martes, 24 de septiembre de 2013

Miguel Ríos, la memoria del rock





Con 69 años a cuestas Miguel Ríos acaba de publicar sus memorias, “Cosas que siempre quise contarte”. No lo he leído aún, entre otros motivos porque no sé si es que no sale a la calle hasta mañana, pero lo haré, porque a tenor de lo visto en la prensa promete ser interesante.

Miguel Ríos no sólo es, artísticamente hablando, el más longevo de los cantantes de su generación y estilo, sino también el que a lo largo de su carrera ha realizado una evolución más profunda y auténtica. En sus 51 años de trabajo ha recorrido un largo camino en el que ha prevalecido su ansia de perfección, de hacer las cosas siempre lo mejor posible, entregándose siempre con pasión a la comunicación a través del rock de las cosas que iban preocupándole en cada momento, configurando así  una visión del mundo cada vez más compleja y madura. Su memoria es la memoria de un rock español que no se ha conformado con ser un entretenimiento para adolescentes.

Recupero aquí dos artículos publicados en El País a mitad de las década de los ochenta, cuando vivía quizás el momento más alto de su carrera, y una nota de 1982 correspondiente a la visita que ese año realizó a Las Palmas de Gran Canaria.






EL PAÍS. 17 NOVIEMBRE 1984

Todo a pulmón es el título del último single de Miguel Ríos, y resume la carrera de un cantante del que se puede decir que es un corredor de fondo: es más, no sólo es un fondista, es además un probado saltador de obstáculos, acostumbrado a lo largo de su prolongada andadura musical a superar limpiamente trampas, zancadillas y empujones. El resto de los músicos de su generación ha quedado en la cuneta; el que Miguel Ríos siga en la brecha, en perfecto estado de salud musical, con capacidad todavía de sorprender, promover polémicas y suscitar críticas, constituye una de sus principales virtudes, pero no la única.

Nacido profesionalmente en unos momentos en que la música española no entendía de otra cosa que no fuera la comercialidad, su primer obstáculo fue tener que grabar insulsas baladas en lugar del rock que sentía y en el que creía. Venció esta primera batalla y su Himno a la alegría no sólo fue un éxito en España, sino que saltó a las listas extranjeras, las estadounidenses incluidas. Y el éxito puede ser una máquina devoradora si uno se deja arrastrar por él y no sabe parar a tiempo. Miguel supo parar, y desde ese momento se replanteó el trabajo a partir de una reflexión muy simple que, no obstante, marcó un hito en la música española.

Miguel Ríos fue el primer rockero español que abandonó el rock como expresión adolescente y adoptó una postura adulta frente a la música que hacía. Memorias de un ser humano, La huerta atómica y Al-Ándalus, componen su acercamiento cada vez más acertado y concreto a ese concepto. Al mismo tiempo perfeccionó y matizó su trabajo artístico, tanto grabado como en directo, hasta desembocar en el excelente Rock & Ríos, espectáculo y disco que mostraron a un creador en plena fuerza expresiva y en posesión de todos los recursos que le permiten establecer una comunicación directa, fácil y fluida con el público.

El éxito otra vez, y otra vez las críticas. Aunque probablemente sus dos últimos discos, El rock de una noche de verano y este reciente La encrucijada, sin ser obras despreciables, no alcancen la fuerza, el rigor y la vitalidad de Rock & Ríos, tampoco lo necesitan para ser trabajos apreciables. Basta escuchar algunos temas de su último trabajo, como La reina del keroseno, La ruleta ruso-americana o la excelente versión de Santiago de Chile, para desentrañar su talla.




EL PAÍS. 10 JUN 1985

Al ritmo de un pasodoble torero, como queriendo rendir homenaje al triunfo de Antoñete del día anterior, Miguel Ríos salió a la arena de la plaza de Las Ventas con el entusiasmo contagioso de un principiante que se supiera todas las lecciones. Acababa de oscurecer y la fiesta alcanzaba su punto culminante en el gigantesco quiosco de música que el cantante granadino ha ideado para recorrer con su rock and roll los ruedos españoles.  

Cada subcultura crea sus propias formas de comunicación y su lenguaje. El rock las ha creado con una variedad tan amplia como la nómina de buenos cantantes que ha dado, Miguel Ríos las asume y las desarrolla en un rito de celebración que ofrece al público con las claves del gran espectáculo Son claves tan sencillas como eficaces: el grito, la complicidad con el espectador, la sinceridad y la entrega total.

Sencillas, pero peligrosamente resbaladizas si no se desarrollan con el rigor, la seriedad y la alegría con que las enfrenta Miguel Ríos. En el más mínimo fallo puede estar la diferencia entre el éxito --que no es otra cosa que el logro de la comunicación- y el fracaso estrepitoso; que el concierto de Miguel Ríos sea plenamente una ceremonia concelebrada en la que lo que sucede en el escenario se transmite instantáneamente al público no se debe a la casualidad, se debe a la inteligencia con que prepara sus actuaciones y a la entrega con que las lleva a cabo.

Por debajo --o por encima-- de la aparatosidad del escenario, de la demostrada calidad de los músicos, de la perfección del espectáculo, hay en Miguel Ríos una cualidad poco explicitada: la del artista que se enfrenta a pecho descubierto con el público para darle lo mejor de sí mismo: sus pensamientos, su manera de entender el mundo y la vida. Si hay cantores que cantan opinando Miguel Ríos es un caso paradigmático. Cuando se define como pacifista, ecologista y antinuclear no hace otra cosa que resumir la columna vertebral de todo su quehacer de años; cuando lo ex presa a través del rock tan sólo está utilizando el lenguaje que le gusta y que conoce a la perfección. Con las bengalas, los gritos o lo aplausos, los miles de persona que llenaban la plaza estaban mostrando su solidaridad. Yo también.






    DIARIO DE LAS PALMAS. 28 DICIEMBRE 1982






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