martes, 29 de octubre de 2013

FESTIVAL DE MUSICA POPULAR AGAPITO MARAZUELA

Recitales de ayer. Festival de Música Popular Agapito Marazuela. Folksegovia. (1984/1985)




De los muchos festivales a los que he acudido en mi vida, por afición y por profesión, quizás en el que he tenido ocasión de mayores satisfacciones, musicales y personales, haya sido en el Festival de Musica Popular Agapito Marazuela, que con tiempo sería conocido como Folksegovia, al que asistí en la primera convocatoria y que luego seguí visitando regularmente hasta estos últimos años, en los que la desidia a vencido a la fidelidad.

Y sin embargo quedan momentos inolvidables en la memoria que no admiten traslación a la crónica periodística. La eficacia y el cariño de Luis Martín y Jaime Lafuente. Los chistes anuales de Fernando. Las interminables charlas en la Plaza de San Martín con Teresa, Jesús, Ignacio y tantos otros. Ver cómo iban creciendo los niños. Los tenderetes post concierto en el Hostal El Hidalgo, el de las laberínticas escaleras. Las discusiones con Xavier Rekalde o José Miguel Gómez en la terraza de las escaleras de subida de La Alhondiga. Las animadas comidas colectivas. El atracón de las cenas con Oskorri, pues Natxo de Felipe no podía subir al escenario sin haber llenado y vaciado las tripas. Los periódicos comprados en el kiosko de la Plaza Mayor mientras se esperaba alguna actuación matutina en el templete de la música. Y el frío. ¿Pero alguien que no sea del terruño conoce el frío que hace en Segovia a comienzos de Julio? ¿Y qué ese frío es más húmedo e intenso en las cercanías del río? ¿Y qué los jardines de San Juan de los Caballeros dan al río? ¿Y qué en esos jardines se celebraron durante mucho tiempo los conciertos nocturnos? Menos mal que la policía no es tonta y desde el primer momento aprendimos que había que acudir pertrechaos por una manta sustraída provisionalmente del hotel.

No son menos intensos los recuerdos de algunas actuaciones, pero como sería una lista de elogios, prefiero acudir a dos momentos en los que la casualidad de las circunstancias y la pericia del artista confluyeron para crear una magia como pocas veces he percibido en mi vida. El primer año, mientras Emilio Cao hacía sonar el harpa con esa hondura y sensibilidad que él ha sabido darle a su música, sobre la torre de la austera y hermosa Plaza de San Martín (la última vez que pase por ella convertida en aparcamiento) aparecieron de pronto unas cigüeñas volando que se fueron posando en ella mientras seguía la canción. El silencio arrobado del público que abarrotaba la plaza cómodamente sentado, la canción tenue pero intensa, la torre iluminada y las cigüeñas volando en aquella noche templada. No es frecuente asistir a momentos así.

Unos años después, ya no recuerdo cuál exactamente, participó en el festival Carlos do Carmo, el gran maestro del fado y personal cabal. La actuación era, faltaría más, en San Juan de los Caballeros y la noche se presentaba desapacible. Acudimos a la cita con nuestras mantas prestadas. En medio del recital comenzó a caer una lluvia cada vez más fuerte. El escenario no estaba cubierto, pero tampoco los espectadores, así que todos nos empezamos a calar, las primeras las mantas. Do Carmo, que debió ver el peligro del desastre, ni corto ni perezoso bajo las escaleras y se mezclo con los espectadores en un empapado común en el que salto, como un chispazo, el prodigio de la comunicación absoluta. Cantante y público formando un mismo todo. Encima del escenario seguían los músicos, impertérritos bajo el agua hasta que apareció algunos del Nuevo Mester y les cubrieron con unos paraguas. Cuando Carlos se volvió y vio protegidos a sus compañeros y él calándose debió pensar, ¡vaya canelo estás hecho, fadista! Pero siguió entre el público hasta que acabó la canción. El aplauso no fue un sonar de palmas, fue un: te has portao, artista.

Folksegovia ha celebrado este 2013sus treinta años ininterrumpidos de encuentros, una longevidad insólita. Treinta años en los que el presupuesto ha ido disminuyendo y en los que ha sido necesario encontrar patrocinadores privados que paliaran la creciente tacañería de las instituciones públicas, pero en los que se ha mantenido intacto el formato original, con los recitales, las actuaciones callejeras, las conferencias y debates, las exposiciones y la tienta de discos especializados.

He encontrado los artículos sobre las dos primeras convocatorias que publiqué en El País, que dedico al encuentro buen espacio. Los reproduzco. Para ilustrarlo había pensado poner exclusivamente interpretaciones de Agapito Marazuela, algunas de las cuales se pueden encontrar en Youtube, sacadas de su único disco de 1969 (aunque en la República hizo otras dos grabaciones que hoy son un tesoro para coleccionistas). No obstante, por razones misteriosas que desconozco no puedo copiarlos aquí como tales vídeos. Las enlazo al final para quien quiera disfrutar de temas tan imprescindibles como la Jota Segoviana, La Cigüeña, La molinera o el Caracol. Quedan, pues, en vídeo dos breves reportajes sobre Agapito Marazuela. En el primero de ellos se le puede ver tocar. En el segundo cuentan algunos de sus dicípulos.




EL PAÍS. 30 AGOSTO 1984

Durante cuatro días, Segovia ha sido marco de un interesante y amplío debate sobre la situación y significación presentes de la música popular, los problemas de investigación y recreación de las canciones heredadas del folklore y, en menor medida, la creación de nuevas composiciones que se inscriban en la rica herencia popular para ser expresión de nuestro tiempo, dentro de una sensibilidad contemporánea. En los dos últimos años están siendo frecuentes este tipo de encuentros entre estudiosos y practicantes de la música popular, muestra de un interés que parece haber roto el estrecho marco de la erudición más o menos escolástica del folklore y los folkloristas para abrirse hacia quienes efectúan un trabajo diario de interpretación de este tipo de música a través de los modernos medios de expresión, fundamentalmente el disco.

Bajo la advocación de Agapito Marazuela, el folklorista segoviano muerto hace año y medio, cuya obra grabada permanece en su mayoría aún inexplicablemente en el silencio, pero cuyo magisterio ha pasado a las nuevas generaciones como actitud de sabiduría y respeto hacia el pasado, estudiosos y músicos se han reunido por las mañanas y tardes para hablar, confrontar opiniones, discutir puntos oscuros. Por las noches la hermosa plaza de San Esteban ha sido testigo de las muchas posibilidades expresivas que ofrece en la actualidad la música popular, desde una respetuosa repetición de los modelos tradicionales, como hicieron Hadit, Candeal, Cambrizal, el dulzainero Silverio o el grupo de danzas de Justo del Río, pasando por la sabia utilización de la música popular con un absoluto criterio de modernidad de la Nuova Compagnia di Canto Popolare; la creación de textos y la fidelidad evolucionada de formas de Al Tall o Los Sabandeños; la fiesta colectiva de Ronda Segoviana; o la creación absoluta de Emilio Cao a partir de las raíces y ecos sonoros populares.

El significado actual de la reinterpretación del folklore, o la creación a partir de su influencia, tiene numerosas facetas. Como búsqueda de señas de identidad personales y colectivas, como interpretación de la historia desde un punto de vista distinto al que nos ofrecen los historiadores, como enfrentamiento a los intentos de dominio y homogeneización cultural que nos llega a través de las multinacionales y los medios de comunicación, como simple -pero importante- búsqueda estética. Todo ello, sometido a los prejuicios de una trampa sibilina y esterilizadora: el imaginario enfrentamiento entre investigación e interpretación en los escenarios, entre pureza y heterodoxia, entre tradición y contemporaneidad. En definitiva, entre investigadores y recreadores y/o creadores, que se da en todo encuentro de este tipo, y que en Segovia parece haber alcanzado explícitamente un posible punto de acuerdo y solución.

El reconocimiento taxativo de que el folklore, la recopilación, clasificación, archivo e interpretación de las canciones tradicionales es una disciplina científica, con sus propias leyes, mientras que la interpretación de esas mismas canciones, con un menor o mayor grado de evolución, o la creación a partir de sus ritmos y melodías, es una disciplina artística, con sus propias e independientes características, es una distinción fundamental. No se pueden valorar unas y otras actividades con los mismos esquemas. Dos disciplinas diferentes que deben contemplarse de manera independiente, relacionadas entre sí, pero en absoluto oponiéndose una y otra labor. [1]

Aclarar este punto resulta, pues, de vital importancia. Es la única posibilidad de que ambas disciplinas no se interfieran en eternas discusiones y puedan seguir cada una su propio camino. La investigación, profundizando en el rescate de las canciones tradicionales que aún permanecen desconocidas, en el estudio de la evolución que han seguido a lo largo de los siglos, en la contextualización de las mismas en el momento histórico y lugar geográfico en que se han dado. La creación, partiendo de esos sonidos para convertirlos en ecos contemporáneos.
Todo eso, y así ha quedado claro en las conclusiones de este I Encuentro de Música Popular Agapito Marazuela, sólo será posible a partir del desarrollo desde la Administración de una política cultural con respecto a la música popular que le reconozca su calidad artística y su importancia cultural, no encorsetándola en rígidos esquemas ni subordinándola a su difusión comercial. Para ello se ha pedido en el encuentro una ley que, a la manera de la existente para el cine, por ejemplo, sirva para dignificar, valorar, proteger y desarrollar la música popular española, a la vez que regule y promueva la investigación científica, con rigor y medios, de nuestra música tradicional.



[1] No deja de resultar significativo que este debate se planteara en un encuentro que recordaba a Agapito Marazuela, pues él fue, sin duda, una pieza central en esa evolución que se planteaba. De manera similar a como Lorca se podría considerar un antecedente de los cantautores por su condición de músico, arreglados y adaptados de temas populares, pianista con La Argentinita y creador de canciones para algunas de sus obras escénicas, Agapito Marazuela constituyó el eslabón perdido entre el folklore tradicional y la música de raíz folklórica. Sólo el unió, al ser músico y guitarrista, la recopilación del folklore con su interpretación, algo absolutamente inusual entre sus coetáneos y frecuente, sin embargo, en sus discípulos, empezando por Joaquín Díaz o Ángel Carril.

Edición de 1981 del cancionero de Agapito Marazuela.
Observese que la partitura está firmada.
No "atribuida a" o "recopilada en"
o "aprendia de", sino directamente "DE".




EL PAÍS. 4 JULIO 1985

Organizado por el grupo de folclor segoviano Nuevo Mester de Juglaría y con la colaboración del Ayuntamiento y Diputación de Segovia y otras instituciones culturales, se inicia hoy en esta ciudad castellana el II Festival de Música Popular Agapito Marazuela. Hasta el domingo se dará a conocer el trabajo de los grupos dedicados a la música tradicional.

Celebrada el año pasado la primera convocatoria de este festival, se plantea la segunda como unas jornadas de difusión de la labor que están llevando a cabo en distintos puntos de España los grupos musicales que toman el acervo folclórico como base de su trabajo, así como de estudio de los problemas que plantea la recopilación y difusión de la música tradicional y popular. La aparición en los últimos años de escuelas de folclor y centros de estudios tradicionales por todo el territorio español ha potenciado en este tiempo la multiplicación de encuentros, jornadas, debates y festivales de música popular. Gracias a ellos se están dando a conocer de manera ordenada y rigurosa los caminos de recuperación, y en muchos casos de actualización, del patrimonio folclórico, un terreno musical que no cuenta con el beneplácito de los medios de comunicación ni de la industria discográfica.

Todos los días, a las diez de la noche, se celebrarán en la plaza de San Esteban las sesiones del festival, que contarán con la participación de algunos de los grupos más importantes de España. Esta noche, para abrir el festival, actuarán el grupo La Retahíla, de Albacete, y los madrileños de Mosaico, cuyo primer trabajo discográfico está dedicado, precisamente, al cancionero de Agapito Marazuela, reinventado con la mixtura de instrumentales tradicionales y  actuales. Cerrará la primera noche de actuaciones la Familia Montoya con su forma viva y directa de entender y expresar el flamenco. El viernes día 5, los participantes en el festival serán los grupos Almenara (Castilla), La Murga (Cataluña) y Oskorri (País Vasco), para seguir el sábado 6 con la intervención del folclorista y cantautor Manuel Luna y del grupo gallego Brath. Las actuaciones musicales se cierran el domingo por la mañana con la actuación de la Escuela de Dulzainas de Carbonero el Mayor y Diputación de Segovia y el grupo de danza La Esteva.

Todos ellos darán una idea bastante aproximada de las líneas de trabajo en las que se mueve la recuperación folclórica en España, desde los intentos más renovadores de grupos como Oskorri, Mosaico, La Murga, Manuel Luna y Brath, hasta los más tradicionales de La Retahíla o Almenara. Todos estos grupos proponen diferentes formas de enfrentar la música de raíz folclórica, coincidentes todas ellas en mantener vivo el lenguaje musical tradicional en la sociedad contemporánea. En este sentido va encaminada la celebración de las jornadas de trabajo que se celebrarán en sesiones de mañana y tarde en el salón de la Caja de Ahorros. Jornadas abiertas al público en las que participarán los miembros de los grupos invitados al festival y otros que acudirán especialmente a los debates.

Ángel Carril, Luis Díaz Viana, Carlos Tanarro, Pedro Vaquero, Antonio Lorenzo, Manuel Domínguez, Cristina Argenta, José María Martínez, Vícent Torrent y Fernando González Lucini participarán como ponentes en estos debates sobre folclor español, tratando temas como el funcionamiento de los centros de cultura tradicional, la aplicación de la música popular en la escuela, los medios de comunicación y la edición y producción discográfica sobre este aspecto de la cultura y la música españolas, que se encuentran en pleno proceso de transformación, pero todavía vivas en numerosos puntos de la geografía española.

Los segovianos y los grupos de folclor cubren una deuda al celebrar los festivales en recuerdo y homenaje a Agapito Marazuela. No es que así, después de muerto el maestro, en 1983, a los 91 años de edad, se puedan borrar las afrentas y olvidos que sufrió en vida, pero demuestran la intención de sus organizadores (que nada tuvieron que ver con esas afrentas) de recuperar para la cultura española a uno de los folcloristas más importantes y significativos que ha dado el país, homenajeándole de la mejor manera posible: utilizando su nombre y su obra para potenciar en la actualidad la vigencia de la música tradicional. Nacido en 1881 en el pueblo de Valverde del Majano (Segovia), Agapito Marazuela se dedicó desde niño al estudio e interpretación de la guitarra y la dulzaina y a la recopilación y difusión del folclor tradicional de Castilla, trabajo que no fue impedido por la práctica pérdida de visión que sufrió a raíz de una operación de cataratas a los siete años.

Su trabajo como folclorista se puso de relieve en 1933, al ganar el Festival Nacional de Música con su trabajo, aún no superado, sobre el Cancionero de Castilla la Vieja, obra que no pudo ser editada hasta los años sesenta debido a los recelos que su ideología comunista produjo entre los gobernantes de la dictadura. Dictadura que le encarceló durante seis años y le obligó a seguir una labor de enseñanza modesta y sin ayuda durante los últimos 44 años de su vida. Todavía en 1977 tuvo que ver cómo se prohibía un recital-homenaje que pretendían celebrar en Madrid músicos, amigos y discípulos, que ahora, por fin, pueden reunirse alrededor de su figura para recordar que su obra sigue viva.

Más que ningún otro folclorista, Agapito Marazuela ha dejado una escuela de dulzaineros, guitarristas y estudiosos que nutre los grupos castellanos que se dedican al género. Olvidado y marginado por los organismos oficiales, ignorado por las editoras discográficas, alguna de las cuales debe esconder sin sacarla a la luz la práctica totalidad de su obra, fueron los jóvenes los que tomaron su antorcha. Su labor docente en los últimos años de su vida, encerrado casi ciego en los modestos muros de una casa segoviana, fue dando a un escogido grupo de jóvenes intérpretes y estudiosos la razón y el sentido del folclor. Ismael, Joaquín Díaz, Joaquín González, Julia León, Hadit o el Nuevo Mester de Juglaría, entre muchos otros, aprendieron de él que el folclor es la esencia viva del saber popular, de la experiencia acumulada durante siglos por generaciones de castellanos que se resisten a ver morir sus tradiciones y costumbres, arrumbadas al olvido por una sociedad que tiene demasiada prisa como para permitirse el lujo de volver la vista atrás. En los cantos de todos ellos está la herencia de un hombre que supo amar la tradición y hacérsela amar a los demás.





NOTA 2003

La escasez de espacio me impidió en 1985 ampliar más el breve despiece que le dediqué a Agapito Marazuela. Ahora, liberado de esa limitación, aprovecho para ampliarlo con algunos datos sobre una vida verdaderamente apasionante y complicada.

Hijo de un arriero que con su burro y su carro comerciaba por los pueblos de Castilla, Agapito Marazuela Albornos había nacido en el pueblo segoviano de  Valverde del Majano en 1891, perdió la visión de un ojo siendo niño y la Niña de los Peines quiso hacerle tocaor. A los 14 años aprendió solfeo y en 1924 ofreció su primer concierto exitoso en el teatro Juan Bravo de Segovia. Sin haber salido de la ciudad ya le admiraron Emiliano Barral, Ignacio Zuolaga y Antonio Machado, que en ella vivían, una nómina de admiradores ilustres que conforme se fueron sucediendo sus recitales de guitarra clásica se fue ampliando con una variada gama de personajes, desde Miguel de Unamuno, Salvador Bacarisse o Valle Inclán hasta Alfonso XIII o Victoria Eugenia, que casi en el final de su reinado le invitaron a tocar en la Granja.

Los cinco años republicanos constituyeron para Agapito Marazuela una etapa de intenta actividad. En 1932 gano con su recopilación del folklore de Castilla la Vieja el primer premio del Concurso Nacional de Folclore de España, que le otorgó un jurado en el que figuraban, entre otros, Oscar Esplá, Gerardo Diego y Ramón Menéndez Pidal. Ese mismo año se adhirió al Partido Comunista. En aquellos años colaboró activamente con las Misiones Pedagógicas y con la Universidad Popular de Segovia, en la que también enseñaba Machado.

En el centro, sentado y con gafas, en una reunión
de las Milicias Antifascistas Segovianas
Al estallar la guerra civil organizó, junto al escultor Emiliano Barral, las Milicias Antifascistas Segovianas, que al haber sido ocupada la ciudad por los sublevados desde el primer momento, debieron ser fundadas en el Centro Segoviano de Madrid y de las que el Marazuela era presidente al final de la guerra pese a su casi ceguera. En 1937 fue el responsable del folclore que se presentó en la Exposición Universal de París, la misma en la que el pabellón de la España republicana lo construyó Sert, la programación de cine la llevaba Luis Buñuel y para la que Alberto Sánchez esculpió su El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella y Picasso y Miró pintaron, respectivamente, Guernica y El payés catalán en revolución.

Tal currículo revolucionario y violento le valió un recorrido carcelario de seis años por las prisiones de Madrid, Ávila, Vitoria, Burgos y Ocaña. Pudo llevar con él su guitarra, lo que le permitió ofrecer conciertos a los compañeros, aunque también tuvo que tocar para los condenados a muerte en su última noche, lo que le provocaba un profundo dolor que los que le conocieron aseguran que le duró toda la vida.

Ya en la calle, que no en libertad, sobrevivió dando clases de guitarra, dulzaina, folklore y actitud ante la vida en la academia musical que abrió, convertida en "Cátedra" al final de su vida, actividad que le convirtió en un autentico maestro en el más exacto significado del término. Pero de eso ya se habla más arriba.

Existe una anécdota que resume la vida de Agapito Marazuela y explica su carácter. En 1924, cuando ya comenzaba a triunfar en Segovia, un periodista admirador, al comprobar que la guitarra del neófito y privilegiado artista era un cascajo, escribió una crónica sobre el tema en el Adelantado de Segovia, consiguiendo una subvención provincial de 600 pesetas, con lo que, añadiéndole otro tanto con aportaciones particulares, se consiguió regalarle un nuevo instrumento. Aquella guitarra fue la que le acompañó hasta su muerte con 91 años en 1983.

Con María del Mar Bonet, Enrique Morente y Amancio Prada


Canciones de Agapito Marazuela














lunes, 28 de octubre de 2013

Un divorcio en la familia Pepera

Un divorcio en la familia Pepera





La manifestación del pasado domingo contra la sentencia del Tribunal Europeo de los Derechos Humanos escenificó un divorcio entre el PP y buena parte de su electorado, que resulta significativo y puede acarrear consecuencias indeseadas para el partido en el poder. No es la primera vez que les abuchean, pero esta vez fue diferente. Ya en la manifestación posterior a los atentados de Atocha los asistentes gritaron a Aznar –ya sabéis, el mayordomo bajito y servil de “La conspiración de las Azores”, aquella sangrienta película que dirigió un tal Bush--, pero los insultos al Gobierno y su partido no vinieron el domingo del enemigo, como en aquella ocasión, sino directamente de las filas propias. Y eso les preocupa o debería preocuparles.

Si es verdad, y yo lo creo, que la baza que permitió a Aznar llevar al PP al gobierno y a la hegemonía política fue su habilidad para hacer desfilar al mismo paso de la oca a todos los sectores de la derecha, desde los tímidos reformistas, que se olvidan de toda reforma en cuanto resuenan las campanas de las catedrales, hasta los franquistas residuales y sus alevines, que no se olvidan de Franco ni aunque les aspen, la actual situación de divorcio entre unos y otros  podría romper ese equilibrio y reducir sustancialmente la mayoría parlamentaria que aún sustenta al Gobierno.

Enfrentados a una pérdida de clientela, que hastiada por la corrupción, la desinformación y la mentira se está marchando a pasos agigantados hacia esa derecha con mala conciencia que es UPD, una sangría ahora del ala neo-franquista sería para el PP como una patada en ojo de boticario, que no sé exactamente lo que quiere decir pero que lo decía mi madre y no debe ser nada bueno. Sé que la marcha de los chicos (y no tan chicos) de la gallina en bandera bicolor facilitaría el surgimiento de una formación de extrema derecha, que hasta ahora ha sido como la caricatura de un falangista en chándal. Pero es que esa extrema derecha ya existe, y es poderosa e influyente precisamente porque milita en las filas peperas. Independizada y radicalizada en casa propia sería un problema, pero no un poder.

Claro que la derecha, extrema o timorata, es sólo una parte del problema. La otra es la izquieda, real o maquillada. Mi padre sentenciaba siempre explicando los triunfos históricos de la reacción: “A la derecha la une los intereses, a la izquierda la desunen las ideologías”. ¿Sería demasiado pedir, compañeros de izquierda, que por una vez los unidos fuéramos nosotros y los dispersos los de la acera de enfrente?



domingo, 27 de octubre de 2013

HOMENAJE A ANTONIO MACHADO EN BAEZA 2

De carreras con Machado en Baeza (y 2)
1966. Homenaje a Antonio Machado. Prohibido, pero realizado







El sábado 19 de febrero de 1966 amaneció en Madrid nublado y oscuro, y así estaba cuando, dos o tres autocares por la mañana, que ha sido imposible precisar el número, y otros tres después de comer, salieron hacia Baeza, alquilados por el Club, del final de la calle de Santa Isabel, frente al viejo Hospital de San Carlos, hospital de sangre durante la guerra civil que para entonces estaba cerrado y que luego sería el Museo de Arte Reina Sofía.
Fedor Adsuar, que hacía menos de un mes había sido detenido por última vez con motivo de una manifestación ante la embajada estadounidense protestando por el accidente que había hecho caer dos bombas atómicas en el pueblo almeriense de Palomares el 17 de enero, recuerda perfectamente aquella partida, de la que desde el principio conoció un dato que el resto de los viajeros ignoraba. “Nada más llegar al autocar el conductor, al que conocía porque ya habíamos hecho excursiones con él y era de confianza, me avisó de que la policía había preguntado allí mismo por mí, y que sabían perfectamente a qué íbamos a Baeza, así que se puede decir que hicimos el viaje controlados y vigilados desde el primer momento”. Victoria, que entonces era su novia con poco más de 19 años y que luego sería su esposa, conserva otra visión totalmente diferente de aquel momento de la partida: “Si digo la verdad, cuando salí de Madrid no sabía que allí se iba a montar un pitote. Yo era muy inocente entonces y estaba convencida de que íbamos simplemente a poner una escultura en homenaje a Machado, que acudirían muchos intelectuales y que algunos actores, como Rabal o Fernán Gómez iban a recitar poemas, como habían hecho en el disco que se había vendido mucho en el Club y que yo había comprado. No me cabía en la cabeza que aquello tuviera nada de malo, por eso me sorprendió mucho lo que sucedió luego y me sirvió para ir planteándome las cosas de la política de otra manera”.
En uno de aquellos autocares viajaba el poeta y novelista catalán Vicente Molina Foix, que entonces era un simple estudiante de filosofía y letras en Madrid pero que en 2007 obtendría el Premio Nacional de Narrativa. “El Club de Amigos de la Unesco fletaba autobuses para acudir al acto, y yo, en compañía del poeta Antonio Martínez Sarrión y de Terenci Moix, que a la sazón vivía una bullente temporada madrileña, viajé en uno de los que, saliendo de Madrid el sábado día 19 por la mañana, permitían pernoctar en Baeza antes del homenaje del domingo”, rememoraba en un artículo publicado en El País en 1983. “En el autocar me encontré con varios compañeros de la Complutense, y hubo cantos amortiguados y eslóganes durante el trayecto. Sarrión, que en aquellos días era vecino y comensal mío, viajaba poseído por una sensación, supongo que no menos desconcertante: la de ser funcionario público camino de un acto ilegal. Terenci estaba taciturno, tocado con una hermosa boina; se había rapado la cabeza días antes, en un gesto de amor contrariado que había impresionado hondamente al destinatario de acción tan radical”.
También se acordaría después de las canciones de aquel viaje el luego periodista José Antonio Martínez Soler, que entonces, con 19 años,  era  delegado de curso en la facultad de Arquitectura de Madrid y que también viajó a Baeza en uno de aquellos autocares: “íbamos contentos como unas pascuas, después de haber dado algunas cabezadas, y nos despertamos con un cosquilleo de emoción, al acercarnos al lugar del homenaje sin haber sufrido ningún percance político ni policial. Nos dábamos ánimos y/o espantábamos el miedo -¡cómo no!- cantando. Entonces se decía: “Cuando el español canta, está jodido o algo le pasa”. Las canciones republicanas de rigor (“¡Ay Carmela!”, “Si los curas y monjas supieran…”, “Cuando canta el gallo negro…”, etc.) sonaban, sin orden ni concierto, en aquel oasis de libertad rodante, en aquel autobús cargado de hombres y mujeres, unos demócratas, otros aún partidarios de la dictadura del proletariado, todos antifranquistas ilusionados, arrobados por la adrenalina del peligro, de todas las edades y clases sociales, con trencas gruesas, barbas descuidadas y pelos largos, pero también con respetables calvas de doctos intelectuales y artistas, armados con largas bufandas y abrigos de postín”.
En aquellos años, como ahora, la distancia entre Madrid y Baeza rondaba los 400 kilómetros, sólo que entonces recorrer ese camino suponía bastante más tiempo y cansancio, sobre todo si se viajaba a bordo de un destartalado autocar que aún no había vivido la renovación de parque automovilístico nacional. Eran horas y horas por carreras estrechas y mal asfaltadas, flanqueadas cada pocos kilómetros por desvencijadas casas de peones camioneros, entre campos yermos en los que sólo de vez en cuando se veía pastar algún rebaño de ovejas, apretadas alrededor de los olivos ya descargados de fruto, buscando en el contacto físico huir del relente del día. A su lado, acompañado de su perro, a veces frente a una mínima fogata, el pastor. La carretera por la que iban los autobuses envueltos en plena canción revolucionaria atravesaba los pequeños pueblos vacios, en los que la dureza del clima parecía haber obligado sus habitantes a invernar en sus nichos. Nadie en las calles. Sólo la escasa iluminación de algún colmado o taberna permitía saber que estaban habitados. O una mujer enlutada y tapada la cabeza con un pañuelo que doblaba una esquina. O un hombre con boina, pantalón de pana y abarcas que conducía una mula cargada de leña hasta el corral.
Quienes salieron en la mañana del sábado pudieron llegar esa misma noche a Baeza, antes de que se dictara la prohibición de entrar en el pueblo que se establecería la mañana siguiente. “Al llegar, a última hora de la tarde, a Baeza, anduvimos un buen rato por sus bonitas calles, observados, con una mezcla de curiosidad y presentida fatalidad, por los habitantes. Nosotros dormíamos en una pensión local, pero los más pudientes y los maestros estaban en el cercano parador nacional de Úbeda, y allí acabamos yendo después de cenar. Ese rato de confraternidad en el hermoso palacio restaurado fue para nosotros, sobre todo a la vista de lo que sucedió 12 horas más tarde, lo más emocionante y cálido del viaje. Sastre, Celaya, Moreno Galván, Raimon, por citar sólo algunos de los que entonces eran indiscutibles héroes de una lista civil de escritores y artistas, estaban en Úbeda y, de forma improvisada, se organizó una reunión en uno de los salones del parador, donde se recitaron poemas de ocasión y Raimon interpretó canciones cuyas estrofas todos conocíamos”, ha rememorado Molina Foix.
Los autocares que partieron por la tarde entraron ya de noche en la provincia de Jaén, y los viajeros decidieron quedarse a dormir en Úbeda o en alguno de los pueblos cercanos a Baeza. Una parte, los de mayor edad y por consiguiente poder adquisitivo, buscaron pensiones en las que pernoctar; otros, los más jóvenes, decidieron quedarse en el mismo autocar, en el que sólo el cansancio consiguió hacerles dormitar unas horas antes del amanecer, después de infinitos cuchicheos y canciones en voz baja. Hubo, incluso, quien enfermó y acabó en el hospital, parece ser que como consecuencia de una úlcera que tenía, “o algo así, que ya no lo recuerdo con el tiempo que ha pasado”, rememora Fedor, en cuya memoria lo que sí permanece imborrable es que al día siguiente, por la mañana, cuando se acercaban a Baeza, “en un cruce de carreteras”, la guardia civil paró el autocar e impidió que siguiera adelante.
Éramos jóvenes y teníamos un entusiasmo que ya querríamos ahora”, asegura Victoria, “así que cuando pararon el autobús nos dijimos ¿Por qué no vamos a ir? Si no nos dejan pasar en los autocares, pues andando”, y ahí se pusieron en camino, con un frío que pelaba, a una distancia de Baeza que desconocían, “hasta que empezaron a llegar coches desde el pueblo, porque a los transportes particulares sí les habían dejado entrar, y fueron recogiéndonos según nos encontraban: primero a los que iban delante, con los que se tropezaban antes, y luego a los que iban más atrasados. Nada más llegar a Baeza lo primero que hicimos fue entrar a tomar algo en un café y calentarnos delante de una estufa de hierro, porque estábamos agotados, helados y sedientos”. Los viajeros fueron llenando poco a poco las calles, los bares y cafés del lugar, que por lo demás estaban vacios de lugareños, pues el día anterior el alcalde había difundido un bando anunciando que una banda de rojos y subversivos iba a invadir el pueblo a la mañana siguiente. Un anuncio amenazador y difamante que encerró a los vecinos en sus casas, desde las que observaban, con mayor o menor descaro o valor, a la extraña comitiva que dichosa y dicharachera iba formando grupos por todo el pueblo. José Antonio Martínez Soler ha escrito sobre ese mismo momento del encuentro con los que habían llegado antes y esperaban desperdigados por el pueblo o en la plaza: “Nos abrazamos. No estábamos solos ni perdidos en aquella aventura político/poética… No puedo expresar la emoción que sentí al ver que, sin teléfonos móviles ni palomas mensajeras, otros habían decidido seguir a pie, como nosotros”.
Cuando se pensó que había llegado el momento de iniciar el paseo, los que estaban en los bares salieron de ellos, quienes se habían refugiado del frío en los soportales de la plaza los abandonaron y los que habían ido formando grupos por las esquinas confluyeron en una gran marea que se dirigió a la salida del pueblo, al empinado camino que tanto utilizara antaño el poeta.
De hecho, el momento de más intensa participación colectiva de la jornada fue ese recorrido por las estrechas calles de Baeza… Pese a la diversidad de grupos interiores y exteriores y las dificultades de acceso, se fue formando una marea unitaria que llegó finalmente a su destino”, ha dejado escrito Molina Foix. Su colega de profesión Carlos Álvarez, que había viajado en el coche de su hermano Fernando, estaba en primera línea: “Al llegar arriba apareció un teniente que paró la manifestación. Primero inició una conversación con Carlos Castilla del Pino, que se enfrentó con él con mucha cortesía y total firmeza. Incluso recuerdo que le exigió al guardia su documentación cuando este le pidió el carnet de identidad”. 
Carlos Castilla del Pino, a la sazón psiquiatra en Córdoba, donde se había encargado de coordinar el homenaje, confirmó punto por punto los recuerdos del poeta en el segundo tomo de sus memorias, Casa del Olivo, en las que cuenta cómo “el teniente cedió su lugar al sargento. Al minuto volvió a paso ligero, se colocó ante nosotros, y a la voz de ‘¡Esto se ha acabado!’, ordenó a sus huestes que nos disolvieran”.
Adela Parrondo, la bibliotecaria del Club, había viajado en coche hasta Baeza con su marido, el pintor Juan Genovés, y aquella mañana se encontraban hacia la mitad de la multitud que subía al lugar del homenaje, en compañía de varios amigos, entre los que estaba la hija de José Bergamín. Cuando tropezaron con los grises, intentó dialogar con uno de ellos, pero no le sirvió de nada. “Me acuerdo de dos cosas: de que Teresa Bergamín, que era una chica muy elegante, muy afrancesada, me aconsejó que nos pusiéramos el bolso en la cara, para que así, si nos pegaban, no nos dejaran marcas, y de que a Juan le entro el terror de que al ir corriendo alguien se pudiera caer por los terraplenes enormes que había al borde del camino”. En aquel momento de carreras no dejó de pensar que muchas de las situaciones e imágenes a las que se estaba enfrentando le traían a la cabeza algún cuadro que había aprendido a apreciar en el Museo del Prado o en la Escuela de Bellas Artes, en la que había estudiado: “Mientras corría hacia el pueblo, miré hacia arriba, porque aquello era una cuesta enorme, y vi a uno de los hermanos Gallifa, no recuerdo cual, pues eran dos y se parecían, que se abría la camisa y enfrentado a los guardias les gritaba: “pegarme si queréis”. Parecía justamente la imagen de Goya. Un poco más abajo también encontré algo que parecía un cuadro. Era una pareja, a la que conocía mucho del Club pero de la que no recuerdo el nombre, que se habían abrazado en medio de la gente que corría y se quedaron quietos, aguantando los palos que les daban así abrazados”.
Dos semanas después, el 3 de marzo, la revista italiana Il Ponte, de Florencia, publicó una crónica anónima, que bien podría haber sido escrita por Andrés Sorel, que, además de colaborar en Mundo Obrero y La Pirenaica, también escribía en publicaciones europeas, sobre el abortado paseo con Machado, y no sin un cierto tremendismo, aunque en concordancia con el resto de testigos sobre los hechos, describía el final de los acontecimientos, con el añadido ventajoso de haber sido escrito no en la distancia del recuerdo y los años, sino nada más acabar el fragor de la confrontación: “Todo el resto fue violencia y brutalidad. La multitud gritaba: "¡Asesinos! ¡Asesinos!". Muchos cayeron bajo los golpes; se oían gemidos, gritos y muchos niños lloraban aterrorizados. Los "grises" persiguieron, implacables, a los pocos que al comienzo echaron a correr y golpearon brutalmente a los que se paraban enfrentándose para ayudar a los que se habían caído. La gente, en masa, tras una carrera de dos kilómetros, llegó a la Plaza en un clima de cólera, exasperación y terror. Algunos se refugiaron en un bar, pero los policías los sacaron violentamente a la calle de nuevo, siendo recibidos con una violencia todavía más terrible: golpes, insultos y todo tipo de brutalidad. Muchos fueron detenidos y después comenzaron las redadas, la caza del hombre por todas partes: nuevas detenciones. El pueblo asistió atónito a este horror. Los "grises" gritaron "A los coches", empujando a todos con violencia y siendo ayudados por los "sociales". Aquellos que no disponían de coche para alejarse de Baeza fueron sacados de cualquier modo. Un grupo huía por la carretera. Los que llegaron a Úbeda (una ciudad próxima) vieron que en el cuartel de la Guardia Civil los oficiales esperaban órdenes para dirigirse a Baeza”.
El homenaje se saldó con muchas carreras, algún lesionado y 27 detenidos, de los que ese mismo día quedaron en libertad 16 tras tomarles declaración a todos en la misma Baeza. Los once restantes fueron trasladados a Jaén, donde les soltaron al día siguiente con multas de entre 5 y 20.000 pesetas. Entre ellos estaban el crítico de arte José María Moreno Galván, el dramaturgo Alfonso Sastre, el pintor Eduardo Úrculo, el maestro Pedro Dicenta, el ingeniero J. A. Ramos Herranz, el abogado Alfredo Flores, el editor Manuel Aguilar y el poeta Carlos Álvarez. A este último, incluso le detuvieron dos veces: “La primera vez en realidad fue un intento, porque me escapé. Cuando estábamos arriba, al comienzo de la carga, unos cuantos guardias intentaron agarrarme y llegaron a cogerme de la manga, pero yo salí corriendo y me solté. Fue luego, cuando iba con mi hermano a recoger el coche para volver a Madrid cuando finalmente me rodearon y me detuvieron”.
El colofón poético lo puso Gabriel Celaya, que andaba por allí y reflejó el ataque policial en un poema, no quizás de los mejores entre los suyos, pero sí de los que debió escribir más pegados a los hechos de los que trataba. Titulado significativamente “20-2-66”, con no poca ironía y una cierta mala conciencia por haberse escapado de rositas, describía lo sucedido: “En la mitad de la calle, ya no queda nadie./ Son los Guardias de la Porra quienes la limpian y barren./ Todo el mundo se esconde en los portales,/ y yo, como soy tonto, les pregunto: "¿Qué pasa?"/ Dos amigos me cogen de golpe por la solapa,/ me meten en un rincón, a empujones/, y mal, me explican cosas raras en voz baja./ Es difícil de entender, porque no hablan en inglés,/ y aunque citan a Machado, no emite la BBC./ Es difícil de aceptar, escondido en un portal,/ que otros aguanten lo malo de la vergüenza mortal/ mientras algunos, cobardes, nos tratamos de salvar/ de los palos arbitrarios y el diluvio general”.
La historia, no obstante, trajo cola y no acabaron las cosas en esas rimas poéticas. Ojalá. La concentración de Baeza dejó flecos sueltos que se fueron recogiendo en los meses, e incluso años posteriores. De momento, el régimen debió lamentar que la represión del homenaje hubiera alcanzado, en España y en el extranjero, una resonancia que ensuciaba la imagen de prístina democratización que pretendían ofrecer de cara al exterior, así que decidieron intentar neutralizarlo organizando el suyo propio, uno que no se les escapara de las manos y dejara claro que ellos también eran seres civilizados y sensibles a las metáforas poéticas. Así lo anunciaron al menos los diarios ABC y La Vanguardia los días 18 de marzo y 2 de abril respectivamente, en sendos sueltos, tan parecidos que no podían sino haber salido ambos de la misma nota oficial.
El programa que se anunciaba, a celebrar el 7 y el 8 de mayo, coincidiendo con la celebración del Día de la Provincia, no tenía desperdicio. Habría misa solemne en la Catedral, colocación de una lápida conmemorativa en el Instituto, festival artístico y el acto cultural más importante: un recital “en el que intervendrán los principales poetas españoles y los Cantores de Madrid”, seguido a las once de la noche de “una fiesta poética, en la que será mantenedor de la misma don Blas Piñar”. Nada menos. ¿Cómo era posible que pretendieran homenajear a Machado de esa manera? ¿Dónde se había visto que el criminal rindiera homenaje al asesinado en el aniversario del crimen?
También las multas trajeron cola y fueron motivo de nuevos enfrentamientos entre la dictadura y los multados. En la España franquista no pagar las multas gubernativas se había convertido también en un arma de resistencia y denuncia, por eso eran muchos los que elegían la medida alternativa de sufrir embargos o encarcelamientos. Había para ello dos motivos: no contribuir a las arcas del estado con el dinero antifranquista y rechazar con el impago la idea de que la multa respondía a un acto de legalidad, poniendo así en evidencia la arbitrariedad represiva del régimen. La Vanguardia, que todavía añadía “Española” a su título, publicó el 25 de noviembre de ese mismo 1966 un suelto de la agencia Fiel en el que daba noticia de que “en la mañana del jueves, la comisión  judicial del Juzgado Municipal número 23, de Madrid, se personó en el domicilio particular del señor Moreno Galván, crítico de arte, y procedió al embargo de sus bienes para cubrir la responsabilidad que tenía pendientes con el gobernador civil de Jaén, quien le había impuesto una multa de 15.000 pesetas por su participación en un homenaje al poeta don Antonio Machado, en la localidad jienense de Baeza, el pasado 22 de febrero (en realidad había sido el 20), acto que no fue autorizado por las autoridades gubernativas”.
Los resultados del impago de Carlos Álvarez fueron más chuscos. Al poco del homenaje, el poeta, dadas la persecución y censuras que sufría, decidió viajar al extranjero y permanecer una temporada fuera de España respirando aires menos viciados. “A la vuelta –recuerda ahora--, un día que había acudido al entierro de un camarada, se me acercó la policía recordándome que tenía una multa pendiente, y me dijeron que o la pagaba o me llevaban 30 días a la Dirección General de Seguridad. Ellos querían que pagara, no encerrarme, porque encarcelar a alguien que tenía una cierta relevancia social les perjudicaba, así que me hicieron una oferta insólita, que la pagara en cómodos plazos. Me volví a negar, porque de ninguna manera quería darles el gusto de verme pasar por el aro, así que me detuvieron, aunque al final sólo pasé un día en el calabozo. Los amigos que tenía fuera de España, especialmente en Escandinavia, donde me habían dado un importante premio de la Asociación de Escritores Escandinavos y era bastante conocido, protestaron airadamente, y no les quedó más remedio que ponerme en la calle”.
En el Club, el frustrado homenaje fue tema de conversación y debate durante meses, y la figura de Machado siguió siendo objeto de diversos actos, internos y sólo para socios en la mayor parte de los casos, como los celebrados en 1967, con una conferencia de Aurora de Albornoz, o en 1970 y en 1973, para los que se editaron sendos folletos con una selección de su obra. No obstante, la inquina de la dictadura contra el poeta seguía siendo once años después tan fuerte como lo había sido en 1966, por mucho que ya intentaran disimularlo. En fecha tan tardía como enero de 1977, quince meses hacía ya que había muerto el dictador, sucedió que en un acto organizado por el Club en recuerdo de Machado --que debería tener lugar en la Facultad de Filosofía y Letras de la Complutense, y en el que se había anunciado la participación, entre otros, de Andrés Sorel, Sabina de la Cruz (en representación de Blas de Otero), Rafael Montesinos, Félix Grande, Rafael Soto Vergés, Carlos Álvarez y Celso Emilio Ferreiro--, se autorizó la celebración del acto en sí, pero se prohibieron las intervenciones de Álvarez y Ferreiro. Estaba claro: se permitía porque Franco ya se había muerto, pero se censuraba porque el franquismo seguía vivo y peleón, aunque fuera en los estertores de la agonía.
A todas estas ¿qué pasó con los 90 kilos de peso y los 80 centímetros de altura de la cabeza que Pablo Serrano había tardado un año en esculpir? La escultura había entrado y salido de Baeza en el portaequipajes del dos caballos de Fernando Ramón, el arquitecto que había construido el pie del monumento, en el que permaneció escondida todo el día, hasta que fue depositada nada más volver a Madrid en el estudio del escultor, de donde la sacaron en 1970 para que presidiera la nueva librería Antonio Machado que se acababa de abrir. Sin embargo, los tres atentados de la extrema derecha que sufrió la librería en 1971, en los que se rompieron los escaparates y se tiró pintura roja sobre los libros, recomendaron dejar de exponerla en público y pasarla, de alguna manera, a la clandestinidad, depositándola en el sótano de José Vicente Chamorro.
En ese tiempo que estuvo escondida la escultura de Pablo Serrano --“como el símbolo de que la cabeza de Machado aún no tenía sitio en este país”, en palabras de Chamorro a el diario El País en abril de 1981--, el escultor realizó varias réplicas de su obra, con pequeñas variaciones, que aún se encuentran en el Museo de Arte Moderno de París, el Moma de Nueva York y la Universidad de Brown (EEUU), además de en la Biblioteca Nacional, la Academia de Bellas Artes y la Ciudad de los Periodistas, en Madrid, y en el Museo Pablo Serrano de Zaragoza.
La original, la de Baeza, no salió de su escondite en el sótano de José Vicente Chamorro hasta que regresó a su destino inicial en el pueblo jienense en abril de 1983, esta vez con todos los honores, para ser instalada en el mismo lugar de donde había sido expulsada 17 años antes, en un homenaje organizado prácticamente por los mismos que habían puesto en marcha el de 1966 y en el que también participó activamente el CAUM. En su programa de actividades de mayo de aquel año se puede leer: “El 10 de abril hemos vuelto a Baeza más de cien compañeros del Club, para celebrar, al fin, los proyectados “PASEOS CON ANTONIO MACHADO”. Paseos que hace 17 años fueron interrumpidos violentamente… En esta mañana de abril, unos miles de personas, chicos y grandes, procedentes de toda España, en tropa alegre y familiar, sin presidencias ni fórmulas rituales, se agrupó frente a la casa donde “El humilde profesor de un Instituto rural” vivió; después, atravesando la plaza y tras detenerse un momento en el Instituto, pasando al pie de la Catedral, salió al campo. Calor de verano, alegría, y alrededor del monumento una multitud que oye las palabras de Chamorro y los versos de Machado en las voces de Alberti y de Rabal”.




sábado, 26 de octubre de 2013

HOMENAJE A ANTONIO MACHADO EN BAEZA 1

De carreras con Machado en Baeza. 1
1966. Homenaje a Antonio Machado. Prohibido, pero realizado




NOTA en 2013
El homenaje a Antonio Machado que intentó celebrarse en Baeza en febrero de 1966 fue, sin ningún género de dudas, el primer acto de masas político-cultural de oposición al franquismo. Lo que sigue es una narración de aquellos hechos que vio la luz por primera vez en el libro “TANTAS VIDAS, TANTAS LUCHAS”, en el que conté en 2011 la apasionante historia colectiva del Club de Amigos de la Unesco de Madrid, que, cómo se verá, jugó un papel decisivo en la organización de aquel homenaje, previsto como un paseo con Machado por los campos en los que el poeta había vivido varios años de su vida y que acabó en carreras, palos y detenciones.
Teniendo en cuenta el objetivo del libro del que forma parte, no es de extrañar que el texto que sigue esté escrito desde el punto de vista del CAUM, aunque ha sido precisamente los archivos del Club los que me permitieron contar la historia de una manera más completa que como lo han reflejado en sus respectivas memorias Carlos Castilla del Pino o José Manuel Caballero Bonald, dos de los protagonistas del conflictivo homenaje, o como lo dejaron escrito Fernando Jáuregui y Pedro Vega en su muy completa “Crónica del antifranquismo”[1]. Los tres me sirvieron como documentación fundamental, así como los trabajos que cito procedentes de internet.
También me ha ayudado a la hora de escribir el haber sido uno de los más de dos mil participantes en aquel homenaje. Recién cumplidos los 17 años, recién asociado del CAUM, recién estrenada militancia en las Juventudes Comunistas y recién sufrida la primera detención policial en la manifestación ante la embajada de EEUU que protestaba por la caída de tres bombas atómicas en el pueblo de palomares apenas un mes antes, aquel viaje supuso una experiencia que resulta difícil de olvidar, Memoria que he aprovechado especialmente para el relato del viaje de Madrid a Baeza.
A la hora de encontrar ilustraciones sonoras que aportar, pensé primero en algunos de los numerosos poemas que se han convertido en canción. Me pareció, no obstante, que resulta más conveniente convertir en vídeos algunos de los poemas que se grabaron en el disco que sirvió para sufragar los gastos del homenaje, que desde entonces me ha acompañado de casa en casa y de mudanza en mudanza. En él, Fernando Fernán Gómez, Fernando Rey y Francisco Rabal, probablemente los tres mejores actores de su generación y de muchas otras, leían textos de Antonio Machado. Al ser una edición privada sin distribución comercial, se trata sin duda de grabaciones históricas de las que no he encontrado rastro alguno en internet.



1.- La preparación
Desde 1939, y durante toda la dictadura, Antonio Machado fue, sin ninguna duda, el referente moral, cultural y político más importante para los españoles antifranquistas de cualquier signo y condición. Su poesía, su inquebrantable adhesión a la legalidad republicana, la dignidad de su actitud personal a la hora del exilio y su muerte en Colliure el 22 de febrero de 1939, apenas unos días después de haber salido de España por los Pirineos como un soldado más de la República, le habían hecho ganar el respeto y la admiración de los españoles que habían perdido la contienda; por encima, incluso, de partidos, ideologías o corrientes estéticas concretas. Y, además, en un ejemplo para las nuevas generaciones.
Machado fue un referente para intelectuales, artistas y gente de la cultura, por supuesto, pero su magisterio superó con mucho ese ámbito. Españoles de toda clase de oficios o profesiones, letrados y personas humildes, que en muchos casos habían tenido que aprender todo lo que sabían, que a veces era mucho, en las escuelas de la calle y de la vida, asumieron su poesía y actitud vital como un magisterio ético. En cuántas casas populares, igual que se escuchaba la Pirenaica para pensar que no todo estaba perdido, se guardaban como oro en paño las obras completas del poeta publicadas en Argentina en 1943, una edición poco accesible entonces en España pero que en el Club circulaba de mano en mano, junto a la posterior antología también editada al otro lado del Atlántico, precisamente porque en ellas se podían leer algunos de sus más célebres y combativos versos, para soñar que un mundo mejor tenía que llegar.
La exteriorización de ese magisterio machadiano quedó patente, entre otras muchas muestras privadas de admiración, en los dos homenajes históricos que se le realizaron en aquellos años, similares en su intención pero de muy distinto significado y repercusión.
El 22 de febrero de 1959, coincidiendo con el XX aniversario de la muerte del poeta, en el cementerio de Colliure, ante la tumba donde aún hoy reposan sus restos y los de su madre, Ana Ruiz, fallecida apenas tres días después que su hijo, tuvo lugar el primero de ellos. Fue un acto íntimo, recoleto y lleno de emoción en el que un importante grupo de jóvenes poetas y escritores llegados de la España de Franco, entre los que figuraban Blas de Otero, José Agustín Goytisolo, Ángel González, José Ángel Valente, José Manuel Caballero Bonald, Luis Rosales, Jaime Gil de Biedma, Buero Vallejo, Sastre, Alfonso Costafreda y Carlos Barral, compartieron homenaje con destacadas figuras intelectuales de las generaciones anteriores, como Ramón Menéndez Pidal, Gregorio Marañón, Vicente Aleixandre o Jorge Guillén, que leyeron poemas y recordaron la figura del maestro; alguien que, además de por su condición de extraordinario poeta, se había convertido también, por la fidelidad de su vida, en un símbolo de resistencia a la dictadura, lo que transformaba el homenaje en una reivindicación y el respeto en una toma de partido ético. Ese mismo día también se había convocado un homenaje complementario en Segovia, que fue prohibido, aunque Pedro Laín Entralgo, José Luis López Aranguren y Dionisio Ridruejo pudieran dirigir brevemente la palabra a los reunidos pese a la censura.
Siete años después las cosas habían cambiado en España y el momento parecía oportuno para volver a intentarlo. En 1965 el fiscal José Vicente Chamorro visitó Baeza tras las huellas de Machado, que había vivido allí siete años, entre 1912 y 1919, como catedrático de francés del instituto de bachillerato del pueblo. Se reunió Chamorro con el juez del lugar, compañero de facultad, y juntos divagaron sobre la posibilidad de un homenaje al poeta. Al regresar a Madrid, el fiscal lo comentó con varios amigos, entre los que estaban buena parte de los participantes en el anterior encuentro de Colliure, y decidieron poner en marcha la iniciativa, que se convertiría en el primer acto de resistencia político-cultural de masas que tendría lugar en España, la primera vez en que numerosos ciudadanos de todas las capas y condiciones sociales y profesionales coincidirían en una convocatoria de origen cultural pero de significado claramente político.
Aunque ya se habían realizado en el país actividades de protesta que tomaban como punto de partida la cultura, como el homenaje que en noviembre de 1955, pocos días después de su muerte, le dedicaron a Ortega y Gasset un grupo de estudiantes en la Universidad de San Bernardo de Madrid, que acabó como el rosario de la autora, o el Congreso Universitario de Jóvenes Escritores en 1956, finalmente suspendido, el homenaje a Antonio Machado en Baeza del 20 de febrero de 1966 resultó algo muy distinto. El número masivo de asistentes, procedentes del mundo intelectual y universitario, ciertamente, pero también de las capas populares de la población, empleados y obreros, hombres y mujeres de toda condición, implicó un salto cualitativo y cuantitativo de la protesta, en la que la participación del Club resultó determinante.
En aquellos años ya eran una realidad movimientos de masas como Comisiones Obreras o el Sindicato Democrático de Estudiantes, que daba organización a la lucha universitaria, y de ellos salieron muchos de los asistentes al homenaje. No obstante, quienes organizaron y coordinaron todo ese flujo de gente fueron los socios del los Clubs Unesco, que en aquel momento, y durante toda la dictadura, estaban sólo legalizados en Madrid, Barcelona, Alicante y Alcoy, pero que contaba con grupos no oficiales en ciudades como Oviedo, Las Palmas, Zaragoza, Sevilla y varias otras, de la mayoría de las cuales acudieron grupos de personas para participar en el homenaje. En aquellos momentos se dio por buena la cifra de 2.500 concentrados en Baeza, que pudiera ser exagerada, a la vista de la alegría con que se han seguido contando posteriormente los asistentes a manifestaciones y concentraciones políticas, pero que da idea del alcance de la convocatoria. En Madrid se organizaron charlas previas en colegios mayores, e incluso rifas en la universidad y en las fábricas, en las que el premio eran libros de Machado, el disco editado para la ocasión y el viaje a Baeza. Todo ello se canalizó a través del CAUM, que fue quien alquiló los cinco o seis autocares, el número exacto varía según el recuerdo de quienes lo vivieron, lo que, unido a los muchos coches particulares que trasladaron familias enteras o grupos de amigos, puede llegar a sumar entre 300 y 400 las personas que viajaron a Baeza desde el CAUM aquel 20 de febrero.
Para montar el homenaje se formó una comisión organizadora que componían, aparte del fiscal Chamorro, los poetas José Manuel Caballero Bonald y Jesús López Pacheco, la ensayista Aurora de Albornoz, el crítico de arte Valeriano Bozal, el ginecólogo José Antonio Hernández y el arquitecto Fernando Ramón, además del juez de Baeza y el titular de la cátedra de francés del instituto del que Machado había sido profesor. Todos ellos, excepto los jienenses, eran socios o colaboradores del Club, en cuyas salas celebraron buena parte de sus reuniones. La comisión de honor era aún más impresionante, y en ella figuraban Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, José Luis López Aranguren, Blas de Otero, Camilo José Cela, Antonio Buero Vallejo, Gabriel Celaya, Joan Fuster, Jaime Gil de Biedma, Pere Quart, María Aurelia Capmany, José Hierro, Salvador Espriu y Francesc Valverdú, algunos de los cuales, especialmente los residentes en Madrid, estaban igualmente relacionados con el Club.
Joan Miró, que, pese a su falsa fama de hombre con poco interés por la política, estaba realizando en aquellos momentos su serie de litografías del dictador Ubu, claro trasunto de Franco, pintó gratuitamente el cartel, que también se imprimió como tarjeta postal y que sirvió de portada al disco que se editó. En él Paco Rabal, Fernando Fernán Gómez y Fernando Rey leían, que no declamaban, poemas de Machado, incluso algunos prohibidos entonces: “Españolito que vienes/ al mundo, te guarde Dios”, “Una España implacable y redentora, /España que alborea/ con un hacha en la mano vengadora, /España de la rabia y de la idea”, “…Fue un tiempo de mentira, de infamia. A España toda/ la malherida España, de carnaval vestida/ nos la pusieron, pobre y escuálida y beoda,/ para que no acertara la mano con la herida”.
Para cerrar el homenaje se planeó lo que se llamó Paseos con Machado, que iban a consistir en la colocación el 20 de febrero de una escultura de la cabeza del poeta, realizada por Pablo Serrano, socio del Club desde hacía un año y considerado ya entonces una de las figuras fundamentales del arte contemporáneo español, que se colocaría sobre un pedestal, del que se había encargado el arquitecto Fernando Ramón. El monumento había de situarse a las afueras de Baeza, en el camino sobre el valle por el que Machado había dado a menudo largas caminatas, pensando quizás en alguno de los textos de Los complementarios, un libro que escribió allí y que ese mismo año de 1966 acababa de ser editado por primera vez en España por la Editorial Ciencia Nueva, creada por varios socios del CAUM.
Una buena parte del homenaje se fraguó en el Club”, recuerda todavía Armando López Salinas, “Yo no participé en la comisión organizadora, dada mi condición militante y que había sido detenido recientemente, pero sí estuve en algunas reuniones, que se hicieron, aparte de en el Club, en las casas de José Vicente Chamorro y Pablo Serrano. Todo se preparó de forma muy abierta, conquistando la legalidad desde la práctica y desde los hechos. Queríamos que quedara claro que era un acto legal porque lo decíamos nosotros. Y punto y se acabó”.
Las primeras reacciones oficiales ante el encuentro de Baeza fueron de silencio por parte gubernativa y de aceptación en la prensa, que informó de él cumplidamente. ABC y otros periódicos se hicieron eco del homenaje y la revista Triunfo publicó, la semana antes, una fotografía a toda página de la escultura de Pablo Serrano con un largo texto de José María Moreno Galván que explicaba el significado y la gestación de la cabeza y su relación con la obra del escultor. En Barcelona, donde se había celebrado ya un homenaje el día 7 de febrero en el Colegio de Arquitectos, la Vanguardia fue la primera en dar la noticia el día anterior, en un artículo que, pese a su brevedad, no dejaba lugar a la ambigüedad: “Paseos con Antonio Machado es el título que lleva esta celebración, por la que será honrado por primera vez de manera pública en España el altísimo espíritu de Antonio Machado. La categoría de los artistas que en el homenaje colaboran es testimonio del amor y la admiración de los hombres de artes y letras españoles y de todos los amantes de la poesía a quien con tan pura inspiración cantó la fisonomía y el alma de las tierras de España”. Hasta a los voceros del régimen les parecía evidente la oportunidad del homenaje, aunque, como se verá, las cosas no fueron tan simples.
Entre tanto el Club hervía de actividad alrededor de Machado. A principio de mes se había enviado a los socios una carta en la que se les indicaba que se pondrían a disposición de los socios “autocares que saldrán de nuestro domicilio social el sábado 19 a las horas que posteriormente informaremos”. Ángel Sánchez, que era quien se estaba ocupando de las reservas no paró ni un solo día de repartir asientos y solicitar nuevos vehículos, mientras que por los pasillos se hablaba de los avances de la organización y se vendían el disco y la postal que debían financiar los gastos del homenaje. En el último y prohibido número del boletín, publicado ese mismo mes de febrero de 1966, se incluyeron seis páginas sobre el poeta, escritas por Aurora de Albornoz y Mariano Herrero, quien en el último párrafo de su artículo resumía a la perfección el sentir común sobre Machado: “Desde este casi ignorado Club de Amigos de la Unesco muchos españoles seguimos como tú, soñando realizar ese hombre, ese pueblo. Por ello, desde esta pequeña nave anclada en la antigua plaza del Progreso, empujada sólo por el viento del pueblo, de tu pueblo, deseamos ¡salud y ánimo! admirable Machado, para que desde ella un futuro y próximo vigía, encarado a toda la rosa de los vientos, pueda gritar que “España no es diferente”, que sentimos y queremos igual que otros pueblos, que queremos un mundo en paz, justo y consciente. Y que el más noble destino del hombre es luchar por conseguirlo. Y el más grande homenaje a tu memoria. Machado bueno, Machado inolvidable”. Antes, había tenido tiempo y espacio para poner los puntos sobre la íes, que no hubiera lugar a equivocación sobre por dónde iban las cosas ni de en qué campo se jugaba el homenaje: “Hoy, a más de 25 años de tu muerte, --que gloria, pero qué pena-- siguen tus versos aún más vigentes que cuando tu pluma les dio vida; hoy, tras 25 años de una paz dudosa, sigue esa España injusta, hiriente. Esa España que pregona como espíritu de un pueblo, para atraer al fácil extranjero, la España del burdo taconeo, del torito, de la reja y los lunares, de la greña y cinturita feminoide, de las casas y hoteles elegantes; esa España del desplante y del flamenco, fabricado en confortables oficinas de turismo. Pero también hay otra España, la auténtica: esa España dolorosa, abandonada, que se cruza, al salir de su patria, en la frontera, con esa riada de gentes atraída por los cromitos que oficialmente les pregonan: “España es diferente”. Esa España que sale --leve ropa, tortilla, maleta de madera-- y sus familias, que aquí quedan, quizás, aunque quisieran, no podrían leer tus versos, Machado. Hoy hay, en tu patria, oficialmente, más de dos millones de hombres que no saben ni poner su nombre, ni leer en el mapa el nombre de su patria; hombres que no pueden gozar, entre tantas otras cosas, de todo ese claro torrente de clara poesía, empezando por Berceo y los viejos, populares romanceros, y siguiendo con Manrique, con Fray Luis, con Bécquer, con Alberti, con Hernández, vertebra con recio espinazo del alma de un gran pueblo. Y tus versos, Machado, esos versos que en duro y eterno castellano esculpieron los perfiles, tan humanos, de Baroja, de Giner, de Líster, de Unamuno. Tú, Machado, marcaste un camino: el hombre. Hay que salvar al hombre”. Estaba claro: una vez más era la España del trabajo y de la idea frente a la devota de Frascuelo y de María.
A todas estas, se acercaba el día del homenaje y alguien del Régimen, tal vez Fraga, que seguía firme en su sillón ministerial, debió darse cuenta de que las cosas comenzaban a salirse de madre. Por una parte, claro, estaba el renombre de los intelectuales y artistas convocantes, lo que ya suponía por sí solo darle al acto una resonancia internacional, que bien pudiera redundar en beneficio de la imagen de evolución que el régimen pretendía ofrecer de cara al exterior. Pero por otra, estaba resultando que la convocatoria había sobrepasado los límites del mundo de la cultura para movilizar a una parte considerable de la sociedad civil. Sus confidentes en el seno del Club --que los había, como se comprobará cuando le toque el protagonismo a alguno de ellos[2]-- y de otras organizaciones así se lo indicaban, y frente a eso no estaban dispuestos a transigir. En un principio buscaron una forma indirecta de impedir la celebración. Dos días antes los periódicos publicaron que los organizadores del homenaje lo habían suspendido ante el mal tiempo que hacía en el sur de España y las lluvias que habían caído en la misma Baeza.
La noticia era falsa, naturalmente, inventada por el ministerio amparándose en que aquel febrero resultó, efectivamente, lluvioso, pero cualquier cosa servía para sembrar el desconcierto y evitar la afluencia de gente al pueblo jienense, que cada vez se preveía más numerosa. Contradictoriamente, el día anterior a la convocatoria, 19 de febrero, el periodista y poeta Miguel Pérez Herrero, de breve memoria, pues no quedó rastro de él ni en internet, publicó en “la tercera” de ABC, la página de honor del diario, un largo artículo en el que destacaba la importancia del acto: “realizar el propósito de rendir honor al poeta con dos manifestaciones, una solemne --los monumentos, incluso los más sencillos, implican solemnidad, sobre todo en el momento de inaugurarlos--, y otra diremos más poética, pasear imaginariamente con él, solo puede despertar el aplauso. Aducir razones que lo abonen nos parece innecesario”. Aunque nadie sabía muy bien lo que podía acabar sucediendo, tanto los organizadores como los que habían pensado viajar a Baeza no estaban dispuestos a ceder en sus pretensiones, por muchas maniobras de distracción que se intentaran. 



[2] El confidente policial de aquel momento, o al menos el que fue descubierto, se llamaba Ángel Sierra y posteriormente acumularia un siniestro historial. Tras abandonar el Club al ser descubierto, fue dirigente del grupo derechista Fuerza Nueva, y fue juzgado y condenado por el atentado contra galerías de arte y librerías marileñas. Entre ellas la Antonio Machado, en la que en el momento en que rompió sus escaparates y derramos con pintura roja los libros expuestos, se encontraba escondida la cabeza que para el homenaje había esculpido Pablo Serrano y que no se pudo colocar en Baeza en su momento. También estuvo implicado en el asesinato de Arturo Ruiz García el 23 de enero de 1977.