sábado, 14 de septiembre de 2013





Toque de silencio




El que lo contó no era un antifranquista furibundo ni un comunista resentido, era Ramón Serrano Súñer, ministro de Exteriores en los albores de la dictadura y cuñado del caudillo, en vista de lo cual no hemos de dudar de su palabra. Según él, una vez dictadas las sentencias de muerte por el tribunal correspondiente, normalmente consejo sumarísimo de guerra, aunque la contienda ya hubiera terminado, el auditor del Cuartel General, Martínez-Fúset, se presentaba "corrientemente a la hora del café, después del almuerzo, con una relación siniestra para el enterado de las penas de muerte por el Jefe del Estado". Y es que, ya se sabe, la pluma puede ser un arma mortífera en manos de quien tiene poder para decidir sobre vidas y muertes.

Ernesto Giménez Caballero, fino estilista literario y falangista de primera hora, ya lo vio en un artículo publicado en la Gaceta Regional, de Salamanca, el 25 de abril de 1937: "A Francisco Franco --si lo veis--, no le veis nunca con el sable de los antiguos generales decimonónicos y pronunciamenteros. No tiene sable, por no tener en su atuendo habitual, ni pistola. Sólo se le ve en el bolsillo de la guerrera una pequeña varita negra y plateada: la estilográfica. He aquí su bastón de mando, su vara mágica, su porra, su falange incomparable. Un rasgueo de esa estilográfica sobre un papel es superior en energía y voluntad a la porra, al fusil, a la ametralladora y al cañón mejor disparados[1].

En sacas y paseos, con sentencia o sin ella, por venganza, por miedo, por represalia, frente a la tapia de un cementerio o en la orilla de un río o un camino, normalmente rompiendo la placidez del amanecer, los pelotones de ejecución de la Guardia Civil, las brigadas falangistas o el ejército fusilaban a mansalva obedeciendo el enterado rubricado en el Pardo. En ésta, como en tantas otras cosas relacionadas con la guerra civil y sus consecuencias, es difícil calcular cifras, los que lo han estudiado no se ponen de acuerdo, aunque han ido precisando según avanzaban los tiempos y se podían hacer estudios más rigurosos.

Stanley G. Payne, en Los militares y la política en la España contemporánea, avanza la cifra de trescientos cincuenta mil fusilados después de 1939, aunque aclara que resulta difícil comprobarlo. No obstante, Guillermo Cabanellas, el general que se sublevó con Franco, aceptó en La guerra de los mil días que pudieron ser trescientos mil. En su obra La República Española y la guerra civil, Gabriel Jackson calcula el "total de represalias y ejecuciones nacionalistas" hasta 1944 en un mínimo de ciento cincuenta y mil y un máximo de doscientas mil. El general franquista e historiador de la guerra civil, Salas Larrazábal, basándose en las inscripciones judiciales de fallecimientos del 1 de enero de 1939 al 31 de diciembre de 1959, reduce la cifra hasta las veintidós mil seiscientas cuarenta y una ejecuciones. Las últimas investigaciones de los historiadores hablan de 150.000 fusilados en juicios sumarísimos. En el auto emitido por el juez de la Audiencia Nacional con fecha 16 de octubre de 2008, figura la cifra de 114.266 aún sepultados en fosas desconocidas. Una vez más, demasiadas en cualquier caso.

En los primeros momentos de la posguerra, o incluso antes, cuando los nacionales iban ocupando pueblos y ciudades durante la contienda, fueron fusilados concejales, alcaldes, diputados, funcionarios, militares leales, dirigentes y militantes de partidos y sindicatos o, simplemente, desafectos al nuevo régimen. Los había de lodos los partidos, es cierto, pero ser comunista era ya una buena recomendación para ser candidato al paredón.

Posteriormente, finalizada ya la guerra mundial, que si no acabó con la sed de sangre les obligó a aplacarla un poco, la frustración creada entre los republicanos en el exilio porque el triunfo aliado no significará también la liberación de España del franquismo, llevó a un recrudecimiento de la lucha guerrillera y a nuevos intentos de reorganización de los partidos en la clandestinidad, especialmente los comunistas y anarquistas, que había participado activamente en la resistencia antinazi en Francia. Eso condujo a un recrudecimiento de la represión, que definió el llamado “delito posterior” a la guerra, bajo cuya acusación se condenó en juicios sumarísimos que poco tenían que ver con la justicia y se arrastró ante los paredones a centenares de resistentes. En este periodo los comunistas sufrieron una verdadera sangría de cuadros y militantes a manos de los verdugos. Algunas de las últimas cartas de esos asesinados tras juicios que poco tenían que ver con la justicia se recogen en este apartado.

En sus memorias, el dirigente del PSUC Gregorio López Raimundo, tras recordar las ejecuciones de varios camaradas en Barcelona y Madrid, hace un cálculo, necesariamente incompleto, de los asesinados en esos años: “Meses más tarde Mundo Obrero publicaría una información según la cual, durante 1947 y los primeros meses de 1948 el balance del terror sumaba 71 fusilados, 572 asesinados por la 'Ley de fugas' o por torturas, 22 condenados  a muerte pendientes de ejecución y 24 procesados con peticiones de pena de muerte[2].

En las páginas que siguen se reproducen las últimas cartas escritas por algunos de estos fusilados, dirigidas a sus familias o a la dirección del Partido. Son cartas bien distintas unas y otras, desde la detallada y sobria relación de sus pobres pertenencias destinadas a los herederos hasta la minuciosa descripción de calvario que les tocó vivir. No obstante, todas tienen algo en común: la profesión de fe en el comunismo y en un futuro mejor para la humanidad, que se convierten en una convicción casi religiosa --laica e incluso atea, eso sí-- en la inevitabilidad de la revolución y la realización de la utopía en la tierra.

De J. Chamorro no he encontrado referencia alguna en los libros consultados, de los demás ofrezco unos datos de referencia que resumen su trayectoria política y humana.

Manuel Asarta, vasco, fue comandante del ejército republicano y miembro del Comité Central del PCE en Euzkadi. El final de la guerra civil le pilló en Alicante, donde fue encerrado en el campo de Albatera, consiguiendo pasar luego a Francia y posteriormente a Cuba. Asarta se encontró entre los primeros que intentó volver desde América a España para reiniciar la lucha contra el franquismo. Detenido en 1941, tras desembarcar en Lisboa, fue entregado por el régimen salazarista a Franco, que le fusiló el 21 de enero de 1942 junto a Jesús Larrañaga --también en este libro--, Isidro Diéguez, Jaime Girabau, Francisco Barreiro y Eladio Rodríguez. De los seis ha escrito Gregorio Morán que enviaron "una carta al Comité Central haciendo balance del fracaso y sugiriendo una idea luminosa que pasó inadvertida, pero que demuestra no sólo su temple sino su sensibilidad política: 'Queremos insistir --escriben los condenados-- en los pocos instantes de vida que nos quedan. El enemigo es muy fuerte todavía. Huid de optimismos infundados, que sólo conducen a castrar el ánimo"[3].

En 1916 nació en el norte de África Agustín Zoroa. Exiliado tras la guerra en México, durante 1940/41 fue responsable de las Juventudes Socialistas Unificadas de España en una cooperativa montada por el SERÉ en el estado de Chihuahua. En 1944, con 28 años de edad, regresó a España para reorganizar la actividad del partido y la lucha guerrillera, sirviendo de puente entre la dirección del PCE en Touluse, encabezada por Santiago Carrillo, y el grupo del interior, dirigido entonces por Jesús Monzón, con el que no tardó en tener desacuerdos. Fue detenido en el verano de 1945 en Madrid, casi al mismo tiempo que otros dos enviados al interior: Sebastián Zapirain y Santiago Álvarez, ambos miembros del Comité Central. Simón Sánchez Montero, que coincidió con él en la prisión de Alcalá de Henares, le recordaba en su libro de memorias: “Después de la huelga se modificó la dirección del Partido, con la incorporación de Zoroa y otros camaradas, y se realizó un pleno de la organización, un verdadero congreso local. Zoroa y los demás dirigentes eran unos camaradas estupendos, inteligentes, firmes y sencillos. Traían ideas nuevas, pues habían llegado recientemente de Francia y antes habían hablado extensamente con la dirección del PCE. Yo estaba de acuerdo con las nuevas ideas y normas expuestas en el informe final, más abiertas y democráticas[4].

Cristino García, asturiano nacido en 1910, comenzó su militancia revolucionaria con las armas en la mano durante la huelga general revolucionaria de 1934, perteneciendo en la guerra civil al XIV Cuerpo de Guerrilleros, donde también estuvo otro de los entrevistados en este libro, José Gros. Exiliado en Francia, participó en la guerrilla contra el invasor nazi, dirigiendo las tropas que vencieron en la batalla de La Madelaine, en la que se causaron seiscientas bajas a los alemanes y se hicieron mil quinientos prisioneros, así como en la liberación del pueblo de Foix y en el asalto a la cárcel de Nimes. Pedro Vicente, que fue su compañero en la resistencia, recuerda en sus memorias esta última acción: "Uno de los nuestros, disfrazado de gendarme, dio la señal para que abriesen una portezuela lateral. Abierta ésta, un grupo de guerrilleros, dirigido por Cristino García y Martí, miembro del Frente Nacional, penetra en la cárcel.
"Los presos estaban prevenidos. La señal era que Luis, el vigilante, se quitara la gorra; la hora convenida, las 21 h. 15 minutos.
"Sigilosamente, los asaltantes se deslizaron hacia el cuerpo de guardia: primero, neutralizaron a los vigilantes y, a continuación, a sus superiores. Rápidamente fueron recorriendo las celdas marcadas en el plano, y sacando de cada una de ellas a los veintisiete presos políticos que uno de esos días aguardaban ser deportados a un campo de exterminio nazi.
"El golpe duró apenas treinta minutos. Un guerrillero, Gerardo Lobeira, perdió la vida y Cristino García resultó herido en una pierna, al disparársele la pistola que llevaba montada. Inmediatamente fue evacuado a una clínica de la ciudad, donde los doctores Fayot y Cabonat, ambos del Movimiento de la Resistencia, le practicaron la operación"[5].

Cristino García regresó a España tras finalizar la guerra mundial para intentar organizar la guerrilla urbana en Madrid, aunque fue detenido seis meses después, el 20 de octubre de 1945, a consecuencia de una delación. Le fusilaron el 21 de febrero de 1946 junto a nueve de los componentes de su grupo. El Gobierno francés, presidido por el general De Gaulle, cerró por un tiempo la frontera en su honor y le condecoró con la Cruz de Guerra.

Jesús Larrañaga, de origen vasco, también estuvo detenido en el campo alicantino de Albatera, pasando a Francia al salir de él. Detenido por la policía francesa tras la ilegalización de los comunistas en septiembre de 1939, fue internado en el campo de Vernet por indocumentado junto a Francisco Antón. Miembro del Buró Político del PCE, se exilió después a América, desde donde regreso para ser detenido en Lisboa junto a Manuel Asarta y enviado luego a España para ser fusilado.

Detenido por primera vez al acabar la guerra y luego liberado, Luis Campos Osaba, tras un tiempo en Francia, regresó a Málaga para colaborar a la reorganización del partido, del que entraría a formar parte del Comité de Andalucía, encargándose del aparato de propaganda. Volvió a caer en manos de la policía en febrero de 1948 a consecuencia de una delación junto a 25 camaradas, dos de los cuales, José Mallo Fernández y Manuel López Castro miembros del comité regional, fueron fusilados con él en 1949.

Secretario general del PCE en Galicia en el momento de su detención, José Gómez Gayoso también había regresado a España desde el exilio para reorganizar la guerrilla en su tierra natal, la más veterana de España, pues había comenzado sus actividades, que llegaron a su máxima expresión en 1946/47, durante la misma guerra civil. Detenido a tiros en el verano de 1948, la Guardia Vi vil le vació un ojo de un disparo. Fue fusilado en noviembre de ese mismo año. Gregorio Morán, poco dado a las alabanzas, ha escrito de él: “Gayoso gozaba de una sensibilidad política y un atractivo humano indiscutible, lo que unido a su prestigio, facilitó durante esos dos años el mordiente político de la agrupación gallega”.







[1] Como en el capítulo anterior, las citas y datos que se dan en esta introducción, salvo que se indiquen otras fuentes, pertenecen al libro Historia del Franquismo, De Daniel Sueiro y Bernardo Díaz Nosty.
[2] Primera clanestinidad. Editorial Antártida/Empuries. Barcelona, 1993.
[3] Miseria y grandeza del partido comunista de España, 1939-1985. El libro de Gregorio Morán ha sido un instrumento útil para redactar estas pequeás biografías.
[4] Camino de Libertad. Ediciones Temas de Hoy, Madrid, 1997.
[5] Por qué luchamos. Ediciones Endymión. Madrid, 1992.






Paredones



Mi queridísima Manoli: Ayer, día 19, me anunciaron que al amanecer de hoy sería fusilado, pero fue suspendida la ejecución; espero acabar mis días de un día para otro. He hecho inventario de mis cosas para que te sean entregadas. ¡No desesperes, cariño mío! Muero tranquilo y sereno, confiado en que el sacrificio de mi vida servirá para que en el porvenir no sufran los que nos suceden las vicisitudes de nuestra generación.

Inmenso es el amor que siento por ti y por nuestra querida amatxo; vuestra imagen me acompaña hasta la muerte. Durante toda mi vida he procurado ser un buen hijo, buen esposo y buen padre, como corresponde a un hombre de mi condición. No os dejo de herencia más que mi pasado de consecuente honradez, mi limpio apellido de comunista ¡Cuidadlo como las niñas de vuestros ojos! ¡Qué él ilumine el camino que has de recorrer durante toda tu vida!

Deseo no te dejes ganar por el dolor y la melancolía que pueda producirte mi desaparición. Eres joven todavía y el tiempo cicatrizará la herida de tu sufrido corazón. ¡Mi Manoli querida! No quiero que por venerar mi memoria renuncies a tu juventud. Te quiero demasiado para desear tal cosa.

Cuando te uniste a mí, yo no pude ofrecerte esa felicidad risueña y apacible con que sueñan las muchachas de tu edad. Ese género de "felicidad" no nos pertenece, es totalmente contrario a nuestras aspiraciones. Cuando te uniste a mí te uniste a un luchador con el que has compartido todas tus vicisitudes durante todas las accidentadas etapas de nuestro "idilio". Procura forjarte en las enseñanzas de esta dura experiencia, pues las vicisitudes no han terminado para los que sobreviváis.

Aconseja de esta manera a nuestra querida Luisita. Yo la vigilaré desde los luceros, que no se entristezca demasiado, ya veis que yo conservo el buen humor.

Mis postreros besos para todos y en especial para nuestra amatxo, para ti, para Eusebi y Luisita.
Prisión de Porlier, 21.2.42. P.D. Me fusilan al amanecer.

Manuel Asarta
Fusilado el 22.1.42


Penal de Ocaña, 27 Diciembre 1947.

Madre Querida: Cuando esta carta reciba, su pequeño "Chirri", como cariñosamente me llamaba, habrá dejado de existir.

¡Pobre mía! Yo qué daría mi vida mil veces, esto es lo peor de todo, el dolor que la causo.
Toda mi vida está llena de veneración por Vd., muchas veces silenciosa. Los grandes amores no suelen ser muy locuaces. Lejos de Vd., en el frente primero o en la emigración después, ni un momento se alejó de mi pensamiento. Aún recuerdo que en la finca de Santa Clara (Cuba), donde trabajé dos años de campesino, todas las tardes al caer el sol y terminar el trabajo, me gustaba sentarme al pie de un árbol pensando en mi patria y en Vd.

Siempre he deseado poseer sus admirables cualidades. Antes de cada acción en mi vida, siempre he pensado procurando que fueran todas de tal género que de ninguna hubiera de avergonzarse Vd.

Y qué decir de lo que ha significado para mí, durante la estancia en la cárcel y hasta el último instante de mi vida. Cómo me confortó su valor y entereza. Cuanto la admiro madre querida. Vd. sí que es una auténtica heroína anónima y silenciosa, con el heroísmo inigualable de las madres.
Que yo sea valiente y permanezca tranquilo y orgulloso de mis actos hasta el último instante de mi vida, ningún mérito tiene. Poseo las bases inconmovibles de mis ideas políticas, férrea e inquebrantablemente seguridad en su victoria, que me da el orgullo de haberla servido con mi sangre.

Lo admirable es su entereza, apoyada en el amor de madre, en el deseo de ayudarme y hacer menos dura esta hora para mí y ver la valentía con que Vd. lo soporta.

Dura ha de ser su pena. Desgraciadamente, no es Vd. una excepción, la historia de nuestra Patria está tinta en la sangre de los mejores hijos, asesinados y anegadas por decenas de millares que como Vd. lloran la muerte de sus hijos.

Yo, madre, sírvale esto de consuelo, muero tranquilo y orgulloso con la satisfacción de haber cumplido y haber sido hasta el último suspiro digno militante de mi partido y esforzado hijo de mi Patria.

Tengo la seguridad de que nuestro sacrificio, como el de cientos de miles que me precedieron, contribuirá a acelerar la llegada de días de prosperidad y felicidad para nuestro Pueblo.

Puesto en el trance de elegir en Gobernación la libertad a cambio de mi traición, o la muerte digna, no vacilé. Prefiero que llore la muerte de un valiente que la vergüenza de tener un hijo despreciado por traidor y por cobarde.

No se amilane, le quedan tres buenos hijos que la ayudarán a soportar esta prueba. Y no se aguante el llanto como suelo hacer, llore madre querida, con el espíritu de aquella madre del romance popular de nuestra guerra:

"YO NO LLORO AL HIJO MUERTO
SOLO LLORO MI DESTINO
PORQUE PARA DAR AL PUEBLO
YA NO ME QUEDAN MAS HIJOS..."

Adiós madre querida, un millón de besos.

Agustín Zoroa
Fusilado el 27.12.47


Mi testamento:

Yo, Luis Campos Osaba, natural de Madrid, de 34 años de edad, casado, hijo de Manuel Campos Montenegro y María Osaba Estibalez, condenado a la pena capital el día 22-2-1949 por un Consejo de Guerra incoado por actividades políticas contra el régimen franquista, y en régimen de aislamiento en la celda n° 41 de la Prisión Provincial de Sevilla, declaro y es mi última voluntad:

Primero.- Que se hagan llegar a su destino las cartas que en mis últimos momentos dirigiré a mis queridos padres, hermanos y sobrinos.

Segundo.- Que aunque las leyes hoy vigentes en España no reconozcan la validez de mi casamiento con mi esposa, Carmela Gómez Ruiz, mantengo con todas mis energías que estamos casados conforme a las leyes republicanas y que por tanto nos consideramos como legítimos marido y mujer. Pido le sean entregadas a mi esposa Carmela Gómez Ruiz mi diario de condenado a muerte y la carta que en mis últimos momentos le escribiré.

Tercero.- Pido que como recuerdo póstumo se haga llegar a manos de mis familiares que nombro los objetos siguientes:

A mis queridos padres: mi cartera del Colegio Oficial de Practicantes de Madrid con su contenido íntegro. Mi cuaderno de apuntes de inglés escrito por mi esposa Carmela. Mi cuchara.

A mis queridos hermanos Manola, Carmen, Pepe y Alfonso: mi peine, mi cepillo de dientes, mi billetera, mi mechero.

A mis sobrinos Conchita, José María y Juan Luis: mi monedero, mis gemelos y mi petaca de cuero.

A mi querida esposa: mi reloj, todas las fotografías del álbum, alianza de plata, libros, colchón, manta y almohada, anclita de plata, etc, etc.

El resto de los objetos y cosas no enumeradas las lego a mi esposa para que de ellas haga el uso que estime más oportuno.

Esta es mi última voluntad que por escrito expreso en la celda n° 41 de la Prisión Provincial de Sevilla a uno de marzo de mil novecientos cuarenta y nueve. Ruego al Sr. Director de la Prisión que de las órdenes oportunas para su cumplimiento.

Domicilio de mis padres, hermanos y sobrinos: Calle Fernández de los Ríos n° 68, Madrid.

Domicilio de mi esposa: Compás de la Victoria nº 14, en la actualidad departamento de mujeres de la Prisión Provincial de Sevilla.

P.D. Olvidé mencionar entre mis herederos de recuerdos a mis queridos hermanos políticos Manolo y Mana, Paquita y Ramón, Juanito y Rafita, Victoria y Juan. Al buen entendimiento de mi esposa Carmela Gómez Ruiz, dejo este cuidado.

Luis Campos Osaba
Fusilado en marzo de 1949


Queridos camaradas: os extrañará no haberos enviado noticias de mi situación. Es porque no sabía si el conducto era seguro y temía que mis noticias fueran a manos de la policía.

¿Qué queréis que os diga del mal trato en Gobernación? desde que caí me lo esperaba todo y estaba dispuesto a aguantar todo lo que viniera, sólo hubo un día de buen trato: el que caí. Desde cigarrillos rubios hasta palabras dulces, ofrecimientos de facilitarme la fuga, propuesta de que me pusiera a su servicio. Mi respuesta ya os podéis suponer cual fue. A partir de aquí empezaron las "sesiones". Al tercer día me sangraban los oídos y tenía los testículos como puños. Los vergajazos ya no quedaba una pulgada del cuerpo adonde no hubieran llegado. Después de cada "sesión", me bajaban arrastrando cuatro esbirros. Cuando me desmayaba me echaban un cubo de agua y otra vez a zumbar. Así estuvieron doce días sin parar. Me dejaron reponer otros tres, y a empezar de nuevo una semana seguida.

Me he convencido que tengo la piel muy dura y que quien se lo propone, quien en estos momentos piensa en lo que es, y más si es comunista, no habla aunque le hagan picadillo. Creo que no hice más que comportarme como debía. No os digo esto para vanagloriarme. Lo hago sólo porque sé el fin que me espera, y quiero que esta carta, si por desgracia es la última, sirva no sólo como esclarecimiento de lo ocurrido, sino también para que pongáis al desnudo ante el mundo los métodos de estas bestias y cuál ha de ser siempre el comportamiento de los antifascistas cuando tienen la desgracia de caer.

Como os digo, mi situación y la de los demás camaradas es de pocas esperanzas. Quieren envolvernos en un proceso común, y nos hemos negado a aceptarlo. Yo comprendo que matarnos por actividades políticas resultaría difícil ante la situación internacional, y por eso nos achacan atracos y otras cosas. Me olvidaba deciros que a los tres primeros "interrogatorios" asistió un "boche", que me dijo que tenía buenos "recuerdos" míos y de Medina en Francia. El tercer día se despidió de mí, cuando sangraba por todas partes, echándome una bocanada de humo en los ojos y diciéndome: "Ya era hora de que te cazáramos".

Perdonad si esta carta va un poco revuelta, pues la hago a intervalos y con vigilancia permanente. Me tienen enjaulado y con vigilancia permanente. Me tienen enjaulado como a un mono; sólo faltan los niños echándome cacahuetes. Por eso quiero aprovecharla para dirigirme, quizá por última vez, a mi pueblo y a mi querido Partido. Mi ánimo, camaradas, es tan firme como lo fue siempre el mismo. Cuando pasé la frontera para incorporarme a mi puesto de combate contra esta patulea de fascistas, sabía que no eran rosas lo que me esperaba. Pero estoy orgulloso de haberlo hecho. Para mí, más que una tarea de sacrificio, era un honor que se me concedía al venir a luchar por mi pueblo y por mi patria. Recuerdo la rabia que me daba cuando en Francia veía que otros camaradas salían para el país antes que yo. Aquí estaba y está nuestro puesto. Si en la lucha caemos algunos, ¡qué importa! Otros proseguirán nuestra obra, pero no podéis imaginaros la satisfacción que tengo de haberme comportado como era mi obligación. Y así me portaré hasta el último momento. Ya sé que la canallesca Falange intentará echar basura sobre nosotros, acusándonos de robos y otras cosas. En el juicio presentaron a un tipo que en mi vida he tenido delante, que me acusaba de ser su jefe; dijo que me había conocido en Madrid, dos meses antes de salir yo de Francia.

Por este estilo son las demás acusaciones. La realidad es que me han condenado y a matarnos van, porque los "boches" alemanes no me perdonan los malos ratos que les hicimos pasar. Quieren matarme porque soy antifascista, fiel hasta la muerte a la causa antifascista y al Partido.
Antes de terminar quisiera daros algunos consejos, que dentro de mi modestia, creo que serán útiles. Estamos en situación en que posiblemente dentro de pocos meses nuestra patria será liberada. Mi experiencia me ha demostrado que no hay cosa que más vuelva locos a esos perros que la lucha guerrillera. Hay que prestar mucha atención a su crecimiento. Creo que hay que poner mucho cuidado en la selección de los mandos; que sean hombres capaces y que, si algún día caen, que no se dejen envolver por los trucos y martingalas del enemigo. Otra experiencia que he sacado es que hay que imponer inflexiblemente la norma de que nadie conozca más que lo que interesa. Hay que educar a los camaradas en el coraje ante el enemigo, en la seguridad de que tienen más posibilidades de salvarse el que no suelte palabra que el que habla. Y por encima de todo, haya o no posibilidades de salvarse, lo que debe imperar es nuestra conciencia de comunistas.

Tengo tantas cosas en la cabeza, que creo que estaría escribiéndoos una semana seguida, pero comprendo que tenéis cosas más importantes en que entreteneros. Quiero pediros un favor, y es que hagáis llegar esta carta a nuestro grandioso Buró, pues de ella se enterarán también los antiguos compañeros de lucha franceses. Soy poca cosa, pero sé que en cuatro años que peleamos juntos para liberar a Francia de los invasores alemanes, establecimos unos lazos que ni la muerte podrá romper. Si orgulloso me siento de ser hijo de España, no es menos el que siento de haber aportado mi esfuerzo a la liberación de Francia. Ellos ya son libres, pero a dos pasos tienen al enemigo, a los nazis y falangistas que saquearon y asesinaron miles de franceses. Decidles que no descansen hasta barrer a estas bestias falangistas. Por último dedico mi despedida a vosotros y al Buró.

A vosotros, camaradas de la Delegación, os pido que no escatiméis sacrificios para que nuestro querido Partido sea lo que siempre fue: El Partido de la vanguardia antifranquista.

Aún es muy largo el camino que tenemos que recorrer hasta ver a nuestra patria libre de fascistas, pero ya queda poco. Cuando se ve cómo tiemblan ante lo que les espera, tenemos que dar mucho más, la vida y mil vidas que tuviéramos, pues todo hay que darlo por bien empleado por la libertad y el triunfo del pueblo y de la democracia. Trasmitidle mis saludos a los guerrilleros, mis compañeros y hermanos, y estoy seguro de que pase lo que pase seguirán peleando como hemos jurado hacerlo. Decidle a la dirección del Partido que la promesa que hicimos de ser fieles hasta la muerte al Partido, la hemos cumplido; que no olvidamos sus enseñanzas y consejos y que si tenemos que morir, nuestros verdugos sabrán cómo mueren los comunistas, lo mismo que supieron cómo luchaban.

A la camarada Dolores, nuestro guía nuestra maestra y ejemplo de luchadores, sólo dos palabras: un grupo de comunistas está casi en capilla, y cuando recibas ésta seguramente ya no existiremos. Sin embargo, queremos decirte que nadie ha podido arrancar una queja de nuestros labios ni nadie pudo impunemente echar basura sobre el nombre del glorioso Partido que diriges.

Nuestra mayor preocupación, desde que caímos en las garras de esta Gestapo española, fue poner bien alto el nombre del Partido, y de nada valió todas sus martingalas, porque cuando alguien intentó insultar al Partido, hubieras visto a tus discípulos, los comunistas, saltar como fieras en su defensa.

Hemos caído, mala suerte; pero sabemos que quedan muchos miles de españoles, comunistas y no comunistas, que la terminarán. Tu nombre, que es admirado y querido por millones de españoles, es nuestra bandera. Y todo lo damos por bien empleado, porque el orgullo de haber vivido honradamente y de haber sido dignos del título de comunistas vale más que la propia vida. No me importa lo que de mi digan los fascistas, pues lo que me importa es lo que diga mi pueblo, al cual me debo y nos debemos todos. Por él, por su libertad he luchado, lucharé hasta el último momento. Y cuando este momento llegue, estad seguros, camaradas, que un modesto militante del glorioso Partido Comunista sabrá morir como mueren los comunistas.

¡Viva el antifascismo español! ¡Viva el héroe de la resistencia, nuestro gran Partido Comunista! ¡Viva la más grande y valiente de las mujeres, nuestro jefe "Pasionaria"!

Cristino García
Fusilado el 21.2.46



15 de febrero de 1946.

Querida Carmen: Te escribo momentos antes de perder mi vida ante el piquete de fusilamiento. No sé cuando podrás regresar a España y leer mis últimas impresiones. Quiero decirte algunas cosas de interés. Siempre nos quisimos bien y colaboramos juntos. El hecho de que mi muerte nos separe no borra para ti, no prescribe, el cumplimiento de deberes que nos eran comunes y que, con gran dolor por mi parte, tendrás que cumplir ahora tu sola. Me refiero a nuestros hijos. Quiérelos como madre y atiéndelos solícita y cariñosa; pero, sobre todo, háblales de mi vida, de mi lucha, de mis ideales, de mi muerte. Ellos comprenderán mejor sus deberes como hombres. En estos menesteres te encontrarás con ayudas valiosas de aquellos que son camaradas y amigos, a quienes tanto debo yo. Es mi última voluntad la de que mis hijos mejoren con su esfuerzo y trabajo el de su padre; es mi deseo el que luchen por un mundo mejor, por una España llena de felicidad, de bienestar y de progreso. Di a Miren, que tiene ya quince años; a Eustaquio, que tiene catorce, y a Rosita, que cumplirá pronto los ocho, que os quiero mucho y muero acordándome de ellos. Querida Carmen, hasta siempre. Besos y abrazos de tu esposo que te quiere.

Jesús Larrañaga 
Fusilado en febrero de 1946



La Coruña, 6 de septiembre de 1948.

Querida Concha:

Hoy, después de más de cinco años te escribo. Por cierto que en situación poco envidiable. Lo hago con un esfuerzo sobrehumano, pues tengo las manos deshechas. Llevo en España cuatro años y medio. Los mejores de mi vida. Desde que la dirección del Partido me concedió el honor de venir a luchar al interior, mi mayor anhelo era ver llegado el momento en que pisara tierra española. En estos cuatro años y medio, hice todo lo que a mi alcance estaba para cumplir con mis deberes de comunista. Los dos últimos años he dirigido la organización de Galicia. En este puesto he caído el 11 de julio en La Coruña. Ello fue consecuencia de la traición de un canalla que era ayudante del camarada Antonio Seoane, jefe del Ejército Guerrillero de Galicia. Éste fue detenido el día 10; tenía que verme con él en su casa el 11 y al llegar me abrió la puerta la policía, que me encañonaba. Pude lanzarme escalera abajo y en ese momento por el hueco de la escalera me dispararon, entrándome la bala por la sien y saliéndome por un ojo. Aún así logré escapar, pero a las 12 del día, y con la ropa empapada de sangre, lograron darme caza, casi una hora después.

Tengo el intestino y estómago destrozados y los pulmones no cesan de vomitar sangre. Las manos, sólo ahora con enorme dificultad, puedo coger la pluma. En fin, los cuatro años y medio que tardaron en cogerme los tenían rabiosos.

Actualmente, desde que el 1° de septiembre salí del calabozo y pasé a semi-aislamiento, pero que permite salir dos horas al patio (los de nuestro expediente completamente solos), empiezo a reponerme algo. Los camaradas que conmigo están son los que se esfuerzan en cuidarme.

Nuestro caso lo están acelerando. Tienen una prisa enorme por liquidarnos. Calculo que no nos libraremos por lo menos Antonio Seoane y yo de dos o tres penas de muerte. Y para principios de noviembre quieren tenernos ya bajo tierra.

Por eso te doy los nombres: José Gómez Gayoso, maestro nacional; Antonio Seoane, obrero; Juan Romero Ramos, obrero; José Bartrina, médico; José Ramón Díaz, sastre; José Rodríguez Campos, obrero; Juan Martínez, campesino; hay también cuatro mujeres que se han portado magníficamente y a las que no han podido arrancarles ni una sola palabra. Son María Blázquez, obrera, que le perforaron el estómago de un tiro y que aún hoy en la cárcel tiene la bala sin extraer; Clementina Gallego, que está casi paralítica de una pierna; Carmen Orozco, maestra nacional, en grave estado, con una lesión cardiaca, y Josefina González Cudeiro.

Nuestra situación actualmente sólo ha variado en que por lo menos estamos juntos tres en cada celda y que los que tienen familia pueden recibir comida de la calle. Por lo demás estamos los ocho encartados de nuestro proceso completamente aislados del resto de los 250 presos políticos. Temen la influencia que podamos ejercer sobre ellos.

Saben muy bien la expectación que produjo nuestra caída, saben que los comunistas no irán al Consejo de Guerra en plan de lloronas y están trabajando en muchas direcciones para minar la moral y entereza de los menos forjados.

Bueno, Conchi, ahora quiero entrar en el fondo político de las causas y derivaciones de este golpe. Los comunistas no podemos conformarnos con lamentar los percances ni tampoco con el hecho de que hayamos sabido portarnos ante el enemigo como era nuestra obligación.

Por lo demás, el resto de la dirección sigue en libertad y el Partido que había no fue afectado. Lo mismo las Agrupaciones Guerrilleras. El golpe fue duro, pero confío en que en poco tiempo, con un esfuerzo de los camaradas de dirección que quedaron, y sacando las debidas experiencias, Galicia seguirá ocupando el puesto que le corresponde en la lucha contra el franquismo.

De la firmeza cuando caí en manos del enemigo podéis estar seguros. Y esa será mi actitud hasta la muerte. Yo me doy por satisfecho y te juro que en algunos momentos me decía a mí mismo, me lo digo día y noche, que cien vidas que tuviera las daría antes de que mis camaradas, mis dirigentes, tu y mis hijos, pudieran decir, no ya que fui un cobarde, sino que tuve una vacilación o claudicación.

Y ahora, mi Conchi, algo de nosotros. Tal vez esta sea la última. Tú eres una comunista y como tal debes acoger mi caída, como la de un combatiente que cayó en el campo de batalla. Antes que yo han caído otros que valían infinitamente más. Sabes con qué alegría y orgullo acogí la noticia de que iba a salir para España. Esta alegría se centuplicó en cuanto llegué. ¡Qué grande y hermoso es nuestro pueblo!

Comprenderás claramente la razón de por qué nunca te escribí. Sin embargo, os he tenido siempre presentes en mi corazón. Han transcurrido ya bastantes años desde que nos separamos. Cualquiera que haya sido el rumbo de tu vida, lo considero acertado siempre que hayas seguido siendo la comunista que yo conocí. Yo procuraré cumplir con la promesa que te hice de que jamás ninguna actitud o acción denigrante empañará mi condición de militante comunista. Esto es el único legado que dejo a nuestro hijo. Te pido que cuanto tenga edad para comprenderlo mantengas vivo en su memoria mi recuerdo; te pido, te lo suplico, que lo eduques como yo quisiera, para que él sea un comunista fiel y honrado como lo fue su padre. Enséñale el amor al pueblo, a los trabajadores, a España, la patria querida por la que su padre dio la vida. Edúcalo en el respeto y cariño a los dirigentes del glorioso Partido Comunista de España, a nuestra camarada Pasionaria. Este es mi último ruego a ti, la compañera y camarada. Estoy seguro, porque te conozco, porque se lo que hay de honradez política en ti, que lo cumplirás.

Y respecto a ti sólo dos palabras: si no lo has hecho ya, rehaz tu vida. Eres joven todavía. Pero que nada, ni aun los más fuertes sentimientos personales, te aparten jamás del recto camino que emprendiste al ingresar en el Partido. Esto por encima de todo. Con toda mi alma te deseo que goces de la felicidad que no supe o no pude ofrecerte. Aleja lo antes posible de tu mente mi recuerdo como compañero y si piensas en mi hazlo como en un camarada. No quiero que por mi sufras. Alcanzar un bien tan preciado como es la liberación de nuestra Patria exige muchos sacrificios. ¿Que ahora me tocó a mí? ¡Paciencia y entereza! En la brecha quedan miles de comunistas, queda el pueblo, este pueblo por que debes trabajar y luchar incansablemente. Sólo quiero pedirte una cosa. Si diera tiempo, que me mandaras una foto de Pepito y tuya. Tenía una, pero hace dos años me la cogió la policía. Quiero ver aunque sólo sea en fotografía a mi hijo por última vez y también a ti.

¿Para qué despedidas? que seas muy feliz, tanto como yo te hubiera querido y sabes que quería lo fueras. Da a nuestro hijo el último beso de padre y, para ti, Conchi, el cariño eterno de tu Pepe.

Prisión Provincial. Primera Galería. Celda 4. La Coruña.

José Gómez Gayoso
Fusilado en octubre de 1948


Mi más querido hermano: A tu regreso de Francia al hogar quiero darte mi postrer saludo y abrazo concentrando en él todo el odio a nuestro enemigo. Voy a morir dentro de breves horas. Me asesinan por haber cumplido siempre con mi deber ya que siempre y como tú sabes fui consecuente de él, porque nuestro P. me enseño a serlo con sus orientaciones y sus teorías de las cuales jamás dudé y siempre observe porque entre todas las demás siempre las consideré las más justas y las más prácticas para llegar al fin del enemigo que hoy me asesina. No dejes impune este asesinato, procura dar el castigo a todos sus causantes.

No la puedo terminar.

Un abrazo ¡Viva el P.! ¡Viva la I.C.! ¡Viva el ejército rojo!

Hasta siempre. En capilla. 30.1.1943

J. Chamorro
Fusilado 30.1.1943






NOTA 2013. Todas las cartas que se reproducen se encontraban, y aún se encuentran, en el Archivo Histórico del PCE, en estos momentos depositados en la Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense‎ de Madrid. (Calle del Noviciado, 3). Aunque en el momento de escribir este libro, hace alrededor de 15 años, permanecían inéditas, en la actualidad pueden encontrarte en internet la mayor parte de ellas, excepto la de J. Chamorro, que aquí se incluye al final y de la que se reproduce la fotografía del original.

En aquellas fechas no tuve acceso a ninguna carta similar escrita por alguna mujer, por lo que tuve que renunciar a incluirlas. Con el tiempo han salido a la luz algunas, como las estremecedoras e inocentes líneas que enviaron a sus familiares las jóvenes militantes de la JSU conocidas como “las trece rosas” la noche antes de ser fusiladas la madrugada del 5 de agosto de 1939 en las tapias del cementerio del Este de Madrid. No puedo aquí sino traer el recuerdo personal de la primera vez que oí hablar de ellas, cuando apenas tenía yo 17 años y acababa de ingresar a mi vez en las Juventudes Comunistas, de boca de la abogada María Luisa Suárez. Copio el texto del libro de Carlos Fonseca "Trece rosas rojas" (Temas de hoy, Madrid, 2004.

La carta que sigue la escribió Dionisia Manzanero. Tenía 20 años.

Queridísimos padres y hermanos:

Quiero en estos momentos tan angustiosos para mí poder mandaros las últimas letras para que durante toda la vida os acordéis de vuestra hija y hermana, a pesar de que pienso que no debiera hacerlo, pero las circunstancias de la vida lo exigen.

Como habéis visto a través de mi juicio, el señor fiscal me conceptúa como un ser indigno de estar en la sociedad de la Revolución Nacional Sindicalista.

Pero no os apuréis, conservar la serenidad y la firmeza hasta el último momento, que no os ahoguen las lágrimas, a mí no me tiembla la mano al escribir. Estoy serena y firme hasta el último momento.

Pero tened en cuenta que no muero por criminal ni ladrona, sino por una idea.

A Bautista le he escrito, si le veis algún día darle ánimos y decirle que puede estar orgulloso de mí, como anteriormente me dijo.

A toda la familia igual, como no puedo despedirme de todos en varias cartas, lo hago a través de ésta. Que no se preocupen, que el apellido Manzanero brillará en la historia, pero no por el crimen.

Nada más, no tener remordimiento y no perder la serenidad, que la vida es muy bonita y por todos los medios hay que conservarla.

Madre, ánimo y no decaiga. Vosotros ayudar a que viva madre, padre y los hermanos. Padre, firmeza y tranquilidad.

Dar un apretón de manos a toda la familia, fuertes abrazos como también a mis amigas, vecinos y conocidos.

Mis cosas ya os las entregarán, conservar algunas de las que os dejo.

Muchos besos y abrazos de vuestra hija y hermana que muere inocente.

Postdata: Queridísimo hermanillo:

Recibe muchos besos de tu hermana, que en estos momentos pierde la vida, pero no te preocupes, yo tengo tranquilidad. Tú tienes diez años y te queda mucho por vivir y ver, por esto sé que no debéis sufrir, y tú menos. Me vengarás algún día, cuando tú te enteres por qué muere tu hermana.

Cuídate mucho, cariño, recibe besos de tu hermana con todo el corazón. Salud.

Dioni








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