miércoles, 21 de agosto de 2013

parábolas del naufrago






uno
La cortina de la ducha hace un ruido insoportable desde que se oxidó hace unos meses. Unos dedos viriles y delgados buscan una hoja de afeitar en un bote recuerdo de mil anocheceres apresurados. Encima de la cama un maletín de documentos se reconcentra en su propio secreto bajo la cerradura de seguridad. Por un segundo la frialdad del espejo se resquebraja en un reflejo improcedente. Se ha abierto la veda y el cazador otea en la noche el olor nacarado de su presa.

dos
La balada del metro suena en el pasillo. Una monja pasa y deja caer una moneda en la abierta funda del saxofón. El músico la mira sorprendido mientras para un momento de soplar la lengüeta. Ella lleva una mariposa de colores tatuada en el rostro.

tres
Un hombre entra en una casa, guarda el llavín, vacía la mirada, cuelga el sombrero. Por un instante, mientras inadvertidamente flexiona las piernas para derrumbarse en el único sillón del cuarto, el dolor de las rodillas le recuerda que está vivo. Cuando se sienta, el peso del día le estalla por las sienes y un horizonte de silencio le rodea los labios.



cuatro
En medio de una gran habitación un joven duerme desnudo en una enorme cama. Comienza a amanecer Un hada diminuta entra por la ventana, y deslizándose por los primeros rayos de sol se posa en la almohada. Susurra unas palabras en el oído del muchacho y bailan juntos una canción de amor arrullados por la imprevista colaboración del reloj despertador

cinco
Es una mañana con un cierto encanto imprevisto. La taquilla del metro está inexplicablemente solitaria. La mirada de él parece que va a romper definitivamente su vidrio de temores. Por un segundo la mano de la taquillera se agita mientras le entrega el billete. Ella vuelve al Pacífico Sur a la espera de su siguiente marinero y él se sumerge lentamente en los avatares del último partido de fútbol mientras baja las escaleras mecánicas.


seis
Borbotean las palabras por los bordes de un vaso de ginebra, se hacen charco a los pies de la tertulia y vuelan en el humo. En un escorzo definitivamente inútil un camarero vierte una copa en el suelo y la conversación queda hecha añicos sobre el velador de mármol. Lo peor no es aguantar a los demás, lo más difícil sigue siendo soportarse uno mismo.

siete
Al otro lado de la puerta traslúcida discuten dos siluetas. Se lanzan a la cara mudos insultos en un combate de sombras. Cuando ya no tienen nada que decirse, se abre la puerta y un hombre sin sonrisa sale de la habitación. Su sombra yace derrumbada en el suelo, muerta de un disparo de frío en la conciencia.

ocho
Un hombre corre mezclado entre la multitud. Como los demás, pisa los charcos y siente en la nuca el pútrido aliento del toro gris del miedo. Cuando ha avanzado un buen trecho se detiene. De repente se ha dado cuenta que no ha preguntado de qué están huyendo.


nueve
Madrugada de un día de enero. Un hombre contempla su sombra proyectada sobre el suelo por la luz de la única bombilla que pende del techo. La habitación está vacía. No hay en ella más que el hombre desnudo que permanece de pie con los ojos pasmados y las manos atadas a la espalda. Hace tan sólo unos minutos ha descubierto que la libertad es una mariposa de colmillos afilados.

diez
Una sola carta se despereza en el buzón del correo. Al verla, piensa por un momento en un antiguo amor que se marchó a la Argentina con un psiquiatra ex-revendedor de entradas de fútbol. Antes de abrirla cambia de opinión y se sobresalta ante la posibilidad de una invitación para un cóctel. Es la factura de la luz. En realidad ya lo sabía desde el principio, había visto el membrete.

once
El DC-9 estaba a punto de despegar El hombre se abrochó el cinturón de seguridad y comprobó que el respaldo del asiento estuviera en posición vertical. Se aflojó el nudo de la corbata, depositó la novela de Maigret en la red del asiento delantero y decidió rechazar la naranjada que le ofrecía la azafata. Luego se durmió. Cuando despertó era otro: le habían crecido en sueños las uñas del deseo.


doce
Vendó los ojos al cadáver y rezó un avemaría, luego retrocedió diez pasos y dio la orden de fuego. El muerto no dijo nada. Acogió las balas en su cuerpo y se olvidó del fusilamiento.

trece
Nadie se explicó que un día despertara con recuerdos de cuando aún no había nacido. Al contarlo, le creyeron loco. El no lo desmintió. Al día de la fecha todavía no ha terminado de escribir sus memorias.

catorce
Borró la sonrisa en el espejo con un pase de la mano, luego se suicidó. Para lo que había quedado de él no merecía la pena seguir pagando el alquiler del apartamento.
                                             









No hay comentarios:

Publicar un comentario