sábado, 3 de agosto de 2013









España en armas


"A ti Franco, cruel, vil asesino
de mujeres y niños del pueblo español,
tu que abriste las puertas al fascismo
tendrás eternamente nuestra maldición".
Canción de bourg madame[1]


Pasionaria lo recuerda en sus memorias: “Y al fin, la tempestad, que tanto tiempo venía amenazando, se desencadenó. El 18 de julio de 1936 España despertaba sobresaltada. Los primeros cañonazos de la sublevación se escucharon en Marruecos. El eco de los disparos se extendía estremecedoramente por toda España. De boca en boca, de casa en casa, de calle en calle, se gritaba la alarma: ¡Las fuerzas militares destacadas en Marruecos se han sublevado contra la República!”. [2]



“Los campos heridos de tanta metralla
los pueblos sangrantes de tanto dolor
y los campesinos sobre la batalla
para destrozar al fascismo traidor.
Dejando el arado tirado en la tierra
tomando el fusil para pelear
marchamos viriles hacia las trincheras
para que en España haya libertad”.
Los  campesinos

Max Aub lo recreó en la que sin duda es la obra maestra de la literatura sobre la guerra civil: “¿Crees que todos estos que están ahora abriendo trincheras alrededor de Madrid, o alzando barricadas en sus calles, lo hacer porque se lo manda el Gobierno? ¡Vamos! Además el Gobierno no manda nada... ¡Sólo piensa en salvar el pellejo. ¡Los sindicatos, hijo, los sindicatos! Y eso, porque les sale de adentro a los sindicatos; y no por sindicados, sino por hombres, por hombres que tienen sentido de lo que no quieren. Porque están en contra de algo tangible, que está llamando a la puerta de todos. Nada une como lo que no se quiere. Y si no, vete a verlo. Lo mismo da anarquistas, que socialistas, que comunistas. Si tuvieran que imponer sus soluciones se entrematarían a quien más, mejor. Lo único que une es el anti. El estar en contra. Cada quien quiere otra cosa, pero cuando se trata de no querer, entonces cabe la unión. ¿O es que crees que los madrileños están dispuestos a dejarse machacar por defender la República? ¡No, hombre! Están listos a morir porque no quieren que entren los fachas[3].

"El dieciocho de julio
 en el patio de un convento
el Partido Comunista
 fundó el quinto regimiento.
Con Líster, el Campesino,
con Galán y con Modesto,
con el comandante Carlos,
no hay miliciano con miedo.
Con los cuatro batallones
que Madrid están defendiendo
se va lo mejor de España,
la flor más roja del pueblo.
El quinto  regimiento


Pedro Vicente, que estuvo allí, lo cuenta: "El regreso a Madrid coincidió con el comienzo del 5° Regimiento. Los compañeros de Artes Blancas habían estado en mi casa a dejar recado de que cuando volviese a Madrid no dejase de pasar por el Sindicato de la Unión General de Trabajadores (UGT). Al día siguiente de llegar me presente allí y me propusieron ingresar en la compañía que en ese momento trataban de formar con afiliados al Sindicato de Artes Blancas del Sindicato de la UGT, cuyo cuadro de mando en su comienzo lo componían: Comandante, Evaristo Gil, del PCE; oficiales: Gabriel Carvajal, PSOE; Antonio Díaz, PCE; Ángel Herrero, CNT; Peña y Bellido, PCE y Luis Mesonero, comisario político, PCE. Formada la compañía, salíamos para el frente de Guadarrama, sector de Hornillo Alto, a unos ocho kilómetros del pueblo de Guadarrama. A nuestra derecha, había una compañía del Batallón Vitoria, a la izquierda una del Batallón Acero y más a la derecha, una de Infantería de Aviación. Los primeros días, nuestra actividad consistía en establecer una línea de protección de las carreteras que conducían a Madrid, y hacer una prospección del terreno entre las dos líneas divisorias, la nuestra y la del enemigo, mediante sucesivas descubiertas"[4].

"Nacidos en la lejana patria,
como equipaje nuestro corazón.
Pero no hemos perdido nuestra patria,
lucha en Madrid por la revolución.
Nuestros hermanos de pie en las barricadas,
proletarios españoles aquí están
solidarios, las banderas levantadas”.
Adelante Brigada Internacional

María Teresa León lo rememoró en su exilio: "El pueblo de Madrid tampoco había dormido. Cuando apareció completamente el sol, llenas las venas de una fe intuitiva, salimos a la calle, paseo de la Castellana adelante. Nos asombramos al ver, tumbados bajo los árboles del paseo, gente arropada en buenas mantas, y estos ¿quiénes son? Nos contestaron: Las Brigadas Internacionales. León Felipe se acarició más que nunca la barba, la atusaba, sonreía. La capital de la gloria cambiaba su signo. ¿Cómo eran aquellos que venían románticamente a morir por España? El pulso de la ciudad se fue afirmando. Pasamos entre los dormidos. Uno de ellos se inclinó a preguntar a otro; la ville est belle? Sí, era hermosa como los sueños donde los hombres dejan la vida. Luego los vimos levantarse, avanzar con la luz de la aurora hacia la muerte"[5].

“Camarada hombro con hombro,
camarada bien firme el paso.
Para liberar a Thaelmann
hoces y puños en alto”.
Himno a Ernest Thaelman

Peter Wyden, periodista y escritor estadounidense de origen alemán, lo ha estudiado y contado: "Fue, en efecto, uno de los momentos más celebrados de la guerra, pero no se trataba de ningún desfile.../... Excepto alguna que otra cola en busca de alimentos, las calles azotadas por el viento estaban casi desiertas, las ventanas con los postigos cerrados. El vigoroso Sommerfield, agobiado bajo una carga de 65 kilos, que era la pieza principal de una ametralladora St.-Etienne, alzó la mirada y vio que la gente empezaba a asomarse a las ventanas gritando ¡Vivan los rusos!”. Los madrileños no dudaban que estaban vitoreando a unos rusos. La formación de las Brigadas Internacionales en Albacete se había mantenido en secreto por parte del Gobierno republicano, temeroso de que incluso una auténtica buena noticia pudiera volverse políticamente en su contra. En cambio, los rumores ya habían dado cuenta de la entrada en acción de los tanques y aviones rusos, así que ¿por qué no iban a venir también tropas rusas? ¡Salud! ¡Salud!, gritaban los más espabilados de la columna. Algunos aplaudieron, otros levantaron el puño. Geofrey COK, del londinense News Chronicle, dejó la taza de café en la barra del Hotel Gran Vía y observó que una de las asistentas miraba a los recién llegados con las mejillas llenas de lágrimas. Otra mujer también lloraba y alzaba en vilo a una niña de corta edad, que saludaba con el puño levantado. Los coches se detenían haciendo sonar las bocinas. Pero al oír voces de mando en francés, Cox tuvo la seguridad de que no se trataba de rusos"[6].

There´s a valley in Spain called Jarama
it´s a place that we all know so well
It was there that we gave of our manhood
and there that our brave comrades fell
We are proud of the Lincoln Battalion
and the fight for Madrid that we made
Jarama Valley

Dolores Ibárruri les despidió: "Razones políticas, razones de estado, la salud de esa misma causa por la cual vosotros ofrecisteis vuestra sangre con generosidad sin límites, os hacen volver a vuestra patria a unos, a la forzada emigración a otros, podéis marchar orgullosos, sois la historia, sois la leyenda, sois el ejemplo heroico de la solidaridad y de la universalidad de la democracia, frente al espíritu vil y acomodaticio de los que interpretan los principios democráticos mirando hacia las cajas de caudales, o hacia las acciones industriales, que quieren salvar a todo riesgo. No os olvidaremos; y, cuando el olivo de la paz florezca, entrelazado con los laureles de la victoria de la República Española, ¡volved!... Volved a nuestro lado, que aquí encontraréis patria, los que no tenéis patria, amigos, los que tenéis que vivir privados de amistad, y todos, todos, el cariño y el agradecimiento de todo el pueblo español, que hoy y mañana guitará con entusiasmo: ¡Vivan los héroes de las Brigadas Internacionales![7].

Sin ningún temor
Van a combatir”
Cuando el sol se pone.
Prefieren morir
A vivir del pan
Que el amo les da”.
Canto Nocturno en las trincheras

Luis Cernuda lo entendió: “A principios de la guerra, mi convicción antigua de que las injusticias sociales que había conocido en España pedían reparación, y de que ésta estaba próxima, me hizo ver en el conflicto no tanto sus horrores, que aún no conocía, como las esperanzas que parecía traer para el futuro. Desnudas frente a frente vi, de una parte, la sempiterna, la inmortal reacción española, viviendo siempre entre la ignorancia, superstición e intolerancia, en una edad media suya propia; y de otro, las fuerzas de una España joven cuya oportunidad parecía llegada[8].








Guerras


Cuando estalló la sublevación yo estaba en la escuela de cuadros del Partido, a la que había llegado desde Galicia el 2 de junio. El Comité Central dio instrucciones de que los alumnos no saliéramos de ella, pero al tener lugar los primeros levantamientos en Madrid, el mismo día 18, resultaba muy difícil sujetarnos, así que llegamos a un acuerdo con el director de la escuela y el representante del Partido, que era un compañero de Sevilla, Ignacio Cobeñas. Acordamos que nos mantendríamos un tiempo allí, sin salir, pero que se organizarían comisiones de delegaciones del cursillo para que dieran una vuelta y ver lo que pasaba.

Los primeros que salieron ya no regresaron a la escuela, los siguientes igual, y poco a poco los locales se fueron quedando semivacíos, porque los que salían se iban incorporando a la lucha en los sitios de los que procedían. Sólo permanecíamos allí los que no teníamos donde ir, porque nuestros lugares de origen estaban tomados ya por los sublevados; por ejemplo Galicia, un sector de Andalucía y parte de Extremadura. La dirección del Partido tomó cartas en el asunto, ya que no había ánimos para seguir estudiando mientras la gente luchaba en las calles, y suspendió el cursillo a los dos o tres días de la sublevación. Como los que quedábamos no podíamos regresar a nuestros lugares de origen, empezamos a trabajar en el Comité Central, que se instaló en Serrano 6, en la antigua casa de Gil Robles, que había quedado abandonada.

A mí, aquello de estar en el Comité Central y hacer trabajos de organización no me atraía demasiado y tenía muchas ganas de ir a luchar al frente. Al principio, tomamos el convento de al lado, que los frailes y las monjas habían abandonado por motivos de seguridad, y durante unos días fui responsable de todo aquello, pero un día nos fuimos al patio del 5° Regimiento y empezamos a hacer instrucción en orden abierto, que era lo que se hacía allí, esperando que hubiera un camión que nos llevase a la sierra, pero volvieron a mandarnos al Comité Central.

Al regresar a Serrano 6 el Partido había designado a Vicente Uribe para que nos echara una bronca, y él, que tenía bastante mal genio cuando intervenía en estas cosas, nos dio una charla diciendo que soldados había muchos mientras que políticos había pocos, que teníamos que ser obedientes y quedarnos donde nos mandaban. Yo me quedé unos días, pero al fin convencí a Pedro Checa, que era el secretario de organización, de que no tenía sentido que estuviera allí siendo gallego y habiendo muchos otros gallegos que se podían organizar, y que mi misión debía ser organizados e ir al frente, porque para estar en Madrid había mucha gente. Me autorizó entonces a abrir un centro de enganche para las milicias gallegas, cosa que hicimos en un cuartel de Cuatro Caminos que nos cedieron.

Empecé entonces a recorrer los pueblos de los alrededores de Madrid, como Fuenlabrada y Getafe, que hoy son villas dormitorio, donde había unos centenares de gallegos que habían estado trabajando en la siega de la cebada y el trigo y que al estallar la guerra no tenía nada que hacer y no podían volver a Galicia. Con ellos creamos las milicias gallegas. Se logró la incorporación de un capitán de la guerra de África, que estaba casado con una gallega de La Coruña y había servido varios años en la Guardia Civil de allí, por lo que tenía cierta afición por los gallegos, al que nombramos jefe militar del batallón. Entonces fuimos a pedir armas a Largo Caballero, que no pudo darnos más que seiscientos fusiles. Como nosotros éramos mil doscientos, la mitad de la gente siguió desarmada.

Franco había tomado Talavera, Maqueda, Torrijos y otros pueblos, estableciendo el frente de Toledo y creando una zona amenazada hacia la que nos llegó la orden de partir. Nadie se quería quedar en Madrid, pese a que no había armas para todos, así que cuando una caía herido o muerto el otro tomaba su fusil. Era realmente impresionante ver cómo combatía aquella gente; porque, además, hay que tener en cuenta que en el batallón apenas había gente que estuviera afiliada a algún partido político. Al comienzo el único comunista era yo, después, poco a poco, organicé allí un grupo de camaradas. El único miembro del comité del batallón que estuvo luchando en el frente con los soldados fui yo, los demás no se incorporaron y se quedaron en Madrid. Al volver del frente de Toledo se hizo una votación a mano alzada y me nombraron comisario político.

Todo eso coincidió con el famoso decreto de Largo Caballero por el que se transformaban las milicias en ejército. El batallón de milicias gallegas se incorporó por votación unánime de la gente al 5° Regimiento, que mandaba Lister, y pasó a ser el cuarto batallón de la primera brigada mixta, del que yo también fui comisario político. Los primeros combates tuvieron lugar en Seseña y Valdemoro para intentar frenar la ofensiva contra Madrid, pero no tuvimos éxito, porque se cometieron errores. Además, las milicias había pasado a ser unidades militares, pero sólo de nombre, ya que no había sido instruidas como tales. También porque Largo Caballero tuvo la ocurrencia de anunciar la ofensiva por radio, así que cuando atacamos ya estaban preparados.

El enemigo rompió el frente. Estuvimos luchando hacía la carretera de Andalucía, pero tuvimos que retirarnos más tarde por Ciempozuelos y Titulcia hasta Morata de Tajuña. En esta operación ocurrió un hecho que quiero relatar: a los dos días de estar luchando en el monte ya no teníamos ni víveres ni nada, así que baje a Valdemoro para ver qué pasaba con la intendencia. Resultó que al lado de Valdemoro, en un pequeño chalet que había allí, encontré reunido al buró político del Partido, con Pepe Díaz, Colón, Checa, el representante de la Internacional Comunista, que era Vittorio Codovila, y otros dirigentes. Ellos pensaban que, claro, como era la primera vez que luchaba una milicia convertida en unidad militar se daban las condiciones más adecuadas para que la operación tuviera éxito, y querían estar presentes para dar moral a los combatientes. Yo me quedé sorprendidísimo de verles, porque el frente de había roto y el enemigo estaba avanzando, así que les dije que si seguían allí una hora más les podían coger prisioneros, ya que nuestra gente se estaba retirando.

Dolores Ibárruri, que era tan impulsiva, dijo que si la gente se retiraba ella se venía conmigo, y así lo hizo. Se subió al pretil de un puente que había en la carretera de Valdemoro, y empezó a arengar a los milicianos. Cuando la gente vio a Pasionaria, que ya era conocida, se impresionó, y consiguió que muchos de los milicianos volvieran otra vez al frente.

Después de hacer noche en Morata de Tajuña fuimos a Villaverde Bajo, que había tomado el enemigo. Recuperamos una parte del pueblo, echamos atrás a los fascistas y nos quedamos allí durante todo el invierno del 36-37. Fue terrible. Caían unas heladas tan enormes que el río Manzanares estaba totalmente helado y se podía andar por encima de él cómo por una carretera. Entre nosotros y el enemigo apenas había separación. Estábamos tan cerca unos de otros que la tierra de nadie era una empresa automovilística que había allí. Ellos tenían la pared de un lado y nosotros la del otro, y la tierra de nadie era únicamente la sala donde trabajaban los obreros.

De Villaverde Bajo fuimos con tres batallones a detener la ofensiva de los franquistas por la carretera de La Coruña, por la Cuesta de las Perdices y la zona del Pardo. En Entrevías hicimos un acto, que terminó a las tres de la madrugada, en el que Alberti recitó unos poemas. La gente salió llorando con los poemas de Alberti hacia el frente del Pardo. Fueron días muy complejos y difíciles. Pese a la terrible helada no podíamos encender lumbre, porque se delataba la presencia de las tropas, pero detuvimos al enemigo en la Cuesta de las Perdices. Tras ser herido el comisario de la primera brigada, un tal Fuente que era líder de la UGT de la construcción en Madrid, me nombraron a mí en su lugar.

En plena batalla del Jarama recibí un telegrama de Pedro Checa para que asistiera al pleno ampliado del Comité Central que se celebró en Valencia del 3 al 8 de marzo de 1937 en el que me nombraron miembro del mismo junto a otros camaradas que no estaban anteriormente en él, como Enrique Lister y Juan Modesto. Lo que más recuerdo de aquella ocasión es el discurso que nos echó José Díaz casi al final del pleno. Fue un discurso realmente impresionante sobre cómo debía ser un dirigente comunista, su comportamiento, su valentía, su sinceridad con el pueblo, su honestidad, su ética. Yo no sé si quedó grabado y se ha conservado, pero fue una antología de cómo debe comportarse un dirigente comunista.

Santiago Álvarez



Al llegar la sublevación del 36 vivía en Manresa. Unos días antes del alzamiento ya estábamos pendientes de lo que podía pasar y cuando conocimos la rebelión tomamos el cuartel del pueblo. Con parte del armamento que encontramos allí, ametralladoras y otras cosas, nos unimos a la primera columna que partió para tomar Aragón en el tren del PSUC. Fue allí donde tuve mi bautismo de fuego. Lo tomamos y el frente quedó estacionado.

Al cabo de poco tiempo, el Partido me encargó ingresar en investigación del frente, pero no permanecí mucho en ese destino. Nos trasladaron a Huesca y poco después a Madrid, donde estuvimos peleando en la Casa de Campo y en la Ciudad Universitaria. Tuvimos muchas bajas. A comienzos del 37 regresamos otra vez al frente de Aragón. En febrero de ese año el Partido me mandó a la primera escuela de guerrilleros que se formó en Cataluña, que estaba al mando de consejeros soviéticos y era un embrión del futuro 14 Cuerpo de Ejército de Guerrilleros de España.

Pero vino la cuestión del punch de mayo del 37. El Partido, estando yo en Barcelona, me retiró de lo que hacía y me dio un grupo de unos veintidós camaradas jóvenes, todos muy buenos, y nos encomendó la tarea de tomar las dos emisoras de radio. Las tomamos y estábamos en contacto con Rodríguez Salas, que era el jefe de la policía de Cataluña, en la Vía Layetana.

Una vez terminado esto, llegó la orden de mandar al frente a todos los grupos que habían participado, y el Partido nos metió a todos los que estábamos trabajando en aquellas condiciones, medio policías y medio incontrolados, se podría decir, en el batallón disciplinario de Monjuich. Regresamos otra vez al frente de Aragón, a Torralba de Aragón, y nos tocó cubrir la retirada hasta Artesa de Segre.

Volví a Barcelona, otra vez al 14 Cuerpo de Ejército. Me encargaron un grupo de guerrilleros, la mayoría de ellos aragoneses que venían del campo franquista. Lo organicé y estuvimos varias veces luchando en la sierra de los Pirineos, detrás de las líneas franquistas. Antes de la retirada de Cataluña me llamaron para que me presentase urgentemente en Baldoreig, donde me dieron un grupo de marinos gallegos, que estaban preparándose con unas lanchas que tenían para hacer sabotaje detrás de las líneas enemigas. Estuve en Barcelona hasta que llegó la retirada de Cataluña.

José Gros



Antes de estallar la guerra estuve nueve meses parado. Mi pobre madre no sé cómo se apañaría estando yo sin dar golpe. A los nueve meses me coloqué en Fomento de Obras y Construcciones, en una depuradora que estaban haciendo en el barrio de La China, y allí me pilló la noticia del alzamiento.

La primera noche nos juntamos todos los jóvenes del barrio en una tahona que había en Pacífico, enfrente del cuartel de intendencia y de infantería, nada más salir de la calle Narciso Serra, que es donde yo vivía, a la izquierda. No teníamos fusiles, y alguien pasó al cuartel a por uno, para que practicaran los que no sabían nada de eso. Yo ya había practicado en la mili y sabía de qué iba la cosa. Eso fue el sábado por la noche (el lunes sería lo del Cuartel de la Montaña) y cómo no había pasado nada ese día nos fuimos a casa, pero el domingo nos volvimos a reunir otra vez. En la reunión había socialistas, comunistas y anarquistas. Anarquistas pocos, porque en Pacífico no había muchos, éramos más socialistas y comunistas. El domingo salimos de nuevo por todo Madrid a ver cómo estaban las iglesias, porque los fachas se habían refugiado en ellas, pero no vimos ningún tiroteo ni nada. Llegamos hasta el Cuartel de la Montaña, pero como aquello estaba muy triste nos volvimos.

Esa misma noche del domingo, Largo Caballero dijo por la radio que en todos los pueblos de España que dominara la República se debía ir a trabajar normalmente y donde dominara el fascismo habría huelga general, así que el lunes fui a trabajar como todos los días, pero fuimos muy pocos, sólo cuatro o cinco. Entre ellos había tres anarquistas: uno que vivía en Vallecas y tenía un hermano que era secretario del Sindicato de Ferrocarriles y Transportes de la CNT, un asturiano, que era un pistolero tremendo, que contaba cómo en una huelga de la construcción se había dedicado a pegar tiros a los esquiroles, y otro que no sé de dónde sería. Ya oímos unos aviones de Getafe que volaban por allí y escuchamos cañonazos. ¿Dónde será esto? ¿Qué pasará? Pues vámonos a Madrid.

Ellos, como sabían que yo tenía carnet de conducir, me dijeron que les acompañara. Total, que acabamos en la CNT, porque el Falomí dijo que hacía mucho que no veía a su hermano y me llevaron hasta allí. Yo no subí, me quedé en la calle esperándoles, porque yo era de la UGT, del Sindicato Metalúrgico y del Baluarte de la UGT.

Al bajar me propusieron que fuéramos a por un coche. Salimos de la calle de la Luna, dónde estaba su sindicato y bajamos por la Carrera de San Jerónimo hasta que en una de las calles aquellas vieron un garaje y uno de ellos dice: aquí tiene que haber un coche. Buscaron al portero y le hicieron abrir las puertas. Vieron un Ford y dijeron: éste mismo. Era un coche viejo, pero servía. Queríamos llegar al Puente de Vallecas, pero vimos que estaban tirando tiros desde la basílica de Atocha y que no se podía pasar hacia Pacifico. Los que me acompañaban se apearon con las bombas de mano que llevaban y subieron a la basílica. A otros que llegaron también entonces no se les ocurrió más que poner una bomba y volar el reloj, que luego hemos estado sin él no se cuanto tiempo.

Yo me quedé abajo. Al mando de un teniente llegó un cañón de artillería del siete y medio que venía de cañonear el Cuartel de la Montaña. Le propusieron cañonear la basílica, pues desde arriba estaban disparando y no dejaban pasar. El teniente dijo que no tenía munición, pero yo sabía que un poco más abajo, en el cuartel del Pacífico, la había, así que me ofrecí a pasar con el coche. Me fui con el teniente, que tenía un brazo en cabestrillo, y como no podíamos cruzar por allí porque tiroteaban, nos fuimos por la calle del Comercio, nos metimos por la Renfe y llegamos al cuartel. Cuando regresamos con una cuantas cajas de munición, ya había llegado un camión de Valencia con guardias de asalto y habían tomado la basílica. Los que habían subido a lo alto bajaron con un cura que habían cogido, porque los que disparaban eran los curas, y decidimos llevárselo a los guardias de asalto que tenían el cuartel en la calle de Aztao. Llegamos allí y nos dicen los guardias: ¿por qué le habéis traído? haberle pegado un tiro por ahí. Pero le dejamos allí, el cura o lo que fuera, porque iba de paisano, pero tenía la coronilla en la cabeza.

Entonces fue cuando nos fuimos al Ateneo Libertario de Vallecas, pero yo ya estaba harto, porque íbamos por Madrid y lo único que hacían aquellos era entrar en los bares, tomarse unas cuantas cañas, comerse unos bocadillos, decir UHP [9] y marcharse sin pagar. Yo jamás entré en un bar, les esperaba en el coche, y pensaba ¿pero será gentuza es esta? qué llevan fusiles, pistolas y bombas y no hacen nada, pero no sabía cómo quitármelos de encima.

Yo no hacía más que cavilar cómo meterles en un fregao, porque ya estaba harto. Cuando ellos entraban en los bares yo hablaba con la gente y me decían que creían que venía Mola por Navacerrada a tomar Madrid y que se estaban formando unas columnas en la carretera de Extremadura para salir a la carretera de la Coruña por donde ahora esta Televisión Española. Así que les dije que no tenía gasolina y que íbamos a ir a la carretera de Extremadura a una gasolinera grande que había por allí. Pasado el Puente de Segovia había un control de milicias de las juventudes comunistas y socialistas, y al pasar hacia el Paseo de Extremadura no nos dijeron nada, pero al volver nos pararon.

Había una cola de camiones muy grande, en los que creo que iba José Galán, el hermano de Fermín, preparados todos para salir al encuentro de Mola. Me cago en Dios, dije yo, y estos botarates toda la noche dando vueltas por Madrid sin hacer nada. Al parar en el control le guiñé el ojo a los milicianos, me bajé del coche y les dije: oye, que estos nada... Los guardias se dieron cuenta entonces de lo que iban las cosas y nos dijeron que a Madrid no se podía ir, que nos metiéramos en la fila. Aquellos tres no querían, pero yo le di la vuelta al coche y me puse con los demás. Arrancaron los coches, pasamos por la carretera en que ahora está la televisión, salimos a la de la Coruña, y dijeron aquellos: ¿y si ahora volvemos a Madrid? Pero leche, les dije yo, ya está bien, hombre, ya está bien, hemos estado todo el día gastando gasolina y sin hacer nada de provecho; por lo menos vamos a ver qué pasa, además llevamos fusiles y pistolas. Bueno, pues tira, dijeron ellos.

Antes de llegar a Casa Mariano, un restaurante muy grande de burgueses en una carretera que va a El Escorial me dijeron: para aquí, que vamos a descansar un poco. Era ya de noche, cerca del amanecer, nos paramos y cada uno se acomodó como pudo, pero a uno se le disparó el fusil y la bala me pasó rozando haciendo un agujero en el techo del coche. Coño, dije yo, a ver si me vais a matar a mí. Perdona, que se me ha descargado el fusil, contestó uno de ellos. Mentira, porque el coche estaba parado. Al hacerse de día entraron en el restaurante y sacaron un jamón con pan, allí almorzamos y luego seguimos hasta Navacerrada. Ellos avanzaron un poco andando, volvieron al poco rato y dijeron que no habían visto nada, que volvíamos a Madrid. Al llegar a la Cuesta de las Perdices nos encontramos una fila de camiones en los que dijeron luego que iba el hijo de Largo Caballero, que estaba acuartelado en El Pardo. Nos decían ¡salud! ¡salud! al cruzarnos con ellos, pero sin que los soldados se dieran cuenta los jefes los pasaron al otro bando.

Volvimos a Madrid, y yo, para dejarlos de una vez, porque no hacían nada y además no me fiaba de ellos, que igual me pegaban un tiro, hacía como que me dormía al volante. Era mentira, yo ni tenía sueño ni Dios que lo fundó, pero quería dejarles de una vez. Llegamos a la CNT y les dije que se buscaran otro chofer porque yo me iba a descansar. Llegué a mi casa y le dije a mi madre: si vienen a buscarme los que han estado conmigo les dice que me he ido, que ya no voy más con esa gentuza.

A la mañana siguiente volvieron, pero yo ya me había ido al radio del partido, donde ya estuve ya trabajando con las juventudes. Requisamos un coche cojonudo para el Partido. Todo el mundo quería controlar un coche, pero no había conductores y a mí me tocó otra vez la misma historia. Fuimos a un garaje de la calle Alfonso XII a requisarlo, íbamos un grupo de chavales y yo, vimos los coches y no había ninguno que sirviera, pero había una jaula cerrada. El guarda del garaje no quería abrirla y ponía como excusa que era de un militar, pero de todas maneras le hicimos abrirla. Era un coche cojonudo, con doscientos y pico kilómetros y matricula de Málaga, total que nos lo quedamos.

Los jóvenes dijeron que había que ir a controlarlo, porque los sindicatos ponían un cartel en el parabrisas garantizando el control, y como todos éramos de la UGT pues allí nos fuimos, a un local que había en la calle Piamontre. Preguntaron por el conductor y me presenté, me pidieron el carnet y se lo di, pero cuando vieron que no era del sindicato del transporte, sino del metalúrgico, me dijeron que ellos no podían controlarlo. Uno de los chavales que me acompañaba, que era el demonio, propuso que nos lo controlaran los anarquistas, y aunque algunos no queríamos ir a la CNT, al final le hicimos caso.

Otra vez en la calle de La Luna. Había una cola enorme para controlar coches, nosotros nos pusimos en la cola y pasa uno, que se llamaba Gómez, por cierto, y me conocía del trabajo, y quiso ponerme el primero, pero nos negamos. Cuando nos tocó el turno nos pidieron la matrícula y nada más, ni el carnet de conducir ni el del sindicato, y con eso sólo nos dieron el cartel de controlado por la CNT. Lo pegamos en el coche, que circuló toda la guerra libremente con aquel cartelito. Yo salí de allí con un cabreo tremendo. Les dije a los chavales: a esto no hay derecho, vamos a suponer que ahora nosotros somos fascistas y con este coche hacemos todo lo que nos dé la gana. Fuimos al Partido y les contamos lo que nos había pasado.

Pero vamos, que a mi aquello no me gustaba un pelo. Estuve un tiempo de chófer, pero en cuanto pude me fui al frente. Primero quise lo intente cómo piloto, pero no puede por la edad, porque los pilotos tenían que ser muy jóvenes, por eso de los reflejos, supongo. Allí mismo me dijeron que me dirigiera a tanques, así que de tanquista acabé. ¿Te he cantado el himno del batallón?

-Si, padre, varias veces.

Bueno: "Somos los tanquistas revolucionarios/ que luchamos todos por la libertad./ Queremos que cesen tantas injusticias/ y desaparezca la desigualdad. /Ay, ay, ay, tirano cruel,/ ay, ay, ay, que mal te vas a ver. / Ay, ay, ay, que viva nuestra unión/ somos los tanquistas del quinto batallón"...

Antonio Gómez Marín



No ingresé en el Partido hasta que comenzó la guerra. Cuando los fascistas se acercaban a Madrid consideré que había que definirse, y di el paso, sabiendo qué era para toda la vida, que no era el producto de una locura o una exaltación, sino que era una cosa muy meditada.

Enseguida se formó un batallón de voluntarios del sindicato de Artes Blancas, que era el de los panaderos, en el que me integré. Yo era quinto de aquel año, pero me habían declarado no apto para el servicio. Aquello fue en el mes de junio y yo salí encantado, porque el ejército no me gustaba, pero después, ya en la guerra, pues claro, había que ir a ella. Participamos en la defensa de Madrid, primero en Carabanchel, luego en el Parque del Oeste, luego en la Casa de Campo.

Estando en este último lugar me eligieron delegado político de la compañía, en lo que era salón de actos de la cárcel, donde estábamos de descanso, en el paseo de Moret, Estando ya en la Ciudad Universitaria me hicieron comisario del batallón, pero a finales del año 37, en diciembre, Indalecio Prieto dio un decreto, que el Partido aceptó por no romper la unidad, con el que se cargó a trescientos y pico comisarios, todos comunistas, y entre ellos a mí. Yo no me había preocupado de tener un nombramiento oficial ni de salir en ningún boletín. Me ofrecieron ir a Extremadura de comisario de una brigada, pero les contesté que no, que lo que yo quería era arreglar el batallón del sindicato y transformarlo en un batallón del ejército auténtico y eficaz, no una amalgama de socialistas, comunistas y anarquistas, cada uno por su lado, tarea para la que consideraba que tenía autoridad y podía hacerlo en mejores condiciones que lo que veía que se estaba haciendo. Entonces, por las gafas, que siempre he llevado gafas de culo de vaso, el Partido me ofreció ir a la escuela de cuadros como alumno. Fui a la del sector Sur y allí conocí a Carmen, mi mujer, que tenía entonces 17 años. En enero del 38 me mandaron de profesor a la escuela del sector Este y allí estuve hasta el final de la guerra.

Simón Sánchez Montero








[1].- Interpretada por Pi de la Serra y Carme Canela, bajo la dirección de Pere Camps en el álbum “¡No Pasarán!”. Horus, Barcelona, 1977. Incluido el disco completo al inicio del texto.
[2].- “El único camino”. Primera edición: Editorial Progreso. Moscú. 1963. 
[3].- “Campo abierto”. Segunda entrega de “El Laberinto mágico”. ( Alfaguara, Madrid, 1998)
[4].- “Por qué luchamos”. Endymión, Madrid, 1992.
5.- "Memorias de la melancolía". Editorial Losada. Buenos Aires. 1970.
[6].-  “La guerra apasionada (Las Brigadas Internacionales en la guerra civil española)”. Ediciones Alcor, Madrid, 1997.
[7].- Discurso de despedida a las Brigadas Internacionales, pronunciado en Barcelona el 29 de octubre de 1938
[8].- “Poesía y literatura”. Seix Barral, Barcelona, 1971.
[9] Siglas de Unidad Hermanos Proletarios, consigna de principios de la guerra.

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