domingo, 1 de septiembre de 2013







Que a finales de los 70 se convirtieran en sendas series televisivas dos novelas de Vicente Blasco Ibáñez era señal de que los tiempos iban cambiando. Pese a haber fallecido en 1928, antes de la II República y de la guerra civil, el escritor valenciano, republicano, anticlerical y vividor, fue anatema para el franquismo, bajo el que se reeditaron algunas de sus obras pero que no dejó de considerarlo un enemigo a silenciar. Por eso, que sus historias se contaran desde la pequeña pantalla significó el comienzo de la recuperación de una memoria literaria e histórica que devolvía a la luz pública la España derrotada en 1939 e ignorada desde entonces.

Ya el año anterior TVE había emitido la adaptación que Rafael Romero Marchent había hecho de “Cañas y Barro”, la obra de Blasco Ibáñez perteneciente al ciclo de novelas de tema valenciano en el que también se inscribía “La Barraca”, que llegó a los españoles en 1979 dirigida por León Klimovsky, un argentino de origen ucraniano que había llegado en la década de los 50 a España, donde había realizado unas decenas de películas poco memorables.
            
Ambas novelas habían sido llevadas ya al cine; “Cañas y Barro” en 1954 por Juan de Orduña y “La Barraca” por Roberto Gavaldón en 1944, nada extraño considerando que Blasco Ibáñez había sido no sólo uno de los escritores españoles de mayor éxito internacional, sino también el que más obras propias había visto convertidas en películas desde los tiempos del cine mudo. Que esas dos novelas se recuperaran desde la televisión en aquellos conflictivos años de la transición tuvo una extraordinaria repercusión entre el público, que colocó ambas producciones entre los espacios más vistos de sus años respectivos.

La barraca, publicada como novela en 1898, cuenta una dramática historia situada en la huerta valenciana, a la que en televisión dieron vida los actores Victoria Abril, Álvaro de Luna, Lola Herrera y Terele Pávez, entre otros. La familia del Tío Barret debe abandonar su casa al no poder pagar las deudas contraídas con el propietario, Don Salvador, al que mata, borracho e iracundo, el propio Barret. La Barraca es ocupada por Batiste y los suyos, que deben sufrir la enemistad y violencia de los vecinos hasta el trágico final. Una historia cruda, sin paliativos, que en la versión que el guionista Manuel Mur Oti, otro clásico del cine español menos interesante, hizo para Klimovsky se convirtió, de acuerdo a los tiempos en que se vivía, en una metáfora de la guerra civil y en un llamamiento a su superación. De dejarlo claro se encargaba la canción que abría cada uno de los nueve capítulos que la componían, que se emitieron desde el domingo 1 hasta el jueves 11 de octubre de 1979. Había escrito el tema Jesús Gluck, un moderno del momento, y la cantaba Victoria Abril, la entonces joven protagonista: “extraña humanidad que un día entenderá que tienes que aprender a convivir en paz”.

El éxito que obtuvieron “Cañas y barro” y “La barraca”, sirvió para abrir el camino de la adaptación de obras literarias de prestigio en la producción de series españolas, que daría obras fundamentales de la televisión en los años siguientes. El antecedente inmediato había sido en 1976 “La saga de los Rius”, en la que, todavía con formato de telenovela Pedro Amalio López había adaptado, desde una perspectiva marxista y de clase, las cinco novelas de Ignacio Agustí que componían el ciclo “La ceniza fue árbol”, en las que se narraban los avatares de la sociedad industrial catalana entre finales del siglo XIX y la guerra civil. Esa raíz literaria fue aprovechada desde comienzos de los 80 en importantes series, que también intentaban acercar al espectador la vida de ese mismo periodo de tiempo, en el que se configuró la España de aquellos años.
            
La nómina de novelistas adaptados en los años siguientes fue importante: Pérez Galdós (“Fortunata y Jacinta”; Mario Camus, 1980), Mercé Rodoreda (“La plaza del diamante”; Francisco Betriu, 1982), “Los gozos y las sombras” (Gonzalo Torrente Ballester; Rafael Moreno Alba, 1982), Juan Valera (“Juanita la larga”; Eugenio Martín, 1982), Ramón del Valle Inclán (“Sonatas”; Miguel Picazo, 1982), Ramón J. Sender (“Crónica del Alba”; Antonio José Betancor, 1983), Pío BarojaEl mayorazgo de Labraz”; Pío Caro Baroja, 1983), Arturo Barea (“La forja de un rebelde”, Mario Camus, 1990), o Leopoldo Alas Clarín (“La regenta”; Fernando Méndez Leite, 1994). Curiosamente, al filo del siglo XXI TVE volvió a descubrir la potencialidad televisiva de las historias de Blasco Ibáñez adaptando otras dos de ellas: “Entre naranjos” (Josefina Molina, 1998) y “Arroz y tartana” (José Antonio Escrivá, 2003), pertenecientes, como “Cañas y barro” y “La barraca”, al ciclo de novelas valencianas[1].






Caras nuevas

Además de series diferentes, una televisión que quería mostrarse ante los españoles rompiendo con lo anterior necesitaba nuevos rostros que  dieran credibilidad el cambio. En 1979 una joven de 24 años nacida en Portugalete, Vizcaya, hizo famoso un piano recubierto de espejuelos cuadrados que tocaba con empeño. Era Mari Cruz Soriano, que ese año fue premiada con el TP de Oro como mejor presentadora televisiva, sumándose al podium de la fama televisiva, en el que también se habían ido subiendo desde unos años antes otros nombres.

Se llamaban, y aún se llaman, porque muchas de ellas siguen en activo, Rosa María Mateo y Victoria Prego, Mercedes Milá e Isabel Tenaille, Cristina García Ramos y Ángeles Caso. La que más fama alcanzó, también la más efímera, fue la pianista, hasta el punto que un grupo punkie decidió bautizarse, con una buena carga de sorna, “Mari Cruz Soriano y los que afinan el piano”, en recuerdo de la periodista, que se retiró de la profesión y acabó casada con el alcalde de Zaragoza, Juan Alberto Belloch.

            
No se puede cerrar el calendario televisivo español de 1979 sin pararse un momento en la enorme repercusión que obtuvo una producción estadounidense en la que se contaba con todo lujo de detalles la historia de la esclavitud en aquel país a través de los avatares de un abuelo negro y sus descendientes. “Raíces” estaba basada en una novela de Alex Haley, y desde que se había estrenado en su país de origen en 1977 se convirtió en un fenómeno en todo el mundo, hasta el punto de que sus episodios están entre los 20 programas más vistos en toda la historia del medio. En principio, esa saga familiar del esclavo africano llegado a América en 1887 poco tenía que ver que las preocupaciones cotidianas del español medio, pero las situaciones melodramáticas y el protagonista que una y otra vez contaba la historia de sus antepasados, negándose a perder la memoria cuajaron entre los espectadores, y Kunta Kinte fue un hombre que se recordó durante generaciones.

Claro, que no todo iban a ser dramas intensos en un año tan abierto al futuro. 1979 fue el año que se estrenó y triunfó en España “Los ángeles de Charlie”, otra serie estadounidense en la que tres barbies estilizadas (Kate Jackson, Farrah Fawcett y Jaclyn Smith) jugaban a ser perspicaces agentes secretos dirigidas pon un simplón Jonh Bosley, que sufría mucho con ellas, pero le gustaba. Producía la serie un histórico de la televisión comercial de EEUU, Aaron Spelling, que triunfaría después en España con joyas del calibre de “Sensación de vivir”, Melrose Place” o “Vacaciones en el mar”.

En realidad, esa, y no la de Blasco Ibáñez, era la televisión que anunciaba a clarinazos la nueva España que llegaba.



UN ESTATUTO PARA LA DEMOCRACIA

Aunque no se publicó en el Boletín Oficial del Estado hasta el 10 de enero de 1980, el Estatuto de la Radio y la Televisión, la primera reglamentación del medio que alcanzaba en España el rango de ley, se cocinó y aprobó el año anterior. En el texto legal se declaraba, no sin ambigüedades, el carácter de servicio público esencial de la televisión, la forma de financiación, en la que se preveía una reducción de la publicidad, la forma de nombramiento de su director general y del consejo de administración, la independencia de los partidos políticos y el gobierno y, en fin, todo aquello que se creía debía ser la tele moderna en un país democrático. Su gestación fue resultado de un largo proceso y del acuerdo entre los dos partidos mayoritarios, UCD, que estuvo representada en las negociaciones por el vicepresidente del gobierno Fernando Abril Martorell, y el PSOE, por el que hablaba su vicepresidente general, Alfonso Guerra.
           




[1] En RTVE a la carta se encuentran completas una buena parte de estas series, aunque sin saberse el motivo no estén todas. He enlazado las que allí constan. Curiosamente, de “La saga de los Rius” se conserva la versión doblada al catalán posteriormente, y no la original en castellano.




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