Miguel Ríos, la memoria del rock
Con 69 años a cuestas Miguel Ríos acaba
de publicar sus memorias, “Cosas que siempre quise contarte”. No lo he leído
aún, entre otros motivos porque no sé si es que no sale a la calle hasta
mañana, pero lo haré, porque a tenor de lo visto en la prensa promete
ser interesante.
Miguel Ríos no sólo es, artísticamente
hablando, el más longevo de los cantantes de su generación y estilo, sino
también el que a lo largo de su carrera ha realizado una evolución más profunda
y auténtica. En sus 51 años de trabajo ha recorrido un largo camino en el que
ha prevalecido su ansia de perfección, de hacer las cosas siempre lo mejor
posible, entregándose siempre con pasión a la comunicación a través del rock de
las cosas que iban preocupándole en cada momento, configurando así una visión del mundo cada vez más compleja y
madura. Su memoria es la memoria de un rock español que no se ha conformado con
ser un entretenimiento para adolescentes.
Recupero aquí dos artículos publicados
en El País a mitad de las década de los ochenta, cuando vivía quizás el momento
más alto de su carrera, y una nota de 1982 correspondiente a la visita que ese
año realizó a Las Palmas de Gran Canaria.
EL
PAÍS. 17 NOVIEMBRE 1984
Todo a pulmón es
el título del último single de Miguel Ríos, y resume la carrera de un cantante
del que se puede decir que es un corredor de fondo: es más, no sólo es un
fondista, es además un probado saltador de obstáculos, acostumbrado a lo largo
de su prolongada andadura musical a superar limpiamente trampas, zancadillas y
empujones. El resto de los músicos de su generación ha quedado en la cuneta; el
que Miguel Ríos siga en la brecha, en perfecto estado de salud musical, con
capacidad todavía de sorprender, promover polémicas y suscitar críticas,
constituye una de sus principales virtudes, pero no la única.
Nacido
profesionalmente en unos momentos en que la música española no entendía de otra
cosa que no fuera la comercialidad, su primer obstáculo fue tener que grabar
insulsas baladas en lugar del rock que sentía y en el que creía. Venció esta
primera batalla y su Himno a la alegría
no sólo fue un éxito en España, sino que saltó a las listas extranjeras, las
estadounidenses incluidas. Y el éxito puede ser una máquina devoradora si uno
se deja arrastrar por él y no sabe parar a tiempo. Miguel supo parar, y desde
ese momento se replanteó el trabajo a partir de una reflexión muy simple que,
no obstante, marcó un hito en la música española.
Miguel Ríos fue
el primer rockero español que abandonó el rock como expresión adolescente y adoptó
una postura adulta frente a la música que hacía. Memorias de un ser humano, La
huerta atómica y Al-Ándalus,
componen su acercamiento cada vez más acertado y concreto a ese concepto. Al
mismo tiempo perfeccionó y matizó su trabajo artístico, tanto grabado como en
directo, hasta desembocar en el excelente Rock
& Ríos, espectáculo y disco que mostraron a un creador en plena fuerza
expresiva y en posesión de todos los recursos que le permiten establecer una
comunicación directa, fácil y fluida con el público.
El éxito otra
vez, y otra vez las críticas. Aunque probablemente sus dos últimos discos, El rock de una noche de verano y este
reciente La encrucijada, sin ser
obras despreciables, no alcancen la fuerza, el rigor y la vitalidad de Rock & Ríos, tampoco lo necesitan
para ser trabajos apreciables. Basta escuchar algunos temas de su último
trabajo, como La reina del keroseno, La ruleta ruso-americana o la excelente
versión de Santiago de Chile, para
desentrañar su talla.
EL
PAÍS. 10 JUN 1985
Al ritmo de un
pasodoble torero, como queriendo rendir homenaje al triunfo de Antoñete del día
anterior, Miguel Ríos salió a la arena de la plaza de Las Ventas con el
entusiasmo contagioso de un principiante que se supiera todas las lecciones.
Acababa de oscurecer y la fiesta alcanzaba su punto culminante en el gigantesco
quiosco de música que el cantante granadino ha ideado para recorrer con su rock
and roll los ruedos españoles.
Cada subcultura
crea sus propias formas de comunicación y su lenguaje. El rock las ha creado
con una variedad tan amplia como la nómina de buenos cantantes que ha dado,
Miguel Ríos las asume y las desarrolla en un rito de celebración que ofrece al
público con las claves del gran espectáculo Son claves tan sencillas como
eficaces: el grito, la complicidad con el espectador, la sinceridad y la
entrega total.
Sencillas, pero
peligrosamente resbaladizas si no se desarrollan con el rigor, la seriedad y la
alegría con que las enfrenta Miguel Ríos. En el más mínimo fallo puede estar la
diferencia entre el éxito --que no es otra cosa que el logro de la
comunicación- y el fracaso estrepitoso; que el concierto de Miguel Ríos sea
plenamente una ceremonia concelebrada en la que lo que sucede en el escenario
se transmite instantáneamente al público no se debe a la casualidad, se debe a
la inteligencia con que prepara sus actuaciones y a la entrega con que las
lleva a cabo.
Por debajo --o
por encima-- de la aparatosidad del escenario, de la demostrada calidad de los
músicos, de la perfección del espectáculo, hay en Miguel Ríos una cualidad poco
explicitada: la del artista que se enfrenta a pecho descubierto con el público
para darle lo mejor de sí mismo: sus pensamientos, su manera de entender el
mundo y la vida. Si hay cantores que cantan opinando Miguel Ríos es un caso
paradigmático. Cuando se define como pacifista, ecologista y antinuclear no
hace otra cosa que resumir la columna vertebral de todo su quehacer de años;
cuando lo ex presa a través del rock tan sólo está utilizando el lenguaje que
le gusta y que conoce a la perfección. Con las bengalas, los gritos o lo
aplausos, los miles de persona que llenaban la plaza estaban mostrando su
solidaridad. Yo también.
DIARIO DE LAS PALMAS. 28 DICIEMBRE 1982
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