la escuela, los siguientes igual, y poco a poco los
locales se fueron quedando semivacíos, porque los que salían se iban
incorporando a la lucha en los sitios de los que procedían. Sólo permanecíamos
allí los que no teníamos donde ir, porque nuestros lugares de origen estaban
tomados ya por los sublevados; por ejemplo Galicia, un sector de Andalucía y
parte de Extremadura. La dirección del Partido tomó cartas en el asunto, ya que
no había ánimos para seguir estudiando mientras la gente luchaba en las calles,
y suspendió el cursillo a los dos o tres días de la sublevación. Como los que
quedábamos no podíamos regresar a nuestros lugares de origen, empezamos a
trabajar en el Comité Central, que se instaló en Serrano 6, en la antigua casa
de Gil Robles, que había quedado abandonada.
A mí, aquello de
estar en el Comité Central y hacer trabajos de organización no me atraía
demasiado y tenía muchas ganas de ir a luchar al frente. Al principio, tomamos
el convento de al lado, que los frailes y las monjas habían abandonado por
motivos de seguridad, y durante unos días fui responsable de todo aquello, pero
un día nos fuimos al patio del 5° Regimiento y empezamos a hacer instrucción en
orden abierto, que era lo que se hacía allí, esperando que hubiera un camión
que nos llevase a la sierra, pero volvieron a mandarnos al Comité Central.
Al regresar a
Serrano 6 el Partido había designado a Vicente Uribe para que nos echara una
bronca, y él, que tenía bastante mal genio cuando intervenía en estas cosas,
nos dio una charla diciendo que soldados había muchos mientras que políticos
había pocos, que teníamos que ser obedientes y quedarnos donde nos mandaban. Yo
me quedé unos días, pero al fin convencí a Pedro Checa, que era el secretario
de organización, de que no tenía sentido que estuviera allí siendo gallego y
habiendo muchos otros gallegos que se podían organizar, y que mi misión debía
ser organizados e ir al frente, porque para estar en Madrid había mucha gente.
Me autorizó entonces a abrir un centro de enganche para las milicias gallegas,
cosa que hicimos en un cuartel de Cuatro Caminos que nos cedieron.
Empecé entonces
a recorrer los pueblos de los alrededores de Madrid, como Fuenlabrada y Getafe,
que hoy son villas dormitorio, donde había unos centenares de gallegos que
habían estado trabajando en la siega de la cebada y el trigo y que al estallar
la guerra no tenía nada que hacer y no podían volver a Galicia. Con ellos
creamos las milicias gallegas. Se logró la incorporación de un capitán de la
guerra de África, que estaba casado con una gallega de La Coruña y había
servido varios años en la Guardia Civil de allí, por lo que tenía cierta
afición por los gallegos, al que nombramos jefe militar del batallón. Entonces
fuimos a pedir armas a Largo Caballero, que no pudo darnos más que seiscientos
fusiles. Como nosotros éramos mil doscientos, la mitad de la gente siguió
desarmada.
Franco había
tomado Talavera, Maqueda, Torrijos y otros pueblos, estableciendo el frente de
Toledo y creando una zona amenazada hacia la que nos llegó la orden de partir.
Nadie se quería quedar en Madrid, pese a que no había armas para todos, así que
cuando una caía herido o muerto el otro tomaba su fusil. Era realmente
impresionante ver cómo combatía aquella gente; porque, además, hay que tener en
cuenta que en el batallón apenas había gente que estuviera afiliada a algún
partido político. Al comienzo el único comunista era yo, después, poco a poco,
organicé allí un grupo de camaradas. El único miembro del comité del batallón
que estuvo luchando en el frente con los soldados fui yo, los demás no se
incorporaron y se quedaron en Madrid. Al volver del frente de Toledo se hizo
una votación a mano alzada y me nombraron comisario político.
Todo eso
coincidió con el famoso decreto de Largo Caballero por el que se transformaban
las milicias en ejército. El batallón de milicias gallegas se incorporó por
votación unánime de la gente al 5° Regimiento, que mandaba Lister, y pasó a ser
el cuarto batallón de la primera brigada mixta, del que yo también fui
comisario político. Los primeros combates tuvieron lugar en Seseña y Valdemoro
para intentar frenar la ofensiva contra Madrid, pero no tuvimos éxito, porque
se cometieron errores. Además, las milicias había pasado a ser unidades
militares, pero sólo de nombre, ya que no había sido instruidas como tales.
También porque Largo Caballero tuvo la ocurrencia de anunciar la ofensiva por
radio, así que cuando atacamos ya estaban preparados.
El enemigo
rompió el frente. Estuvimos luchando hacía la carretera de Andalucía, pero
tuvimos que retirarnos más tarde por Ciempozuelos y Titulcia hasta Morata de
Tajuña. En esta operación ocurrió un hecho que quiero relatar: a los dos días
de estar luchando en el monte ya no teníamos ni víveres ni nada, así que baje a
Valdemoro para ver qué pasaba con la intendencia. Resultó que al lado de
Valdemoro, en un pequeño chalet que había allí, encontré reunido al buró
político del Partido, con Pepe Díaz, Colón, Checa, el representante de la
Internacional Comunista, que era Vittorio Codovila, y otros dirigentes. Ellos
pensaban que, claro, como era la primera vez que luchaba una milicia convertida
en unidad militar se daban las condiciones más adecuadas para que la operación
tuviera éxito, y querían estar presentes para dar moral a los combatientes. Yo
me quedé sorprendidísimo de verles, porque el frente de había roto y el enemigo
estaba avanzando, así que les dije que si seguían allí una hora más les podían
coger prisioneros, ya que nuestra gente se estaba retirando.
Dolores
Ibárruri, que era tan impulsiva, dijo que si la gente se retiraba ella se venía
conmigo, y así lo hizo. Se subió al pretil de un puente que había en la
carretera de Valdemoro, y empezó a arengar a los milicianos. Cuando la gente
vio a Pasionaria, que ya era conocida, se impresionó, y consiguió que muchos de
los milicianos volvieran otra vez al frente.
Después de hacer
noche en Morata de Tajuña fuimos a Villaverde Bajo, que había tomado el
enemigo. Recuperamos una parte del pueblo, echamos atrás a los fascistas y nos quedamos
allí durante todo el invierno del 36-37. Fue terrible. Caían unas heladas tan
enormes que el río Manzanares estaba totalmente helado y se podía andar por
encima de él cómo por una carretera. Entre nosotros y el enemigo apenas había
separación. Estábamos tan cerca unos de otros que la tierra de nadie era una
empresa automovilística que había allí. Ellos tenían la pared de un lado y
nosotros la del otro, y la tierra de nadie era únicamente la sala donde
trabajaban los obreros.
De Villaverde
Bajo fuimos con tres batallones a detener la ofensiva de los franquistas por la
carretera de La Coruña, por la Cuesta de las Perdices y la zona del Pardo. En
Entrevías hicimos un acto, que terminó a las tres de la madrugada, en el que
Alberti recitó unos poemas. La gente salió llorando con los poemas de Alberti
hacia el frente del Pardo. Fueron días muy complejos y difíciles. Pese a la
terrible helada no podíamos encender lumbre, porque se delataba la presencia de
las tropas, pero detuvimos al enemigo en la Cuesta de las Perdices. Tras ser
herido el comisario de la primera brigada, un tal Fuente que era líder de la
UGT de la construcción en Madrid, me nombraron a mí en su lugar.
En plena batalla
del Jarama recibí un telegrama de Pedro Checa para que asistiera al pleno
ampliado del Comité Central que se celebró en Valencia del 3 al 8 de marzo de
1937 en el que me nombraron miembro del mismo junto a otros camaradas que no
estaban anteriormente en él, como Enrique Lister y Juan Modesto. Lo que más
recuerdo de aquella ocasión es el discurso que nos echó José Díaz casi al final
del pleno. Fue un discurso realmente impresionante sobre cómo debía ser un
dirigente comunista, su comportamiento, su valentía, su sinceridad con el
pueblo, su honestidad, su ética. Yo no sé si quedó grabado y se ha conservado,
pero fue una antología de cómo debe comportarse un dirigente comunista.
Santiago Álvarez
Al llegar la sublevación
del 36 vivía en Manresa. Unos días antes del alzamiento ya estábamos pendientes
de lo que podía pasar y cuando conocimos la rebelión tomamos el cuartel del
pueblo. Con parte del armamento que encontramos allí, ametralladoras y otras
cosas, nos unimos a la primera columna que partió para tomar Aragón en el tren
del PSUC. Fue allí donde tuve mi bautismo de fuego. Lo tomamos y el frente
quedó estacionado.
Al cabo de poco
tiempo, el Partido me encargó ingresar en investigación del frente, pero no
permanecí mucho en ese destino. Nos trasladaron a Huesca y poco después a
Madrid, donde estuvimos peleando en la Casa de Campo y en la Ciudad
Universitaria. Tuvimos muchas bajas. A comienzos del 37 regresamos otra vez al
frente de Aragón. En febrero de ese año el Partido me mandó a la primera
escuela de guerrilleros que se formó en Cataluña, que estaba al mando de
consejeros soviéticos y era un embrión del futuro 14 Cuerpo de Ejército de
Guerrilleros de España.
Pero vino la
cuestión del punch de mayo del 37. El Partido, estando yo en Barcelona, me
retiró de lo que hacía y me dio un grupo de unos veintidós camaradas jóvenes,
todos muy buenos, y nos encomendó la tarea de tomar las dos emisoras de radio.
Las tomamos y estábamos en contacto con Rodríguez Salas, que era el jefe de la
policía de Cataluña, en la Vía Layetana.
Una vez
terminado esto, llegó la orden de mandar al frente a todos los grupos que
habían participado, y el Partido nos metió a todos los que estábamos trabajando
en aquellas condiciones, medio policías y medio incontrolados, se podría decir,
en el batallón disciplinario de Monjuich. Regresamos otra vez al frente de Aragón,
a Torralba de Aragón, y nos tocó cubrir la retirada hasta Artesa de Segre.
Volví a
Barcelona, otra vez al 14 Cuerpo de Ejército. Me encargaron un grupo de
guerrilleros, la mayoría de ellos aragoneses que venían del campo franquista.
Lo organicé y estuvimos varias veces luchando en la sierra de los Pirineos,
detrás de las líneas franquistas. Antes de la retirada de Cataluña me llamaron
para que me presentase urgentemente en Baldoreig, donde me dieron un grupo de
marinos gallegos, que estaban preparándose con unas lanchas que tenían para
hacer sabotaje detrás de las líneas enemigas. Estuve en Barcelona hasta que
llegó la retirada de Cataluña.
José Gros
Antes de
estallar la guerra estuve nueve meses parado. Mi pobre madre no sé cómo se apañaría
estando yo sin dar golpe. A los nueve meses me coloqué en Fomento de Obras y
Construcciones, en una depuradora que estaban haciendo en el barrio de La
China, y allí me pilló la noticia del alzamiento.
La primera noche
nos juntamos todos los jóvenes del barrio en una tahona que había en Pacífico,
enfrente del cuartel de intendencia y de infantería, nada más salir de la calle
Narciso Serra, que es donde yo vivía, a la izquierda. No teníamos fusiles, y
alguien pasó al cuartel a por uno, para que practicaran los que no sabían nada
de eso. Yo ya había practicado en la mili y sabía de qué iba la cosa. Eso fue
el sábado por la noche (el lunes sería lo del Cuartel de la Montaña) y cómo no
había pasado nada ese día nos fuimos a casa, pero el domingo nos volvimos a
reunir otra vez. En la reunión había socialistas, comunistas y anarquistas.
Anarquistas pocos, porque en Pacífico no había muchos, éramos más socialistas y
comunistas. El domingo salimos de nuevo por todo Madrid a ver cómo estaban las
iglesias, porque los fachas se habían refugiado en ellas, pero no vimos ningún
tiroteo ni nada. Llegamos hasta el Cuartel de la Montaña, pero como aquello
estaba muy triste nos volvimos.
Esa misma noche
del domingo, Largo Caballero dijo por la radio que en todos los pueblos de
España que dominara la República se debía ir a trabajar normalmente y donde
dominara el fascismo habría huelga general, así que el lunes fui a trabajar
como todos los días, pero fuimos muy pocos, sólo cuatro o cinco. Entre ellos
había tres anarquistas: uno que vivía en Vallecas y tenía un hermano que era
secretario del Sindicato de Ferrocarriles y Transportes de la CNT, un
asturiano, que era un pistolero tremendo, que contaba cómo en una huelga de la
construcción se había dedicado a pegar tiros a los esquiroles, y otro que no sé
de dónde sería. Ya oímos unos aviones de Getafe que volaban por allí y
escuchamos cañonazos. ¿Dónde será esto? ¿Qué pasará? Pues vámonos a Madrid.
Ellos, como
sabían que yo tenía carnet de conducir, me dijeron que les acompañara. Total,
que acabamos en la CNT, porque el Falomí dijo que hacía mucho que no veía a su
hermano y me llevaron hasta allí. Yo no subí, me quedé en la calle
esperándoles, porque yo era de la UGT, del Sindicato Metalúrgico y del Baluarte
de la UGT.
Al bajar me
propusieron que fuéramos a por un coche. Salimos de la calle de la Luna, dónde
estaba su sindicato y bajamos por la Carrera de San Jerónimo hasta que en una
de las calles aquellas vieron un garaje y uno de ellos dice: aquí tiene que
haber un coche. Buscaron al portero y le hicieron abrir las puertas. Vieron un
Ford y dijeron: éste mismo. Era un coche viejo, pero servía. Queríamos llegar
al Puente de Vallecas, pero vimos que estaban tirando tiros desde la basílica
de Atocha y que no se podía pasar hacia Pacifico. Los que me acompañaban se
apearon con las bombas de mano que llevaban y subieron a la basílica. A otros
que llegaron también entonces no se les ocurrió más que poner una bomba y volar
el reloj, que luego hemos estado sin él no se cuanto tiempo.
Yo me quedé abajo.
Al mando de un teniente llegó un cañón de artillería del siete y medio que
venía de cañonear el Cuartel de la Montaña. Le propusieron cañonear la
basílica, pues desde arriba estaban disparando y no dejaban pasar. El teniente
dijo que no tenía munición, pero yo sabía que un poco más abajo, en el cuartel
del Pacífico, la había, así que me ofrecí a pasar con el coche. Me fui con el
teniente, que tenía un brazo en cabestrillo, y como no podíamos cruzar por allí
porque tiroteaban, nos fuimos por la calle del Comercio, nos metimos por la
Renfe y llegamos al cuartel. Cuando regresamos con una cuantas cajas de
munición, ya había llegado un camión de Valencia con guardias de asalto y
habían tomado la basílica. Los que habían subido a lo alto bajaron con un cura que
habían cogido, porque los que disparaban eran los curas, y decidimos llevárselo
a los guardias de asalto que tenían el cuartel en la calle de Aztao. Llegamos
allí y nos dicen los guardias: ¿por qué le habéis traído? haberle pegado un
tiro por ahí. Pero le dejamos allí, el cura o lo que fuera, porque iba de
paisano, pero tenía la coronilla en la cabeza.
Entonces fue
cuando nos fuimos al Ateneo Libertario de Vallecas, pero yo ya estaba harto,
porque íbamos por Madrid y lo único que hacían aquellos era entrar en los
bares, tomarse unas cuantas cañas, comerse unos bocadillos, decir UHP [9] y
marcharse sin pagar. Yo jamás entré en un bar, les esperaba en el coche, y
pensaba ¿pero será gentuza es esta? qué llevan fusiles, pistolas y bombas y no
hacen nada, pero no sabía cómo quitármelos de encima.
Yo no hacía más
que cavilar cómo meterles en un fregao, porque ya estaba harto. Cuando ellos
entraban en los bares yo hablaba con la gente y me decían que creían que venía
Mola por Navacerrada a tomar Madrid y que se estaban formando unas columnas en
la carretera de Extremadura para salir a la carretera de la Coruña por donde
ahora esta Televisión Española. Así que les dije que no tenía gasolina y que
íbamos a ir a la carretera de Extremadura a una gasolinera grande que había por
allí. Pasado el Puente de Segovia había un control de milicias de las juventudes
comunistas y socialistas, y al pasar hacia el Paseo de Extremadura no nos
dijeron nada, pero al volver nos pararon.
Había una cola
de camiones muy grande, en los que creo que iba José Galán, el hermano de
Fermín, preparados todos para salir al encuentro de Mola. Me cago en Dios, dije
yo, y estos botarates toda la noche dando vueltas por Madrid sin hacer nada. Al
parar en el control le guiñé el ojo a los milicianos, me bajé del coche y les
dije: oye, que estos nada... Los guardias se dieron cuenta entonces de lo que
iban las cosas y nos dijeron que a Madrid no se podía ir, que nos metiéramos en
la fila. Aquellos tres no querían, pero yo le di la vuelta al coche y me puse
con los demás. Arrancaron los coches, pasamos por la carretera en que ahora
está la televisión, salimos a la de la Coruña, y dijeron aquellos: ¿y si ahora
volvemos a Madrid? Pero leche, les dije yo, ya está bien, hombre, ya está bien,
hemos estado todo el día gastando gasolina y sin hacer nada de provecho; por lo
menos vamos a ver qué pasa, además llevamos fusiles y pistolas. Bueno, pues
tira, dijeron ellos.
Antes de llegar
a Casa Mariano, un restaurante muy grande de burgueses en una carretera que va
a El Escorial me dijeron: para aquí, que vamos a descansar un poco. Era ya de
noche, cerca del amanecer, nos paramos y cada uno se acomodó como pudo, pero a
uno se le disparó el fusil y la bala me pasó rozando haciendo un agujero en el
techo del coche. Coño, dije yo, a ver si me vais a matar a mí. Perdona, que se
me ha descargado el fusil, contestó uno de ellos. Mentira, porque el coche
estaba parado. Al hacerse de día entraron en el restaurante y sacaron un jamón
con pan, allí almorzamos y luego seguimos hasta Navacerrada. Ellos avanzaron un
poco andando, volvieron al poco rato y dijeron que no habían visto nada, que
volvíamos a Madrid. Al llegar a la Cuesta de las Perdices nos encontramos una
fila de camiones en los que dijeron luego que iba el hijo de Largo Caballero,
que estaba acuartelado en El Pardo. Nos decían ¡salud! ¡salud! al cruzarnos con
ellos, pero sin que los soldados se dieran cuenta los jefes los pasaron al otro
bando.
Volvimos a
Madrid, y yo, para dejarlos de una vez, porque no hacían nada y además no me
fiaba de ellos, que igual me pegaban un tiro, hacía como que me dormía al
volante. Era mentira, yo ni tenía sueño ni Dios que lo fundó, pero quería
dejarles de una vez. Llegamos a la CNT y les dije que se buscaran otro chofer
porque yo me iba a descansar. Llegué a mi casa y le dije a mi madre: si vienen
a buscarme los que han estado conmigo les dice que me he ido, que ya no voy más
con esa gentuza.
A la mañana
siguiente volvieron, pero yo ya me había ido al radio del partido, donde ya
estuve ya trabajando con las juventudes. Requisamos un coche cojonudo para el
Partido. Todo el mundo quería controlar un coche, pero no había conductores y a
mí me tocó otra vez la misma historia. Fuimos a un garaje de la calle Alfonso
XII a requisarlo, íbamos un grupo de chavales y yo, vimos los coches y no había
ninguno que sirviera, pero había una jaula cerrada. El guarda del garaje no
quería abrirla y ponía como excusa que era de un militar, pero de todas maneras
le hicimos abrirla. Era un coche cojonudo, con doscientos y pico kilómetros y
matricula de Málaga, total que nos lo quedamos.
Los jóvenes
dijeron que había que ir a controlarlo, porque los sindicatos ponían un cartel
en el parabrisas garantizando el control, y como todos éramos de la UGT pues
allí nos fuimos, a un local que había en la calle Piamontre. Preguntaron por el
conductor y me presenté, me pidieron el carnet y se lo di, pero cuando vieron
que no era del sindicato del transporte, sino del metalúrgico, me dijeron que
ellos no podían controlarlo. Uno de los chavales que me acompañaba, que era el
demonio, propuso que nos lo controlaran los anarquistas, y aunque algunos no
queríamos ir a la CNT, al final le hicimos caso.
Otra vez en la
calle de La Luna. Había una cola enorme para controlar coches, nosotros nos
pusimos en la cola y pasa uno, que se llamaba Gómez, por cierto, y me conocía
del trabajo, y quiso ponerme el primero, pero nos negamos. Cuando nos tocó el
turno nos pidieron la matrícula y nada más, ni el carnet de conducir ni el del
sindicato, y con eso sólo nos dieron el cartel de controlado por la CNT. Lo
pegamos en el coche, que circuló toda la guerra libremente con aquel cartelito.
Yo salí de allí con un cabreo tremendo. Les dije a los chavales: a esto no hay
derecho, vamos a suponer que ahora nosotros somos fascistas y con este coche
hacemos todo lo que nos dé la gana. Fuimos al Partido y les contamos lo que nos
había pasado.
Pero vamos, que a mi aquello no me gustaba un pelo. Estuve un tiempo de chófer, pero en cuanto pude me fui al frente. Primero quise lo intente cómo piloto, pero no puede por la edad, porque los pilotos tenían que ser muy jóvenes, por eso de los reflejos, supongo. Allí mismo me dijeron que me dirigiera a tanques, así que de tanquista acabé. ¿Te he cantado el himno del batallón?
-Si, padre, varias veces.
Bueno: "Somos los tanquistas revolucionarios/ que luchamos todos por la libertad./ Queremos que cesen tantas injusticias/ y desaparezca la desigualdad. /Ay, ay, ay, tirano cruel,/ ay, ay, ay, que mal te vas a ver. / Ay, ay, ay, que viva nuestra unión/ somos los tanquistas del quinto batallón"...
Pero vamos, que a mi aquello no me gustaba un pelo. Estuve un tiempo de chófer, pero en cuanto pude me fui al frente. Primero quise lo intente cómo piloto, pero no puede por la edad, porque los pilotos tenían que ser muy jóvenes, por eso de los reflejos, supongo. Allí mismo me dijeron que me dirigiera a tanques, así que de tanquista acabé. ¿Te he cantado el himno del batallón?
-Si, padre, varias veces.
Bueno: "Somos los tanquistas revolucionarios/ que luchamos todos por la libertad./ Queremos que cesen tantas injusticias/ y desaparezca la desigualdad. /Ay, ay, ay, tirano cruel,/ ay, ay, ay, que mal te vas a ver. / Ay, ay, ay, que viva nuestra unión/ somos los tanquistas del quinto batallón"...
Antonio Gómez Marín
No ingresé en el
Partido hasta que comenzó la guerra. Cuando los fascistas se acercaban a Madrid
consideré que había que definirse, y di el paso, sabiendo qué era para toda la
vida, que no era el producto de una locura o una exaltación, sino que era una
cosa muy meditada.
Enseguida se
formó un batallón de voluntarios del sindicato de Artes Blancas, que era el de
los panaderos, en el que me integré. Yo era quinto de aquel año, pero me habían
declarado no apto para el servicio. Aquello fue en el mes de junio y yo salí
encantado, porque el ejército no me gustaba, pero después, ya en la guerra,
pues claro, había que ir a ella. Participamos en la defensa de Madrid, primero
en Carabanchel, luego en el Parque del Oeste, luego en la Casa de Campo.
Estando en este último lugar me eligieron delegado político de la compañía, en
lo que era salón de actos de la cárcel, donde estábamos de descanso, en el
paseo de Moret, Estando ya en la Ciudad Universitaria me hicieron comisario del
batallón, pero a finales del año 37, en diciembre, Indalecio Prieto dio un
decreto, que el Partido aceptó por no romper la unidad, con el que se cargó a
trescientos y pico comisarios, todos comunistas, y entre ellos a mí. Yo no me
había preocupado de tener un nombramiento oficial ni de salir en ningún
boletín. Me ofrecieron ir a Extremadura de comisario de una brigada, pero les
contesté que no, que lo que yo quería era arreglar el batallón del sindicato y
transformarlo en un batallón del ejército auténtico y eficaz, no una amalgama
de socialistas, comunistas y anarquistas, cada uno por su lado, tarea para la
que consideraba que tenía autoridad y podía hacerlo en mejores condiciones que
lo que veía que se estaba haciendo. Entonces, por las gafas, que siempre he
llevado gafas de culo de vaso, el Partido me ofreció ir a la escuela de cuadros
como alumno. Fui a la del sector Sur y allí conocí a Carmen, mi mujer, que
tenía entonces 17 años. En enero del 38 me mandaron de profesor a la escuela
del sector Este y allí estuve hasta el final de la guerra.
Simón Sánchez Montero
[1].- Interpretada
por Pi de la Serra y Carme Canela, bajo la dirección de Pere Camps en el álbum “¡No Pasarán!”. Horus, Barcelona, 1977. Incluido el disco completo al inicio del texto.
[2].- “El único camino”. Primera edición: Editorial Progreso. Moscú. 1963.
[3].- “Campo abierto”. Segunda entrega de “El Laberinto mágico”. ( Alfaguara,
Madrid, 1998)
[4].- “Por qué luchamos”. Endymión, Madrid,
1992.
[6].- “La
guerra apasionada (Las Brigadas Internacionales en la guerra civil española)”.
Ediciones Alcor, Madrid, 1997.
[7].-
Discurso de despedida a las Brigadas Internacionales, pronunciado en Barcelona
el 29 de octubre de 1938
[8].- “Poesía y literatura”. Seix Barral,
Barcelona, 1971.
[9] Siglas
de Unidad Hermanos Proletarios, consigna de principios de la guerra.
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